Donghae
exhaló un leve suspiro y tomó un trago del vaso de plástico con la esperanza de
que el café le ayudara a concentrarse. Tuvo que tragar con fuerza porque el
líquido con sabor a quemado se resistía a pasar. Desvió la mirada hacia Leeteuk
y le dedicó una débil sonrisa.
—Creo que ya
queda poco.
Ya había
identificado a los dos sospechosos en las fotos de la ficha policial, a los dos
hombres que habían irrumpido en la clínica por la mañana y le habían exigido
medicamentos a punta de pistola.
En aquel
momento Leeteuk estaba en la sala de reconocimiento con un niño y su madre, y
no había visto a los hombres, pero Donghae los había observado bien de cerca.
Puso mala cara pensando que ojalá no lo hubiera hecho.
Se había
quedado solo en la sala de espera cuidando del otro hijo de la señora que
estaba en la consulta con Leeteuk. Donghae jamás olvidaría la mirada sin vida
de los hombres y sus rostros demacrados, reflejo de años de drogadicción. En ese
momento aterrador en el que no supo si aquellos segundos serían los últimos,
había bastado para acojonarle de verdad. Aun así, había cogido al niño y, tras
darle a un botón de emergencia que tenían bajo la mesa, había echado a correr
con él hasta una esquina de la sala, donde lo había protegido con su propio
cuerpo.
La alarma no
era precisamente silenciosa y el escándalo había bastado para que Leeteuk
saliera corriendo de la consulta y los hombres se esfumaran. Pero antes de
largarse a uno de ellos, que se había puesto muy nervioso, se le había
disparado el arma y la bala había pasado tan cerca de la cabeza de Donghae que
había sentido una ráfaga de aire en la mejilla.
Se frotó los
brazos, pues estaba temblando, pero no porque tuviera frío, sino porque el
recuerdo de sus rostros le alteraba y no podía dejar de dar vueltas a la
terrible frase que gritaron al cruzar la puerta de la clínica: «¡Ya te
cogeremos, mariquita!».
Leeteuk tan
solo los había visto de espaldas, porque, cuando llegó a la sala de espera, ya
se habían dado media vuelta y habían echado a correr. Por suerte nadie había
resultado herido.
—El poli que
nos está atendiendo, que por cierto es muy majo, no tardará en volver y en
cuanto confirmemos los informes policiales podremos largarnos de aquí —comentó Leeteuk
muy serio, sin quitar la vista de encima a Donghae—. ¿Seguro que te encuentras
bien? Estás un poco pálido.
Donghae se
encogió de hombros fingiendo que la situación no le afectaba.
—Estoy un
poquito alterado. Eso es todo. Estoy… bien.
«Muerto de
miedo. Acojonado. Pero, por lo demás, perfectamente».
Lo último que
quería era alarmar a su amiga, pues sabía que se sentía culpable de que Donghae
se hubiera librado por los pelos de que le pegaran un tiro.
Leeteuk
estiró el brazo, lo cogió de la mano y se la apretó tan fuerte que le dejó sin
circulación.
—Te han
disparado. Es normal que estés alterado. Te has librado de milagro. Lo siento
de veras, Donghae.
—No fue por
tu culpa…
—¿Quién
narices le ha disparado? —bramó una voz masculina desde la puerta.
Donghae no
tuvo que girarse para saber quién era. Reconoció de inmediato el tono insolente
de Hyukjae. No solía gritar, pero compensaba el volumen con intensidad. Cuando
el ambiente se caldeaba, Hyukjae ladraba con más agresividad que nadie.
—¿Qué narices
ha pasado? El policía me ha dicho que te asaltaron en una clínica…
—En mi
clínica —interrumpió Leeteuk, poniéndose de pie para plantar cara a Hyukjae.
—¿Tú de dónde has salido?
«¡Oh, oh!».
Donghae se
puso de pie dispuesto a separarlos si era necesario. Leeteuk tenía una cara
angelical enmarcada por unos exuberantes tirabuzones de color fuego, pero que
nadie se dejara engañar: cuando la situación lo requería, era capaz de ponerse
como un auténtico basilisco. Sin embargo, no solía mostrar esa faceta. Cuando
luchaba por una causa justa o por alguien en quien creía podía convertirse en
un peligroso enemigo.
Donghae, que
estaba observando con atención cómo se preparaba su amigo para la batalla,
reprimió una sonrisa al ver cómo se estiraba para tratar de compensar su escaso
metro y medio de altura.
—Soy… —Hyukjae
se detuvo en seco, como si no estuviera seguro de qué decir, y acabó la frase
con indecisión— un amigo de Donghae. Y quiero saber a cuento de qué le han
disparado.
—Hooolaaa.
Estoy aquí, Hyukjae. —Donghae estiró el brazo y le cogió de la mandíbula para
forzarlo a que lo mirara—. Soy perfectamente capaz de responder a tus
preguntas.
El rostro de Hyukjae
se transformó: la ira se disipó en cuanto sus ojos se cruzaron con los de Donghae.
Lo cogió por los hombros antes de preguntar:
—¿Qué ha ocurrido?
¿Estás bien? ¿Te han herido?
Deslizó las
manos por sus brazos, antes de volver a posarlas sobre sus hombros.
Viendo que se
le habían bajado un poco los humos, Donghae los presentó y los tres tomaron
asiento en las incómodas y endebles sillas que había junto a la gran mesa. A
continuación Donghae trató de responder como pudo al chaparrón de preguntas que
disparó el hombre que tenía sentado delante.
Explicar los
sucesos resultó bastante agotador porque Hyukjae lo interrumpía constantemente
con tacos a cual más bestia y con lo que a Donghae le parecieron millones de
preguntas. Sin embargo, se armó de paciencia y trató de calmarlo respondiendo a
todas y cada una de ellas.
Hyukjae se
pasó toda la conversación echando pestes mientras Leeteuk, atónito, lo miraba
sin dar crédito.
—¿Los han
cogido?—preguntó Hyukjae con una voz ruda, como si el que hubiera pasado ese infierno
hubiera sido él.
Leeteuk se
decidió por fin a entrar en la conversación:
—No. Y Donghae
debe andarse con ojo porque lo amenazaron —advirtió con un tono protector.
—¡Vaya, te
habías olvidado de mencionar eso! —Hyukjae fulminó a Donghae con la mirada.
Un policía
vestido de paisano interrumpió la conversación. Era un joven rubio y educado,
que se había presentado como agente Changmin. Colocó varios papeles delante de Donghae
y de Leeteuk, y les preguntó con amabilidad:
—¿Pueden leer
los informes y avisarme si desean añadir algo?
Colocó la
mano como quien no quiere la cosa en el respaldo de la silla de Donghae y se
inclinó por encima de su hombro para examinar el informe con detenimiento.
Hyukjae
emitió un sonido gutural y Donghae despegó la vista del documento para mirarlo.
Pero no lo estaba observando a él. Estaba fulminando con los ojos al agente Changmin.
Esa mirada amenazante dejó a Donghae perplejo.
Por el
contrario, como era de esperar, el agente no se sintió nada intimidado.
—¿Es su
novio? —preguntó en voz baja; tan baja que Hyukjae no pudo descifrar las
palabras.
—Un amigo
—musitó enfadado consigo mismo por desear que la respuesta hubiera sido un sencillo
«sí».
Donghae leyó
el informe con agilidad; a una velocidad que le permitió acabar rápido, sin
saltarse ningún detalle por ir demasiado deprisa. Cuando terminó con el
papeleo, se puso de pie para estirar la espalda, pero empezó a marearse.
—¡Cuidado!
—El policía lo cogió del brazo al ver que se balanceaba ligeramente—. Ha tenido
un día muy duro —comentó afable. Sacó dos tarjetas de visita del bolsillo y
entregó una a Donghae y otra a Leeteuk—. Mi tarjeta. Pueden llamarme a
cualquier hora. He apuntado también mi número de móvil por si lo necesitan.
—¿Es
estrictamente necesario? —gruñó Hyukjae mientras cogía a Donghae por la cintura
y lo acercaba hacia él.
El agente se
encogió de hombros.
—Sí. Lo es. Lo
han amenazado. Es importante que estos jóvenes puedan localizarme a cualquier
hora.
—Muchas
gracias, agente. Ha sido muy amable. —Sonriendo, Donghae le estrechó la mano. Leeteuk
hizo lo mismo antes de salir con la pareja del edificio.
Donghae
respiró hondo para llenar los pulmones de aire fresco y regenerador. «Es un
bonito día para vivir», pensó alegrándose por el mero hecho de estar sano y
salvo.
Mientras los
tres bajaban por las escaleras que conducían a la calle, Leeteuk le preguntó a Hyukjae
en voz baja:
—¿Por casualidad
no serás familia de Kim Kangin? Ya sé que el apellido es bastante común por
aquí, pero me ha venido a la cabeza.
Hyukjae se
detuvo al llegar a la acera y miró a Leeteuk sorprendido:
—Sí… Es mi
hermano. ¿Por qué lo preguntas? ¿Lo conoces?
Leeteuk
frunció el ceño:
—¡Madre mía!
—resopló—. Eh…, sí…, lo conocía. Fue hace mucho tiempo.
—¿Eran amigos? —preguntó Hyukjae con curiosidad antes de mirarlo expectante.
—¡No! ¡La
verdad es que no! —zanjó él con brusquedad, mientras se ponía tan rojo como el
color del pelo.
—Ah… Ya lo
pillo —repuso Hyukjae. No parecía dispuesto a dejar el tema y añadió—: ¿Tuviste
una mala experiencia con mi hermano?
—Es una
auténtica víbora.
La sonora
carcajada que soltó Hyukjae sobresaltó a Donghae.
—Créeme. No
eres el primero que lo piensa. Lo siento.
—No es culpa
tuya que tu hermano sea un reptil asqueroso. Espero que al menos en eso no os
parezcáis —repuso con cierto nerviosismo—. Cuida de Donghae.
—Será un
placer hacerlo, Leeteuk —respondió con desenvoltura mientras le ofrecía la mano
que le quedaba libre—. Aunque las circunstancias no hayan sido las más
apropiadas, me alegro de haberte conocido.
—Yo también.
Supongo. —Le estrechó la mano de mala gana—. Sé que no debo juzgarte por los
actos de tu hermano, pero odio cualquier cosa que me recuerde a Kangin Kim.
—Soltó la mano de Hyukjae y abrazó a Donghae—. Cuídate. Te llamo. No hagas
ninguna tontería —le advirtió con un suspiro contundente que solo Donghae pudo
oír.
Donghae se
entregó a los brazos de Leeteuk y lo abrazó con fuerza, perfectamente
consciente del peligro que habían corrido los dos y de lo fácil que habría sido
que las cosas hubieran salido de otro modo. Quería a su amigo a rabiar. Aunque
a veces tuviera malas pulgas, en el fondo era un cachito de pan.
—Y tú
también. Hablamos pronto.
Hyukjae lo
reclamó cogiéndolo de la cintura y guiándola hacia su coche mientras Leeteuk
cruzaba el aparcamiento para dirigirse al suyo.
Dios mío,
¡menudo día!
Estaba tan
agotado, tan alterado y tan inmerso en sus pensamientos que ni siquiera
rechistó cuando Hyukjae lo llevó hasta su auto y lo hizo pasar al asiento del
copiloto mientras él se sentaba al volante.
Permanecieron
en silencio, sumidos en sus pensamientos, durante todo el trayecto.
Hyukjae no se
dirigió directo al piso, sino que paró en un aparcamiento cercano y estacionó
el deportivo en una plaza vacía.
—Tenemos que
comer algo. Este es el mejor restaurante italiano de la zona, pero no te
preocupes, no es nada elegante.
—Pero es que…
No voy muy elegante, que digamos—protestó ella.
Llevaba los
vaqueros y el jersey que se había puesto para ir a la clínica, y era consciente
de que estaba hecho un asco. Física y emocionalmente.
—Estás
precioso, pero sé que ha sido un día duro. ¿Te apetece entrar?
—Un montón.
Me encanta la comida italiana y estoy muerto de hambre.
Y así era.
Por la mañana no había desayunado porque se había quedado dormido y la hora de
la comida se les había pasado mientras esperaban en comisaría.
Hyukjae lo invitó
a pasar con una mano en la parte baja de la espalda. La iluminación del
restaurante era tenue. En el centro de cada mesa había una vela ancha y alta.
No era lujoso, pero tampoco era un cuchitril.
—Me alegro de
volver a verlo, señor Kim —comentó una chica guapísima de largas piernas
mientras le indicaba una mesa en una esquina y esbozaba una sonrisa que parecía
sacada de un anuncio de dentífrico.
Tras sentarse
Hyukjae pidió una caña y Donghae un té helado. La rubia zalamera estuvo
remoloneando y, cuando por fin se marchó a por las bebidas, Donghae respiró
aliviado:
—¡Menuda
fresca!
Se arrepintió
de aquel comentario en cuanto lo hizo. ¿Qué le importaba a él si alguien ligaba
con Hyukjae? Igual a él le gustaba.
—¿Quién?
¿Jessica?
Hyukjae lo
miró sorprendido mientras cerraba la carta. Obviamente ya había decidido lo que
iba a pedir.
—¿Se llama
así? A mí no se me ha presentado. Parecía mucho más interesada en ti.
«Cállate,
idiota. Pareces un novio en pleno ataque de celos».
—No estaba
ligando conmigo. Soy un cliente habitual. Tiene que ser amable —repuso
encogiéndose de hombros.
Madre de
Dios, el pobre no se enteraba de nada. Donghae se concentró en la carta para
olvidarse del tema.
—Tú ya
conoces el sitio, ¿alguna sugerencia?
—Todo está
buenísimo. Yo voy a tomar el pollo al parmesano.
Donghae
miraba la carta como un niño delante de una tienda de golosinas. Llevaba tanto
tiempo sin ir a comer a un restaurante que ya no estaba acostumbrado a elegir
entre tantos platos.
—No sé qué
pedir.
Cuando por
fin levantó la mirada de la carta, vio que Hyukjae estaba sonriendo.
—Parece que
te estuvieras devanando los sesos para resolver un problema complejo.
—¿Se nota que
no salgo mucho? —Se rio burlándose de sí mismo.
Hyukjae le
dedicó una mirada tan intensa y penetrante que sintió cómo una ola de calor se
propagaba por su cuerpo hasta recorrer cada centímetro de su piel.
—Eres la persona
más adorable que se ha sentado conmigo a una mesa. Los demás no te llegan ni a
la altura de los zapatos.
El comentario
bastó para sonrojarlo, pero la mirada abrasadora que le dedicó a continuación
en plan «Quiero follarte» acabó de ponerlo como un tomate. Ningún hombre le
hacía perder los papeles como Hyukjae. Bastaba una palabra, una frase, una
mirada… para que se pusiera como una adolescente en celo.
Donghae se
alegró de que viniera a traer la bebida y a tomar nota de la comanda una
camarera mayor de pelo oscuro. Decidió no complicarse la vida y pidió lo mismo
que Hyukjae. Cuando la camarera se hubo marchado, Donghae cogió el vaso
perplejo:
—Creo que me
han puesto un té con alcohol.
Hyukjae se
echó a reír mientras miraba la bebida que tenía Donghae en la mano.
—Claro que
tiene alcohol. No pensé que quisieras un té de verdad.
—¿Qué lleva?
—preguntó observando el líquido, que tenía un color muy parecido al té helado,
pero que estaba servido en un vaso ancho con una cereza en el borde.
En los
restaurantes en los que había trabajado nunca habían servido cócteles y no era
precisamente una experta en bebidas alcohólicas.
Hyukjae
esbozó una sonrisa traviesa.
—Ron,
ginebra, tequila, vodka, triple seco…, un chorrito de cola y otro de sour mix.
Mamma mia!
Acabaría bailando encima de la mesa. Una copa de vino le bastaba para ponerse
contentillo. Nunca había tenido gran tolerancia al alcohol; seguramente porque
rara vez bebía.
—Prométeme
que, cuando me acabe esta copa, no me dejarás bailar desnudo encima de la mesa.
—Elevó una ceja esperando a que aceptara el trato.
Hyukjae soltó
una sonora carcajada antes de coger aire para preguntar:
—¿En serio?
Por tomarte una o dos copas.
—No tiene
gracia. No estoy acostumbrado a beber —repuso a la defensiva.
De pronto,
sentado frente a un multimillonario que ya se las sabía todas, pero todas todas,
se sintió como un bicho raro totalmente fuera de lugar.
Hyukjae
esbozó una amplia sonrisa.
—Lo sé.
Pruébalo. Si no te gusta, te pido otra cosa. —Se puso serio y se le iluminaron
los ojos con un sentimiento que no supo identificar—. Y, puedes estar tranquilo,
te prometo que no bailarás desnuda sobre la mesa a no ser que sea una actuación
privada en mi casa —añadió con la voz aterciopelada y una mirada apasionada,
como si estuviera imaginando la escena y tuviera muchas ganas de que se hiciera
realidad.
Donghae, que
tenía un nudo en la garganta del tamaño de una pelota de tenis, trató de no
mirarlo a los ojos.
¡Qué narices!
Después de la mañana que había tenido le vendría bien tomarse una copa. Tomó un
sorbito precavido y dejó que el líquido se deslizara por la lengua y le bajara
por la garganta pese al nudo que había creado Hyukjae con su comentario
picante.
—No está mal.
—Se relamió los labios—. No sabe fuerte.
Hyukjae le
dedicó otra mirada pícara:
—No te dejes
engañar. Es bastante potente.
Disfrutaron
comiendo, bebiendo y charlando alegremente. Hyukjae le contó historias de su
familia y algunos proyectos que tenía entre manos. Donghae comentó algunas
anécdotas graciosas de su trabajo de camarero y de los años en la carrera de Fisioterapeuta
y voluntariado.
Hyukjae
rebañó su plato de pollo al parmesano y, cuando Donghae ya no pudo más, se
acabó también el suyo. Después pidió dos tiramisús y otra ronda. El postre
estaba delicioso, pero Donghae no se lo pudo terminar. Daba igual, él estaba
más que dispuesto a echarle una mano.
Comía como
una lima. Seguramente necesitaba tanta energía para mantener ese cuerpo fibroso
y atlético que dejaba a Donghae con la lengua fuera, como un perro delante de
un hueso, cada vez que lo veía.
—¿Cómo puedes
tener ese cuerpazo con todo lo que comes?
Al momento
quiso que se lo tragara la tierra. ¿Cómo se había atrevido a decirle eso? Era
el alcohol el que hablaba, no él.
«Autonota: A
partir de ahora no beberé más de una copa de vino y la rebajaré siempre con
agua».
Hyukjae lo
miró con picardía:
—¿Cuerpazo?
Donghae se
encogió de hombros. ¿Qué sentido tenía negar la verdad? Tenía un cuerpazo.
—Pues sí.
«Un cuerpazo
duro como una roca. Para caerse de culo. El cuerpo más sexy del planeta».
Jajajajajaja
ResponderEliminarNo bailara desnudo en la mesa!!!
Pero seguro dira un par de cosas comprometedoras!
Jajajajaja
Ahhhh
Una noche de sexo caliente después de un día de mierda y una excelente cena!!!
hay pesecito si no la controles no tomes pero bueno que la vamos hacer si un baile privado y mi lindo monito viendo esta bien
ResponderEliminarWow tremendo susto q paso hae, pero q bueno q solo fue un susto y no paso a mayores.
ResponderEliminarHyuk esta enamorado y nada q se ha dado cuenta. Q le habra hecho kangin a leeteuk hehe
16 años.......si fue así,una muy corta edad para quedar marcado.
ResponderEliminarCayó...oh por dios y es que no puedo culpar a Hae de ninguna forma y aunque quisiera. El tipo esta buenisimo y poco antes le regresa algo tan valioso para él...y la for de agradecer de Hae con besitos en la cara y sentado en él...Hyuk tiene fuerza de voluntad.
Bueno,no mucha por lo visto ya que los dos terminaron aceptando la atracción y la noche que cada uno quería.
Cuando Teuk aparecio pense:"oh,kangin encontrara la horma de su zapato",pero no...parece que ya se conocen y no estan muy bien del todo...nada bien.
Par de celosos...espero el orgullo no les gane.