venganza. Quemaba en el interior, agitándose e irritándole el vientre hasta que no podía pensar en
otra cosa.
Sooman, el Señor de los Sasaeng iba a morir. Aún no sabía cómo, pero cada una de las cientos de
posibilidades era atractiva a su manera.
Lo había capturado cuando era pequeño. Enjaulado. Alimentado con su sangre. Lo había violado.
Obligado a dar a luz a sus engendros, todos ellos muertos. Al igual que su alma.
No importaba cuántas veces le torturara o matara, no sería suficiente. El hambre por su agonía nunca se saciaría. La sed por su sufrimiento jamás se agotaría.
Podía sentir su presencia ardiendo en la sangre. La sangre de él.
Debajo de la pálida piel, podía ver el negro de su esencia palpitando dentro de él. Los sanadores de
aquí habían tratado de deshacerse de ello, pero sólo habían conseguido enfermar.
Les había hecho enfermar.
La puerta de su habitación se abrió y el pánico lo atravesó. Contuvo el aliento, mirando desde debajo de la cama donde él yacía. Grandes pies con botas cruzaron la alfombra.
—¿Henry?
La voz de Heechul. Su hermano.
—¿Qué?
—Te traje algo. ¿Podrías salir?
Heechul no se iría hasta que le diera lo que fuera. Era más rápido permitirle hacer lo que quería y
acabar de una vez con ello.
La luz del pasillo se derramaba en el interior, haciendo que a Henry le ardieran los ojos. Después de antos años viviendo en la oscuridad, la luz quemaba. Especialmente la luz del sol.
Durante muchos años, había soñado con ver el sol otra vez y, ahora, sólo le causaba dolor. Ese era un pecado más por el que Sooman tenía que pagar.
—No tienes que dormir ahí abajo, bebé —dijo Heechul con voz suave, como si estuviera
hablándole a un niño.
Estaba protegiendo con la mano algo sobre una bandeja. Un resplandor ardiente se vertía sobre el
rostro y el cuerpo de Heechul.
Henry cerró los ojos.
—Esta habitación es muy grande.
Surgía imponente a su alrededor, como las fauces abiertas de un monstruo gigante. Un movimiento
en falso y estas mandíbulas se cerrarían, atrapándole dentro.
—Ya se nos ocurrirá algo. Para que te sientas más cómodo.
—¿Qué haces aquí? —preguntó Henry, con la esperanza de que su hermano se diera prisa y se fuera.
—Te he traído algo.
Heechul movió la mano y la llama de fuego apuñaló los ojos de Henry. Susurró con dolor, cayendo
de cuclillas para cubrirse la cabeza con las manos para no quemarse. Hubo un sonido de respiración
pesado, luego el olor a humo. La voz de su hermano estaba llena de culpa.
—Lo siento, bebé. No quería asustarte.
Henry no dijo nada. No había nada que pudiera decir para hacerlo mejor. Para cualquiera de ellos.
—Se que no quieres tener a un montón de gente alrededor, pero quería hacer algo.
Ahora que el fuego se había ido, Henry levantó la vista. Heechul sostenía algo que Henry reconoció, pero que no podía nombrar. Era dulce. Lo recordaba bien. Su madre los hacía para ellos en los
sueños que tenía de antes de las cuevas.
Heechul se la ofreció. La antorcha pequeña, de color rosa, sobresalía de la parte superior, enviando
un zarcillo de humo al aire entre ellos.
—Es una magdalena.
Una magdalena. Sí, esa era la palabra.
Henry la tomó. Sus dedos se hundieron en ella hasta que aligeró el apretón. El dulce aroma le
revolvió el estómago, pero lo escondió de su hermana. Pensó que eso podría herir los
sentimientos de Heechul.
—No tienes que comértela ahora si no quieres. Solo quería hacer algo —dijo Heechul.
—¿Por qué?
Su hermano se acercó para tocarlo, pero Henry se encogió alejándose. No lo pudo evitar.
La mano de Heechul cayó a un lado y la tristeza lo cubrió. Incluso su cabello se veía triste.
—Hoy es tu cumpleaños, bebé. ¿No lo recuerdas? Ya tienes dieciocho.
La sorpresa hizo callar por un momento a Henry. Tenía que estar equivocada. Había estado en
esas cuevas desde siempre. No sólo diez años.
Heechul dejó escapar un suspiro triste y se puso de pie.
—¿Hay algo que pueda hacer? ¿Algo que pueda darte?
—No —dijo Henry automáticamente.
No le gustaba cuando la gente estaba cerca. Era más fácil pensar cuando estaba sola debajo de la
cama. A salvo.
Heechul asintió. Cuando salió de la habitación, dijo:
—Feliz cumpleaños, Henry —luego cerró la puerta.
Henry se quedó mirando la magdalena durante mucho tiempo. Abrió el cajón inferior del gabinete
junto a su cama y dejó la magdalena en el interior. Podría necesitarla más tarde, si tenía
hambre, y no quería que nadie la viera y se la quitara. Esta era su magdalena. Mataría a
cualquiera que tratara de quitársela.
Heechul logró cerrar la puerta antes de que las lágrimas comenzaran a caer. Su hermano menor estaba en casa, pero no estaba bien. Lo que fuera que los Sasaeng le hubieran hecho, lo había
destruido. Su sangre todavía corría por sus venas.
Kevin creía que era peligroso. Para los otros y para él mismo. Quería ponerlo en un sueño prolongado con magia, hasta que encontrara la manera de filtrar su sangre.
Si es que podían encontrar la manera. Hasta ahora, todos habían fracasado. Tal vez tenía razón.
Heechul tenía la esperanza de que con tiempo y amor, Henry se curaría, pero veía eso
cada vez menos probable con cada día que pasaba.
La presencia reconfortante de su esposo Siwon se deslizó a través de la Luceria que los vinculaba.
Estaba en una reunión con Shindong, pero nunca se alejaba de su mente. Le preocupaba lo que
Henry podría hacer.
A Heechul no. Si tuviera que hacerlo, apoyaría a su hermano. No le temería. Lo que Henry necesitaba era apoyo, no ser rechazado.
mismo. Tal vez Kevin tenía razón. Tal vez era tiempo de poner a Henry a dormir. Sólo por un tiempo.
Todavía era temprano en la noche cuando Hyukjae terminó de limpiar el nido y volvió al SUV.
Los demonios ni siquiera habían luchado lo suficiente para hacerle respirar fuerte. Y la mísera
batalla, seguro como el infierno que no había hecho nada para aliviar el dolor creciente en el
pecho con cada día que pasaba.
Había pensado que después de que su alma muriera, un poco del dolor que tenía se iría. Pero no. No
tuvo tanta suerte.
La sangre estaba fluyendo caliente y ya había pasado el punto en el que la meditación podía hacer
algo bueno por él. La única cosa que podría ayudarle era más lucha.
Hyukjae subió un mapa electrónico al teléfono. Zhoumi había instalado la cosa para identificar la
localización de las abominaciones con cara de niño. Seleccionó el pequeño punto rosado que
indicaba la actual localización y lo borró. El siguiente más cercano estaba al norte de Kansas, lo que
era un buen par de horas conduciendo por carreteras rurales.
Esperaba como el infierno el momento de llegar ahí, el dolor no podía ser peor. Si aumentaba un
poco más ya no sería capaz de luchar. Y eso simplemente no podía soportarlo.
Puso el vehículo en marcha y se dirigió hacia la carretera. Había hecho un poco de desastre en el campo de un granjero, pero no podía ayudar con eso. Al menos, se había hecho cargo de la infestación.
Acababa de retomar el camino de asfalto lleno de huecos, cuando escuchó un sonido venir detrás de
él. Era bajo. Débil. Más un soplo de aire que un ruido.
Una lenta, satisfecha sonrisa se le extendió por la boca mientras paraba a un lado de la carretera.
Aparentemente, uno de los demonios se había escapado de él y se había enganchado al hombre
equivocado.
El cuerpo de Ava se contrajo fuerte, sacando el aire de los pulmones. El bebé estaba viniendo. Justo ahora.
Se acurrucó bajo la manta que había encontrado, agachándose en el asiento trasero de la camioneta,
tratando de mantenerse en silencio. Se curvó sobre su hijo, abrazándose las rodillas lo más cerca
posible en un esfuerzo por protegerse del dolor. El sabor cobrizo le llenó la boca cuando se mordió
el labio, luchando por permanecer callada frente a tanto dolor.
Los neumáticos rebotaron, empujándola con fuerza. Un segundo después, el auto se inclinó como si
estuviera estacionado en una zanja profunda.
La puerta del coche se abrió, pero Ava no se atrevió a levantar la cabeza para mirar por la ventanilla y ver dónde estaban. No había conducido el suficiente tiempo para que lograra un escape limpio. Aún
estaba demasiado cerca de las cuevas.
La puerta de atrás a sus pies fue arrancada. El hombre que había visto en las cuevas, estaba ahí de pie, sosteniendo una reluciente espada, pareciendo listo para matarla. Su rostro era una mueca de furia y
las venas en su cuello resaltaban.
El miedo, fiel compañero en estos largos meses, estaba ahí al lado, sosteniéndola cerca, rehusándose a dejarla ir. Extendió las manos sucias como si pudieran hacer algo para protegerla de esa espada.
Su voz salió cruda y áspera, por la lucha que mantenía para no gritar.
—Por favor, no me lastimes.
La expresión del hombre cambió de la rabia a la sospecha, pero mantuvo su espada en alto y listo
para atacar.
—¿Quién eres? ¿Y cómo diablos te metiste en mi coche?
—Estaba en esas cuevas. Escapé. No sabía a dónde más ir.
Comenzó a pedirle ayuda, pero las palabras fueron cortadas por otra ola de dolor atravesándole el
cuerpo. Esta vez, no hubo nada que pudiera hacer para detener un gemido de agonía.
—¿Estás herida? —El hombre enfundó la espada, se inclinó hacia el interior y la agarró de los
brazos. Tiro de ella, pero tenía el cuerpo demasiado tenso para cooperar cuando trató de
sacarla del auto.
No podía hablar. La presión creció dentro de ella cuando tuvo otra contracción. Tenía una especie de dolor desgarrador. Sintió la piel desgarrarse cuando la cabeza del bebé coronó.
Ella empujó la manta y alcanzó entre las piernas, haciendo caso omiso de la falta de ropa. Los
pantalones vaqueros que estaba usando cuando fue secuestrada. Hacía meses que no le quedaban.
Incluso la blusa elástica que llevaba no le podía cubrir el vientre. Su falta de modestia había
dejado de significar algo para ella hacía mucho tiempo, y solo recordaba vagamente que hubo un
momento en que le importaba.
El hombre tiro de la manta alejándola, descubriendo finalmente lo que estaba pasando.
—¿Estás embarazada?
—No por mucho tiempo —rechinó entre los dientes apretados.
—Infierno. Espera. —No parecía preocupado. Solo resignado.
—¿Has hecho esto antes? —Le preguntó.
—¿Qué?
—Recibir un bebé.
—Sí. Un par de veces.
Eso la hizo sentir mejor. Más segura. Y luego otra contracción la golpeó y todo lo que pudo sentir fuedolor y presión. El cuerpo se hizo cargo, forzándola a empujar. Otro aguijón punzante la quemó
cuando los hombros del bebé pasaron. Su hijo se deslizó fuera. La presión se desvaneció,
dejándola jadeante. Cogió el cuerpo resbaladizo del bebé y se lo llevó hasta el pecho.
Había tenido un niño. Una ola de algo profundo y sin nombre, se apoderó de ella, cambiándola para siempre. Era madre. En este instante, en este momento, nada más importaba.
Su hijo dejó escapar el primer grito de llanto. Se hizo más fuerte conforme pasaron los segundos,
tranquilizándola como nada más podría haberlo hecho.
Lo había logrado. Había dado a luz a un bebé sano, a pesar de las torturas que había padecido durantecasi un año.
El hombre se inclinó, su cuerpo llenando la puerta. La estaba mirando con una extraña mirada en su
rostro. Una especie de resignación.
—Buscaré algo para atar el cordón.
La humedad debajo de ella comenzó a enfriarla, haciéndola estremecerse. Los cubrió a ambos,
disfrutando de los gritos de su hijo.
El hombre regresó un instante después con dos tiras de tela raída. Le permitió atar el cordón
umbilical y cortar con un cuchillo afilado.
Algo caliente y húmedo se le deslizó por entre las piernas, seguido de un chorro de líquido.
El hombre miró hacia abajo y una expresión sombría tensó los rasgos duros.
—Estás sangrando. Necesito llevarte a un médico.
Fue su rapidez lo que la mostró la urgencia de la situación. Hasta ahora, los movimientos habían sido metódicos y fáciles, pero no apresurados.
Ahora, él estaba corriendo.
Cuando el coche se sacudió por la carretera, Ava sostuvo al bebé, protegiéndole del difícil camino lo mejor que pudo. Podía sentir el lento goteo de la sangre fluyendo de ella, pero no sabía cómo
detenerlo. Arrugó la manta entre los muslos y los apretó.
—Agárrate —dijo el hombre—. Bache.
El coche se tambaleó, yendo en el aire un momento antes de un duro aterrizaje. Ava sintió náuseas
por la carretera, pero no se atrevió a sentarse y mirar por la ventanilla. El movimiento podría
empeorar el sangrado.
Le escuchó hablar con alguien por teléfono, pero no pudo oír las palabras sobre el ruido del motor.
Todo lo que pudo percibir fue el tono cabreado en la voz.
—¿Cuánto falta? —preguntó.
—No mucho. Solo aguanta.
—Tengo frío. ¿Puedes encender la calefacción?
Él no dijo nada por un momento y luego respondió.
—Claro.
La siguiente vez que pasó un enorme bache, los brazos de Ava no parecían funcionar. El bebé se
movió y ella luchó por mantenerle apretado contra el pecho.
Cuando la cabeza le comenzó a girar, se dio cuenta de que la debilidad no era una simple falta. La
manta entre las piernas estaba empapada.
Estaba sangrando demasiado.
La visión se le volvió borrosa, oscureciéndose en los bordes. Se centró en el bebé y tragó un poco conarrepentimiento. Quería verlo crecer. Quería jugar con él y enseñarle cosas. Quería protegerle
de los monstruos que la habían secuestrado.
Ellos habían puesto este bebé en su interior. Sabía que le querrían de vuelta. La fuerza se le
desvanecía. No iba a aguantar mucho más tiempo. Forzó a su voz a salir lo suficientemente
fuerte para que el hombre pudiera escucharla.
—Prométeme que te ocuparás de él.
—Ese es tu trabajo.
—Ahora es tuyo. Prométemelo —la voz era cada vez más débil. No estaba segura de si la escuchó.
Si fue así, no respondió.
Ava ya no podía mantener los ojos abiertos. Estaba tan fría. Besó la cabeza del bebé y reunió todas
las fuerzas para hacer una última súplica de ayuda.
—Por favor. Protege a mi hijo.
Hyukjae no se atrevió a dar la promesa. Si el niño era una de las abominaciones, su trabajo era
acabar con él. Por lo poco que había visto, no podía decir si había señales de sangre Sasaeng fluyendo
por las venas del bebé, peor con ella en esa cueva, sola y embarazada, eran buenas las posibilidades
de que el padre no fuera humano.
Pasaron varios minutos mientras Hyukjae conducía sobre la carretera llena de baches.
Ella no volvió a hablar.
—¿Aún estás conmigo? —preguntó él.
Cuando ella no contestó, supo que estaba muerta o inconsciente. Y el niño estaba ahí atrás, sin
restricciones.
Si era humano, podría matarlo al pasar sobre un bache en el camino.
Hyukjae salió del camino y frenó el SUV. Se bajó y sacó la espada antes de acercarse a la puerta de
atrás. Si el niño saltaba hacia él, mostrando los colmillos, estaría preparado.
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