Deseo Prohibido- Capítulo Final




Yesung supo el momento en el que Wook se perdió. Su mente se fue astillada en demasiados pedazos para contarlos.

«Lucha», le ordenó mientras intentaba alimentarlo del poder que necesitaba para hacer eso. 

«No te atrevas a darte por vencido conmigo».

Pero ningun Wook había quedado, sólo el eco vacío donde una vez había estado su esencia.

La pena se hinchó en él tan densa, que no podía respirar. Wook se fue. Su dulce Wook estaba vivo, pero desgarrado en pedazos.

Sooman había huido a lo largo de un corredor oscuro, dos de sus guardias pisándole los talones. 
Yesung iba a encontrarlo y matarlo lentamente, desgarrar la carne de su cuerpo trozo a trozo antes de que él lo viera freírse a sol.

Pero primero tenía que salir de esta maldita jaula.

Golpeó los barrotes otra vez, sintiéndolos vibrar, pero sin ceder ni un centímetro. Eran sólidos. Le llevaría semanas escapar de aquí, asumiendo que viviera tanto tiempo.

Wook no lo haría. Todavía podía notar que estaba vivo, ¿pero cuánto tiempo duraría eso? ¿Cuánto tiempo pasaría antes de que se desangrara o uno de los demonios decidiera que la sangre no era suficiente y fuera a por su carne, también?


Entonces, como un ángel sucio, tímido, Henry apareció frente a él, un anillo de llaves tintineando en sus dedos temblorosos. Estaba desnudo y temblando de frío o de conmoción, o ambos, pero no se había dado por vencido.

Yesung se despojó de la camisa, desgarrando heridas que habían comenzado a cerrar, pasándosela a 
él.

—Toma, ponte esto. Dame las llaves.

Él hizo lo que le dijo, entonces estaba allí, observando a los demonios alimentándose de Wook.

—¿Me puedes encontrar una espada? —pidió, más para distraerlo que cualquier otra cosa. Mataría con las manos desnudas si tuviera que hacerlo, pero no quería que este recuerdo se sumara a los otros horribles que él sabía que Henry había recopilado.

Uno de los Sasaeng agarró el cuerpo laxo de Wook y corrió a toda prisa con él. Todos los demás lo siguieron, gruñendo de hambre, corriendo velozmente detrás de eso.

No los podía dejar escapar. No podía perderle el rastro.

Él maldijo las condenadas llaves, empujando otra en el cerrojo. Kevin se había estirado a través de los barrotes y había apretado una mano contra la espalda de Yesung.

El dolor llameó debajo de la piel, hundiéndose en las heridas mientras Kevin usaba su magia para cerrarlas.

—No es mucho, pero es todo lo que puedo hacer.

Yesung casi se lo agradeció cuando una llave finalmente giró y salió disparado de la celda. Lanzó las llaves a través de los barrotes para Kevin, tomó una espada de las estropeadas manos de Henry, y salió corriendo en busca del montón de Sasaeng que tenían a Wook.

Los encontró en la cámara por la que ellos habían entrado al principio, y se paró en seco. Había más de ellos. No tenía ni idea de dónde habían venido todos, pero sabía a ciencia cierta que nunca había visto antes a tantos Sasaeng juntos en un lugar al mismo tiempo.

Estaban muertos.

Aunque, no había forma de que perdiera las esperanzas con Wook. Lo liberaría o moriría intentándolo.

Kevin apareció a su lado, la espada en mano. Él respiraba con dificultad y la punta de la espada vibraba en su mano. Ya fuera por estar realmente débil o asustado. De una u otra manera, no iba a ser de mucha utilidad.

—Saca a Henry si puedes —clamó Yesung en voz alta mientras cortaba la cabeza de otro demonio—. Voy detrás de Wook.

—Hay muchos de ellos. Te matarás.

—Estoy muerto sin él, de cualquier manera. Ahora vete.

Yesung no esperó a ver si Kevin hacía lo que le había pedido. Arremetió contra el grupo que había caído en un frenesí alimentador. Se estaban volviendo contra ellos mismos, desgarrándose los unos a los otros por una gotita de la sangre de Wook.

Se abrió paso, cortándolos como trigo, sin molestarse en ver si se levantaban o no. Los cuerpos se acumularon en el suelo, y encorvados sobre cada uno de ellos estaban varios más, arrancando carne con sus manos desnudas.

Uno de los demonios alzó una espada como disponiéndose a cortar la mano de Wook. Yesung no iba a dejar que eso ocurriera.

Se abalanzó a por la cosa, resbalando con la sangre. Falló de cercenar su cabeza y en lugar de eso rebanó un corte profundo a lo largo de su pecho. Más sangre salpicó hacia el suelo.

Yesung se extendió hacia Wook, atrapó su tobillo, y tiró fuerte, arrancándolo del agarre de los demonios. Estaba seguro de que lo había lastimado por ser tan rudo, pero era muchísimo mejor que lo que iban a hacerle a Wook.

Se mantuvo sobre su cuerpo, rechazando a tantas de las cosas como podía, pero había demasiados. No podía defenderse la espalda.

Algo le cortó a través de las costillas, haciéndole apretar los dientes de dolor. Alzó la espada torpemente, comprendiendo que algo vital para el movimiento había sido cercenado. El brazo derecho era inútil.

Cambió la espada al izquierdo, yendo completamente a la defensiva. Con todo este jodido grupo no iba a durar mucho más tiempo. Él reconocía un caso perdido cuando lo veía.

Ambos iban a morir aquí adentro, y la única paz que podría encontrar era que él había podido amar a Wook. Wook se había asegurado de que él muriera con el alma intacta, y sin el alma, no lo podría haber amado. Amarlo era uno de los máximos regalos que a él alguna vez le habían dado.

Yesung se esmeró en esquivar los golpes de las pocas bestias que no estaban demasiado ocupadas alimentándose para combatirle. Ninguno de los demonios logró darle a Wook, pero él había recibido más que algunos cortes. Sintió la fuerza drenándose mientras sangrada cada vez más.

Más golpes le aterrizaron en los brazos, cortándole la piel. La empuñadura de la espada se volvió resbaladiza y difícil de sujetar. El corazón comenzó a palpitarle más rápido, revoloteando en el pecho mientras intentaba en vano bombear sangre hacia las extremidades.

«Te amo, Wook. Lamento haberte fallado».



El amor de Yesung fluyó hacia la astilla diminuta de Wook que se quedó acurrucada en la mente, ocultándose de las cosas que querían su sangre.

Hasta ahora, todo lo que había sentido venir de él era la determinación, el dolor, la desesperación. El amor desbordándose de él resplandeció brillante, chamuscándole con su intensidad. Lo llenó, lo hizo fuerte.

Aún con todas sus otras partes fallando, él de alguna forma logró hacerle sentirse completo.

Wook se deslizó dentro de su mente, necesitando deleitarse en ese amor. Todo estaba tan equivocado y confuso ahora mismo, y la única cosa buena que podría encontrar era él. Necesitaba que esa bondad le reconfortara.

El vínculo entre ellos había crecido, o tal vez él se había encogido. De una u otra manera, la pequeña cantidad que quedaba de él se sintió diminuta mientras avanzaba por él, necesitando estar tan cerca como pudiera llegar.

Una vez que estuvo allí, Wook se dio cuenta de lo que ocurría. Él estaba bajo ataque. Los Sasaeng le lastimaban, matándole. Podía sentir su dolor y su sangre rezumando de su cuerpo. Él batallaba por encontrar suficiente aire para mantenerse en movimiento, al menos se las ingeniaba de alguna manera.

A través de sus ojos, vio a la horda de demonios. Ya habían tenido su sangre y ahora querían la de él.

La furia se levantó dentro, tan fuerte que sintió su misma alma temblar con la fuerza de ello. La conexión con estas cosas parpadeó en el aire, zumbando, tentándolo. Tiraban de él, instándolo a entrar en ellos y matar. Alimentarse de la sangre de Yesung.

Iba a matarlos a todos y cada uno de ellos.

Wook se extendió en busca del poder de Yesung y se apresuró hacia él. Como un lago enorme, trémulo de líquido encendido, lo vio surgiendo amenazadoramente delante de él. Sin pensar en lo que podría ocurrir, se sumergió dentro, metiéndose de lleno en ese poder, empapándose con eso tanto como podía.

Se retorció dentro, necesitando ser puesto en libertad. Wook no iba a decepcionarlo.

Contactó con uno de los demonios que tiraba de él y disparó un pedazo de energía directamente en su cabeza. La cosa ni siquiera tuvo tiempo de gritar antes de que lo sintiera morir. El pedazo que la cosa le había arrebatado regresó, pero apenas notó un trocito tan pequeño. Estaba demasiado ocupado en la búsqueda de su siguiente objetivo.



Yesung ya no podía levantar la espada. Curvó el cuerpo alrededor de Wook y permitió que los golpes le llegaran. Éste era el fin, pero sacó todo el dolor y el miedo de la mente y se concentró en la sensación de tener a Wook en los brazos, dejando que eso le reconfortara.

No creía que ellos lo mataran, al menos, no una vez el frenesí alimenticio terminara y ellos recordaran sus órdenes. Todo lo que tenía que hacer era sobrevivir el suficiente tiempo para mantenerlo protegido hasta entonces. Uno de los hermanos vendría a por él y lo salvaría. Heechul vendría y los mandaría a todos al infierno. Wook estaría bien. Tenía que creer en esto.

La algarabía detrás de él quedó en silencio. Ninguna hoja atravesándole la piel, le sorprendió. Tal vez había entrado en trance y no podía sentir nada. ¿Pero si era el caso, cómo podía sentir la suavidad de la piel de Wook? ¿Sentir el roce de su aliento en la cara?

Confundido, Yesung miró por encima del hombro.

Los demonios ya no peleaban ni se alimentaban. Uno por uno se iban agarrando firmemente las cabezas, entonces simplemente caían; muertos. Al principio, fueron simplemente unos cuantos, entonces cada vez más hasta que ningún demonio había quedado moviéndose.

Wook. Él estaba haciendo esto. Los estaba matando desde el interior, asumiendo el control de sus mentes, usando su hambre por su sangre en su contra.

Brillante.

Yesung deslizó la mano para que las mitades de la Luceria entraran en contacto. Intentó facilitar el flujo de poder haciendo lo poco que podía para ayudarle.

Él se acomodó en sus pensamientos, buscando algo más que pudiera hacer. Lo que vio le hizo tambalearse de horror.

Su mente se retorcía con hambre por sangre y un frenético deseo de matar. Los huecos que fueron excavados, desgarrados. Casi podía ver las tiras babosas que lo conectaban a los Sasaeng, gruesas, aceitosas, y chorreando con sangre negra.

Wook estaba gritando. Peleando por recobrar esos trozos perdidos de su mente.

Yesung tenía que ayudar. Tenía que matar violentamente a estas cosas antes de que desgarraran su cordura otra vez.

Intentó colocarlo detrás de él y levantar la espada contra los Sasaeng, pero los brazos no le estaban funcionando bien. Las piernas le temblaban de debilidad y ya ni siquiera podía moverse, mucho menos resistir. Todo lo que podía hacer era escudarlo con el cuerpo y esperar que fuera lo suficientemente fuerte para salvarse.

Yesung lo miró fijamente, rezando porque no fuera la última vez. Había tantas cosas que quería para su pequeño. Tantas cosas que él no había experimentado, tantas cosas que quería mostrarle. Había perdido años de su vida por los Sasaeng. No parecía justo que muriera ahora.

Deseó como el demonio que Wook abriera los ojos y le hiciera saber que estaba bien.

El húmedo ruido sordo de cuerpos cayendo al suelo duró mucho tiempo antes de que finalmente se detuviera. Yesung no tenía fuerzas para alzar la cabeza. Intentó apretarlo con fuerza para avisarle que él estaba allí, pero tenía los brazos demasiado débiles para lograrlo. Había perdido una buena cantidad de sangre. No veía cómo iba a conseguir sacar a cualquiera de ellos fuera de aquí.

—Lo siento, Wook. Te fallé. —Ese fracaso avanzó amenazadoramente sobre él, sacándole el aliento de los pulmones.

Sus ojos se abrieron. Estaban congestionados de sangre. Su mano delicada le acunó la mejilla y él sintió un roce hormigueando sobre la piel.

—Tú no me fallaste. Nunca lo harás.

Wook lo dijo como si pensara que tenían un futuro juntos. Yesung había sido herido las suficientes veces para saber que no se veía bien. Estaba desangrándose.

—He llamado a Kevin. Ya viene.

—¿Cómo lo hiciste...?

—Él bebió mi sangre. Estamos conectados ahora.

—No estoy seguro de que me guste mucho la idea de ti estando conectado a otro hombre.

—Te acostumbrarás. Y una vez que lleguemos a casa, voy a mostrarte exactamente lo diferente que eres de cualquier otro en mi vida.

—Ahora, eso es algo por lo cual vivir.

Wook le dirigió una sonrisa débil.

—Casi está aquí. No vas a conseguir escapar de mí tan fácil.

El ruido de pisadas llegó desde la esquina, pero Yesung no tenía fuerzas para ver quién era.

—Parece que podrías necesitar unos parches más —dijo Kevin.

El alivio mareó a Yesung.

—Unos pocos.

—Sí. Y yo soy Santa Claus. Espera un momento; Esto podría doler —dijo Kevin—. Tenemos un poquito de prisa.

Yesung se preparó, pero lo que fuera que hizo Kevin lo sintió como si él le hubiera aplicado un soplete en la espalda. Cuando colocó sus manos sobre Wook, Yesung casi lo detuvo, pero el dolor calculado era preferible a sangrar hasta morir.

Wook inhaló un aliento ronco, pero no mostró ninguna otra señal de que Kevin le hubiera lastimado.
Kevin temblaba cuando apartó su mano.

—Ya está. Eso servirá por ahora. Necesitamos movernos antes de que sea demasiado tarde.

—¿Dónde está Henry? —preguntó Yesung.

—Esperando fuera, congelándose —dijo Kevin—. Vámonos antes de que no podamos.



Kevin estaba tan agotado que apenas había logrado llegar a su habitación. El viaje de regreso a casa había sido largo y lleno de silencio. Changmin y Yunho no lo habían logrado. Nadie había oído nada de ellos. Kevin se temía lo peor.

La fatiga le pesaba tanto que apenas podía sentir los rugidos de hambre que le atravesaban, debilitándole. Esta noche se había exigido demasiado. Había sido necesario pero había estado a punto de matarle.

Más tarde se alimentaría. Lo que había tomado del Suju no había sido suficiente para reponer las fueras. Ahora mismo lo único que necesitaba era dormir, pero todavía tenía que esperar unos minutos más.

Fue a la habitación de invitados subiendo las escaleras donde tenía el laboratorio y se sacó al pequeño recién nacido sin vida de debajo de la camisa. Con tanto caos, nadie se había dado cuenta de que se escondía al bebé debajo del abrigo.

Y eso era un bebé, a diferencia del resto de criaturas que habían encontrado. Y era perfecto, cada pequeña faceta de su cuerpo era una réplica exacta del cuerpo de un humano, o de un Centinela.

Kevin no sabía por qué no había vivido, pero tenía la intención de averiguarlo. Y entonces, cuando lo hiciera, enterraría al niño en el cementerio con los otros que habían caído. Este niño no se merecía sufrir por su parentesco, y Kevin se negaba a tratarle como si fuera basura, dejándole tumbado en el sucio suelo de la cueva.

Entendía el porqué Henry no podía enfrentarse a la muerte de su hijo en este momento, pero algún día estaría preparado. Cuando estuviera curado. Cuando fuera mayor. Él seguía siendo un niño, pero algún día él sería capaz de guiarlo hasta la tumba de su bebé sin nombre y darle un lugar para llorar.

Kevin envolvió al bebé en una toalla limpia y lo depositó suavemente en el frigorífico del laboratorio. Parecía una deshonra para la vida que podría haber sido, pero ya nada se podía hacer por ayudarle. Él haría lo que debía hacer, lo que siempre había hecho.



Heechul corrió por la SM, ignorando todo el caos. Siwon le pisaba los talones. Ninguno de ellos había dormido en días, pero la fatiga pareció evaporársele tan pronto llegó a casa.

Sabía por la llamada telefónica que Wook estaba a salvo, pero Heechul no se iba a relajar hasta que viera a su hermano por sí mismo. Y cuando lo hiciera, tendría un problema aún mayor con el que tratar.

Wook había encontrado a Henry. Vivo. Después de todos estos años.

Heechul aún no podía creérselo, ni siquiera después de bregar con la noticia que le había cambiado la vida durante las horas que les había llevado regresar a casa.

Heechul había enterrado lo que creía que quedaba de su hermano el año pasado. ¿Cómo podía haber 
ocurrido esto? ¿Cómo podía haber estado tan equivocado? ¿Era la “aparición” de Henry ahora un truco de los Sasaeng, o el engaño había sido cuando él había aprovechado para llevarse los huesos de un desconocido fuera de aquella cueva?

Si no fuera por la promesa de Kevin de que la sangre del chico que habían encontrado estaba indiscutiblemente vinculada a la de Wook y a la de él, probablemente seguiría sin creérselo. Quizá una parte de todavía no lo hacía. Necesitaba ver a Henry con sus propios ojos, estrecharlo entre los brazos como solía hacer cuando Henry era pequeño.

Heechul aceleró por los pasillos hasta sus habitaciones, rezando para que Wook no hubiera sido engañado y todo fuera un horrible truco de los Sasaeng. Quería desesperadamente que aquello fuera real.

Heechul abrió de golpe la puerta. Yesung se puso en pie y sacó la espada antes de reconocerlo. Tan pronto como lo hizo, su gran cuerpo se fundió de nuevo con el sofá preso del agotamiento. Wook se alejó de su lado y fue hacia los brazos abiertos de Heechul.

Heechul lo abrazó con fuerza, respirando el aroma del pelo claro de su hermano pequeño. Se sentía delicado dentro del abrazo de Heechul pero ya no frágil.

Cuando Wook se apartó, tenía los ojos brillantes y puesta en la cara una sonrisa agridulce.

—Henry está vivo.

Las emociones burbujearon en el interior de Heechul, mezclándose en un indescifrable montón. Sintió alegría y alivio de que su hermano pequeño estuviera a salvo, pero también vergüenza por haber suspendido la búsqueda al creer que estaba muerto.

—Necesito verlo.

Wook asintió y lo guió por el pasillo hasta la habitación de invitados.

Henry estaba tumbado en la cama, durmiendo. Se la veía pálido y delgado, pero lo más sorprendente es que era exactamente igual al chico que Heechul había visto en la mente el año pasado. Había estado intentando encontrar a Sunny, que había sido secuestrado, y en su lugar había encontrado a un chico que había pensado que era una versión más joven de Wook.

En ese momento, Heechul supo la verdad. Ese joven era su hermano pequeño que había perdido casi nueve años atrás, su dulce Henry.

Las lágrimas ardían en los ojos de Heechul y le garganta la dolía, luchando contra la necesidad de llorar. Todos estos años. Había dejado a Henry en las manos de esos monstruos, dándolo por muerto. 
La vergüenza se apoderó de él tan profundamente que casi no pudo ni respirar. ¿Cómo podía haber visto a Henry y no haber sabido quién era? ¿Cómo había podido alejarse sin reconocer a su propio hermano?

Henry abrió los ojos, pero no había un cordial saludo en ellos, sólo la mirada fría y distante de un extraño.

—Lo siento tanto —susurró, incapaz de encontrar el aire suficiente para hablar. No es que importara. 
Nada de lo que pudiera decir compensaría jamás lo que había hecho, lo que le había permitido a los Sasaeng que le hicieran a Henry.

Henry no dijo nada. No es que Heechul lo culpara. ¿Qué es lo que iba a decir? La respuesta común de “No pasa nada” simplemente no era aplicable. Lo que Heechul había hecho no estaba bien. Ni tampoco Henry. Parte de él se había perdido, como si los Sasaeng le hubieran arrebatado algo de vital importancia y hubieran dejado un hueco detrás.

Heechul extendió la mano, pero el sutil tirón de Wook lo detuvo.

—Eras tú el que vi el año pasado, ¿no? Fue tu mente con la que contacté creyendo que era la de Wook.

—Sí, fui yo.

—Oh, cariño —susurró Heechul, rompiendo el asimiento de Wook. No pudo contenerse más. Tenía que abrazar a su hermano pequeño.

Henry se enderezó y extendió las manos.

—No. No me toques. No me gusta que me toquen.

Heechul se detuvo mientras se le rompía el corazón, derramando un río de angustia en el pecho.

—Lo siento mucho, no sabía que estabas vivo.

Sintió la presencia de Siwon deslizándose en la mente, reconfortándole. Un momento después, tenía sus fuertes manos sobre los hombros, dándole su silencioso apoyo.

—No importa —dijo Henry—. Lo hecho, hecho está.

Heechul quería decirle que encontraría la manera de recompensarlo, pero ¿cómo iba a hacerlo? ¿Qué podía hacer para subsanar los años de encarcelamiento, tortura y violaciones? ¿Podría alguien? Todo lo que podía hacer era ofrecer una vacía disculpa.

—Lo siento tanto, cariño.

—Estoy cansado —dijo Henry—. Por favor, déjenme.

Heechul encontró la fuerza para marcharse, porque era lo único que creía que podía darle a su hermano. Wook fue detrás de él. Tan pronto como la puerta de la habitación se cerró, dejó caer las lágrimas que había estado aguantando.

Siwon lo recogió entre sus brazos, lo abrazó fuertemente y mientras lloraba le acaricia la espalda con la mano.

—Está tan roto —dijo Heechul contra el hombro de Siwon.

—Como lo estuve yo —dijo Wook—. Conseguí mejorar. Él también lo hará. Sólo tenemos que ser pacientes.

Heechul miró a su hermano pequeño, viéndolo bajo una nueva luz. Ya no era el chico frágil que necesitaba protección. Era hombre crecido con un silencioso tipo de poder por derecho propio. Y a su lado tenía a un guerrero que era tan formidable como el infierno y quien daría la vida por mantenerlo a salvo.

Él no le había fallado a Wook. A pesar de que las cosas parecían desesperadas hacía menos de un año, ahí estaba Wook, de pie, probando que entre los Centinelas, los milagros podían suceder.
Heechul iba a procurar que Henry encontrara su propio milagro.

Resopló y enderezó la espalda, se preparó para la lucha que sabía que iba a ser más en contra de su propia naturaleza que otra cosa.

—Entonces, paciencia es lo que tendrá. Tanta como necesite. El tiempo que sea necesario.

Él había abandonado y enterrado a un hermano una vez. Y no iba a volver a hacerlo de nuevo.



Hyungsik abandonó el tema de Grace, impulsado por la necesidad de dormir. No había nada que pudiera hacer por ella, así como tampoco podía hacer nada por Ho. Grace había hecho su elección al renunciar a su vida por otro. No quería menospreciar su desinteresado gesto cuestionándolo.

Pasó el vestíbulo principal, en dirección hacia el ala Zea, con la fatiga tirando de él a cada paso que daba. Un enorme grupo se había congregado alrededor de la gran mesa del comedor. Shindong estaba sentado en la cabecera, hablando en voz baja. Había, al menos, dos docenas de Suju allí, probablemente debatiendo sobre lo qué hacer con los acontecimientos de anoche.

Kevin le había llamado de regreso a casa y le había informado acerca de los humanos que habían rescatado, y del bebé que el hermano de Heechul y Wook había dado a luz.

Hyungsik no había tenido mucho tiempo o energía para digerir las noticias, pero estaba seguro como de que el sol se ponía, de que Kevin llamaría a los Zea para reunirse con ellos.

Estaba demasiado cansado como para detenerse y espiar, así que pasó del grupo, ignorándolos. No fue hasta que pudo ver la zona de descanso que se detuvo. Sentados en uno de los sillones de cuero, viendo sin ver un programa de dibujos animados en la televisión, había tres niños que Hyungsik no conocía. Parecía que acababan de ser aseados, y platos a medio vaciar de comida con vasos de leche estaban sobre la mesa frente a ellos. Delgados, apáticos y tristes, los tres niños hicieron que Hyungsik suspirara.

Sólo podía imaginar la clase de infierno que aquellas pobres almas habían pasado.

Hyungsik hizo caso omiso del cansancio y fue hacia donde estaban sentados. El chico probablemente tendría siete años, como una de las chicas. La otra era mayor, puede que nueve. Cada uno de ellos agarró la manta por encima de sus hombros delgados, y le miraron con unos ojos enormes y angustiados.

—¿les importa si me siento? —preguntó.

Continuaron mirándole durante un largo momento antes de que la chica mayor preguntara:

—¿Eres un ángel?

Hyungsik sonrió.

—Casi.

El chico se apartó, haciendo sitio para Hyungsik en el sofá. Hyungsik se sentó y sintió que tres pares de ojos seguían cada uno de los movimientos que hacía.

Se sentó muy quieto y fingió ver la televisión. El hambre que le retumbaba por dentro, la fatiga que le entumecía hasta los huesos debido al excesivo estrés combinados con la luz del día trataron de llevárselo, pero se resistió con fuerza al sueño. Cuanto más tiempo se tardara en atender a los niños, más difícil sería ayudarles.

Además, no podía soportar la idea de que sufrieran con sus pesadillas ni un solo día más.

Hyungsik reagrupó las escasas fuerzas y dejó que fluyeran de él. La envió en ondas para calmar a los niños, esperando librarles de cualquier ansiedad que pudieran tener. El esfuerzo le dejó temblando, pero mantuvo un flujo lento de energía sutil y constante.

El niño fue el primero en reaccionar. Se subió al regazo de Hyungsik, le envolvió los delgados brazos alrededor del cuello y comenzó a llorar.

Hyungsik deslizó una mano sobre la espalda del muchacho, con la esperanza de ofrecerle consuelo.
Sus lágrimas debían de haberles provocado algo a las otras dos chicas ya que ellas también se unieron al abrazo. La chica joven sollozaba y se agarraba al brazo de Hyungsik, pero las lágrimas de la chica mayor eran silenciosas y desgarradoras.

Hyungsik tuvo que luchar para bloquear la necesidad del cuerpo. Cada célula dentro de él estaba gritando de hambre y de cansancio, pero no quería fallar a aquellas pobres y pequeñas almas. Sólo debía mantener el flujo de poder abierto un poco más.

Ahora que los niños se mostraban receptivos, empujó más fuerte, abandonando la sutileza a favor de la eficiencia. Tendría que tomar de sus sangres para borrarles los recuerdos permanentemente, pero por ahora, los envolvería en niebla; para poder aliviar el dolor de los niños el tiempo suficiente como para que descansaran, comieran y se recuperaran.

No debería haberse permitido estar tan cerca de ellos. Teniendo a estos preciosos pequeños aferrándose a él buscando consuelo le hizo desear cosas que no se atrevía ni a nombrar.

A los Zea no les estaba permitido tener hijos. Hacer eso era considerado como la cumbre del egoísmo ya que esos niños estarían condenados a vivir en la oscuridad y hambrientos el resto de sus largas vidas.

Él y los suyos tenían que conformarse con disfrutar de los hijos de los demás. Claro, la mayoría de los padres mantenían a los pequeños a distancia de los depredadores, pero aquí y ahora, no había padres que le impidieran a Hyungsik deleitarse con el milagro de estos preciosos niños.

Una de las piernas se le había entumecido y el hambre ahora le rugía por dentro. Estaba demasiado débil para moverse, mucho menos para ponerse de pie.

De repente, Zhoumi estaba de pie junto a él, con la cara cicatrizada mirando hacia abajo la escena.

—Gracias. Pensábamos que íbamos a tener que darles medicamento para que pudieran dormir.

Hyungsik se encogió de hombros frente al incómodo agradecimiento, haciendo que la cabeza del niño se moviera del hombro.

—Vas a tener que ayudarme para que pueda irme a dormir también.

—¿Los despertaré si los muevo?

—No. Están profundamente dormidos.

Zhoumi suavemente recogió a cada uno de los niños, los acomodó y les puso una manta encima. Hyungsik trató de conseguir sensibilidad en las piernas para poder ponerse de pie cuando Zhoumi volviera a por él.

Él le ofreció la muñeca a Hyungsik.

—Vamos. Parece como si estuvieras a punto de perder el conocimiento.

La oferta por voluntad propia sorprendió a Hyungsik. Estaba acostumbrado a luchar por cada gota de sangre. No supo qué decir, así que no dijo nada y tomó la sangre que Zhoumi le ofrecía. Fluyó dentro de él, cálida y rica de poder, acallando lo peor del hambre.

Hyungsik no quería impedir que ese acto de bondad sucediera de nuevo, así que tomó sólo lo necesario para volver a su habitación. El sueño le ayudaría a fortalecerse, y entonces, podría ir a cazar una vez hubiera caído la noche.

Zhoumi le puso de pie.

—Gracias —dijo Hyungsik.

—No es gran cosa. Descansa un poco. Estoy seguro de que Shindong tendrá muchas tareas para ti al caer la noche.

Hyungsik le echó una última mirada a los niños para asegurarse de que seguían dormidos, luego se dio la vuelta y se alejó. Ellos ya no le necesitaban. Era hora de marcharse.

La oscuridad de su dormitorio sin ventanas le llamaba. No quería nada más que arrastrarse hasta la cama y encontrar el olvido del sueño, pero no podía soportar acostarse sin lavarse primero.

Se quitó el abrigo, la ropa y se dirigió al cuarto de baño. Cuando entró, se detuvo en seco. Un olor a sangre fresca le llenó la nariz, haciendo que el estómago le hiciera ruido. No cualquier tipo de sangre, tampoco. Era sangre pura. Perfecta. Sin diluir por los humanos. La sangre de un Athanasian.

En el espejo, garabateado con una torpe caligrafía, estaban unas palabras escritas en sangre. Había una dirección y debajo sólo se leía: 

“No has sido olvidado. No estás solo”.

Hyungsik se quedó allí durante mucho tiempo, mirando. No tenía ni idea de lo que querían decir esas palabras ni quién podía haberlas escrito, pero había una cosa que sabía. Por primera vez en décadas, sintió la más débil agitación de esperanza.



Más tarde, esa noche, Wook estaba de pie en la puerta de su antigua habitación, una en la que ahora Henry dormía. Él estaba en mal estado. Lo que fuera que los Sasaeng le habían hecho iba a tardar mucho tiempo en desaparecer. Kevin lo había examinado de camino a casa y ni siquiera estaba seguro de que eso fuera posible. Wook se había guardado las noticias para proteger a Heechul. Henry necesitaba que Heechul fuera fuerte, no que se revolcara en la vergüenza y el arrepentimiento.

Wook todavía estaba débil por la batalla y la pérdida de sangre, pero se sentía bien al moverse. Por primera vez en casi una década, la mente era suya. Todavía podía sentir la conexión con los Sasaeng pero ellos ya no tenían la última palabra. Wook la tenía.

Se habían encogido en sus húmedas madrigueras, temiéndole, sabiendo que podría destruirlos con un mero pensamiento.

Sin embargo, no lo hizo. Tenía otros planes para esas criaturas. Los iba a utilizar, obligarlos a ser sus ojos y oídos entre el enemigo. Todas esas bestias cobijadas en la oscuridad eran ahora su ejército, y los iba a usar para asegurarse de que ningún otro niño sufriera lo que Sooman le había hecho padecer a su hermano.

—Esos no son pensamientos de descanso, amor —dijo Yesung. Sus fuertes manos se deslizaron sobre los hombros, haciendo que apoyara la espalda contra su duro pecho—. Kevin dijo que necesitas descansar, ¿recuerdas?

—Lo haré una vez que sepa que Henry está mejor.

—Saldrá adelante —dijo Yesung—. Es fuerte. Al igual que el resto de los hermanos Kim.

—Henry mejorará rápidamente. Ya lo verás.

—Estoy seguro de que lo hará —dijo Yesung.

—Kevin dijo que podía usar mi mente para librarlo de la sangre de los Sasaeng una vez me encuentre lo suficientemente fuerte. Él va a hacer lo mismo. Por lo menos yo no tengo que beber nada para filtrar —se estremeció ante la repugnante idea.

Yesung asintió, la acarició el pelo con la barbilla.

—Le vi las ampollas en la boca. No me puedo creer que eso sea algo divertido para él.

—La luz del sol puede ayudar. Una vez que la pueda tolerar.

El primer roce accidental de la luz del sol sobre su piel de camino a casa, había sido horrible, haciendo que Henry gritara y se convulsionara por el dolor.

—Haremos lo que sea necesario.

—Espero que Henry también lo haga.

—Por supuesto que lo hará. ¿Por qué pensar lo contrario?

—No quiso que Kevin le quitara los recuerdos. Él se ofreció pero Henry se negó.

—¿Te dijo por qué? —preguntó él.

—No. Y no tengo ni idea.

Wook le agarró las manos y las envolvió alrededor de él, saboreando su calidez.

—Incluso si su cuerpo se cura, aún le quedará un largo camino por recorrer. Su mente... —no se atrevía a pensar en ello demasiado tiempo. Henry había pasado años siendo maltratado. Por todo lo que sabían, nunca podría ser normal. Nunca sería feliz.

—Estaremos aquí para él. Seremos su familia y haremos lo que sea necesario para verlo bien de nuevo.

Wook sintió que el amor por él crecía hasta reventarle por dentro. No sabía que un amor como ese existiera hasta Yesung. Era poderoso, consumía, el tipo de magia que mezclaba los corazones y cambiaba la realidad. Le hacía temblar, mientras que al mismo tiempo le llenaba de fuerza.

Con Yesung a su lado, parecía que no hubiera nada que no pudiera hacer, ningún lugar en el que estar en peligro. Lo era todo para él, y a pesar de que Henry estaba tan enfermo y herido, con Yesung sosteniéndole, sentía esperanza. Por primera vez desde la noche en que su familia fue destruida, 
Wook sintió que tenía un futuro.

E iba a hacer todo lo que estuviera en su mano para asegurarse de que fuera uno brillante. Para todos ellos.



Henry fingió estar dormido cuando Wook estuvo allí. Había conseguido fingir realmente bien a lo largo de los años.

La idea de tener todos esos horribles recuerdos borrados era cada vez más difícil de resistir. Henry no podía cerrar los ojos sin sentir que volvía a estar en la cueva, helado y solo.

Pero ahora no estaba solo. Ahora había un poderoso grupo de personas que sentían lástima de él. Pobre pequeño Henry. Ha pasado por muchas cosas.

Su piedad le disgustó. Le hacía sentir pequeño y débil, como un niño, cuando la verdad era que había dejado de ser un niño hacía mucho tiempo.

Había pasado por muchas cosas, pero no iba a permitir que le impidieran hacer la única cosa que deseaba, más que nada en el mundo, y para ello, necesitaba los recuerdos intactos.

Iba a recuperar la salud, se haría más fuerte, entonces buscaría a Sooman y lo mataría. Para cuando se hiciera con él, le haría desear que nunca hubiera posado sus ojos en él. Le iba a devolver diez veces cada herida, cada frío, cada punzada de hambre y cada enfermedad que había padecido durante estos años. Iba a hacerle pagar por su vida y por las vidas de los demás niños que había secuestrado. Y después, cuando él hubiera lanzado su último grito y finalmente se llenara el agobiante vacío dentro de Henry, lo iba a matar y alimentaría con él a sus guardias.


Tenía la sangre de él en las venas, y no había lugar en la Tierra al que pudiera ir donde no lo encontraría.


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yota´s news : De regreso?

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