Kangin se despertó poco tiempo después. Al levantarse se dio
cuenta de que la mayor parte de las heridas habían desaparecido. Se quitó las
vendas manchadas de sangre y las tiró a la papelera, situada junto a la puerta.
–¿Leeteuk? –lo llamó, asomándose al pasillo.
Nadie contestó. En la casa no se escuchaba ningún sonido,
todo estaba en silencio. Aún estaría fuera.
Cogió su ropa y entró al baño. No tardó mucho en ducharse,
afeitarse y vestirse. Una vez aseado, volvió a la habitación. Se detuvo en la
puerta al ver a Leeteuk. Llevaba unos vaqueros muy ajustados y una sudadera
negra que ocultaba esas curvas que él se moría por acariciar. El pelo suelto le
daba una apariencia muy sugerente.
Se acercó en silencio a él, que estaba de espaldas, y vio
que estaba mirando la papelera. Sin hablar, inclinó la cabeza y le mordisqueó
el cuello.
En cuanto sus labios la rozaron captó su aroma. No era
Leeteuk.
Era Heechul.
Kangin retrocedió, alejándose, mientras Heechul se giraba
para mirarlo frente a frente. Aún tenía la cara magullada por la paliza que le
habían dado los secuaces de Changsu y llevaba un apósito sobre los puntos de
sutura. Se agachó, medio cojeando, y adoptó una postura de ataque.
Le dolió verlo así.
No había sido capaz de proteger a una de las personas que
Leeteuk más quería y juró que jamás volvería a suceder.
–¿Quién eres? –exigió saber Heechul–. ¿Dónde está Inyoung?
Kangin echó un vistazo al espejo y, al ver que no se
reflejaba, retrocedió un paso más, antes de que lo notara.
–Se le estropeó el coche cuando regresaba y Leeteuk fue a
recogerla.
Se dio cuenta, demasiado tarde, de que debía haber mantenido
la boca cerrada porque Heechul lo reconoció en cuanto lo escuchó hablar; su
acento era inconfundible.
–¡Tú! –chilló–. ¿Qué les has hecho a mis hermanos?
–Nada; están bien.
–¡Y una mierda! –exclamó al tiempo que se abalanzaba sobre
él.
Kangin se dio la vuelta y se alejó corriendo por el pasillo;
no quería hacerle daño.
–¡Un vampiro! –gritó Heechul.
Escuchó ruidos en la planta baja y se dio cuenta de que el
hermano gemelo de Leeteuk no estaba solo.
–¡Abran las cortinas! –Y mientras gritaba la orden agarró el
cordón del riel de las cortinas del pasillo y tiró con fuerza.
Kangin siseó cuando la luz del sol lo rozó. Saltó sobre la
barandilla y aterrizó en la sala de estar del primer piso.
Dos pares de ojos lo miraron atónitos, observándolo de
arriba abajo. El hombre de pelo oscuro se quedó muy pálido, pero la chica rubia
reaccionó con rapidez y se acercó a la ventana sin perder tiempo para subir las
persianas.
Antes de que pudiera moverse, Heechul estaba sobre él,
lanzándole un golpe con el pie que le dio en el costado, sobre la herida.
–¡Muere, hijo de puta!
Kangin siseó, enseñándole los colmillos, y saltó hacia atrás
girando en el aire, para escapar hacia la cocina. Pero tuvo que detenerse al
llegar a la puerta y ver que la luz del sol entraba a raudales en la estancia.
No había ni un solo sitio en todo el cuarto donde no corriera el riesgo de
acabar frito.
En ese momento, algo duro y afilado lo golpeó en el hombro.
Con un gruñido, se dio la vuelta y vio a Heechul que empuñaba una daga
alargada, dispuesto a hundírselo de nuevo. Lo sujetó por la muñeca en el mismo
instante que sus dos amigos se abalanzaban sobre él. Los cuatro se tambalearon
y, de un empujón, logró deshacerse de uno de ellos. Intentó regresar a la sala
de estar pero, de algún modo, Heechul se las arregló para interponerse en su
camino.
Blandió la daga directa a su estómago; el odio que sentía
por él se reflejaba de forma alarmante en sus ojos. Kangin saltó hacia atrás y
un rayo de sol le dio en la espalda. El dolor lo fulminó al instante. Siseando
de nuevo, lo esquivó y corrió de vuelta a la sala, intentando permanecer en las
sombras.
Heechul y sus dos amigos se arrojaron sobre él y lo lanzaron
contra la puerta. Mientras lo tiraban al suelo, las palabras de Changsu
resonaron en sus oídos.
Se echarán sobre ti como una manada de perros salvajes.
Heechul se sentó sobre su pecho, rodeándole el cuello con
una mano, y sus dos amigos lo agarraron por los brazos, extendiéndolos. Si lo
hubiesen atacado de ese modo el día anterior, el pánico lo habría vuelto loco.
Pero en ese momento recordó a Leeteuk mientras lo ataba y sintió una extraña
lucidez.
–¿Qué has hecho con mi hermano? –preguntó Heechul.
–Nada.
–¡No me mientas! He visto las vendas manchadas de sangre en
la papelera.
Intentando no hacerle daño, alzó las piernas y lo agarró con
ellas para lanzarlo hacia atrás, en el mismo momento que intentaba hundirle la
daga en la garganta. Falló por milímetros. Le dio un puñetazo en el estómago al
tipo que estaba a su derecha y arrojó a la chica rubia sobre el sofá. Cuando
sintió que Heechul le mordía en el muslo soltó una maldición, le quitó la daga
y la tiró al suelo, donde quedó clavada en uno de los listones del parqué.
–Escúchame.
–¡No! –gritó él mientras se retorcía e intentaba golpearlo
con los puños.
Kangin giró en el suelo y se colocó sobre él, inmovilizándolo.
Todos sus instintos le exigían que lo dejara inconsciente, pero, al observar
ese rostro tan parecido al de Leeteuk, se dio cuenta de que jamás podría
hacerle daño.
Ese momento de incertidumbre le costó muy caro. Sus amigos
volvieron a atraparlo de nuevo. Los cuatro rodaron por el suelo y Kangin
consiguió ponerse en pie al tiempo que la puerta de la calle se abría e
inundaba de luz la habitación.
Soltando otro taco, logró llegar como pudo a un rincón
oscuro. El grito agudo de Leeteuk resonó por toda la casa.
–¡Ya basta!
Heechul y sus compañeros se quedaron inmóviles al escucharlo
y Kangin aprovechó para recuperar el aliento. Sentía un dolor punzante en las
nuevas heridas y la sangre le corría por la espalda. Leeteuk se acercó
corriendo a él y lo tocó, inspeccionando las heridas.
Su hermano arrancó la daga del suelo y se acercó a ellos con
actitud decidida y furiosa, sin dejar de mirar a Kangin a lo ojos.
–Apártate de mi camino, Teukkie. Estoy a punto de matar a un
vampiro.
–Te equivocas –lo interrumpió Inyoung, cerrando la puerta de
la entrada y colocándose entre Heechul y Kangin–. Estás a punto de matar al
novio de tu hermano gemelo.
Heechul la miró con la boca abierta y se detuvo al instante,
mirando a Kangin y a Leeteuk alternativamente.
–¿Cómo has dicho?
Leeteuk ignoró a su hermano.
–¿Estás bien?
Kangin se pasó la mano por la herida abierta del brazo.
–Nunca he estado mejor.
–¿Y le preguntas a él? –masculló Heechul con incredulidad–.
Y los chicos y yo, ¿qué? No veo que estés muy preocupado por nosotros. Ha
estado a punto de decapitarnos.
Leeteuk lanzó una mirada furiosa a su gemelo.
–Me parece que no están sangrando. Créeme, si hubiese
querido hacerles daño ninguno de ustedes estarían de pie ahora mismo.
Heechul los observó atentamente y soltó un gruñido
indignado.
–¿Estás defendiendo a un vampiro?
–Estoy defendiendo a Kangin –le contestó Leeteuk con
énfasis. Apretando los labios aún más, Heechul miró al uno y al otro.
–¿Qué pasa contigo? ¿Es que estás loco? ¿Quieres un novio
que bebe sangre, que va a vivir eternamente, que mata para divertirse y que no
puede salir a la luz del día? Vaya, Teukkie, veo que al final has encontrado al
Rey de los Perdedores. Felicidades. Jamás me imaginé que existiera alguien peor
que Top.
La parrafada de Heechul era un torrente de insultos y de
groserías.
–¿Y tú hablas de perdedores? El que sale con un hombre que
no ha trabajado más de dos semanas seguidas en los últimos tres años…
–Por lo menos, Jay tiene alma.
–Kangin tiene corazón.
–¡Venga, por favor! ¿Y tú crees que con eso se soluciona
todo? Dime una cosa, Teukkie, ¿estás
dispuesto a renunciar a todo por él? ¿A tu vida, a tu
futuro? ¿Qué puede ofrecerle un vampiro a un contable? Siempre has querido
niños, ¿puede dártelos él?
Kangin se hundía cada vez más en la desesperación mientras los
escuchaba discutir. Cada palabra que salía de la boca de Heechul confirmaba lo
que él había pensado desde un principio. Heechul tenía razón.
Echó un vistazo a la luz del sol que entraba por las
ventanas. El sol era letal para él y vital para Leeteuk. Para los humanos
resultaba tan necesario como el aire que respiraban. Y, mientras estuviese con
él, no encontraría la paz porque tendría que sacrificar todos sus sueños.
Y no podía permitir eso.
Con el corazón encogido, se escabulló entre las sombras
hasta llegar a la escalera.
–¡Dejen ya de discutir! –gritó Inyoung.
Kangin no volvió a prestarles atención mientras subía la
escalera.
Pasaron varios minutos, y una nueva andanada de insultos,
antes de que Leeteuk se percatara de la ausencia de Kangin.
–¿Kangin?
–Está arriba –le contestó Inyoung.
Leeteuk hizo el gesto de marcharse pero Heechul lo detuvo.
–No puedes hacerte esto.
–No sabes nada de él, Hee. Es un Dark Hunter, no un vampiro.
–Sí, claro. Y Lee Hyukjae me explicó que, en realidad, no
hay ninguna diferencia entre ellos. Los dos tienen características animales y
son asesinos.
–No me creo que Hyukjae te dijera eso.
–Me da igual que lo creas o no, es la verdad. Y mientras
reflexionas sobre eso, déjame decirte otra cosa que me contó Hyukjae: Artemisa
matará a tu novio antes de permitir que sea libre.
Leeteuk se alejó de su hermano, pensando que no era cierto
lo que decía. Encontró a Kangin en la habitación, recogiendo sus cosas.
–¿Qué estás haciendo?
–Me voy.
–No puedes salir. Es mediodía.
Su rostro tenía una expresión adusta y fría.
–He llamado a Keunjung.
–Kangin… –lo llamó, acercándose para tocarlo.
–No me toques –masculló él, enseñándole los colmillos–. Ya
has oído lo que te ha dicho tu hermano. Soy un animal, no un humano.
–Anoche no dormí con ningún animal.
–¿Ah, no?
–No –le contestó, poniéndole la mano en la mejilla.
No tardó más de un segundo en borrar la expresión de deleite
que su caricia le producía, pero Leeteuk llegó a verla.
–Eso es lo que tú crees, Leeteuk. ¿Sabes cuántas veces he
tenido que controlarme para no hundirte los dientes en el cuello? ¿Cuántas
veces he sentido el flujo de tu sangre bajo la lengua y he deseado probarla?
Tragó saliva, espantado. Pero se negaba a creerlo. Sólo
estaba intentando asustarlo.
–Nunca me has hecho daño y sé que darías tu vida antes de
hacerlo.
Kangin cogió la maleta sin decir nada y se marchó. Leeteuk lo
siguió por el pasillo y se detuvo al llegar a las escaleras.
–No puedes marcharte así.
–Sí puedo.
Tiró de él para detenerlo antes de que bajara hasta el
recibidor.
–No quiero que me dejes.
Kangin se paró en seco al escucharla. Sus palabras lo
estaban destrozando. Él tampoco quería dejarle; en realidad, lo que quería era
echárselo sobre el hombro, llevarlo de vuelta a la habitación y hacerle el amor
durante toda la eternidad. Quería hacerlo suyo de forma legítima y tener el
derecho de gritar que le pertenecía. Pero no estaba escrito que sucediera. Él
era un sirviente de Artemisa. Su vida pertenecía a la diosa.
–Vuelve a tu mundo, Leeteuk. Allí estarás a salvo.
Leeteuk le tomó el rostro entre las manos. Esos brillantes
ojos lo miraban con un anhelo y un dolor tan grandes que lo estaban
desgarrando.
–No quiero estar a salvo, Kangin. Te quiero a ti.
Él le apartó las manos, se alejó de sus tiernas caricias y
bajó lo que quedaba de las escaleras.
–No digas eso.
–¿Por qué no? –le preguntó Leeteuk, bajando tras él–. Es la
verdad.
–No puedes tenerme –le dijo entre dientes mientras giraba en
mitad de las escaleras para mirarla a los ojos–. Ya tengo dueña.
–Entonces déjame amarte.
Su resolución se vino abajo al escuchar el ruego de Leeteuk.
¡Por todos los dioses! Qué sencillo sería confiar en él. Tomarlo entre sus
brazos y… verlo envejecer mientras él permanecía igual. Abrazarlo cuando
muriera, ya anciano, para dejarlo solo durante toda la eternidad. Solo.
La simple idea era suficiente para dejarlo paralizado. La
vida sin él no merecía la pena. Y si dejarlo tras un par de días dolía tanto,
¿qué se sentiría al perderlo después de unas cuantas décadas? Era mucho más de
lo que su magullado corazón podía soportar.
–No puedes.
–¿Por qué? –preguntó Leeteuk.
–Algunas cosas son imposibles.
–Quizás esto sí sea posible.
–Te equivocas.
En ese momento llamaron a la puerta.
Leeteuk vio cómo In abría la puerta y Keunjung entraba con
la camilla. La expresión resignada y atormentada de Kangin al ver la bolsa
negra se le quedaría grabada para siempre en la memoria.
–No te vayas, Kangin –le pidió una vez más, rezando para que
lo escuchara.
–No tengo elección.
–Sí que la tienes. ¡Demonios, Kangin! Eres demasiado
testarudo. Tienes más opciones. No me dejes.
Él se frotó los ojos, como si le doliese la cabeza.
–¿Por qué quieres que me quede?
–Porque te amo.
La furiosa maldición de Heechul se escuchó en el recibidor,
procedente de la cocina, y el silencio que siguió resultó ensordecedor.
Kangin cerró los ojos mientras la agonía lo consumía. Había
esperado una eternidad para escuchar a una pareja decirle esas palabras de
corazón.
Pero era demasiado tarde.
–La última vez que creí que un joven me amaba, perdí un
imperio y acabé crucificado mientras él se reía de mí. No seas tonto, Leeteuk.
El amor no existe. Es una ilusión. No me amas; no puedes amarme.
Antes de que él pudiera protestar, saltó a la camilla y se
metió en la bolsa, cerrando la cremallera desde dentro.
–¡No me dejes! –le gritó Leeteuk, agarrándolo por el brazo a
través del plástico.
–Llévame a casa, Keunjung.
Keunjung le sonrió con tristeza y empujó la camilla para
salir de la casa. Leeteuk soltó un gruñido de frustración.
–Eres un idiota. Un idiota.
Kangin lo escuchó; su voz le llegaba amortiguada por el
grosor de la bolsa. Sus palabras lo estaban matando. Estaba actuando como un
imbécil.
No lo dejes, le suplicaba su corazón.
Pero no tenía otra opción. Éste era el camino que había
elegido. Había tomado esa decisión teniendo en cuenta las consecuencias y todos
los sacrificios que tendría que hacer.
Leeteuk era un ser de luz y él formaba parte de las
tinieblas. De algún modo, hallaría la forma de recuperar su alma sin implicarlo
y, una vez lo hiciera, mataría a Changsu.
Leeteuk y Heechul serían libres y él podría retomar su vida.
La vida a la que estaba atado por un juramento. Pero, en lo más hondo de su
corazón, sabía la verdad: lo amaba. Más de lo que jamás había amado a nadie.
Y tenía que dejarlo marchar.
Eran las cinco en punto de la tarde y comenzaba a oscurecer
cuando Leeteuk llegó a casa de Kangin. Aparcó su coche delante de la mansión,
caminó hasta la puerta principal y llamó.
Esperaba que Minho le contestara pero, en lugar de eso, la
puerta se abrió, muy lentamente, y no vio a nadie en el recibidor. Frunciendo
el ceño, entró. Al instante, la puerta se cerró dando un fuerte golpe a sus
espaldas. El sobresalto hizo que soltara un jadeo. Había creído que Kangin
había visto su coche en el monitor y había abierto la puerta antes de que
tuviese la oportunidad de utilizar el portero automático.
Ya no estaba tan seguro.
Cada vez más nervioso, echó un vistazo sin ver a nadie. El
silencio de la casa daba a entender que estaba vacía.
–¿Hola? –preguntó, avanzando muy despacio a través del
recibidor–. ¿Minho? ¿Kangin?
–Así que tú eres Park Leeteuk…
Al escuchar la voz procedente del salón se quedó helado. Era
una voz grave e incitante, con un acento que no se parecía a ninguno que
hubiese escuchado anteriormente. Le recordaba al sonido profundo y ronco del
trueno.
Por un momento, temió que se tratara de un Daimon; hasta que
los ojos se le adaptaron a la oscuridad y pudo distinguir al espléndido
espécimen masculino tumbado en el sofá. Tendido de espaldas y con las piernas
colgando sobre el brazo del sillón, tenía los brazos doblados bajo la cabeza y
le observaba atentamente desde las sombras.
Estaba desnudo de cintura para arriba y descalzo. Tenía una
larga melena de color verde oscuro. En el hombro izquierdo, Leeteuk distinguió
el estilizado tatuaje de un pájaro, cuya cola descendía en espiral y se
enrollaba alrededor del bíceps.
–¿Y usted es…? –le preguntó.
–Shindong –le contestó con esa voz profunda y serena–.
Encantado de conocerte. – Sus palabras carecían de cualquier signo de emoción o
calidez.
Vale, no se parece en nada a Yoda. Bueno… los dos tienen el
pelo verde.
El tipo del sofá no aparentaba más de veinticinco años, pero
el aura de crueldad que lo rodeaba empañaba esa apariencia juvenil. Al mirarlo,
daba la impresión de que había visto los fuegos del infierno de primera mano y
que la experiencia lo había transformado en un ser mucho más sabio.
Le hacía sentirse muy incómodo.
–Así que usted es el infame Shindong…
El devastador rostro del hombre dibujó una sonrisa
juguetona.
–Amo y señor de la horda de bárbaros que pululan por la
noche.
–¿Usted los dirige?
Él se encogió de hombros con indiferencia.
–En realidad, no. Sería mucho más fácil gobernar al viento.
Leeteuk soltó una risilla nerviosa.
Shindong se levantó muy despacio y se acercó a él con todo
el aspecto de una bestia al acecho. Según se aproximaba, el magnetismo de su
presencia lo dejó abrumado.
–¡Por amor de Dios! –jadeó mientras doblaba el cuello para
poder mirarlo a los ojos–. ¿Es que hay alguna ley tácita por la cual todos los
Cazadores Oscuros tengan que ser gigantes?
Shindong rió, mostrándole un destello de sus colmillos.
–¿Qué puedo decir? Artemisa quiere que sus Cazadores sean
altos. No se admiten solicitudes de hombres bajitos.
Justo cuando llegó frente a él, Leeteuk vio sus ojos con claridad.
Y se quedó boquiabierto.
A diferencia de los de Kangin, éstos lanzaban destellos. No
se podía describir de otra manera.
–Desconcertantes, ¿verdad? –le preguntó él sin dejar de
mirarlo, consciente de que lo estaba observando. –¿Qué te trae por aquí, pequeño?
–le preguntó Shindong.
–He venido a ver a Kangin.
–No quiere que lo molesten.
–Bueno –dijo, enderezando la espalda para no dejarse
amedrentar por un Dark Hunter que, estaba seguro, podría destrozarlo en un
nanosegundo–. No siempre sabemos lo que nos conviene.
Shindong soltó una carcajada.
–Muy cierto. Entonces… ¿crees que puedes salvarlo?
–¿Es que duda de mí?
–Por si no lo sabe, señor –continuó hablando con ese tono
funesto y grave–, llevo caminando por el mundo desde hace once mil años. –Se
detuvo y se inclinó para seguir susurrándole al oído–. He visto cosas que jamás
podría llegar a imaginarse, y ¿me pregunta si dudo de usted? –Retrocedió unos
pasos para poder mirarle a la cara antes de acabar la frase–. Señor, dudo hasta
del aire que respira.
–No le entiendo.
Él hizo caso omiso de su confusión.
–Quieres su alma.
–¿Cómo dice? –le preguntó mientras los nervios la hacían
temblar.
–Puedo sentir sus emociones, señor. Escucharle. Su mente es
un torbellino de sentimientos y temores: ¿Puede conseguir que sea suyo? ¿Le
ama? ¿Podrá amarle algún día? ¿Lo ama de verdad? ¿Hay la más mínima oportunidad
de estar juntos o se está engañando a sí mismo?
No puedoooo esperar hasta el domingo ;;-; hdhdhd que tonto es Kangin y Heechul es tan exasperante e.e ahora Teukie debes armarte de valor y hacer lo correcto, ahora sólo espero que changsu se rapté a Leeteuk y Kangin habrá los ojos e.e
ResponderEliminar¬¬ ese momento en que irremediablemente odias a Heechul!!!!
ResponderEliminar¿PORQUE?¿PORQUE? no se vale!!!
pobre Kangin... ;___;
quedo muy triste!!! awww~ Noooooo!!!
ahh~ me voy a volver loca!!!! hasta que va a obtener el alma! que lindo(?)
Jajajajaajajajaja
ResponderEliminarBueno,al menos kangin ya sabe a que atenerse si lastima a teuk....heechul se las cobrará.
Una "x" para kangin y una palomita para Teuk,por fin le pudo decir lo que sentia....lo malo que kangin no confia lo suficiente,ni en teuk ni en él mismo.
Sera que Shin le suelte toda la sopa a teuk de la forma de como salvar a kangin y matar a changsu?
es evidente que Shin ayuda a su hunters,y kangin lo merece,shin solo se asegura que teuk sea lo mejor para su hunter...*0*
No es justo, pobre Kangin u.u el encuentro con HeeChul fue bastante malo, no solo porque quería matarlo sino también porque las palabras de HeeChul fueron tan crueles que eso sumado a sus propios miedos le han hecho creer que lo mejor es alejarse de LeeTeuk, fue tan triste cuando Teuk le pedía que se quedara con él.
ResponderEliminarPor un momento casi me da un ataque cuando Teuk fue a la casa de Kangin, pensé que Changsu se había metido y terminó siendo Shindong. Me preguntó como acabará ese encuentro.
Lo que me dejo sorprendida es que la "terapia de choque" de LeeTeuk, o sea lo de amarran a Kangin, realmente funcionó y ahora Kangin ya no teme estar amarrado por los brazos ^^