Hyukjae salió
del despacho y cerró con delicadeza la puerta a sus espaldas. Entonces, desvió
la mirada hacia Sora y frenó en seco ante su mesa.
—¿Necesita
algo, señor? —preguntó con un tono profesional que contrastaba con su amplia y
sincera sonrisa.
Miró con el
ceño fruncido a su ayudante de pelo cano, que prácticamente quedaba oculta tras
un gran ramo de rosas colocado en un sitio privilegiado de la mesa. ¿Se le
había pasado su cumpleaños? No. Imposible. El cumpleaños de Sora era en
septiembre y además Marcie, su secretaria, siempre se lo recordaba.
—Bonitas
flores. ¿A qué se debe? —preguntó con curiosidad.
Sora le miró
sorprendida con las gafas de cerca en la punta de la nariz.
—Es 14 de
febrero, jefe. El día de los enamorados. Ya sabe: corazones, flores, romanticismo...
— Esbozó una sonrisa de oreja a oreja—. Mi Minho lleva 37 años enviándome dos
docenas de rosas por San Valentín. —Suspiró—. ¡Siempre ha sido un romántico!
Su voz
transmitía el cariño y la adoración que sentía por su pareja.
¿El día de
los enamorados? Sí, conocía la tradición, pero nunca le había prestado
atención: San Valentín pasaba cada año sin que le afectara lo más mínimo. Era
otro día cualquiera, un periodo de veinticuatro horas durante el cual veía un
montón de cupidos y corazones rojos…, eso si decidía prestarles atención, algo
que no era habitual.
Echó un
vistazo al despacho de su secretaria, que estaba al lado del de Sora, y le
preguntó:
—¿Y tus
flores?
Marcie dejó
de teclear con diligencia para desviar la atención de la pantalla del ordenador
y responder a la pregunta:
—Aún no me
las ha dado. Mi marido me las regala todos los años antes de que salgamos a
cenar. Es una tradición.
—Eh..., ¿es
lo que se suele hacer? ¿Cena? ¿Flores?
Volvió a
mirar a Sora con el ceño fruncido. ¡Maldita sea! No había preparado nada para Donghae.
Él merecía romanticismo, corazones y
todas esas cosas que los hombres hacían por sus parejas el día de los
enamorados.
—Depende.
Cada pareja suele tener una tradición diferente —respondió su ayudante con una
mirada inquisitiva—. ¿Se encuentra bien?
¡Mierda! No
sabía qué hacer y odiaba esa sensación. ¿Qué podría convertirse en una bonita
tradición? ¿Qué haría feliz a una pareja? ¿Qué le haría sentirse valorado? ¿Le habría
mandado flores su ex? ¿Lo habría llevado a cenar?
Dejó el
maletín en el suelo y trató de superar los celos que empezaban a crecerle por
dentro. Daba exactamente igual lo que aquel capullo hubiera hecho por Donghae en
el pasado… Hyukjae lo haría mejor. Ahora era su chico y su deber era protegerlo
e idolatrarlo. Quería que ese San Valentín fuera tan memorable que a partir de
ese día no pudiera pensar en nada más que en él. El problema era que no tenía
ni pajolera idea de cómo lograr su objetivo.
Se acercó a Sora
inclinándose por encima de las flores y le susurró con vacilación:
—Donghae.
Sora sonrió.
—Ese chico
vale un potosí. Es un jovencito encantador, jefe.
Solo un joven
en el mundo era capaz de hacerle pronunciar una palabra que jamás había salido
de su boca:
—Ayúdame.
—Curiosamente, como la petición estaba relacionada con Donghae, no le resultó
tan difícil decirla—. No sé qué hacer. ¿Podrías ayudarme, Sora?
Su ayudante
se levantó de un salto con un entusiasmo y una velocidad que no eran normales
para su edad. Hizo aspavientos a Marcie para que se acercara y las dos lo
acorralaron para freírle a preguntas.
Normalmente
se hubiera sentido avergonzado en una situación así: Kim Hyukjae, el
multimillonario y socio de una de las empresas más potentes del mundo, en un corrillo
con dos empleadas. Pero no se sentía abochornado, sino que escuchaba con suma
atención cada palabra que pronunciaban las mujeres y cada consejo que le
ofrecían.
Kangin pasó
por allí para dirigirse al ascensor y, a pesar de que cuchicheaban como si estuvieran
organizando una conspiración, esbozó una sonrisa al lograr captar parte de la
conversación.
Al ver la
expresión de burla en el rostro de Kangin Hyukjae le hizo una peineta sin
apenas despegar los ojos de las dos mujeres que parecían conocer al dedillo los
misterios del romanticismo. En ese momento para él eran diosas.
Hizo caso
omiso de la risilla que soltó Kangin mientras se alejaba. Menuda pieza. Estaba
deseando que llegara el día en que su hermano acudiera a él en busca de
consejo.
Volvió a
centrar toda su atención en Sora y Marcie y, dispuesto a aprender, las escuchó
con los cinco sentidos.
A Donghae le
salió un suspiro del alma cuando se metió en la bañera ovalada de Hyukjae. El
agua caliente y las burbujas lo cubrían casi por completo; tan solo la cabeza
quedaba fuera del agua. Hacía tiempo que Hyukjae le había dicho que podía usar
el cuarto de baño principal siempre que quisiera, pero nunca había aceptado la
oferta. Junto a su dormitorio había una ducha y una bañera estupenda aunque no
era tan increíble como esta.
«Admítelo. No
has venido por el tamaño de la bañera, sino porque él se lava aquí».
Con el ceño
fruncido cogió una esponja de lufa de la repisa que había junto a la bañera y
empezó a frotarse los brazos con tal fuerza que se arañó la piel. ¡Maldita sea!
Se resistía a admitir que echaba tanto de menos a Hyukjae que había venido a su
baño para usar su bañera e inhalar su aroma.
«¡Fuiste tú el
que dijiste que no os volveríais a acostar! ¡Menuda idea!».
Sí, lo había
propuesto él, pero no paraba de dar vueltas al asunto. En un momento dado le
había parecido la opción más acertada porque no quería estar con él hasta que
estuviera completamente segura de que Hyukjae confiaba en él. Si no sabía lo
que le había ocurrido, podría volver a cometer fallos y a herirlo sin querer, y
no soportaba esa idea. En aquel momento había pensado que se abriría,
compartiría su trauma y le permitiría ayudarlo a superarlo. Pero se había
equivocado de principio a fin.
En lugar de
compartir con él lo que le atormentaba por dentro Hyukjae se había distanciado.
Desde que Donghae le había dicho que no volverían a hacer el amor hasta que le
contara el «incidente» Hyukjae no lo había vuelto a tocar ni a besar. ¿Qué le
había pasado? ¿Lo había presionado demasiado? ¿No había esperado suficiente?
¿Habría sido mejor haberse conformado con lo que estaba dispuesto a dar?
«Puedo
decirle que me ate a la cama y que me haga lo que quiera. Así, no podré volver
a hacerle daño».
Emitió un
gruñido, dejó de frotarse los brazos y siguió con las piernas. La idea era muy
tentadora. Aunque Donghae era una persona muy independiente, le había encantado
cómo lo había sometido Hyukjae en la cama y cómo se había apoderado hasta de
sus sentidos. Por algún motivo el macho alfa que aparecía cada vez que lo
tocaba lo ponía tan cachondo que se volvía loca. Esa virilidad, unida a la
ternura y a la vulnerabilidad que en ocasiones dejaba entrever, ejercía una
fuerza irresistible que lo atraía como la luz a una polilla.
Hyukjae le
hacía sentir precioso. Le hacía sentir a salvo.
Madre mía...
Lo cierto es que adoraba a ese macho protector y posesivo que tenía un corazón
de oro y que, además, era suyo.
Levantó la
pierna en el aire y la esponja se deslizó por la pantorrilla, avanzando
despacio hacia la rodilla y el muslo. Le vinieron a la mente retazos de
recuerdos que hicieron que su entrepierna comenzara a palpitar y que su corazón
se detuviera por un instante.
Atado a la
cama de Hyukjae, a merced de su boca hambrienta.
En el sofá,
agarrado por las muñecas, sintiendo que el mundo entero le daba vueltas.
Hace tres
días, abrazada a él mientras la partía en dos.
¡Madre mía!
Ese hombre había convertido todas sus fantasías eróticas en una realidad de
vivos colores y no había una sola cosa de él que no le gustara.
Una lágrima
solitaria le recorrió la mejilla mientras cambiaba de pierna y empezaba a
frotar la otra con la esponja.
Tres días.
Tan solo habían pasado tres días y ya se sentía devastado. Lo anhelaba en
soledad y aquella sensación lo reconcomía por dentro y lo dejaba hecho polvo.
Él no solo cumplía sus fantasías eróticas, también era todas sus fantasías. Lo
tenía todo. Jamás había conocido a una persona como él y, seguramente, no
volvería a conocer a un hombre así.
Era un
encanto aunque dijera que no. Era atento aunque dijera que no. Dulce.
Bueno.
Un auténtico
genio, del que aprendía algo nuevo cada día aunque, sin duda, eso también lo
negaría. Porque además era humilde. Kim Hyukjae no se consideraba una persona
especial, pero ella lo veía tal y como era: como uno de esos hombres que si
consigues atraparlo no debes soltarlo jamás. Una segunda lágrima rodó por la
otra mejilla mientras sentía que el corazón se le hacía añicos.
No quería
recuperar la vida que tenía antes de Hyukjae. Y ese deseo nada tenía que ver
con la pobreza: siempre había sido pobre y lo único a lo que aspiraba en la
vida era a lograr una estabilidad que le permitiera no agobiarse con llegar a
fin de mes. El dinero no compra la felicidad y las cosas materiales jamás
podrán competir con el verdadero amor, con la satisfacción y la felicidad que
produce el hecho de tener cerca a esa persona especial que te complementa. ¿De
qué sirven las cosas y el dinero cuando uno no se siente satisfecho en su vida
emocional ni está orgulloso de sus logros sin que importe lo grande o lo
pequeños que sean?
«Si no fuera
rico, sentiría exactamente lo mismo por Hyukjae. Lo único que me importa es que
sea feliz».
Es verdad que
Hyukjae era demasiado inteligente y demasiado ambicioso como para no tener
éxito en la vida, pero a veces a Donghae le gustaría que no fuera tan rico y
que no trabajara tanto. Sin embargo, esa astucia y esa necesidad de lograr que
sus productos fueran los mejores eran cualidades de Hyukjae que a Donghae le
encantaban. Lo aceptaba tal y como era. Estaba loco por ese peculiar amasijo de
masculinidad y testosterona que lo hacían único…, que lo hacían Hyukjae.
Se sentó en
un escalón de la bañera, cerró los ojos y, mientras se frotaba despacio el vientre
con la esponja de lufa, dejó que el efímero aroma a hombre impregnado en la
esponja se apoderara de sus sentidos y las imágenes de Hyukjae invadieran sus
pensamientos.
Donghae se
mordió el labio al sentir el roce áspero de la lufa en el pecho y jugueteó con
sus pezones duros. Se imaginó a Hyukjae lamiéndolos y mordisqueándolos con
delicadeza. Se dejó llevar por esos pensamientos eróticos y por la excitación
que sentía y acabó cediendo a los ruegos de su cuerpo: abrió las piernas y
deslizó una mano por su resbaladizo miembro para sumergirse en una fantasía.
Si no podía
estar con Hyukjae en la realidad, al menos podría estar con él en su
imaginación.
«Ya no hay
motivos para que Donghae siga en casa».
Llamó a la
puerta de su habitación y se le encogieron las entrañas esperando a que
respondiera. Siwon lo había llamado hacía apenas una hora para informarle de
que la policía había detenido al agresor que andaba suelto, al otro miserable
que había tratado de secuestrar a Donghae.
Despotricando
entre jadeos, abrió la puerta del cuarto, pero estaba vacío. Suspiró aliviado
al ver su móvil y su mochila sobre la cama. Estaba en casa, en algún lugar del
piso. Jamás salía sin su mochila.
«¿Lo sabe?
¿Lo ha llamado ya el agente Changmin?».
Aunque sabía de
sobra que no debería hacerlo, cogió el móvil para consultar el registro de
llamadas. Solo había una reciente: Changmin lo había llamado hacía treinta
minutos. Había un mensaje en el buzón de voz, pero escucharlo le parecía
pasarse de la raya y no lo hizo. Además, ya sabía lo que decía el mensaje:
estaba a salvo, los dos hombres que lo habían agredido se hallaban en la
cárcel.
«Y la razón
que lo obligaba a quedarse en su casa se había esfumado».
Tenía que
contárselo. Aunque a veces se comportara como un egoísta, no podía permitir que
Donghae sufriera un solo minuto más pensando que un tipo que quería matarlo
andaba suelto.
No había
vuelto a tener pesadillas. Al menos que él supiera. Todas las noches permanecía
atento a los ruidos y dejaba la puerta de su cuarto abierta por si lo
necesitaba. Y no lo había hecho.
Volvió a
dejar el teléfono en la cama y tiró del nudo de la corbata hasta deshacerlo por
completo, dejando que la prenda colgara del cuello. Unos minutos antes, al
llegar a casa, había dejado la chaqueta en la cocina. Mientras la incertidumbre
caía sobre él como una nube negra, salió del dormitorio. ¿Se quedaría en casa
aunque sus agresores estuvieran en la cárcel? Y si quisiera marcharse, ¿cómo
iba Hyukjae a permitirle hacer algo así?
«Eso no
pasará. Es mío, ¡maldita sea!».
Apretó los
dientes y siguió buscándolo por la casa mientras sentía determinación y miedo
casi en igual medida. Lo más probable era que estuviera en la sala de
informática. Esbozó una tímida sonrisa, preguntándose si le daría la brasa para
que le soltara pistas sobre BlueWorld II. Ese era el único juego al que jugaba,
decía que los demás no eran tan interesantes y añadía otros comentarios para
alabarlo por ser un genio y, de paso, para sonsacarle trucos. Hyukjae sabía que
en el fondo no quería que se los dijera, pues entonces el juego perdería la
gracia y dejaría de ser un reto. Si de veras quisiera saberlo, le bastaría con
desviar esos bellos ojos hacia él. Una mirada inquisitiva de Donghae sería
suficiente para que Hyukjae confesara todos los secretos del juego, los que le
preguntara y los que no.
Miró en la
sala de informática, pero no estaba allí. Seguro que se encontraba en el
gimnasio. Cuando se dirigía hacia allí, cambió de idea y se fue a su dormitorio
mientras se desabrochaba la camisa. Quería quitarse esa incómoda prenda y esos
irritantes pantalones, ponerse un chándal y empezar a levantar pesas hasta
liberar toda la tensión acumulada. Aunque iba a ser muy difícil relajarse si Donghae
estaba en el gimnasio con su ínfima ropa de deporte. Daba igual, quería estar
con él, se moría por verlo.
No le echaría
en cara si en cuanto entrara por la puerta él se diera media vuelta para
largarse. En cualquier caso, esperaba que no lo hiciera aunque se lo mereciera.
Los últimos tres días habían sido muy tensos y se había mostrado muy borde con él:
había respondido a sus alegres preguntas con monosílabos y exabruptos y,
siempre que habían coincidido en el mismo cuarto, prácticamente lo había
ignorado. Poco a poco Donghae había empezado a imitar su comportamiento, de
modo que solo se dirigía a Hyukjae cuando tenía que decirle algo. Seguía siendo
amable, pero distante.
Mientras
cruzaba el vestíbulo para llegar a su dormitorio se prometió a sí mismo que
arreglaría ese asunto. No soportaba seguir así. Por una vez Kangin tenía razón.
Hyukjae necesitaba a Donghae y ver que se alejaba de él poco a poco le hacía
sentir como si le estuvieran amputando una pierna. ¡Peor! Era como si alguien
estuviera tratando de arrancarle el corazón con un cuchillo poco afilado.
Se quitó la
corbata del cuello y la tiró a la cama antes de terminar de desabrocharse la
camisa. Cuando se disponía a meter las prendas en el cesto de la ropa sucia, lo
oyó.
El corazón
empezó a latirle a gran velocidad y ladeó la cabeza para oír mejor. Escuchó un
breve sollozo, un gemido y después… su nombre.
—Hyukjae.
Varios
escalofríos le recorrieron la espina dorsal al oír aquella voz aterciopelada y
seductora expresando un anhelo tan apremiante. Ni siquiera se dio cuenta de que
se le había caído la ropa al suelo. Avanzó hacia los gemidos que lo reclamaban,
pero se detuvo delante de la puerta del baño. Dejar de respirar y alejarse de
aquella puerta le resultaba en aquel instante igual de imposible. La puerta se
encontraba cerrada, pero el pestillo no estaba echado. Algo aturdido, empezó a
abrir la puerta y una nube de vapor le dio la bienvenida. Avanzó otro paso en
silencio y abrió la puerta de par en par.
«¡Madre
mía!».
Cuando sus
ávidos ojos se posaron en el cuerpo de Donghae, el corazón le dio un vuelco y
se le cortó la respiración. Estaba sentado en un escalón de la bañera y la
espuma solo le cubría parte de las piernas, de modo que el agua le lamía los
tobillos y le acariciaba los muslos. Hyukjae empezó a salivar al fijarse en que
tenía las piernas abiertas de par en par y que se le veía la irresistible carne
de su entrepierna.
Seguía con la
cabeza hacia atrás y los ojos cerrados, tan absorto en el éxtasis sexual que ni
siquiera se había dado cuenta de que lo estaba observando. La mano que
jugueteaba con su miembro tenía hipnotizado a Hyukjae, cada vez que bamboleaba
las caderas para aumentar el roce con los dedos que lo frotaban apasionadamente.
A Hyukjae le
costaba respirar y la tenía tan dura que, si se lo hubiera propuesto, podría
haber partido diamantes de un pollazo.
Contuvo un
gemido. Sabía que debería respetar su intimidad, pero era incapaz. Era
imposible. Lo único que hubiera podido separarlo de la escena más erótica y
bella que había visto en la vida habría sido un cataclismo terrible que hiciera
explotar el mundo, el apocalipsis.
—Hyukjae.
Estaba
fantaseando con él. Imaginándolo a él. Se moría por saber qué le estaba
haciendo en su fantasía. Lo más probable era que estuviera haciendo exactamente
lo que estaba deseando hacerle: penetrarle el estrecho agujero con los dedos
mientras la boca y la lengua se deleitaban con su miembro.
Se bajó los
pantalones y los calzoncillos y, sin apartar la vista de su cuerpo tembloroso
ni hacer ruido alguno, los dejó caer al suelo. Dio un paso al frente para
apartarse de la ropa. Una parte de él quería acercarse para prestar atención a
esos pezones duros como piedras y para venerar ese trocito de carne dura e
hinchada que le imploraba entre sus muslos. Pero no podía moverse. La
excitación de Donghae lo tenía embelesado; era una escena tan sensual que
empezó a tocarse mientras se acercaba a la bañera.
Hyukjae no
pudo reprimir un gruñido gutural que sobresaltó a Donghae, quien, al levantar
la cabeza y abrir los párpados, tenía los ojos anegados de lujuria y
sensualidad.
—No pares,
por favor. Quiero ver cómo te corres —dijo con una voz ronca que transmitía un
intenso anhelo.
Donghae
detuvo la mano, pero no la apartó de su sexo.
—Lo siento, Hyukjae.
Yo…
—Córrete para
mí, Donghae. Continúa. Y piensa en mí. Lo que más quiero en el mundo en este
momento es ver cómo gozas con tus propias manos. Estás muy guapo.
No se hacía
una idea de lo cautivador que estaba con las mejillas sonrojadas y esa
expresión de haberse abandonado al deseo.
Donghae
recorrió con ojos vacilantes el cuerpo que estaba frente a él y se detuvo en el
falo, que Hyukjae tenía bien agarrado.
—No. Tú eres
muy guapo, Hyukjae. El hombre más guapo que he visto en la vida.
Pensaba que
no podía estar más excitado de lo que estaba, pero casi alcanza el éxtasis al
oír el susurro de Donghae en plan «fóllame». Saber lo mucho que lo deseaba le
hizo perder la cabeza.
Cuando sus
miradas se cruzaron, quedaron unidas por un lazo invisible. Donghae comenzó a
mover la mano y, a medida que lo hacía, sus ojos transmitían aún más erotismo. Hyukjae
le respondió gimiendo y bombeando su miembro.
Se observaban
con una pasión sin límites ni restricciones. Donghae se lamía los labios con
desenfreno y sin mostrar un ápice de inhibición mientras él se estremecía con
la verga a punto de explotar.
Sin desviar
ni por un instante la mirada Donghae empezó a susurrar su nombre entre jadeos y
gemidos que le hacían palpitar y crear una red de deseo tan potente que a Hyukjae
le empezó a correr el sudor por la frente y las piernas le flaquearon.
—Eso es,
precioso. Llega hasta el final —le pidió aumentando la fuerza con la que se
masturbaba. Verlo gozar sin ningún tipo de inhibición le producía tal placer
visual que se le endurecieron los testículos, lo que aumentó la presión que
sentía en su interior.
Varios
mechones de sedoso pelo negro le enmarcaban el rostro. El banquete que veía
ante sus ojos lo tenía embrujado, intoxicado y cautivado.
Donghae
deslizó dos dedos por su miembro. Empezó a acariciarse con mas rapidez.
Acompañaba cada movimiento con un gemido. Hyukjae también aumentó el ritmo para
que fueran acompasados.
—Córrete para
mí —le exigió consciente de que, por mucho que deseara quedarse contemplándolo
durante el resto de sus días, no aguantaría mucho más tiempo.
Donghae dejó
caer la cabeza hacia atrás y emitió un largo gemido gutural. Alcanzó un clímax
intenso, gritando su nombre con la espalda arqueada y con estremecimientos que
le recorrían todo el cuerpo.
Incapaz de
contenerse ni un segundo más, Hyukjae explotó.
Donghae se
reclinó con la respiración entrecortada y los ojos vidriosos.
Hyukjae cruzó
el espacio que los separaba para meterse en la bañera. Atrajo hacia él su
cuerpo, que no opuso resistencia, y le cubrió la boca con un beso lánguido y
tierno. Donghae se apartó y desvió la mirada abochornada:
—No puedo
creerme que haya hecho eso.
—No, Donghae.
—Le cogió la barbilla para levantarle la cabeza y mirarlo a los ojos—. Jamás te
sientas avergonzado conmigo. Eres precioso. El joven más atractivo que he visto
en la vida. Ver cómo te masturbabas me ha puesto tan cachondo que me extraña
que no me haya dado un ataque cardiaco. Ha sido increíble. No hay de qué
avergonzarse.
Deseaba ser
capaz de expresar lo mucho que le gustaría compartir con él todas sus
intimidades y la obsesión que sentía por estar cerca de él. Se sentó en un
asiento encastrado en la bañera y se apoyó en el respaldo, mientras el agua le
lamía el torso. Lo colocó entre sus piernas y Donghae acomodó su cuerpo al de
él, apoyando la espalda contra su pecho. Él lo abrazó por la cintura para que
no resbalara.
Cuando sintió
su cuerpo relajado apoyado sobre el de él, casi suspiró extasiado. Enterró el
rostro en su pelo y al oler su cautivador aroma por primera vez en tres días
sintió que por fin había vuelto a casa.
—Es que nadie
me había visto hacerlo antes. Ya te he dicho que no tengo mucha experiencia — susurró—.
Te he echado de menos. Sé que fui yo el que te apartó de mí. No debería haberlo
hecho. Lo único que quería era que compartieras conmigo tu pasado y que me
ayudaras a comprender lo que ocurrió la otra noche. Lo siento de veras, Hyukjae.
Yo…
—Chsss...
¡Calla! —Acercó la boca a su oído y susurró—: No ha sido por tu culpa, Donghae.
—Sus disculpas le hacían daño en el pecho, pues era él quien debería estar de
rodillas pidiéndole perdón por no haberlo tratado bien, por haberlo apartado.
Pero es que jamás había estado con un joven que de verdad quisiera estar a su
lado, con alguien a quien le importara tanto como para intentarlo—. Es culpa de
mi trauma. Es algo que no le he contado a nadie. ¡Ni siquiera se lo conté al
loquero al que mi madre me envió cuando pasó lo que pasó! Al menos no todo.
—¿Boah te
mandó a un psicólogo? —preguntó pensativa en voz baja.
Donghae tenía
las manos sobre los brazos que le rodeaban la cintura y las apretó con
delicadeza a modo de consuelo.
Aunque el
agua que lamía su piel aún estaba caliente, Hyukjae sintió un escalofrío. Tomó
aire y lo exhaló poco a poco, consciente de que en ese momento ya no había
vuelta atrás. Era hora de arriesgarlo todo, de poner todas las cartas sobre la
mesa y rezar por salir vencedor, por que Donghae lo quisiera lo suficiente como
para quedarse a su lado. En realidad sí que confiaba en Donghae, pero ¿de
verdad quería sacar a la luz sus miedos irracionales y sus complejos? Pues no,
por supuesto que no tenía ni puñetera gana de hablar de eso. Sin embargo, le
obsesionaba estar con ese joven que descansaba entre sus brazos con una fe y
una confianza plenas en él, y con una paciencia y una dulzura que lo tenían
cautivado.
«Nada se
interpondrá entre nosotros. Jamás».
Santa pacha del agararradero!!!
ResponderEliminarJajajajajajaja
Hyukkie pidiendo concejo a un par de señoras(?)
Jajajajaja
Kangin debió reirse de lo lindo!!!!
Ajshdhshshahankzbzvaghjz
Como lo dejan ahi!!!
Ahhhhhhhh
Nooo
el amor esta en el aire y mi lindo monito ya se dio cuenta super
ResponderEliminarYo quiero saber que se decidio hacer Hyuk para Hae en ese 14 de febrero.
ResponderEliminarContarle su vida sera el regalo?
Claro que Hyuk recibio un regalo...y vaaaaya regalito que le dio Hae. Tendrá que pasar este trago amrgo antes del regalo