The Lover- 10




—Buenas noches, precioso señor —dijo una voz apenas articulada—. Una belleza como la suya no debería estar solo.

Un penetrante olor a alcohol penetró en su nariz. La arrugó con desagrado y reconoció al mismo tiempo uno de los bravucones más persistentes que, tiempo atrás, acostumbraban a pasarse por su tienda: ¿Lord Sehun? De repente, deseó que Heechul no se hubiese negado rotundamente a acompañar a su señor a una representación de Shakespeare, cuyo lenguaje no acertaba a descifrar.

El hombre ebrio iba acompañado de otros que se apiñaron en torno a él. Donghae intentó retroceder, pero el estrecho pasillo se lo impedía.

—Mirad a quién me he encontrado, chicos —dijo Sehun—. Nuestro hermoso tendero, aquí solo y suplicando compañía —riendo, lo asió del brazo.

La furia y el pánico le cenaron la garganta. Sin Heechul, tendría que hacerles frente él solo. A uno de aquellos rufianes borrachos podría encararse, pero ¿a cuatro?

¿Qué derecho tenían a echar a perder su diversión con sus modales vulgares? Poniendo freno a su creciente indignación, se soltó el brazo.

—No me agrada su presencia, señor. Haga el favor de retirarse.

—No se muestra muy amistoso, Sehun —dijo uno.

—Necesita un poco más de persuasión — repuso Sehun, y extrajo una moneda de su chaleco—. Esto le endulzará la lengua.

Agarrándolo del hombro, lo atrajo hacia él e hizo intento de meterle el soberano en su camisa. Preso de una furia tan poderosa como su temor, Donghae se preparó para asestarle el gancho que su marido le había enseñado, pero, antes de que lo hiciera, una mano fuerte agarró a su torturador del cuello y lo apartó. La moneda cayó al suelo.

—Eres muy amable al cuidar de mi invitado, Sehun, pero como ya he regresado, ya no preciso de tu ayuda.

Para infinito alivio de Donghae, la figura de pelo moreno del amigo de Hyukjae, Cho Kyuhyun, se acercó a su lado. Colocándose entre él y los bravucones, sometió a los hombres a un examen severo y grave.

—Buenas noches, caballeros.

Sehun se frotó el cuello.

—¿Tu invitado?

—Si te atreves a ponerlo en duda, estaré encantado de persuadirte de que me creas. Pero, en este momento, no, por supuesto. Exceptuándote a ti, estamos entre personas refinadas — señaló con un rápido ademán los palcos de alrededor—. A no ser que quieras proporcionar la diversión de esta velada...

Durante un momento, con el ceño fruncido, Sehun se mantuvo firme, pero no pudo sostener la mirada implacable de Kyuhyun y desvió la vista.

—Eso pensaba yo —Kyuhyun dio la espalda al grupo, que empezó a disolverse, y ofreció a Donghae una sonrisa—. Lamento que estos brutos hayan empañado su visita al teatro. Sin embargo —la sonrisa se amplió, suavizando su rostro—, aunque no disculpa su comportamiento, no hay duda de que un hermoso joven señor sin acompañante atrae la atención.

¿Había reproche en su voz?

—Heechul iba a acompañarme, pero en el último momento, la perspectiva de oír a Shakespeare lo abrumó. Supongo que no ha sido buena idea que viniera solo.

—Yo también encuentro a Shakespeare un poco abrumador. Pero, si me lo permite, me sentiría más tranquilo si pudiera acompañarlo durante la función. También seria un privilegio.

Aquella cortesía sin pretensiones lo conmovió.

—Gracias por su amabilidad, señor Cho. Y por su intervención. Será un privilegio aceptar su ofrecimiento.

Su gratitud suavizó la incomodidad de tener por acompañante a un hombre que era, prácticamente, un desconocido. Y su figura alta no solo calmaba sus temores de atenciones no deseadas, sino que lo distraía del impulso de volver a mirar hacia cierto palco.

Acabó disfrutando de la obra mucho más de lo que había imaginado. La incomodidad no se repitió hasta que, al salir a la calle atestada de carruajes y de espectadores, Kyuhyun se ofreció a acompañarlo a casa.

—Es muy pHenryable que un cochero lo deje sano y salvo, señor. Pero las calles pueden ser peligrosas por la noche, y no me perdonaría jamás que le pasara algo durante el trayecto.

Donghae tuvo que reconocer que también se sentía un poco intranquilo. No tenía más opción que permitirle que lo acompañara. Pero fue incapaz de relajarse, sobre todo, cuando, al llegar a la casa, Kyuhyun lo acompañó hasta la puerta y al interior del vestíbulo.

A pesar de su amabilidad, Donghae debía dejar bien claras algunas cuestiones. Después de despachar al mayordomo, se volvió hacia Kyuhyun.

—Señor Cho, le estoy muy agradecido por su ayuda —le dio un apretón de manos rápido y fírme—. Sin embargo, debe comprender que no suelo... —rebuscó las palabras apropiadas— ...aceptar la compañía de un hombre. Ni entretenerlo.

Kyuhyun sonrió.

—Entonces, soy doblemente afortunado.

¿Comprendía el pleno significado de sus palabras? Donghae hizo acopio de valor para continuar.

— Sé que es usted amigo de lord Eunhyuk. Discúlpeme por ser tan franco, pero debe comprender que, bajo ninguna circunstancia, iniciaré otra... relación como la que he mantenido con él.

Donghae sintió calor hasta las puntas de los pies. A pesar de la humillación de exponer el asunto de manera tan directa, se obligó a mirarlo a los ojos, a cerciorarse de que lo comprendía.

Una sonrisa irónica torció los labios de Kyuhyun.

—No soy un gran señor como Hyukjae, para ofrecer lujosos alicientes. Ni, sinceramente, querría hacerlo —le miró a los ojos—. Mentiría si dijera que su belleza me resulta indiferente, pero también disfruto de su compañía. De su ingenio, de su falta de presunción. Deseo sinceramente conservar su amistad —con el rostro solemne, alzó una mano—. Le juro por mi honor que jamás le ofendería sugiriendo algo... diferente —hizo una pausa, como si quisiera darle tiempo para que se percatara de su sinceridad—. ¿Tan ajetreado está que no tiene tiempo para un amigo? —añadió con suavidad.

Donghae escrutó su rostro y solo pudo ver franqueza. Recordó el consuelo de su compañía en el teatro, de poder contar con alguien con quien compartir una grata velada. Aunque la cautela le apremiaba a negarse, la soledad lo mantenía callado.

Un amigo. ¿Se atrevería a tener uno?

—No... No lo sé.

—Al menos, no me ha rechazado —le brindó una sonrisa, que junto con las pecas que salpicaban su nariz, le hicieron parecer más joven. En absoluto amenazador—. ¿Sabe montar a caballo? Si ha seguido al ejército, debe de ser un excelente amazona.

El recuerdo de las cabalgadas por la Península le hizo sonreír.

—Yo soy un entusiasta, lo reconozco —prosiguió Kyuhyun, alentado por su sonrisa—. Si le gusta montar, tengo una yegua en mis establos que sería perfecta para usted. Y cabalgo temprano —alzó una mano, como para detener la protesta probable—. Es la única hora del día, antes de que Londres se despierte, para dar un buen galope.

Qué tentado se sentía. Habiéndose criado en el campo, siempre había adorado los caballos. Vender los ejemplares de Spencer había sido una de las tareas más desgarradoras que había afrontado.

—Es un ejercicio excelente, y el aire de la mañana resulta muy beneficioso —le engatusó Kyuhyun—. Pero no lo presionaré. Envíeme un mensaje cuando quiera, estoy en el número quince de Curzon Street. Ahora, me iré para que pueda descansar —hizo una reverencia.

No lo obligaría. Aquel sencillo hecho lo persuadió de aceptar al instante. Pero, cuando abrió los labios, Kyuhyun los cubrió con un dedo.

—No diga nada ahora, por favor. Una negativa me dejaría desolado, y una aceptación me animaría tanto que no podría pegar ojo. Y yo también necesito descansar, ¿sabe? — mientras lo observaba, su mirada bromista se desvaneció. Donghae pudo sentir la tensión que se creaba entre ellos. Lentamente, Kyuhyun deslizó el dedo por su labio mientras lo retiraba. Pero, antes de que la alarma de Donghae le hiciera replegarse, Kyuhyun tomó su mano y la besó con brusquedad—. Buenas noches, señor. Dormiré esperanzado.

Alguien con quien reír, montar a caballo y conversar... sin ataduras. Le embargó un anhelo agridulce. Tal vez fuese un amigo así lo que su acongojado corazón necesitaba.



Hyukjae contempló el cuadro que había colgado sobre la repisa de la chimenea. Tiestos de lavanda resplandecían bajo el sol trémulo de la mañana, en torno a un reloj de sol de piedra, y los haces de luz jugaban con los travesaños de un viejo banco de iglesia. La escena lo llamaba cada vez que la contemplaba, invitándolo a entrar en el jardín... el jardín de la tienda de Donghae.

Justo antes de que él se trasladara a la nueva casa, adivinando que se llevaría el cuadro, tuvo la osadía de pedírselo. Primero, lo colocó en su despacho, en el ministerio, pero después de su... ruptura, se lo había llevado allí.

Desde su regreso a Londres con Ryeowook, había fijado la biblioteca como su refugio personal, el único lugar de la casa al que solo permitía entrar a las doncellas para limpiar, negándole el permiso incluso a su madre. ¿Cuántas horas, en apariencia dedicadas a los negocios, había pasado admirando aquel cuadro, acosado por los recuerdos?

En una ocasión, al regresar a casa de forma imprevista, sorprendió a su madre en el umbral, mirando el óleo fijamente. Lady Sora se alejó enseguida, sin duda intuyendo las ásperas palabras que su hijo no habría podido refrenar para echarla de allí.

Como no había podido refrenar su asombro al ver a Donghae en el teatro, unos días atrás. Ni su indignación, cuando Sehun y sus amigotes lo rodearon y empezaron a acosarlo. La rabia le hizo ponerse en pie de inmediato. Pero antes de que pudiera correr en su auxilio, vio intervenir a Kyuhyun, que empujó con el hombro a Sehun y dijo algo que provocó la dispersión del grupo.

«¡Bravo, amigo!», se dijo Hyukjae exultante. Y observó con atención cómo, un momento después, Kyuhyun se sentaba a al lado de Donghae.

¿Estaría conmocionado, asustado? Debía averiguarlo. Dio un paso para ir hacia él antes de recuperar la cordura. ¿Qué podía hacer o decir? Un saludo por su parte atraería a las chismosas más incisivas, que no cejarían hasta no recabar todos los detalles de su amistad.

Incluso con Kyuhyun, su presencia llamaba la atención. Aunque, como segundón de una familia sin fortuna considerable ni título elevado, Kyuhyun podía hacer lo que quisiera sin apenas provocar comentarios entre la sociedad distinguida.

Al contrario que él, cuyos gestos y palabras serían analizados con atención. No, no debía acercarse a él. Hyukjae tuvo que apretar los dientes y cerrar los puños para contenerse.

Ah, ¡y qué hermoso era! Si no podía escuchar el timbre de su voz, inhalar su fragancia de lavanda, al menos, podría devorarlo con los ojos, recorrer con su ávida mirada su lustroso cabellos, la tersa mejilla y la esbelta columna de su cuello; abrazarlo con la mirada tanto como sus brazos ansiaban hacerlo.

Hyukjae suspiró, y el cuadro en el que había fijado su mirada evocadora recobró la nitidez. Cómo le echaba de menos. Nunca podría olvidarlo. Hasta que espirara el último aliento, lo llevaría con él, a flor de piel, en la sangre, sentiría los latidos acompasados de sus corazones, como en su último encuentro. ¿Cómo iba a curtirse para tomar a Ryeowook como esposo?

Desechó aquella pregunta sin respuesta y volvió a fijar la vista en el jardín de Donghae. El jardín de su tienda. ¿Estaría haciendo progresos en su nuevo negocio? ¿Habría completado los primeros encargos? ¿Necesitaría más costureras, o las ya contratadas bastarían para realizar el trabajo? ¿Era de su agrado la nueva dependienta?

Podía enviar a su notario para que lo sacara de dudas, pero, seguramente, las respuestas darían pie a otras preguntas.

La idea lo absorbió en cuanto pasó por su cabeza. El era su primer inversor. Tenía una experiencia considerable en los negocios, aunque fuera de segunda mano. ¿Qué habría de malo en verle personalmente? Una visita estrictamente profesional, por supuesto.

Abierta la caja de Pandora de los anhelos contenidos, se puso en pie de inmediato, poseído por un deseo acuciante de estar con él. Si pasaba por su casa en horas de comercio, no llamaría la atención. Donghae se reunía con otros hombres de negocios durante esas horas, ¿por qué no con su primer inversor?

Su mirada voló al reloj de la repisa y se maldijo entre dientes. Ya era demasiado tarde para verlo aquel día. ¿Cuántas horas faltaban para que abriera su negocio al día siguiente?

Invadido por una repentina intranquilidad y nerviosismo, se sintió confínado entre las paredes revestidas de libros de su biblioteca. De no estar cayendo la noche, habría ido al parque a galopar.

Iría al club.

La visita fue apenas satisfactoria. La cena resultó tolerable, aunque no saboreó ni un solo bocado, y después, ganó varias manos al whist sin recordar ni un solo momento de la partida. ¿Siempre habían sido tan aburridas las apuestas, las copas, los interminables chismorreos políticos?

Pero, cerca de la medianoche, mientras conducía su calesa, sus manos parecieron cobrar vida propia. Sin decisión consciente, guiaron a los bayos hacia el este, hasta una pequeña y elegante casa residencial.

Detuvo los caballos y divisó el resplandor de la lámpara en la ventana. El corazón empezó a latir con fuerza en su pecho.

Lo vería al día siguiente. Podía esperar unas horas más. Era una insensatez, no, una locura, intentar verla aquella noche. ¿Lo recibiría siquiera?

Antes de que su mente completase el pensamiento, se sorprendió atando las riendas de los bayos a un poste. Subió los peldaños y escuchó el ruido reverberante de la aldaba. Conteniendo el aliento, esperó.



Donghae contempló con estupefacción al somnoliento lacayo, y el libro que estaba leyendo resbaló de sus manos:

—¿Lord Eunhyuk está en el vestíbulo?

— Sí, señor, y desea hablar con usted.

En su cabeza estallaron reacciones contradictorias, como si alguien hubiese arrojado un fósforo encendido a un polvorín. ¿Cómo se atrevía a perturbar su descanso, a presentarse sin ser invitado, a aquellas horas? Era ridículo, y presuntuoso en extremo.

¿Por qué había ido? ¿Estaría herido, necesitado? La preocupación difuminó su furia.

¿Habría roto su compromiso? Un intenso anhelo solapó las demás emociones. Tonterías. Intentó extinguir el brote de esperanza. Aunque ese fuera el caso, su relación había terminado. No había nada entre ellos que no pudiera ser mejor expresado en una carta.

Sin voluntad consciente, se puso en pie, le dio una palmadita al lacayo mientras, todavía enmudecida, pasó a su lado y bajó las escaleras. Luego, se quedó de pie delante de la puerta del salón, aturdido por los nervios y el temor, con pensamientos que revoloteaban en su cabeza como mariposas enloquecidas.

Hyukjae no debía estar allí. ¿Por qué había ido a visitarlo? «Échalo. Habla con él solo un momento. No, es una locura... Échalo».

Inspiró hondo y entró.

Hyukjae estaba mirando por la ventana. Aunque Donghae entró sin hacer ruido, debió de advertir su presencia, porque se volvió. Con el cuerpo en tensión, los puños cerrados, lo examinó desde la coronilla hasta la punta de sus zapatillas, con una mirada tan intensa que lo hechizó. La atracción instantánea y poderosa que siempre había existido entre ellos lo atrajo hacia él.

A un paso de distancia, se forzó a detenerse, y entrelazó las manos con fuerza para no dejarse arrastrar por el impulso de acariciar las minúsculas arrugas de sus ojos, la hendidura de su mentón. Abrió los labios para ordenarle que se fuera y dijo:

—¿Por qué?

—¡Por favor, no me eches todavía! Quería... necesitaba hablar contigo. Sobre la tienda. Solo será un momento.

¿Sobre la tienda? Donghae miró la hora en el reloj.

—No son horas para hablar de negocios ¿Se sonrojó?

— Sí. Lo siento. Pero me asaltaron las preguntas y no pude contener mi impaciencia.

—¿Qué preguntas?

Durante los siguientes momentos, Donghae procuró extraer de su confuso cerebro respuestas coherentes a las cuestiones que Hyukjae le planteaba. Luego, se hizo el silencio.

La pregunta surgió de la nada y lo tomó por sorpresa.

—Hace tiempo que me lo pregunto... ¿Es Park tu verdadero apellido?

—Solo en parte.

—Entonces... si desaparecieras, no podría encontrarte.

—No habría necesidad.

—Necesidad —repitió, y suspiró profundamente—. Ah, Donghae.

No debía mirarlo otra vez. La conversación sobre la tienda había terminado. Debía darle las buenas noches.

Pero, a pesar de ese sabio consejo, Donghae alzó la vista. Fue preso de una acuciante ternura, y por un momento cedió al placer de estudiar el añorado contorno del labio y la mejilla, el ángulo de la frente y la inclinación del mentón. Y sus ojos, ah, la hermosa profundidad de sus ojos.

Estaba tan absorto, que tardó un momento en darse cuenta de que elevaba la mano hacia él.

—No...

— ¡Por favor! Por favor, Donghae. Solo una caricia. Luego, me iré, lo juro.

«No, no, no», gritó la voz racional en su cabeza. «Nada de caricias».

Pero sus pies no se movieron, y la protesta murió en su garganta. Solo podía contemplar cómo se acercaba la mano.

—Donghae —susurró. El cerró los ojos mientras sus dedos acariciaban con suavidad su frente, su sien, sus párpados, sus pómulos, su barbilla. Sintió, más que ver, cómo bajaba la cabeza.

«No lo hagas», intentó decir, pero sintió el roce de su lengua sobre la suya. De haberlo besado con fiereza, con insistencia, quizá lo hubiese empujado. Pero el beso era suave, tan impregnado de la misma dolorosa necesidad que él sentía, que elevó los brazos para rodearle el cuello y atraerlo.

Ah, allí debía estar, en el círculo de sus brazos. Allí, su vacío se llenaba, y allí y solo allí, hallaba la paz.

—Una caricia —jadeó—. Dijiste que sería una sola caricia y que luego te marcharías.

—Pensé que podía, pero me equivoqué — besándolo con pasión, lo abrazó aún con más fuerza y subió las escaleras.


Donghae estaba sentado, recostado en las almohadas, contemplando cómo Hyukjae dormía a su lado, mientras luchaba contra la ternura que le oprimía el pecho.

Era de día, hora de poner fin a la locura nocturna, a aquel desafortunado encuentro que no cambiaba nada. Que todavía no se hubiera casado era un débil consuelo para la conciencia de Donghae porque, a pocos días o semanas de la boda, era como si lo estuviera. Su unión con Hyukjae aquella noche era, por tanto, imperdonable.

En cuanto se despertara se lo diría, lo obligaría a marcharse.



Confiaba en que siguiera durmiendo durante un buen rato.

De repente, Hyukjae se removió. Al abrir los ojos, lo vio, y una sonrisa de puro gozo iluminó su rostro.

—Querido mío —susurró, y lo atrajo a sus brazos.

Despreciándose por su debilidad, Donghae se lo permitió. Por última vez, yacería a su lado envuelta en el bendito consuelo de su proximidad. Una última vez antes de afrontar un futuro cuya absoluta oscuridad no se atrevía a contemplar.

Hyukjae le acarició la mejilla, los pequeños mechones que caían por su sien.

—Te he echado tanto de menos, cariño. Cada día, noche y hora desde que nos separamos. Intenté convencerme de que era para bien, de que debía ser así. Pero, hasta anoche, no comprendí lo equivocado que estaba — hizo una pausa para mirarle con infinita ternura—. Tendremos que tener cuidado, por supuesto —prosiguió—. No podré venir a verte todas las noches, y no sería prudente que te saludara en público. Podría alquilar una casa de campo... resultara más fácil escaparnos de Londres durante unos días y...

¿Escaparse? ¿Verlo? Las palabras lo pusieron alerta. ¿Era posible que creyera...?

—¡No! —se apartó con brusquedad y se incorporó—. ¿Qué estás diciendo?

—Sé que la... situación no ha cambiado. Pero, después del infierno de estas últimas semanas, compartirás mi opinión de que debemos estar juntos. Cariño, solo son unas migajas, pero es mejor que nada.

Donghae alimentó la furia fortalecedora.

—No, Hyukjae. Tienes tanto poder que crees que puedes controlarme y, solo con desearlo, cambiar las normas de la conciencia. ¿Qué derecho tienes a pisotear mi honra, como si solo la tuya importara? No soy una marioneta, con la que puedas jugar a tu antojo.

—No, no lo eres. Eres el centro de mi mundo, de mi universo. No puedo concebir un futuro sin ti.

Sus apasionadas palabras prendieron fuego en el interior de Donghae, abrasando sus débiles defensas. Debía recurrir a sus reservas y poner fin a aquello antes de que Hyukjae los redujera a una ruina humeante, antes de que se volviera loco. O, peor aún, sucumbiera.

—Las personas de menor rango aprenden pronto que no siempre pueden obtener lo que desean, ni convertir lo malo en bueno solo por que lo desean. Es una lección difícil, milord, pero creo que debes aprenderla.

Hyukjae lo miró fijamente, con semblante inescrutable. Por fin, habló casi en un susurro.

—Después de mancillar mi honra y tragarme el orgullo, ¿vas a despacharme?

No debía volver, no debía verlo nunca más. No podría soportar que aquello se repitiera. Donghae hizo acopio de valor para pronunciar las palabras que lo harían realidad.

—No empañemos el pasado con situaciones desagradables. Has sido muy generoso, por lo cual te estoy muy agradecido, pero lo cierto es que ya no preciso de tu ayuda. Para ti no he sido más que un pasatiempo, así que no confundamos los hechos con bonitas palabras.

No podía mirarlo y presenciar el dolor que reflejaría su mirada, así que mantuvo el rostro vuelto hacia un lado.

—¿Pasatiempo? —escupió la palabra, luego profirió una áspera carcajada—. Sí, Donghae, se acabaron las bonitas palabras —se estiró hacia él y lo agarró—. Dime, mi vida, mi amor — le espetó mientras lo arrastraba a la cama y lo inmovilizaba con su cuerpo—. Dime si esto es solo un «pasatiempo».

Sujetándole la cabeza con un brazo, lo besó en los labios y en el cuello con brusquedad, raspándolo con su barba incipiente. Pero, a medida que sus labios descendían por su cuerpo, el roce se volvió provocativo, seductor

—Dime —susurró con voz ronca, lamiendo, besando el contorno de su clavícula—. Dime que no sientes nada.

Donghae trató de resistirse, de reforzar con su cuerpo las mentiras de sus labios, pero derrotado por su propia angustia y la de él, yació impotente. Las lágrimas anegaron sus ojos y resbalaron por su pelo. Cuando los labios de Hyukjae alcanzaron sus pezones y los acarició con infinita habilidad, Donghae se rindió por completo, y elevó unos brazos sin fuerzas para rodearle la cabeza.

El contacto hizo que Hyukjae se estremeciera y se quedara inmóvil. Deslizó los brazos en torno a los hombros de Donghae y lo apretó contra él en un abrazo ardiente.


El súbito frío lo tomó por sorpresa cuando Hyukjae se levantó. Se vistió con rapidez y se volvió hacia él, con mirada severa.

—Engáñate tú si quieres, pero no a mí.

Giró sobre sus talones y salió de la habitación.

Donghae no supo cuánto tiempo permaneció inmóvil. Concentró toda su voluntad en respirar una vez, luego otra, sin ocuparse de nada más. Pensar supondría gritar de agonía.

Poco a poco, el frío reinante penetró en sus huesos, y cada leve soplo de aire resultaba frío en sus ojos y pelo húmedos. Con dedos trémulos, bajó las manos para cubrir la gélida humedad de su vientre... y tocó el pequeño charco de las lágrimas de Hyukjae.



Después de un sueño intranquilo, Donghae se despertó al oír que llamaban a la puerta. Heechul asomó la cabeza.

—Señor, el señor Cho está aquí. ¿Le hago pasar?

Donghae se volvió para mirar el reloj de la repisa.

—¡Cielos, Heechul! ¿Por qué no me has despertado antes?

Heechul se quedó mirándolo durante un momento, con cálida comprensión en la mirada.

—Tengo un sueño ligero, querido.

Heechul lo sabía. Donghae se ruborizó hasta las orejas. Siempre tan pragmática, el doncell no perdió el tiempo con recriminaciones.

—¿Le digo que se quede o que se vaya?

Donghae intentó ordenar sus pensamientos. ¿Había prometido montar a caballo con él?

La mañana siguiente a la función de teatro, Kyuhyun se pasó para volver a ofrecerle su montura. Incapaz de resistirse a la hermosa y fogosa yegua que le había llevado, Donghae aceptó y, desde entonces, paseaban juntos a caballo varias veces por semana. Poder disfrutar del sencillo placer de un largo galope ayudaba a suavizar su desasosiego.

Fiel a su palabra, Kyuhyun se limitaba a ser su amigo. Aunque Donghae reconocía el deseo en su mirada, en ningún momento le insinuó estrechar sus lazos. Único entre los hombres que había conocido, no intentaba darle órdenes, un hecho que mermaba lentamente sus reservas. Ingenioso, sereno, atento, pero no dominante, permitía que él marcara el tono y la frecuencia de sus encuentros.

Donghae estaba casi seguro de que no habían acordado montar juntos a caballo aquella mañana. ¿Qué otro motivo podía impulsarlo a visitarlo a una hora tan intempestiva? Como el buen amigo que era, si tenía algún pHenrylema, debía ayudarlo. A pesar de su agotamiento físico y mental, apartó las sábanas.

—Dile al señor Cho que, si puede aguardar unos instantes, enseguida me reuniré con él. Y trae té, por favor, Heechul.



1 comentario:

  1. Me da gusto que Kyu haya ayudado a Hae en eaa situación...si no hubiera sido el talvez hubiera sido Hyuk quien lo ayudara...se le agrdece a kyu haber llegado a tiempo...pero es bueno pesalear la bicicleta de una amigo...no...no ☝
    No pudo más,tuvo que ir a verlo...primero solo iban a ser palabras,preguntas,una caricia que termino en una noche de pasión y la soledad en sua corazones.
    No puedo culpar a ninguno de los dos...se "deben" a su estatus....

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yota´s news : De regreso?

 Buenas tardes a todas las lectoras. Después de un año  y casi 4 meses regreso a saludarlas y comentarles nuevas.  Me gustaría decirle...