The Lover- 12




—Perdóname si hablo con franqueza, pero sé que debes de estar preocupado por mi relación con Henry. Te ruego que creas que, aunque es el hermano de Spencer y los dos se asemejan en algo, mis sentimientos hacia él, y los suyos hacia mí, son por entero fraternales.

Por primera vez, Zhoumi lo miró directamente a los ojos, como si quisiera sopesar la veracidad de aquella afirmación.

—Me gustaría creerlo.

—Otro rasgo de los militares que, sin duda, conocerás es que, cuando toman una decisión, resulta terriblemente difícil disuadirlos.

Por primera vez, Zhoumi desplegó una sonrisa genuina.

—Es cierto que tiende a dar órdenes, como si yo fuera un soldado que necesita dirección. Donghae rió.

—¡Así es! Si es preciso, uniremos nuestras fuerzas contra él. No fingiré... ante todo, deseo que mi hijo sea bien recibido en esta casa. Pero no pienso entrometerme sin tu aprobación.

Ya estaba, ya lo había dicho. Lo que ocurriera después dependería del encantador y sereno joven que estaba sentada frente a él. Cerró los ojos e intentó sofocar la chispa de esperanza que Henry había encendido en su precipitación, de que el joven esposo que había sido desterrada a los dieciséis años pudiera, por fin, volver a casa.

—Aiden, dado que vivirás con nosotros de forma permanente. Y no solo para agradar a Henry. Tal vez cometa una estupidez al acoger en mi casa a un joven que goza de la alta estima de mi marido... y tan hermoso, además. Pero Henry tiene razón. Sois familia, tú y tu hijo, y con nosotros debéis permanecer — Zhoumi le extendió una mano.

Sonriendo con labios trémulos, Donghae la aceptó.

—Gracias. Espero que nos hagamos amigos. Pero bastará con que me reconozcáis en silencio. Ese plan de Henry de presentarme en sociedad... ¡es una locura! Debes ayudarme a disuadirlo. Tú has tratado a la nobleza. Sabes que obtener su aceptación no es tan fácil como Henry se imagina.

— Sin embargo... — Zhoumi apoyó la barbilla en la mano y miró a Donghae con ojos entornados—. Si eres quien Henry asegura, es justo que recuperes tu posición. Además —Zhoumi arqueó una ceja y sonrió. En su rostro se marcaron los hoyuelos y su mirada pícara permitió a Donghae avistar el encanto ante el que su frívolo cuñado debía de haber sucumbido—. No estoy tan seguro de querer contradecirle. Es cierto que puede resultar imposible obtener la aceptación de la sociedad. Por otro lado, colocar a mi deslumbrante cuñado en la proximidad de caballeros solteros, uno de los cuales resultará lo bastante acaudalado y distinguido para que Henry le ceda tu cuidado, podría ser la mejor solución para todos.

—¿Quieres buscarme marido para aplacar tus temores? —dijo Donghae con una carcajada—. ¡Qué maquiavélico! Pero, aunque deseara volver a casarme —sintió una punzada y la desechó—, los caballeros se preocupan tanto por la importancia de sus familias como las damas y jóvenes señores. He sido tendero en pleno centro de Londres. Me temo que tengo tantas posibilidades de oír una declaración honorable que de recibir invitaciones para Almack's. ¿Y la humillación que supondría para todos el fracaso de la presentación? No, no me arriesgaré.

—Quizá fracase. Pero, piensa en los beneficios para tu hijo, si sale adelante.

La protesta de Donghae murió en sus labios. Era innegable que un appa acogido entre los nobles, y no aislado en una tienda, allanaría el camino de su hijo más que ningún otro factor, salvo el reconocimiento de Hyung por la familia Lau. El riesgo de la humillación personal no era nada comparado con el beneficio que obtendría su hijo gozara de la aceptación de la nobleza.

Era su punto más vulnerable y, Zhoumi, evidentemente, lo sabía. Ayudándolo en su presentación, sería un héroe a los ojos de su marido. A lo peor, se ganaría su gratitud por arriesgarse a recibir un menoscabo personal en su intento por defender al proscrito. Teniendo en cuenta que el amor de su marido era lo más importante para él, en cualquier caso, Zhoumi saldría ganando.

Maquiavélico, sin duda. Donghae no pudo sino admirar la inteligencia y el valor de su cuñado. Rindiéndose ante una fuerza mayor, dijo:

—Entonces, supongo que debo reconsiderarlo.

— ¡Espléndido! Estoy seguro de que no lo lamentarás — Zhoumi lo tomó del brazo—. Sin embargo, a no ser que queramos que Henry nos arrastre a un loco plan, será mejor que planifiquemos nuestra propia campaña.



Empapado y exhausto, envuelto por la llovizna de últimas horas de la tarde, Hyukjae detuvo, por fin, su cansada montura junto al puente de Londres. Había partido hacía tres días a la costa para reunirse con Xia Junsu, consumido por la impaciencia de un informe de primera mano sobre todo lo que su buen amigo y ayudante había averiguado en la Península. Pero Junsu no se había presentado. Después de esperar un día e interrogar a los capitanes de todos los paquebotes que arribaban, había regresado a Londres con las manos vacías.

Sumido en la preocupación, apremió a su caballo a subir al puente. Necesitaba un baño caliente, ropa seca y comida, antes de regresar al despacho para intentar descifrar el misterio.

¿Acaso Junsu no había recibido su misiva? ¿Habría topado con nueva información demasiado importante para dejarla inexplorada? ¿O había ocurrido algo más ominoso?

Por ansioso que estuviera por resolver el problema, con Xia a cientos de kilómetros de distancia, la pequeña demora necesaria para refrescarse no supondría una gran diferencia. Como prefería rehuir a su familia y las inevitables preguntas que suscitaría su regreso, entraría discretamente para lavarse y cambiarse de ropa y cenaría en Silver.

Gracias a Dios, ninguno de sus conocidos más próximos estaba presente y Hyukjae pudo cenar a solas. Cuando ya se disponía a abandonar el club para dirigirse al ministerio, un grupo de jóvenes dandis entraron riendo y dando voces. Uno de los recién llegados, un hombre que Hyukjae conocía de Oxford, lo vio y se acercó.

—Buenas noches, Eunhyuk. ¡Hacía siglos que no te veía!

Después del obligado apretón de manos, Hyukjae contestó:

—Asuntos familiares. Puro tedio, me temo.

—¿No es siempre así? Claro que yo y los chicos —sonrió y señaló el ruidoso grupo que se acomodaba en torno a varios tapetes— siempre encontramos alguna que otra diversión. Ahora que lo pienso, ¿no leí en el Times que vas a pasar por la vicaría? — al ver que Hyukjae asentía, prosiguió—. Enhorabuena, entonces. Mi hermana se presentará este año en sociedad... Traerás a tu prometido al baile, ¿no?

—El baile de tu hermana no será la sensación de esta temporada —comentó uno de los presentes en el grupo—. Todo el mundo se muere por ver la pequeña sorpresa del conde de Lau.

— ¡Ya lo creo! ¡Eso sí que es digno de contar! Apuesto a que es su amante... en eso he puesto mi dinero. ¿Quieres participar en la apuesta, Eunhyuk?

Sin prestar mucha atención, impaciente por marcharse, Hyukjae contestó distraídamente:

—¿Qué apuesta?

—¿No te has enterado? El viejo conde de Lau, un auténtico ogro, y su petulante primogénito, murieron a causa de la fiebre, y el título ha recaído en el segundo hijo... Henry, creo que se llama. Se alistó en el ejército hace unos años, en contra de los deseos de su padre, que lo desheredó. La cuestión es que el segundón se encaprichó de un don nadie en la última temporada, antes de que los honores de los Lau cayeran en sus manos...

—Pero te olvidas de la mejor parte — lo interrumpió su amigo—. Lau no solo asegura organizar el baile más grandioso de la temporada...

—Cierra el pico, a eso voy — el hombre alzó una mano para adelantarse a su amigo—. Lo bueno es que Lau también va a presentar a otro joven, el joven viudo de su hermano pequeño, según asegura él. Dicen que su belleza es cegadora. Pero lo más increíble de todo, es que, hasta hace unas pocas semanas era... no lo vas a imaginar...

—¡Tendero! —anunció otro con voz triunfante.

Hyukjae los escuchaba a medias, pero aquellas palabras absorbieron su atención.

— ¿Qué has dicho?

— Increíble, ¿verdad? Pero cierto. Mi propia madre compraba sombreros en su tienda. Se hacía llamar Mr Donghae por aquel entonces.

—¿A que es inconcebible?. Mi padre dice que ni siquiera el viejo Lau, con lo intratable que era, tenía tanta desfachatez.

El corazón empezó a latirle con fuerza y sentía tanto mareo que no sabía si estaba oyendo correctamente.

—¿Quién... quién decís que es ese joven?

— ¡Un tendero! Claro que Lau asegura que, en realidad, no es ni más ni menos que el hijo desaparecido de un duque. ¡Del duque de Mokpo, además !

—Todo un cuento de hadas, ¿eh?. Mi madre conocía al viejo duque, y dice que el hijo murió hace años. Claro que el duque murió, y el nuevo es un primo lejano que no se crió con la familia, así que no puede poner la mano en el fuego por él. Muy conveniente para el joven señor, ¿no?

—Sigo diciendo que es su amante. Debe de ser un amante ardiente para tenerlo tan embelesado que piense que puede engañar a la flor y nata de Inglaterra. ¡Y su pobre esposo! Resulta humillante, aunque sea un desconocido.

Hyukjae no podía hablar, no podía moverse. Conde de Lau. Hermano desheredado en el ejército. Tendero viudo... Hijo desaparecido del duque de Mokpo.

En su aturdido cerebro, intentó rememorar todos los comentarios que Donghae había hecho sobre su padre. Que era rico y poderoso. Que se oponía a su casamiento con un segundón. Que
le exigía absoluta obediencia y no toleraba que lo enojaran.

Hyukjae siempre había supuesto que se trataba de un acaudalado burgués que deseaba que su hijo se casara con otro tan rico como él, o con un noble cuya familia aprobara el enlace. Sin embargo, todo lo que sabía sobre él encajaba perfectamente con la imagen del hijo desaparecido de un duque.

Aquella gracia y autoridad instintivas, demasiado innatas para haberlas adoptado en una academia. Su independencia, su negativa implacable de someterse a nadie. Hasta su verdadero nombre.

Las piezas siempre habían estado ahí, pero Hyukjae se había dejado cegar por situación presente de Donghae y por sus propios prejuicios.

Había agonizado sobre su posición, desechado a la primera la perspectiva del matrimonio... con el hijo de un duque, que, por nacimiento, lo superaba en rango.

Pese al fragor que llenaba sus oídos, siguió escuchando la conversación.

—No sé cómo pretende que acepten a ese cazafortunas, pero, de lo que no hay duda, es que todos los que consigan hacerse con una invitación acudirán al baile. Me muero de ganas por ver cómo las nobles matronas lo ponen en su sitio.

—Sí. Será el mejor espectáculo desde que el viejo conde de Simpson intentó llevar a su cantante de ópera al baile de lady Wetherby. Tú asistirás, ¿verdad, Eunhyuk?

Era incapaz de hablar. Hyukjae se limitó a asentir.

—Vamos, están despejando una mesa. Tú también, si quieres, Eunhyuk. ¿No? Bueno, quizá en otro momento.

Con botella en mano se alejaron.

—¿Qué le pasa a Eunhyuk? —oyó que le decía—. Lo encuentro muy extraño, ¿no crees? Espero que no esté enfermando de algo.

Hyukjae seguía contemplando sus manos trémulas cuando la furia lo asaltó.

Tantas semanas compartiendo ideas, sueños, intimidad física. Había agonizado por el deber de romper con él, una ruptura del todo innecesaria de haber sabido quién era. Podría haber pospuesto su declaración, suplicado a su madre que lo ayudara a mantener su promesa a Yesung encontrando a otro hombre digno de Ryeowook. Lo habría intentado todo antes de dar el paso que desterraba para siempre la posibilidad de casarse con Donghae.

¿Por qué no se lo había dicho nunca?

Al parecer, la familia de su marido lo había reconocido, y sería presentado con su apoyo y, sin duda, acabaría siendo aceptado. La deshonra de haber sido tendero era grave, cierto, pero solo los más rigoristas excluirían para siempre al hijo de un duque.

Donghae entraría en la sociedad que él frecuentaba. Sin duda, lo vería en cierto número de cenas, fiestas y bailes. Y lo más probable era que la familia del conde de Lau, con él incluido, recibiría una invitación a su boda.

Poco tiempo después, se sorprendió entrando en su oficina, sin haber recordado ni un solo paso del trayecto. Con férrea disciplina, se obligó a centrar la mente en la desaparición de Xia Junsu. Otro amigo enviado a primera línea de guerra mientras él se quedaba atrás. «Señor, no permitas que Junsu acabe como Yesung».

Se le encogió el estómago solo de pensarlo, así que se concentró en examinar una y otra vez cada retazo de información. Horas después, exhausto y desalentado, tuvo que reconocer que no había sacado nada en claro. Nadie en el ministerio, ningún dato de las recientes comunicaciones, le daban ninguna pista sobre el paradero de su ayudante.

Por fin, se rindió. Había sido, concluyó con amarga ironía, una velada provechosa. Para celebrar todo lo que había averiguado, decidió regresar a Silver, donde pidió de inmediato una botella de coñac. Y luego otra, y otra, hasta que, por primera vez desde que se hiciera miembro del club, el conde de Eunhyuk tuvo que ser llevado, inconsciente, a su casa.



Con cada vuelta que daban las ruedas del carruaje, en su lento recorrido entre el tropel de nobles que se dirigían a la residencia del conde de Lau, el ánimo de Hyukjae se abatía un poco más. Tuvo que contenerse para no soltar un exabrupto a sus acompañantes, que intentaban suavizar el tedio del lento trayecto con una animada conversación.

De haber podido idear una excusa para no asistir a aquella velada, lo habría hecho. Sin embargo, con todo Londres clamando por una invitación, habría causado una enorme extrañeza que no hubiese acompañado a su madre, a Taemin y a Ryeowook al baile que, fuese cual fuese su resultado, sería sin duda el acontecimiento más comentado de la temporada. Más aún, cuando lady Sora sabía que él conocía al joven señor, ya que había recogido varios sombreros de su tienda en distintas ocasiones. No haber expresado ningún interés por ver al antes tendero en su nueva posición tan elevada, habría dado pie a especulaciones que Hyukjae no deseaba.

Por paradójico que pareciera, por mucho que temiera la velada y, a pesar de lo candente que seguía siendo su enojo hacia él, seguramente, no podría haberse resistido a ir. No lo había vuelto a ver desde la mañana de su amarga separación, y estaba dispuesto a poner a raya su indignación con tal de mirarlo a la cara durante unos momentos.

Qué patético, pensó con fiereza. Después de todo el tiempo que había transcurrido, mientras Donghae seguía adelante con su vida sin tener la cortesía de enviarle una nota explicativa, él todavía se moría por el joven señor.

Sumido en su resentimiento, no se percató de que el carruaje se había detenido hasta que un lacayo no bajó el escalón.

Vio el cuadro antes de verlo a él. En la pared del rellano, tras la cola de bienvenida que serpenteaba por las escaleras del salón de baile, estaba colgado un gran óleo de dos hombres vestidos de uniforme. Reconoció enseguida al hombre moreno de ojos verdes de la izquierda como su difunto marido. El soldado que estaba de pie a su lado, con pelo más claro, pero rasgos inequívocamente familiares, debía de ser su hermano, el nuevo lord Lau. El retrato no era nada convencional, porque las figuras no lucían una pose formal sobre un fondo heroico, sino que estaban recostadas en una barandilla, con las chaquetas desabrochadas, y una brisa de un cielo increíblemente azul les alborotaba el pelo.

El estilo tenía el sello de Donghae: los mismos colores luminosos, el marcado contraste y la espontaneidad utilizados al pintar la miniatura de su marido y el paisaje del jardín de lavanda que colgaba de la pared de su biblioteca.

Escuchó murmullos a su espalda, y advirtió que la cola había avanzado delante de él mientras contemplaba, atónito, el cuadro.

Igual que su madre.

Lady Sora tenía los ojos fijos en el óleo, con una expresión de creciente desolación e incredulidad en el rostro. Antes de que Hyukjae tuviera tiempo para mirar a otro lado, su madre se volvió hacia él.

—Que Dios me perdone —susurró.

Con ademán enérgico, Hyukjae se inclinó hacia Ryeowook y se concentró en ayudarlo a subir varios escalones más. Hasta que no pudo seguir eludiendo mirar hacia arriba.

A la cabeza de la cola, estaba el hombre de pelo castaño del cuadro, un precioso joven pelirrojo a su lado y, de perfil en tercer lugar, Donghae.

Hyukjae alzó la mirada del deslumbrante traje a su esbelto cuello... y se quedó helado, olvidándose de los demás detalles. Viendo solamente el camafeo que le había regalado al comienzo de su relación.

No recordaba haber subido el resto de los peldaños, ni qué respuesta balbució a la bienvenida de sus anfitriones. Luego, se detuvo delante de él.

—Joven Ryeowook, lady Sora —dijo Donghae, y extendió la mano a su madre—. Cuánto me alegro de verlos.

—Y cuánto me alegro yo de encontrarte tan bien, querido. ¡Qué camafeo más hermoso! ¿Un regalo de su difunto marido?

—No —por primera vez, se volvió y miró a Hyukjae directamente. El sintió, como siempre, aquella conexión inmediata, el pequeño hormigueo en todos los nervios. Sus magníficos ojos violeta escrutaron su rostro—. Es un regalo de mi amigo más querido —murmuró.

¿Reflejaba su mirada la misma ávida intensidad que, sin duda, irradiaba la de él? El corazón le palpitó con fuerza y el ruido de la fiesta se redujo a un zumbido, como si solo ellos dos estuvieran presentes.

—Lord Eunhyuk —Donghae pronunció su nombre con su voz grave. Y sonrió. Toda la angustia, el dolor y la furia que Hyukjae albergaba se derritieron bajo el calor de aquella sonrisa.

—¿Me reservará un vals, lord Aiden? —se oyó preguntar.

El asintió. Los invitados que se agolpaban a su espalda lo obligaron a avanzar. Había atravesado medio salón, cuando su mente volvió a funcionar. ¿Qué lo había poseído para invitarlo a bailar?

Se había propuesto no separarse de su madre, Ryeowook y Taemin y, después del inevitable saludo, eludir a Donghae en todo momento. Era absurdo torturarse abrazándolo con formalidad delante de un salón atestado de personas.

Aun así, mientras cumplía con el ritual de ayudar a sus acompañantes a tomar asiento, llevarles refrescos y saludar a conocidos, en lo único que podía pensar era que, en pocos momentos, Donghae estaría en sus brazos.


Todos los nervios de Donghae vibraban de excitación. Hyukjae estaba allí. Había dudado si se presentaría o eludiría un nuevo encuentro, y tuvo que hacer un esfuerzo para no seguir con la mirada su lento progreso entre los invitados, mientras buscaba asiento para sus acompañantes.

¿Seguiría enfadado, como la mañana en que lo despachó? ¿Dolido por haberle ocultado su pasado secreto?

Pero le había revelado casi todo, salvo su nombre y su nacimiento. Debía saber que, cuando el caprichoso destino había dado un nuevo giro a su vida, no se había atrevido a ponerse en contacto con él. Y, si no lo sabía, debía hacerlo ya. Se había puesto el camafeo para él.

Henry le presentó a otro invitado y volvió a centrar su atención en dar la bienvenida. El salón de baile estaba abarrotado, y si el éxito de una velada se medía por el número de asistentes, aquel baile seria largo tiempo recordado.

Sin embargo, los invitados lo saludaban con cautela. Aunque pronunciaban su título según era presentado, sus miradas especulativas y el brillo en los ojos de supuestos caballeros indicaban que su aprobación inicial era susceptible de cambiar.

«¿Quién es en realidad?», casi les oía pensar Donghae. «¿Un tendero o el hijo de un duque? ¿Un pariente desaparecido o un impostor? ¿Un viudo o un buscon?»

Donghae apretó los dientes. Había un ambiente casi palpable de expectación, pues los asistentes esperaban ver la reacción de las primeras figuras de la nobleza, de cuya aprobación dependía su aceptación. Ninguna de ellas había aparecido todavía.

Casi una hora después, Henry insistió en que abandonara su puesto en la entrada. Mientras esperaba que se aproximase el ansioso oficial que deseaba sacarlo a bailar, su cuñado le dio unas palmaditas tranquilizadoras en la mano.

—Te avisaré cuando vengan las arpías. Anímate, la velada acaba de empezar.

Donghae no se sentía tan optimista. Pero, mientras trababa conversación con el oficial, todos sus nervios vibraban de expectación al pensar que pronto, la mano que estaba en su cintura, la voz que murmuraba en su oído, serían las de Hyukjae.

El baile terminó. Su pareja prolongó la conversación mientras la orquesta iniciaba la próxima pieza. Un vals.

Entre la multitud, divisó a Hyukjae caminando hacia él, con el rostro serio, hechizándolo con sus ojos mientras, por fin, llegaba a su lado.

Unas palabras corteses, una reverencia, y le ofreció el brazo. Cuando Donghae apoyó la mano en su manga, sintió un hormigueo desde los dedos hasta el cuello.

Aunque se mostraba rígido y frío, el fuego de sus manos cuando lo abrazó, el excitante calor que irradiaba su torso, su sólida presencia y su aroma dolorosamente familiar lo embriagaron.

Lo bueno, lo malo, el deber, la obligación... todo quedó atrás mientras se entregaba al abrazo del baile. Con un suspiro profundo, Donghae se tomó la licencia de apoyar la cabeza en su hombro durante un instante.

Las manos de Hyukjae lo sujetaron con más fuerza. Luego, le rozó el pelo con los labios y le oyó susurrar:

—Oh, Donghae.

Soltó su mano un momento para entrelazar los dedos con los de él. Donghae se apretó contra él y deseó que el vals no acabara nunca.

Pero acabó, aunque bailaron hasta la última nota. Hyukjae le ofreció el brazo otra vez y lo sacó de la pista.

Pero no lo condujo de inmediato a las sillas. Echó a andar por el salón como si buscara a una persona en particular. Sin previo aviso, habló.

—¿Por qué, Donghae? ¿Por qué no me dijiste nunca quién eras?

Seguía enfadado, pensó Donghae con una punzada de tristeza.

—¿Habría cambiado algo?

—¿Que si habría cam...? —balbució, y se detuvo para mirarlo—. ¡Lo habría cambiado todo, por supuesto!

—¿De verdad? Hyukjae, si Henry no me hubiese encontrado, seguiría siendo Mr Donghae y trabajando en mi tienda. Incluso ahora, todavía es muy dudoso que me acepten. Ni siquiera lo habría intentado de no ser por...

—¡Hyukjae, dichosos los ojos! Ya veo que has raptado al bello joven del baile. ¿Me lo cedes para la próxima pieza? —un chico sonriente, de ojos saltones y mirada ofensivamente íntima, les bloqueó el paso.

—A ti, no —respondió Hyukjae con osadía—. Lo siento, el joven señor tiene otro compromiso. ¿Nos disculpas?

Hyukjae se lo llevó antes de que el joven tuviera tiempo de discutírselo.

—No podemos hablar aquí. Reúnete conmigo. En Green Park, mañana por la mañana, a las siete.

Donghae reprimió una aceptación inmediata.

—No creo que sea sensato. Mi posición puede... cambiar, pero la tuya es la misma. Sigues siendo el conde, sigues prometido...

—Donghae, por favor, ¿no crees que me debes una explicación? ¿O tan poco he significado para ti?

Donghae lo miró a los ojos... y lo lamentó. El dolor y la perplejidad que vio en ellos lo despojó de la mentira escueta y segura.

—N... No —contestó con voz trémula—. Significabas mucho.

—Entonces, reúnete conmigo. Solo esta vez. Por favor, Donghae.

Era una locura. Pero la perspectiva de estar a solas con él, aunque fuese en un parque público, de poder explicar en detalle todo lo que había creído necesario mantener oculto, era demasiado seductora. Mientras que su instinto de conservación gritaba «no», murmuró:

—Sí.

Hyukjae cerró los ojos un momento y exhaló el aliento.

—Gracias —susurró. Abrió los labios, como si quisiera decir algo más, pero fijó la mirada detrás de él—. Lord Aiden —dijo, hizo una brusca reverencia y se alejó.

Donghae se dio la vuelta y vio a Kyuhyun de pie frente a él, con el cuerpo rígido y los puños cerrados, y los ojos entornados fijos en la espalda de Hyukjae. Creyó oírle maldecir en voz baja, pero, de repente, le sonrió y le tendió la mano.

—Henry me envía a buscarte. Acaban de llegar unos invitados a los que debes saludar.

—¿In... invitados?

—Sí —su sonrisa se amplió—. Lord y lady Castle, la princesa Esterhazy y lady Jersey. Ven. No debemos posponer tu triunfo.

—O catástrofe —murmuró Donghae con consternación. Pero ¿qué le importaba si lo aceptaban o lo rehuían? Elevó la barbilla y tomó el brazo de Kyuhyun—. No hagamos esperar a los Grandes.

Zhoumi le dirigió una mirada de alivio cuando lo vio acercarse del brazo de Kyuhyun.

—Ah, ¡aquí está! Lady Jieun, permítame presentarle a mi cuñado, lord Aiden Lau Park,  viudo del hermano  pequeño  del conde Lau,  el honorable capitán Spencer Lau Park.

Detrás de Zhoumi, Henry estaba saludando a un numeroso grupo, en el que reconoció a lady Jersey. Donghae inspiró hondo e inclinó la cabeza.

—Encantada de conocerla, lady Jieun. 

La mujer lo miró de pies a cabeza.

—Creo que nos hemos visto antes —dijo en voz alta, para que todo el mundo la oyera—. Yo diría que fue cuando me atendió en su tienda.

Henry y los demás invitados se quedaron helados. En el repentino silencio, Donghae oyó la exclamación de angustia de Zhoumi y se indignó. Conteniendo su mal genio con esfuerzo, contestó con calma.

—Tal vez. No lo recuerdo.

—Ahora crea vestidos y trajes además de sombreros, ¿verdad? ¡Qué inteligente! Supongo que cosería ese precioso trajecito plateado que lleva puesto —se volvió para dirigir a Henry una mirada recriminatoria—. Muy interesantes sus amistades, Lau. Más le valdría preocuparse por su posición.

La mujer dio un paso, con intención de pasar de largo a Donghae sin saludarlo con su título... un desplante inequívoco.

Al ver la expresión horrorizada de Zhoumi, Donghae se olvidó del baile, del hervidero de invitados, de la buena impresión que todos deseaban que causase. «Zorra», pensó. «¿Quién crees que eres para humillar así a mi familia?»

Con ademán imperioso, agarró a lady Jieun de la manga para detenerla.

—Sooman —alzó la voz para llamar al mayordomo, que anunciaba a invitados junto a la puerta—. ¿Serías tan amable de pedir que trajeran la capa de lady Jieun? Como la compañía no le resulta de su agrado, desea irse.

La mujer, boquiabierta, miró primero la mano de Donghae, cerrada en torno a su brazo, y luego su rostro. Antes de que pudiera decir nada, Donghae la empujó sin mucha suavidad.

—Enseguida, Sooman, si no te importa. La única persona que más se alegrará de su rápida marcha después de milady seré yo.


La más leve sonrisa asomó a los labios del mayordomo antes de que contestara:

—Al instante, lord Aiden.


2 comentarios:

  1. Si no estaban enamorados en el momento de la despedida...seguro se volvieron a enamorar justo cuando se vieron de nuevo porque,hay que admitir y ellos también que todo se borro en cuanto se vieron,y lo unico que querian era estar en los brazos del otro...como debe de ser.
    Oh Kyuhyun...espero que esto te haya hecho ver que...quizás sigas sin oportunidad.
    Me encantan cua do ponen en su lugar a personas asi con una calma que termina desesperando a la otra personas y son las que quedan mal.....*0*

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  2. oh pecesito si pon es su lugar a esa zorra grosera y mal educada

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yota´s news : De regreso?

 Buenas tardes a todas las lectoras. Después de un año  y casi 4 meses regreso a saludarlas y comentarles nuevas.  Me gustaría decirle...