Mio -Capítulo 10




La casa de Kangin era impresionante. La llamativa decoración en blanco aportaba gran luminosidad y hacía que el espacio, grande de por sí, pareciera aún más amplio y elegante. La ropa que llevaban los invitados y la comodidad con la que charlaban en aquel entorno tan suntuoso dejaban patente su estatus y su riqueza.

Donghae intentó que no se notara mucho que prácticamente era un indigente, pero le costaba no mirar boquiabierto todo lo que había alrededor. Mujeres y jóvenes ataviados con diamantes y piedras preciosas, tenían pinta de estirados. Los hombres, que olían a dinero y poder, se agrupaban en círculos en los que, con toda probabilidad, se hablaba de negocios o de fútbol.

Hyukjae se acercó a un gran bufé que reponían constantemente unos camareros en silencio y llenó dos platos con canapés elaborados. Donghae fue a coger servilletas, pero estaban dobladas con tal precisión que prácticamente se sintió culpable por descolocarlas. 

Frunció el ceño al darse cuenta de que los platos eran de porcelana fina. A él le daría mucha rabia tener que lavar toda esa vajilla y se preguntó cuántos lavaplatos serían necesarios para limpiar todo aquello cuando concluyera la fiesta. ¿Es que los ricos no habían oído hablar de las servilletas y los platos de papel?

Una vez que se hubieron situado en un lugar tranquilo Donghae se dispuso a comer y, aunque no tenía ni la menor idea de lo que se estaba llevando a la boca, no hizo ascos. Ni mucho menos. Cada bocado que daba se le derretía en la boca y, cuando acabó con el último manjar, se lamió los labios temiendo que le quedaran migas por la cara.

—Madre mía, estaba todo delicioso —comentó agradecido mientras le entregaba el plato vacío a un camarero.

—¿Desea que le traiga algo más, señor? —preguntó con cortesía el camarero.

—No, gracias. Estoy lleno.

Donghae sonrió al hombrecillo, que respondió inclinando la cabeza antes de marcharse.

Hyukjae, que ya se había deshecho de su plato, cogió dos copas de champán de la bandeja de una camarera.

—Eso es lo que me encanta de ti —susurró dándole la copa.

—¿El qué?

Le miró sorprendido antes de coger la copa. Pegó un sorbito al champán para decidir si le gustaba o no. Era seco, pero no estaba mal.

—Disfrutas con la comida. Ni le haces ascos ni comes como un pajarito. Cuando te miro casi me da envidia. Se nota que gozas cuando la comida es buena —respondió antes de pegarle un buen trago a la copa—. Verte comer es una experiencia erótica.

Donghae se encogió de hombros mientras inclinaba la copa.

—Cuando no tienes una despensa inagotable ni sabes cuándo será la próxima vez que podrás llevarte un bocado a la boca, aprendes a valorar el sabor de la comida.

—¿Comer siempre será una experiencia orgásmica para ti? —preguntó como quien no quiere la cosa, pero con un brillo especial en los ojos.

Intentó reprimir la sonrisa con todas sus fuerzas, pero en cuanto lo miró a los ojos sus labios se curvaron.

—Seguramente.

—¡Hyukjae!

Una voz masculina de tenor cruzó la sala y los dos se giraron para ver a un hombre de mediana edad con un brazo en alto que trataba de llamar la atención de Hyukjae.

—Date una vuelta, cumpleañero. Eres el invitado de honor —le dijo Donghae sonriendo—. Voy a acercarme a hablar un rato con tu madre.

Aunque no mostró mucho entusiasmo, se alejó de ella y se dirigió hacia el hombre que seguía agitando los brazos para saludarlo. Bebió otro sorbo y observó cómo Hyukjae avanzaba por la sala, saludando a gente con una sonrisa encantadora. Quizá no tuviera el carisma de Kangin, pero se las apañaba bastante bien. No mostraba rastro alguno de incomodidad codeándose con esa gente. De hecho, iba de grupo en grupo charlando y manteniendo conversaciones triviales como si fuera lo más natural del mundo.

«Porque para él lo es. Puede que no le gusten los eventos sociales, pero es capaz de seguir el rollo».

No lograba despegar la mirada de Hyukjae. Le fascinaba descubrir una faceta que no había visto hasta ese momento. Hyukjae tenía muchas capas, una personalidad llena de matices. Se esforzó por dejar de mirarlo embobado y empezó a buscar a Boah, a quien encontró junto al bufé.

Estuvieron hablando un rato hasta que se llevaron a su amigo. Como no quería que se notara que no conocía a nadie más, se acercó a unas puertas ornamentadas, convencido de que darían al exterior y de que la vista sería espectacular.

En una terraza sobre un jardín se sentaban varios invitados en mesitas al resguardo de curiosos. No todas se encontraban ocupadas. Estaba empezando a oscurecer y se había levantado cierta brisa, pero Donghae llevaba tanto tiempo dentro de aquella casa abarrotada que le sentó bien un poco de aire fresco.

Respiró hondo al salir. Bajo las escaleras nacía un caminito de adoquines que parecía conducir a un embarcadero. Justo antes de decidirse a bajar oyó una conversación que le hizo detenerse en seco.

—Pensé que podríamos pasar un rato juntos, Hyukjae. He visto una pulsera de diamantes divina y me encantaría tenerla. —La voz femenina tenía un deje fingido y afectado. Donghae esperaba no ver al Hyukjae que le dejaba sin aliento mientras estaban juntos, pero necesitaba saberlo, así que se armó de valor y giró la cabeza despacio. Al ver los hombros anchos, el pelo oscuro y el jersey que sabía que llevaba Hyukjae se le cortó la respiración. Estaba de espaldas a él a pocos metros. Unos brazos estilizados le rodeaban el cuello y unas uñas de manicura se apoyaban con naturalidad sobre su nuca.

—Me han hablado del tipo de tratos… que ofreces. Esperaba que pudiéramos llegar a un acuerdo. —La edulcorada voz resultaba muy seductora y las manos de la mujer se paseaban por los hombros de Hyukjae como si fueran suyos.

Donghae empezó a sentir náuseas y se alejó de la pareja sin hacer ruido. No quería que Hyukjae lo viera ni que la mujer anónima pensara que los estaba espiando aunque probablemente le daría igual. Aquella rubia era como un gato clavando las uñas en una presa y no dejaría que la distrajeran de su objetivo.

Aunque la luz no era tan intensa como en el interior de la casa a Donghae le bastó una mirada fugaz para darse cuenta de que la mujer que Hyukjae tenía entre los brazos era todo lo que él no era. Era incapaz de moverse o de reaccionar; tenía los ojos pegados a la pareja y sus pies parecían estar enterrados en cemento. Oyó susurrar algo a la mujer, pero no pudo descifrar lo que decía. Los labios rojo pasión esbozaron una sonrisa calculada antes de que la rubia agarrara a Hyukjae por la nuca y lo acercara a su boca.

Con el corazón a cien por hora Donghae bajó los escalones rápidamente. Necesitaba escapar cuanto antes de la escena digna de una película de terror que se acababa de proyectar ante sus ojos.

«Respira. Concéntrate en respirar».

Llegó al embarcadero jadeando y con el estómago revuelto. Se aferró a la barandilla de madera para recuperar el equilibrio y trató por todos los medios de normalizar la alterada respiración.

«Respira. Inhala. Exhala. Inhala. Exhala. No pasa nada. No pasa nada». La vida sexual de Kim Hyukjae no era asunto suyo. No tenía ningún compromiso con él y, visto lo visto, Hyukjae con él menos. Se habían acostado sin ataduras.

«Inhala. Exhala. Inhala. Exhala otra vez».

Logró volver a respirar con normalidad, pero seguía sintiendo náuseas. Ahora entendía por qué Hyukjae nunca había tenido pareja estable. Había un sinfín de jóvenes y mujeres haciendo cola para entretenerlo… a cambio de algo. ¿Un acuerdo? ¿En serio?. Las parejas lo utilizaban y él las utilizaba a ellas. El estómago le dio otro vuelco y se agarró con más fuerza a la madera.

«Olvídalo. No importa».

No debería importarle…, pero le importaba. Le dolía que Hyukjae estuviera negociando un acuerdo para follarse a otra persona cuando estaba tonteando con él. Es más, hacía menos de  24 horas habían echado un polvo increíble. O eso pensaba. Quizá solo había sido decisivo para él. Quizá Hyukjae echaba de menos atar a sus parejas, tenerlas indefensas con los ojos vendados. Quizá es eso lo que necesitaba.

«¿Pensabas que eras alguien especial? ¿La persona que ayudaría a Hyukjae a librarse de las inseguridades del pasado? Quizá no tiene ninguna. Quizá le gusta vivir así. Quizá lo que pasa es que eres tonta de remate y no sabes entender a un playboy multimillonario que puede comprar a quien desee».

Sus pensamientos eran un torbellino que lo martirizaba y acabó preguntándose si todo lo que hasta ahora había visto en Hyukjae no era más que un castillo en el aire, una falacia que él mismo se había inventado, un hombre que se había imaginado.

«En el fondo no piensas así».

—El problema es… que ya no sé qué pensar —murmuró para sí mismo con voz temblorosa. Todas sus ilusiones se habían desvanecido y ya no tenía ni idea de qué pensar. Había confiado en Hyukjae, lo había tomado por un hombre decente con un pasado oscuro, pero su comportamiento lo había dejado hecha un lío, se sentía humillado y devastado.

Con la mirada perdida en las luces que parpadeaban en las ondas del agua se frotó los brazos para que dejaran de temblar. ¿Cómo lograría borrar la imagen de Hyukjae besando a un pibón descerebrado, a una mujer perfecta que Donghae no entendía qué había visto Hyukjae en él?

Pestañeó y una lágrima le cayó en silencio por la mejilla. Lo más probable es que jamás lo olvidara. Esa escena, la sensación de traición y el terrible dolor se quedarían con él durante un tiempo. Donghae permaneció ensimismado en sus pensamientos como una sombra inmóvil en el embarcadero. Había dejado de tener frío. Ojalá no tuviera que volver a la fiesta ni enfrentarse a la realidad.

Pero lo haría. Tenía que hacerlo. Aunque lo evitaría todo el tiempo que fuera posible.

—No sé qué te da mi hermano, pero si, cuando acabe contigo, acudes a mí, te daré más.

El silencio fue interrumpido por una sensual voz que le susurró al oído. Donghae se pegó tal susto que, de no haber sido por la fornida mano que lo cogió de la cintura, se habría caído del embarcadero.

—Eeeh…, tranquilo.

Donghae se giró hacia la voz, que ya sabía de quién era. Kangin lo acorraló, poniéndole las manos en los costados para evitar que huyera.

—¿Qué…, qué me dices?

Aquel hombre no le afectaba lo más mínimo, pero no le hacían ninguna gracia las confianzas que se estaba tomando.

—Te pagaré. La suma que me digas y del modo que elijas.

Aquella mirada tan fría la hizo estremecer. ¡Dios mío! Le estaban dando arcadas. Tragó saliva y observó aquel rostro con aspecto de deidad, incapaz de creer que se le estaba insinuando.

Como si fuera una ramera.

En su interior la ira se despertó como un ave fénix y empezó a aumentar y a hacerse cada vez más intensa. Una rabia incontenible le nubló la visión y su cuerpo comenzó a temblar.

—A Hyukjae no le importará —le aseguró Kangin, poniéndole la mano sobre el hombro.

Su comentario le atravesó el cuerpo entero y le hizo saltar. Pero ¿qué narices se pensaban los Kim? ¿Que podían comprar a todo aquel que se quisieran tirar? Echó el brazo hacia atrás y le pegó con el puño… con todas sus fuerzas. Al golpear su arrogante rostro sonriente se produjo un chasquido que irrumpió en la oscuridad casi silenciosa, retumbando en la paz de la noche.

—Leeteuk tenía razón. Eres una víbora —le espetó temblando de rabia.

—¿Leeteuk? ¿Park Leeteuk?

Kangin estaba atónito. No sabía si se había quedado así por el golpe o por oír el nombre de Leeteuk, pero tampoco le importaba. Lo apartó de un empujón y echó a correr. Se salió del camino iluminado y corrió por el césped recién segado hasta llegar a la entrada de la casa. Corrió entre los coches buscando a Kyuhyun, que esperaba pacientemente en el auto. Abrió la puerta del coche y se instaló en el asiento del copiloto.

—Llévame a casa, por favor —le rogó con un nudo de lágrimas en la garganta que le quebraba la voz—. Por favor.

—¿Se encuentra bien, joven Donghae?

Aunque estaba oscuro y no podía verle la cara supo por la voz del chófer que estaba preocupado.

—No me encuentro bien. Tengo que irme a casa —afirmó incapaz de ocultar la desesperación con la que se lo pedía.

—¿Puedo hacer algo por usted?

—Sí. Llévame a casa. Me pondré bien.

No se pondría bien. Ni ahora ni mañana. Seguramente tardaría mucho tiempo en recuperarse, pero eso no se lo dijo.

El bueno de Kyuhyun no le hizo más preguntas. Arrancó el vehículo y se dirigió directo al piso. A Donghae le temblaban las manos, se esforzaba por que las lágrimas que le inundaban los ojos no rebosaran. No podía llorar. No tenía motivos para hacerlo. Los Kim tan solo estaban haciendo lo que para ellos era normal. Quien tenía el problema era él. Había hecho una absoluta estupidez: no había logrado resistirse a enamorarse de Kim Hyukjae. Estaba locamente enamorado. Lo amaba con una pasión y un desenfreno que en nada se parecían al amor que había sentido por su ex. Este amor la tenía hecha un lío, le arañaba el alma y le revolvía las entrañas; era el tipo de amor que lo haría sufrir. Y mucho.

Reprimió un amargo sollozo mordiéndose el labio hasta que se hizo sangre y giró la cabeza a la derecha para ver pasar la ciudad por la ventana del coche que lo llevaba a casa.

«Ya te has enfrentado antes a la pérdida, Donghae. Lo superarás».

A raíz del fallecimiento de sus padres se había acostumbrado a recurrir a palabras de ánimo y arengas para superar las batallas más arduas. Hasta ahora siempre le habían funcionado. Al fin y al cabo había llegado hasta aquí, ¿no?

«Lo olvidarás. El tiempo lo cura todo».

Notó que un peso insoportable se instalaba en su pecho y lo aplastaba.

Por primera vez en la vida Donghae Foster sintió que se estaba mintiendo a sí mismo.



—¡Donghae! —vociferó Hyukjae dando un portazo tras entrar en el piso.

Tiró las llaves sobre la encimera de la cocina sin ningún cuidado. Vio que había una tarjeta y un pequeño regalo envuelto con cuidado, pero lo ignoró y continuó corriendo por el piso como un poseso.

»¡Donghae!

Siguió gritando su nombre hasta quedarse afónico, pero todos los cuartos estaban vacíos. El dormitorio de él estaba intacto; tan solo faltaba su mochila.

»¡Mierda!

Volvió a la cocina y, al coger la tarjeta y el paquete envuelto en papel de colores, encontró un cheque de Donghae por un valor de noventa mil dólares y una nota.


Te devolveré el resto en cuanto encuentre un trabajo. He dejado todos tus regalos excepto un par de vaqueros y algunas camisas. Gracias por todo. Siempre te estaré agradecido.

Donghae


¿Qué era eso? No quería su gratitud…, sino a él.

Arrugó el papel con fuerza hasta que se le quedaron los nudillos blancos. ¿Le había dejado?

Sin darle una explicación. Sin despedirse.

Se había… esfumado.

Cogió el regalo y la tarjeta y se fue al salón a servirse una copa. Se tomó un whisky de un trago antes de servirse otro y se sentó en un sillón de cuero tras dejar la copa en una mesita a su lado.

Apoyó la cabeza en el respaldo y cerró los ojos. Deseaba volver al momento en el que Donghae y él habían salido del piso para ir a la fiesta. Si pudiera volver atrás, se habría comportado de otra manera: no habrían salido de casa.

Esa noche había estado a punto de matar a su hermano. Le había dado una paliza tras enterarse de que le había entrado a Donghae. No le había costado mucho averiguarlo: Donghae había desaparecido y Kangin llevaba un golpe en la cara que obviamente le había propinado alguien cabreado. Se había pasado de la raya: le había hecho creer a Donghae que a Hyukjae no le importaría que Kangin se lo follara.

Kangin iba como una cuba cuando le había confesado lo ocurrido y Hyukjae había perdido los papeles de tal modo que no le había importado lo más mínimo lo borracho que estuviera: lo había tirado al suelo y no había dejado de golpearlo hasta que su madre se había interpuesto entre ellos.

Era la primera vez que su hermano y él llegaban a las manos. Kangin jamás le había puesto un dedo encima y Hyukjae nunca se hubiera imaginado pegando un puñetazo a su hermano. Hasta ese día. Hasta que llegó Donghae. La idea de otro hombre tocándolo le hacía perder los estribos.

Hyukjae no se sentía mejor porque Donghae hubiera rechazado a Kangin y le hubiera pegado semejante guantazo. Seguramente se había sentido agredido y confundido. Encima, lo había abandonado. Solo de pensarlo le entraban ganas de volver a la casa para pegarle otra paliza al imbécil de su hermano.

Abrió los ojos al darse cuenta de que había arrugado la tarjeta. La extendió y la abrió.

Hyukjae,

¡Feliz cumpleaños! Quería regalarte algo sin gastarme tu dinero, algo que fuera especial. Se me ocurrió este regalo porque sé que tienes una colección de monedas.

Es de mi padre. Era su penique de la suerte. Lo encontró el día que conoció a mi madre. Juraba y perjuraba que lo había encontrado pocos segundos antes de verla por primera vez. Siempre decía que gracias a ese penique había tenido la inmensa suerte de conocerla.

Siempre lo he llevado conmigo. He llegado hasta aquí, así que supongo que me ha dado suerte.

No es gran cosa, pero quiero que lo tengas tú. Sé que en realidad no necesitas tener suerte, pero me sentiré mejor si sé que lo tienes. Espero que te proteja.

Donghae


Hyukjae rompió el envoltorio y se quedó mirando con mucha concentración la cajita de plástico gastado. Finalmente la abrió para ver mejor la moneda.

Perplejo, le dio una vuelta y después otra. Madre mía, era un penique de cuño doblado de 1955 y estaba en muy buen estado. No era un tasador profesional, pero estaba convencido de que tenía bastante valor.

¿Era consciente Donghae de que había estado yendo por ahí con una pieza tan singular? Una moneda que, si la vendiera, tendría para comer varios meses.

Probablemente no. Además, sabía que Donghae preferiría morirse antes que vender un objeto con tanto valor sentimental.

Pero se la había dado a él. Había renunciado a algo que era muy valioso para él para regalárselo por su cumpleaños.

Cerró la cajita y apretó la moneda entre los dedos antes de ponérsela sobre el corazón. Sintió que el dolor le atravesaba el esternón: ¿por qué se había desprendido de una moneda que había pertenecido a su padre? ¿Por qué se la había dado a él? El instinto le decía que para Donghae era un objeto especial, tanto que siempre lo había llevado consigo.

Hyukjae se acabó la segunda copa de whisky y se guardó la moneda en el bolsillo delantero. No se separaría de ella hasta que pudiera devolvérsela. En persona.

Cogió el móvil y llamó a su jefe de seguridad. Siwon respondió al segundo toque.

—¿Lo están siguiendo? —preguntó Hyukjae con brusquedad, sin preocuparse de las formalidades.

—Por supuesto. No sabía qué estaba ocurriendo, pero lo hemos seguido y parece haber encontrado un lugar para pasar la noche. Es un buen barrio, la casa es decente y pertenece a un tal doctor Park —informó Siwon.

—Se ha marchado. Que lo siga un equipo las veinticuatro horas del día. Quiero saber hasta cuándo estornuda.

—Muy bien, jefe. Así será.

Hyukjae colgó con un suspiro. Era evidente que había ido a dormir a casa de su amigo Leeteuk. Allí estaría bien. De momento.

No le había contado a Donghae que llevaba escolta desde el día del incidente de la clínica. El equipo de Siwon trabajaba por turnos para vigilarlo y permanecía alerta cada minuto del día. La policía no había detenido a los que le habían disparado en la clínica y Hyukjae no estaba dispuesto a correr ningún riesgo. Donghae los había visto de cerca y había ayudado a la policía a realizar los retratos. Tenía que estar protegido hasta que pillaran a esos capullos. Hyukjae necesitaba asegurarse de que Donghae estaba a salvo.

Todos sus instintos, cada célula de su cuerpo, lo instaban a ir a buscarlo para traerlo de vuelta, en brazos si fuera necesario. Estaba deseando hacerlo, pero sabía que no saldría bien. Era obvio que el incidente con Kangin lo había disgustado y sería mejor que le diera un poco de tiempo. Arrastrarlo a su casa solo solucionaría el problema temporalmente y Hyukjae no estaba interesado en el corto plazo. Necesitaba a Donghae y quería tenerlo para siempre. No se contentaría con otra cosa.

Si hace unas semanas alguien le hubiera dicho que conocería a un joven sin el cual no podría vivir, se habría desternillado de la risa. Pero en ese momento no le hacía ninguna gracia. Donghae era lo más importante en su vida y era incapaz de plantearse un futuro sin él.

¿Qué tipo de vida había llevado antes de conocerlo?

Frunció el ceño recordando a todos aquellos que se había tirado en el pasado. Personas que tenían que beber y ser agasajadas con regalos prohibitivos para ofrecerle sus cuerpos. Habían sido experiencias vacías con personas que toleraban sus actos a cambio de dinero. Aquellos tratos habían satisfecho de forma temporal sus necesidades, pero le habían dejado un inmenso vacío, que ni siquiera había notado antes de conocer a Donghae. Había descubierto lo que suponía estar con alguien que lo deseaba de verdad y ya no había vuelta atrás. Necesitaba a Donghae más que al aire que respiraba. Hyukjae puso a Dios por testigo de que, a pesar de que no lo merecía, lo recuperaría.

Hizo un esfuerzo para ir al dormitorio, se desnudó y se dirigió hacia la cama. Se dio la vuelta con brusquedad y volvió a la pila de ropa que había dejado en el suelo para rebuscar en el bolsillo de los pantalones. Sacó la moneda que Donghae le había regalado, cerró la mano y, aunque estaba totalmente desvelado, se metió en la cama deseando que el sueño lo ayudara a olvidarse de todo.

La partida de Donghae era como una tortura cruel. La casa estaba demasiado silenciosa, demasiado vacía. Desde que había cruzado la puerta por primera vez, su presencia había sido palpable y Hyukjae percibía el fantasma de su esencia y los ecos de su risa.

Metió la moneda bajo la almohada y se tumbó de espaldas. Estaba agitado y rezó para que el sueño se lo llevara…, pero Dios debía de estar ocupado porque se pasó en vela casi toda la noche, buscando la mejor estrategia para recuperar a Donghae.

Lo recuperaría. Era la única opción que se planteaba. Tan solo tenía que encontrar la mejor forma de alcanzar su objetivo.

Cuando por fin consiguió dormirse ya despuntaba el día, pero no logró descansar, pues las visiones de Donghae lo atormentaron en sueños.




3 comentarios:

  1. TT___TT
    Mapache idiota!
    Ahh pero bien que le nombran a su ángel y se le revuelve la vida!!!
    Noooo
    Pecesito~
    No dejes a tu monito sexoso!!
    No se vale!!!
    Maldita falta de comunicación!!!

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  2. algo bueno salio de esa fiesta mi lindo monito ya sabe que se muere sin su lindo pecesito y vamos tonto mono ve por el

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  3. Wauuuu y eso que lo de Kagin es solo la punta de iceber, no se imagina ni por asomo que Hae lo miro con la tipa esa, al parecer no la tendra facil

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yota´s news : De regreso?

 Buenas tardes a todas las lectoras. Después de un año  y casi 4 meses regreso a saludarlas y comentarles nuevas.  Me gustaría decirle...