—Buenas
noches, precioso señor —dijo una voz apenas articulada—. Una belleza como la
suya no debería estar solo.
Un
penetrante olor a alcohol penetró en su nariz. La arrugó con desagrado y
reconoció al mismo tiempo uno de los bravucones más persistentes que, tiempo
atrás, acostumbraban a pasarse por su tienda: ¿Lord Sehun? De repente, deseó
que Heechul no se hubiese negado rotundamente a acompañar a su señor a una
representación de Shakespeare, cuyo lenguaje no acertaba a descifrar.
El
hombre ebrio iba acompañado de otros que se apiñaron en torno a él. Donghae
intentó retroceder, pero el estrecho pasillo se lo impedía.
—Mirad
a quién me he encontrado, chicos —dijo Sehun—. Nuestro hermoso tendero, aquí
solo y suplicando compañía —riendo, lo asió del brazo.
La
furia y el pánico le cenaron la garganta. Sin Heechul, tendría que hacerles
frente él solo. A uno de aquellos rufianes borrachos podría encararse, pero ¿a
cuatro?
¿Qué
derecho tenían a echar a perder su diversión con sus modales vulgares? Poniendo
freno a su creciente indignación, se soltó el brazo.
—No me
agrada su presencia, señor. Haga el favor de retirarse.
—No se
muestra muy amistoso, Sehun —dijo uno.
Agarrándolo
del hombro, lo atrajo hacia él e hizo intento de meterle el soberano en su
camisa. Preso de una furia tan poderosa como su temor, Donghae se preparó para
asestarle el gancho que su marido le había enseñado, pero, antes de que lo
hiciera, una mano fuerte agarró a su torturador del cuello y lo apartó. La
moneda cayó al suelo.
—Eres
muy amable al cuidar de mi invitado, Sehun, pero como ya he regresado, ya no
preciso de tu ayuda.
Para
infinito alivio de Donghae, la figura de pelo moreno del amigo de Hyukjae, Cho Kyuhyun,
se acercó a su lado. Colocándose entre él y los bravucones, sometió a los
hombres a un examen severo y grave.
—Buenas
noches, caballeros.
Sehun
se frotó el cuello.
—¿Tu
invitado?
—Si te
atreves a ponerlo en duda, estaré encantado de persuadirte de que me creas.
Pero, en este momento, no, por supuesto. Exceptuándote a ti, estamos entre
personas refinadas — señaló con un rápido ademán los palcos de alrededor—. A no
ser que quieras proporcionar la diversión de esta velada...
Durante
un momento, con el ceño fruncido, Sehun se mantuvo firme, pero no pudo sostener
la mirada implacable de Kyuhyun y desvió la vista.
—Eso
pensaba yo —Kyuhyun dio la espalda al grupo, que empezó a disolverse, y ofreció
a Donghae una sonrisa—. Lamento que estos brutos hayan empañado su visita al
teatro. Sin embargo —la sonrisa se amplió, suavizando su rostro—, aunque no
disculpa su comportamiento, no hay duda de que un hermoso joven señor sin
acompañante atrae la atención.
¿Había
reproche en su voz?
—Heechul
iba a acompañarme, pero en el último momento, la perspectiva de oír a
Shakespeare lo abrumó. Supongo que no ha sido buena idea que viniera solo.
—Yo
también encuentro a Shakespeare un poco abrumador. Pero, si me lo permite, me
sentiría más tranquilo si pudiera acompañarlo durante la función. También seria
un privilegio.
Aquella
cortesía sin pretensiones lo conmovió.
—Gracias
por su amabilidad, señor Cho. Y por su intervención. Será un privilegio aceptar
su ofrecimiento.
Su
gratitud suavizó la incomodidad de tener por acompañante a un hombre que era,
prácticamente, un desconocido. Y su figura alta no solo calmaba sus temores de
atenciones no deseadas, sino que lo distraía del impulso de volver a mirar
hacia cierto palco.
Acabó
disfrutando de la obra mucho más de lo que había imaginado. La incomodidad no
se repitió hasta que, al salir a la calle atestada de carruajes y de
espectadores, Kyuhyun se ofreció a acompañarlo a casa.
—Es
muy pHenryable que un cochero lo deje sano y salvo, señor. Pero las calles
pueden ser peligrosas por la noche, y no me perdonaría jamás que le pasara algo
durante el trayecto.
Donghae
tuvo que reconocer que también se sentía un poco intranquilo. No tenía más
opción que permitirle que lo acompañara. Pero fue incapaz de relajarse, sobre
todo, cuando, al llegar a la casa, Kyuhyun lo acompañó hasta la puerta y al
interior del vestíbulo.
A
pesar de su amabilidad, Donghae debía dejar bien claras algunas cuestiones.
Después de despachar al mayordomo, se volvió hacia Kyuhyun.
—Señor
Cho, le estoy muy agradecido por su ayuda —le dio un apretón de manos rápido y
fírme—. Sin embargo, debe comprender que no suelo... —rebuscó las palabras
apropiadas— ...aceptar la compañía de un hombre. Ni entretenerlo.
Kyuhyun
sonrió.
—Entonces,
soy doblemente afortunado.
¿Comprendía
el pleno significado de sus palabras? Donghae hizo acopio de valor para
continuar.
— Sé
que es usted amigo de lord Eunhyuk. Discúlpeme por ser tan franco, pero debe
comprender que, bajo ninguna circunstancia, iniciaré otra... relación como la
que he mantenido con él.
Donghae
sintió calor hasta las puntas de los pies. A pesar de la humillación de exponer
el asunto de manera tan directa, se obligó a mirarlo a los ojos, a cerciorarse
de que lo comprendía.
Una
sonrisa irónica torció los labios de Kyuhyun.
—No
soy un gran señor como Hyukjae, para ofrecer lujosos alicientes. Ni,
sinceramente, querría hacerlo —le miró a los ojos—. Mentiría si dijera que su
belleza me
resulta indiferente, pero también disfruto de su compañía. De su ingenio, de su
falta de presunción. Deseo sinceramente conservar su amistad —con el rostro
solemne, alzó una mano—. Le juro por mi honor que jamás le ofendería sugiriendo
algo... diferente —hizo una pausa, como si quisiera darle tiempo para que se
percatara de su sinceridad—. ¿Tan ajetreado está que no tiene tiempo para un
amigo? —añadió con suavidad.
Donghae
escrutó su rostro y solo pudo ver franqueza. Recordó el consuelo de su compañía
en el teatro, de poder contar con alguien con quien compartir una grata velada.
Aunque la cautela le apremiaba a negarse, la soledad lo mantenía callado.
Un
amigo. ¿Se atrevería a tener uno?
—No...
No lo sé.
—Al
menos, no me ha rechazado —le brindó una sonrisa, que junto con las pecas que
salpicaban su nariz, le hicieron parecer más joven. En absoluto amenazador—.
¿Sabe montar a caballo? Si ha seguido al ejército, debe de ser un excelente
amazona.
El
recuerdo de las cabalgadas por la Península le hizo sonreír.
—Yo
soy un entusiasta, lo reconozco —prosiguió Kyuhyun, alentado por su sonrisa—.
Si le gusta montar, tengo una yegua en mis establos que sería perfecta para
usted. Y cabalgo temprano —alzó una mano, como para detener la protesta probable—.
Es la única hora del día, antes de que Londres se despierte, para dar un buen
galope.
Qué
tentado se sentía. Habiéndose criado en el campo, siempre había adorado los
caballos. Vender los ejemplares de Spencer había sido una de las tareas más
desgarradoras que había afrontado.
—Es un
ejercicio excelente, y el aire de la mañana resulta muy beneficioso —le
engatusó Kyuhyun—. Pero no lo presionaré. Envíeme un mensaje cuando quiera,
estoy en el número quince de Curzon Street. Ahora, me iré para que pueda
descansar —hizo una reverencia.
No lo
obligaría. Aquel sencillo hecho lo persuadió de aceptar al instante. Pero,
cuando abrió los labios, Kyuhyun los cubrió con un dedo.
—No
diga nada ahora, por favor. Una negativa me dejaría desolado, y una aceptación
me animaría tanto que no podría pegar ojo. Y yo también necesito descansar,
¿sabe? — mientras lo observaba, su mirada bromista se desvaneció. Donghae pudo
sentir la tensión que se creaba entre ellos. Lentamente, Kyuhyun deslizó el
dedo por su labio mientras lo retiraba. Pero, antes de que la alarma de Donghae
le hiciera replegarse, Kyuhyun tomó su mano y la besó con brusquedad—. Buenas
noches, señor. Dormiré esperanzado.
Alguien
con quien reír, montar a caballo y conversar... sin ataduras. Le embargó un
anhelo agridulce. Tal vez fuese un amigo así lo que su acongojado corazón
necesitaba.
Hyukjae
contempló el cuadro que había colgado sobre la repisa de la chimenea. Tiestos
de lavanda resplandecían bajo el sol trémulo de la mañana, en torno a un reloj de sol de
piedra, y los haces de luz jugaban con los travesaños de un viejo banco de
iglesia. La escena lo llamaba cada vez que la contemplaba, invitándolo a entrar
en el jardín... el jardín de la tienda de Donghae.
Justo
antes de que él se trasladara a la nueva casa, adivinando que se llevaría el
cuadro, tuvo la osadía de pedírselo. Primero, lo colocó en su despacho, en el
ministerio, pero después de su... ruptura, se lo había llevado allí.
Desde
su regreso a Londres con Ryeowook, había fijado la biblioteca como su refugio
personal, el único lugar de la casa al que solo permitía entrar a las doncellas
para limpiar, negándole el permiso incluso a su madre. ¿Cuántas horas, en
apariencia dedicadas a los negocios, había pasado admirando aquel cuadro,
acosado por los recuerdos?
En una
ocasión, al regresar a casa de forma imprevista, sorprendió a su madre en el
umbral, mirando el óleo fijamente. Lady Sora se alejó enseguida, sin duda
intuyendo las ásperas palabras que su hijo no habría podido refrenar para
echarla de allí.
Como
no había podido refrenar su asombro al ver a Donghae en el teatro, unos días
atrás. Ni su indignación, cuando Sehun y sus amigotes lo rodearon y empezaron a
acosarlo. La rabia le hizo ponerse en pie de inmediato. Pero antes de que
pudiera correr en su auxilio, vio intervenir a Kyuhyun, que empujó con el
hombro a Sehun y dijo algo que provocó la dispersión del grupo.
«¡Bravo,
amigo!», se dijo Hyukjae exultante. Y observó con atención cómo, un momento
después, Kyuhyun se sentaba a al lado de Donghae.
¿Estaría
conmocionado, asustado? Debía averiguarlo. Dio un paso para ir hacia él antes
de recuperar la cordura. ¿Qué podía hacer o decir? Un saludo por su parte
atraería a las chismosas más incisivas, que no cejarían hasta no recabar todos
los detalles de su amistad.
Incluso
con Kyuhyun, su presencia llamaba la atención. Aunque, como segundón de una
familia sin fortuna considerable ni título elevado, Kyuhyun podía hacer lo que
quisiera sin apenas provocar comentarios entre la sociedad distinguida.
Al
contrario que él, cuyos gestos y palabras serían analizados con atención. No,
no debía acercarse a él. Hyukjae tuvo que apretar los dientes y cerrar los
puños para contenerse.
Ah, ¡y
qué hermoso era! Si no podía escuchar el timbre de su voz, inhalar su fragancia
de lavanda, al menos, podría devorarlo con los ojos, recorrer con su ávida
mirada su lustroso cabellos, la tersa mejilla y la esbelta columna de su
cuello; abrazarlo con la mirada tanto como sus brazos ansiaban hacerlo.
Hyukjae
suspiró, y el cuadro en el que había fijado su mirada evocadora recobró la
nitidez. Cómo le echaba de menos. Nunca podría olvidarlo. Hasta que espirara el
último aliento, lo llevaría con él, a flor de piel, en la sangre, sentiría los
latidos acompasados de sus corazones, como en su último encuentro. ¿Cómo iba a
curtirse para tomar a Ryeowook como esposo?
Desechó
aquella pregunta sin respuesta y volvió a fijar la vista en el jardín de Donghae. El
jardín de su tienda. ¿Estaría haciendo progresos en su nuevo negocio? ¿Habría
completado los primeros encargos? ¿Necesitaría más costureras, o las ya
contratadas bastarían para realizar el trabajo? ¿Era de su agrado la nueva
dependienta?
Podía
enviar a su notario para que lo sacara de dudas, pero, seguramente, las
respuestas darían pie a otras preguntas.
La
idea lo absorbió en cuanto pasó por su cabeza. El era su primer inversor. Tenía
una experiencia considerable en los negocios, aunque fuera de segunda mano.
¿Qué habría de malo en verle personalmente? Una visita estrictamente profesional,
por supuesto.
Abierta
la caja de Pandora de los anhelos contenidos, se puso en pie de inmediato,
poseído por un deseo acuciante de estar con él. Si pasaba por su casa en horas
de comercio, no llamaría la atención. Donghae se reunía con otros hombres de
negocios durante esas horas, ¿por qué no con su primer inversor?
Su
mirada voló al reloj de la repisa y se maldijo entre dientes. Ya era demasiado
tarde para verlo aquel día. ¿Cuántas horas faltaban para que abriera su negocio
al día siguiente?
Invadido
por una repentina intranquilidad y nerviosismo, se sintió confínado entre las
paredes revestidas de libros de su biblioteca. De no estar cayendo la noche,
habría ido al parque a galopar.
Iría
al club.
La
visita fue apenas satisfactoria. La cena resultó tolerable, aunque no saboreó
ni un solo bocado, y después, ganó varias manos al whist sin recordar ni un
solo momento de la partida. ¿Siempre habían sido tan aburridas las apuestas,
las copas, los interminables chismorreos políticos?
Pero,
cerca de la medianoche, mientras conducía su calesa, sus manos parecieron
cobrar vida propia. Sin decisión consciente, guiaron a los bayos hacia el este,
hasta una pequeña y elegante casa residencial.
Detuvo
los caballos y divisó el resplandor de la lámpara en la ventana. El corazón
empezó a latir con fuerza en su pecho.
Lo
vería al día siguiente. Podía esperar unas horas más. Era una insensatez, no,
una locura, intentar verla aquella noche. ¿Lo recibiría siquiera?
Antes
de que su mente completase el pensamiento, se sorprendió atando las riendas de
los bayos a un poste. Subió los peldaños y escuchó el ruido reverberante de la
aldaba. Conteniendo el aliento, esperó.
Donghae
contempló con estupefacción al somnoliento lacayo, y el libro que estaba
leyendo resbaló de sus manos:
—¿Lord
Eunhyuk está en el vestíbulo?
— Sí,
señor, y desea hablar con usted.
En su
cabeza estallaron reacciones contradictorias, como si alguien hubiese arrojado
un fósforo encendido a un polvorín. ¿Cómo se atrevía a perturbar su descanso, a
presentarse sin ser invitado, a aquellas horas? Era ridículo, y presuntuoso en
extremo.
¿Por
qué había ido? ¿Estaría herido, necesitado? La preocupación difuminó su furia.
¿Habría
roto su compromiso? Un intenso anhelo solapó las demás emociones. Tonterías.
Intentó extinguir el brote de esperanza. Aunque ese fuera el caso, su relación
había terminado. No había nada entre ellos que no pudiera ser mejor expresado
en una carta.
Sin
voluntad consciente, se puso en pie, le dio una palmadita al lacayo mientras,
todavía enmudecida, pasó a su lado y bajó las escaleras. Luego, se quedó de pie
delante de la puerta del salón, aturdido por los nervios y el temor, con
pensamientos que revoloteaban en su cabeza como mariposas enloquecidas.
Hyukjae
no debía estar allí. ¿Por qué había ido a visitarlo? «Échalo. Habla con él solo
un momento. No, es una locura... Échalo».
Inspiró
hondo y entró.
Hyukjae
estaba mirando por la ventana. Aunque Donghae entró sin hacer ruido, debió de
advertir su presencia, porque se volvió. Con el cuerpo en tensión, los puños
cerrados, lo examinó desde la coronilla hasta la punta de sus zapatillas, con
una mirada tan intensa que lo hechizó. La atracción instantánea y poderosa que
siempre había existido entre ellos lo atrajo hacia él.
A un
paso de distancia, se forzó a detenerse, y entrelazó las manos con fuerza para
no dejarse arrastrar por el impulso de acariciar las minúsculas arrugas de sus
ojos, la hendidura de su mentón. Abrió los labios para ordenarle que se fuera y
dijo:
—¿Por
qué?
—¡Por
favor, no me eches todavía! Quería... necesitaba hablar contigo. Sobre la
tienda. Solo será un momento.
¿Sobre
la tienda? Donghae miró la hora en el reloj.
—No
son horas para hablar de negocios ¿Se sonrojó?
— Sí.
Lo siento. Pero me asaltaron las preguntas y no pude contener mi impaciencia.
—¿Qué
preguntas?
Durante
los siguientes momentos, Donghae procuró extraer de su confuso cerebro
respuestas coherentes a las cuestiones que Hyukjae le planteaba. Luego, se hizo
el silencio.
La
pregunta surgió de la nada y lo tomó por sorpresa.
—Hace
tiempo que me lo pregunto... ¿Es Park tu verdadero apellido?
—Solo
en parte.
—Entonces...
si desaparecieras, no podría encontrarte.
—No
habría necesidad.
—Necesidad
—repitió, y suspiró profundamente—. Ah, Donghae.
No
debía mirarlo otra vez. La conversación sobre la tienda había terminado. Debía
darle las buenas noches.
Pero,
a pesar de ese sabio consejo, Donghae alzó la vista. Fue preso de una acuciante
ternura, y por un momento cedió al placer de estudiar el añorado contorno del
labio y la mejilla, el ángulo de la frente y la inclinación del mentón. Y sus
ojos, ah, la hermosa profundidad de sus ojos.
Estaba
tan absorto, que tardó un momento en darse cuenta de que elevaba la mano hacia él.
—No...
— ¡Por
favor! Por favor, Donghae. Solo una caricia. Luego, me iré, lo juro.
«No,
no, no», gritó la voz racional en su cabeza. «Nada de caricias».
Pero
sus pies no se movieron, y la protesta murió en su garganta. Solo podía
contemplar cómo se acercaba la mano.
—Donghae
—susurró. El cerró los ojos mientras sus dedos acariciaban con suavidad su
frente, su sien, sus párpados, sus pómulos, su barbilla. Sintió, más que ver,
cómo bajaba la cabeza.
«No lo
hagas», intentó decir, pero sintió el roce de su lengua sobre la suya. De
haberlo besado con fiereza, con insistencia, quizá lo hubiese empujado. Pero el
beso era suave, tan impregnado de la misma dolorosa necesidad que él sentía,
que elevó los brazos para rodearle el cuello y atraerlo.
Ah,
allí debía estar, en el círculo de sus brazos. Allí, su vacío se llenaba, y
allí y solo allí, hallaba la paz.
—Una
caricia —jadeó—. Dijiste que sería una sola caricia y que luego te marcharías.
—Pensé
que podía, pero me equivoqué — besándolo con pasión, lo abrazó aún con más
fuerza y subió las escaleras.
Donghae
estaba sentado, recostado en las almohadas, contemplando cómo Hyukjae dormía a
su lado, mientras luchaba contra la ternura que le oprimía el pecho.
Era de
día, hora de poner fin a la locura nocturna, a aquel desafortunado encuentro
que no cambiaba nada. Que todavía no se hubiera casado era un débil consuelo
para la conciencia de Donghae porque, a pocos días o semanas de la boda, era
como si lo estuviera. Su unión con Hyukjae aquella noche era, por tanto,
imperdonable.
En
cuanto se despertara se lo diría, lo obligaría a marcharse.
Confiaba
en que siguiera durmiendo durante un buen rato.
De
repente, Hyukjae se removió. Al abrir los ojos, lo vio, y una sonrisa de puro
gozo iluminó su rostro.
—Querido
mío —susurró, y lo atrajo a sus brazos.
Despreciándose
por su debilidad, Donghae se lo permitió. Por última vez, yacería a su lado
envuelta en el bendito consuelo de su proximidad. Una última vez antes de
afrontar un futuro cuya absoluta oscuridad no se atrevía a contemplar.
Hyukjae
le acarició la mejilla, los pequeños mechones que caían por su sien.
—Te he
echado tanto de menos, cariño. Cada día, noche y hora desde que nos separamos.
Intenté convencerme de que era para bien, de que debía ser así. Pero, hasta
anoche, no comprendí lo equivocado que estaba — hizo una pausa para mirarle con
infinita ternura—. Tendremos que tener cuidado, por supuesto —prosiguió—. No
podré venir a verte todas las noches, y no sería prudente que te saludara en
público. Podría alquilar una casa de campo... resultara más fácil escaparnos de
Londres durante unos días y...
¿Escaparse?
¿Verlo? Las palabras lo pusieron alerta. ¿Era posible que creyera...?
—¡No!
—se apartó con brusquedad y se incorporó—. ¿Qué estás diciendo?
—Sé
que la... situación no ha cambiado. Pero, después del infierno de estas últimas
semanas, compartirás mi opinión de que debemos estar juntos. Cariño, solo son
unas migajas, pero es mejor que nada.
Donghae
alimentó la furia fortalecedora.
—No, Hyukjae.
Tienes tanto poder que crees que puedes controlarme y, solo con desearlo,
cambiar las normas de la conciencia. ¿Qué derecho tienes a pisotear mi honra,
como si solo la tuya importara? No soy una marioneta, con la que puedas jugar a
tu antojo.
—No,
no lo eres. Eres el centro de mi mundo, de mi universo. No puedo concebir un
futuro sin ti.
Sus
apasionadas palabras prendieron fuego en el interior de Donghae, abrasando sus
débiles defensas. Debía recurrir a sus reservas y poner fin a aquello antes de
que Hyukjae los redujera a una ruina humeante, antes de que se volviera loco.
O, peor aún, sucumbiera.
—Las
personas de menor rango aprenden pronto que no siempre pueden obtener lo que
desean, ni convertir lo malo en bueno solo por que lo desean. Es una lección
difícil, milord, pero creo que debes aprenderla.
Hyukjae
lo miró fijamente, con semblante inescrutable. Por fin, habló casi en un
susurro.
—Después
de mancillar mi honra y tragarme el orgullo, ¿vas a despacharme?
No
debía volver, no debía verlo nunca más. No podría soportar que aquello se
repitiera. Donghae hizo acopio de valor para pronunciar las palabras que lo
harían realidad.
—No
empañemos el pasado con situaciones desagradables. Has sido muy generoso, por
lo cual te estoy muy agradecido, pero lo cierto es que ya no preciso de tu ayuda.
Para ti no he sido más que un pasatiempo, así que no confundamos los hechos con
bonitas palabras.
No
podía mirarlo y presenciar el dolor que reflejaría su mirada, así que mantuvo
el rostro vuelto hacia un lado.
—¿Pasatiempo?
—escupió la palabra, luego profirió una áspera carcajada—. Sí, Donghae, se
acabaron las bonitas palabras —se estiró hacia él y lo agarró—. Dime, mi vida,
mi amor — le espetó mientras lo arrastraba a la cama y lo inmovilizaba con su
cuerpo—. Dime si esto es solo un «pasatiempo».
Sujetándole
la cabeza con un brazo, lo besó en los labios y en el cuello con brusquedad,
raspándolo con su barba incipiente. Pero, a medida que sus labios descendían
por su cuerpo, el roce se volvió provocativo, seductor
—Dime
—susurró con voz ronca, lamiendo, besando el contorno de su clavícula—. Dime
que no sientes nada.
Donghae
trató de resistirse, de reforzar con su cuerpo las mentiras de sus labios, pero
derrotado por su propia angustia y la de él, yació impotente. Las lágrimas
anegaron sus ojos y resbalaron por su pelo. Cuando los labios de Hyukjae
alcanzaron sus pezones y los acarició con infinita habilidad, Donghae se rindió
por completo, y elevó unos brazos sin fuerzas para rodearle la cabeza.
El
contacto hizo que Hyukjae se estremeciera y se quedara inmóvil. Deslizó los
brazos en torno a los hombros de Donghae y lo apretó contra él en un abrazo
ardiente.
El
súbito frío lo tomó por sorpresa cuando Hyukjae se levantó. Se vistió con
rapidez y se volvió hacia él, con mirada severa.
—Engáñate
tú si quieres, pero no a mí.
Giró
sobre sus talones y salió de la habitación.
Donghae
no supo cuánto tiempo permaneció inmóvil. Concentró toda su voluntad en
respirar una vez, luego otra, sin ocuparse de nada más. Pensar supondría gritar
de agonía.
Poco a
poco, el frío reinante penetró en sus huesos, y cada leve soplo de aire
resultaba frío en sus ojos y pelo húmedos. Con dedos trémulos, bajó las manos
para cubrir la gélida humedad de su vientre... y tocó el pequeño charco de las
lágrimas de Hyukjae.
Después
de un sueño intranquilo, Donghae se despertó al oír que llamaban a la puerta. Heechul
asomó la cabeza.
—Señor,
el señor Cho está aquí. ¿Le hago pasar?
Donghae
se volvió para mirar el reloj de la repisa.
—¡Cielos,
Heechul! ¿Por qué no me has despertado antes?
Heechul
se quedó mirándolo durante un momento, con cálida comprensión en la mirada.
—Tengo
un sueño ligero, querido.
Heechul
lo sabía. Donghae se ruborizó hasta las orejas. Siempre tan pragmática, el
doncell no perdió el tiempo con recriminaciones.
—¿Le
digo que se quede o que se vaya?
Donghae
intentó ordenar sus pensamientos. ¿Había prometido montar a caballo con él?
La
mañana siguiente a la función de teatro, Kyuhyun se pasó para volver a
ofrecerle su montura. Incapaz de resistirse a la hermosa y fogosa yegua que le
había llevado, Donghae aceptó y, desde entonces, paseaban juntos a caballo
varias veces por semana. Poder disfrutar del sencillo placer de un largo galope
ayudaba a suavizar su desasosiego.
Fiel a
su palabra, Kyuhyun se limitaba a ser su amigo. Aunque Donghae reconocía el
deseo en su mirada, en ningún momento le insinuó estrechar sus lazos. Único
entre los hombres que había conocido, no intentaba darle órdenes, un hecho que
mermaba lentamente sus reservas. Ingenioso, sereno, atento, pero no dominante,
permitía que él marcara el tono y la frecuencia de sus encuentros.
Donghae
estaba casi seguro de que no habían acordado montar juntos a caballo aquella
mañana. ¿Qué otro motivo podía impulsarlo a visitarlo a una hora tan
intempestiva? Como el buen amigo que era, si tenía algún pHenrylema, debía ayudarlo.
A pesar de su agotamiento físico y mental, apartó las sábanas.
—Dile
al señor Cho que, si puede aguardar unos instantes, enseguida me reuniré con
él. Y trae té, por favor, Heechul.
Me da gusto que Kyu haya ayudado a Hae en eaa situación...si no hubiera sido el talvez hubiera sido Hyuk quien lo ayudara...se le agrdece a kyu haber llegado a tiempo...pero es bueno pesalear la bicicleta de una amigo...no...no ☝
ResponderEliminarNo pudo más,tuvo que ir a verlo...primero solo iban a ser palabras,preguntas,una caricia que termino en una noche de pasión y la soledad en sua corazones.
No puedo culpar a ninguno de los dos...se "deben" a su estatus....