—Ven conmigo.
—¿Adónde?
—A algún lugar cálido.
Yesung vaciló. Él sólo confiaba en que las personas lo
lastimaran. Y nunca lo habían decepcionado.
Confiar en alguien para que no lo lastimara era
completamente distinto. Profundamente en su interior, quería confiar en él.
No, necesitaba confiar en él. Una sola vez.
Aspirando profundamente, colocó su mano renuente dentro
de la de Ryeowook.
El lo llevó del pueblo a una playa a la orilla del mar
brillante. Yesung parpadeó y entrecerró los ojos contra el brillo poco familiar
de la luz.
Levantó su mano para cortar el resplandor del sol que
casi había olvidado. Nunca había ido a la playa. Sólo había visto fotos en
revistas y en TV. Habían pasado siglos desde que hubiese visto la luz del día.
Realmente luz de día.
El sol brillaba sobre su piel, caliente.
Dejó que el calor inundara su cuerpo congelado. Dejó que
el sol le acariciara la piel y desvaneciera los siglos de sufrimiento y
soledad.
Yesung caminó encima de la playa arenosa, mirando todo y
enfocando la atención en nada en particular.
Esto era incluso mejor que su estadía en Nueva Orleáns.
El oleaje atronaba alrededor de ellos mientras golpeaba contra la playa. La
arena estaba caliente y se pegaba a sus pies.
Ryeowook pasó corriendo hacia el borde del agua.
Le observó mientras se sacaba las ropas de su cuerpo
hasta quedarse son un boxer azul diminuto.
Lo miró traviesamente, lo recorrió con una mirada
caliente que lo hizo temblar a pesar del calor.
—¿Te gustaría acompañarme?
—Creo que me vería extraño con uno de esos.
Ryeowook
—¿Eso fue un chiste? ¿Puede ser que hicieras un verdadero
chiste?
—Sí, debo estar poseído o algo.
Seducido realmente. Ryeowook se acercó a él. Yesung
esperó, incapaz de respirar. De moverse. Era como si viviera o muriera por el
balanceo descarado de su cuerpo.
Se detuvo ante él y desabotonó sus pantalones. La
sensación de sus dedos rozando contra el parche delgado de pelo que corría de
su ombligo a su ingle lo estremeció. Se endureció instantáneamente, queriéndolo
saborear otra vez.
Lentamente abrió la cremallera de sus pantalones mientras
levantaba su mirada a través de sus pestañas.
Un pequeño milímetro antes de que liberara su erección,
pareció que perdía su audacia. Mordiéndose los labios, arrastró sus manos en
dirección contraria, arriba, hacia su pecho.
Yesung aún no podía respirar mientras él extendía sus
manos en su pecho desnudo.
—¿Por qué me tocas cuando nadie lo hace? —preguntó.
—Porque me dejas. Me gusta tocarte.
Él cerró los ojos mientras su caricia tierna lo
chamuscaba. ¿Cómo algo así de simple se podía sentir tan increíble?
Ryeowook dio un paso hacia sus brazos y él
instintivamente lo abrazó. Su pecho rozó sus abdominales, poniéndolo aun más
duro, haciéndolo doler.
—¿Alguna vez hiciste el amor en la playa?
Su respiración quedó atrapada ante sus palabras.
—Sólo he hecho el amor contigo, joven príncipe.
El se paró en puntas de pie a fin de poder capturarle los
labios en un dulce y atormentado beso.
Haciéndose hacia atrás, le sonrió mientras abría la
última parte de su cremallera y lo tomaba en su mano.
—Entonces, Hombre de Nieve, está a punto de hacerlo.
Shin estaba sentado solo en el templo de Artemisa, justo
afuera de la sala del trono, en la terraza donde podía mirar la bella cascada
multicolor. Estaba sentado sobre el pasamano de mármol con su espalda desnuda
contra una columna acanalada.
La fauna silvestre, a salvo de cazadores y de cualquier
otro peligro, por la protección de Artemisa, apacentaba en un patio donde la
tierra estaba hecha de nubes. El único sonido venía de la caída del agua y el
grito ocasional de un pájaro silvestre.
Debería estar tranquilo aquí y a pesar de su compostura
serena Shin estaba agitado.
Artemisa y sus asistentes lo habían dejado para ir a
Theocropolis donde Zeus sesionaba sobre todos los dioses del Olimpo. Ella se
iría por horas.
Ni aun eso lo podía complacer.
Quería saber qué estaba sucediendo con la prueba de Yesung.
Algo estaba mal, lo sabía. Lo podía sentir, pero no se atrevía a usar sus
poderes para investigar.
Podía soportar la furia de Artemisa, pero nunca la
desataría encima de Ryeowook o Yesung.
Así que acá estaba sentado, sus poderes restringidos, su
cólera y su frustración atadas.
—¿Akri, puedo desprenderme de tu brazo por un rato?
La voz de Simi quitó una parte del filo de sus emociones.
Cuando ella era parte de él, no podía ver u oír algo a menos que él dijese su
nombre y le diera una orden. Ella era incluso inmune a sus pensamientos.
Sólo podía sentir sus emociones. Algo que le permitía
saber cuando él estaba en peligro, la única vez que ella podía dejarlo sin su
permiso.
—Sí, Simi. Puedes tomar forma humana.
Ella se deslizó y se manifestó a su lado. Su largo
cabello rubio estaba trenzado. Sus ojos eran de un gris tempestuoso y sus alas
de un azul pálido.
—¿Por qué estás tan triste, akri?
—No estoy triste, Simi.
—Sí lo estas. Te conozco, akri, tienes ese dolor en el
corazón como el que siente Simi cuando llora.
—Nunca lloro, Sim.
—Lo sé —se acercó más a él para apoyar su cabeza en su
hombro. Uno de sus cuernos negro raspaba contra su mejilla, pero Shin no prestó
atención. Ella envolvió sus brazos alrededor de él y lo sostuvo cerca.
Cerrando los ojos, la abrazó fuertemente, ahuecando su
pequeña cabeza en una de sus manos. Su abrazo recorrió un largo camino para
aliviar su espíritu preocupado. Sólo Simi podía hacer eso. Solo ella lo tocaba
sin hacerle demandas físicas.
Ella nunca quería algo más que ser su "bebé".
Aniñada e inocente, era el bálsamo que necesitaba.
—¿Entonces, puedo comerme a la diosa pelirroja ahora?
Él sonrió ante la pregunta que más seguido le hacía.
—No, Simi.
Ella levantó su cabeza y le sacó la lengua, luego se
sentó sobre el pasamano cerca de sus pies descalzos.
—Quiero comerla, akri. Ella es una persona perversa.
—La mayoría de los dioses lo son.
—No, no lo son. Algunos, si, pero yo prefiero a los
Atlantes. Ellos eran muy simpáticos. La mayor parte de ellos. ¿Nunca conociste
a Youngmin?
—No.
—Bueno, él podía ser perverso. Era alto como tú, y
atractivo como tú, pero no tan guapo como tú. No creo que alguien sea tan guapo
como tú. Ni siquiera los dioses. Definitivamente eres único cuando hablamos de
apariencia... Oh –dijo ella al recordar a su gemelo. —¿Realmente no eres único,
verdad? Pero eres más lindo que el otro. Él es una mala copia tuya. Él sólo
desearía ser tan guapo como tú.
La sonrisa de Shin se amplió.
Ella colocó su dedo contra su barbilla y se detuvo por un
minuto como si tratara de deducir sus pensamientos.
—¿Ahora donde iba yo con eso? Oh, lo recuerdo ahora. A él
no le gustaba mucho la gente, a diferencia de ti. ¿Sabes, esa cosa que haces
cuando realmente te enojas? ¿Esa en donde puedes hacer explotar las cosas y
hacer todo fogoso y confuso y desordenado y demás? Él podía hacer eso también,
sólo que no con tanta astucia como tu. Tu tienes mucha astucia, akri. Más que
la mayoría.
Shin divertido, oía como ella hablaba incansablemente
acerca de cómo dioses y diosas le habían rendido culto en su vida. Dioses y diosas
que habían muerto hacia muchísimo tiempo. A él le gustaba escuchar su lógica y
sus cuentos no lineales.
Era como observar a un niño pequeño tratando de
clasificar el mundo y recordar algo. No se podía decir que podría salir de su
boca de un minuto a otro. Ella veía las cosas claramente, como un niño.
Si tienes un problema, entonces lo eliminas. Fin del
problema.
Las sutilezas y la política estaban más allá de ella.
Sólo era Simi. Ella no era amoral o cruel, era
simplemente un demonio sumamente joven, con poderes que parecían de dioses, que
no podía comprender el engaño o la traición.
Cómo le envidiaba a ella eso. Era el por qué la protegía
tan cuidadosamente. No quería que aprendiera las duras lecciones que le habían
sido impartidas a él.
Merecía tener la infancia que él nunca había tenido. Una
que fuese resguardada y protegida. Una en la cual nadie pudiera lastimarla.
Él no sabía que haría sin ella.
Ella no había sido nada más que un infante cuando se la
habían dado. Él tenía apenas veintiuno, lo dos habían crecido juntos. Ambos
eran los últimos de su especie en la tierra.
Por más de once mil años sólo habían sido ellos dos. Ella
era tan parte de él como cualquier órgano vital. Sin ella, él moriría.
La puerta del templo se abrió. Simi siseó, dejando al
descubierto sus colmillos, haciéndole saber que Artemisa había regresado
temprano.
Shin volvió su cabeza para confirmar. Como lo esperaba,
la diosa caminaba a grandes pasos hacia él.
Él dejó escapar una respiración cansada.
Artemisa se paró abruptamente al ver a Simi sentada a sus
pies
—¿Qué esta haciendo fuera de tu brazo?
—Háblame a mí, Artie.
—Hazla que se vaya.
Simi lanzó resoplidos.
—No tengo que hacer nada de lo que me digas, vieja vaca.
Y tú eres vieja. De verdad, realmente vieja. Y una vaca, también.
—Simi –dijo Shin, acentuando su nombre. —Por favor
regresa a mí.
Simi le dirigió una mirada malvada a Artemisa, luego se
convirtió en una sombra oscura, amorfa. Ella se movió sobre él y se extendió a
sí misma sobre su pecho para convertirse en un dragón enorme en su torso con
espirales fogosas que lo envolvían alrededor y bajaban también por sus brazos.
Shin se rió misteriosamente ante la vista. Era la forma
de Simi de abrazarlo y pinchar a Artemisa al mismo tiempo. Artemisa odiaba
cuando Simi cubría mucho de su cuerpo.
Artemisa dejó escapar un sonido altamente indignado.
—Hazla que se mueva.
Él cruzó los brazos sobre su pecho.
—¿Por qué regresaste tan temprano?
Ella instantáneamente se puso nerviosa. Su mal
presentimiento se triplicó.
—¿Qué sucedió?
Artemisa caminó hacia la columna a sus pies, envolvió el
brazo en ella y se apoyó contra mármol. Jugó con el borde dorado de su peplo
mientras mordisqueaba su labio.
Shin se sentó derecho, su estómago se anudó. Si ella
estaba tan evasiva algo había salido contrario a sus pensamientos.
—Dime, Artemisa.
Ella se veía exasperada y enojada.
—¿Por qué debería decirte? Solamente te enojaras conmigo
y prácticamente ya lo estás de cualquier modo. Te digo, luego vas a querer irte
y no puedes irte y luego me gritarás.
El nudo en su estomago se tenso.
—Tienes tres segundos para hablar o yo me olvido de tu
miedo a que alguno de los miembros de tu familia descubra que estoy viviendo en
tu templo. Usaré mis poderes y averiguaré lo que ha pasado a mi modo.
—¡No! –chilló ella, empezando a mirarle. —No puedes hacer
eso.
Un tic empezó a latir en su mandíbula. Ella se movió
hacia atrás, poniendo la columna entre ellos. Aspiró profundamente como si
tomara fuerza, luego habló con la voz de un niño pequeño, asustado.
—Thanatos está suelto.
—¡Que! —rugió él, bajando sus piernas al piso y
quedándose parado.
—¡Viste! Estas gritando.
—Oh, créeme —dijo entre sus dientes apretados, —esto no
es gritar. Aún no me he acercado a eso aún —. Shin se apartó del pasamano y se
paseó coléricamente alrededor del balcón largo. Le tomó toda su fuerza no
atacarla. —Me prometiste que le ordenarías regresar.
—Lo intenté, pero se escapó.
—¿Cómo?
—No sé. No estaba allí y ahora él se rehúsa a dejar de
perseguirlo.
Shin la miró ferozmente.
Thanatos estaba suelto y el único que podía detenerlo
estaba bajo arresto domiciliario en el templo de Artemisa.
Maldición con ella por sus trucos y sus promesas. No
había forma de que él pudiera salir de allí. A diferencia de los del olimpo,
una vez que él daba su palabra, estaba atada a esta.
Romper su juramento lo mataría. Literalmente.
La cólera rodaba por su cuerpo. Si lo hubiese escuchado
la primera vez, entonces no estarían reviviendo esta pesadilla.
—Me juraste hace novecientos años, cuando maté al último
que no recrearías a Thanatos. ¿Cuántas personas ha asesinado? ¿Cuántos
Cazadores Oscuros? ¿Aún los puedes recordar?
Ella se tensó y devolvió su mirada.
—Te lo dije, necesitamos a alguien que acorrale a tu
gente. Tú no lo harás. Ni siquiera controlas a tu demonio. Fue la única razón
por lo que hice otro. Necesito alguien que los pueda ejecutar cuando se portan
mal. Tú, sólo das disculpas por ellos. 'No entiendes, Artemisa. Waa, waa, waa’.
Entiendo todo muy bien. Tienes preferencia por cualquiera menos por mí así es
que creé a alguien que escucha cuando hablo —lo miró encolerizadamente. —
Alguien que realmente me obedece.
Shin contó hasta diez tres veces mientras apretaba y
aflojaba sus puños. Ella tenía una forma de hacerlo querer azotarla y
lastimarla que se acercaba peligrosamente a contravenir todo su control.
—No me hagas que empiece con eso, Artie. Me parece que
'obedecer' no es una palabra que debe estar en la misma frase que tu ejecutor.
Vuelto loco por su confinamiento y su sed de venganza, el
último Thanatos se había desatado a través de Inglaterra con tal fuerza que Shin
había tenido que inventar historias de una "plaga", para evitar que
la humanidad y los Cazadores Oscuros, supieran la verdad de lo qué realmente
había destruido el cuarenta por ciento de la población del país.
Shin pasó sus manos sobre su cara al pensar en lo que
había desatado Artemisa sobre del mundo otra vez. Él debería haber sabido
cuando le pidió que lo llamara, que era demasiado tarde para hacer eso.
Pero como un tonto, había contado con ella para hacer lo
que había prometido. Debería haber tenido mejor criterio.
—Maldita seas, Artemisa. Thanatos tiene los poderes para
congregar a Daimons y hacerlos obedecer sus órdenes. Los puede llamar desde
cientos de kilómetros de distancia. A diferencia de mis Hunters, él camina a la
luz del día y es imposible de matar. La única vulnerabilidad que tiene les es
desconocida.
Ella se mofó de él.
—Bien, eso es tu culpa. Deberías haberles contado sobre
él.
—¿Decirles qué, Artemisa? ¿Compórtense o la diosa perra
desatará a su asesino demente sobre ustedes?
—¡No soy una perra!
Él se movió para pararse ante ella, presionándola hacia
atrás contra la columna.
—¿Tienes alguna idea de lo qué has creado?
—No es nada más que un sirviente. Puedo ordenarle que
regrese.
Él le miró sus manos temblorosas y las gotas de sudor en su frente.
—¿Entonces por que estás temblando? —preguntó. —Dime cómo
se soltó.
Ella tragó. Pero sabiamente le dio la información que él
buscaba.
—Dion lo hizo. Se jactaba en el vestíbulo acerca de eso
justo antes de que viniera a decirte.
—¿Dionisio?
Ella inclinó la cabeza asintiendo.
Shin se maldijo a sí mismo esta vez.
No debería haber removido la memoria del dios de su pelea en Nueva Orleáns.
Debería haber dejado al idiota saber exactamente con lo que se estaba
enfrentando. Dejar a Dionisio tan asustado de él para que el dios olímpico
nunca más se atreviera a confrontarlo ni a él ni a cualquiera de sus hombres.
Pero no, había tratado de proteger a Artemisa. Ella no
quería que su familia conociera quién y qué era él.
Para ellos él sólo era su mascota. Una curiosidad humana,
fácil de descartar y dejar de lado.
Si sólo supieran...
Había cambiado los recuerdos de todos sobre esa noche así
que sólo recordaban que había ocurrido una pelea y quién la había ganado.
Ni siquiera Artemisa recordaba todo.
Artemisa le había prometido que Dionisio no iría tras de Yesung
para desquitarse. Pero claro, Artemisa había pensado en matar a Yesung ella
misma.
¿Cuándo aprendería él? Nunca se podía confiar en ella.
Shin se apartó.
—No tienes idea lo qué le hace a alguien estar encerrado
en prisión. Colocarlos en un hueco donde pasan al olvido.
—¿Y tu sí?
Shin se cayó mientras suprimía los recuerdos que lo
inundaban. Recuerdos dolorosos, amargos que lo obsesionaban cuando se atrevía a
pensar en el pasado.
—Mejor reza para que nunca tengas que aprender lo que se
siente. La locura, la sed. La cólera. Has creado a un monstruo, Artemisa, y soy
el único que lo puede matar.
—¿Entonces estamos en un pequeño problema, no? No puedes
irte.
Él entrecerró sus ojos. Ella dio un paso atrás otra vez.
—Te lo dije, contactaré a los Oráculos y haré que lo
traigan a casa otra vez.
—Mejor que sea así, Artemisa. Porque si no lo pones bajo
control, el mundo va a convertirse en la misma cosa que te hace despertar
gritando en la noche.
Yesung yacía en la playa, aún dentro de Ryeowook,
mientras las olas pasaban por encima de sus cuerpos. Este sueño era tan real e
intenso que nunca querría despertarse.
¿Cómo sería tenerle realmente?
Pero todavía pensando en eso, supo la verdad. Un joven como
Ryeowook no tendría ningún deseo o necesidad de un hombre como él.
Era sólo en sus sueños que él podía ser deseado.
Necesitado. Humano.
Se movió a un lado a fin de poder mirar el agua correr
sobre su cuerpo desnudo. Su pelo estaba mojado, pegado a la piel. Parecía una
ninfa del mar que había nadado hasta la tierra para deleitarse en los cálidos
rayos de sol y seducirlo con sus curvas y su piel sedosa.
Ryeowook yacía en silencio, mirándolo, también. Yesung se
encontraba tan perdido, como si el hacer el amor lo hubiera dejado confundido.
Se preguntaba que necesitaría para domesticar a este
hombre, sólo un poco. Lo suficiente para que las otras personas pudieran ver lo
que Ryeowook veía.
Al menos ahora él le dejaba tocarlo sin maldecir o sin
apartarse. Era un principio.
Arrastró su mano más abajo, sobre los duros planos de su
pecho, sobre las perfectas definiciones de su abdomen. El hambre ardió en sus
ojos mientras movía su mano más abajo.
Ryeowook se lamió los labios, preguntándose si se permitiría
ser incluso más atrevido. Todavía no estaba seguro cómo reaccionaría él a
cualquier cosa.
Jugó con el vello que descendía mas allá de su ombligo,
pasando sus dedos a través de este. Él ya empezaba a endurecerse...
Yesung contuvo su aliento mientras lo observaba. Su mano
se sentía maravillosa en su cuerpo mientras hacía círculos alrededor de su
ombligo y arrastraba una uña hacia abajo del vello espolvoreado en su estómago.
Gimió mientras él ahuecaba sus testículos en su palma. Su
mano caliente lo encerró, apretándolo exquisitamente. Su ingle se sacudió con
fuerza, y toda la sangre se apresuró hacia la región, endureciéndolo y
ansiándola dolorosamente.
—Pienso que te agrada cuando hago esto.
Él le contestó con un beso.
Ryeowook gimió ante la pasión que él exteriorizó. Palpitó
en su mano mientras su lengua bailaba con la de él, excitándolo al nivel más
alto de necesidad.
Se apartó a regañadientes, desesperado para darle lo que
era desconocido para él.
La bondad. La aceptación. El amor.
La palabra quedó atrapada en su mente. Sabía que no lo
amaba. Apenas lo conocía, y aún así...
Le hacía sentir otra vez. Tocaba emociones que había
temido que estuvieran perdidas por siempre. Le debía mucho por eso.
Besando sus labios suavemente, se deslizó por su cuerpo
hacia abajo.
Yesung frunció el ceño ante sus acciones. No sabía lo que
planeaba hasta que se extendió a sí mismo sobre su estómago. Su espalda desnuda
estaba al descubierto para él mientras continuaba acariciándolo con la mano.
Él pasó su mano a través de su cabello mojado mientras su
aliento cosquilleaba su cadera. Su piel era tan suave, tan tierna. No había una
mancha en ningún lado.
Ryeowook se movió más abajo.
Yesung se quedó sin aliento cuando tomó la punta de su
pene, lentamente en su caliente boca.
Estaba congelado por el placer. Sentir sus labios y su
lengua acariciándolo era diferente a cualquier cosa que hubiera experimentado
antes. Ninguna pareja salvo Ryeowook, alguna vez lo había tocado allí. Nunca lo
había permitido.
Pero dudaba que pudiera negarle a él cualquier cosa
después de esto. Lo había reclamado como nunca nadie.
Ryeowook gimió ante el sabor salado de él. Cuando sus
hermanos le habían contado sobre esto, siempre lo había considerado obsceno y
sucio. En ese momento y en los siglos siguientes, nunca pudo imaginarse
haciendo algo como esto.
Pero lo hacía para Yesung; no había nada obsceno en los
sentimientos que tenía dentro. Nada obsceno acerca de la forma que él sabía.
Le estaba dando un raro momento de placer, y extraño como
parecía, lo disfrutaba también.
Él agarró sus hombros y gimió en respuesta a cada
lametazo, mordisco, y mamada que le daba. Su respuesta caliente le excitó. Realmente
quería complacerlo. Darle todas las cosas que se merecía.
Yesung arqueó su espalda, dejándolo salirse con la suya.
Lo asombró que le diera permiso de hacer esto. Nunca antes había confiado en un
amante con su cuerpo. Él siempre había estado en completo control.
No lo tocaban. En toda la vida. No lo acariciaban o
besaban. Él les inclinaba, hacía lo suyo, y se iba.
Pero con Ryeowook era diferente. Sentía como si se
compartiesen. Era mutuo y maravilloso.
Ryeowook abrió los ojos al sentir que los dedos de Yesung
se deslizan por su entrepierna. Abriendo sus piernas para a él, le dio acceso
mientras continuaba dándole placer con su boca.
Yesung se giró a un lado entre tanto sus dedos
acariciaban y exploraban.
Con los codos le separó más las piernas. Ryeowook gimió
mientras su boca cubría su miembro.
Su cabeza se inundó de placer mientras él movía su
lengua. Su lengua le rozaba, seduciéndolo.
Sus manos agarraron sus caderas, presionándole su pelvis
más cerca de él a fin de poder torturarlo con más malvados placeres.
Yesung se estremeció ante la sensación de saborearlo
mientras él lo saboreaba. Lo que estaban compartiendo era mucho más que sexo.
Ryeowook tenía razón, estaban haciendo el amor a cada
uno. Y eso lo sacudió enteramente, hasta su alma perdida.
Se tomaron el tiempo con cada uno, acariciando,
asegurándose que ambos estaban saciados. Se corrieron juntos en una explosión
pura de emoción.
Ryeowook se echó atrás mientras Yesung continuaba
tomándolo.
Estaba tan absorto en él, que Yesung no estaba poniendo
atención al agua. No hasta que una ola pasó sobre ellos.
Él farfulló mientras tragaba una gran cantidad de agua.
La ola se retiró, dejándolos a ambos sofocados y sin
aliento. Ryeowook se rió, un sonido dulce y vibrante.
—Eso fue interesante.
Él lo besó mientras se subía a su cuerpo, de tal manera
que podía sonreírle desde arriba.
—Más bien exasperante, en mi opinión.
Levantó la mano para tocar sus mejillas.
–Mi Príncipe Encantado tiene hoyuelos.
Él dejó de sonreír instantáneamente y apartó la mirada.
—No dejes de sonreír, Yesung. Me gusta ese lado tuyo.
Sus ojos llamearon coléricamente.
—¿Eso significa que a ti no te gusta el otro lado de mí?
Ryeowook hizo un sonido altamente indignado.
—Eres tan hosco —recorrió con su mano su espalda hasta
que pudo agarrar su trasero desnudo en sus manos.
—¿Después de hoy, no te has percatado que más bien estoy
afectado por todos tus lados? A pesar de que algunos son más espinosos que
otros —recorrió con su mano la mejilla cubierta de barba para enfatizar su
punto de vista.
Él se relajó un grado.
—No debería estar contigo.
—Y yo no debería estar contigo. Aún así aquí estamos y
estoy muy feliz por eso —meneó su trasero contra él, haciéndolo gemir en
respuesta.
Lo miraba como si no pudiera creer que él fuese real, y
en su mente no lo era. Era sólo un sueño.
Ryeowook se preguntaba cómo reaccionaría él cuando se
despertara. ¿Algo de esto ayudaría o se distanciaría aún más?
Deseaba poder despojarlo de sus malos recuerdos. Darle
una infancia feliz llena de amor y ternura.
Una vida de alegría y amistad.
Yesung colocó su cabeza en su pecho y se quedó allí
tranquilo como si estuviera contento por sentir nada más que a él, mientras el
sol los calentaba a ambos.
—Cuéntame un recuerdo feliz, Yesung. Una cosa en tu vida
que haya sido buena. Él vaciló por tanto tiempo que pensó que no contestaría.
Cuando habló, su voz era tan suave que le hizo doler.
—Tú.
Las lágrimas se acumularon en sus ojos. Lo abrazó con su
cuerpo, acunándolo, esperando que de algún modo pudiese serenar su espíritu
preocupado e inquieto.
Ryeowook supo ahí que lucharía por este hombre, y desde
el fondo de su mente surgió una idea atemorizante.
Estaba enamorado de él.
Para ser primerizos ni lo hace tan mal.
ResponderEliminarAhhhh maldicion que genial, maravilloso capitulo, me encanta este fic Yota como accedo a la parte de los dark de Kyu y Min no hay un acceso directo.
ResponderEliminarNo he podido hacerlos, no he tenido tiempo. Tendrías que irte a etiquetas: Soulmate
EliminarEstos dos ya están como debe ser, además al menos RyeoWook va consiguiendo que Yesung se abra cada vez más a él y de paso ya se dio cuenta que está enamorado de Yesung. Ahora lo que me preocupa es que irá a pasar cuando "despierten"
ResponderEliminarYa dije que me encanta Simi?? igual lo repito, me encanta. Shin debería dejar que se coma a Artemisa, después de todo la muy obstinada piensa que lo de Thanatos es fácil de solucionar, si supiera que este ya está planeando lo que va hacer ¬¬