–Pobrecito, ¿qué vas a hacer sin tu casa?
–No lo sé. Supongo que tendré que llamar a la compañía
aseguradora; encontrar un lugar donde vivir… –su voz se desvaneció al pensar en
todas las cosas que tenía que hacer.
Tendría que reemplazar toda su vida. Abrumado, perdió el
apetito. ¿Qué iba a hacer?
Minho regresó y cogió el folleto informativo para
mostrárselo a Kangin, que esperaba en la puerta.
–Necesito que me hagas un favor. Tengo que matricularme a la
una; si no estamos de regreso para esa hora, ¿podrías rellenar el formulario en
la página web? Sé que necesitas dormir, pero tengo muchas ganas de coger
Historia Griega el próximo semestre.
–¿Por qué?
–Las clases las dará el profesor Lee y, según dicen, es muy
bueno.
–¿Lee Hyukjae? –le preguntó Leeteuk.
–Sí –le contestó, Minho, mirándolo sobre el hombro–. ¿Lo
conoces?
Leeteuk intercambió una mirada con Kangin.
–Ni la mitad de bien que Kangin.
Minho fingió un escalofrío.
–¡Ja! Otro de los suyos no. Genial. Mátame ahora mismo y así
me ahorrarás el sufrimiento.
–No me tientes –le dijo Kangin cogiendo el folleto–. A la
una en punto. ¿Algo más?
–Sí; haz algo con esos ojos, me ponen la carne de gallina.
Kangin alzó una ceja en señal de advertencia ante el tono
altanero de su Escudero.
–Pasenlo bien.
–¿A qué se refiere? –preguntó Leeteuk a Minho en cuanto
Kangin se hubo marchado. Él se sentó de nuevo en el taburete antes de
contestarle.
–Vamos de compras –le dijo, haciendo un mohín y temblando teatralmente
al pronunciar la palabra.
–¿Qué tenemos que comprar?
Minho tomó un sorbo de zumo de naranja.
–Cualquier cosa que usted necesite, señor. Abrigos de piel, joyas…
lo que sea.
–¿Joyas? –repitió Leeteuk, riéndose ante la escandalosa
idea.
–Paga Kangin, así es que te aconsejo que vayas a por todas.
Literalmente hablando.
Leeteuk sonrió.
–No puedo permitir eso. Pagaré con mi propio dinero.
–¿Y para qué vas a gastarlo? No tienes ni idea de lo forrado
que está. Te aseguro que si compras todo el centro comercial, ni siquiera lo
notará.
–De acuerdo, ¿podemos parar un momento en casa de mi madre?
–Claro. Mi misión de hoy es complacerte… en todo lo que me
pidas.
Leeteuk meneó la cabeza al ver la pícara sonrisa en el
rostro de Minho.
Se marcharon después de hacer una llamada a la compañía
aseguradora para informarles del incendio.
–¿Siempre obedeces sus órdenes?
–Siempre… pero sin dejar de quejarme.
Leeteuk soltó una carcajada mientras salían de la tienda y
continuaban caminando por los pasillos del centro comercial. Minho cargaba con
todas las bolsas.
–¿Cuánto hace que trabajas para Kangin? –le preguntó cuando
llegaron a las escaleras mecánicas.
–Ocho años.
–Pues no pareces tan mayor.
–Sí, bueno. Es que tenía sólo dieciséis años cuando empecé.
–¿Se puede ser un Escudero a esa edad?
–No me enteré de lo que era Kangin hasta mucho después. Al
principio, creía que no era más que un hombre podrido de dinero con el complejo
de «vamos a ayudar al chico pobre».
Leeteuk lo miró con el ceño fruncido al tiempo que llegaban
a la planta baja y se encaminaban por el pasillo.
–¿Y por qué te dio esa impresión?
Minho acomodó las bolsas que sujetaba.
–Señor, tiene junto a usted al hijo de un criminal
reincidente. Mi padre murió hace ya once años, durante un motín en la prisión.
Leeteuk hizo una mueca al pensar en lo doloroso que debía
ser perder a un padre de esa manera.
–¿Y tu madre o appa?
–Mi madre era una bailarina exótica en uno de los garitos de
Bourbon Street. Crecí en la parte trasera del club donde trabajaba, ayudando a
los gorilas a echar a los clientes.
–Lo siento.
Él se encogió de hombros, como si no le diera mucha
importancia.
–No te preocupes. Puede que mi madre haya cometido errores,
pero es una madre estupenda; una señora de armas tomar. Hizo todo lo que pudo
con lo que teníamos. Mi padre la abandonó cuando sólo tenía quince años y mi
abuelo la echó de casa. Así es que nos quedamos ella y yo y, mientras tanto, mi
padre se dedicaba a entrar y salir de la prisión. Nunca tuvimos gran cosa, pero
siempre me ha querido mucho.
Leeteuk sonrió al percibir el amor que destilaba la voz de Minho.
Era obvio que adoraba a su madre.
–¿Y cómo conociste a Kangin?
Minho se detuvo unos instantes, como si estuviese sopesando
el mejor modo de contarlo.
–Cuando llegué a la adolescencia, estaba ya harto de ver a
mi madre agachar la cabeza, avergonzada; de ver cómo se quedaba sin comer para
que yo tuviese un poco más. Recuerdo que la acompañaba al trabajo y veía el
hambre que se reflejaba en su rostro cada vez que miraba los escaparates de las
tiendas –dijo, suspirando–. Esa mirada hambrienta nunca la abandonaba.
El rostro de Minho adoptó una expresión dura antes de continuar.
–Mi madre es la mujer más dulce y con mejor corazón que Dios
ha puesto en este mundo y no podía soportar ver cómo se degradaba para que yo
tuviese un plato de comida; ni cómo los hombres la buscaban a todas horas; ni
la expresión de sus ojos cada vez que deseaba algo que jamás podría tener.
A los trece años, decidí que no podía más y comencé a
robar.
Leeteuk sintió que el corazón se le encogía. No podía
felicitarlo por lo que había hecho, pero tampoco iba a condenarlo.
–Una noche, los chicos de la pandilla con la que me movía
decidieron asaltar a una pareja de turistas y me negué. Una cosa era robar en
las tiendas y entrar en las casas de los ricos, y otra muy diferente hacer daño
a la gente. No estaba dispuesto a hacerlo.
Así que, aunque fuese un ladrón, Minho había conservado su
sentido del honor, pensó Leeteuk.
–¿Qué sucedió? –le preguntó.
–Los chicos se enfadaron y decidieron que no les iría mal
practicar unos cuantos golpes conmigo. Me tumbaron en el suelo y comenzaron a
aporrearme; pensé que iba a morir allí mismo pero, no sé cómo, de repente, lo
único que vi fue la mano de un tío que me ayudaba a levantarme y me preguntaba
si estaba bien.
–¿Era Kangin?
Minho asintió.
–Me llevó al hospital y pagó la factura. Me cosieron las
heridas de los navajazos y las brechas de la cabeza. Se quedó conmigo hasta que
llegó mi madre y, mientras la esperábamos, me preguntó si quería trabajar para
él, haciendo encargos después de las clases.
A Leeteuk le resultaba muy fácil imaginarse al adolescente
enterado y sabelotodo que había sido Minho. Haber sido capaz de penetrar en esa
personalidad tan cáustica y ver lo bueno que había debajo, decía mucho a favor
de Kangin.
–¿Y accediste?
–Al principio no. No estaba muy seguro de querer estar cerca
de un tipo que tenía todo el dinero del mundo. Además, mi madre sospechaba de
él. Aún lo hace, de hecho. No le entra en la cabeza por qué me paga tanto por
hacer prácticamente nada –dijo con una carcajada–. Todavía cree que nos
dedicamos al tráfico de drogas.
Leeteuk resopló por la ocurrencia. Pobre mujer.
–¿Y qué le has dicho?
–Que Kangin es un Howard Hughes con complejo de Dios. –Al
instante se puso serio y lo miró con gravedad–. Le debo la vida. No sé dónde
estaría ahora mismo si no me hubiese encontrado aquella noche. Bueno, seguro
que no sería un estudiante de derecho ni conduciría un Jaguar. Puede que Kangin
sea un jodido de primera, pero debajo de esa fachada hay un tipo decente.
Leeteuk reflexionó sobre las palabras de Minho mientras
salían del centro comercial y colocaban las bolsas en el maletero de su
flamante Jaguar negro. Nada más sentarse en el asiento, se colocó el cinturón
de seguridad antes de seguir con la conversación.
–¿Cuándo te dijo Kangin la verdad?
Minho puso en marcha el coche y salió del estacionamiento.
–Cuando me gradué en el instituto y me hizo la oferta de ser
su Escudero de forma permanente.
–¿Qué es exactamente un Escudero?
Leeteuk vio en su mano derecha un curioso tatuaje, con una
extraña inscripción en griego que se asemejaba a una tela de araña, y comenzó a
preguntarse si todos los Escuderos tendrían la misma marca.
–Nuestro trabajo consiste en proteger a los Dark Hunter
durante el día y en proporcionarles cualquier cosa que necesiten. En una época
montábamos guardia, literalmente hablando, delante de las criptas donde
dormían; y de ahí proviene el mito de que los vampiros duermen en ataúdes. Como
la luz del sol es su mayor enemigo, solían dormir en cuevas o en cámaras
ocultas que no tuvieran el más mínimo resquicio por donde pudiera pasar la luz.
Como recompensa por nuestros servicios, ellos nos proporcionan apoyo
financiero.
–Entonces, ¿cada Dark Hunter tiene un Escudero?
–No. Algunos prefieren estar solos. Yo soy el primero que
Kangin ha tenido en los últimos trescientos años.
–¿Y si quisieras abandonarlo? –le preguntó.
Minho tomó una profunda bocanada de aire y apretó con fuerza
la mandíbula.
–No es tan sencillo. Hay una organización muy compleja
alrededor de los Escuderos; como la del Hotel California… puedes entrar cuando
quieras, pero no puedes marcharte jamás. Si alguien abandona su puesto, es
sometido a vigilancia durante toda su vida y si traiciona a los Dark Hunter o a
los mismos Escuderos, no vivirá mucho para arrepentirse.
La funesta declaración consiguió que a Leeteuk se le pusiera
la carne de gallina.
–¿En serio?
–Sí, claro. Algunos de mis compañeros provienen de familias
cuya antigüedad como Escuderos se remonta a miles de años atrás.
–Pues a mí me parece una especie de esclavitud –dijo
Leeteuk.
–No. Si quiero puedo dejarlo en cualquier momento, pero no
puedo romper el juramento que he hecho como Escudero. Una vez se hace, es inquebrantable
y eterno. El día que me case mi pareja no sabrá nada de la verdadera naturaleza
de Kangin ni de lo que hago para él, a menos que también haya hecho el
juramento. Cuando mis hijos se conviertan en adultos, tendré que decidir si
entran a formar parte de esto o no. Si elijo contarles todo, tendrán que
presentarse ante Shindong y Artemisa; ellos estudiarán las solicitudes y
decidirán si sirven o no.
Eso sí que resultaba aterrador ya que, mientras lo
escuchaba, se le ocurrió algo espantoso.
–¿Y qué pasa conmigo? No irán a pensar que soy una amenaza,
¿verdad?
El rostro de Minho adoptó una expresión mortalmente seria
cuando lo miró, tras detenerse en un semáforo.
–Si así lo consideraran, uno de los Escuderos acabaría
contigo.
Leeteuk tragó saliva.
–Eso no es muy reconfortante.
–No pretendo que lo sea. Nos tomamos nuestras obligaciones
muy en serio. Los Dark Hunter son los únicos que garantizan que la humanidad no
sea esclavizada o extinguida. Sin ellos, los apolitas o los Daimons acabarían
dominándonos.
Kangin estaba tumbado en la cama, haciendo todo lo posible
para conciliar el sueño pero, una y otra vez, sentía a Leeteuk en su interior.
Estaba viendo los restos de su casa. Lo sabía. Sentía sus lágrimas, su ira y su
desesperación.
Cómo lo deseaba.
Cómo deseaba poder estar junto a él en esos momentos para
consolarla. Nunca antes le había molestado el hecho de no poder salir a la luz
del día, pero ahora lo fastidiaba. Si no fuese un Dark Hunter podría ofrecerle
su fuerza y su apoyo.
Cerrando los ojos, respiró hondo e intentó alejar el dolor.
Había elegido su destino en un momento en que se encontraba cegado por la rabia
y la angustia, y ahora no podía escapar a él. Artemisa guardaba su ejército
celosamente y había puesto tan alto el listón que sólo se sabía de tres
Cazadores Oscuros que hubieran recuperado su alma en todos esos años.
El resto había muerto en el intento.
–¿Y, de todos modos, para qué necesito el alma? –se preguntó
en voz baja al tiempo que abría los ojos y fijaba la mirada en el dosel de
tonos dorados y marrones que cubría la cama–. Lo único que hace es debilitar a
un hombre.
Su vida tenía una razón de ser. Un propósito.
¿Y entonces por qué deseaba a Leeteuk en lo más profundo de
su ser y tan desesperadamente?
Era una sensación que no había experimentado desde hacía
siglos y, en la única ocasión en la que había sentido algo así, acabó
traicionando a todos los que le habían amado.
–No volveré a ser débil –susurró. No es que es pensara que
Leeteuk pudiera hacerle daño intencionadamente, no. Lo que temía es que una vez
le entregara su corazón y su lealtad, para él no habría marcha atrás. La cosa
era bien simple: estaba asustado de sí mismo y de lo que estaba dispuesto a
hacer para mantenerlo a salvo.
Tras visitar los restos de la casa de Leeteuk y detenerse
unos momentos en casa de su madre, Minho condujo hasta el corazón del Barrio
Francés. El Escudero guió a Leeteuk a través de la concurrida zona
comercial y se detuvo frente a una tiendecita llamada Dream Dolls and
Accesories.
Leeteuk lo miró con el ceño fruncido. ¿Por qué se detenían
en una tienda de muñecos?
–¿Qué hacemos aquí? –le preguntó mientras él le abría la
puerta para dejarlo pasar.
–Vamos a ver a la señora que hace las muñecos.
Normal, si haces una pregunta estúpida…
Leeteuk lo miró con escepticismo.
–¿Sabes una cosa? No creo que haga Barbies y Ken de tamaño
real.
Minho resopló y lo dejó pasar delante de él.
–No estoy buscando ninguno de ellos y este encargo no es
para mí. Es para Kangin.
Ahora sí que estaba preocupado.
–¿Por qué?
Antes de que el Escudero contestara, una señora mayor que
estaba sentada en un banco de trabajo situado junto a la puerta, llamó la atención
de Leeteuk. Sostenía una Barbie a la que estaba retocando el rostro.
La mujer llevaba un extraño artefacto de color naranja en la
cabeza, con un pequeño reflector y una lente bifocal. El artilugio le cubría el
pelo, totalmente blanco, que llevaba recogido en un apretado moño. Sus ojos
marrones eran alegres y brillantes.
–Minho, chiquitín –le dijo con tono maternal–. ¿Qué te trae
por aquí en una tarde como ésta y con un acompañante tan hermoso? Espera, creo
que es la primera vez que te veo con un joven. –Mientras hablaba lo señalaba
con un diminuto pincel–. Un joven que bien merece la pena llevar al lado. Es
guapísimo, y no me refiero a su aspecto físico; tú ya me entiendes.
Minho se mesó el cabello y, avergonzado, miró a Leeteuk.
–Amber, amor mío –le dijo casi a gritos, dedicándole su
pícara y encantadora sonrisa–. ¿Es que necesito una razón para venir a ver tu
encantador rostro?
La anciana rió ante el comentario.
–Puede que sea vieja, Choi Minho, pero no soy estúpida –dijo
dándose unos golpecitos en la cabeza que hicieron que el artefacto se agitara–.
Mi vieja antena aún funciona y, si mal no recuerdo, hace ya más de un siglo que
un hombre como tú vino a hacerme una visita por gusto. Ahora, acércate y dime
al oído lo que necesitas.
Minho la obedeció y Leeteuk comprendió que la señora estaba
sorda. De hecho, el Escudero le hablaba tan alto que podía escuchar todas y
cada una de las palabras.
Hasta escuchó cómo le pedía explosivos plásticos.
–Recuerda –le dijo él–. Kangin quiere uno exactamente igual
al de Kyuhyun.
–Ya te he oído, Minho –le contestó Amber pacientemente–.
¿Acaso crees que estoy sorda? –le preguntó mientras miraba a Leeteuk y le
guiñaba un ojo.
–¿Cuándo vengo a por todo? –le preguntó Minho. Amber hizo un
mohín con los labios.
–Dame un día o dos, ¿vale? –Alzó la muñeca que tenía en las
manos y lo amonestó–: Una Barbie no espera, ni siquiera por un Dark Hunter.
Minho soltó una carcajada.
–Claro Amber, gracias.
Camino de la puerta, la anciana los detuvo.
–¿Sabes, querido? –le dijo a Leeteuk, acercándose a él. Le
dio unas palmaditas en el brazo y continuó–: Tienes un aura muy especial. Como
la de un angelito.
Leeteuk sonrió, agradecido.
–Gracias.
Amber se alzó las lentes y se acercó a una estantería
colocada junto a la puerta. Se puso de puntillas y cogió un muñeco que había
restaurado ella misma. Tenía el pelo negro, unas diáfanas alitas de ángel e iba
vestido de blanco.
Leeteuk jamás había visto nada tan hermoso. Amber se lo
ofreció.
–Se llama Jungsoo. Le pinté el rostro como el de un joven que
viene muy a menudo por aquí. –Se acercó el muñeco al oído, como si éste le estuviera
hablando; asintió y se lo dio a Leeteuk–. Dice que quiere irse a casa contigo.
Leeteuk le miró boquiabierto. Más aún al ver el precio en la
etiqueta que colgaba del muñeco: cuatrocientos dólares.
–Gracias, Amber, pero no puedo aceptarlo –rehusó, intentando
devolvérselo. Amber hizo un gesto con la mano, negándose a aceptarlo de nuevo.
–Es tuyo, cariño. Necesitas un ángel que cuide de ti.
–Pero…
–Está bien… –le dijo Minho, indicándole con un gesto que
saliera de la tienda. En voz baja añadió–: Si lo rechazas herirás sus sentimientos.
Le encanta regalarlos.
Leeteuk le dio un abrazo a la señora.
–Gracias, Amber. Lo guardaré como un tesoro.
Estaban ya en la puerta cuando Amber los detuvo de nuevo y
cogió a Jungsoo de los brazos de Leeteuk.
–Se me olvidaba una cosa –les dijo–. Jungsoo es muy
especial. –La anciana sujetó al muñeco por las piernas y presionó la cabeza
hacia abajo. De sus pies surgieron dos finas hojas metálicas de unos ocho
centímetros de largo.
–Especialmente diseñadas para los Daimons –anunció Amber,
tirando de la cabeza del muñeco para que las hojas volvieran a ocultarse–. La
belleza, si es letal, resulta mucho más práctica.
Estupendo, pensó Leeteuk. No estaba muy seguro de cómo
manejar la situación. La anciana le devolvió la muñeca de nuevo y le dio unas
palmaditas en el brazo.
–Tengan mucho cuidado.
–Lo tendremos –le contestó Minho y, en esta ocasión,
consiguieron llegar a la calle. Leeteuk no podía dejar de mirar el muñeco, sin
saber muy bien qué pensar.
Minho se estuvo riendo de él todo el camino de regreso al
coche.
–Amber es una Escudera, ¿verdad? –le preguntó Leeteuk, al
tiempo que entraba en el Jaguar y colocaba a Jungsoo, con mucho cuidado, en su
regazo.
–Está retirada, pero sí. Ha sido Escudera y uno de los
Oráculos durante treinta y cinco años.
–¿Amber es quien fabrica las botas de Kangin?
Él negó con la cabeza mientras ponía en marcha el motor.
–Las armas más grandes las fabrica otro Dark Hunter; las
espadas, las botas y ese tipo de material. Amber hace armas pequeñas, como
colgantes con explosivos. Es una artista consumada a la que le encanta
transformar joyas y otros objetos de aspecto inofensivo en armas letales.
Leeteuk soltó el aire lentamente.
–En serio, dan mucho miedo.
El comentario hizo que Minho soltara una carcajada antes de
mirar el reloj.
–Son casi las tres. Aún tenemos que ir a casa de Kyuhyun y
tengo que llevarte de vuelta antes de que oscurezca, así es que hay que darse
prisa.
–Vale.
.____.
ResponderEliminarpobre Minho! le toco muy duro!!! pero el mapachito lindo y sexy lo ayudo!
awww~ ¿un angelito? ¿le hablo al odido? ¿lo pinto pensnado en alguien...en quien?
ahhhh!!! muchas dudas!!!
¿por que Kangin sigue con los ojos de otro color? ¿a que hora le dira a Artemisa que quiere su alma de regreso?
awww~ quiero un bebe KangTeuk ♥
Las cosas no fueron fáciles para Minho, lo bueno es que Kangin apareció en su vida en el momento preciso, ahora su vida tiene un buen rumbo...y un poco de peligro también, pero no hay que tomar lo en cuenta xD Me da risa que la madre de Minho piense que Kangin está en cosas malas, aunque con lo que le paga a Minho de seguro a cualquiera le entran las dudas.
ResponderEliminarMe imagine a Amber como esas adorables viejecitas y más cuando le dio el muñeco a Teuk, lo extraño fue cuando resultó que el muñeco tenía un arma xD Así que Amber es uno de los oráculos, espero que sea de ayuda para matar a Changsu.
La historia de Minho fue linda,sufrida por una parte,pero linda porque ha encontrado la manera de ayudar a su madre y a él mismo.
ResponderEliminarEl instinto de madre nunca falla jajajajajaj....pero seguro que lo quiere ahi con kangin ,en lugar de andar robando y quien sabe en que cosas hubiera caido minho un tiempo despues,cuando la necesidad fuera más....pero gracias que kangin aparecio.
Angel letal...así se debe de llamar el muñeco que le dio Amber