¡Ay, no!
Parecía que se iba a echar a llorar. Esperaba que no lo hiciera.
—No sé cuál
es tu flor favorita ni la clase de caramelos que te gusta. Tampoco sé tu color
preferido. ¿Debería saberlo? ¿No debería saber las cosas que te gustan?
—preguntó malhumorado.
Tiró el osito
con delicadeza al suelo y se acercó a Hyukjae.
—No hacía
falta que hicieras todo esto. Es la primera vez que me regalan flores.
¿Qué es lo
que había hecho? Tan solo había ido de compras. No era para tanto. Es verdad
que él prefería que le hicieran una endodoncia antes que ir de tiendas, pero,
por primera vez, había disfrutado comprando cosas.
—He ido de
tiendas. Tampoco cuesta tanto.
«Y he ido en
el último momento porque ni siquiera me había dado cuenta de que era San
Valentín. ¡Qué desastre! ¡Menos mal que el marido de Sora es muy detallista!».
—Has hecho
todo esto por mí. —Estiró el brazo para señalar todo el comedor—. Las flores
son preciosas. Me encantan. Se me hace la boca agua viendo esos caramelos y el
resto de cosas me abruman de tal modo que me he quedado sin habla. Con una
tarjeta ya me habría emocionado. No hacía falta que hicieras todo esto. Hay personas
que no reciben tantos regalos en toda su vida. Pero lo que más me conmueve no
son las cosas, sino tú. Tus ganas de hacerme feliz. Eres el hombre más
increíble del planeta. Por eso te amo.
Pegó un buen
trago a la lata de refresco, la dejó en un hueco que quedaba libre en la mesa y
se abalanzó a sus brazos de un salto. Hyukjae saboreó la suavidad del cuerpo
que se apretaba contra el suyo mientras los labios cálidos de Donghae le rozaban
la mejilla y el cuello. Lo abrazó con fuerza de la cintura, dejando que su
cuerpo fuera deslizándose contra el de él hasta que los pies tocaron el suelo.
En ese momento decidió que en lugar de echar la bronca a Marcie y a Sora lo que
haría sería darles un aumento.
—Estás loco.
Lo sabes, ¿verdad? —Se apartó y le plantó un sonoro beso en los labios—. Pero
me encanta.
Pues, si le
encantaba que estuviera loco, estaba dispuesto a comportarse como un auténtico
zumbado.
Lo miró con
adoración y añadió:
—Pero la
próxima vez cómprame solo un regalo o una tarjeta, ¿vale?
De eso nada.
No le iba a cortar las alas haciéndole prometer algo así, de modo que su
respuesta fue evasiva:
—Ya veremos.
—Espera.
Tengo una cosa para ti.
Se apartó de
él y salió corriendo hacia su cuarto.
Regresó con
una bolsita de regalo decorada con corazones y diablillos.
—La bolsa
tenía tu nombre. —Lo miró con picardía y le entregó el regalo—. No tengo dinero
propio, así que tuve que improvisar algo.
—¿Necesitas
más dinero? ¿Por qué no me lo has dicho? —Lo miró con el ceño fruncido,
cabreado porque no se lo hubiera dicho.
—No necesito
que me des nada más. De hecho, quiero devolverte una parte. ¡Tengo casi cien
mil en la cuenta! No me hacen ninguna falta, Hyukjae.
Lo miró a los
ojos y levantó la barbilla con tozudez.
—Apenas has
gastado nada. ¿Cómo vives? ¿Cómo cubres tus necesidades?
Donghae
resopló.
—De eso ya te
encargas tú. ¿Para qué necesito el dinero? No tengo ninguna necesidad ni deseo.
Vivo como un mocoso mimado. Basta con que mencione algo para que aparezca como
por arte de magia. No hace falta que compre nada.
—A ustedes
les encanta ir de tiendas y comprar cosas que ni siquiera necesitan.
Eso lo sabía
por su madre, cuyo pasatiempo favorito era ir de compras.
—A mí no.
Prefiero pasar mi tiempo libre leyendo o jugando al BlueWorld II. Tengo todo lo
que necesito, vivo a cuerpo de rey. —Le acercó la mano a la cara y le acarició
los labios antes de pasar el dorso de la mano por su barbita incipiente—. La
única necesidad que tengo eres tú.
Estaba
tratando de distraerlo y lo estaba consiguiendo.
—El dinero
fue un regalo y te lo vas a quedar —gruñó negándose a que se saliera con la
suya por ponérsela dura… Y dura estaba.
Durísima.
Preparada para la acción.
—No me lo voy
a quedar. —Le dio un beso ligero en la comisura de la boca—. Abre la bolsa.
Aguantó como
pudo la tentación de arrancarle esa sugestiva bata y de devorarlo entero.
Empezó a
abrir la
bolsa de regalo con el cuerpo en tensión mientras se esforzaba por desviar la
atención de su latente verga y por reprimir el irresistible impulso de hacerle
el amor allí mismo.
Al recordar
que tenía que decirle a Donghae que el miserable que había tratado de
secuestrarlo estaba en la cárcel levantó la cabeza sin acabar la tarea:
—Hoy han
cogido al otro tipo. Probablemente tengas un mensaje de Changmin.
—¡Gracias a
Dios! Pues entonces quítame la escolta. Creo que intimida a mis compañeros. No
pasa inadvertida
precisamente—dijo como si la noticia no tuviera gran importancia, pero Hyukjae
se percató de que su cuerpo se relajaba y vio alivio en su rostro.
Daba igual lo
mucho que ella hubiera insistido en que ese tipo había dejado de ser una
amenaza, sabía que la situación lo alteraba y que estaba asustado. Tendría que
ser tonto para no estarlo. El día que lo agredieron le faltó el canto de un
duro para perder la vida.
—De eso nada.
La escolta se queda.
—Ya no es
necesario.
—¡No! No
correré el riesgo de que te ocurra algo. Hay demasiado loco suelto y a lo largo
de los años he hecho enemigos. —Vale que no había cabreado a tanta gente como
su hermano Kangin, pero es imposible ser multimillonario sin que haya gente que
te odie a muerte—. La escolta se queda.
Al tirar del
papel rojo de la bolsa salieron disparados trozos de cartón en forma de
corazón. Agarró uno al vuelo antes de que tocara el suelo. Donghae metió la
mano en la bolsa y sacó lo que quedaba en el fondo: unos calzoncillos de seda
negra que sujetó por el elástico. Hyukjae se quedó mirando la prenda, esbozó
una sonrisa: la seda negra tenía un estampado de corazones y monitos diablillos.
—Esto también
tenía tu nombre, Hyukjae. —Elevó las cejas al mismo tiempo que meneaba la ropa
interior—. Vas a estar como un tren. Bueno, ya lo estás, pero cuando los vi no
podía parar de pensar en lo sexy que estarías con esto puesto.
Donghae se
acercó los calzoncillos al rostro y se acarició con la suave seda. Hyukjae lo
contempló fascinado y se empalmó imaginándose lo que sentiría cuando sus labios
se posaran sobre la prenda cuando él la llevara puesta. ¡Madre mía! Aunque no
estuviera acostumbrado a llevarlos, esos calzoncillos se acababan de convertir
en sus favoritos.
—Ya he
cortado las etiquetas. Póntelos para que te los pueda quitar —propuso
entregándoselos con una sonrisa seductora
En un abrir y
cerrar de ojos Hyukjae se abrió la bata y se los puso. Se estremeció al sentir
el suave
roce de las
manos de Donghae, que se posaron en sus hombros para quitarle la bata, y se
quedó de pie frente a él con sus nuevos calzoncillos favoritos.
—Como un
tren. Como un auténtico tren —murmuró.
Aquel susurro
era tan sensual y expresaba tal anhelo que Hyukjae casi pierde los papeles. Le
gustaba sentir la seda sobre la piel, acariciando su miembro empalmado y, por
supuesto, le encantaba la cara de avidez que tenía su chico mientras lo
devoraba con la mirada. Le volvía loco que le mostrara las ganas que le tenía
sin ruborizarse y que no se preocupara por disimular que se le iban los ojos a
su entrepierna abultada.
—¿Qué es
esto?
Abrió la mano
para mostrarle el diminuto corazón de cartón. Le dio la vuelta y vio un mensaje
escrito a mano.
«Vale por un
deseo».
Se quedó
mirándolo perplejo. Donghae se mordió el labio inferior con cara de
preocupación:
—Es un
corazón-deseo. No tengo dinero propio… —Levantó la mano pidiéndole que se
callara en cuanto abrió la boca para rechistar—. No empieces otra vez. Total,
que hice esto. Los puedes canjear cuando quieras. Valen por un deseo o un favor
de mi parte. Cualquier cosa que esté en mi mano.
—¿Lo que sea?
El corazón
empezó a latirle con fuerza mientras se le pasaban diversas imágenes por la
cabeza. Donghae elevó una ceja.
—Lo que sea
que esté en mi mano.
—Deseo que te
quedes el dinero que te metí en la cuenta y que dejemos de discutir por el tema
de la escolta.
Hyukjae
frunció el ceño pues se sentía un poco culpable por usar el regalo en contra de
él.
Donghae le
dedicó una mirada como la que le solía dirigir su madre de pequeño: la muy
temida «¡Me has decepcionado!». ¡Ay, eso duele!
Cruzó los
brazos por delante del pecho:
—Ese deseo
interfiere con mi ética y mis principios. Además, son dos deseos. No es justo.
—¿Llegamos a
un acuerdo? —preguntó con dulzura, pues no le gustaba verlo de mal humor. El
rostro de Donghae se relajó.
—Me parece
bien.
—Deja el
dinero en tu cuenta. Gástalo si lo necesitas. No digo que te lo tengas que
quedar para siempre, pero al menos por ahora, hasta que acabes la carrera y
encuentres trabajo. Más adelante podemos volver a negociar.
Obviamente no
le dejaría que se lo devolviera nunca, pero en ese momento lo importante era
que se lo quedara por si le ocurría algo a él.
—Deseo
concedido. —Dejó caer los brazos por los costados y los apoyó en las caderas—.
¿Y los guardaespaldas?
—Déjame
mantenerte la escolta. Me encargaré de que sean más discretos. Ni te darás
cuenta de que están ahí. Pero déjame que sigan ahí. —Aguantó la respiración
mientras observaba su rostro—. Será la única forma de que esté tranquilo, Donghae.
Hazlo por mí.
—Lo haré por
ti siempre y cuando se mantengan a distancia y dejen de asustar a mis
compañeros. Deseo concedido.
Le quitó el
corazón de cartón de la mano y lo rompió en pedazos.
Hyukjae se
tiró al suelo para buscar como un loco el resto de los corazones.
—¿Cuántos me
has regalado?
Había
encontrado dos. Vio otro debajo de la mesa y gateó para cogerlo sin prestar
atención a las rozaduras que se estaba haciendo con la alfombra en las
rodillas. Lo único que le importaba en ese momento era encontrar a esos
bribones. Valían su peso en oro.
—Cinco
—respondió con una carcajada.
Suspiró
aliviado al encontrar el quinto sobre la alfombra. Al ponerse de pie vio que Donghae
tenía la mano extendida y una mirada de expectación en el rostro.
—¿Qué?
No pensaba
darle ninguno.
—Has pedido
dos deseos. Me debes uno de esos.
—Hemos
llegado a un acuerdo. He cedido —repuso acalorado. Dar el brazo a torcer
debería tener alguna recompensa. No era algo que hiciera todos los días ni con
cualquiera.
—Dámelo
—insistió moviendo los dedos.
¡Maldita sea!
Le había faltado poco para salirse con la suya. A regañadientes, cogió un
corazoncito de la palma de la mano y se lo entregó acompañado de un gruñido.
—¿Me
regalarás esto en todas las celebraciones?
—Ya veremos
—masculló ocultando una sonrisa mientras hacía añicos el papel. —¿Por qué has
dicho que nunca te han regalado flores? Tuviste una relación larga.
Donghae
suspiró.
—No era de
hacer regalos. Decía que no le gustaba malgastar el dinero. Sobre todo con
flores, porque se mueren.
—No te
ofendas, cariño, pero ¿cómo pudiste estar tanto tiempo con ese tipo?
Apretó la
mandíbula; lo que daría por pegarle un guantazo al ex de Donghae.
—La verdad es
que no lo sé. Probablemente tuvo algo que ver con la muerte de mis padres. Los
echaba de menos y me sentía muy solo. Supongo que era demasiado joven,
vulnerable y estúpido — comentó melancólico.
Hyukjae le
cogió aún más manía al impresentable ese, que se había aprovechado de un joven
solo y desolado que acababa de sufrir la muerte de sus padres. «Ojalá hubiera
estado a su lado en esa época. Pero lo estoy ahora». Atrajo hacia él el cuerpo
de Donghae, que no opuso resistencia, y se juró protegerlo desde ese momento.
—Jamás
volverás a sentirte así, nene. Siempre me tendrás a mí. Nunca dejaré que
vuelvas a sentirte solo.
«Ninguno de
los dos volverá a estar solo jamás».
Mientras
acariciaba relajadamente los suaves mechones de cabello, se dio cuenta de que
llevaba toda la vida solo. Lo que pasaba es que nunca lo había reconocido.
—Llevo toda
la vida esperándote —susurró Hyukjae con sensualidad.
En cierto
modo lo conocía desde el primer día que lo vio. No de vista, sino de corazón. Y
solo Dios sabía cuánto lo necesitaba.
Donghae se
apartó un poco para poder mirarlo a la cara. No dijo nada, pero tampoco era
necesario. Hyukjae podía ver en sus ojos lo mucho que lo amaba. Recorrió con
los dedos sus labios, las mejillas y el cuello, deleitándose en la suavidad que
sentía en las yemas. Dibujó unas iniciales en su pecho, las iniciales eran las
suyas y las repasó una y otra vez para marcar a la persona que lo llevaba al
éxtasis y lo arrastraba al borde de la locura.
—Hyukjae
—gimió empujándolo de la nuca para acercarlo a sus labios.
Con la
impresión de que el corazón se le iba a salir del pecho él gruñó entre sus
brazos, disfrutando
de las
delicadas caricias en los hombros y del roce de sus dedos sobre su acalorada
piel.
Necesitaba
poseerlo, reivindicarlo de algún modo, y le metió la lengua en la boca con
desesperación. Tan intensa era la necesidad de hacerlo suyo que prácticamente
le dolía. La bestia posesiva que llevaba dentro suspiró aliviada cuando Donghae
se mostró más que receptivo abriendo la boca para dejarlo pasar. Entró a saco
hasta que los dos empezaron a jadear y se quedaron sin aliento. Hyukjae se
retiró para coger aire y le mordió el labio inferior, debatiéndose entre lo que
le costaba separarse de él y la necesidad de desnudarlo cuanto antes. Frotó con
un dedo en un prominente pezón que dejaba ver la negra bata.
—¿Recuerdas
lo que te dije de esta bata? —masculló lamiéndole con la punta de la lengua los
labios.
—Palabra por
palabra —susurró con voz sugerente—. Tengo recuerdos muy placenteros de esta
bata.
—Y yo
—respondió con pasión, antes de soltarla a regañadientes para enseñarle un
corazoncito—. Pero en este momento deseo que te la quites.
Con un
movimiento grácil le cogió el corazón de cartón de la mano y lo rompió en
pedazos. Desató despacio la lazada de la bata y la seda se deslizó por sus
hombros. Hyukjae tragó saliva e hizo un esfuerzo para respirar metiendo y
sacando el aire de los pulmones. Era precioso. Y suyo.
«Mío».
—Me chiflan
estos corazoncitos —afirmó sujetando con fuerza los dos que le quedaban. Sus
imponentes ojos bailaron de alegría sin dejar de transmitir un deseo
apasionado.
—Ese lo has
malgastado. Te lo hubiera concedido igualmente. Te necesito.
«Te
necesito».
Él sentía el
mismo deseo y, tras dejar los corazoncitos a buen recaudo bajo un mantel
individual, su cuerpo empuñó las armas para reclamar lo que era suyo. Tenía el
falo más duro que una piedra y sentía la necesidad de meterlo en su cálida
entrada. A estas alturas temía explotar en cuanto lo hiciera.
Donghae dio
un paso al frente y, cuando rozó su piel suave como la seda contra la de él, lo
hizo estremecer. Pasó la mano con delicadeza por los calzoncillos y le acarició
la verga empalmada como si se tratara de su mascota favorita. Le apartó la mano.
—Hora de ir a
la cama.
—Ya era hora
—murmuró Donghae expresando su impaciencia.
Entonces, la
atención de Hyukjae se desvió de sus necesidades carnales al joven que llevaba
en brazos. A su chico. Quería que le diera placer y que saciara sus
necesidades. Él también satisfaría las suyas, pero antes se ocuparía de las de su
amante. En la cama y fuera de ella Donghae siempre sería lo primero.
Hyukjae lo
dejó en la cama con delicadeza. Donghae rodó hacia un lado para abrir el cajón
de la mesilla y sacar las vendas y las
esposas.
—Átame. No me
importa —le dijo dándoselas.
«Por favor.
Átame y fóllame antes de que me muera de deseo».
Donghae había
perdido el control de la mente y del cuerpo, y jadeaba extasiado. Como ese cuerpo
musculoso y ardiente no lo poseyera en cuestión de segundos, se iba a poner a
chillar.
Le miró
confundido.
—¿Quieres que
te ate?
—Te quiero a
ti. Átame. Desátame. Haz lo que quieras. Me pone cachondo. Tú me pones cachondo.
Lo único que deseo es que me folles, tú eliges el modo de hacerlo.
«Madre mía,
ya no sé ni lo que digo. Me está volviendo loco».
—Cariño, al
cavernícola posesivo que llevo dentro le encantaría tenerte a su merced y hacer
que te corrieras como nunca, pero no necesito atarte. —Le quitó los accesorios
de las manos y los tiró junto a la cama—. Pero ahora que sé que te pone, lo
volveré a hacer otro día. Ahora mismo lo único que necesito es ver cómo te
corres y hacerte el amor hasta que ninguno de los dos sea capaz ni de moverse.
Todas las
luces estaban encendidas porque no las habían apagado. Hyukjae tenía una
expresión agresiva a la par que tierna y, curiosamente, plácida. Donghae
respiró hondo con el cuerpo tembloroso y el sexo empapado, listo para
recibirlo. Se sintió embriagado cuando Hyukjae se tumbó sobre él y la seda de
sus bóxers recién estrenados rozó su entrepierna. Abrió las piernas para darle
la bienvenida y gimió al sentir su erección dura como una roca contra la suya,
estimulándolo.
Se aferró a
él como si tuviera miedo de que se escapara. Necesitaba confirmar de algún modo
que era real y que era suyo. Nunca había sido posesivo ni obsesivo, pero Hyukjae
era un hombre tan increíble, tan maravilloso, que casi parecía imposible que
existiera y que además fuera de él. A veces parecía un sueño, un sueño
maravilloso que convertía su ordinaria existencia en algo extraordinario.
—Relájate, mi
príncipe —le susurró Hyukjae al oído, y su cálido aliento le hizo estremecer.
Relajó los
brazos y le rodeó el cuello con ellos, tratando de controlar ese instinto
visceral de aferrarse a él, de mantenerlo siempre cerca.
—Lo siento.
Creo que estoy un poco desesperado.
No tenía
pensado decirle eso porque resultaba lamentable, pero era la verdad. Aunque
sentía una sobrecarga de emociones, su cuerpo insaciable le pedía más.
La boca
entreabierta de Hyukjae recorrió su cuello con besos cálidos:
—No más de lo
que estoy yo. Cada vez que oigo tu voz, que te veo o que hablo contigo, siento
la necesidad de acercarme más a ti. Es más, me basta con pensar en ti para
sentirme así. —Le rozó los labios con la lengua, perfilando el contorno de su
boca—. Quiero penetrarte y que nuestros cuerpos se fundan de tal manera que no
podamos volver a separarnos jamás.
«Ha dado en
el clavo. Yo me siento igual».
Esta vez
acercó su boca a la de él sin más juegos ni seducción. Lo acosó, lo asaltó y lo
saqueó con los labios y la lengua, y se abrió para él como una flor ante los
rayos del sol. Donghae gimió porque aquellos besos saciaban una ínfima parte de
su deseo, y levantó las caderas como por reflejo esperando que otras partes del
cuerpo lo rozaran, pues necesitaba aliviar de algún modo la tremenda excitación
que sentía.
—Eres un
gustazo. ¡Me pones a cien!
Le apartó los
brazos del cuello y, agarrándolo por las muñecas, se las colocó a ambos lados
de la cintura. Donghae trató de retorcerse, pero lo estaba sujetando tan fuerte
que no podía moverse. Fue lamiéndolo y besándole el pecho. Al no lograr
satisfacer su intenso deseo a Donghae le entraron ganas de ponerse a gritar.
No era
delicado, y él no quería que lo fuera. Sus pechos tenían la sensibilidad a flor
de piel y sintió placer a la par que dolor cuando tiró de un pezón con su
ardiente boca, utilizando los dientes y la lengua.
«Placer y
dolor».
—¡Hyukjae!
¡Sí, sigue!
La cabeza
empezó a darle vueltas cuando se dirigió al otro pezón para seguir torturándolo,
aumentando su deseo hasta límites insospechados.
El ataque
erótico a su pecho no había finalizado y, sin soltarle las muñecas, Hyukjae
continuó lamiendo y mordisqueando una teta y después la otra. Sentir que estaba
completamente a su merced lo volvía loco, lo embriagaba y le cortaba la
respiración.
Su boca
continuó bajando por su cuerpo dejando un sendero de calidez hasta que se
detuvo sobre el vientre para trazar círculos apasionados. Finalmente, le soltó
las muñecas y le separó las piernas con las manos, mientras se colocaba entre
sus muslos.
—Hueles tan
bien… Eres mi chico y mi deber es satisfacerte y lamer tu miel.
Respiraba con
intensidad y el aire caliente que le salía de la boca acariciaba su sexo.
Sintió que le iba a explotar el cuerpo solo de oír sus gruñidos y de sentir su excitación
y su afán de poseerlo.
—Sí, Hyukjae.
Por favor. Te necesito. Tengo que correrme.
—Tengo que
hacer que te corras. Tengo que satisfacer a mi chico.
Le levantó
las piernas en el aire y le hizo doblar las rodillas para abrirle el camino a
su ávida boca. El ataque sumamente carnal no se hizo esperar: la boca lo
devoraba, poseyendo su sexo con tal avidez que Donghae empezó a gritar su
nombre mientras su cuerpo entero se estremecía.
Le introdujo
los dedos, explorando hasta el fondo y lamiendo su miembro lo con tal
desenfreno que a se le cortó la respiración y dejó de gemir.
Donghae lo
agarró del pelo, absorto en el intenso éxtasis que su cuerpo estaba
experimentando gracias a la misión primitiva y animal que Hyukjae se había
propuesto: hacerle alcanzar el orgasmo. Un orgasmo de verdad.
Chupaba su
carne sin descanso. Cada vez más rápido. Una y otra vez.
Con el cuerpo
tembloroso Donghae lo empujó de la cabeza para sentir aún más aquella sensual
boca en su palpitante sexo.
Le ardían
todos los poros de la piel y se estremeció de tal modo que se le arqueó la
espalda. El placer era
tan extremo, tan intenso que no lo soportaba y trató de apartar su persistente
boca, pero él lo sujetó de las caderas para que no pudiera moverse y lo forzó a
cabalgar sobre las olas de placer que su boca le generaba. Empezó a gritar su
nombre y Hyukjae no se detuvo hasta que cesó el último espasmo, que lo dejó
totalmente desfallecido.
Entonces,
ascendió por su cuerpo para tumbarse a su lado y Donghae, que aún no había
recuperado la respiración, se acurrucó junto a él dejando el brazo sobre su
pecho y enterrando la cabeza en su hombro.
—¿Ya te
encuentras mejor? —preguntó con brusquedad aunque obviamente le parecía
divertido.
—¿Estabas
intentando matarme? —repuso Donghae dándole una palmadita en el hombro.
—De placer,
cariño —susurró con pasión.
—Pues
entonces lo has conseguido.
Le acarició
el pecho con la mano, siguiendo los caminos que marcaban las cicatrices y
preguntándose por qué un hombre tan maravilloso había tenido que sufrir tanto.
A veces la vida era injusta.
Su mano
siguió bajando por el vientre trazando los contornos de sus músculos tonificados.
Era como una estatua griega.
—Eres tan
atractivo —susurró embelesado mientras acariciaba el camino de seda que
dibujaba el vello desde el ombligo hacia abajo.
—Empiezo a
pensar que deberías ir al oculista —gruñó encantado.
—Tengo una
vista de lince y un perfecto sentido de la percepción. Eres muy fuerte y muy
guapo. — Agarró con los dedos su verga empalmada—. Y bien dotado.
Hyukjae jadeó
cuando Donghae metió la mano por debajo de los calzoncillos y pasó la yema de
los dedos por la punta de su miembro, extendiendo una gota de semen por la
sedosa piel y frotándola despacio con suavidad.
—Me encanta
cuando me tocas. Es la mejor sensación del mundo.
Lo sujetó con
un poco más de fuerza y comenzó a mover la mano con sensualidad para
provocarlo. Hyukjae nunca había experimentado algo así porque hasta entonces con
quien se había acostado habían tenido que estar atados. Eso había cambiado. Hyukjae
jamás sería un amante dócil, pero el hecho de que se sintiera cómodo mientras Donghae
le tocaba —no solo eso, sino que deseara que le tocara— le hizo sonreír. A
pesar de la terrible experiencia que había sufrido en el pasado confiaba en él.
Hyukjae gruñó
y el sonido que salió de sus labios transmitió una sensación entre el placer y
el tormento. Puso la mano sobre la suya.
—Móntame,
cariño.
Se quitó los
calzoncillos que acababa de estrenar pero que ya eran sus favoritos y los tiró
al suelo. Donghae levantó la cabeza para mirarlo a los ojos mientras él lo
rodeaba con los brazos y lo tumbaba
sobre su
cuerpo.
—¿Estás
seguro?
Lo que más
quería en el mundo en ese momento era meterse ese falo y contemplarle gozar
bajo su peso, pero le angustiaba mucho hacerle revivir otro mal recuerdo.
—Sí. Quiero
ver cómo cabalgas sobre mí. Quiero contemplar tu rostro cuando te corras por mi
verga —respondió con determinación y necesidad.
AL FINAL UN BUEN ARREGLO Y LOS DOS SALEN GANANDO
ResponderEliminarO.o
ResponderEliminarAhhh
Que cosa tan sexymente descriptiva!!!
Por el amor del cielo!!!
Ahhhhh
Quiero un dios gruego que me haga suya(?)
Jajajajaja
Soñar no cuesta nada!
:)