La casa de Kangin
era impresionante. La llamativa decoración en blanco aportaba gran luminosidad
y hacía que el espacio, grande de por sí, pareciera aún más amplio y elegante.
La ropa que llevaban los invitados y la comodidad con la que charlaban en aquel
entorno tan suntuoso dejaban patente su estatus y su riqueza.
Donghae
intentó que no se notara mucho que prácticamente era un indigente, pero le
costaba no mirar boquiabierto todo lo que había alrededor. Mujeres y jóvenes ataviados
con diamantes y piedras preciosas, tenían pinta de estirados.
Los hombres, que olían a dinero y poder, se agrupaban en círculos en los que,
con toda probabilidad, se hablaba de negocios o de fútbol.
Hyukjae se
acercó a un gran bufé que reponían constantemente unos camareros en silencio y
llenó dos platos con canapés elaborados. Donghae fue a coger servilletas, pero
estaban dobladas con tal precisión que prácticamente se sintió culpable por
descolocarlas.
Frunció el ceño al darse cuenta de que los platos eran de
porcelana fina. A él le daría mucha rabia tener que lavar toda esa vajilla y se
preguntó cuántos lavaplatos serían necesarios para limpiar todo aquello cuando
concluyera la fiesta. ¿Es que los ricos no habían oído hablar de las
servilletas y los platos de papel?
Una vez que
se hubieron situado en un lugar tranquilo Donghae se dispuso a comer y, aunque
no tenía ni la menor idea de lo que se estaba llevando a la boca, no hizo
ascos. Ni mucho menos. Cada bocado que daba se le derretía en la boca y, cuando
acabó con el último manjar, se lamió los labios temiendo que le quedaran migas
por la cara.
—Madre mía,
estaba todo delicioso —comentó agradecido mientras le entregaba el plato vacío
a un camarero.
—¿Desea que
le traiga algo más, señor? —preguntó con cortesía el camarero.
—No, gracias.
Estoy lleno.
Donghae
sonrió al hombrecillo, que respondió inclinando la cabeza antes de marcharse.
Hyukjae, que
ya se había deshecho de su plato, cogió dos copas de champán de la bandeja de
una camarera.
—Eso es lo
que me encanta de ti —susurró dándole la copa.
—¿El qué?
Le miró
sorprendido antes de coger la copa. Pegó un sorbito al champán para decidir si
le gustaba o no. Era seco, pero no estaba mal.
—Disfrutas
con la comida. Ni le haces ascos ni comes como un pajarito. Cuando te miro casi
me da envidia. Se nota que gozas cuando la comida es buena —respondió antes de
pegarle un buen trago a la copa—. Verte comer es una experiencia erótica.
Donghae se
encogió de hombros mientras inclinaba la copa.
—Cuando no
tienes una despensa inagotable ni sabes cuándo será la próxima vez que podrás
llevarte un bocado a la boca, aprendes a valorar el sabor de la comida.
—¿Comer
siempre será una experiencia orgásmica para ti? —preguntó como quien no quiere
la cosa, pero con un brillo especial en los ojos.
Intentó
reprimir la sonrisa con todas sus fuerzas, pero en cuanto lo miró a los ojos
sus labios se curvaron.
—Seguramente.
—¡Hyukjae!
Una voz
masculina de tenor cruzó la sala y los dos se giraron para ver a un hombre de
mediana edad con un brazo en alto que trataba de llamar la atención de Hyukjae.
—Date una
vuelta, cumpleañero. Eres el invitado de honor —le dijo Donghae sonriendo—. Voy
a acercarme a hablar un rato con tu madre.
Aunque no
mostró mucho entusiasmo, se alejó de ella y se dirigió hacia el hombre que
seguía agitando los brazos para saludarlo. Bebió otro sorbo y observó cómo Hyukjae
avanzaba por la sala, saludando a gente con una sonrisa
encantadora. Quizá no tuviera el carisma de Kangin, pero se las apañaba
bastante bien. No mostraba rastro alguno de incomodidad codeándose con esa
gente. De hecho, iba de grupo en grupo charlando y manteniendo conversaciones
triviales como si fuera lo más natural del mundo.
«Porque para
él lo es. Puede que no le gusten los eventos sociales, pero es capaz de seguir
el rollo».
No lograba
despegar la mirada de Hyukjae. Le fascinaba descubrir una faceta que no había
visto hasta ese momento. Hyukjae tenía muchas capas, una personalidad llena de
matices. Se esforzó
por dejar de mirarlo embobado y empezó a buscar a Boah, a quien encontró junto
al bufé.
Estuvieron
hablando un rato hasta que se llevaron a su amigo. Como no quería que se notara
que no conocía a nadie más, se acercó a unas puertas ornamentadas, convencido
de que darían al exterior y de que la vista sería espectacular.
En una
terraza sobre un jardín se sentaban varios invitados en mesitas al resguardo de
curiosos. No todas se encontraban ocupadas. Estaba empezando a oscurecer y se
había levantado cierta brisa, pero Donghae llevaba tanto tiempo dentro de aquella
casa abarrotada que le sentó bien un poco de aire fresco.
Respiró hondo
al salir. Bajo las escaleras nacía un caminito de adoquines que parecía
conducir a un embarcadero. Justo antes de decidirse a bajar oyó una
conversación que le hizo detenerse en seco.
—Pensé que
podríamos pasar un rato juntos, Hyukjae. He visto una pulsera de diamantes
divina y me encantaría tenerla. —La voz femenina tenía un deje fingido y
afectado. Donghae esperaba no ver al Hyukjae que le dejaba sin aliento mientras
estaban juntos, pero necesitaba saberlo, así que se armó de valor y giró la
cabeza despacio. Al ver los hombros anchos, el pelo oscuro y el jersey que
sabía que llevaba Hyukjae se le cortó la respiración. Estaba de espaldas a él a
pocos metros. Unos brazos estilizados le rodeaban el cuello y unas uñas de
manicura se apoyaban con naturalidad sobre su nuca.
—Me han
hablado del tipo de tratos… que ofreces. Esperaba que pudiéramos llegar a un
acuerdo. —La edulcorada voz resultaba muy seductora y las manos de la mujer se paseaban
por los hombros de Hyukjae como si fueran suyos.
Donghae
empezó a sentir náuseas y se alejó de la pareja sin hacer ruido. No quería que Hyukjae
lo viera ni que la mujer anónima pensara que los estaba espiando aunque
probablemente le daría igual. Aquella rubia era como un gato clavando las uñas
en una presa y no dejaría que la distrajeran de su objetivo.
Aunque la luz
no era tan intensa como en el interior de la casa a Donghae le bastó una mirada
fugaz para darse cuenta de que la mujer que Hyukjae tenía entre los brazos era
todo lo que él no era. Era incapaz de moverse o de reaccionar; tenía los ojos
pegados a la pareja y sus pies parecían estar enterrados en cemento. Oyó
susurrar algo a la mujer, pero no pudo descifrar lo que decía. Los labios rojo
pasión esbozaron una sonrisa calculada antes de que la rubia agarrara a Hyukjae
por la nuca y lo acercara a su boca.
Con el
corazón a cien por hora Donghae bajó los escalones rápidamente. Necesitaba
escapar cuanto antes de la escena digna de una película de terror que se
acababa de proyectar ante sus ojos.
«Respira.
Concéntrate en respirar».
Llegó al
embarcadero jadeando y con el estómago revuelto. Se aferró a la barandilla de
madera para recuperar el equilibrio y trató por todos los medios de normalizar
la alterada respiración.
«Respira.
Inhala. Exhala. Inhala. Exhala. No pasa nada. No pasa nada». La vida sexual de Kim
Hyukjae no era asunto suyo. No tenía ningún compromiso con él y, visto lo
visto, Hyukjae con él menos. Se habían acostado sin ataduras.
«Inhala.
Exhala. Inhala. Exhala otra vez».
Logró volver
a respirar con normalidad, pero seguía sintiendo náuseas. Ahora entendía por
qué Hyukjae nunca había tenido pareja estable. Había un sinfín de jóvenes y mujeres
haciendo cola para entretenerlo… a cambio de algo. ¿Un acuerdo? ¿En serio?. Las
parejas lo utilizaban y él las utilizaba a ellas. El estómago le dio otro
vuelco y se agarró con más fuerza a la madera.
«Olvídalo. No
importa».
No debería
importarle…, pero le importaba. Le dolía que Hyukjae estuviera negociando un
acuerdo para follarse a otra persona cuando estaba tonteando con él. Es más,
hacía menos de 24 horas habían echado un
polvo increíble. O eso pensaba. Quizá solo había sido decisivo para él. Quizá Hyukjae
echaba de menos atar a sus parejas, tenerlas indefensas con los ojos vendados.
Quizá es eso lo que necesitaba.
«¿Pensabas
que eras alguien especial? ¿La persona que ayudaría a Hyukjae a librarse de las
inseguridades del pasado? Quizá no tiene ninguna. Quizá le gusta vivir así.
Quizá lo que pasa es que eres tonta de remate y no sabes entender a un playboy
multimillonario que puede comprar a quien desee».
Sus pensamientos
eran un torbellino que lo martirizaba y acabó preguntándose si todo lo que
hasta ahora había visto en Hyukjae no era más que un castillo en el aire, una
falacia que él mismo se había inventado, un hombre que se había imaginado.
«En el fondo
no piensas así».
—El problema
es… que ya no sé qué pensar —murmuró para sí mismo con voz temblorosa. Todas
sus ilusiones se habían desvanecido y ya no tenía ni idea de qué pensar. Había
confiado en Hyukjae, lo había tomado por un hombre decente con un pasado
oscuro, pero su comportamiento lo había dejado hecha un lío, se sentía
humillado y devastado.
Con la mirada
perdida en las luces que parpadeaban en las ondas del agua se frotó los brazos
para que dejaran de temblar. ¿Cómo lograría borrar la imagen de Hyukjae besando
a un pibón descerebrado, a una mujer perfecta que Donghae no entendía qué había
visto Hyukjae en él?
Pestañeó y
una lágrima le cayó en silencio por la mejilla. Lo más probable es que jamás lo
olvidara. Esa escena, la sensación de traición y el terrible dolor se quedarían
con él durante un tiempo. Donghae permaneció ensimismado en sus pensamientos
como una sombra inmóvil en el embarcadero. Había dejado de
tener frío. Ojalá no tuviera que volver a la fiesta ni enfrentarse a la
realidad.
Pero lo
haría. Tenía que hacerlo. Aunque lo evitaría todo el tiempo que fuera posible.
—No sé qué te
da mi hermano, pero si, cuando acabe contigo, acudes a mí, te daré más.
El silencio
fue interrumpido por una sensual voz que le susurró al oído. Donghae se pegó
tal susto que, de no haber sido por la fornida mano que lo cogió de la cintura,
se habría caído del embarcadero.
—Eeeh…,
tranquilo.
Donghae se
giró hacia la voz, que ya sabía de quién era. Kangin lo acorraló, poniéndole
las manos en los costados para evitar que huyera.
—¿Qué…, qué
me dices?
Aquel hombre
no le afectaba lo más mínimo, pero no le hacían ninguna gracia las confianzas
que se estaba tomando.
—Te pagaré.
La suma que me digas y del modo que elijas.
Aquella
mirada tan fría la hizo estremecer. ¡Dios mío! Le estaban dando arcadas. Tragó
saliva y observó aquel rostro con aspecto de deidad, incapaz de creer que se le
estaba insinuando.
Como si fuera
una ramera.
En su
interior la ira se despertó como un ave fénix y empezó a aumentar y a hacerse
cada vez más intensa. Una rabia incontenible le nubló la visión y su cuerpo
comenzó a temblar.
—A Hyukjae no
le importará —le aseguró Kangin, poniéndole la mano sobre el hombro.
Su comentario
le atravesó el cuerpo entero y le hizo saltar. Pero ¿qué narices se pensaban
los Kim? ¿Que podían comprar a todo aquel que se quisieran tirar? Echó el brazo
hacia atrás y le pegó con el puño… con todas sus fuerzas. Al golpear su
arrogante rostro sonriente se produjo un chasquido que irrumpió en la oscuridad
casi silenciosa, retumbando en la paz de la noche.
—Leeteuk
tenía razón. Eres una víbora —le espetó temblando de rabia.
—¿Leeteuk? ¿Park
Leeteuk?
Kangin estaba
atónito. No sabía si se había quedado así por el golpe o por oír el nombre de Leeteuk,
pero tampoco le importaba. Lo apartó de un empujón y echó a correr. Se salió
del camino iluminado y corrió por el césped recién segado hasta llegar a la
entrada de la casa. Corrió entre los coches buscando a Kyuhyun, que esperaba
pacientemente en el auto. Abrió la puerta del coche y se instaló en el asiento
del copiloto.
—Llévame a
casa, por favor —le rogó con un nudo de lágrimas en la garganta que le quebraba
la voz—. Por favor.
—¿Se
encuentra bien, joven Donghae?
—No me
encuentro bien. Tengo que irme a casa —afirmó incapaz de ocultar la
desesperación con la que se lo pedía.
—¿Puedo hacer
algo por usted?
—Sí. Llévame
a casa. Me pondré bien.
No se pondría
bien. Ni ahora ni mañana. Seguramente tardaría mucho tiempo en recuperarse,
pero eso no se lo dijo.
El bueno de Kyuhyun
no le hizo más preguntas. Arrancó el vehículo y se dirigió directo al piso. A Donghae
le temblaban las manos, se esforzaba por que las lágrimas que le inundaban los
ojos no rebosaran. No podía llorar. No tenía motivos para hacerlo. Los Kim tan
solo estaban haciendo lo que para ellos era normal. Quien tenía el problema era
él. Había hecho una absoluta estupidez: no había logrado resistirse a
enamorarse de Kim Hyukjae. Estaba locamente enamorado. Lo amaba con una pasión
y un desenfreno que en nada se parecían al amor que había sentido por su ex.
Este amor la tenía hecha un lío, le arañaba el alma y le revolvía las entrañas;
era el tipo de amor que lo haría sufrir. Y mucho.
Reprimió un
amargo sollozo mordiéndose el labio hasta que se hizo sangre y giró la cabeza a
la derecha para ver pasar la ciudad por la ventana del coche que lo llevaba a
casa.
«Ya te has
enfrentado antes a la pérdida, Donghae. Lo superarás».
A raíz del fallecimiento
de sus padres se había acostumbrado a recurrir a palabras de ánimo y arengas
para superar las batallas más arduas. Hasta ahora siempre le habían funcionado.
Al fin y al cabo había llegado hasta aquí, ¿no?
«Lo
olvidarás. El tiempo lo cura todo».
Notó que un
peso insoportable se instalaba en su pecho y lo aplastaba.
Por primera
vez en la vida Donghae Foster sintió que se estaba mintiendo a sí mismo.
—¡Donghae!
—vociferó Hyukjae dando un portazo tras entrar en el piso.
Tiró las
llaves sobre la encimera de la cocina sin ningún cuidado. Vio que había una
tarjeta y un pequeño regalo envuelto con cuidado, pero lo ignoró y continuó
corriendo por el piso como un poseso.
»¡Donghae!
Siguió
gritando su nombre hasta quedarse afónico, pero todos los cuartos estaban
vacíos. El dormitorio de él estaba intacto; tan solo faltaba su mochila.
»¡Mierda!
Volvió a la
cocina y, al coger la tarjeta y el paquete envuelto en papel de colores,
encontró un cheque de Donghae por un valor de noventa mil dólares y una nota.
Te devolveré el resto en cuanto encuentre un
trabajo. He dejado todos tus regalos excepto un par de vaqueros y algunas
camisas. Gracias por todo. Siempre te estaré agradecido.
Donghae
¿Qué era eso?
No quería su gratitud…, sino a él.
Arrugó el
papel con fuerza hasta que se le quedaron los nudillos blancos. ¿Le había
dejado?
Sin darle una
explicación. Sin despedirse.
Se había…
esfumado.
Cogió el
regalo y la tarjeta y se fue al salón a servirse una copa. Se tomó un whisky de
un trago antes de servirse otro y se sentó en un sillón de cuero tras dejar la
copa en una mesita a su lado.
Apoyó la
cabeza en el respaldo y cerró los ojos. Deseaba volver al momento en el que Donghae
y él habían salido del piso para ir a la fiesta. Si pudiera volver atrás, se
habría comportado de otra manera: no habrían salido de casa.
Esa noche
había estado a punto de matar a su hermano. Le había dado una paliza tras
enterarse de que le había entrado a Donghae. No le había costado mucho
averiguarlo: Donghae había desaparecido y Kangin llevaba un golpe en la cara que
obviamente le había propinado alguien cabreado. Se había pasado de la raya: le
había hecho creer a Donghae que a Hyukjae no le importaría que Kangin se lo follara.
Kangin iba
como una cuba cuando le había confesado lo ocurrido y Hyukjae había perdido los
papeles de tal modo que no le había importado lo más mínimo lo borracho que
estuviera: lo había tirado al suelo y no había dejado de golpearlo hasta que su
madre se había interpuesto entre ellos.
Era la
primera vez que su hermano y él llegaban a las manos. Kangin jamás le había
puesto un dedo encima y Hyukjae nunca se hubiera imaginado pegando un puñetazo
a su hermano. Hasta ese día. Hasta que llegó Donghae. La idea de otro hombre
tocándolo le hacía perder los estribos.
Hyukjae no se
sentía mejor porque Donghae hubiera rechazado a Kangin y le hubiera pegado
semejante guantazo. Seguramente se había sentido agredido y confundido. Encima,
lo había abandonado. Solo de pensarlo le entraban ganas de volver a la casa
para pegarle otra paliza al imbécil de su hermano.
Abrió los
ojos al darse cuenta de que había arrugado la tarjeta. La extendió y la abrió.
Hyukjae,
¡Feliz cumpleaños! Quería regalarte algo sin
gastarme tu dinero, algo que fuera especial. Se me ocurrió este regalo porque
sé que tienes una colección de monedas.
Es de mi padre. Era su penique de la suerte.
Lo encontró el día que conoció a mi madre. Juraba y perjuraba que lo había
encontrado pocos segundos antes de verla por primera vez. Siempre decía que
gracias a ese penique había tenido la inmensa suerte de conocerla.
Siempre lo he llevado conmigo. He llegado
hasta aquí, así que supongo que me ha dado suerte.
No es gran cosa, pero quiero que lo tengas
tú. Sé que en realidad no necesitas tener suerte, pero me sentiré mejor si sé
que lo tienes. Espero que te proteja.
Donghae
Hyukjae
rompió el envoltorio y se quedó mirando con mucha concentración la cajita de
plástico gastado. Finalmente la abrió para ver mejor la moneda.
Perplejo, le
dio una vuelta y después otra. Madre mía, era un penique de cuño doblado de
1955 y estaba en muy buen estado. No era un tasador profesional, pero estaba
convencido de que tenía bastante valor.
¿Era
consciente Donghae de que había estado yendo por ahí con una pieza tan
singular? Una moneda que, si la vendiera, tendría para comer varios meses.
Probablemente
no. Además, sabía que Donghae preferiría morirse antes que vender un objeto con
tanto valor sentimental.
Pero se la
había dado a él. Había renunciado a algo que era muy valioso para él para regalárselo
por su cumpleaños.
Cerró la
cajita y apretó la moneda entre los dedos antes de ponérsela sobre el corazón.
Sintió que el dolor le atravesaba el esternón: ¿por qué se había desprendido de
una moneda que había pertenecido a su padre? ¿Por qué se la había dado a él? El
instinto le decía que para Donghae era un objeto especial, tanto que siempre lo
había llevado consigo.
Hyukjae se
acabó la segunda copa de whisky y se guardó la moneda en el bolsillo delantero.
No se separaría de ella hasta que pudiera devolvérsela. En persona.
Cogió el
móvil y llamó a su jefe de seguridad. Siwon respondió al segundo toque.
—¿Lo están
siguiendo? —preguntó Hyukjae con brusquedad, sin preocuparse de las
formalidades.
—Por
supuesto. No sabía qué estaba ocurriendo, pero lo hemos seguido y parece haber
encontrado un lugar para pasar la noche. Es un buen barrio, la casa es decente
y pertenece a un tal doctor Park —informó Siwon.
—Se ha
marchado. Que lo siga un equipo las veinticuatro horas del día. Quiero saber
hasta cuándo estornuda.
—Muy bien,
jefe. Así será.
Hyukjae colgó
con un suspiro. Era evidente que había ido a dormir a casa de su amigo Leeteuk.
Allí estaría bien. De momento.
No le había
contado a Donghae que llevaba escolta desde el día del incidente de la clínica.
El equipo de Siwon trabajaba por turnos para vigilarlo y permanecía alerta cada
minuto del día. La policía no había detenido a los que le habían disparado en
la clínica y Hyukjae no estaba dispuesto a correr ningún riesgo. Donghae los
había visto de cerca y había ayudado a la policía a realizar los retratos.
Tenía que estar protegido hasta que pillaran a esos capullos. Hyukjae
necesitaba asegurarse de que Donghae estaba a salvo.
Todos sus
instintos, cada célula de su cuerpo, lo instaban a ir a buscarlo para traerlo
de vuelta, en brazos si fuera necesario. Estaba deseando hacerlo, pero sabía
que no saldría bien. Era obvio que el incidente con Kangin lo había disgustado
y sería mejor que le diera un poco de tiempo. Arrastrarlo a su casa solo
solucionaría el problema temporalmente y Hyukjae no estaba interesado en el
corto plazo. Necesitaba a Donghae y quería tenerlo para siempre. No se
contentaría con otra cosa.
Si hace unas
semanas alguien le hubiera dicho que conocería a un joven sin el cual no podría
vivir, se habría desternillado de la risa. Pero en ese momento no le hacía
ninguna gracia. Donghae era lo más importante en su vida y era incapaz de
plantearse un futuro sin él.
¿Qué tipo de
vida había llevado antes de conocerlo?
Frunció el
ceño recordando a todos aquellos que se había tirado en el pasado. Personas que
tenían que beber y ser agasajadas con regalos prohibitivos para ofrecerle sus
cuerpos. Habían sido experiencias vacías con personas que toleraban sus actos a
cambio de dinero. Aquellos tratos habían satisfecho de forma temporal sus
necesidades, pero le habían dejado un inmenso vacío, que ni siquiera había
notado antes de conocer a Donghae. Había descubierto lo que suponía estar con alguien
que lo deseaba de verdad y ya no había vuelta atrás. Necesitaba a Donghae más
que al aire que respiraba. Hyukjae puso a Dios por testigo de que, a pesar de
que no lo merecía, lo recuperaría.
Hizo un
esfuerzo para ir al dormitorio, se desnudó y se dirigió hacia la cama. Se dio
la vuelta con brusquedad y volvió a la pila de ropa que había dejado en el
suelo para rebuscar en el bolsillo de los pantalones. Sacó la moneda que Donghae
le había regalado, cerró la mano y, aunque estaba totalmente desvelado, se
metió en la cama deseando que el sueño lo ayudara a olvidarse de todo.
La partida de
Donghae era como una tortura cruel. La casa estaba demasiado silenciosa,
demasiado vacía. Desde que había cruzado la puerta por primera vez, su
presencia había sido palpable y Hyukjae percibía el fantasma de su esencia y
los ecos de su risa.
Metió la
moneda bajo la almohada y se tumbó de espaldas. Estaba agitado y rezó para que
el sueño se lo llevara…, pero Dios debía de estar ocupado porque se pasó en
vela casi toda la noche, buscando la mejor estrategia para recuperar a Donghae.
Lo recuperaría.
Era la única opción que se planteaba. Tan solo tenía que encontrar la mejor
forma de alcanzar su objetivo.
Cuando por
fin consiguió dormirse ya despuntaba el día, pero no logró descansar, pues las
visiones de Donghae lo atormentaron en sueños.
TT___TT
ResponderEliminarMapache idiota!
Ahh pero bien que le nombran a su ángel y se le revuelve la vida!!!
Noooo
Pecesito~
No dejes a tu monito sexoso!!
No se vale!!!
Maldita falta de comunicación!!!
algo bueno salio de esa fiesta mi lindo monito ya sabe que se muere sin su lindo pecesito y vamos tonto mono ve por el
ResponderEliminarWauuuu y eso que lo de Kagin es solo la punta de iceber, no se imagina ni por asomo que Hae lo miro con la tipa esa, al parecer no la tendra facil
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