Mio -Capítulo 17




¡Ay, no! Parecía que se iba a echar a llorar. Esperaba que no lo hiciera.

—No sé cuál es tu flor favorita ni la clase de caramelos que te gusta. Tampoco sé tu color preferido. ¿Debería saberlo? ¿No debería saber las cosas que te gustan? —preguntó malhumorado.

Tiró el osito con delicadeza al suelo y se acercó a Hyukjae.

—No hacía falta que hicieras todo esto. Es la primera vez que me regalan flores.

¿Qué es lo que había hecho? Tan solo había ido de compras. No era para tanto. Es verdad que él prefería que le hicieran una endodoncia antes que ir de tiendas, pero, por primera vez, había disfrutado comprando cosas.

—He ido de tiendas. Tampoco cuesta tanto.

«Y he ido en el último momento porque ni siquiera me había dado cuenta de que era San Valentín. ¡Qué desastre! ¡Menos mal que el marido de Sora es muy detallista!».

—Has hecho todo esto por mí. —Estiró el brazo para señalar todo el comedor—. Las flores son preciosas. Me encantan. Se me hace la boca agua viendo esos caramelos y el resto de cosas me abruman de tal modo que me he quedado sin habla. Con una tarjeta ya me habría emocionado. No hacía falta que hicieras todo esto. Hay personas que no reciben tantos regalos en toda su vida. Pero lo que más me conmueve no son las cosas, sino tú. Tus ganas de hacerme feliz. Eres el hombre más increíble del planeta. Por eso te amo.

Pegó un buen trago a la lata de refresco, la dejó en un hueco que quedaba libre en la mesa y se abalanzó a sus brazos de un salto. Hyukjae saboreó la suavidad del cuerpo que se apretaba contra el suyo mientras los labios cálidos de Donghae le rozaban la mejilla y el cuello. Lo abrazó con fuerza de la cintura, dejando que su cuerpo fuera deslizándose contra el de él hasta que los pies tocaron el suelo. En ese momento decidió que en lugar de echar la bronca a Marcie y a Sora lo que haría sería darles un aumento.

—Estás loco. Lo sabes, ¿verdad? —Se apartó y le plantó un sonoro beso en los labios—. Pero me encanta.

Pues, si le encantaba que estuviera loco, estaba dispuesto a comportarse como un auténtico zumbado.

Lo miró con adoración y añadió:

—Pero la próxima vez cómprame solo un regalo o una tarjeta, ¿vale?

De eso nada. No le iba a cortar las alas haciéndole prometer algo así, de modo que su respuesta fue evasiva:

—Ya veremos.

—Espera. Tengo una cosa para ti.

Se apartó de él y salió corriendo hacia su cuarto.

Regresó con una bolsita de regalo decorada con corazones y diablillos.

—La bolsa tenía tu nombre. —Lo miró con picardía y le entregó el regalo—. No tengo dinero propio, así que tuve que improvisar algo.

—¿Necesitas más dinero? ¿Por qué no me lo has dicho? —Lo miró con el ceño fruncido, cabreado porque no se lo hubiera dicho.

—No necesito que me des nada más. De hecho, quiero devolverte una parte. ¡Tengo casi cien mil en la cuenta! No me hacen ninguna falta, Hyukjae.

Lo miró a los ojos y levantó la barbilla con tozudez.

—Apenas has gastado nada. ¿Cómo vives? ¿Cómo cubres tus necesidades?

Donghae resopló.

—De eso ya te encargas tú. ¿Para qué necesito el dinero? No tengo ninguna necesidad ni deseo. Vivo como un mocoso mimado. Basta con que mencione algo para que aparezca como por arte de magia. No hace falta que compre nada.

—A ustedes les encanta ir de tiendas y comprar cosas que ni siquiera necesitan.

Eso lo sabía por su madre, cuyo pasatiempo favorito era ir de compras.

—A mí no. Prefiero pasar mi tiempo libre leyendo o jugando al BlueWorld II. Tengo todo lo que necesito, vivo a cuerpo de rey. —Le acercó la mano a la cara y le acarició los labios antes de pasar el dorso de la mano por su barbita incipiente—. La única necesidad que tengo eres tú.

Estaba tratando de distraerlo y lo estaba consiguiendo.

—El dinero fue un regalo y te lo vas a quedar —gruñó negándose a que se saliera con la suya por ponérsela dura… Y dura estaba.

Durísima. Preparada para la acción.

—No me lo voy a quedar. —Le dio un beso ligero en la comisura de la boca—. Abre la bolsa.

Aguantó como pudo la tentación de arrancarle esa sugestiva bata y de devorarlo entero. Empezó a
abrir la bolsa de regalo con el cuerpo en tensión mientras se esforzaba por desviar la atención de su latente verga y por reprimir el irresistible impulso de hacerle el amor allí mismo.

Al recordar que tenía que decirle a Donghae que el miserable que había tratado de secuestrarlo estaba en la cárcel levantó la cabeza sin acabar la tarea:

—Hoy han cogido al otro tipo. Probablemente tengas un mensaje de Changmin.

—¡Gracias a Dios! Pues entonces quítame la escolta. Creo que intimida a mis compañeros. No pasa inadvertida precisamente—dijo como si la noticia no tuviera gran importancia, pero Hyukjae se percató de que su cuerpo se relajaba y vio alivio en su rostro.

Daba igual lo mucho que ella hubiera insistido en que ese tipo había dejado de ser una amenaza, sabía que la situación lo alteraba y que estaba asustado. Tendría que ser tonto para no estarlo. El día que lo agredieron le faltó el canto de un duro para perder la vida.

—De eso nada. La escolta se queda.

—Ya no es necesario.

—¡No! No correré el riesgo de que te ocurra algo. Hay demasiado loco suelto y a lo largo de los años he hecho enemigos. —Vale que no había cabreado a tanta gente como su hermano Kangin, pero es imposible ser multimillonario sin que haya gente que te odie a muerte—. La escolta se queda.

Al tirar del papel rojo de la bolsa salieron disparados trozos de cartón en forma de corazón. Agarró uno al vuelo antes de que tocara el suelo. Donghae metió la mano en la bolsa y sacó lo que quedaba en el fondo: unos calzoncillos de seda negra que sujetó por el elástico. Hyukjae se quedó mirando la prenda, esbozó una sonrisa: la seda negra tenía un estampado de corazones y monitos diablillos.

—Esto también tenía tu nombre, Hyukjae. —Elevó las cejas al mismo tiempo que meneaba la ropa interior—. Vas a estar como un tren. Bueno, ya lo estás, pero cuando los vi no podía parar de pensar en lo sexy que estarías con esto puesto.

Donghae se acercó los calzoncillos al rostro y se acarició con la suave seda. Hyukjae lo contempló fascinado y se empalmó imaginándose lo que sentiría cuando sus labios se posaran sobre la prenda cuando él la llevara puesta. ¡Madre mía! Aunque no estuviera acostumbrado a llevarlos, esos calzoncillos se acababan de convertir en sus favoritos.

—Ya he cortado las etiquetas. Póntelos para que te los pueda quitar —propuso entregándoselos con una sonrisa seductora

En un abrir y cerrar de ojos Hyukjae se abrió la bata y se los puso. Se estremeció al sentir el suave
roce de las manos de Donghae, que se posaron en sus hombros para quitarle la bata, y se quedó de pie frente a él con sus nuevos calzoncillos favoritos.

—Como un tren. Como un auténtico tren —murmuró.

Aquel susurro era tan sensual y expresaba tal anhelo que Hyukjae casi pierde los papeles. Le gustaba sentir la seda sobre la piel, acariciando su miembro empalmado y, por supuesto, le encantaba la cara de avidez que tenía su chico mientras lo devoraba con la mirada. Le volvía loco que le mostrara las ganas que le tenía sin ruborizarse y que no se preocupara por disimular que se le iban los ojos a su entrepierna abultada.

—¿Qué es esto?

Abrió la mano para mostrarle el diminuto corazón de cartón. Le dio la vuelta y vio un mensaje escrito a mano.

«Vale por un deseo».

Se quedó mirándolo perplejo. Donghae se mordió el labio inferior con cara de preocupación:

—Es un corazón-deseo. No tengo dinero propio… —Levantó la mano pidiéndole que se callara en cuanto abrió la boca para rechistar—. No empieces otra vez. Total, que hice esto. Los puedes canjear cuando quieras. Valen por un deseo o un favor de mi parte. Cualquier cosa que esté en mi mano.

—¿Lo que sea?

El corazón empezó a latirle con fuerza mientras se le pasaban diversas imágenes por la cabeza. Donghae elevó una ceja.

—Lo que sea que esté en mi mano.

—Deseo que te quedes el dinero que te metí en la cuenta y que dejemos de discutir por el tema de la escolta.

Hyukjae frunció el ceño pues se sentía un poco culpable por usar el regalo en contra de él.

Donghae le dedicó una mirada como la que le solía dirigir su madre de pequeño: la muy temida «¡Me has decepcionado!». ¡Ay, eso duele!

Cruzó los brazos por delante del pecho:

—Ese deseo interfiere con mi ética y mis principios. Además, son dos deseos. No es justo.

—¿Llegamos a un acuerdo? —preguntó con dulzura, pues no le gustaba verlo de mal humor. El rostro de Donghae se relajó.

—Me parece bien.

—Deja el dinero en tu cuenta. Gástalo si lo necesitas. No digo que te lo tengas que quedar para siempre, pero al menos por ahora, hasta que acabes la carrera y encuentres trabajo. Más adelante podemos volver a negociar.

Obviamente no le dejaría que se lo devolviera nunca, pero en ese momento lo importante era que se lo quedara por si le ocurría algo a él.

—Deseo concedido. —Dejó caer los brazos por los costados y los apoyó en las caderas—. ¿Y los guardaespaldas?

—Déjame mantenerte la escolta. Me encargaré de que sean más discretos. Ni te darás cuenta de que están ahí. Pero déjame que sigan ahí. —Aguantó la respiración mientras observaba su rostro—. Será la única forma de que esté tranquilo, Donghae. Hazlo por mí.

—Lo haré por ti siempre y cuando se mantengan a distancia y dejen de asustar a mis compañeros. Deseo concedido.

Le quitó el corazón de cartón de la mano y lo rompió en pedazos.

Hyukjae se tiró al suelo para buscar como un loco el resto de los corazones.

—¿Cuántos me has regalado?

Había encontrado dos. Vio otro debajo de la mesa y gateó para cogerlo sin prestar atención a las rozaduras que se estaba haciendo con la alfombra en las rodillas. Lo único que le importaba en ese momento era encontrar a esos bribones. Valían su peso en oro.

—Cinco —respondió con una carcajada.

Suspiró aliviado al encontrar el quinto sobre la alfombra. Al ponerse de pie vio que Donghae tenía la mano extendida y una mirada de expectación en el rostro.

—¿Qué?

No pensaba darle ninguno.

—Has pedido dos deseos. Me debes uno de esos.

—Hemos llegado a un acuerdo. He cedido —repuso acalorado. Dar el brazo a torcer debería tener alguna recompensa. No era algo que hiciera todos los días ni con cualquiera.

—Dámelo —insistió moviendo los dedos.

¡Maldita sea! Le había faltado poco para salirse con la suya. A regañadientes, cogió un corazoncito de la palma de la mano y se lo entregó acompañado de un gruñido.

—¿Me regalarás esto en todas las celebraciones?

—Ya veremos —masculló ocultando una sonrisa mientras hacía añicos el papel. —¿Por qué has dicho que nunca te han regalado flores? Tuviste una relación larga.

Donghae suspiró.

—No era de hacer regalos. Decía que no le gustaba malgastar el dinero. Sobre todo con flores, porque se mueren.

—No te ofendas, cariño, pero ¿cómo pudiste estar tanto tiempo con ese tipo?

Apretó la mandíbula; lo que daría por pegarle un guantazo al ex de Donghae.

—La verdad es que no lo sé. Probablemente tuvo algo que ver con la muerte de mis padres. Los echaba de menos y me sentía muy solo. Supongo que era demasiado joven, vulnerable y estúpido — comentó melancólico.

Hyukjae le cogió aún más manía al impresentable ese, que se había aprovechado de un joven solo y desolado que acababa de sufrir la muerte de sus padres. «Ojalá hubiera estado a su lado en esa época. Pero lo estoy ahora». Atrajo hacia él el cuerpo de Donghae, que no opuso resistencia, y se juró protegerlo desde ese momento.

—Jamás volverás a sentirte así, nene. Siempre me tendrás a mí. Nunca dejaré que vuelvas a sentirte solo.

«Ninguno de los dos volverá a estar solo jamás».

Mientras acariciaba relajadamente los suaves mechones de cabello, se dio cuenta de que llevaba toda la vida solo. Lo que pasaba es que nunca lo había reconocido.

—Llevo toda la vida esperándote —susurró Hyukjae con sensualidad.

En cierto modo lo conocía desde el primer día que lo vio. No de vista, sino de corazón. Y solo Dios sabía cuánto lo necesitaba.

Donghae se apartó un poco para poder mirarlo a la cara. No dijo nada, pero tampoco era necesario. Hyukjae podía ver en sus ojos lo mucho que lo amaba. Recorrió con los dedos sus labios, las mejillas y el cuello, deleitándose en la suavidad que sentía en las yemas. Dibujó unas iniciales en su pecho, las iniciales eran las suyas y las repasó una y otra vez para marcar a la persona que lo llevaba al éxtasis y lo arrastraba al borde de la locura.

—Hyukjae —gimió empujándolo de la nuca para acercarlo a sus labios.

Con la impresión de que el corazón se le iba a salir del pecho él gruñó entre sus brazos, disfrutando


de las delicadas caricias en los hombros y del roce de sus dedos sobre su acalorada piel.

Necesitaba poseerlo, reivindicarlo de algún modo, y le metió la lengua en la boca con desesperación. Tan intensa era la necesidad de hacerlo suyo que prácticamente le dolía. La bestia posesiva que llevaba dentro suspiró aliviada cuando Donghae se mostró más que receptivo abriendo la boca para dejarlo pasar. Entró a saco hasta que los dos empezaron a jadear y se quedaron sin aliento. Hyukjae se retiró para coger aire y le mordió el labio inferior, debatiéndose entre lo que le costaba separarse de él y la necesidad de desnudarlo cuanto antes. Frotó con un dedo en un prominente pezón que dejaba ver la negra bata.

—¿Recuerdas lo que te dije de esta bata? —masculló lamiéndole con la punta de la lengua los labios.

—Palabra por palabra —susurró con voz sugerente—. Tengo recuerdos muy placenteros de esta bata.

—Y yo —respondió con pasión, antes de soltarla a regañadientes para enseñarle un corazoncito—. Pero en este momento deseo que te la quites.

Con un movimiento grácil le cogió el corazón de cartón de la mano y lo rompió en pedazos. Desató despacio la lazada de la bata y la seda se deslizó por sus hombros. Hyukjae tragó saliva e hizo un esfuerzo para respirar metiendo y sacando el aire de los pulmones. Era precioso. Y suyo.

«Mío».

—Me chiflan estos corazoncitos —afirmó sujetando con fuerza los dos que le quedaban. Sus imponentes ojos bailaron de alegría sin dejar de transmitir un deseo apasionado.

—Ese lo has malgastado. Te lo hubiera concedido igualmente. Te necesito.

«Te necesito».

Él sentía el mismo deseo y, tras dejar los corazoncitos a buen recaudo bajo un mantel individual, su cuerpo empuñó las armas para reclamar lo que era suyo. Tenía el falo más duro que una piedra y sentía la necesidad de meterlo en su cálida entrada. A estas alturas temía explotar en cuanto lo hiciera.

Donghae dio un paso al frente y, cuando rozó su piel suave como la seda contra la de él, lo hizo estremecer. Pasó la mano con delicadeza por los calzoncillos y le acarició la verga empalmada como si se tratara de su mascota favorita. Le apartó la mano.

—Hora de ir a la cama.

—Ya era hora —murmuró Donghae expresando su impaciencia.

Entonces, la atención de Hyukjae se desvió de sus necesidades carnales al joven que llevaba en brazos. A su chico. Quería que le diera placer y que saciara sus necesidades. Él también satisfaría las suyas, pero antes se ocuparía de las de su amante. En la cama y fuera de ella Donghae siempre sería lo primero.



Hyukjae lo dejó en la cama con delicadeza. Donghae rodó hacia un lado para abrir el cajón de la mesilla y  sacar las vendas y las esposas.

—Átame. No me importa —le dijo dándoselas.

«Por favor. Átame y fóllame antes de que me muera de deseo».

Donghae había perdido el control de la mente y del cuerpo, y jadeaba extasiado. Como ese cuerpo musculoso y ardiente no lo poseyera en cuestión de segundos, se iba a poner a chillar.

Le miró confundido.

—¿Quieres que te ate?

—Te quiero a ti. Átame. Desátame. Haz lo que quieras. Me pone cachondo. Tú me pones cachondo. Lo único que deseo es que me folles, tú eliges el modo de hacerlo.

«Madre mía, ya no sé ni lo que digo. Me está volviendo loco».

—Cariño, al cavernícola posesivo que llevo dentro le encantaría tenerte a su merced y hacer que te corrieras como nunca, pero no necesito atarte. —Le quitó los accesorios de las manos y los tiró junto a la cama—. Pero ahora que sé que te pone, lo volveré a hacer otro día. Ahora mismo lo único que necesito es ver cómo te corres y hacerte el amor hasta que ninguno de los dos sea capaz ni de moverse.

Todas las luces estaban encendidas porque no las habían apagado. Hyukjae tenía una expresión agresiva a la par que tierna y, curiosamente, plácida. Donghae respiró hondo con el cuerpo tembloroso y el sexo empapado, listo para recibirlo. Se sintió embriagado cuando Hyukjae se tumbó sobre él y la seda de sus bóxers recién estrenados rozó su entrepierna. Abrió las piernas para darle la bienvenida y gimió al sentir su erección dura como una roca contra la suya, estimulándolo.

Se aferró a él como si tuviera miedo de que se escapara. Necesitaba confirmar de algún modo que era real y que era suyo. Nunca había sido posesivo ni obsesivo, pero Hyukjae era un hombre tan increíble, tan maravilloso, que casi parecía imposible que existiera y que además fuera de él. A veces parecía un sueño, un sueño maravilloso que convertía su ordinaria existencia en algo extraordinario.

—Relájate, mi príncipe —le susurró Hyukjae al oído, y su cálido aliento le hizo estremecer.

Relajó los brazos y le rodeó el cuello con ellos, tratando de controlar ese instinto visceral de aferrarse a él, de mantenerlo siempre cerca.

—Lo siento. Creo que estoy un poco desesperado.

No tenía pensado decirle eso porque resultaba lamentable, pero era la verdad. Aunque sentía una sobrecarga de emociones, su cuerpo insaciable le pedía más.

La boca entreabierta de Hyukjae recorrió su cuello con besos cálidos:

—No más de lo que estoy yo. Cada vez que oigo tu voz, que te veo o que hablo contigo, siento la necesidad de acercarme más a ti. Es más, me basta con pensar en ti para sentirme así. —Le rozó los labios con la lengua, perfilando el contorno de su boca—. Quiero penetrarte y que nuestros cuerpos se fundan de tal manera que no podamos volver a separarnos jamás.

«Ha dado en el clavo. Yo me siento igual».

Esta vez acercó su boca a la de él sin más juegos ni seducción. Lo acosó, lo asaltó y lo saqueó con los labios y la lengua, y se abrió para él como una flor ante los rayos del sol. Donghae gimió porque aquellos besos saciaban una ínfima parte de su deseo, y levantó las caderas como por reflejo esperando que otras partes del cuerpo lo rozaran, pues necesitaba aliviar de algún modo la tremenda excitación que sentía.

—Eres un gustazo. ¡Me pones a cien!

Le apartó los brazos del cuello y, agarrándolo por las muñecas, se las colocó a ambos lados de la cintura. Donghae trató de retorcerse, pero lo estaba sujetando tan fuerte que no podía moverse. Fue lamiéndolo y besándole el pecho. Al no lograr satisfacer su intenso deseo a Donghae le entraron ganas de ponerse a gritar.

No era delicado, y él no quería que lo fuera. Sus pechos tenían la sensibilidad a flor de piel y sintió placer a la par que dolor cuando tiró de un pezón con su ardiente boca, utilizando los dientes y la lengua.

«Placer y dolor».

—¡Hyukjae! ¡Sí, sigue!

La cabeza empezó a darle vueltas cuando se dirigió al otro pezón para seguir torturándolo, aumentando su deseo hasta límites insospechados.

El ataque erótico a su pecho no había finalizado y, sin soltarle las muñecas, Hyukjae continuó lamiendo y mordisqueando una teta y después la otra. Sentir que estaba completamente a su merced lo volvía loco, lo embriagaba y le cortaba la respiración.

Su boca continuó bajando por su cuerpo dejando un sendero de calidez hasta que se detuvo sobre el vientre para trazar círculos apasionados. Finalmente, le soltó las muñecas y le separó las piernas con las manos, mientras se colocaba entre sus muslos.

—Hueles tan bien… Eres mi chico y mi deber es satisfacerte y lamer tu miel.

Respiraba con intensidad y el aire caliente que le salía de la boca acariciaba su sexo. Sintió que le iba a explotar el cuerpo solo de oír sus gruñidos y de sentir su excitación y su afán de poseerlo.

—Sí, Hyukjae. Por favor. Te necesito. Tengo que correrme.

—Tengo que hacer que te corras. Tengo que satisfacer a mi chico.

Le levantó las piernas en el aire y le hizo doblar las rodillas para abrirle el camino a su ávida boca. El ataque sumamente carnal no se hizo esperar: la boca lo devoraba, poseyendo su sexo con tal avidez que Donghae empezó a gritar su nombre mientras su cuerpo entero se estremecía.

Le introdujo los dedos, explorando hasta el fondo y lamiendo su miembro lo con tal desenfreno que a se le cortó la respiración y dejó de gemir.

Donghae lo agarró del pelo, absorto en el intenso éxtasis que su cuerpo estaba experimentando gracias a la misión primitiva y animal que Hyukjae se había propuesto: hacerle alcanzar el orgasmo. Un orgasmo de verdad.

Chupaba su carne sin descanso. Cada vez más rápido. Una y otra vez.

Con el cuerpo tembloroso Donghae lo empujó de la cabeza para sentir aún más aquella sensual boca en su palpitante sexo.

Le ardían todos los poros de la piel y se estremeció de tal modo que se le arqueó la espalda. El placer era tan extremo, tan intenso que no lo soportaba y trató de apartar su persistente boca, pero él lo sujetó de las caderas para que no pudiera moverse y lo forzó a cabalgar sobre las olas de placer que su boca le generaba. Empezó a gritar su nombre y Hyukjae no se detuvo hasta que cesó el último espasmo, que lo dejó totalmente desfallecido.

Entonces, ascendió por su cuerpo para tumbarse a su lado y Donghae, que aún no había recuperado la respiración, se acurrucó junto a él dejando el brazo sobre su pecho y enterrando la cabeza en su hombro.

—¿Ya te encuentras mejor? —preguntó con brusquedad aunque obviamente le parecía divertido.

—¿Estabas intentando matarme? —repuso Donghae dándole una palmadita en el hombro.

—De placer, cariño —susurró con pasión.

—Pues entonces lo has conseguido.

Le acarició el pecho con la mano, siguiendo los caminos que marcaban las cicatrices y preguntándose por qué un hombre tan maravilloso había tenido que sufrir tanto. A veces la vida era injusta.

Su mano siguió bajando por el vientre trazando los contornos de sus músculos tonificados. Era como una estatua griega.

—Eres tan atractivo —susurró embelesado mientras acariciaba el camino de seda que dibujaba el vello desde el ombligo hacia abajo.

—Empiezo a pensar que deberías ir al oculista —gruñó encantado.

—Tengo una vista de lince y un perfecto sentido de la percepción. Eres muy fuerte y muy guapo. — Agarró con los dedos su verga empalmada—. Y bien dotado.

Hyukjae jadeó cuando Donghae metió la mano por debajo de los calzoncillos y pasó la yema de los dedos por la punta de su miembro, extendiendo una gota de semen por la sedosa piel y frotándola despacio con suavidad.

—Me encanta cuando me tocas. Es la mejor sensación del mundo.

Lo sujetó con un poco más de fuerza y comenzó a mover la mano con sensualidad para provocarlo. Hyukjae nunca había experimentado algo así porque hasta entonces con quien se había acostado habían tenido que estar atados. Eso había cambiado. Hyukjae jamás sería un amante dócil, pero el hecho de que se sintiera cómodo mientras Donghae le tocaba —no solo eso, sino que deseara que le tocara— le hizo sonreír. A pesar de la terrible experiencia que había sufrido en el pasado confiaba en él.

Hyukjae gruñó y el sonido que salió de sus labios transmitió una sensación entre el placer y el tormento. Puso la mano sobre la suya.

—Móntame, cariño.

Se quitó los calzoncillos que acababa de estrenar pero que ya eran sus favoritos y los tiró al suelo. Donghae levantó la cabeza para mirarlo a los ojos mientras él lo rodeaba con los brazos y lo tumbaba
sobre su cuerpo.

—¿Estás seguro?

Lo que más quería en el mundo en ese momento era meterse ese falo y contemplarle gozar bajo su peso, pero le angustiaba mucho hacerle revivir otro mal recuerdo.

—Sí. Quiero ver cómo cabalgas sobre mí. Quiero contemplar tu rostro cuando te corras por mi verga —respondió con determinación y necesidad.




2 comentarios:

  1. AL FINAL UN BUEN ARREGLO Y LOS DOS SALEN GANANDO

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  2. O.o
    Ahhh
    Que cosa tan sexymente descriptiva!!!
    Por el amor del cielo!!!
    Ahhhhh
    Quiero un dios gruego que me haga suya(?)
    Jajajajaja
    Soñar no cuesta nada!
    :)

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yota´s news : De regreso?

 Buenas tardes a todas las lectoras. Después de un año  y casi 4 meses regreso a saludarlas y comentarles nuevas.  Me gustaría decirle...