Mío -Capítulo 15




Hyukjae salió del despacho y cerró con delicadeza la puerta a sus espaldas. Entonces, desvió la mirada hacia Sora y frenó en seco ante su mesa.

—¿Necesita algo, señor? —preguntó con un tono profesional que contrastaba con su amplia y sincera sonrisa.

Miró con el ceño fruncido a su ayudante de pelo cano, que prácticamente quedaba oculta tras un gran ramo de rosas colocado en un sitio privilegiado de la mesa. ¿Se le había pasado su cumpleaños? No. Imposible. El cumpleaños de Sora era en septiembre y además Marcie, su secretaria, siempre se lo recordaba.

—Bonitas flores. ¿A qué se debe? —preguntó con curiosidad.

Sora le miró sorprendida con las gafas de cerca en la punta de la nariz.

—Es 14 de febrero, jefe. El día de los enamorados. Ya sabe: corazones, flores, romanticismo... — Esbozó una sonrisa de oreja a oreja—. Mi Minho lleva 37 años enviándome dos docenas de rosas por San Valentín. —Suspiró—. ¡Siempre ha sido un romántico!

Su voz transmitía el cariño y la adoración que sentía por su pareja.

¿El día de los enamorados? Sí, conocía la tradición, pero nunca le había prestado atención: San Valentín pasaba cada año sin que le afectara lo más mínimo. Era otro día cualquiera, un periodo de veinticuatro horas durante el cual veía un montón de cupidos y corazones rojos…, eso si decidía prestarles atención, algo que no era habitual.

Echó un vistazo al despacho de su secretaria, que estaba al lado del de Sora, y le preguntó:

—¿Y tus flores?

Marcie dejó de teclear con diligencia para desviar la atención de la pantalla del ordenador y responder a la pregunta:

—Aún no me las ha dado. Mi marido me las regala todos los años antes de que salgamos a cenar. Es una tradición.

—Eh..., ¿es lo que se suele hacer? ¿Cena? ¿Flores?

Volvió a mirar a Sora con el ceño fruncido. ¡Maldita sea! No había preparado nada para Donghae. Él  merecía romanticismo, corazones y todas esas cosas que los hombres hacían por sus parejas el día de los enamorados.

—Depende. Cada pareja suele tener una tradición diferente —respondió su ayudante con una mirada inquisitiva—. ¿Se encuentra bien?

¡Mierda! No sabía qué hacer y odiaba esa sensación. ¿Qué podría convertirse en una bonita tradición? ¿Qué haría feliz a una pareja? ¿Qué le haría sentirse valorado? ¿Le habría mandado flores su ex? ¿Lo habría llevado a cenar?

Dejó el maletín en el suelo y trató de superar los celos que empezaban a crecerle por dentro. Daba exactamente igual lo que aquel capullo hubiera hecho por Donghae en el pasado… Hyukjae lo haría mejor. Ahora era su chico y su deber era protegerlo e idolatrarlo. Quería que ese San Valentín fuera tan memorable que a partir de ese día no pudiera pensar en nada más que en él. El problema era que no tenía ni pajolera idea de cómo lograr su objetivo.

Se acercó a Sora inclinándose por encima de las flores y le susurró con vacilación:

—Donghae.

Sora sonrió.

—Ese chico vale un potosí. Es un jovencito encantador, jefe.

Solo un joven en el mundo era capaz de hacerle pronunciar una palabra que jamás había salido de su boca:

—Ayúdame. —Curiosamente, como la petición estaba relacionada con Donghae, no le resultó tan difícil decirla—. No sé qué hacer. ¿Podrías ayudarme, Sora?

Su ayudante se levantó de un salto con un entusiasmo y una velocidad que no eran normales para su edad. Hizo aspavientos a Marcie para que se acercara y las dos lo acorralaron para freírle a preguntas.

Normalmente se hubiera sentido avergonzado en una situación así: Kim Hyukjae, el multimillonario y socio de una de las empresas más potentes del mundo, en un corrillo con dos empleadas. Pero no se sentía abochornado, sino que escuchaba con suma atención cada palabra que pronunciaban las mujeres y cada consejo que le ofrecían.

Kangin pasó por allí para dirigirse al ascensor y, a pesar de que cuchicheaban como si estuvieran organizando una conspiración, esbozó una sonrisa al lograr captar parte de la conversación.

Al ver la expresión de burla en el rostro de Kangin Hyukjae le hizo una peineta sin apenas despegar los ojos de las dos mujeres que parecían conocer al dedillo los misterios del romanticismo. En ese momento para él eran diosas.

Hizo caso omiso de la risilla que soltó Kangin mientras se alejaba. Menuda pieza. Estaba deseando que llegara el día en que su hermano acudiera a él en busca de consejo.

Volvió a centrar toda su atención en Sora y Marcie y, dispuesto a aprender, las escuchó con los cinco sentidos.



A Donghae le salió un suspiro del alma cuando se metió en la bañera ovalada de Hyukjae. El agua caliente y las burbujas lo cubrían casi por completo; tan solo la cabeza quedaba fuera del agua. Hacía tiempo que Hyukjae le había dicho que podía usar el cuarto de baño principal siempre que quisiera, pero nunca había aceptado la oferta. Junto a su dormitorio había una ducha y una bañera estupenda aunque no era tan increíble como esta.

«Admítelo. No has venido por el tamaño de la bañera, sino porque él se lava aquí».

Con el ceño fruncido cogió una esponja de lufa de la repisa que había junto a la bañera y empezó a frotarse los brazos con tal fuerza que se arañó la piel. ¡Maldita sea! Se resistía a admitir que echaba tanto de menos a Hyukjae que había venido a su baño para usar su bañera e inhalar su aroma.

«¡Fuiste tú el que dijiste que no os volveríais a acostar! ¡Menuda idea!».

Sí, lo había propuesto él, pero no paraba de dar vueltas al asunto. En un momento dado le había parecido la opción más acertada porque no quería estar con él hasta que estuviera completamente segura de que Hyukjae confiaba en él. Si no sabía lo que le había ocurrido, podría volver a cometer fallos y a herirlo sin querer, y no soportaba esa idea. En aquel momento había pensado que se abriría, compartiría su trauma y le permitiría ayudarlo a superarlo. Pero se había equivocado de principio a fin.

En lugar de compartir con él lo que le atormentaba por dentro Hyukjae se había distanciado. Desde que Donghae le había dicho que no volverían a hacer el amor hasta que le contara el «incidente» Hyukjae no lo había vuelto a tocar ni a besar. ¿Qué le había pasado? ¿Lo había presionado demasiado? ¿No había esperado suficiente? ¿Habría sido mejor haberse conformado con lo que estaba dispuesto a dar?

«Puedo decirle que me ate a la cama y que me haga lo que quiera. Así, no podré volver a hacerle daño».

Emitió un gruñido, dejó de frotarse los brazos y siguió con las piernas. La idea era muy tentadora. Aunque Donghae era una persona muy independiente, le había encantado cómo lo había sometido Hyukjae en la cama y cómo se había apoderado hasta de sus sentidos. Por algún motivo el macho alfa que aparecía cada vez que lo tocaba lo ponía tan cachondo que se volvía loca. Esa virilidad, unida a la ternura y a la vulnerabilidad que en ocasiones dejaba entrever, ejercía una fuerza irresistible que lo atraía como la luz a una polilla.

Hyukjae le hacía sentir precioso. Le hacía sentir a salvo.

Madre mía... Lo cierto es que adoraba a ese macho protector y posesivo que tenía un corazón de oro y que, además, era suyo.

Levantó la pierna en el aire y la esponja se deslizó por la pantorrilla, avanzando despacio hacia la rodilla y el muslo. Le vinieron a la mente retazos de recuerdos que hicieron que su entrepierna comenzara a palpitar y que su corazón se detuviera por un instante.

Atado a la cama de Hyukjae, a merced de su boca hambrienta.

En el sofá, agarrado por las muñecas, sintiendo que el mundo entero le daba vueltas.

Hace tres días, abrazada a él mientras la partía en dos.

¡Madre mía! Ese hombre había convertido todas sus fantasías eróticas en una realidad de vivos colores y no había una sola cosa de él que no le gustara.

Una lágrima solitaria le recorrió la mejilla mientras cambiaba de pierna y empezaba a frotar la otra con la esponja.

Tres días. Tan solo habían pasado tres días y ya se sentía devastado. Lo anhelaba en soledad y aquella sensación lo reconcomía por dentro y lo dejaba hecho polvo. Él no solo cumplía sus fantasías eróticas, también era todas sus fantasías. Lo tenía todo. Jamás había conocido a una persona como él y, seguramente, no volvería a conocer a un hombre así.

Era un encanto aunque dijera que no. Era atento aunque dijera que no. Dulce.

Bueno.

Un auténtico genio, del que aprendía algo nuevo cada día aunque, sin duda, eso también lo negaría. Porque además era humilde. Kim Hyukjae no se consideraba una persona especial, pero ella lo veía tal y como era: como uno de esos hombres que si consigues atraparlo no debes soltarlo jamás. Una segunda lágrima rodó por la otra mejilla mientras sentía que el corazón se le hacía añicos.

No quería recuperar la vida que tenía antes de Hyukjae. Y ese deseo nada tenía que ver con la pobreza: siempre había sido pobre y lo único a lo que aspiraba en la vida era a lograr una estabilidad que le permitiera no agobiarse con llegar a fin de mes. El dinero no compra la felicidad y las cosas materiales jamás podrán competir con el verdadero amor, con la satisfacción y la felicidad que produce el hecho de tener cerca a esa persona especial que te complementa. ¿De qué sirven las cosas y el dinero cuando uno no se siente satisfecho en su vida emocional ni está orgulloso de sus logros sin que importe lo grande o lo pequeños que sean?

«Si no fuera rico, sentiría exactamente lo mismo por Hyukjae. Lo único que me importa es que sea feliz».

Es verdad que Hyukjae era demasiado inteligente y demasiado ambicioso como para no tener éxito en la vida, pero a veces a Donghae le gustaría que no fuera tan rico y que no trabajara tanto. Sin embargo, esa astucia y esa necesidad de lograr que sus productos fueran los mejores eran cualidades de Hyukjae que a Donghae le encantaban. Lo aceptaba tal y como era. Estaba loco por ese peculiar amasijo de masculinidad y testosterona que lo hacían único…, que lo hacían Hyukjae.

Se sentó en un escalón de la bañera, cerró los ojos y, mientras se frotaba despacio el vientre con la esponja de lufa, dejó que el efímero aroma a hombre impregnado en la esponja se apoderara de sus sentidos y las imágenes de Hyukjae invadieran sus pensamientos.

Donghae se mordió el labio al sentir el roce áspero de la lufa en el pecho y jugueteó con sus pezones duros. Se imaginó a Hyukjae lamiéndolos y mordisqueándolos con delicadeza. Se dejó llevar por esos pensamientos eróticos y por la excitación que sentía y acabó cediendo a los ruegos de su cuerpo: abrió las piernas y deslizó una mano por su resbaladizo miembro para sumergirse en una fantasía.

Si no podía estar con Hyukjae en la realidad, al menos podría estar con él en su imaginación.



«Ya no hay motivos para que Donghae siga en casa».

Llamó a la puerta de su habitación y se le encogieron las entrañas esperando a que respondiera. Siwon lo había llamado hacía apenas una hora para informarle de que la policía había detenido al agresor que andaba suelto, al otro miserable que había tratado de secuestrar a Donghae.

Despotricando entre jadeos, abrió la puerta del cuarto, pero estaba vacío. Suspiró aliviado al ver su móvil y su mochila sobre la cama. Estaba en casa, en algún lugar del piso. Jamás salía sin su mochila.

«¿Lo sabe? ¿Lo ha llamado ya el agente Changmin?».

Aunque sabía de sobra que no debería hacerlo, cogió el móvil para consultar el registro de llamadas. Solo había una reciente: Changmin lo había llamado hacía treinta minutos. Había un mensaje en el buzón de voz, pero escucharlo le parecía pasarse de la raya y no lo hizo. Además, ya sabía lo que decía el mensaje: estaba a salvo, los dos hombres que lo habían agredido se hallaban en la cárcel.

«Y la razón que lo obligaba a quedarse en su casa se había esfumado».

Tenía que contárselo. Aunque a veces se comportara como un egoísta, no podía permitir que Donghae sufriera un solo minuto más pensando que un tipo que quería matarlo andaba suelto.

No había vuelto a tener pesadillas. Al menos que él supiera. Todas las noches permanecía atento a los ruidos y dejaba la puerta de su cuarto abierta por si lo necesitaba. Y no lo había hecho.

Volvió a dejar el teléfono en la cama y tiró del nudo de la corbata hasta deshacerlo por completo, dejando que la prenda colgara del cuello. Unos minutos antes, al llegar a casa, había dejado la chaqueta en la cocina. Mientras la incertidumbre caía sobre él como una nube negra, salió del dormitorio. ¿Se quedaría en casa aunque sus agresores estuvieran en la cárcel? Y si quisiera marcharse, ¿cómo iba Hyukjae a permitirle hacer algo así?

«Eso no pasará. Es mío, ¡maldita sea!».

Apretó los dientes y siguió buscándolo por la casa mientras sentía determinación y miedo casi en igual medida. Lo más probable era que estuviera en la sala de informática. Esbozó una tímida sonrisa, preguntándose si le daría la brasa para que le soltara pistas sobre BlueWorld II. Ese era el único juego al que jugaba, decía que los demás no eran tan interesantes y añadía otros comentarios para alabarlo por ser un genio y, de paso, para sonsacarle trucos. Hyukjae sabía que en el fondo no quería que se los dijera, pues entonces el juego perdería la gracia y dejaría de ser un reto. Si de veras quisiera saberlo, le bastaría con desviar esos bellos ojos hacia él. Una mirada inquisitiva de Donghae sería suficiente para que Hyukjae confesara todos los secretos del juego, los que le preguntara y los que no.

Miró en la sala de informática, pero no estaba allí. Seguro que se encontraba en el gimnasio. Cuando se dirigía hacia allí, cambió de idea y se fue a su dormitorio mientras se desabrochaba la camisa. Quería quitarse esa incómoda prenda y esos irritantes pantalones, ponerse un chándal y empezar a levantar pesas hasta liberar toda la tensión acumulada. Aunque iba a ser muy difícil relajarse si Donghae estaba en el gimnasio con su ínfima ropa de deporte. Daba igual, quería estar con él, se moría por verlo.

No le echaría en cara si en cuanto entrara por la puerta él se diera media vuelta para largarse. En cualquier caso, esperaba que no lo hiciera aunque se lo mereciera. Los últimos tres días habían sido muy tensos y se había mostrado muy borde con él: había respondido a sus alegres preguntas con monosílabos y exabruptos y, siempre que habían coincidido en el mismo cuarto, prácticamente lo había ignorado. Poco a poco Donghae había empezado a imitar su comportamiento, de modo que solo se dirigía a Hyukjae cuando tenía que decirle algo. Seguía siendo amable, pero distante.

Mientras cruzaba el vestíbulo para llegar a su dormitorio se prometió a sí mismo que arreglaría ese asunto. No soportaba seguir así. Por una vez Kangin tenía razón. Hyukjae necesitaba a Donghae y ver que se alejaba de él poco a poco le hacía sentir como si le estuvieran amputando una pierna. ¡Peor! Era como si alguien estuviera tratando de arrancarle el corazón con un cuchillo poco afilado.

Se quitó la corbata del cuello y la tiró a la cama antes de terminar de desabrocharse la camisa. Cuando se disponía a meter las prendas en el cesto de la ropa sucia, lo oyó.

El corazón empezó a latirle a gran velocidad y ladeó la cabeza para oír mejor. Escuchó un breve sollozo, un gemido y después… su nombre.

—Hyukjae.

Varios escalofríos le recorrieron la espina dorsal al oír aquella voz aterciopelada y seductora expresando un anhelo tan apremiante. Ni siquiera se dio cuenta de que se le había caído la ropa al suelo. Avanzó hacia los gemidos que lo reclamaban, pero se detuvo delante de la puerta del baño. Dejar de respirar y alejarse de aquella puerta le resultaba en aquel instante igual de imposible. La puerta se encontraba cerrada, pero el pestillo no estaba echado. Algo aturdido, empezó a abrir la puerta y una nube de vapor le dio la bienvenida. Avanzó otro paso en silencio y abrió la puerta de par en par.

«¡Madre mía!».

Cuando sus ávidos ojos se posaron en el cuerpo de Donghae, el corazón le dio un vuelco y se le cortó la respiración. Estaba sentado en un escalón de la bañera y la espuma solo le cubría parte de las piernas, de modo que el agua le lamía los tobillos y le acariciaba los muslos. Hyukjae empezó a salivar al fijarse en que tenía las piernas abiertas de par en par y que se le veía la irresistible carne de su entrepierna.
Seguía con la cabeza hacia atrás y los ojos cerrados, tan absorto en el éxtasis sexual que ni siquiera se había dado cuenta de que lo estaba observando. La mano que jugueteaba con su miembro tenía hipnotizado a Hyukjae, cada vez que bamboleaba las caderas para aumentar el roce con los dedos que lo frotaban apasionadamente.

A Hyukjae le costaba respirar y la tenía tan dura que, si se lo hubiera propuesto, podría haber partido diamantes de un pollazo.

Contuvo un gemido. Sabía que debería respetar su intimidad, pero era incapaz. Era imposible. Lo único que hubiera podido separarlo de la escena más erótica y bella que había visto en la vida habría sido un cataclismo terrible que hiciera explotar el mundo, el apocalipsis.

—Hyukjae.

Estaba fantaseando con él. Imaginándolo a él. Se moría por saber qué le estaba haciendo en su fantasía. Lo más probable era que estuviera haciendo exactamente lo que estaba deseando hacerle: penetrarle el estrecho agujero con los dedos mientras la boca y la lengua se deleitaban con su miembro.

Se bajó los pantalones y los calzoncillos y, sin apartar la vista de su cuerpo tembloroso ni hacer ruido alguno, los dejó caer al suelo. Dio un paso al frente para apartarse de la ropa. Una parte de él quería acercarse para prestar atención a esos pezones duros como piedras y para venerar ese trocito de carne dura e hinchada que le imploraba entre sus muslos. Pero no podía moverse. La excitación de Donghae lo tenía embelesado; era una escena tan sensual que empezó a tocarse mientras se acercaba a la bañera.

Hyukjae no pudo reprimir un gruñido gutural que sobresaltó a Donghae, quien, al levantar la cabeza y abrir los párpados, tenía los ojos anegados de lujuria y sensualidad.

—No pares, por favor. Quiero ver cómo te corres —dijo con una voz ronca que transmitía un intenso anhelo.

Donghae detuvo la mano, pero no la apartó de su sexo.

—Lo siento, Hyukjae. Yo…

—Córrete para mí, Donghae. Continúa. Y piensa en mí. Lo que más quiero en el mundo en este momento es ver cómo gozas con tus propias manos. Estás muy guapo.

No se hacía una idea de lo cautivador que estaba con las mejillas sonrojadas y esa expresión de haberse abandonado al deseo.

Donghae recorrió con ojos vacilantes el cuerpo que estaba frente a él y se detuvo en el falo, que Hyukjae tenía bien agarrado.

—No. Tú eres muy guapo, Hyukjae. El hombre más guapo que he visto en la vida.

Pensaba que no podía estar más excitado de lo que estaba, pero casi alcanza el éxtasis al oír el susurro de Donghae en plan «fóllame». Saber lo mucho que lo deseaba le hizo perder la cabeza.

Cuando sus miradas se cruzaron, quedaron unidas por un lazo invisible. Donghae comenzó a mover la mano y, a medida que lo hacía, sus ojos transmitían aún más erotismo. Hyukjae le respondió gimiendo y bombeando su miembro.

Se observaban con una pasión sin límites ni restricciones. Donghae se lamía los labios con desenfreno y sin mostrar un ápice de inhibición mientras él se estremecía con la verga a punto de explotar.

Sin desviar ni por un instante la mirada Donghae empezó a susurrar su nombre entre jadeos y gemidos que le hacían palpitar y crear una red de deseo tan potente que a Hyukjae le empezó a correr el sudor por la frente y las piernas le flaquearon.

—Eso es, precioso. Llega hasta el final —le pidió aumentando la fuerza con la que se masturbaba. Verlo gozar sin ningún tipo de inhibición le producía tal placer visual que se le endurecieron los testículos, lo que aumentó la presión que sentía en su interior.

Varios mechones de sedoso pelo negro le enmarcaban el rostro. El banquete que veía ante sus ojos lo tenía embrujado, intoxicado y cautivado.

Donghae deslizó dos dedos por su miembro. Empezó a acariciarse con mas rapidez. Acompañaba cada movimiento con un gemido. Hyukjae también aumentó el ritmo para que fueran acompasados.

—Córrete para mí —le exigió consciente de que, por mucho que deseara quedarse contemplándolo durante el resto de sus días, no aguantaría mucho más tiempo.

Donghae dejó caer la cabeza hacia atrás y emitió un largo gemido gutural. Alcanzó un clímax intenso, gritando su nombre con la espalda arqueada y con estremecimientos que le recorrían todo el cuerpo.
Incapaz de contenerse ni un segundo más, Hyukjae explotó.

Donghae se reclinó con la respiración entrecortada y los ojos vidriosos.

Hyukjae cruzó el espacio que los separaba para meterse en la bañera. Atrajo hacia él su cuerpo, que no opuso resistencia, y le cubrió la boca con un beso lánguido y tierno. Donghae se apartó y desvió la mirada abochornada:

—No puedo creerme que haya hecho eso.

—No, Donghae. —Le cogió la barbilla para levantarle la cabeza y mirarlo a los ojos—. Jamás te sientas avergonzado conmigo. Eres precioso. El joven más atractivo que he visto en la vida. Ver cómo te masturbabas me ha puesto tan cachondo que me extraña que no me haya dado un ataque cardiaco. Ha sido increíble. No hay de qué avergonzarse.

Deseaba ser capaz de expresar lo mucho que le gustaría compartir con él todas sus intimidades y la obsesión que sentía por estar cerca de él. Se sentó en un asiento encastrado en la bañera y se apoyó en el respaldo, mientras el agua le lamía el torso. Lo colocó entre sus piernas y Donghae acomodó su cuerpo al de él, apoyando la espalda contra su pecho. Él lo abrazó por la cintura para que no resbalara.

Cuando sintió su cuerpo relajado apoyado sobre el de él, casi suspiró extasiado. Enterró el rostro en su pelo y al oler su cautivador aroma por primera vez en tres días sintió que por fin había vuelto a casa.



—Es que nadie me había visto hacerlo antes. Ya te he dicho que no tengo mucha experiencia — susurró—. Te he echado de menos. Sé que fui yo el que te apartó de mí. No debería haberlo hecho. Lo único que quería era que compartieras conmigo tu pasado y que me ayudaras a comprender lo que ocurrió la otra noche. Lo siento de veras, Hyukjae. Yo…

—Chsss... ¡Calla! —Acercó la boca a su oído y susurró—: No ha sido por tu culpa, Donghae. —Sus disculpas le hacían daño en el pecho, pues era él quien debería estar de rodillas pidiéndole perdón por no haberlo tratado bien, por haberlo apartado. Pero es que jamás había estado con un joven que de verdad quisiera estar a su lado, con alguien a quien le importara tanto como para intentarlo—. Es culpa de mi trauma. Es algo que no le he contado a nadie. ¡Ni siquiera se lo conté al loquero al que mi madre me envió cuando pasó lo que pasó! Al menos no todo.

—¿Boah te mandó a un psicólogo? —preguntó pensativa en voz baja.

Donghae tenía las manos sobre los brazos que le rodeaban la cintura y las apretó con delicadeza a modo de consuelo.

Aunque el agua que lamía su piel aún estaba caliente, Hyukjae sintió un escalofrío. Tomó aire y lo exhaló poco a poco, consciente de que en ese momento ya no había vuelta atrás. Era hora de arriesgarlo todo, de poner todas las cartas sobre la mesa y rezar por salir vencedor, por que Donghae lo quisiera lo suficiente como para quedarse a su lado. En realidad sí que confiaba en Donghae, pero ¿de verdad quería sacar a la luz sus miedos irracionales y sus complejos? Pues no, por supuesto que no tenía ni puñetera gana de hablar de eso. Sin embargo, le obsesionaba estar con ese joven que descansaba entre sus brazos con una fe y una confianza plenas en él, y con una paciencia y una dulzura que lo tenían cautivado.

«Nada se interpondrá entre nosotros. Jamás».



3 comentarios:

  1. Santa pacha del agararradero!!!

    Jajajajajajaja
    Hyukkie pidiendo concejo a un par de señoras(?)
    Jajajajaja
    Kangin debió reirse de lo lindo!!!!
    Ajshdhshshahankzbzvaghjz

    Como lo dejan ahi!!!
    Ahhhhhhhh
    Nooo

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  2. el amor esta en el aire y mi lindo monito ya se dio cuenta super

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  3. Yo quiero saber que se decidio hacer Hyuk para Hae en ese 14 de febrero.
    Contarle su vida sera el regalo?
    Claro que Hyuk recibio un regalo...y vaaaaya regalito que le dio Hae. Tendrá que pasar este trago amrgo antes del regalo

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yota´s news : De regreso?

 Buenas tardes a todas las lectoras. Después de un año  y casi 4 meses regreso a saludarlas y comentarles nuevas.  Me gustaría decirle...