Amante Enemigo (DH5)- 2




—Fuera de mi camino, Cazador Oscuro –dijo el Daimon que lo tenía agarrado—, o lo mataré.

Aparentemente divertido por la amenaza, el Cazador Oscuro negó con la cabeza, como un padre regañando a un niño enojado.

—Sabes, deberías haberte quedado en tu refugio un día más. Esta es noche de Buffy, y además es un capítulo de estreno. –El Cazador Oscuro hizo una pausa para suspirar irritado —. ¿Tienes alguna idea de cuánto me enfurece tener que venir aquí, con el frío que hace, a asesinarte, cuando podría estar calentito en casa?

Los brazos del Daimon temblaron al apretar más fuertemente a Zhou Mi.

—¡Atrápenlo!

Los Daimons atacaron a la vez. El Cazador Oscuro agarró al primero por la garganta. En un movimiento fluido, levantó al Daimon y lo golpeó contra la pared, donde lo sostuvo en un apretado puño.

El Daimon lanzó un quejido.

—¿Qué eres, un bebé? –preguntó el Cazador Oscuro—. Dios, si vas a matar humanos, lo mínimo que podrías hacer es aprender a morir con un poco de dignidad.


Un segundo Daimon saltó hacia su espalda. Mientras el Cazador Oscuro giraba la parte inferior de su cuerpo, un largo cuchillo de mal aspecto salió del talón de su bota. Él clavó la hoja en el centro del pecho del Daimon.

Instantáneamente, el Daimon se convirtió en polvo.

El Daimon que el Cazador Oscuro sostenía dejó ver sus largos dientes caninos mientras intentaba morderlo y patearlo. El Cazador Oscuro lo tiró a los brazos del tercer Daimon. Ellos tropezaron hacia atrás y cayeron hechos un montón en el piso.

El Cazador Oscuro sacudió la cabeza al mirar a los dos Daimons que se golpeaban entre sí, intentando ponerse de pie.

Otros más lo atacaron, y los atravesó con una facilidad tan terrorífica como mórbidamente hermosa.

—Vamos, ¿dónde aprendieron a pelear? – Preguntó mientras mataba a otros dos—. ¿En la Escuela de Buenos Modales para Señoritas y Jovencitos? – Se mofó desdeñosamente de los Daimons—. Mi hermanita menor podía golpear más fuerte que ustedes cuando tenía tres años. Diablos, si van a convertirse en Daimons, lo menos que pueden hacer es tomar un par de lecciones de lucha para hacer mi aburrido trabajo más interesante. –Suspiró fatigosamente y miró hacia el techo—. ¿Dónde están los Daimons Spathi cuando uno los necesita?

Mientras el Cazador Oscuro estaba distraído, el Daimon que sostenía a Zhou Mi apartó el arma de su sien y le dio cuatro disparos.

El Cazador Oscuro giró muy lentamente hacia ellos.

Con la furia descendiendo sobre su rostro, miró al Daimon que le había disparado.

—¿No tienes honor? ¿No tienes decencia? ¿Ni siquiera un maldito cerebro? No me matas con balas. Sólo me enfureces. –Miró hacia abajo, a las sangrantes heridas en su costado, y luego corrió a un costado su chaqueta, por lo que la luz brillaba a través de los agujeros en el cuero. Maldijo de nuevo—. Y acabas de arruinar mi maldita chaqueta favorita. —El Cazador Oscuro le gruñó al Daimon—. Por eso, vas a morir.

Antes de que Zhou Mi pudiera moverse, el Cazador Oscuro estiró su mano hacia ellos. Una cuerda negra y fina salió expulsada y se envolvió sola alrededor de la muñeca del Daimon. Más rápido de lo que él podía parpadear, el Cazador Oscuro cerró la distancia entre ellos, tiró de la muñeca del Daimon y retorció su antebrazo.

Zhou Mi se apartó a tropezones del Daimon y se apretó contra la destrozada máquina de discos, fuera de su camino.

Con una mano aún en el brazo del Daimon, el Cazador Oscuro lo agarró de la garganta y lo elevó del piso. Con un elegante arco, lanzó al Daimon sobre una mesa. Los vidrios se quebraron bajo el peso de la espalda del Daimon. El revólver golpeó el suelo de madera con un frío y metálico ruido sordo.

—¿Tu madre nunca te dijo que el único modo de matarnos es cortándonos en pedacitos? – preguntó el Cazador Oscuro—. Deberías haber traído una cortadora de madera en lugar de un arma. –Observó al Daimon, que luchaba desesperadamente para soltarse—. Ahora, liberemos a todas las almas humanas que has robado.

El Cazador Oscuro sacó una navaja de adentro de su bota, la giró para abrirla, y la hundió en el pecho del Daimon.

Este se descompuso al instante, dejando nada detrás. Los dos últimos corrieron hacia la puerta.

No llegaron muy lejos antes de que el Cazador Oscuro extrajera un set de cuchillos para lanzar de debajo de su chaqueta y los enviara volando con mortal precisión hacia las espaldas de los asesinos que huían. Los Daimons explotaron, y sus cuchillos golpearon el suelo siniestramente.

Con una calma increíblemente deliberada, el Cazador Oscuro se encaminó hacia la salida. Se detuvo sólo lo suficiente como para recuperar sus cuchillos del suelo.

Y entonces se fue tan rápida y silenciosamente como había llegado.

Zhou Mi luchó por respirar mientras la gente en el bar salía de sus escondites y se ponía furioso. Gracias a dios, hasta Hyungjoon se levantó y fue a tropezones hacia él.

Sus amigas se le acercaron corriendo.

—¿Estás bien?

—¿Vieron lo que él hizo?

—¡Pensé que estabas muerto!

—¡Gracias a dios, aún estás vivo!

—¿Qué querían contigo?

—¿Quiénes eran esos tipos?

—¿Qué les sucedió?

El apenas escuchaba las voces que golpeaban sus oídos con tanta rapidez, y tan mezcladas que no podía definir quién preguntaba qué. La mente de Zhou Mi aún estaba con el Cazador Oscuro que había venido en su rescate. ¿Por qué se había molestado en salvarlo?

Tenía que saber más de él…

Antes de cambiar de parecer, Zhou Mi corrió tras él, buscando a un hombre que no debería ser real.

Afuera, estruendosas sirenas llenaban el aire y se volvían cada vez más fuertes. Alguien en el bar debía haber llamado a la policía.

El Cazador Oscuro iba a mitad de cuadra cuando lo alcanzó y lo obligó a detenerse.

Con el rostro impasible, le observó con esos profundos y oscuros ojos. El viento revolvió su cabello alrededor de sus rasgos cincelados y el vapor de su aliento se mezcló con el suyo.

Estaba helando, pero su presencia lo animaba tanto que ni siquiera lo sentía.

—¿Qué vas a hacer respecto a la policía? –le preguntó—. Estarán buscándote.

Una amarga sonrisa estiró las esquinas de sus labios.

—Dentro de cinco minutos ningún humano que estuviera en ese bar va a recordar haberme visto.

Sus palabras lo sorprendieron. ¿Eso sucedía con todos los Cazadores Oscuros?

—¿Yo también voy a olvidar? –Él asintió—. En ese caso, gracias por salvar mi vida.

Henry vaciló. Era la primera vez que alguien le agradecía por ser un Cazador Oscuro.

Observó fijamente la abundancia de cabello rojizo. Sus ojos castaño estaban llenos de una brillante vitalidad y calidez. Aunque no era una gran belleza, sus rasgos tenían un tranquilo encanto que era atractivo, tentador.

Contra su voluntad, él alargó la mano hasta tocar su mandíbula, justo debajo de la oreja. Más suave que el terciopelo, su delicada piel calentó los fríos dedos.

Hacía tanto tiempo desde la última vez que había tocado a un joven. Tanto tiempo desde que había saboreado a uno por última vez.

Antes de poder detenerse a sí mismo, se inclinó y capturó esos labios separados con los propios.

Henry gruñó ante su sabor y su cuerpo despertó a la vida. Jamás había probado algo más dulce que la dulzura de su boca. Nunca había olido algo más embriagador que su carne limpia y con aroma a rosas.

La lengua de Zhou Mi danzó con la suya mientras sus manos se aferraban a sus hombros, apretándolo más contra él. Él se tensó y endureció al pensar qué tan suave sería su cuerpo en otros sitios.
Y en ese momento, él lo deseó con una urgencia que lo asombró. Era una necesidad desesperada que no había sentido en un largo, largo tiempo.

Los sentidos de Zhou Mi se alborotaron al inesperado contacto de sus labios contra los suyos. Jamás había conocido algo parecido al poder y hambre de su beso.

Sus brazos se flexionaron a su alrededor mientras saqueaba su boca con maestría.

No sólo era letal para los Daimons. Era letal para los sentidos de cualquiera. El corazón de Zhou Mi martilleó mientras su cuerpo entero ardía, deseando una frenética prueba de su fuerza dentro de su cuerpo.

Lo besó desesperadamente.

Él tomó su rostro entre las manos mientras le mordisqueaba los labios con sus dientes. Sus colmillos. De repente, profundizó el beso mientras pasaba las manos por su espalda, acercándolo más a esas largas y masculinas caderas para que pudiera sentir cuán duro y preparado estaba para él.

Lo sintió completamente por todo su ser. Cada hormona en su cuerpo chisporroteó. Lo deseaba con una ferocidad que le aterraba. Ni una sola vez en su vida había sentido un deseo tan caliente y doloroso, y menos aún por un extraño.

Debería estar apartándolo a empujones.

En lugar de eso, Zhou Mi envolvió sus brazos alrededor de los hombros duros como piedra y lo sostuvo con fuerza. Era todo lo que podía hacer para no bajar la mano, desabrochar esos pantalones, y guiarlo directamente a esa parte suya que latía con una exigente necesidad.

Una parte de él ni siquiera le importaba que estuvieran en la calle. Lo quería allí mismo. Ahora mismo. Sin importar quién o qué los veía. Era una parte ajena a él, que le asustaba.

Henry luchó contra la urgencia dentro suyo que le exigía que lo acorralara contra la pared de ladrillos que tenían a un lado y le hiciera enroscar esas largas y bien formadas piernas alrededor de su cintura. Empujar su pecaminosamente apretado pantalon por sus piernas y enterrarse profundamente dentro de su cuerpo hasta que gritara su nombre con una dulce liberación.

Santos dioses, cómo sufría por poseerlo. Si tan sólo pudiera…

De mala gana, se apartó de su abrazo. Pasó su pulgar por los hinchados labios de Zhou Mi y se preguntó cómo le sentiría retorciéndose debajo suyo.

Peor aún, sabía que podía tenerlo. Había saboreado su deseo por completo. Pero una vez que hubiese terminado con él, Zhou Mi no lo recordaría.

No recordaría su tacto. Su beso. Su nombre…

Su cuerpo sólo calmaría al de él por unos pocos minutos.

No haría nada por aliviar la soledad de su corazón, que anhelaba que alguien lo recordara.

—Adiós, mi dulzura –susurró, tocándolo ligeramente en la mejilla antes de darse vuelta. Recordaría su beso para siempre.

Él no se acordaría de nada…

Zhou Mi no podía moverse mientras el Cazador Oscuro se alejaba de él.

Para el momento en que había desaparecido en la noche, había olvidado por completo que él existía.

—¿Cómo llegué aquí afuera? –se preguntó mientras se envolvía con los brazos para desterrar el cortante frío.

Con los dientes rechinando, corrió de regreso al bar.



Henry aún pensaba en el desconocido joven cuando se bajó de su camioneta dentro de su garaje para cinco autos. Frunció el ceño al ver el Hummer rojo estacionado contra la pared lejana, y apagó el auto.

¿Qué diablos estaba haciendo Clinton en casa? Se suponía que pasaría la noche en casa de su novia.
Henry entró para averiguar.

Encontró a Clinton en la sala de estar, armando un enorme… algo. Tenía brazos metálicos y cosas que le recordaban a un robot pobremente diseñado.

El negro cabello de Clinton caía hacia adelante, como si lo hubiese estado tironeando, con frustración. Había pedazos y papeles esparcidos por toda la habitación, junto con varias herramientas.

Henry lo observó con una risa irónica, mientras Clinton luchaba con el largo palo metálico que estaba intentando encajar en la base.

Mientras Clinton trabajaba, uno de los brazos cayó y lo golpeó en la cabeza. Maldiciendo, dejó caer el palo.

Henry se rió.

—¿Has estado mirando tv compras nuevamente?

Clinton se frotó la nuca y luego pateó la base.

—No comiences a molestarme, Henry.

—Niño, –dijo Henry severamente— será mejor que controles ese tono.

—Sí, sí, me asustas –dijo Clinton irritablemente—. Me estoy mojando los pantalones ante tu terrorífica y espeluznante presencia. ¿No me ves temblando y tiritando? Uuuh, ahhh, uuuh.

Henry sacudió la cabeza al mirar a su Escudero. El chico no tenía absolutamente nada de juicio para burlarse de él.

—Sabía que tendría que haberte llevado al bosque cuando eras pequeño y dejarte ahí para que murieras.

Clinton resopló.

—Uuuh, un poco de malicioso humor vikingo. En realidad estoy sorprendido de que mi padre no tuviera que presentarme para que me inspeccionaras cuando nací. Qué bueno que no pudieras permitirte el barnaútbur∂dr, ¿eh?

Henry lo observó con rabia, y no porque pensara por un segundo siquiera que eso lograría algo. Era sólo la fuerza de hábito.

—Sólo porque eres el último de mi descendencia no significa que tengo que soportarte.

—Sí, yo también te quiero, grandullón.

Clinton retomó su proyecto.

Henry se quitó la chaqueta, y la colgó encima del respaldar de su sillón.

—Juro que voy a cancelar nuestra suscripción al cable si continúas con esto. La semana pasada fueron el banco de pesas y la máquina de remo. Ayer esa cosa facial, y ahora esto. ¿Has visto las porquerías que hay en el ático? Parece una venta de artículos usados.

—Esto es diferente.

Henry puso los ojos en blanco. Había escuchado eso antes.

—De cualquier modo, ¿qué diablos es?

Clinton no se detuvo, mientras volvía a colocar el brazo.

—Es una lámpara solar. Se me ocurrió que podías estar cansado de tu tez demasiada pálida.

Lo miró extrañado. Gracias a los oscuros genes galos de su madre, Henry no era realmente pálido, más que nada tomando en cuenta que no había estado a la luz del sol en más de mil años.

—Clinton Lau, resulta que soy un Vikingo en medio del invierno de Minnesota. La ausencia de un intenso bronceado armoniza con todo el territorio nórdico. ¿Por qué crees que tomamos por asalto a Europa?

—¿Porque estaba ahí?

—No, porque queríamos descongelarnos.

Clinton no le prestó atención.

—Sólo espera, vas a agradecerme por esto una vez que lo tenga conectado.

Henry pasó por encima de las piezas.

—¿Por qué estás aquí, jodiendo con esto? Pensé que tenías una cita esta noche.

—Así era, pero veinte minutos después de que llegué a su casa, ella terminó conmigo.

—¿Por qué?

Clinton se interrumpió para darle una mirada odiosa y malhumorada.

—Piensa que soy traficante de drogas.

Henry estaba completamente sorprendido por esa inesperada declaración. Clinton medía apenas un metro ochenta y tres, con un cuerpo larguirucho, y un rostro franco y honesto.

Lo más “ilegal” que había hecho ese chico era pasar frente a un Papá Noel del Ejército de Salvación, una vez, sin dejar dinero en la caldera.

—¿Qué la hizo pensar eso? –preguntó Henry.

—Bueno, veamos. Tengo veintiún años, y conduzco un Hummer de un cuarto de millón de dólares hecho a medida, blindado, con neumáticos y ventanillas a prueba de balas. Vivo en una finca enorme y remota fuera de Minnetonka, solo, hasta donde todos saben, excepto por los dos guardaespaldas que me siguen cada vez que abandono la propiedad. Tengo horarios extraños. Generalmente me llamas tres o cuatro veces mientras estoy en una cita para decirme que me ponga a trabajar y te dé un heredero. Y ella accidentalmente vio algunos de tus increíblemente maravillosos juguetes que recogí de lo de tu distribuidor de armas en el almacén de carga.

—No estaban afilados, ¿verdad? –lo interrumpió Henry.

Clinton no tenía permitido manejar armas afiladas. El tonto podría cortarse una porción vital del cuerpo, o algo así.

Clinton suspiró e ignoró la pregunta mientras continuaba con su perorata.

—Intenté explicarle que era independientemente adinerado, y que me gustaba coleccionar espadas y cuchillos, pero no me creyó. –Observó a Henry con otra glacial mirada furiosa—. Sabes, hay veces en que este trabajo realmente apesta. Y lo digo intencionalmente.

Henry se tomó su malhumor con calma. Clinton estaba perpetuamente enojado con él, pero como Henry lo había criado desde el instante en que nació, y Clinton era el último miembro sobreviviente de su descendencia, Henry era extremadamente tolerante con él.

—Entonces vende el Hummer, cómprate un Dodge, y múdate a un remolcador.

—Oh, sí, seguro. ¿Recuerdas el año pasado, cuando cambié el Hummer por un Alpha Romeo? Quemaste el auto y me compraste un nuevo Hummer, y amenazaste con encerrarme en mi cuarto con una prostituta si lo hacía de nuevo. Y en cuanto a los beneficios… ¿Te has tomado la molestia de inspeccionar este lugar? Tenemos una piscina interna calefaccionada, un teatro con sonido envolvente, dos cocineras, tres sirvientas y un chico que limpia la piscina al que puedo mandonear, sin mencionar todo tipo de entretenidos juguetes. No voy a abandonar Disneylandia. Es la única parte buena de este arreglo. Quiero decir que, diablos, si mi vida tiene que apestar no hay modo de que vaya a vivir en una casa rodante. Y, conociéndote, me obligarías a aparcar en el frente, con guardias armados esperando en caso de que me clave un clavo.

—Entonces estás despedido.

—Muérdeme.

—No eres mi tipo. —Clinton le tiró una llave francesa a la cabeza. Henry la atrapó y la dejó caer al suelo—. Nunca voy a lograr casarte con alguien, ¿verdad?

—Demonios, Henry. Apenas soy mayor de edad. Tengo tiempo de sobra para tener hijos que puedan recordarte, ¿está bien? Por dios, eres peor de lo que era mi padre. Obligaciones, obligaciones, obligaciones.

—Sabes, tu padre tenía sólo…

—Dieciocho años cuando se casó con mi madre. Sí, Henry, lo sé. Me dices eso únicamente tres o cuatro veces por hora.

Henry lo ignoró mientras seguía pensando en voz alta.

—Lo juro, eres el único hombre que conozco que se perdió toda la oleada hormonal de la adolescencia. Algo no anda bien contigo, niño.

—No voy a tomar otro maldito examen físico –dijo Clinton bruscamente—. No hay nada malo conmigo o mis habilidades aparte del hecho de que no soy un perro en celo. Preferiría conocer bien a una pareja antes de quitarme la ropa frente a ella.

Henry sacudió la cabeza.

—Definitivamente algo anda mal contigo. —Clinton lo maldijo en Nórdico Antiguo. Henry ignoró su blasfemia—. Quizás deberíamos pensar en contratar a un sustituto. Quizás comprar un banco de esperma.

Clinton gruñó por lo bajo, y cambió de tema.

—¿Qué sucedió esta noche? Pareces más enfadado ahora que cuando te fuiste. ¿Alguna de las panteras te dijo algo desagradable en su club?

Henry gruñó mientras pensaba en la manada de panteras que era dueña del club al que había ido esa noche. Lo habían llamado inmediatamente para informarle que uno de sus hombres había detectado a un grupo desconocido de Daimons en la ciudad, buscando algo. Era el mismo grupo que le había causado problemas a las panteras algunos meses atrás.

The Empire era uno de los muchos santuarios montados en el mundo donde Cazadores Oscuros, Were-Hunters, y Apolitas podía reunirse sin temor de que un enemigo los atacase mientras estaban dentro del edificio. Diablos, los were- beasts incluso toleraban a los Daimons siempre y cuando no se alimentaran dentro del local o atrajeran la atención hacia ellos.

Aunque los Were-Hunters eran muy capaces de asesinar a los Daimons por sí mismos, en general se abstenían de hacerlo. Después de todo, eran primos de los Apolitas y de los Daimons, y como tales tenían un método de no intervención al tratarse con ellos. Además, los Weres no eran demasiado tolerantes con los Cazadores Oscuros que mataban a sus primos. Trabajaban con ellos cuando tenían que hacerlo o cuando los beneficiaba, pero de otro modo, mantenían la distancia.

En cuanto Siwan había sido informado de que los Daimons se dirigían a su club, le había avisado a Henry con una alerta.

Pero tal como Clinton había insinuado, las panteras tenían un modo de ser poco amigable hacia cualquier Cazador Oscuro que estuviera demasiado tiempo en su local.

Quitando de un tirón las armas de su ropa, Henry las regresó al armario que se encontraba en la pared del fondo.

—No –dijo, respondiendo a la pregunta de Clinton—. Las panteras se portaron bien. Simplemente pensé que los Daimons darían más pelea.

—Lo siento –dijo Clinton compasivamente.

—Sí, yo también.

Clinton se quedó callado, y por su expresión, Henry podía decir que el chico había dejado de lado sus bromas e intentaba alegrarlo.

—¿Tienes ánimos para entrenar?

Henry encerró sus armas.

—¿Para qué tomarme la molestia? No he tenido una pelea decente en casi cien años. –Irritado ante esa idea, se frotó los ojos, que eran sensibles a las brillantes luces que Clinton tenía encendidas—. Creo que iré a insultar a Kyuhyun un rato.

—¡Ah, hey! —Henry se detuvo para mirar a Clinton—. Antes de irte, di “parrillada.”

Henry gruñó ante el habitual último recurso de Clinton para intentar animarlo. Era una vieja broma que Clinton había usado para irritarlo desde que era pequeño. Se debía a que Henry aún tenía su antiguo acento nórdico que lo hacía tener un dejo cuando hablaba, especialmente cuando decía ciertas palabras, como “parrillada.”

—No eres gracioso, niñito. Y no soy sueco.

—Sí, sí. Vamos, haz de nuevo los ruidos de Chef Sueco.

Henry gruñó.

—Jamás debería haberte permitido mirar los Muppets.

Peor aún, no debería haber fingido que era el Chef Sueco cuando Clinton era un niño. Todo lo que consiguió fue darle al chico una cosa más para exasperarlo.

Pero aún así, eran familia, y al menos Clinton estaba intentando hacerlo sentir mejor. Aunque no estuviera funcionando.

Clinton hizo un sonido desagradable.

—Está bien, viejo Vikingo decrépito y gruñón. Ah, mi madre quiere conocerte. De nuevo.

Henry gruñó.

—¿Podrías posponerlo por un par de días?

—Puedo intentarlo, pero ya sabes cómo es.

Sí, lo sabía. Conocía a la madre de Clinton desde hacía más de treinta años. Desafortunadamente, ella no sabía nada de él. Así como todos aquellos que no eran de su sangre, ella lo olvidaba cinco minutos después de que él salía de su vista.

—Está bien –cedió Henry—. Tráela mañana en la noche.

Henry fue hacia las escaleras que llevaban a sus habitaciones debajo de la casa. Como la mayoría de los Cazadores Oscuros, prefería dormir donde no hubiese ninguna posibilidad de exponerse accidentalmente al sol. Era una de las contadísimas cosas que podría destruir sus cuerpos inmortales.

Abrió la puerta, pero no se molestó en encender la luz, ya que Clinton había prendido la pequeña vela que estaba junto a su escritorio. Los ojos de un Cazador Oscuro estaban diseñados para no necesitar prácticamente nada de luz. Podía ver en la oscuridad mejor de lo que los humanos veían a plena luz.

Quitándose el suéter, punzó delicadamente las cuatro heridas de bala de su costado. Las balas habían pasado limpiamente a través de su carne y la piel ya había comenzado a sanarse. La herida escocía, pero no iba a matarlo, y en un par de días no quedaría más que cuatro diminutas cicatrices.

Utilizó su remera negra para quitarse la sangre, y fue al baño para lavar y vendar la herida. En cuanto estuvo limpio y vestido con un par de jeans azules y una remera blanca, Henry encendió su radio. Las canciones preprogramadas comenzaron con Trap, mientras él tomaba su teléfono inalámbrico y levantaba el monitor de su computadora para entrar al sitio cazadoroscuro.com para actualizar a los demás acerca de sus últimas cacerías.

Sentado en la oscuridad, Henry escuchó la letra de la canción que sonaba.

Contra su voluntad, esas palabras conjuraron imágenes de su antiguo hogar, y de un joven con el cabello castaño.

Ryuhyun.

Henry no sabía porqué aún después de todos esos siglos pensaba en él, pero así era. Respiró hondo mientras se preguntaba qué habría sucedido si se hubiese quedado en la granja de su padre y se hubiese casado con él. Todos lo habían esperado.

Ryuhyun lo había esperado.

Pero Henry se había rehusado. A los diecisiete años había deseado una vida diferente a ser un simple granjero y pagar impuestos. Había deseado aventuras, y batallas.

Gloria.

Peligro.

Quizás si hubiera amado a Ryuhyun, eso hubiera sido suficiente para lograr que se quedara. Y si hubiera hecho eso…

Se hubiera muerto de aburrimiento.

Lo cual era su problema esta noche. Necesitaba algo emocionante. Algo que agitara su sangre. Algo similar al cálido y tentador  pelirrojo que había dejado en la calle…

A diferencia de Clinton, desnudarse frente a un extraño no era algo que esquivara.

O al menos no era algo a lo que en general escapara. Por supuesto que su buena voluntad para desnudarse con parejas extrañas era lo que lo había conducido a su destino actual, así que tal vez Clinton tenía un poco de razón, después de todo.





2 comentarios:

  1. OMG como poder olvidar a Henry, eso es una locura es imposible de olvidar, que pasara con Zhoumi?, que hara Henry, cuando sepa quien es? esta genial

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  2. Esto me tiene algo confundida, sí ZhouMi no puede recordarlo ¿Cómo se va a enamorar? porque obviamente hubo conexión entre ellos, pero al rato Mimi ni sabía quien era!!

    Ese Clinton es un desmadre, pero se nota que quiere a Henry, es bueno que en toda esa locura de ser olvidado por todos, Henry tenga esa constante en su vida.

    "Iré a insultar a KyuHyun" ese parece ser un Hobbie muy popular(? jajaja

    Gracias por la actu

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yota´s news : De regreso?

 Buenas tardes a todas las lectoras. Después de un año  y casi 4 meses regreso a saludarlas y comentarles nuevas.  Me gustaría decirle...