—Todos mueren, señor mío. Al menos en el mundo mortal. Y
yo sigo adelante mientras todo lo que me rodea perece una y otra vez. –Levantó
la mirada hacia él. La agonía de su rostro le llegó muy profundamente—. ¿Tienes
alguna idea de lo que es sostener a alguien que amas en los brazos mientras
muere?
El pecho de Zhou Mi se cerró mientras pensaba en la
muerte de su madre y sus hermanas. Había querido acercarse luego de la explosión,
pero su guardaespaldas lo había apartado mientras él aullaba de dolor por su
pérdida.
"Es demasiado tarde para ayudarlas, Mi. Tenemos que
correr." Su alma había gritado ese día.
Incluso ahora gritaba, a veces, por la injusticia de su
vida.
—Sí, lo sé –susurró—. Yo también he visto morir a todas
las personas que quiero. Mi padre es todo lo que me queda.
La mirada de Henry se aguzó.
—Entonces imagina pasar por eso miles de veces, siglo
tras siglo. Imagina verlos nacer, vivir, y luego morir mientras tú continúas y
empiezas de nuevo con cada generación. Cada vez que veo a un miembro de mi
familia morir, es como ver a mi hermano menor muriendo nuevamente. Y Clinton…
—Dio un respingo como si la sola mención del nombre de Clinton le provocara
dolor—. Es idéntico a mi hermano, en cara y físico. –Una de sus comisuras se
levantó en una forzada risa —. Y en sus gestos así como en su temperamento.
Creo que de toda la familia que he perdido, su muerte será la más difícil de
soportar.
Zhou Mi vio la vulnerabilidad en sus ojos y le afectó
profundamente que este feroz hombre tuviera un defecto tan humano.
—Aún es joven. Tiene toda la vida por delante.
—Quizás… pero mi hermano tenía sólo veinticuatro años
cuando fue asesinado por nuestros enemigos. Jamás olvidaré la expresión en el
rostro de su hijo cuando vio a su padre caer en batalla. Sólo pude pensar en
salvar al chico.
—Obviamente, lo hiciste.
—Sí. Juré que jamás permitiría que muriese como lo había
hecho su padre. Lo mantuve a salvo toda su vida, y murió siendo viejo, mientras
dormía. En paz. –Se detuvo un instante—. Creo que, al final, sigo más las
creencias de mi madre que las de mi padre. Los escandinavos creían en morir
jóvenes en la batalla, para poder entrar en los salones del Valhalla, pero al
igual que mi madre, yo quería un destino diferente para aquellos a los que
amaba. Es una pena que haya llegado a comprender sus sentimientos demasiado
tarde.
Henry sacudió la cabeza, como para borrar esos pensamientos. Frunció el
ceño al mirarlo
—No puedo creer que esté pensando en esto mientras tengo a un
doncell tan hermoso conmigo. Realmente estoy envejeciendo si prefiero hablar
antes que actuar –dijo con una profunda risa—. Ya es suficiente de pensamientos
morbosos. –Lo atrajo hacia sí con fuerza—. ¿Por qué estamos perdiendo nuestro
tiempo cuando podríamos estar pasándolo mucho más productivamente?
—¿Productivamente cómo?
La sonrisa de Henry era traviesa, cálida, y lo devoraba.
—Me parece que podría dar mejor uso a mi lengua. ¿Qué
dices?
Él condujo dicho miembro por la columna de su garganta
hasta que alcanzó a mordisquear su oreja. Su cálido aliento quemó su cuello,
haciéndole estremecer.
—Oh, sí –jadeó Zhou Mi—. Pienso que ese es un modo mucho
mejor de usar tu lengua.
Él rió mientras lenta y seductoramente, lo desviste. Desnudo
frente a él, no pudo reprimir un profundo temblor. Era tan extraño estar
expuesto mientras él estaba parado frente a él vistiendo su armadura. La luz
del fuego jugaba en sus oscuros ojos.
Henry miró fijamente la simple belleza del joven ante él.
Era aún más exquisito que la última vez que había soñado con él. Pasó la mano
tiernamente sobre su pecho, dejando que el pezón provocara a su palma.
No sabía porqué había confiado en él. No era habitual en
él hablar tan libremente, y aún así Zhou Mi lo había seducido.
Pero no quería hacerle el amor aquí. No en el pasado,
donde sus recuerdos y la culpabilidad por aquellos a quienes había fallado lo
azotaban.
Él
merecía algo mejor.
Cerrando sus ojos, los invocó a una copia exacta de
habitación actual. Sólo que había hecho algunas modificaciones…
Zhou Mi quedó boquiabierto mientras se echaba atrás
ligeramente y miraba alrededor. Las paredes que los rodeaban eran de un negro
que reflejaba, con decoraciones blancas, excepto la pared a su derecha, que
estaba construida con ventanas que llegaban del suelo al techo.
Las ventanas abiertas estaban enmarcadas por cortinas
blancas de gasa que flotaban con el viento, estirándose hacia ellos y haciendo
que la llama de docenas de velas que había en la habitación danzaran.
Pero las velas no se apagaban. Titilaban alrededor de
ellos como estrellas.
Había una enorme cama en el centro de la habitación,
elevada sobre una plataforma. Tenía sábanas de seda negra y un grueso edredón
de seda negra sobre la colcha. La cama estaba hecha de una recargada fundición
de hierro que formaba un intrincado cuadrado dosel entre cuatro postes. Había
más gasa blanca envuelta alrededor del mismo, y estaba suelto para enroscarse
con el viento.
Henry estaba desnudo. Lo llevó hacia la gigantesca y
acogedora cama. Zhou Mi suspiró al sentir el suave colchón debajo, mientras el
peso de Henry la aplastaba. Era como ser presionada contra una nube.
Mirando hacia arriba, rió al darse cuenta de que había un
espejo en el techo.
Las paredes destellaron, y entonces también se
convirtieron en espejos.
—¿De quién es esta fantasía? –le preguntó mientras Henry
acercaba una rosa y pasaba sus suaves pétalos sobre su pecho.
—Nuestra –dijo Henry mientras apartaba sus muslos y
reposaba su largo cuerpo entre sus piernas.
Zhou Mi gimió ante la intensa sensación de tener todo su
suntuoso poder reposando sobre él. Henry.
Él se movió sinuosamente, como una bestia oscura y prohibida
que había venido a consumirle. Zhou Mi lo observó moverse en el espejo que
estaba sobre él. Qué extraño que lo hubiera creado en su sueño. Siempre había
sido tan cauteloso en su vida. Tan cuidadoso de a quién permitía que le tocara.
Así que había conjurado a un glorioso amante en su inconsciente, dado que no se
atrevía a tener uno en la vida real.
Debido a su sentencia de muerte, no quería importarle a
nadie, ni que se enamorasen de él. No quería tener un hijo que lloraría su
muerte. Un hijo que quedaría solo, asustado. Cazado.
Lo último que deseaba era dejar detrás a alguien como
Henry que lamentara su muerte. Alguien que tendría que ver morir a su hijo en
la flor de su juventud por culpa de una maldición que no tenía nada que ver con
ninguno de sus actos.
Pero en sus sueños, era libre para amarlo con todo su
cuerpo. Allí no había miedo. Ni promesas. Ni corazones que pudiesen romperse.
Sólo ellos y este momento perfecto.
Henry gruñó gravemente mientras mordisqueaba su cadera.
Por mucho tiempo, había vagado en sueños por el pasado.
Siempre en busca de quien lo había engañado para cambiar lugares. Jamás estuvo
destinado a ser un Cazador Oscuro. Nunca había prometido su alma a Artemisa o
había recibido un Acto de Venganza a cambio de su servicio.
Henry había estado buscando a alguien que aliviara el
dolor que sentía por la muerte de su hermano. Un cuerpo tierno en el que
pudiera hundirse y olvidar por un momento que él había conducido a su hermano a
una batalla, lejos de su hogar.
Ken había parecido la respuesta perfecta. Lo deseaba
tanto como él lo hacía.
Pero la mañana posterior a su única noche con el Cazadora
Oscuro, todo había cambiado. De algún modo, ya fuese durante o luego de su
encuentro sexual, Ken había intercambiado su alma con la de él. Ya no era
mortal, y se encontró con una nueva vida.
Y perversamente hechizado por Ken para que ningún mortal
pudiera recordarlo. Mientras tanto él había escapado al servicio de Artemisa, y
podía pasar la eternidad con el dios nórdico Loki.
Su maldición de despedida había sido el golpe más duro de
todos, y era algo que no comprendía hasta el día de hoy.
Ni siquiera su sobrino lo había reconocido después.
Henry estaría ahora completamente perdido si Shindong no
se hubiese apiadado de su situación. Shindong, el líder de los Cazadores
Oscuros, le había dicho que nadie podía deshacer la magia de Ken, pero que él
podía modificarla. Tomando una gota de la sangre de su sobrino, Shindong había
hecho que todos aquellos que llevaran su sangre recordaran a Henry. Además, el
Atlante había otorgado a Henry poderes psíquicos y le había explicado cómo se
había convertido en inmortal y cuáles eran sus limitaciones, tales como su
sensibilidad a la luz del sol.
Y como Artemisa poseía la “nueva” alma de Henry, no tenía
otra opción más que servirla. Artemisa no tenía intención de dejarlo ir jamás.
No era que a él en realidad le importara. La inmortalidad tenía sus beneficios.
El joven debajo de él era definitivamente uno de ellos.
Pasó su mano hacia abajo por el muslo y escuchó su respiración.
Su sabor y su aroma lo incitaban hasta un punto que jamás
había llegado. Por primera vez en siglos, se sintió posesivo hacia una pareja.
Quería quedarse con él. El Vikingo dentro de él rugió a
la vida. En su tiempo como humano, lo habría cargado y asesinado a cualquiera
que hubiese osado intentar apartarlo de él.
Y luego de todos esos siglos, no estaba más cerca de ser
civilizado. Tomaba lo que quería. Siempre.
Zhou Mi gritó en el instante en que Henry lo tomó en la
boca. Su cuerpo hervía de deseo por él. Arqueó la espalda y lo observó a través
del espejo que había sobre la cama.
Jamás había visto algo más erótico que la imagen de Henry
provocándolo mientras los músculos de su espalda se flexionaban. Podía ver cada
centímetro de su cuerpo desnudo y bronceado mientras le daba placer. Y tenía un
cuerpo increíble.
Un cuerpo que deseaba tocar.
Moviendo las piernas debajo de su cuerpo, utilizó los
pies para acariciar lentamente la rígida extensión de su pene.
Él gruñó en respuesta.
—Tienes unos pies muy talentosos.
—Para acariciarte mejor –dijo suavemente.
La risa de Henry se unió a la suya. Zhou Mi enterró las
manos en las suaves ondas de su cabello y dejó que se saliera con la suya. Su
lengua era la cosa más increíble que había conocido, mientras la hacía girar a
su alrededor. Lamiendo, incitando, saboreando.
Justo cuando pensaba que no podía sentirse mejor, Henry
deslizó dos dedos profundamente dentro de él.
Zhou Mi tuvo un orgasmo inmediatamente.
Aún así, él continuó acariciándole hasta que estuvo
ardiendo y débil de felicidad.
—Mmm –murmuró, apartándose—. Creo que mi gatito está
hambriento.
—Famélico –dijo, levantándolo sobre su cuerpo para poder
deleitarse con su piel del modo en que él se había deleitado con el suyo.
Enterró los labios en su cuello y lo mordisqueó con cada
parte suya que estaba desesperadamente hambrienta por él. ¿Qué tenía este
hombre, que lo volvía loco de deseo? Era magnífico. Estupendo. Sexy. Jamás
había deseado a alguien de este modo.
Henry no podía soportar el modo en que lo estaba
agarrando. Lo hacía enloquecer. Elevaba su necesidad hasta estar prácticamente
mareado.
Incapaz de tolerarlo más, lo hizo rodar hacia el costado
y entró en él.
Zhou Mi gritó ante el inesperado placer que le llenó. Jamás
había tenido dentro a un hombre en esta posición, completamente recostado sobre
su lado. Henry estaba metido tan profundo.
Lo observó en la pared espejada mientras él embestía una
y otra vez dentro suyo, más y más profundamente, hasta que quiso gritar de
placer.
El poder y la fuerza de Henry no eran parecidos a nada
que hubiese conocido. Cada enérgica embestida lo dejaba débil, sin aliento.
Tuvo otro orgasmo justo antes que él. Henry se apartó y
se recostó a su lado.
Su corazón saltaba por la furia de su pasión. Pero aún no
estaba saciado. Alcanzándolo, lo subió a su pecho para poder sentir cada
centímetro de su cuerpo.
—Eres espectacular.
Él hociqueó su pecho con el rostro.
—Tú no estás tan mal.
Zhou Mi permaneció en la paz de los brazos de Henry. Por
primera vez en su vida, se sentía completamente a salvo. Como si nadie ni nada
pudiera tocarlo. Nunca se había sentido de ese modo. Ni siquiera cuando era pequeño.
Había crecido con temor cada vez que alguien desconocido golpeaba a la puerta.
Cada extraño era sospechoso. Por la noche, fácilmente
podía ser un Daimon o un Apolita que lo buscaban para verlo muerto. Durante el
día, podía ser un Doulos quien lo perseguía.
Pero algo le decía que Henry no permitiría que lo
amenazaran. "¿Zhou Mi?”
Frunció el ceño ante el sonido de una voz entrometiéndose
en su sueño.
—¿Zhou Mi?
Contra su voluntad, salió de su sueño sólo para
encontrarse dormido en su propia cama. Los golpes continuaban.
—¿Mi? ¿Estás bien?
Reconoció la voz de Jia. Era un esfuerzo despertarse lo
suficiente como para poder sentarse en la cama.
Una vez más, estaba desnudo. Frunciendo el ceño, Zhou Mi
vio su ropa hecha un montón desordenado. ¿Qué diablos era esto? ¿Se había
vuelto sonámbulo o algo así?
—Estoy aquí –dijo mientras se levantaba y se ponía su
bata de baño. Abrió la puerta para encontrar a su amiga y a Hyungjoon del otro
lado.
—¿Estás bien? –preguntó Jia. Bostezando, Zhou Mi se frotó
los ojos.
—Estoy bien. Sólo tomaba una siesta. —Pero no se sentía
realmente bien. Se sentía como si estuviera bajo el efecto de un narcótico—.
¿Qué hora es?
—Son las ocho y media, corazón –respondió Hyungjoon. Jia
miró a uno y luego a otro.
—Dijeron que irían al Inferno conmigo, pero si no se
sienten…
Zhou Mi captó la decepción en la voz de Jia.
—No, no, está bien. Deja que me cambie, e iremos.
Jia sonrió radiantemente.
Hyungjoon lo miró sospechosamente.
—¿Estás seguro de que tienes ánimos para ir?
—Estoy bien, en serio. No dormí bien anoche, y sólo
necesitaba una siesta.
Hyungjoon hizo un sonido desagradable.
—Es todo eso que tú y Clinton estuvieron leyendo.
Absorbió toda tu energía. El demonio que entra a los sueños o íncubo… lo mismo.
Eso era demasiado cercano a la realidad para el alivio de
Zhou Mi. Rió nerviosamente.
—Sí. Estaré listo en unos minutos.
Zhou Mi cerró la puerta y se volvió hacia su pila de ropa
arrugada. ¿Qué estaba sucediendo allí?
¿Henry era verdaderamente un íncubo? Quizás…
Dejando el ridículo pensamiento a un lado, recogió su
ropa y la agregó al cesto de la lavandería; luego se puso un par de jeans y un
suéter azul oscuro.
Mientras se preparaba para salir, le recorrió un extraño
estremecimiento. Algo iba a suceder esta noche. Lo sabía. No tenía los poderes
psíquicos de su madre, pero sí tenía fuertes presentimientos cada vez que algo
bueno o malo iba a suceder.
Desafortunadamente, no podía saber cuál sería hasta que
era demasiado tarde. Pero definitivamente, algo pasaría esta noche.
—Bienvenido a kolasi –dijo Dylan en voz baja,
pronunciando la palabra Atlante para “infierno” mientras inspeccionaba a los
líderes de su ejército de Daimons, que estaba siempre listo para atacar ante su
orden. Durante once mil años él, el hijo de la Destructora
Atlante, los había liderado.
Escogidos por la propia Destructora y entrenados por Dylan, estos Daimons eran asesinos de elite. Sus propios hermanos se referían
a ellos como los Daimons Spathi. Un término que había sido menospreciado por
los Apolitas y los Cazadores Oscuros, que no comprendían lo que era un verdadero
Spathi.
En lugar de eso, aplicaban el término a cualquier Daimon
con el que luchaban. Pero eso no estaba bien. Los verdaderos Spathi eran algo
enteramente diferente.
No eran hijos de Apolo. Eran los enemigos de Apolo, así
como eran enemigos de los Cazadores Oscuros y de los humanos. Los Spathis
habían renunciado a cualquier herencia Griega o Apolita que tuviesen mucho
tiempo atrás.
Eran los últimos Atlantes, y estaban orgullosos de serlo.
Sin que los Cazadores Oscuros ni los humanos lo supieran,
había miles de ellos. Miles. Todos mucho más antiguos de lo que cualquier
patético humano, Apolita, o Cazador Oscuro se atreviera a imaginar. Mientras
los Daimons más débiles vivían escondiéndose en la tierra, los Spathis usaban
láminas o aberturas astrales para viajar de este reino al humano.
Sus hogares existían en otra dimensión. En Kalosis, donde
la misma Destructora residía bajo prisión, y donde la letal luz de Apolo jamás
brillaba. Eran sus soldados.
Sus hijos e hijas.
Sólo una mínima parte de ellos podía evocar a las láminas
por sí mismos; era un presente que la Destructora no legaba con frecuencia.
Como hijo suyo, Dylan podía ir y venir a su voluntad, pero él
elegía mantenerse cerca de su madre.
Como lo había hecho en los últimos once mil años…
Todo ese tiempo, habían planeado bien esta noche. Luego
de que su padre Apolo los maldijo y abandonó a Dylan y a sus hijos que
muriesen horriblemente, Dylan había aceptado a su madre de buena gana.
Había sido Apollymi quien le había enseñado el camino. Ella
les había enseñado a tomar las almas de los humanos dentro de sus cuerpos para
que pudieran sobrevivir, a pesar de que su padre los había condenado a todos a
morir a los veintisiete años.
"Ustedes son mis elegidos" –le había dicho—.
"Peleen a mi lado y el mundo le pertenecerá una vez más a los dioses
Atlantes."
Desde ese día, habían reclutado a su ejército
cuidadosamente. Las tres docenas de generales que pasaban el rato junto a él en
el salón del "banquete", estaban entre los mejores luchadores. Todos
esperaban noticias de su espía acerca de cuándo reaparecería el heredero perdido.
Había estado fuera de su alcance todo el día. Pero ahora
que el sol se había puesto, estaba cerca otra vez.
En cualquier momento sería libres de correr hacia la
noche y arrancarle el corazón. Era un precioso pensamiento que Dylan abrigaba.
Las puertas del salón se abrieron, y de la oscuridad
exterior apareció el último hijo sobreviviente de Dylan, Shanglin. Vestido
absolutamente de negro, al igual que su padre.
Su hijo era más apuesto que cualquier otro, pero por otra
parte, todos los de su raza eran hermosos.
Los ojos de Shanglin brillaron mientras caminaba con la
gracia y el orgullo de un depredador letal. Cuando Dylan había traído por
primera vez a su hijo mayor, había sido extraño jugar a ser el padre de un
hombre que físicamente tenía la misma edad que él, pero dejando eso de lado,
eran padre e hijo.
Más que eso, eran aliados.
Y Dylan podría matar a quienquiera que amenazara a su
hijo.
—¿Alguna novedad? –le preguntó.
—Aún no. El Were-Hunter dijo que ha perdido su rastro,
pero que lo encontrará nuevamente.
Dylan asintió. Había sido su espía Were-Hunter quien
les había traído noticias la noche anterior sobre la pelea en la cual un grupo
de Daimons había muerto en el bar.
Normalmente una pelea semejante no significaría nada para
ellos, pero el Were-Hunter les había dicho que los Daimons habían llamado “el heredero” a su víctima.
Dylan había recorrido la tierra buscándolo. Cinco años
atrás, en Bélgica, casi lo habían matado, pero su guardaespaldas se había
sacrificado y le había permitido escapar. Desde entonces, no lo habían visto.
Ningún encuentro entre los soplones y su gente. El heredero había demostrado
ser tan astuto como su madre.
Entonces habían jugado el juego.
Esta noche, el juego terminaría. Entre las patrullas que Dylan tenía en St. Paul y los Were-Hunters que lo servían, estaba seguro que
de que la encontraría esta noche.
Palmeó a su hijo en la espalda.
—Quiero al menos a veinte de nosotros preparados. No hay
modo de que se nos escape.
—Invocaré a los Illuminati.
Dylan inclinó su cabeza con aprobación. Los Illuminati
constaban de él y su hijo, así como otros treinta que eran los guardaespaldas
de la Destructora. Cada uno de ellos había tomado un juramento de sangre hacia
su madre, para ocuparse de que ella fuera liberada de su infierno y pudiera
gobernar la tierra nuevamente.
Cuando ese día llegara, ellos serían los príncipes del
mundo. Responsables sólo ante ella. Ese día finalmente había llegado.
Henry no sabía por qué se conducía al Inferno esta noche,
aparte de que sentía un impulso interno que no quería entrar en razón.
Sospechaba que se debía a su insensata necesidad de
sentir más cerca al joven que rondaba sus sueños. Aún ahora podía ver la
belleza de su sonrisa, sentir su cuerpo dándole la bienvenida al suyo.
O mejor aún, saborearlo.
Los pensamientos acerca del joven lo atormentaban.
Dejaban salir sentimientos y necesidades que había apartado siglos atrás, sin
arrepentirse jamás.
¿Quién lo necesitaba? Y sin embargo no había nada que
deseara más que verlo de nuevo. No tenía sentido.
Las posibilidades de que estuviera en el mismo sitio esta
noche eran casi imposibles.
Aún así, fue. No pudo evitarlo. Era como si no tuviese
control sobre sí mismo, sino que estaba siendo guiado por una fuerza invisible.
Luego de estacionar su auto, caminó por la tranquila
calle como un fantasma silencioso en la helada noche. Los vientos de invierno
azotaban a su alrededor, cortando la piel que quedaba expuesta.
Había sido una noche muy similar a esta la que lo había
llevado a servir a Artemisa. También había estado en una búsqueda. Sólo que
entonces la naturaleza de su búsqueda había sido diferente.
¿O no?
Eres un alma
errante, buscando una paz que no existe. Estarás perdido hasta que encuentres
la única verdad interna. Jamás podemos escondernos de lo que somos. La única
esperanza es aceptarlo.
Hasta el día de hoy, no comprendía realmente qué era lo
que la vieja adivina había intentado decirle la noche en que la había buscado,
queriendo que le explicase cómo Ken y Loki habían trocado sus almas.
Quizás no había una explicación real. Después de todo, el
mundo en que vivía era extraño, y parecía volverse más raro a cada segundo.
Henry entró al Inferno. Pintado de negro por dentro y por
fuera, también tenía dibujadas unas llamas en el interior y en el exterior, que
brillaban de un modo espeluznante bajo las luces apagadas y saltarinas del
club.
El dueño del club, Im Siwan, se encontró con él en la
puerta, donde él y otros dos “hombres” estaban cobrando la entrada y pidiendo
identificaciones. En su forma humana, la pantera kattagari estaba irónicamente
vestida como un “vampiro.” Pero por otra parte, Siwan pensaba que ese tipo de
cosas eran graciosas; de ahí el hombre del club.
Siwan vestía pantalones de cuero negro, botas de
motociclista que lucían llamas rojas y anaranjadas, y una camisola negra. La
pantera había dejado su camisa desatada y el borde fruncido enroscado alrededor
de su cuello, mientras que los lazos de seda caían por su pecho. Su larga
chaqueta negra de cuero también tenía una apariencia siglo XIX, pero Henry
sabía que era una copia; una de las ventajas de haber estado vivo en esa época
era que recordaba la moda de ese tiempo.
—Henry –dijo, dejando ver un par de colmillos que Henry
sabía que no eran reales. La pantera sólo tenía dientes así cuando estaba en su
verdadera forma animal. Henry señaló con la cabeza lo que veía.
—¿Qué diablos son esos?
Siwan sonrió ampliamente, mostrando los dientes.
—Los jóvenes y mujeres los aman. Te recomendaría que
consiguieras un par, pero ya vienes bien equipado.
Henry se rió.
—No lo haré.
—Por favor, no lo hagas.
Aún así, dejando de lado los dobles significados, siempre
se sentía bien al ir al Inferno, incluso si los Were-Hunters no lo querían
realmente allí. Era uno de los pocos sitios en que alguien recordaba su nombre.
El “hombre” parado junto a Siwan se inclinó.
—¿Él es un C.O.?
Los ojos de Siwan se entrecerraron. Agarró al hombre y lo
empujó hacia el otro encargado de la entrada.
—Lleva al maldito espía Arcadio y encárgate de él.
La cara del hombre se volvió pálida.
—¿Qué? No soy Arcadio.
—Mierda –refunfuñó Siwan—. Conociste a Henry dos semanas
atrás y si realmente fueras kattagaria, lo recordarías. Sólo un maldito
were-panther no puede.
Henry arqueó una ceja al escuchar el insulto que ninguno
de los kattagaria usaba con ligereza. La raíz del término "were"
significaba humano. Colocar ese término antes de su nombre animal era un
desagradable insulto a los kattagaria, quienes se enorgullecían del hecho de
que eran animales que podían tomar la forma humana, y no al revés.
La única razón por la que toleraban ser llamados
Were-Hunters era el hecho de que verdaderamente cazaban y mataban a los
Arcadios, que eran humanos capaces de cobrar forma animal. Sin mencionar el
hecho de que los machos de su especie frecuentemente azaban parejas humanas
para sus propósitos sexuales. Aparentemente, el sexo era mucho más agradable
para ellos como humanos que como animales, y los machos tenían apetitos voraces
en ese departamento.
Desgraciadamente para Henry, las parejas Were-Hunters que
podían recordarlo jamás buscaban compañeros fuera de su especie. A diferencia
de los hombres, las parejas tenían sexo con la esperanza de encontrar pareja.
Los hombres simplemente buscaban placer.
—¿Qué vas a hacerle? –preguntó Henry mientras el
encargado de Siwan sacaba fuera al Arcadio.
—¿Qué tiene que ver contigo, Cazador Oscuro? Yo no me
meto en tus asuntos, tú no te metes en los míos.
Henry debatió acerca de qué hacer, pero, si el otro
hombre era realmente un espía Arcadio, posiblemente podría manejar la situación
por sí solo y no le haría ninguna gracia la idea de que lo ayudaran,
especialmente un Cazador Oscuro. Los Weres eran extremadamente independientes y
odiaban que cualquier cosa o persona interfiriera con ellos.
Así que Henry cambió de tema.
—¿Algún Daimon en el club? –le preguntó a Siwan. Siwan
negó con la cabeza.
—Pero Bin está
dentro. Llegó hace una hora. Dijo que esta noche estaba aburrida. Hace
demasiado frío en la calle para los Daimons.
Henry asintió ante la mención de la Cazadora Oscura que
también estaba asignada al área. Entonces no podría quedarse mucho rato, no al
menos hasta que Bin estuviera lista para partir.
Adentrándose, se acercó a saludarla.
No había banda sobre el escenario esta noche. En su lugar
había un DJ. El club estaba oscuro, y había luces estroboscópicas encendidas.
Causaba estragos a su vista de Cazador Oscuro, y era un intento de parte de Siwan
de mantener al mínimo las interferencias de los Cazadores Oscuros mientras
estuviesen en el club. Henry sacó sus anteojos de sol y se los puso para
aliviar un poco el dolor que le causaba.
La gente bailaba en la pista, olvidados de todo lo que
los rodeaba.
—Saludos.
Se sobresaltó ante el sonido de la voz de Bin en su oído.
La mujer tenía el poder de manejar el tiempo y la tele-transportación. Vivía
para sorprender a la gente, andando a hurtadillas junto a ellos.
Él se dio vuelta para ver a la pelirroja extremadamente
atractiva que estaba detrás de él. Alta, grácil y mortal, Bin había sido una
reina griega en su vida como humana. Aún poseía ese majestuoso porte, y una
mirada de semejante supremacía altanera que podía hacer sentir a cualquiera
como si debiesen lavarse las manos antes de tocarla.
Había muerto intentando salvar a su país de la invasión
de una tribu bárbara que era, sin dudas, los antepasados de su propia gente.
—Hola, Binny –le dijo, llamándola por un sobrenombre que
sólo permitía que usaran unos pocos elegidos.
Ella le puso una mano sobre el hombro.
—¿Estás bien? Te ves cansado.
—Estoy bien.
—No lo sé. Quizás debería enviar a Sara para que
reemplace a Clinton algunos días y se ocupe de ti.
Henry cubrió la mano de Bin con la suya, regocijado por
su preocupación. Sara era su Escudera.
—Eso es todo lo que necesito. Una Escudera que no puede
recordar que se supone que debe servirme.
—Oh, sí —dijo Bin, frunciendo la nariz—. Olvidé esa
inconveniencia.
—No te preocupes. No es por Clinton. Es sólo que no he
podido dormir bien.
—Lamento oír eso.
Henry se percató de que varios Weres los miraban
fijamente.
—Creo que los estamos poniendo nerviosos.
Ella rió mientras echaba un vistazo por el club.
—Tal vez. Pero mi dinero dice que ellos sienten lo que
hago.
—¿Lo cual es?
—Algo va a suceder aquí esta noche. Por eso es que vine.
¿No lo sientes, también?
—No tengo ese poder.
—Agradécelo, entonces, porque es una porquería. —Bin se
apartó unos pasos de él—. Pero como estás aquí, saldré a tomar un poco de aire
fresco y te dejaré el club a ti. No quiero que mis poderes sean drenados.
—Hasta luego, entonces.
Ella asintió y desapareció en un destello. Henry sólo
esperaba que ningún humano la hubiera visto hacer eso.
Caminó a través del club sintiéndose extraño,
indiferente. No sabía porqué estaba allí. Era tan estúpido.
Él también podría irse.
Dándose vuelta, se quedó petrificado…
O__o
ResponderEliminarOtros enemigos????
Ay no me jod...
TT___TT
Eso no es lindo!
Y aun no entiendo como es que ellos sr ven en sueños?????
OMG, OMG, lo que pasa es que su sueños seran reales?, Oh por favor siiii, a puesto que vio a Zhoumi, tan lindo, jejeje
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