Devil´s Heart (DH4)- 18




Shin se despertó de golpe en el mismo momento en que su teléfono sonó. Por costumbre, se dio vuelta en la cama para tratar de alcanzar su mochila, solo para recordar dónde estaba él y que no tenía permiso de contestar su teléfono mientras estuviese en el templo de Artemisa.

Pensándolo mejor, su teléfono no debería estar sonando. No era como si hubiera una torre en el Olimpo para llevar la señal.

Lo cuál quería decir que tenía que venir de Ryeowook...

Pero si Artemisa lo atrapaba hablando con él, entonces ella se enojaría mucho y reaccionaria violentamente retractándose de su acuerdo. No es que a él le importase lo que le hiciera a él, pero él no quería desatar el temperamento de Artemisa contra Ryeowook.

Apretando los dientes, sacó su teléfono y dejó que su casilla de voz respondiera mientras él escuchaba el mensaje.

Lo que oyó hizo que su vista se oscureciera. No era Ryeowook. Era Yesung.

—Maldición, Shindong, ¿dónde estas? –gruñó Yesung, luego siguieron unos pocos segundos de silencio. —Yo…yo... necesito tu ayuda.


El estómago de Shin se contrajo al escuchar las cuatro palabras que nunca había esperado que Yesung pronunciase.

Debía estar realmente mal para que el ex esclavo admitiera que necesitaba alguna cosa de alguien. Especialmente de él.

—Mira Shindong, yo sé que soy un hombre muerto y no me importa. No estoy seguro cuánto sabes de mi situación, pero hay alguien conmigo. Su nombre es Ryeowook y él dice que es una ninfa de justicia. Esta cosa, Thanatos, está tras de mí y él ya ha matado a un Cazador Oscuro esta noche. Sé que si él coloca sus manos en Ryeowook, lo matará, también. Tienes que protegerlo por mí, Shindong… por favor. Necesito que vengas a buscarlo y lo mantengas seguro mientras me enfrento a Thanatos. Si no lo quieres hacer por mí, entonces hazlo por él. Él no merece morir porque trató de ayudarme.

Shin se sentó en la cama. Sostenía el teléfono ferozmente apretado en su mano. Él quería contestarle. Pero no se atrevió. La furia y el dolor emergieron a través de él.

Cómo se atrevía Artemisa a traicionarlo otra vez. Maldita ella por esto.

Él debería haber sabido que ella no acorralaría a Thanatos como había prometido. ¿Qué era una vida más aniquilada para ella?

Nada. Nada tenía importancia para ella excepto lo que ella quería.

Pero a él le importaba. A él le importaba en un modo que Artemisa nunca comprendería.

—Estoy en mi cabaña con el teléfono de Tao. Llámame. Necesitamos sacarlo fuera de aquí tan pronto como sea posible.

El teléfono quedó muerto.

Shin arrojó hacia atrás las mantas y se puso sus ropas encima de su cuerpo. Furioso, tiró el teléfono en su mochila y abrió las puertas del dormitorio con estruendo.

Artemisa estaba sentada en su trono con su hermano gemelo, Apolo, parado frente a ella.

Ambos saltaron mientras él entraba. No era extraño que Artemisa le hubiera dicho que él necesitaba descansar.

Ella sabía que era mejor no dejar que él y Apolo estuvieran en el mismo lugar. Se llevaban aun "mejor" que lo que lo hacían Artemisa y Simi.

Apolo cargó contra él.

Shin estiró la mano y devolvió el golpe al dios.

—Mantente lejos de mí, niño brillo de sol. No estoy de humor para ti hoy.

Shin se dirigió hacia la puerta sólo para encontrarse a Artemisa bloqueando su camino otra vez.

—¿Qué haces?

—Me voy.

—No puedes.

—Salte de mi camino, Artemisa. En el humor que estoy, solo podría lastimarte si continúas parada allí.

—Juraste que te quedarías aquí por dos semanas. Si dejas el Olimpo, morirás. No puedes faltar a tu palabra, sabes eso.

Shin cerró los ojos y maldijo a la única minúscula cosa que había olvidado en su cólera. A diferencia de los dioses olímpicos, su juramento era obligatorio. Una vez que él pronunciaba un juramento, estaba atado a él por más que lo quisiera de otra manera.

—¿Qué esta haciendo él aquí? —gruñó Apolo. —Me dijiste que él ya no vendría aquí nunca más.

—Cállate, Apolo —dijeron él y Artemisa al unísono.

Shin miró a Artemisa mientras ella daba un paso hacia atrás.

—¿Por qué me mentiste acerca de Thanatos? Me dijiste que había sido encerrado otra vez.

—No mentí.

—¿No? ¿Entonces por que él anduvo suelto anoche en Alaska, matando a mi Dark Hunter, después que me dijiste que estaba encerrado otra vez?

—¿Mató a Yesung?

Él frunció los labios.

—Borra esa expresión de esperanza de tu cara. Yesung está vivo, pero alguien más fue asesinado.

Se le cayó la cara.

—¿A quién?

—¿Cómo podría saberlo? Estoy pegado aquí contigo.

Ella puso tiesa por la forma en que él dijo eso.

—Les dije a los Oráculos que lo encerraran después de que Dion lo liberara. Asumí que habían hecho eso.

—¿Entonces quién lo dejó salir esta vez? Ambos miraron a Apolo.

—No lo hice –dijo Apolo bruscamente. —Ni siquiera sé dónde alojas a esa criatura.

—Mejor que no lo hayas hecho –gruñó Shin.

Apolo le sonrió sarcásticamente.

—No me asustas, humano. Te maté una vez, lo puedo hacer nuevamente.

Shin sonrió lentamente, fríamente. Eso fue entonces, esto era ahora, y ellos estaban en un dominio enteramente nuevo con un conjunto de reglas completamente nuevas que él daría cualquier cosa por presentárselas al dios.

—Por favor has un intento.

Artemisa se paró entre ellos.

—Apolo, vete.

—¿Qué hay acerca de él?

—Él no es de tu incumbencia.

Apolo sintió como si ambos lo rechazaran.

—No puedo creer que admitas a algo como él en tu templo.

Con su cara ruborizada, Artemisa miró a otro lado, demasiado avergonzada para decirle algo a su hermano.

Era lo que Shin esperaba de ella.

Avergonzada de él y su relación, Artemisa siempre había tratado de mantener a distancia a Shin de los otros olímpicos tanto como podía. Por siglos, los otros dioses supieron que él la visitaba. Las habladurías sobre lo que hacían juntos abundaban y sobre cuánto tiempo él se quedaba con ella, pero Artemisa nunca había confirmado una relación entre ellos. Nunca se había dignado a tocarlo en presencia de cualquier otra persona.

Lo molestaba que después de once mil años todavía fuera su sucio secreto. Después de todo lo que habían hecho, ella difícilmente tratara de mirarlo cuando otros estaban alrededor.

Y aun así ella lo tenía atado a ella y se rehusaba a dejarlo ir. Su relación era enfermiza y bien que él lo sabía. Desdichadamente, él no tenía opción en el asunto.

Pero si él alguna vez pudiera librarse de ella, correría tan rápido como pudiera. Ella lo sabía tan bien como él.

Era por eso que ella lo tenía agarrado tan apretadamente. Apolo se inclinó a modo de burla.

—Tsoulus.

Shin se puso rígido ante el antiguo insulto griego. No era la primera vez que él había sido llamado eso. Como un ser humano, él había respondido a eso provocadoramente, con un tipo de enfermo regocijo.

Lo único que realmente le dolió fue saber que once mil años más tarde, era igual de aplicable a él como lo había sido entonces.

Sólo que ahora él no disfrutaba del título. Ahora lo hería intensamente en el alma.

Artemisa agarró a su hermano por la oreja y lo empujó hacia la puerta.

—Vete – gruñó ella al empujarlo afuera y cerrar de un golpe la puerta.

Ella se volvió para enfrentar a Shindong.

Shin no se había movido. El insulto todavía ardía a fuego lento profundamente en su interior.

—Él es un idiota.

Shin no se molestó de contradecirla. Él estaba completamente de acuerdo.

—Simi, toma forma humana.

Simi flotó fuera de su manga para mostrarse al lado de él.

—¿Sí, akri?

—Protege a Yesung y Ryeowook.

—¡No! –protestó Artemisa. —No la puedes dejar ir, podría decirle a Yesung todo lo que ocurrió.

—Entonces déjala. Es hora que él entienda.

—¿Entender qué? ¿Quieres que sepa la verdad acerca de ti?

Shin sintió una ola atravesándolo y supo que sus ojos relampaguearon cambiando de plata a rojo. Artemisa dio un paso atrás, prueba suficiente de ello.

—Es la verdad sobre ti la que impedí que sepa –dijo Shin dijo entre dientes apretados.

—¿Fue eso, Shindong? ¿Fue realmente acerca de mí o borraste sus recuerdos de esa noche porque tenías miedo de lo que él hubiera pensado de ti?

La ola se hizo más profunda.

Shin levantó las manos para silenciar a Artemisa antes de que fuera demasiado tarde y sus poderes asumieron el control de él. Había pasado demasiado tiempo desde la última vez que se había alimentado y él estaba demasiado volátil para controlarse.

Si continuaban peleando, no podría decir que sería capaz de hacer él.

Miró hacia Simi que esperaba al lado de él.

—Simi, no hables con Yesung pero asegúrate que Thanatos no mate a ninguno de los dos.

—Dile que no mate a Thanatos, tampoco.

Shin comenzó a discutir, luego se detuvo. Ellos no tenían tiempo, ni él tenía el suficiente control sobre sí mismo. Si Thanatos mataba a Yesung y Ryeowook, entonces la vida sería bastante más complicada para todo el mundo.

—No mates a Thanatos, Simi. Ahora, vete.

—De acuerdo, akri, los protegeré —. Simi desapareció.

Artemisa estrechó sus ojos verdes en él.

—No puedo creer que la enviases sola. Es peor que Yesung y Thanatos combinados.

—No tengo alternativa, Artie. ¿Has pensado en lo que ocurriría si Ryeowook muere? ¿Cómo piensas que sus hermanos reaccionarán?

—El no puede morir a menos que ellos lo decidan.

—Eso no es cierto y lo sabes. Hay algunas cosas sobre las que ni siquiera los Destinos tienen
control. Y te aseguro que si tu mascota loca destruye al hermanito amado, entonces demandarán tu cabeza por eso.

Shin no tuvo que decir nada más que eso. Porque si Artemisa perdía su cabeza, entonces el mundo que todos conocían se volvería algo verdaderamente aterrador.

—Iré a hablar con los Oráculos.

—Bien, has eso, Artie, y mientras estas en ello, mejor piensa en ir tras de Thanatos tu misma y traerlo a casa.

Ella frunció los labios.

—Soy una diosa, no un criado. No voy a traer a nadie.

Shin se movió para parase tan cerca de ella que apenas el ancho de una mano los separaba. El aire entre ellos ondeó con sus poderes en pugna, con la ferocidad de sus crudas emociones.

—Tarde o temprano, todos tenemos que hacer cosas que están por debajo de nosotros. Recuerda eso, Artemisa.

Él se alejó de ella y le dio la espalda.

—Sólo porque tú te vendes tan barato, Shindong, no significa que yo tenga que hacerlo.

Él se congeló, su espalda todavía hacia ella, mientras sus palabras lo desgarraban. Eran crueles y rudas. Estuvo a punto de maldecirla por eso.

Él no lo hizo y ella fue condenadamente afortunada por su control.

En lugar de eso, él habló serenamente, y escogió cada palabra deliberada, cuidadosamente.

—Si yo fuera tú, Artie, rezaría por nunca obtener lo que verdaderamente te mereces. Si Thanatos mata a Ryeowook, ni siquiera yo seré capaz de salvarte.



Yesung hizo a un lado el teléfono y miró a Ryeowook durmiendo en su abrigo. Él necesitaba descansar también, pero realmente no podía hacerlo. Estaba demasiado herido para dormir.

Después de cerrar la puerta trampa, se movió hacia su improvisada cama. Los recuerdos volvieron a surgir.

Se vio hecho una furia. Vio caras y llamas. Sintió la furia de su enojo chisporroteando a través de él. Había matado a las mismas personas que se suponía que tenía que proteger.
Había matado...

Una risa malvada hizo eco en su cabeza. Un destello de luz llenó el cuarto. Y Shin...

Yesung se esforzó por recordar. ¿Por qué no podía recordar lo que sucedió en Nueva Orleáns?

¿Lo que sucedió en su pueblo?

Todo estaba fragmentado y nada tenía sentido. Era como si Kangshin de piezas de un rompecabezas hubieran sido lanzadas al piso y él no pudiera resolver dónde iba cada una.

Caminó por el estrecho espacio, haciendo su mejor esfuerzo por recordar el pasado.

Las horas pasaron lentamente mientras escuchaba cualquier sonido que delatara que Thanatos se acercaba. En algún momento, cerca del mediodía, el excesivo cansancio lo alcanzó y se acostó al lado de Ryeowook.

En contra de su voluntad, se encontró acunándolo entre sus brazos e inspirando el dulce, fragante perfume de su pelo.

Se acurrucó contra él, cerró los ojos y oró por un sueño amable...



Yesung se despertó temblando. Se esforzaba por respirar mientras luchaba por sentarse y miraba alrededor salvajemente, medio esperando que uno de sus hermanos estuviera allí.

—¿Yesung?

Él sintió el calor de una suave mano en su espalda.

—¿Estás bien?

No pudo hablar mientras los viejos recuerdos llameaban dentro de él. Desde el momento en que sus hermanos mayores supieron la verdad hasta el día que su padre había sobornado a un traficante de esclavos para llevarlo, sus hermanos habían hecho un esfuerzo extraordinario para hacerle pagar a Yesung el hecho de que estuvieran emparentados.

Él nunca había conocido un solo día de paz.

Mendigo, campesino, o noble, todos eran mejor que él. Y él no fue sino un patético chivo expiatorio para todos ellos.

Ryeowook se sentó y envolvió sus brazos alrededor de su cintura.

—Estas tiritando. ¿Tienes frío?

Todavía no contestaba. Sabía que debería apartarlo, pero en ese mismísimo momento quería su consuelo. Él deseaba que alguien le dijera que no era una persona sin valor.
Alguien que le dijera que no se avergonzaba de él.

Cerrando los ojos, lo acercó y colocó la cabeza en su hombro.

Ryeowook estaba estupefacto por sus inusuales acciones. Acarició su pelo y lo meció suavemente en sus brazos. Simplemente sosteniéndolo.

—¿Me dirás qué esta mal? –preguntó quedamente.

—¿Por qué? No cambiaria nada.

—Porque me importa, Yesung. Quiero hacer lo mejor. Si me dejaras.

Su tono fue tan bajo que Ryeowook tuvo que esforzarse para oír lo que él dijo.

—Hay algunos dolores que nada puede aliviarlos.

Colocó su mano sobre su mejilla.

—¿Como cuales?

Él vaciló por varios latidos antes de hablar otra vez.

—¿Sabes cómo morí?

—No.

—Sobre manos y rodillas, como un animal sobre la tierra, rogando por misericordia.

Ryeowook se sobresaltó ante sus palabras. Estaba tan dolorido por él que apenas podía respirar por la tensión de su pecho.

—¿Por qué?

Él se tensó y tragó. Al principio pensó que se apartaría, pero no se movió. Se quedó allí, dejándolo abrazarlo.

—¿Tu viste cómo mi padre se deshizo de mí? ¿Cómo le pagó al traficante de esclavos para que me llevara?

—Sí.

—Viví con el traficante por cinco años.

Los brazos de Yesung se apretaron a su alrededor como si apenas pudiera soportar admitir eso ante él.

—No puedes imaginar cómo me trataron. Lo que me vi forzado a limpiar. Todos los días cuándo me despertaba, maldecía por encontrarme todavía vivo. Todas las noches rezaba para morir mientras dormía. Nunca tuve un solo sueño de escapar de esa vida. La idea de escapar no se te ocurre cuando has nacido esclavo. El pensamiento de que no merecía lo que me hicieron nunca se introdujo en mi mente. Era lo que yo era. Todo lo que conocía. Y no tenía esperanza de que alguien me comprara para sacarme de allí. Cada vez que un cliente entraba y me veía, oía sus bruscas inspiraciones de aire. Veía las confusas sombras de sus horrorizados gestos de desprecio.

Los ojos de Ryeowook se llenaron de lágrimas. Él era un hombre tan bien parecido que cualquier mataría por tenerle, y aún así su apariencia había sido brutalmente arruinada. Sin otra razón más que la crueldad.

Nadie debería ser baldado y degradado como él lo había sido. Nadie.

Presionó sus labios en su frente, peinando su pelo con los dedos hacia atrás mientras él continuaba confiándole lo qué estaba seguro nunca había confiado a otro ser viviente.

No había emoción en su voz. La única pista del dolor que él sentía era la tensión de su cuerpo. El hecho de que él aún tenía que dejarla ir.

—Un día una bella señora entró –murmuró él. —Tenía a un soldado romano como escolta. Ella se quedó parada en la entrada vistiendo un peplo azul oscuro. Su pelo era tan negro como el cielo de medianoche, su piel era tersa e inmaculada. No la podía ver muy claramente, pero oía a los otros esclavos murmurando acerca de ella y sólo hacían eso cuando la mujer era verdaderamente excepcional.

Una apuñalada de celos traspasó a Ryeowook. ¿La había amado Yesung?

—¿Quién era ella? —preguntó.

—Solo otra mujer de la nobleza, queriendo un esclavo.

La respiración de Yesung caía contra su cuello mientras él jugueteaba con una hebra de su pelo entre sus dedos callosos. La ternura de ese gesto no le pasó desapercibida a ella.

—Ella se acercó a la celda donde estaba limpiando los orinales –dijo él. —Yo no me atreví a mirarla y luego la oí decir, 'quiero éste'. Asumí que ella se refería a uno de los otros hombres. Pero cuando vinieron por mí, me quedé sin habla.

Ryeowook sonrió tristemente.

—Ella reconocía algo bueno cuando lo veía.

—No –dijo él agudamente. —Ella quería que un criado le advirtiera a ella y a su amante cuando su marido volvía a casa inesperadamente. Quería a un esclavo que fuese leal a ella. Uno que le debiera todo. Era la criatura más miserable de allí y ella nunca dejó de recordármelo. Una palabra de ella y me habrían devuelto directamente a mi infierno.

Se apartó de él. Extendió la mano para encontrarlo sentado a su lado.

—¿Lo hizo?

—No. Ella me conservó a pesar de que su marido se ponía lívido en mi presencia. Él no podía soportar verme. Era tan repugnante. Lisiado. Medio ciego. Tenía cicatrices tan feas que los niños solían llorar cuando me veían.

—¿Cuánto tiempo la serviste?

—Seis años. Fui completamente leal a ella. Habría hecho cualquier cosa que ella me pidiera.

—¿Ella era amable contigo?

—No. No realmente. Ella no era más que amable. No quería tener que mirarme más que cualquier otro lo querría. Así es que me mantenía oculto en una celda pequeña, y sólo me sacaba siempre que su amante llegaba a visitarla. Permanecía en la entrada y escuchaba si los guardias saludaban a su Señor. Cuando él regresaba y ellos estaban juntos, corría a su cuarto y golpeaba en la puerta para advertirlos.

Eso explicaba bastante acerca de su muerte.

—¿Es así cómo moriste? ¿Te atrapó su señor advirtiéndoles?

—No. Ese día, fui a la puerta para advertirla, pero cuando logré llegar oí que lloraba de dolor, diciéndole a su amante que dejara de lastimarla. Me apresuré a entrar y lo encontré golpeándola. Traté de alejarlo de ella. Pero se volvió contra mí. Él finalmente oyó a su marido afuera y se fue. Ella me dijo a mí que saliera también y lo hice.

Yesung se quedó callado mientras el recuerdo de ese día lo desgarraba nuevamente. Él todavía podía ver la pequeña celda que era su cuarto. Oler el hedor de la celda y el de su cuerpo herido. Sentir el dolor en su cara y cuello en donde el soldado lo había golpeado repetidamente mientras él trataba de alejar al soldado lejos de ella.

El soldado le había propinado una paliza tan fuerte que él había esperado que lo matara. Había estado tan lastimado y arruinado después que apenas podía moverse, apenas respirar, mientras cojeaba de regreso al hueco dónde su ama lo mantenía.

Yesung había estado sentado sobre el piso, clavando los ojos en la pared, esperando con ilusión que su cuerpo dejara de doler.

Luego la puerta se había abierto.

Él había visto la imagen poco definida del marido, mirándolo con una cruda furia deformándole la cara.

Al principio Yesung había asumido inocentemente que el senador se había enterado de la infidelidad de su esposa y su parte en advertirla cuando él volvía a casa.

No había sido así.

—¡Cómo te atreves! —el hombre lo había levantado tomándolo del pelo y lo había arrojado de la celda. Lo había golpeado y pateado a través del patio de la casa durante todo el camino hacia el cuarto de su esposa.

Yesung se había desparramado en su dormitorio, justamente a unos metros de ella. Él yació en el piso, golpeado y ensangrentado, estremeciéndose, sin idea de por que él había sido atacado esta vez.

Indefenso, esperó que ella dijera algo.

Su cara amoratada estaba cenicienta, estaba parada allí como una reina andrajosa, apretando firmemente a su cuerpo devastado su túnica ensangrentada y desgarrada.

—¿Este el que te violó? —preguntó a su esposa.

La boca de Yesung se quedó seca ante la pregunta. No, él no debía haber oído correctamente.
Ella lloró incontrolablemente mientras su sierva trataba de confortarla.

—Sí. Él me hizo esto.

Yesung se atrevió a levantar la mirada hacia ella, incapaz de creer su mentira. Después de todo lo que él había hecho por ella...

Después de la paliza que él había recibido de su amante por protegerla. ¿Cómo le podía hacer esto a él?

—Mi señora...

El hombre cruelmente lo pateó en la cabeza, cortando el resto de sus palabras.

—Silencio, perro sin valor —. Él se volvió contra su esposa.

—Te dije que debías haberlo dejado en el pozo negro. ¿Vez lo qué sucede cuándo sientes lástima por criaturas como esta?

Luego había llamado a sus guardias.

Yesung había sido inmediatamente sacado del cuarto, y llevado a las autoridades. Había tratado de protestar su inocencia, pero la justicia romana seguía un principio básico: Culpable hasta probar lo contrario.

Su palabra como esclavo no era nada comparada con la de ella.

En el transcurso de una semana, los jueces romanos consiguieron, mediante torturar, una completa confesión de él.

Él habría dicho cualquier cosa para detener la dolorosa tortura.

Él nunca había conocido más dolor que él vivido en esa semana. Ni siquiera la crueldad de su padre podía igualarse a los instrumentos del gobierno romano.

Y así es que él había sido condenado. Él, un virgen que nunca había tocado la carne de una mujer de ninguna forma, iba a ser ejecutado por violar a su dueña.

—Me arrastraron desde mi celda y me llevaron atravesando la ciudad, donde todo el mundo estaba congregado para escupirme –murmuró él inexpresivamente al oído de Ryeowook. —Me abuchearon y lanzaron comida podrida, llamándome cada nombre que puedas imaginar. Los soldados me desataron del carro y me arrastraron al centro de la multitud. Trataron de pararme, pero mis piernas estaban quebradas. Finalmente, me dejaron allí sobre mis manos y rodillas a fin de que la multitud pudiera apedrearme. Sabes, todavía puedo sentir las rocas lloviendo sobre mi cuerpo. Oírlos diciéndome que muriera.

Ryeowook luchaba por respirar cuando terminó su historia.

—Estoy tan apenado, Yesung —murmuró, sufriendo por él.

—No seas condescendiente –gruñó él.

—Créeme, no lo soy. Nunca sobreprotegería a alguien con tu fuerza.

Él trató de apartarse, pero lo sujetó con fuerza.

—No soy fuerte.

—Sí lo eres. No sé cómo has soportado el dolor de tu vida. Siempre me he sentido solo, pero no en tu forma.

Yesung se relajó un poco mientras él se apoyaba contra su lado. Deseaba poder verlo ahora. Ver las emociones en sus oscuros ojos.

—Sabes, no estoy realmente loco.

Ryeowook sonrió.

—Sé que no lo estas.

Él dejó escapar un largo, cansado suspiro.


4 comentarios:

  1. Oh si definitivamente está historia es muy triste no se quien sufre más si yeye o shin

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  2. Aw~ pobre Yeyo... TT___TT
    No se vale!!! Nooo que malos..
    Maldita vieja esa...lo que le hizo...desgraciada!!!
    Pobresitos....
    Ahhh que Shing le arranque la cabeza a Artemisa!!!!@
    Ahhhhhh

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  3. Oh Yeye, tanto dolor, y esa loca de artemisa matala Shing, se lo merece ya sabiayo que ella tenia que ver con la muerte de la gente de ese pueblo pero Shing, noooo, el debio proteger a Yesung no exiliarlo por algo que no hizooo dejar que se sintiera culpable por algo que no hizo, son malditos...

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  4. Pobrecito yesung es que en toda su vida no conoció más que rechazo y dolor y después de su muerte lo único que siguió sintiendo fue más rechazo y dolor y todo por algo que el no hizo ya me imaginaba que Artemisa había tenido algo que ver pero me sorprende que Shing también sea parte de esa mentira, porque le hizo eso a yeye? Definitivamente esta adaptación me está sacando unas cuantas lagrimitas...

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yota´s news : De regreso?

 Buenas tardes a todas las lectoras. Después de un año  y casi 4 meses regreso a saludarlas y comentarles nuevas.  Me gustaría decirle...