Mio -Capítulo 2




«¿Ha llamado a Boah para que busque a una sustituta?». No podía permitirse perder una semana de trabajo. Faltar dos días ya había hecho mella en su cuenta vacía. Para llegar a fin de mes necesitaba ganar propinas y nadie le daría ninguna si se quedaba en casa rascándose la barriga.

Había faltado dos días porque le había resultado totalmente imposible ir: aquel virus se lo había tragado, después lo había escupido y finalmente lo había dejado postrada en la cama. Llevaba sin ponerse tan enfermo desde que era un niño.

Exhaló un suspiro y se reclinó sobre los almohadones. Estaba exhausto y se sentía sumamente débil. En el fondo, lo que le apetecía de verdad era taparse con el edredón hasta la nariz y dormir en esa cama tan cómoda y tan calentita hasta sentirse totalmente descansado.

¿Cómo sería esa sensación? No recordaba la última vez que no se había sentido agotado. Estaba más que acostumbrado a ese estado: llevaba cuatro años durmiendo muy poco y comiendo de manera esporádica lo que podía pagar en cada momento.

Donghae levantó la mirada al oír un tintineo y vio que Hyukjae entraba en el dormitorio haciendo malabares con unos platos. Reprimió una sonrisa: ¡menos mal que se había dedicado a la informática porque como camarero no tenía mucho futuro! Llevaba un vaso en una mano y un plato en la otra, y sujetaba con gran dificultad un cuenco entre el codo y el pecho. Le entraron ganas de explicarle que le resultaría más fácil si pusiera el cuenco sobre el plato, pero se contuvo.

—No sé lo que te gusta —refunfuñó mientras posaba el vaso sobre la mesita de noche y le entregaba el cuenco. La falta de información parecía ponerlo de mal humor—. Sopa. Tómatela.

«Eso sí que es ser parco en palabras». Lanzaba órdenes como si fuera un sargento dando instrucción militar.

—Hyukjae, no puedo quedarme —repuso con cautela mientras cogía el cuenco humeante.

Ramen con pollo. Su favorita. El tentador aroma que emanaba del cuenco hizo que le rugiera el estómago, así que cogió la cuchara y probó la sopa con cuidado de no quemarse. Se notaba que era de lata, pero a Donghae le pareció deliciosa y su impaciente estómago le animó a devorarla como una auténtico muerto de hambre.

—Te vas a quedar aquí. Tómate esto.

Lo miró frunciendo el ceño y dejó un puño suspendido en el aire. Cuando él le mostró la palma de la mano, dejó caer dos pastillas de un potente paracetamol. Agradecido, se las metió en la boca y estiró el brazo para coger el vaso de zumo, pero Hyukjae se lo acercó antes de que pudiera alcanzarlo. Tragó las pastillas y devolvió el vaso a Hyukjae, que esperaba con la mano extendida.

—Tengo que ir al trabajo. No puedo permitirme dejar de trabajar. Ya me cogí dos días libres porque estaba enfermo. Seguro que mañana me encontraré mejor.

—Puedes apostar tu lindo trasero a que sí. Yo me encargo de eso —respondió con un tono irascible. Donghae siguió tomándose la sopa sin dejar de observar el semblante de Hyukjae. Estaba muy serio.

Mucho. ¿Cómo era posible que un hombre con tan malas pulgas fuera el hijo de una mujer tan encantadora como Boah?

—No eres mi jefe.

—No, pero mi madre sí, y no quiere que vayas a trabajar. No se había dado cuenta de que no te habías recuperado del todo —repuso malhumorado—. No sé cómo se le pudo pasar por alto. ¡Hay que estar ciego para no verlo! Pareces un mapache con esas pedazo de ojeras. Tienes una pinta de muerto viviente que no puedes con ella. Está claro que mamá está perdiendo facultades. Siempre ha sido capaz de oler los problemas y de sonsacar los secretos por muy dolorosos que resulten —refunfuñó como si estuviera rememorando esas malas experiencias.

—Por la tarde me encontraba mejor y me buscó algo de ropa con la que taparme un poco —le explicó con calma mientras se acababa la sopa.

—¿De dónde diablos has sacado esa indumentaria? Siempre te he visto con vaqueros —preguntó en voz baja recorriendo la cama con la mirada.

Donghae sintió el peligro y se estremeció. Tenía la sensación de que Hyukjae podía ver a través del edredón que le cubría el cuerpo.

—Me la han prestado —respondió mientras Hyukjae retiraba el cuenco y le ofrecía un sándwich con muy buena pinta que aceptó de inmediato—. Es que soy idiota… Esta mañana me tiré un café encima y, como no me daba tiempo a pasar por casa antes de ir al trabajo, me presenté allí llena de manchas.

—Tú no eres idiota —afirmó Hyukjae con rotundidad.

Donghae le lanzó una mirada de asombro mientras tragaba un bocado del delicioso sándwich de ensalada de huevo.

—No nos conocemos. ¿Cómo me reconociste? ¿Cómo sabes la ropa que suelo llevar? Se encogió de hombros y desvió la mirada.

—Te he visto en el restaurante.

—Yo a ti no.

—Voy a menudo a ver a mi madre, pero no suelo pasar por la entrada principal.

Aquello tenía sentido, pues el despacho de Boah estaba en la parte de atrás. Donghae permaneció en silencio mientras devoraba lo que le quedaba de sándwich. Madre mía, estaba muerto de hambre… y le estaba muy agradecido por aquella comida.

—Gracias —le dijo de corazón mientras le devolvía el plato, que él dejó sobre la mesilla.

—Tienes que comer y dormir. —Acarició las ojeras de Donghae con el dedo índice—. Como nunca había estado tan cerca de ti, no me había percatado de lo exhausto que se te ve.

—El virus me ha dejado hecho un asco —murmuró sin darle importancia.

Se sentía a gusto no solo por tener el estómago lleno, sino también por la preocupación que veía en el ceño fruncido de Hyukjae.

—Me encuentro bien. Mañana podré ir a trabajar.

Le entregó el vaso de zumo antes de contestar

—Ni lo sueñes. Acábate eso y a dormir.

Estaba demasiado cansado para discutir, así que se acabó el zumo y, como Hyukjae seguía con la mano extendida, le devolvió el vaso. Ya lo discutirían después. Se le caían los párpados de sueño y sentía el peso del agotamiento como una losa sobre su cuerpo. Necesitaba cerrar los ojos.

Suspiró, apoyó la cabeza en la almohada y se acurrucó bajo el edredón. Hacía años que no se sentía así: lleno, cómodo y… a salvo. Aunque fuera un poco gruñón, Hyukjae parecía haberse adjudicado la misión de proteger a Donghae y aquello resultaba en cierto modo reconfortante.

Siguió dándole vueltas a aquella insólita idea hasta que se quedó dormido.




A la mañana siguiente, bien entrado el día, Donghae se despertó sintiéndose en plena forma. No tenía ni idea de dónde diablos estaba hasta que se acordó del incidente que había sufrido en la calle y de cómo Kim Hyukjae había aparecido de la nada para rescatarlo.

¿Estaría en la casa o se habría ido al trabajo?

Salió de aquella cama inmensa sin hacer el menor ruido y asomó la cabeza por la puerta del dormitorio. Reinaba un silencio sepulcral. Cogió una bata de seda negra que con toda probabilidad sería de Hyukjae, abrió la puerta que había en el otro extremo de la habitación y se sintió aliviado al encontrarse con un baño. Cerró el pestillo y se desnudó en un santiamén dejando caer la ropa a los pies.

Se moría por pegarse una ducha ¡y por tomar un café!

Después de asearse se sentía más persona. Empezó a abrir armarios hasta que encontró un cepillo de dientes nuevo, aún envuelto en el plástico. Uso el peine de Hyukjae para domar su cabello. Entonces se le pasó por la cabeza que quizá le molestaría que usara sus cosas, pero ya era demasiado tarde. «Siéntete como en casa, Donghae».

¡Cómo si un lugar así se pareciera en algo a su casa! Todo era tan lujoso que se sentía un poco abrumado. Suspiró contemplando la bañera ovalada, ¡lo que daría por meterse una hora o dos en esa gran bañera!

No era materialista, pero sabía apreciar una bañera de ese calibre. En su piso solo había una ducha minúscula y era consciente de que no podría pegarse un buen remojón hasta que acabara la carrera y tuviera un piso para él solo. «Tendrá bañera». En ese preciso momento decidió que sería uno de los requisitos de su futuro hogar.

Se dio media vuelta para no caer en la tentación de meterse en aquella gigante bañera, se ajustó la bata y recogió del suelo la ropa y la toalla, tratando de no imaginarse el fornido cuerpo desnudo de Hyukjae introduciéndose en el agua.

«¡Serás tonto! Deja de fantasear con el hijo de tu jefa, busca tu maldita mochila y sal pitando de esta casa».

Vaciló al salir del dormitorio, pues no sabía hacia dónde tenía que dirigirse. El piso era enorme. Avanzó por el corredor y entró en un espacioso salón que lo dejó boquiabierto: el techo parecía el de una catedral y tenía unos muebles preciosos de cuero. ¡Madre mía! ¡Jamás había visto un televisor tan grande! La pantalla ocupaba la pared entera, parecía una sala de cine.

«¿Qué pinto yo aquí? ¡Qué poco pego en esta casa!».

Sus pies descalzos avanzaron por la aterciopelada alfombra hasta pisar un suave azulejo: había entrado en una cocina que sería el sueño de cualquier chef. Combinaba el verde hierba con el color crema y disponía de todos los utensilios que pudieras necesitar en algún momento de tu vida y varios que Donghae ni siquiera supo identificar.

Divisó su mochila sobre la isla de la cocina, abrió la cremallera y metió en el bolsillo grande la ropa que le habían prestado, sin soltar la toalla que acababa de usar para secarse porque no sabía muy bien qué hacer con ella.

—¿Cómo te encuentras?

Un susurro inquisitivo interrumpió el silencio de la cocina y sobresaltándolo. Se giró hacia Hyukjae, que lo contemplaba en silencio desde el umbral, con un brazo apoyado contra el marco de la puerta y una actitud desenfadada. Tenía el pelo mojado como si se acabara de duchar y llevaba puestos unos vaqueros que resaltaban los impresionantes músculos de sus piernas y un suéter verde que marcaba su silueta. Estaba imponente.

Sus radiantes ojos recorrían una y otra vez el cuerpo de Donghae y, a medida que lo hacían, su brillo aumentaba. Arriba y abajo. Arriba y abajo. Donghae se ajustó la bata.

—Perdona. No tenía qué ponerme.

Hyukjae se encogió de hombros y se separó del marco de la puerta.

—A ti te queda cien veces mejor que a mí —respondió con voz sugerente mientras avanzaba hacia un armario que estaba al otro extremo de la cocina—. ¿Un café?

«¡Claro que sí!». Habría reaccionado con el mismo entusiasmo si le hubiera preguntado si tenía ganas de acabar la carrera. Estaba enganchadísimo al café.

—Sí, por favor. Si no es molestia.

—Siéntate. Deberías guardar reposo.

Se sentó en un taburete alto. Lo contempló mientras colocaba una taza en la cafetera e introducía café en una ranura antes de bajar la tapa, estuvo listo en cuestión de segundos.

—Es el sueño de todo cafetero —suspiró Donghae mientras Hyukjae le acercaba una taza humeante.

—Espero que te gusten los sabores intensos —comentó mientras sacaba la leche de la nevera y la
dejaba junto al azucarero delante de Donghae—. Es una mezcla con mucho cuerpo.

Donghae inhaló el delicioso aroma que desprendía la taza humeante y comentó mientras se le hacía la boca agua:

—Huele que alimenta.

Hyukjae le ofreció una cucharilla y, al cogerla, sus dedos se rozaron. Una cálida sensación de hormigueo se propagó desde la mano de Donghae hacia todo su cuerpo. Hyukjae estaba muy cerca, tanto que cuando extendió el brazo hacia sus piernas, Donghae inhaló su aroma, masculino y fresco. En el momento en que los dedos de Hyukjae rozaron la seda que cubría las piernas de Donghae la sensación de calor se dirigió como un rayo a su miembro, lo que lo dejó sin respiración.

—Me llevo esto —explicó Hyukjae cogiendo la toalla húmeda del regazo de Donghae.

Al quitarle la toalla dejó que sus nudillos se deslizaran despacio por los muslos de Donghae, que se estremeció al sentir ese ligero roce aparentemente involuntario. Madre de Dios, se había echado a temblar. Se dio cuenta de que, si no quería perder los estribos, lo mejor era que se alejara de él y que se quedara en algún sitio donde no pudiera olerle, donde no percibiera ni el calor ni las vibraciones sexuales que Hyukjae desprendía.

—Gracias —respondió Donghae soltando la toalla con un hilillo de voz.

Suspiró aliviado al ver que Hyukjae se marchaba a un cuarto contiguo. No tardó en regresar sin la toalla y en preguntarle de nuevo:

—No has respondido a mi pregunta. ¿Cómo te encuentras?

Despegó la mirada del irresistible cuerpo de Hyukjae para echar azúcar y leche al café.

—Estupendamente. Ya no tengo fiebre. Gracias por ayudarme, pero tengo que irme.

—No puedes marcharte. Ni hoy ni mañana —afirmó con un tono neutral mientras se acercaba a la cafetera, metía más café en la máquina y bajaba la tapa con más fuerza de la necesaria.

—¿Por qué no? —preguntó con los ojos abiertos de par en par y una mirada extrañada.

Hyukjae clavó la mirada en la taza humeante de café, se sentó frente a Donghae en otro taburete, cogió la cucharilla de la mesa y se echó un chorrito de leche.

—Os han desahuciado.

Donghae se sobresaltó de tal modo que derramó el café y, con los dedos manchados, lanzó una mirada fulminante a Hyukjae, incapaz de dar crédito a lo que le acababa de oír.

—Eso es imposible. Mi compañero paga el alquiler. Le entrego mi parte todos los meses.

Estiró el brazo para alcanzar el servilletero que estaba en el centro de la mesa y se limpió los dedos. Lo que acababa de decirle Hyukjae lo había impactado tanto que ni siquiera le dolía la leve quemadura que acababa de hacerse. ¿Tan retorcido era su sentido del humor? ¿Acaso no sabía que no tenía ninguna gracia bromear sobre algo así con alguien que vivía al borde de la miseria?

Hyukjae lo miró por fin a los ojos. Tenía una expresión seria que dejaba entrever cierta compasión.

—Me temo que tu compañero se ha esfumado y que lo único que ha dejado en el piso ha sido un par de cajas con tus expedientes académicos, tu partida de nacimiento y algún documento más.

A Donghae le empezaron a temblar las manos, así que las cruzó y las apoyó sobre la encimera de mármol. No podía ser cierto. No lo era.

—Tiene que haber un error.

—No hay ningún error. Mi asistenta habló con el casero a primera hora de la mañana. Han desahuciado a tu compañero de piso. Hace tiempo que se inició el proceso de desalojo y ayer acababa el plazo.

Hyukjae pegó un sorbo al café sin dejar de mirarla a los ojos.

«¡Dios mío, Dios mío, Dios mío!», la mente de Donghae empezó a ir a cien por hora mientras pensaba en las implicaciones que tendría lo que Hyukjae acababa de revelarle. No tenía casa. No tenía nada. ¿Y ahora qué?

—Tiene que haber un error —susurró de nuevo con la mirada clavada en la taza de café.

«Por favor, tiene que tratarse de un error». No podía pagar el alquiler atrasado ni reemplazar sus pertenencias. Eso era imposible.

—¿Dónde están mis cosas? ¿Y mi ropa?

—Tu compañero no ha dejado nada. Tan solo un par de cajas.

—Quizá os habéis equivocado de piso.

—No nos hemos equivocado, Donghae. Lo siento. —Hyukjae dijo de carrerilla la dirección, el nombre del casero y el de la compañera de piso—. ¿Es correcto?

Donghae asintió con la cabeza, pues un nudo en la garganta le impedía hablar. Sus ojos se le llenaron de lágrimas. Santo Dios… Llevaba años manteniendo el equilibrio sobre una cuerda floja y sin red, y justo ahora que estaba a punto de llegar al otro extremo se precipitaba con un traspié al vacío, a una muerte segura.

No hablaba mucho con su compañero, aunque jamás se le había pasado por la cabeza que fuera capaz de hacer algo así. Mantenían una relación cordial, pero, como el poco tiempo que Donghae pasaba en casa lo dedicaba a dormir o a estudiar, las conversaciones con él eran muy poco frecuentes. Una vez al mes Donghae dejaba el dinero de su parte del alquiler y de los gastos sobre la estrecha mesa de la cocina y daba por hecho que él lo empleaba en pagar las facturas. Pero por lo visto no. «Esto no puede estar pasando», se repetía con la sensación de que el mundo entero se le había caído encima. Y así era. Unas pocas palabras —una catástrofe, una traición— habían bastado para echar abajo su vida entera.

—¿Te encuentras bien? —preguntó Hyukjae con indecisión mientras daba un sorbo al café y lo observaba con cautela.

—Sí. No. No lo sé. —Seguía atónito. Tomó una bocanada de aire—. Tengo que pensar.

Pensar qué hacer. ¡Dónde vivir! Apartó la taza de café y enterró la cabeza entre los brazos. Santo Dios…, qué desastre. «Piensa, Donghae. Piensa».

—No tenía ni la más remota idea. ¿Cómo iba a haberlo sabido? —preguntó a Hyukjae aunque en el fondo se lo preguntaba a sí misma, intentando comprender cómo podía haberle pasado algo así.

—Tu compañero dejó la universidad el semestre pasado. Todo apunta a que te ocultó el asunto para que siguieras dándole el dinero hasta que lo echaran —explicó Hyukjae con un tono airado—. Lo siento, Donghae. Ya tenías bastantes dificultades antes de que ocurriera todo esto.

—¿Se ha llevado… todo? ¿Los muebles, las cosas de mi cuarto, todas mis pertenencias…? — balbuceó mientras las lágrimas le formaban otro nudo en la garganta.

—Mi asistenta, Sora, ha traído las únicas cajas que había en el piso. Están en el cuarto de invitados —le informó con un tono muy serio—. Lo he comprobado todo, Donghae. Han actuado dentro de la legalidad. Tu compañero se llevó todo el último día. Si ayer hubieras llegado a casa, te habrías encontrado con un piso vacío. Me alegro de que anoche te ahorraras esa sorpresa. Sora ha devuelto la llave al casero. Van a cambiar las cerraduras. No puedes volver.

«Sin casa. Sin cama. Sin un lugar adonde ir».

La desesperación y la angustia se le fueron acumulando en las entrañas hasta que no pudo ni respirar ni pensar. Lágrimas silenciosas le recorrieron las mejillas mientras daba vueltas a todos los esfuerzos y los sacrificios que había realizado en los últimos cuatro años. Para nada. Todo eso para nada. Acabaría viviendo en un albergue, si es que encontraba uno que tuviera plazas. Tendría que dejar la universidad hasta que se recuperara de este golpe.

—¡Ay, no! ¡Dios mío!

Trató de aplastar el ataque de pánico que se le venía encima con una bocanada de aire profunda, pero no lo logró. Ocultó el rostro con las manos y, mientras el cuerpo entero le temblaba, Lee Donghae hizo algo que no había hecho desde la muerte de sus padres.

Se echó a llorar.

El hielo que cubría el corazón de Hyukjae se resquebrajó un poco al ver cómo aquel joven, se deshacía en lágrimas delante de él. Sus sollozos de desesperación lo removieron por dentro.

Si pudiera dar con el cabrón de su compañero de piso, le haría pagar por todo lo que estaba sufriendo Donghae.

Incapaz de reprimirse, Hyukjae se acercó, lo abrazó y la puso de pie con sumo cuidado. Donghae le rodeó el cuello con los brazos y apoyó el rostro sobre su pecho. Estaban cuerpo contra cuerpo y Hyukjae sintió el estremecimiento de aquella figura, que trataba de apoyar parte del peso de su desesperación en su hombro.

—Tranquilo. Todo saldrá bien. Yo cuidaré de ti.

Hyukjae acarició el pelo negro y sedoso de Donghae, consciente de que lo había dicho totalmente en serio. No lo decía para tranquilizarlo ni para aliviar su dolor, lo decía porque quería cuidar de este joven que había soportado con un coraje digno de admiración los múltiples apuros y vicisitudes que la vida le había deparado. Sin duda era una persona muy especial y faltó poco para que sus lágrimas le emocionaran.

Tomó aire y le abrazó con más fuerza. Recorrió su espalda con una mano y trazó relajantes círculos para calmarlo. Donghae se sentía muy a gusto en sus brazos. Al inhalar su seductora fragancia se empalmó. Una fragancia natural y cautivadora que le hizo la boca agua.

Deseó que la polla se estuviera quietecita mientras apretaba contra su pecho el suave cuerpo de Donghae. Sabía que no era un buen momento para ponerse cachondo, pero le parecía inconcebible estar a un kilómetro de él sin ponerse como una moto.

Hyukjae quería que todos los problemas de Donghae desaparecieran, que se esfumaran sin dejar rastro, como si jamás hubieran existido.

—Lo solucionaremos, Donghae. Yo te ayudaré.

Se apartó de él secándose las lágrimas con ambas manos.

—Te he mojado entero —susurró entre sollozos secándole con la mano la parte delantera de la camisa.

A Hyukjae le entraron ganas de ponerse a llorar cuando Donghae se apartó de él, pero se limitó a decir:

—Da igual.

Tras recuperar la compostura Donghae afirmó con determinación:

—De nada sirve seguir lloriqueando como un bebé. Tengo que ir a buscar un albergue. Ahora mismo estoy en la ruina.

—Déjate de albergues. Quédate aquí. Tengo espacio de sobra —repuso Hyukjae tratando de guardar las formas aunque, si Donghae se empeñaba en irse, estaba dispuesto a sujetarlo para impedírselo. No dejaría que pisara un albergue. Puede que ahora estuviera arruinado, pero era una situación temporal —. Sé sensato. Necesitas ayuda y yo estoy dispuesto a ayudarte. Puedes quedarte aquí hasta que acabes el semestre.

—¿Por qué? ¿Por qué querrías que me quedase aquí? No me conoces de nada.

Le hubiera gustado responderle que sí que lo conocía, que sabía quién era desde el primer momento que lo vio, que había despertado algo en él, un sentimiento franco y primitivo.

—Necesitas ayuda. A todos nos pasa alguna vez. Yo tuve la suerte de tener a mi hermano.

—Hyukjae, no puedo aprovecharme así de ti.

«Que sí, que sí. Y siempre que quieras».

Hyukjae volvió a sentarse para ocultar una erección que iba en aumento y tuvo la suerte de que él también se sentara para coger la taza de café.

—No te estarías aprovechando de mí. Tan solo estarías dejando que te ayudara un poco.

Donghae soltó un resoplido antes de tomar un sorbo del tibio café.

—Es más que «un poco». Aún me quedan más de cuatro meses en la universidad y no tengo dinero, ni ropa, ni nada de nada.

Hyukjae le hubiera respondido que por él podía pasearse desnudo y a sus anchas por el piso, pero en lugar de eso contestó:

—Sora te comprará algo de ropa. No te preocupes. —Respiró profundamente antes de añadir—: Solo tengo una condición. Si me prometes eso, te ayudaré en todo lo que necesites.

—¿Cuál? —preguntó mirándolo con cautela por encima de la taza.

—No quiero que trabajes mientras estudias.

Hyukjae tuvo que reprimir una sonrisa al ver la transformación del rostro de Donghae, que lo miraba ahora con un gesto testarudo e implacable. No iba a ser fácil convencerlo, pero él tampoco pensaba darse fácilmente por vencido.

—No puedo dejar el trabajo. Lo necesito para vivir. No tengo nada —afirmó con rotundidad.

—No trabajarás. Yo te ayudaré en el plano económico. Ya pasas cuarenta horas a la semana en la universidad y eso sin contar lo que estudias en casa. Esa es mi oferta. La tomas o la dejas.

Hyukjae se negaba a quedarse de brazos cruzados mientras él malvivía. Tan solo había dormido una noche como Dios manda y ya casi se le habían quitado las ojeras. Hyukjae quería ser testigo de cómo desaparecían por completo y de cómo se alimentaba en condiciones. Aunque su interior fuera duro como el acero, Donghae tenía un cuerpo frágil.

—Pero yo…

—Ese es el trato, ¿lo tomas o lo dejas?

Hyukjae se quedó contemplando su rostro: vio cómo se le ponía la cara roja y la mirada de desprecio que le dedicaba. Aunque le latía el corazón cada vez más rápido y se había quedado sin respiración, Hyukjae no hizo el menor ruido. Era una estrategia arriesgada, pero Donghae no tenía adónde ir. ¿Qué alternativa le quedaba? A pesar de todo, por un momento —un instante que le pareció una eternidad —, estuvo convencido de que Donghae le iba a mandar a la mierda.

Él le estaba dando órdenes, diciéndole cómo vivir su vida, y su instinto le pedía que se rebelara. Donghae soltó un resoplido de frustración. La expresión de Hyukjae era inquebrantable e inflexible. Estaba claro que no había margen de maniobra. O lo hacían a su manera o no lo hacían. ¿Tenía alternativa? Podría buscar un albergue, pero entonces tendría que abandonar temporalmente los estudios y eso supondría tirar por la borda todo el curso.

—¿Qué pasaría con mi seguro médico? ¿Y con el subsidio por desempleo? ¿Y con el restaurante?

—Mamá se las apañará. Tiene camareros que quieren trabajar más horas. —Donghae se estremeció, pues sabía que Hyukjae estaba en lo cierto. Tenía compañeros que estaban deseando trabajar a jornada completa—. Me encargaré de que mantengas el seguro. No dejaré que pierdas la cobertura médica.

Escudriñó los ojos de Hyukjae tratando de averiguar lo que pensaba, pero aquel hombre era un misterio para ella. ¿Por qué hacía todo esto? ¿Podía fiarse de él? Apenas lo conocía. Pero confiaba en Boah, y Boah adoraba a sus hijos.

—De acuerdo, lo haré. Pero tendrás que tomar nota de todos los gastos porque te devolveré el dinero en cuanto pueda.

—No hay trato.

—Me acabas de decir que solo había una condición.

Como le habían empezado a temblar las manos, Donghae agarró con fuerza la taza de café y la inclinó para tomarse hasta la última gota.

—Puesto que tratas de modificar las condiciones iniciales me veo obligado a añadir una cláusula — repuso Hyukjae encogiéndose de hombros.

—¿Qué sacas tú con todo esto? Voy a invadir tu intimidad, a quedarme con tu dinero, ¿y tú no obtienes nada a cambio? —le preguntó atónita, desconcertada ante semejante acuerdo.

—No quiero tu dinero. ¿No puedes dejar que te ayude sin cuestionar mis motivos? Quiero ayudar. Eso es todo —zanjó con irritación e impaciencia. Le dio el último trago al café y, al dejar la taza sobre la mesa, pegó un manotazo.

—No puedo aceptarlo así como así. Quiero darte algo a cambio de tanta molestia. Siempre me he mantenido a mí mismo.

Estaba nervioso y se levantó para recoger las tazas. Lo cierto era que debería estar besándole los pies como muestra de gratitud, pero, por alguna razón, estar en deuda con Hyukjae le molestaba. No estaba acostumbrado a que le regalaran nada, a que nadie le regalara nada.

Al darse la vuelta Donghae se chocó con el musculoso cuerpo de Hyukjae, que le impedía avanzar sin ejercer el más mínimo esfuerzo. El tío era como un bloque de cemento: duro e inamovible. Para no perder el equilibrio Donghae apoyó las manos en sus fuertes y musculados bíceps:

—Perdona —masculló, pero Hyukjae no se apartó.

—Solo quiero una cosa a cambio, Donghae—le susurró con voz sugerente mientras parecía olfatear su aroma.

Lo tenía rodeado, apresado como a un esclavo. Donghae se derritió por dentro, deseando someterse a su dominación y dejarse caer en sus brazos. «Pero ¿qué…?». ¿Qué querría de él?

Hyukjae se acercó aún más y Donghae se estremeció al sentir el calor que irradiaba su cuerpo. Descalzo medía metro setenta, pero él le superaba en altura, fuerza y potencia. Hyukjae agachó la cabeza y le rozó la oreja con los labios.

—Tú. En mi cama. Una noche. Es todo lo que quiero, todo lo que necesito.



6 comentarios:

  1. TT___TT
    Pobre pescesito!
    Quién fue el desgraciado!!! Qué lo dejo en la ruina!!!???
    Aunque le hizo un favor!!!
    Lo dejo sin ropa! Sin ropa! Qué ordinario!!! Jun~
    Ahhhhhhhhh
    Nooo
    Implícitamente le dijo "puto"
    O.o

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  2. ok un poco fuerte pobre donghae enterarse de la noche a la mañana que se había quedado sin nada:(.
    Que bueno que esta hyukjae para ayudarlo ahora que pasara von la proposion que le hizo hyuk a hae será que aceptara?

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  3. bueno asi es la gente mala onda la dejo en la calle y si previo aviso un lindo monito tus apuestas son altas

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  4. No pues...con esos amigos,para qué enemigos...aunque no era su amigo sino su compañero de casa...pero que desgraciado,viendo la forma en que Hae se mataba para pagar y hacerle esto....ojala lo atraprn por algo que haga.
    Pero viendolo de otra forma,esto dio firma a la excusa perfecta para que Hyuk pudiera obtener lo que tanto quiere y anhela...la primera parte estuvo bien,esperemos la respuesto....aunque claro,esto tenia que pasar,pero le daremos merito al compañero de Hae por apresurar lo acontecido.
    He de citar a Hyuk para resaltar algo que tengo en común con Hae...(Pareces un mapache con esas pedazo de ojeras)...algo bueno...cierto.
    "No quiero aprov3charme de ti.
    Si,si quiero"....más desesperado Hyuk no puede estar.
    "UNA NOCHE" sí claro,señor "cambie a alguien por una mamo"...ㄱㄱ
    .....please,una noche en su cama quizás es lo que quiere...pero seguro necesitara más de eso.
    Se me antojo un café☕

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  5. Siiii yo acepto Hyukkie, de inmediato, jeje, seria feliz con ese trato

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  6. Siiii yo acepto Hyukkie, de inmediato, jeje, seria feliz con ese trato

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yota´s news : De regreso?

 Buenas tardes a todas las lectoras. Después de un año  y casi 4 meses regreso a saludarlas y comentarles nuevas.  Me gustaría decirle...