The Lover- 9




Tarareando, Donghae colocaba sándwiches y panecillos en la bandeja del té. Complacido con los progresos de sus empleadas, había vuelto temprano a casa. Podría anunciarle a Hyukjae que «Créations Mr Donghae» pronto tendría su debut.

Esperaba que, como primer inversor, recibir a la noticia con entusiasmo... aunque no estaba seguro. Su breve nota, de escritura casi ilegible, tan distinta de su letra precisa acostumbrada, ponía de manifiesto la profundidad de su dolor por la muerte de su amigo.

Recordó vívidamente haber sufrido tales golpes, y una infinita ternura floreció en su pecho. Ansiaba que lo visitara, que se desahogara con él, para ofrecerle comprensión y consuelo conyugal.

La idea lo paró en seco. Con las mejillas en llamas, se repitió una vez más, como al parecer debía hacer con creciente frecuencia en las últimas semanas, que no tenía derecho a inmiscuirse en su vida personal. Debía reprimir aquellos instintos, para no caer en la tentación de verse desempeñando una función a la que no podía aspirar.

Oyó sus inconfundibles pasos en el pasillo y una sonrisa brotó de sus labios. Una ráfaga de viento frío y cargado de lluvia, recuerdo de la ventisca que había asolado la ciudad todo el día, entró en la estancia con él.

Con el rostro exhausto y sin afeitar, se acercó y le atrajo de inmediato a sus brazos. Sintiendo una fuerte compasión por su evidente angustia, Donghae lo abrazó con fuerza.

Hyukjae lo apartó unos centímetros, pero, en lugar de soltarlo, se inclinó para salpicar besos suaves y prolongados en su frente, sus párpados, sus mejillas, su barbilla. Por fin, reclamó sus labios con un beso tan infinitamente tierno que el corazón de Donghae latió más deprisa y sintió una oleada de calor líquido por todo el cuerpo.

En lugar de intensificar los besos con la pasión que prometía aquel ardor, Hyukjae se apartó y le puso las manos suavemente sobre los hombros.

—Mi dulce Donghae.

A veces, le costaba tanto guardar las distancias... pero debía hacerlo. Reprimió el «mi querido Hyukjae» que afloraba a sus labios y levantó la mano para sacudirle unas gotas de lluvia del pelo.

—No sabes cuánto lo siento, Hyukjae.

Hyukjae abrió los labios, los cerró y aceptó su condolencia con una breve inclinación de cabeza.

—¿Te apetece un té?

Con un pequeño suspiro, lo soltó.

—Sí, un té me sentaría bien —caminó hacia el sofá, se detuvo, se alejó hacia la ventana y permaneció de pie, contemplando la calle.

Donghae lo observó con preocupación. ¿Qué podía decir para ayudarlo? Las palabras, él bien lo sabía, eran inútiles en momentos como aquél. Así que se limitó a llevarle el té.

—Toma, bebe esto —le tocó los dedos fríos—. Estás helado... esto te hará entrar en calor.

—Donghae, tendré... tendré que irme de Londres dentro de poco.

Presa de una aguda decepción, Donghae asintió. Seguramente, tendría que ocuparse de los bienes de su amigo.

—Entiendo. ¿Estarás mucho tiempo fuera?

—No estoy seguro. Tendremos... tendremos que guardar luto durante un tiempo.

—Debes tomarte todo el tiempo que sea necesario —dijo Donghae, mientras intentaba reprimir el dolor de pensar que Hyukjae no buscaba consuelo en él—. No se puede pasar por alto el sufrimiento, como tampoco superarlo enseguida.

Todavía de pie, con la mirada puesta en la lejanía, Hyukjae tomó un sorbo.

—Cuando regrese, las cosas... tendrán que ser diferentes. Yo... yo estaré prometido.

Donghae estaba removiendo su té, cuando el significado de aquellas palabras estalló en su mente como un petardo arrojado sin previo aviso. El corazón dejó de latirle, la cuchara resbaló de sus dedos sin vida y cayó con estrépito sobre el plato.

A medida que las ondas de significado propagaban la conmoción, sus oídos se cerraron, su vista se nubló y experimentó un frío penetrante y turbulento. Sintió que caía antes de que las manos firmes de Hyukjae lo sujetaran.

—¡Donghae! Donghae, ¿te encuentras bien?

Apenas comprendía lo que oía. Inspirando profundamente, fijó la vista en pequeños detalles para que no perdieran su nitidez. La taza se había hecho añicos al caer a la alfombra. Debía llamar a Heechul para que la recogiera...

De repente, Hyukjae lo llevaba al sofá.

—Donghae, cariño, lo siento. No debí decirlo de sopetón... pero no sabía cómo darte la noticia.

Lo tumbó en el sofá, pero con manos trémulas, Donghae se incorporó. Hyukjae se sentó a su lado.

—Por favor, no te enfades conmigo, querido mío —Hyukjae le frotaba los dedos fríos, besándolos—. Este paso no significa que mis sentimientos hacia ti hayan cambiado. Ahora estoy aquí, siempre estaré aquí contigo, como te prometí. Cualquier cosa que desees, que necesites, no tienes más que decirlo y será tuya, lo juro. ¡Por favor, créeme! —lo contempló con el rostro tenso y mirada de desesperación—. Tengo una responsabilidad hacia Yesung... hacia su hermano, Ryeowook. Se le cayó encima el caballo en un accidente de caza, hace varios años, y estuvo a punto de perder la pierna. Es un joven encantador, pero tímido y temeroso de los extraños. Nuestras familias siempre han estado muy unidas, y yo soy lo único que le queda. Antes de que muriera, yo... yo le prometí a Yesung que me casaría con él.

El cerebro aturdido de Donghae empezaba, por fin, a funcionar.

—Sí, claro, lo entiendo —pese a los latidos frenéticos de su corazón y a la debilidad que intentaba dominarlo, se esforzó por decirse que aquello estaba bien. Más pronto o más tarde, su relación con Hyukjae tendría que acabar.

¿Tenía que ser tan pronto?

Hyukjae lo atrajo a sus brazos y lo besó con fervor

—Las cosas no tienen por qué cambiar entre nosotros, aunque no podré estar contigo tan a menudo como quisiera. Tendré que visitarte con más discreción, pero...

Cuando el significado de sus palabras penetró en su cerebro todavía nebuloso, Donghae sufrió una segunda conmoción. Atrapó los dedos con los que Hyukjae lo acariciaba.

—Hyukjae, ¡por supuesto que las cosas cambiarán! No creerás que yo... que yo... No, no es posible.

—Cariño, tampoco es lo que yo deseo, lo que desearía para nosotros. Sé que... la situación te resulta angustiosa, pero nada sería más angustioso que perderte de repente.

¿Cómo podía no entenderlo? ¿Acaso el hecho de que se hubiese entregado a él le había causado una impresión tan errónea de él?

Aquel pensamiento lo serenó. Le soltó las manos.

—Tu matrimonio debe significar el final de nuestra... amistad, Hyukjae, sin duda alguna. No hay otra salida. Ya... ya he pecado contigo, por lo que debo una vida entera de penitencia. No seré un adúltero. Me niego.

Hyukjae alzó la vista de las manos que él tenía entrelazadas en el regazo, a su semblante resuelto.

—¿Me echarías? —preguntó, con tono horrorizado, incrédulo—. ¿Te negarías a verme otra vez? ¿Tan poco significa para ti lo que sentimos el uno por el otro? —susurró por fin.

La angustia de su mirada se reflejaba en su voz, pero Donghae hizo un esfuerzo sobrehumano para mirarlo con firmeza.

—Los votos matrimoniales significan más. Es una promesa sagrada, Hyukjae, pronunciada ante Dios, de amar, respetar y ser fiel a una persona. No desearía que rompieras esa promesa, ni podría vivir con la culpa de que la rompieras conmigo.

Hyukjae guardó silencio durante un largo tiempo, como si las palabras de Donghae fueran tan extrañas que le costara comprenderlas.

—Entonces, ¿tendremos que separarnos?

—Sí.

—¿De manera permanente?

— Sí.

—¿Y no hay manera ni situación en la que podamos estar juntos?

Con lágrimas en los ojos, Donghae lo negó con la cabeza.

—¿Ni siquiera como amigos... mi amigo más querido?

Era como si un puño de gigante le estrujara el corazón de forma implacable.

—Oh, Hyukjae, ¿que garantía puedes ofrecerme de que me tratarías solo como un amigo?

—Te ofrecería el mundo y todo lo que contiene para que no me dijeras adiós.

La desesperación de su voz era un reflejo tan fiel de la suya, que Donghae no pudo soportarlo más. Apretó los labios para contener las palabras que no debía decir y se arrojó en sus brazos.

Hyukjae lo estrechó con fuerza. Avivadas por el vendaval de su inminente despedida, las chispas que siempre saltaban entre ellos encendieron un ansia mutua tan elemental e irresistible como las fuerzas que los separaban. Susurrando el nombre de Donghae, Hyukjae lo llevó hasta la cama.

Su primera unión fue fiera, frenética; la siguiente, tan dulce y tierna que Donghae sintió deseos de llorar. Después, nuevamente por mutuo deseo tácito, no bajaron a cenar, no intentaron jugar a las cartas ni al ajedrez, ni tan siquiera trabar una conversación cándida e incisiva sobre los acontecimientos de interés general. En cambio, permanecieron abrazados, conscientes del reloj de la repisa, que con su tictac marcaba el paso de los preciados minutos de su último encuentro. Al final, los ruidos de la calle se extinguieron y Donghae se quedó dormido.

En algún momento en mitad de la noche, se despertó al sentir las caricias de Hyukjae. Con labios y manos, lo recorrió de pies a cabeza, deteniéndose en los lugares deliciosamente sensibles, hasta conducirlo a una liberación intensa y cegadora. Luego, poco a poco, incrementó de nuevo la tensión para unir el placer de él con el suyo.

Después, a la luz incipiente del alba, todavía unidos, Hyukjae puso una mano entre el pecho de Donghae y el de él.

—¿Lo sientes? —susurró. Hasta nuestros corazones laten al unísono.

Las lágrimas afloraron a sus ojos mientras él se levantaba de la cama para vestirse. Donghae las secó con los puños y también se levantó, se puso una bata y lo observó en silencio, sentado. Debería ayudarlo a vestirse, como había hecho desde la primera noche, pero una extraña apatía lo mantenía inmóvil.

Hyukjae se abotonó el puño y se volvió hacia él.

—Ha llegado la hora de la despedida. Durante unos días. Luego, dispondremos de un mes o dos antes de que tenga lugar el... enlace —cerró los ojos con fuerza y se estremeció—. Un mes y luego... la eternidad.

Las palabras de Hyukjae traspasaron la nube letárgica que lo envolvía.

—¿Un mes? No, Hyukjae, eso es imposible. En cuanto tu joven señor te acepte, estás obligado a él, independientemente de la fecha de la boda.

—¿Esa implacable conciencia tuya no puede darnos ni tan siquiera un mes?

Muriendo un poco al pronunciar la palabra, Donghae dijo:

—No, no puedo. Lo siento. Seguramente, incluso lo de esta noche haya sido un error.

Hyukjae alzó la cabeza, con el cuerpo en tensión.

—¿Cómo puedes decir eso? ¿Cómo puedes sentir algo por mí, por nosotros, y decir que lo que hemos compartido esta noche, todas las noches, es un error?

El tono ofendido de Hyukjae estuvo a punto de quebrar su resolución.

—Hyukjae, ¿de verdad pensabas que había un lugar en este mundo en el que un conde y un tender podían estar juntos?

—Creía que estábamos juntos.

«Nunca lo estuvimos... pero, qué maravilloso eres», pensó Donghae. Claro que, dado que iba a casarse, ¿de qué le serviría a Donghae reconocer tiernos sentimientos que no debería haber desarrollado? Emociones que podrían animarlo a disuadirle de una forzosa separación.

No, sería mejor que siguiera enfadado... mejor para ambos, que rompieran de forma brusca e irreversible.

—Los dos sabíamos desde el principio que lo nuestro era algo pasajero. Ahora deberíamos contentamos con que haya sido... placentero — pronunció la descripción, ofensiva por su palidez, con un ligero temblor— y seguir adelante.

Le miró como si hubiese hablado en otro idioma.

—¿Placentero? ¿Seguir adelante? —repitió con furia—. ¿A una nueva novela, un nuevo sombrero... un nuevo amante?

Donghae se arredró ante la fuerza de su sarcasmo, pero este reforzó su resolución de asestar el último golpe.

—Lo que resulte más conveniente —se puso en pie e hizo una profunda reverencia—. Le deseo toda la felicidad del mundo en su matrimonio, milord.

Hyukjae frunció el labio y alzó una mano, como si fuera a pegarle... ó a agarrarlo. Luego, exhalando un suspiro entrecortado, se enderezó. Su voz, cuando habló, fue apenas un susurro.

—Que así sea. Gracias por sus buenos deseos, señor —hizo una reverencia exagerada—. Y permítame añadir que me esforzaré por olvidarlo con la misma diligencia con la que usted parece ansioso por despacharme —giró sobre sus talones y se marchó.

Cuando se extinguió el eco de sus pasos, Donghae caminó tambaleándose hacia la cama y se derrumbó en el borde, con los brazos fuertemente apretados en tomo a su cuerpo y los ojos cerrados.

«Es mejor así, es mejor así, es mejor así». Reconocer la enormidad de la pérdida y lo desgarrador que era el dolor significaría dar rienda suelta a una emoción que turbaría su paz mental presente o futura.

¿Habría terminado su relación si hubiese revelado su identidad completa al principio, antes de la muerte del amigo de Hyukjae? Pero, aunque su nacimiento era más elevado de lo que Hyukjae sospechaba, seguía sin ser reconocido por su familia ni por la familia de su marido, seguía prácticamente en la ruina y seguía ensuciándose las manos con el comercio. Cualquiera de los tres factores lo convertiría en un esposo indigno.

No, la separación era inevitable.

Casi se había convencido de ello, cuando Heechul entró en el dormitorio. Nada más mirarlo, su amigo exclamó:

— ¡Madre de Dios!

Heechul lo abrazó con fuerza y los sollozos espasmódicos lo desbordaron. Fue incapaz de controlarlos durante largo tiempo.



A media mañana, después de obligarse a ingerir un desayuno espartano que bien podría haber sido cicuta, Hyukjae fue a ver a Ryeowook. Lo encontró todavía acostado y pálido, pero despierto y compuesto.

—Me alegro de que pases a verme antes de ir al ministerio, Hyukjae. Quería darte las gracias por... —tragó saliva—. Bueno, por todo. Detesto tener que pedirte algo más, pero... ¿podrías llevarme a casa?

A pesar de su propia angustia, la desolación de Ryeowook lo conmovió.

—Por supuesto, Wook. En cuanto hayas recuperado las fuerzas.

—Ya estoy dispuesto, siempre que tú puedas partir. Quiero... necesito estar en casa —se mordió el labio, esforzándose por mantener el control—. Quizá así no tenga tanto miedo.

Hyukjae se acercó a la cama.

—No tengas miedo, Wook. Yo cuidaré de ti —reconociendo que era el momento idóneo, contuvo el aliento y se obligó a decir las palabras—. Me gustaría cuidar de ti siempre. ¿Quieres casarte conmigo?

Ryeowook se apartó de él y estudió su rostro.

—¿Estás seguro, Hyukjae?

El eludió la pregunta diciendo:

—Ya te lo pedí una vez, como bien recordarás. —Una sonrisa animó su rostro.

—En KRY, junto al lago, hace años.

— Sí. Pero no me has dado la respuesta — su corazón se aceleró con la absurda esperanza de que lo rechazara.

—Siento ser tan débil —¿era una disculpa? Ryeowook volvió a sonreír con labios trémulos—. Si de verdad estás seguro de que me quieres como esposo, entonces, por supuesto que me casaré contigo.

Las palabras asestaron un golpe mortal a su corazón. Aturdido, tomó la mano de Ryeowook y la besó.

—Será un honor —fue todo lo que acertó a contestar.



Algunas semanas después, Hyukjae estaba sentado ante el escritorio de Yesung, en la biblioteca, en KRY. Había revisado casi todos los papeles de su amigo, y el notario le había llamado el día anterior para notificarle que había que validar el testamento.

Hyukjae debía regresar unos días a Londres, para ultimar detalles legales y pasarse por el despacho. Aunque había recibido noticias por correo, estaba ansioso por ver si en la sede se sabía algo más sobre la misión de su amigo Junsu.

Londres. Donghae.

Aplastó con fiereza la oleada de anhelo, como había hecho en las incontables ocasiones en las que lo había dominado durante las últimas semanas. Donghae estaba más que satisfecho de estar solo otra vez. Lo había dicho con absoluta crudeza.

—Hyukjae, ¿puedo pasar?

Sobresaltado, se volvió hacia el umbral donde Ryeowook estaba de pie.

—Por supuesto. Ven, siéntate conmigo.

Se acercó con paso lento y sus andares torpes e irregulares, y ocupó el sillón que estaba junto al escritorio.

—Me temo que debo pedirte otro favor. Sé que es absurdo por mi parte, después de haberos arrastrado a ti y a tu familia desde Londres, pero lo cierto es que... que quiero regresar a la capital.

De nuevo, el brote instintivo de esperanza. De nuevo, Hyukjae volvió a extinguirlo.

—No hace falta que regreses, Wook. Yo sí, al menos durante unos días, pero mi madre me acompañará y organizará todos los detalles de la boda.

—No, quiero ir. Pensé que aquí, en KRY, estaría mejor, pero no es así. ¡Hyukjae, dondequiera que miro, veo a Yesung! Sus caballos, sus libros, su rifle de caza. Incluso esas semillas que crecen en el prado y que insistió en que pro... pro.... — se interrumpió, forcejeando con las lágrimas.

Una vez más, Hyukjae lo abrazó.

—Por supuesto que te llevaré a Londres. No necesitas salir ni ver a nadie, si no quieres.

— En realidad, creo que preferiré hacerlo. No a bailes y a fiestas. Tengo amigas... que me ayudarán a distraerme. Ahora, no tengo que preocuparme por causar una buena impresión a los caballeros y a sus mamás —alzó la mirada para sonreírle—. Ahora, te tengo aquí. Lo único que lamento es causarte tantas molestias.

Hyukjae contempló su rostro amable y cándido. Debía decir: «Tonterías, pronto serás mi esposa. Quiero cuidar de ti». Pero lo máximo que pudo decir fue:

—Tú nunca causas molestias.

La sonrisa de Ryeowook se amplió.

—Gracias, Hyukjae, eres tan bueno conmigo. En fin, ¡empezaré a hacer las maletas!

Hyukjae le dio un beso casto en la mejilla. Sin que pareciera importarle aquella falta de ardor, Ryeowook le dio una palmadita en la mejilla y salió de la biblioteca.

Si pensaban partir pronto, lo mejor sería que terminara con aquellos papeles. Pero, mientras trabajaba, aunque intentó desterrarlas, dos palabras no hacían más que vibrar en su mente. Londres. Donghae.



Donghae estaba sentado ante el escritorio de su nuevo despacho, antes alcoba, contemplando el salón reconvertido en estudio de diseño.

Sus clientes habían respondido con alabanzas entusiastas y cierto número de encargos... pagados por adelantado. Contempló la suma que estaba a punto de meter en la bolsa y suspiró. Debía sentirse orgulloso de sí mismo y del negocio. En cierto sentido, lo estaba. En su cabeza, reconocía la satisfacción de haber confiado en su instinto creativo.

Además, Hyung empezaba a pasar con él los fines de semana. Disfrutar de la compañía de su hijo durante dos días enteros, en lugar de la tarde del domingo a la que había estado acostumbrado desde su regreso a Londres, era toda una alegría. No tenía motivos para sentirse melancólica.

Si la tienda seguía progresando, en menos de un año podría devolver a Hyukjae el dinero que había desembolsado en un principio para rescatarlo, cuya cifra le había revelado su notario.

Ah, Hyukjae.

Paseó la mirada por la estancia. Allí, en aquella habitación, lo había llevado por primera vez a la cama. Junto a la puerta del balcón, lo había desnudado, dejando que el resplandor de la luna le mostrara dónde besarlo, según había dicho.

Se ruborizó, al parecer, una vez despiertos, los deseos largo tiempo dormidos se negaban a conciliar el sueño.

Pero los recuerdos menos carnales no eran mejores. En la habitación contigua, donde las costureras trabajaban con ahínco, donde colgaban sus creaciones, habían cenado, conversado y reído juntos.

¡Diantres! Se puso en pie con exasperación. Se estaba convirtiendo en un llorón gimoteador y sensiblero, justo la clase de joven que detestaba.

Necesitaba un cambio, algo que lo ayudara a centrar su mente en otra cosa.

Su mirada inquieta se posó en el correo que Heechul había recogido horas antes. Una octavilla atrajo su atención. Anunciaba el estreno de una exquisita representación de El rey Lear, de William Shakespeare, con el afamado señor Hampton en el papel principal.

Hampton haciendo de Lear. La idea hizo saltar una chispa de interés. Y el teatro... En Lisboa, disfrutó enormemente asistiendo a las representaciones. Su suegro seguía ausente, Heechul lo había compHenryado hacía poco. ¿Por qué no obsequiarse con una noche en el teatro?

¿Asistiría Hyukjae? No sabía si había regresado a Londres todavía. Shakespeare era de su agrado, lo sabía. Sintió una oleada de calor.

Un pequeño temor lo enfrió. ¿Qué haría si él estuviese presente y lo viera?

La intranquilidad se desvaneció en seguida. No redundaría en beneficio suyo ni en el de él que lo saludara. Si estaba presente, seguramente, acudiría acompañado de su prometido.

Reprimió una punzada. «No irás al teatro con el solo y absurdo propósito de poder observarlo durante unos momentos», se dijo con severidad. Iría para disfrutar de la obra y del revitalizador cambio en la rutina que ofrecía.

Sonriendo, llamó a Heechul para encargarle que se hiciera con las entradas, y se dijo que su creciente expectación se debía a la perspectiva de ver a Hampton interpretando a Lear.


Desde su asiento en la grada inferior, Donghae miró a su alrededor con asombro. Hacía tanto tiempo que no asistía a una función pública, que la diversidad de sonidos, colores y movimientos le hechizaba.

En el patio de butacas, justo por debajo de él, un grupo de chicos vestidos con extravagancia se recostaban entre una mezcla variopinta de dependientes, recaderos y rufianes harapientos que, según sospechaba Donghae, debían de ser rateros. La fragancia y el humo de las velas se mezclaba con los olores de perfume, flores y cuerpos desaseados. Entonces, uno de los hombres arrellanados interceptó su mirada y le guiñó el ojo.

Alarmado porque pudiera interpretar su mirada como una señal de aliento, arrancó los ojos de él y los fijó en los palcos de la parte superior. Quizá no hubiese sido sensato sentarse allí. Se sentiría más seguro de haber podido permitirse pagar un palco.

Pero, aunque hubiese dispuesto del dinero, pensó mientras contemplaba a los nobles, las pocas damas y jóvenes caballeros que conocían a Mr. Donghae, el sombrerero, no aprobarían que se sentara entre ellos.

Un pequeño revuelo en un palco captó su atención, y sintió una oleada de intenso deseo. Aunque el caballero recién llegado daba la espalda al escenario, mientras colocaba la silla de, su acompañante, Donghae supo de inmediato que se trataba de Hyukjae.

Se volvió hacia él. Durante un instante fugaz, fijó los ojos en Hyukjae, recorriendo cada detalle de aquel rostro querido. ¿Tenía ojeras, y arrugas alrededor de sus labios lúgubres, o solo era un efecto de la luz vacilante de la antorcha?

Luego, arrancó de él la mirada, antes de que la atracción irresistible que emanaba su presencia lo alertara. No consentiría que le descubriera mirándolo como un niño desamparado pidiendo una limosna.

Debía observar a los espectadores, se dijo. Cualquier cosa que mantuviera su atención y le impidiera sucumbir al deseo casi abrumador de alzar la vista.

¿No se atrevería a echar otro vistazo? ¿Solo para ver si el joven que tenía el privilegio de convertirse en su esposo era rubio o moreno, y si parecía amable? Hyukjae se merecía un esposo con corazón tierno, que llenara su hogar de felicidad.

Tan absorto estaba en su dilema interior, que el roce de una mano en el hombro la sobresaltó.

—Buenas noches, precioso señor —dijo una voz apenas articulada—. Una belleza como la suya no debería estar solo.

Un penetrante olor a alcohol penetró en su nariz. La arrugó con desagrado y reconoció al mismo tiempo uno de los bravucones más persistentes que, tiempo atrás, acostumbraban a pasarse por su tienda: ¿Lord Sehun? De repente, deseó que Heechul no se hubiese negado rotundamente a acompañar a su señor a una representación de Shakespeare, cuyo lenguaje no acertaba a descifrar.

El hombre ebrio iba acompañado de otros que se apiñaron en torno a él. Donghae intentó retroceder, pero el estrecho pasillo se lo impedía.



2 comentarios:

  1. Ay~ pobre mono...pensando que su pecesito no lo ama! Sabiendo que solo tiene una conciencia implacable...
    No... Wookie~ nooooo
    Ay~ Hae~ por querer ver al mono .te llevó el que trajo!

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  2. Ay....me partio el corazón la despedida...cuando Hae le desea lo mejor y Hyuk los acepta,pero más cuando le dice que tratara de olvidarlo con la rapidez en que él queria echarlo de su casa....T.T
    Entiendo a Wookie...pero yo sigo teniendo una pequeña esperanza en el señor JongWoon.
    Lo vio *0* pero tenian que llegar esos...ㄱㄱ si se quieren propasar,espero Hae pueda salir de eso.

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yota´s news : De regreso?

 Buenas tardes a todas las lectoras. Después de un año  y casi 4 meses regreso a saludarlas y comentarles nuevas.  Me gustaría decirle...