Hyukjae regresó a la carretera, sujetando al bebé en el lugar con una mano mientras conducía.
Después de algunos minutos, los gritos del niño se acallaron, entonces se detuvieron
completamente. Podía sentir el roce caliente de aire contra la piel mientras el bebé respiraba,
diciéndole que estaba bien.
No era que Hyukjae se preocupara. La muerte probablemente era lo mejor que le podría ocurrir al
niño. Su madre se había ido. Su padre probablemente estaría muerto. Los Sasaeng no habrían
tenido ninguna a razón para mantener vivo a un hombre. Habrían drenado su sangre y se lo
habrían comido.
La vida de ese niño sin duda estaría llena de dolor y sufrimiento. Sería una bondad simplemente
dejarlo morir. Si no fuera por el voto de Hyukjae por proteger a los humanos, probablemente lo
habría hecho.
El voto le detuvo la mano, removiendo la elección de su conciencia. Sin importar qué adversidades
afrontara el niño tendría que aguantar. Tenía que asimilarlo y conformarse como el resto del mundo.
Hyukjae encontró una tienda abierta las veinticuatro horas y aparcó. Estacionó lejos de la entrada, tan apartado de las luces como pudo. Cualquier persona que mirara en su dirección podría ver la
manta ensangrentada que cubría el cuerpo de la mujer. Realmente no quería ningún
problema con la policía.
Tan pronto como se movió, el niño dejo salir un aliento contrariado al ser perturbado. Palmeó el bulto debajo del abrigo y se apresuró a entrar en la tienda. Encontró pañales y compró los más pequeños
que tenían.
También agarró algunas toallitas húmedas, una lata de leche, un biberón de plástico que lucía peces amarillos, y algunas botellas de agua. El niño iba a tener que comer en alguna ocasión, sin embargo
esperaba que no antes de que él hubiera regresado a casa.
El dependiente detrás del mostrador era un hombre al principio de los veinte con tantas perforaciones como granos. Sonrió abiertamente ante las compras de Hyukjae.
—Deber de papá, ¿eh?
Hyukjae ignoró al chico y sacó la cartera.
La sonrisa del chaval se borró.
—¿Tiene un bebé debajo de eso?
Hyukjae colocó bastante dinero sobre el mostrador, agarró la bolsa, y salió. Mientras regresaba al
coche, podía ver al dependiente en el teléfono, hablando rápido.
Mierda. Probablemente estaba llamando a la policía, contándoles sobre el espeluznante hombre
grande, con el bebé robado debajo del abrigo.
Una venenosa cólera atravesó velozmente la sangre de Hyukjae. El bebé gritó y él se percató de que
había apretado el agarre y tuvo que aflojarlo.
Si cogiera la carretera principal ahora, cada policía en el área lo encontraría, al bebé, y a la mujer
muerta. Necesitaba atenerse a las calles secundarias y esconderse por un rato, tal vez
cambiar de vehículo.
No podía conducir, marcar en el teléfono, y sujetar a ese bebé al mismo tiempo, así que se fue
velozmente del estacionamiento y se dirigió hacia la casa Elf más cercana.
Estaban muchas esparcidas en esta parte del país, y había dos a menos de una hora de distancia.
Escogió la más cercana al SM y aceleró tanto como se atrevió.
Hyukjae escondió el coche detrás de la casa Elf para que no fuera tan fácilmente visible desde la calle. No es que hubiera más de una calle o de que alguien pasara por allí.
Entró en la casa refugio y dejó caer todos sus pertrechos en el suelo de la sala de estar.
El bebé había estado llorando durante la última media hora, y si ese olor era un indicio, estaba cansado de estar tumbado en su propia mierda.
Hyukjae no era un fanático, tampoco.
Se despojó del abrigo y sacó al niño de debajo de su apestosa camiseta. La asquerosidad era
impresionante, cubriéndolos a los dos por igual.
Hyukjae se sacó las botas con los pies, se desabrochó el cinto de la espada, y se desvistió hasta
quedar desnudo. Hizo una llamada rápida por respaldo, puso en marcha la ducha y llevó al niño
dentro. Nunca antes había sujetado algo tan resbaladizo como un bebé desnudo y jabonoso,
así que tuvo mucho cuidado de no dejarlo caer de cabeza.
Para cuando los dos estuvieron limpios, el niño estaba dando fuertes gritos y a Hyukjae comenzaba a latirle la cabeza.
Secó al bebé, le puso el pañal, y lo envolvió en una toalla limpia y seca. Luego lo puso en el centro de una cama mientras se vestía con ropa nueva. Volvió a ponerse las botas y la espada.
El niño seguía llorando.
Hyukjae leyó las instrucciones en la lata de leche en polvo y las siguió al pie de la letra. Tomó un
tiempo para que el bebé consiguiera beber de un biberón, y formó un revoltijo mojado, pero después
de varios intentos, ambos descubrieron la mejor manera de hacerlo funcionar.
El niño se quedó dormido. Hyukjae trató de quitarle el biberón sólo para que él comenzara a chupar
nuevamente.
Muy bien. Si esa era la forma en que quería estar, entonces él también podría ponerse cómodo.
Se sentó en un sillón reclinable y apoyó la espalda. Algún Elf estaría aquí pronto para quitarle al niñode las manos. Luego se haría cargo de los arreglos para el cuerpo de la madre y estaría de vuelta
a la lucha para la salida del sol.
Hyukjae miró a la pequeña vida en sus brazos. Cada detalle era perfecto. En otro tiempo había
querido tener hijos propios. Recordó el hecho, aunque no podría recordar por qué se había sentido así.
Los bebés daban demasiado trabajo. Sus vidas demasiado fáciles de destruir.
Sin embargo, había algo sereno en torno al niño. Contenía parte de la furia hirviente que estaba
siempre burbujeando debajo de la superficie. Probablemente era algún tipo de instinto de
supervivencia que Hyukjae nunca antes había experimentado, algo que impedía que los adultos
simplemente mataran por una confusa, fuerte y apestosa molestia.
Fuera lo que fuese, era agradable. Pacífica.
Hyukjae cerró los ojos. No pensaba en lo que había hecho o lo que tenía que hacer. No se preocupaba por sus hermanos, los que miraban hacia él en busca de guía cuando sus marcas de vida se volvían
áridas. Él simplemente existía.
Si los ojos no se le hubieran cerrado, el ritmo cardiaco ralentizado, no podría haber oído el aullido
apenas perceptible proveniente del norte.
Sasaeng.
Había estado tan preocupado por el cuidado del niño que se había olvidado de considerar la sangre de la madre. Si era de pura sangre, todos los apestosos seguirían su olor hasta traerlos aquí.
No podía coger el coche y salir corriendo. Su sangre estaba por todas partes. Los Elf no le habían
traído un nuevo transporte todavía.
No había nada que hacer. Hyukjae iba a tener que luchar contra un ataque y esperaba que el niño no
empezara a llorar y llamara la atención sobre sí mismo.
Donghae sentado detrás en el SUV trataba de no prestar atención a todas las cosas de acaramelados
que pasaban delante. Siwon y Heechul eran la perfecta pareja: Hermosos, altos, fuertes y trabajando
juntos como una unidad en completa armonía.
Era más que un poco nauseabundo.
Donghae miró fijamente por la ventanilla, observando deslizarse el paisaje oscuro. Después de haber vivido tanto tiempo en la oscuridad, los ojos no tenían ningún problema para ver en la negrura del
campo. Y aunque no veía demonios, sabía que estaban allí afuera. Una jugada equivocada y podría
volver en seguida a donde estaba hacía sólo un par de semanas.
Sintió el bulto duro de la pistola que había insistido en tener
antes de dejar la seguridad de la SM.
Sin importar lo que ocurriera, esos demonios no se lo llevarían otra vez. Al menos, no vivo.
El teléfono de Heechul sonó. Dijo algo en voz baja que Donghae no pudo escuchar, y entonces colgó el teléfono.
—Cambio de planes —anunció—. Hyukjae está en problemas. Vamos a ir a ayudarle ya que
estamos cerca.
Hyukjae. El hombre que lo había sacado de su jaula y luego lo había mirado con un hambre oscura
como nunca había visto antes.
Donghae luchó contra los recuerdos, pero al final, volvió a vivir cada momento de su rescate otra vez. El miedo de esa noche lo inundó, haciendo que el cuerpo le temblara. Casi podía oler la sangre y la
mugre de cuerpos sin lavar mientras él y los demás se escapaban de la caverna. Grandes hombres
estaban por todos lados, apresurándolos hacia adelante.
Hyukjae había regresado a por los demás. Por los niños. Él había salvado a todos esa noche… a todos aquellos que quedaron para salvar.
Donghae no quiso pensar en los que no habían conseguido salir. No quería ver las caras de esos que
habían nacido y muerto en cautividad, para nunca conocer el calor del sol.
El coche dio bandazos al girar una esquina, haciendo un surco en el camino de grava. La cabeza de
Donghae chocó contra el cristal, rompiendo el agarre que esos recuerdos poco prometedores tenían
en ella.
—No sé lo que encontraremos —dijo Siwon mientras aceleraba por la carretera—.Quédate cerca de
mí y Heechul, ¿de acuerdo?
Donghae asintió con la cabeza, la garganta demasiado obstruida con la emoción para que las palabras encontraran espacio para escapar.
Heechul volvió su cuerpo largo y delgado en su asiento y miró a Donghae. Su pelo corto y oscuro
enmarcaba su cara.
—Si las cosas se ponen feas, pondré un escudo a tu alrededor. No tienes por qué tener miedo.
Donghae no se molestó en decirle que estaba todo el tiempo asustado en estos días, y no había un
escudo en el mundo que pudiera cambiar eso.
Llegaron a un porche delante de una vetusta granja. Siwon ni siquiera apagó el motor antes de que
saliera del SUV, desenvainando la espada. Heechul estaba únicamente medio segundo detrás de él.
Ahora que se habían ido, Donghae tuvo una visión clara a través del parabrisas delantero. Las luces
del SUV fluyeron sobre el paisaje helado, iluminando los árboles y el pasto alto y yermo. Todo estaba
cubierto con una capa delgada de hielo, dándole al área alguna clase de sensación casi de cuento de
hadas. Sólo que éste no era un cuento amigable; era uno de historias oscuras, retorcidas y antiguas
fábulas, lleno de monstruos y muerte.
Había media docena de demonios esparcidos por el área, con los ojos resplandeciendo con un brillo
hambriento. Eran peludos, con gruesas y pesadas extremidades como las de un oso, pero tenían casi
facciones humanas. Sus bocas eran demasiados grandes para ser humanas, sus dientes demasiados
largos. Y la pálida luz verde derramándose de sus ojos definitivamente no era humana.
Donghae había visto estas cosas antes. Las había visto alimentarse de los cuerpos de los muertos. Los había visto pelearse y matarse los unos a los otros por una pequeña cantidad de comida, y luego
consumir a los suyos cuando uno caía.
Se le congeló el cuerpo en el vehículo, incapaz de moverse. Estaba allí, mirando fijamente,
temblando. Un sudor frío le rezumaba por los poros.
La espada de Siwon brillaba mientras combatía a los demonios. Heechul estaba junto a su costado,
con su atención dividida entre los monstruos y Donghae.
Heechul le gritó algo que no pudo entender. El corazón le latía demasiado fuerte para oír algo más.
Cerró los ojos para bloquear la visión de las cosas que le habían robado la vida y se concentró en la
respiración.
El SUV se sacudió como si algo hubiera saltado sobre él. Los ojos de Donghae se abrieron de golpe, pero no vio nada. Con el aliento empañó la ventanilla de la izquierda. Heechul alzó una mano
y una débil luz azul se derramó sobre el capó, barriendo de nuevo para hundirse hacia el lado
izquierdo del vehículo.
—¡Sal! —gritó Heechul, y esta vez Donghae comprendió sus palabras.
El pánico le obligó a moverse. Palpó el cierre del cinturón de seguridad, pero los dedos empapados de sudor se resbalaban por el plástico.
El sonido del metal raspando sobre el vidrio chirrío desde atrás de él.
Donghae giró la cabeza para ver lo que tenía detrás, sólo para descubrir que no era metal sobre vidrio lo que había oído, era uno de los demonios arañando el parabrisas trasero. Pálidas chispas azules
brotaban de sus garras, evitando que la cosa le hiciese daño al vidrio. Pero, ¿por cuánto tiempo?
Con esa cosa a sólo centímetros de distancia, el mundo de Donghae comenzó a ceder finalmente.
Recordó todas las noches frías, oscuras, que había pasado aterrorizado por su vida. Recordó las
caras de cada una de las personas que fueron asesinadas y devoradas por esos monstruos. Había
sabido desde el momento de su escape que lo querrían recuperar. Y aquí estaban, rasguñando ante él,
tratando de alcanzarlo para que pudieran llevarlo de regreso a esa pesadilla.
Donghae no iba a dejar que eso ocurriera.
La calma se apoderó de él cuando tomó la decisión.
Se estiró para alcanzar el revólver. Situó la mano alrededor
de la culata granulada, impidiéndole
que resbalase de la palma empapada de sudor.
Estaba ya cargado. Todo lo que tenía que hacer
era quitar el seguro y estaba listo para
disparar.
Hyukjae no sabía cuánto tiempo se sostendría el escudo de Heechul, pero sabía que tenía que sacar al hombre del SUV antes de que fallara. Había tres Sasaeng allí atrás, y cada uno de ellos iba a querer
un bocado.
Remató al demonio de enfrente, entonces saltó hacia la izquierda, obligando al resto de las
bestezuelas a golpear el escudo de Heechul.
Heechul había creado una barrera como un túnel, obligando a los demonios a abalanzarse sobre ellos sólo uno o dos a la vez. Siwon podría manejarlo el tiempo que le requiriera a Hyukjae llegar al
hombre.
Había visto el pánico las suficientes veces para conocer su cara, y el hombre que había descubierto
en esa caverna lo llevaba ahora.
Hyukjae abrió la puerta del coche más cercana a la casa y se inclinó, intentando ignorar a los
demonios babosos a sólo centímetros de distancia de la cabeza de Donghae. Iban a morir cuando él tuviera un minuto.
Tan pronto como la cabeza y los hombros estuvieron dentro del vehículo, vio el cañón de una 45
apuntándole a la cara.
Hyukjae estaba impresionado. Aparentemente, no había entrado completamente en pánico.
—Guárdalo para los Sasaeng. Necesitamos sacarte de aquí —le dijo mientras alcanzaba y
presionaba el botón de liberación de su cinturón de seguridad.
La correa de lona serpenteó fuera de su cuerpo, enganchándose en su brazo. No se movió. Estaba
clavando los ojos en él, sujetando esa pistola tan apretada que sus nudillos estaban blancos de la
tensión.
—Mueve el brazo —le dijo.
No lo hizo.
Hyukjae contuvo un suspiro mientras empujaba la pistola hacia abajo y vigilaba sus dedos
agarrotados.
—El cinturón de seguridad está enganchado en tu brazo.
Donghae bajó la mirada a donde él le señalaba y el reconocimiento hizo una llamarada en sus ojos
salvajes. Su brazo delgado se movió, liberando el cinturón de seguridad. Tan pronto como lo tocó,
el latido del corazón de Hyukjae se desaceleró.
La Luceria brincó apartándose del cuello como si tratara de alcanzarlo. El anillo vibró, zumbando
cerca de la piel. Una sensación de calma descendió sobre él, contrastando agudamente contra el caos
por el combate y la furia de su alma muerta. Sabía que no tenía tiempo para estudiar la extraña
reacción, pero no podía perder la concentración.
Había sentido lo mismo sólo una vez antes... la noche en la que se llevó a Donghae de su jaula. Había pasado tan rápidamente, que ni siquiera se había permitido creer alguna vez que hubiera ocurrido.
Eso significaba que podía salvarle la vida. Lástima que fuera demasiado tarde para hacer algo por su alma.
Hyukjae ahuyentó todos los pensamientos de salvación y se obligó a enfocar la atención en mantener vivo
al hombre. La Banda de los Áridos estaba llena de hombres que necesitaban a alguien
como Donghae, y él iba a ocuparse de que viviera lo suficiente para encontrarse con ellos.
Chispas azules saltaron de las garras del Sasaeng por un segundo; entonces, se detuvieron mientras la cosa se abría camino a través del cristal.
—Hora de irse.
Hyukjae agarró su brazo y tiró de él a través de los asientos, prácticamente arrastrándolo del SUV.
Sus pies golpearon el suelo, deslizándose sobre el hielo. Hyukjae antuvo un agarre apretado para no
dejarla caer y lo condujo al interior de la casa, donde al menos, tenía las salvaguardas de la casa Elf
para protegerlo. Podrían no aguantar por mucho tiempo, pero eran mejor que el SUV.
Lo empujó a través de la puerta, agarró el picaporte para cerrarla detrás de él, y dijo:
—Hay un bebé en la bañera. No dejes que los Sasaeng le atrapen.
¿Un bebé en la bañera?
Donghae se recompuso y registró la pequeña casa hasta que encontró al niño. Estaba
fuertemente envuelto, llorando con su cabecita fuera. Tenía la cara roja y su grito era un graznido
ronco, como si hubiera estado llorando durante mucho tiempo.
Lo levantó y lo abrazó contra el cuerpo. Se calmó después de unos segundos, absorbiendo bocanadas de aire.
Había visto lo que los Sasaeng hacían a los bebés que nacían en aquellas cuevas. No iba a permitir
que le sucediera lo mismo a éste.
Donghae recuperó el arma donde Hyukjae la había puesto junto a la puerta principal. Miró para
comprobar que el seguro estaba quitado y se puso de pie de espaldas a la pared.
Si las personas de fuera no acababan con los demonios, tendría que hacerlo él mismo.
Los Sinestryn siguieron atacando hasta el amanecer, atraídos por la sangre de la mujer muerta.
Hyukjae acabó con el último de ellos y limpió la espada en la piel del más cercano. El agotamiento
le colgaba pesadamente sobre el cuerpo, pero por lo menos un poco el dolor había sido aliviado.
Sentía que podía pensar con claridad por primera vez en días.
Siwon sostenía cerca a Heechul, apoyando su peso sobre el suelo helado. Sangre, miembros
amputados y cuerpos retorcidos estaban por todas partes. Pequeñas gotas de sangre negra se
congelaron a lo largo de las hojas de hierba, aferrándose como trozos de carbón malignos. Iba a
tomar por lo menos una hora para que el sol quemara tanta suciedad.
—¿Estás bien? —preguntó Siwon. Respiraba con dificultad y cada respiración se helaba al chocar
contra el aire.
—Estoy bien —dijo Hyukjae.
Siwon asintió con la cabeza.
—Tengo que repostar. Estaremos dentro en unos minutos.
La pareja se arrastró en busca de un parche limpio de tierra que no estuviera cubierto de sangre.
Siwon tenía que sacar fuerzas de la tierra y alimentar a Heechul, quien parecía que podía serle útil
las vacaciones de una semana.
Hyukjae los dejó y entró en la casa para comprobar al niño. Tan pronto como se abrió la puerta, se
encontró con el cañón de una 45. Una vez más.
Donghae sostenía al bebé en una mano y un revólver en la otra. Una expresión feroz torcía su boca y hacía que sus ojos se destacaran.
Hyukjae esperó allí, dándole tiempo para darse cuenta de quién era. Poco a poco, el reconocimiento
llegó y bajó el arma.
Todo su cuerpo parecía hundido, como si la vida hubiera sido drenada fuera de él. Su cara estaba
pálida y temblaba como loca. Sus pies se entrelazaron y Hyukjae estaba seguro que iba a soltar al
bebé de cabeza.
Él alargó una mano hacia el niño y volvió a subir el arma.
—Whoa —sostuvo las manos en alto—. Sólo trataba de ayudar.
—Tu ropa. Apestas a ellos. Ve a lavarte.
Hyukjae miró hacia abajo y, efectivamente, había unos pocos lugares en la parte delantera de su
camisa donde la sangre había quemado agujeros a través de la tela.
Tenía la chaqueta abierta, y su abrigo de piel blindado con magia, no había sido capaz de proteger el
tejido.
—Vuelvo enseguida. La lucha ha terminado. El sol está arriba. Relájate.
Él se limpió, se cambió de camisa, y volvió a salir. Donghae no se había relajado. Ni mucho menos. Aún estaba armado, mirando por las ventanas, pasando de una a otra como si algo fuera a saltar sobre
ellos.
—Ellos no vendrán a por nosotros a la luz del día —le aseguró.
—No correré ningún riesgo.
—Excepto al sostener una pistola, un bebé y temblando tanto, que me sorprende que no hayas
disparado sobre tu propio pie.
Lo ignoró.
—¿Qué tal si bajas el arma?
Se volvió entonces, y algo en su cara tiró de él, haciéndole dar un paso más cerca.
Había una vulnerabilidad allí, una que no debería estar. A fin de cuentas, este
hombre había
pasado años en un nido Sasaeng, y no sólo había sobrevivido, sino que varios de los otros a los que
habían rescatado esa noche habían informado de que Donghae era la razón por la que todavía
estaban vivos. Los había protegido tanto como pudo, buscando comida y calor cuando no había nadie
más.
Él tragó saliva, con los ojos suplicantes.
—No sé si puedo bajarla. Mi mano no la suelta.
Miró su mano. Sus nudillos estaban blancos. Los tendones se destacaban, hasta el límite. Había
estado agarrándola con tanta fuerza durante tanto tiempo que probablemente se le había adormecido.
Hyukjae se acercó lentamente. Realmente no quería que le volara la cabeza, porque hiciera un
movimiento repentino en torno a una mujer armada y asustada.
—Voy a ayudarte, ¿vale?
—No quiero que me toques.
—¿Por qué no? —preguntó.
—Algo ocurre cuando los de tu tipo me tocan. No me gusta.
—Está bien. Entonces dame al bebé.
Cruzó los brazos sobre el pecho y dio un paso lo suficientemente cerca como para cernirse sobre
Donghae.
—La pistola o el bebé. Tomaré uno de ellos. Tú eliges.
Una especie de indefensa vulnerabilidad se apoderó de su expresión por un instante, antes de que lo
desterrara. Irguió los hombros y levantó lentamente el brazo hacia él. Era la mano con la pistola.
Hyukjae asintió, aceptando su decisión, ofreciéndole seguridad, y comenzó a aflojarle los dedos
apartándolos del agarre. En el instante en que le tocó la piel, su Luceria empezó a tararear.
El enorme agujero en el pecho, donde el alma había estado antes de que muriera, pareció encogerse. Su monstruo -la criatura oscura, peligrosa, que había comenzado a crecer dentrode él desde el día que
su alma había muerto- fue adormecido, y hasta ahora no se había dado cuenta hasta qué punto la
la bestia le había robado el control. Por un breve segundo, se acordó de lo que era sentir las cosas
profundamente. Las cosas buenas, no sólo la ira y el miedo.
El bebé soltó un gruñido, y en lugar del frío calculador de las probabilidades de su supervivencia,
Hyukjae sintió algo. Algún tipo de conexión. Él... le importaba.
La sensación le sacudió tanto que el corazón le comenzó a golpear fuerte y rompió a sudar.
—¿Ves? —dijo Donghae con voz firme y tensa.
—Oh, sí.
—Por favor, apúrate.
Hyukjae hizo lo que le pedía, un trabajo rápido para aflojar su apretón lo suficiente para alejar el
arma. Su mano se curvaba en forma de garra, y sin pensarlo, la masajeo, frotando los músculos
delicados para que empezaran a funcionar de nuevo.
Donghae lo miró fijamente, pero no retiró la mano. Dejó que lo relajara, lo que de alguna manera le sirvió para relajarse a sí mismo.
Sus Lucerias temblaban en el cuello y el dedo, pero no pudo detectar colores girando en las pálidas
profundidades. Todo el color se había ido en el transcurso del tiempo y la decadencia del alma. Su
marca de vida estaba desnuda. Su alma estaba muerta. Y no importa cuán entusiasmada estuviera su
Luceria, no había nada que Donghae pudiera hacer para salvarlo.
Ya estaba muerto. El cuerpo no había alcanzado al alma, aún, porque no lo permitía. Había mucho
trabajo por hacer. No podía irse todavía. Sus hermanos lo necesitaban.
Donghae tiró de su mano y la sacudió.
Cuando su toque desapareció, el vacío irregular en el pecho se abrió de nuevo. El monstruo rugió de nuevo a la vida, dando tumbos dentro de la cabeza de Hyukjae. Tuvo que apretar los dientes y cerrar
las rodillas para evitar tambalearse de dolor.
—¿Estás bien? —preguntó.
—Sí —mintió. Era bueno con las mentiras. Era lo único que lo mantenía a él y a la Banda de los
Áridos con vida—. Tenemos que irnos tan pronto como Siwon y Heechul vuelvan. Tenemos
que llevar al niño a
la SM donde estará a salvo. Y tengo que enterrar a su madre.
—¿Su madre?
—Murió en el parto.
La tristeza se dibujó en el rostro de Donghae.
—Eso pasa mucho con sus bebés.
—¿Bebés de quién?
—Los Sasaeng.
Una rabia silenciosa se filtró, llenándolo hasta los pies.
—Ese no es un bebé Sasaeng.
—Sí, lo es.
Él sacudió la cabeza en negación.
—No. No lo es. No puede ser.
—Mira sus ojos.
Hyukjae se inclinó. El bebé estaba despierto, mirando hacia él. Sus ojos eran azules.
—¿Qué pasa con ellos?
—Dale un segundo.
Mantuvo la mirada fija, la mano en la espada. No quería matar a este niño. Entonces lo vio. Un
penacho negro de movimiento se arremolinaba en los ojos del niño, contaminando el iris.
Hyukjae se tambaleó hacia atrás.
—No.
Donghae frunció el ceño con confusión.
—Creí que lo sabías. Pensé que lo habías encontrado en una de las cuevas.
Él sacudió la cabeza, el vientre relleno con ácido. El bebé había parecido tan humano. Tan perfecto. Que había cuidado de él, abrazado. Y ahora tenía que matarlo.
—Dámelo.
—No.
--Tiene que morir.
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