Kyuhyun
estaba de pie junto a la chimenea cuando Donghae entró en el salón momentos
después.
—Buenos
días, Kyuhyun. Qué grata sorpresa. ¿Qué te trae por aquí? Ningún contratiempo,
espero.
Kyuhyun
se volvió entonces y estudió su rostro.
—¿No
debería preguntarte yo eso?
Donghae
movió imperceptiblemente la cabeza. Estaba tan confuso aquella mañana, que
tardó un momento en comprender lo que decía.
—¿Por
qué crees que he sufrido un contratiempo?
Kyuhyun
guardó silencio durante unos momentos, mientras seguía sometiéndolo a un atento
escrutinio, como si buscara... Donghae no podía adivinar el qué. Por fin, dijo:
—Traje
una nueva yegua a Londres para que la probaras —profirió una breve
carcajada—. Como una sorpresa. La traje esta mañana a primera hora, imaginando
que estarías despierto, y... y vi a Hyukjae saliendo de aquí.
La
vergüenza y el pesar ascendieron en espiral por todo el cuerpo de Donghae.
Quería explicarse, disculparse, pero ¿cómo iba a justificar la cruda verdad que
habían visto sus ojos?
—Ya imagino
lo que estarás pensando de mí. Lo único que puedo decir es...
— ¡Por
favor, no! —Kyuhyun tomó su mano y la besó—. Pienso que eres el joven más
hermoso, inteligente y valiente que he conocido. Nada, nada de lo que ocurriese
podría hacerme cambiar de opinión —desvió la mirada—. Sin embargo, tenía
entendido que Hyukjae... había renunciado a ti.
—¿Te
obligó? El muy canalla, lo...
—No,
no debes pensar eso de él. Fue culpa suya tanto como mía.
La
vergüenza coloreó sus mejillas, pero el recuerdo de la noche pasada encendió
llamas de otra índole. Qué estúpido era, todavía lo deseaba. Todavía lo echaba
de menos.
Donghae
cerró los ojos, mientras combatía aquel anhelo insidioso. Luego, los abrió y se
dio orden de continuar.
—Solo
fue anoche. Sabía que estaba mal, pero...
—¿Lo
amas?
No
debía, no podía amarlo.
—No.
Pero sigue siendo... una persona muy querida para mí —la verdad, sin duda—. Al margen
de eso, nuestra... asociación ha terminado definitivamente. No espero volver a
verlo.
La
pesadez que descendió sobre su pecho al pronunciar aquellas palabras no era más
que fatiga, se aseguró Donghae.
—¿Estás
seguro de que es eso lo que quieres?
¿Querer?
No, pero la conciencia no le dejaba otra salida.
—Sí.
Kyuhyun
exhaló un largo y lento suspiro, como si hubiese estado conteniendo el aliento.
—Entonces,
no volverá a molestarte otra vez. Te doy mi palabra.
—No
debes... —exclamó Donghae, presa de un mal presagio—. Por favor, no le hables a
Hyukjae de mí. No es necesario, te lo aseguro. No desearía sembrar la discordia
entre vosotros.
—Calla
—sonriendo, le puso un dedo en los labios—. Si hay discordia, no serás tú la
causa. Todavía... ¿Todavía quieres verme? —aunque hizo la pregunta con naturalidad,
se puso tenso mientras aguardaba la respuesta.
Le
perdonaba de verdad. Más que eso, aunque le había dado amplios motivos para que
lo despreciara, por alguna razón, todavía quería conservar su amistad. Parpadeó
para contener las lágrimas.
—¿No
debería ser yo quien te hiciera esa pregunta?
Los
ojos de Kyuhyun se iluminaron y su sonrisa se tornó radiante.
—Entonces,
creo que tenemos un paseo a caballo pendiente para mañana. Quizá, si soy lo bastante
ingenioso, me invitarás a disfrutar de uno de los suculentos desayunos de Heechul.
Pero, ahora, debes ir a la tienda.
—Sí.
Te veré mañana, entonces.
Kyuhyun
le tomó la mano, pero, en lugar de rozarla con los labios, .le dio la vuelta y
plantó un beso prolongado en la palma. Lo miró con el rostro sombrío de
emoción.
—Gracias.
Después
de una breve reverencia, se marchó.
No merecía
la fidelidad de Kyuhyun, pensó Donghae con
culpabilidad, mientras contemplaba
cómo se alejaba. Pero el consuelo que le ofrecía era inmenso.
Debía
olvidarlo de una vez, reflexionó Hyukjae, mientras contemplaba el pequeño
paisaje. En un acceso de rabia tras la amarga separación, había arrancado el
cuadro de su alcayata.
Horas
más tarde, aquel mismo día, lo había vuelto a colgar. Donghae había hablado así
para herirlo, para abrir una brecha definitiva entre ellos y cauterizarla para
que no hubiera esperanza de repararla. Cuando se le pasó la ceguera de dolor y
ultraje, lo comprendió de forma intuitiva.
Aunque
no creía en sus palabras, sí creía en su resolución de mantener la separación. Donghae
tenía razón, lo mejor sería mantener la honra y cumplir con el deber. Si, tras
aquella fachada de fortaleza, el alma sufría, debía ser lo bastante hombre para
soportar aquel dolor.
Se
enterraría en el trabajo y pensaría en él lo menos posible. Si, a altas horas
de la noche, bajaba a la biblioteca para contemplar el paisaje y rememorar sus
caricias, ¿no merecería aquella pequeña recompensa por haber sobrevivido a otro
interminable día?
Un
persistente carraspeo lo sacó por fin de su ensoñación.
—Milord,
el señor Cho desea verlo.
Había
estado tan ocupado a su regreso a Londres que no había visto a su amigo desde
el funeral de Yesung. Con placer, extendió la mano a la figura alta que entraba
en la biblioteca.
—¡Kyuhyun,
me alegro de verte! Ha pasado tanto tiempo...
Kyuhyun
se detuvo a un metro de distancia. Con rostro sombrío, contempló la mano que Hyukjae
le extendía sin separar los brazos de los costados, e hizo una corta y rígida
reverencia.
—No he
venido de visita, milord —enfatizó el título con soma—, sino a transmitir un
mensaje.
La
sorpresa de aquel desplante dejó mudo a Hyukjae durante unos momentos.
—¿Un
mensaje?
Con
los ojos entornados y la mandíbula contraída, Kyuhyun se inclinó hasta que su
rostro quedó a apenas unos centímetros de los de Hyukjae.
—¿Te
tienes por un caballero? Celebras tu compromiso: anuncios en la prensa,
reuniones selectas, y luego, ¡te escabulles en la oscuridad para tratar a Donghae
como una ramera!
Con el
rostro contorsionado por la ira, escupió la palabra.
Conmocionado,
avergonzado, Hyukjae fue incapaz de concebir una respuesta. Kyuhyun exhaló el
aliento con furia. Pero, cuando habló a continuación, lo hizo con voz serena y
rostro calmo:
—Bueno,
ya no más. Antes o después, pretendo casarme con Donghae, si él me acepta. Y,
casado o no, pongo a Dios por testigo que, si alguna vez te acercas otra vez a él, te
mataré —hizo una reverencia elaborada—. Milord...
Kyuhyun
giró sobre sus talones y empezó a alejarse. Cuando por fin recuperó la voz, Hyukjae
fue tras él y lo detuvo poniéndole la mano en el hombro.
—¿Casarte
con Donghae? ¿Cómo? ¡Eso es imposible!
Kyuhyun
se soltó y se volvió hacia él.
—No
soy el poderoso conde de Eunhyuk, con obligaciones para con una galería entera
de retratos de ascendientes hace tiempo fallecidos. Y pensar que solía
envidiarte el título y la riqueza... —profirió una carcajada desprovista de
humor—. Mi familia podrá poner el grito en el cielo, pero el deber de mi
ascendencia recae en mi primo. Si quieren verme a mí y a mis hijos, tendrán que
tratar a Donghae con el respeto que se merece mi esposo. Y, si tengo que elegir
entre él y convertirme en un paria de la sociedad distinguida, le pondré el
anillo en el dedo en menos que canta un gallo.
¿Kyuhyun
casado con Donghae? ¿Con su amor, con su secreta alegría? Unos celos corrosivos
y la ira nacida de semanas de un anhelo reprimido despertaron una rabia instantánea.
—No
puedes casarte con él, ¡te lo prohíbo!
Kyuhyun
se puso tenso, como si fuera a pegarle, luego se relajó.
—¿Que
lo prohíbes? —se rió—. Perdiste el derecho de decir nada hace meses. Esta vez,
procura recordarlo, porque te aseguro que mi advertencia es seria. Mantente
alejado de él, Hyukjae —hizo otra reverencia con brusquedad—. Recuerdos a tu
madre y a Ryeowook.
Antes
de que Hyukjae pudiera alegar nada más, Kyuhyun salió de la biblioteca.
Furibundo, lo siguió, pero al llegar a la puerta, recobró la sensatez y se
detuvo.
No
podía hacer ni decir nada. Kyuhyun era un buen hombre, cuidaría de Donghae. El
lo merecía, se merecía un marido lo bastante distinguido para reconocer su valía,
un marido dispuesto a desafiar el desdén de los nobles con tal de convertirlo
en su esposo.
¿Por
qué la sola idea de que otra persona lo tocara lo corroía? La idea de cederlo a
otro, aunque fuese un hombre de tanto mérito como Kyuhyun, era como ceder la
parte de su ser que tenía en más estima.
Sí,
quería que Donghae se sintiera cómodo, querido y cuidado. Pero no podía
extinguir el absurdo deseo de ser él el responsable de su bienestar.
Varios
días después, Donghae trabajaba en un diseño en la mesa de su antiguo despacho.
Como consecuencia de la desastrosa noche con Hyukjae, se hallaba sumido en una
depresión persistente de la que ni siquiera la compañía atenta y callada de Kyuhyun
podía arrancarlo.
Querido
Kyuhyun, que seguía hablando de amistad aunque lo cortejara con continuas
atenciones y miradas cada vez más ardientes. Con una punzada de culpabilidad,
no pudo evitar desear, dolorido como se sentía en cuerpo y alma, una
prolongación de la camaradería inicial.
Al
menos, allí, en la tienda, añadiendo detalles a sus bocetos, se sentía útil. Y
hallaba consuelo en el perfeccionamiento de sus diseños, en dirigir a las
afanadas costureras, y la satisfacía ver cómo lo que empezaba siendo una imagen
en su cabeza se transformaba, cuya venta aseguraría su futuro y el de su hijo.
Oyó la
campanilla de la entrada. Heechul estaba en la cocina, preparando la sopa y el
té, así que la nueva dependienta recibió a los clientes. Por el rabillo del ojo,
mientras estudiaba el boceto, oyó el murmullo de saludos.
Solo
le quedaban unos toques era muy parecido al uniforme de Spencer.
Ah, Spencer.
Apoyó la cabeza en la mano, mientras la vergüenza se fundía con la carga
familiar del dolor. «Pido a Dios que no puedas verme ahora...»
Una
sombra se movió sobre él, seguida por dos manos que atraparon las suyas con
fuerza.
— ¡Aiden!
Maldita sea, hombre, he recorrido España de punta a punta tratando de
encontrarte.
El
temor se apoderó de él y alzó la vista con tanta brusquedad, que unos puntos de
luz dificultaron momentáneamente su visión. Cuando por fin la imagen se hizo
nítida, reconoció un rostro muy querido y familiar: su cuñado, el comandante Henry
Lau.
—¡Henry!
—exclamó con alegría—. ¿Qué haces en Inglaterra? ¡Y sin uniforme! Creía que
seguías con Wellington.
—No.
Recibí un disparo pocos meses después de que Spencer resultara herido... pero
es una larga historia. Ah, Aiden, ¡cuánto me alegro de verte! —lo envolvió en
un abrazo.
Donghae
lo estrechó y, luego, tomó sus manos.
—Yo
también me alegro mucho de verte, Henry.
—¿Henry?
—un joven pelirrojo y alto entró en el reducido despacho. Su mirada estupefacta
se posó en el rostro de Donghae antes de descender a las manos que su cuñado
todavía sostenía, y se mantuvo allí.
Después
de darle otro apretón, Henry lo soltó, pero dejó una mano en su hombro, como si
quisiera tranquilizarse de que, realmente, lo había encontrado.
—Zhoumi,
querida mía, mira a quién he descubierto. Aiden, permíteme que te presente a mi
esposo, Zhoumi. Zhou, este es el escurridizo joven viudo de mi hermano, Aiden.
¿El
hermano granuja y vivalavirgen de Spencer, casado? Costaba creerlo.
—Es un
placer conocerle, señor. Mi enhorabuena.
—Gracias
—el joven alto asintió, pero no sonrió. Volvió a posar la mirada en la mano de
su marido, todavía en el hombro de Donghae—. ¿Así que usted es el joven señor
al que hemos seguido la pista por caminos polvorientos, en toda clase de coches
mal acondicionados, durante medio año?
—¿Me
habéis estado buscando? —repitió Donghae, atónito. Al oír el tono gélido de su
esposo, Henry se limitó a reír.
—Me
alegro de que me licenciaran. Creo que mi Zhou no habría podido ser el esposo
de un oficial. ¿Y cómo puedes pensar que no iba a buscarte, querido amigo, el esposo
de mi hermano, la persona que curó mis heridas y me rescató de la muerte? —le
soltó el hombro y habló con más desenfado—. Aunque borraste bien tus huellas.
Acabábamos de descubrir alguna pista, pero le había prometido a Zhou que
volveríamos a los seis meses.
—¡Señor,
que barulho! —dijo Heechul al entrar de espaldas desde la cocina, cargado con
la bandeja. Se volvió, vio a Henry y su rostro se iluminó—. Henry, mi amor.
¿Como está?
—¡Heechul!
—Henry corrió hacia él, lo liberó de la bandeja y lo envolvió en un abrazo. Los
dos intercambiaron saludos en rápido. Luego, con un brazo alrededor de Heechul,
y una mano en el hombro de Donghae, dijo:
—Venid
a la mansión a tomar el té. Debes enviar a alguien por tus cosas y quedarte con
nosotros. Y ¿dónde está el golfillo de mi sobrino?
¿La
mansión? El miedo empañó su alegría.
—¡No
podemos! Tu padre jamás... ¿Dónde está tu padre, Henry?
Una
mirada amarga asomó al rostro de Henry.
—¿Mi
padre? ¿No lo sabes? No hay duda de que tenemos muchas cosas de que hablar.
En
aquel momento, la nueva dependienta se acercó a la puerta, con las manos llenas
de sombreros.
—He
retirado estos del escaparate, joven lord Lau. ¿Le gustaría echarles un
vistazo? ¿Y a milord?
Lentamente,
Donghae se volvió hacia Henry.
—¿Milord?
Henry
desplegó una sonrisa pesarosa.
—A tu
disposición. Mi padre y su primogénito murieron víctimas de la fiebre el
invierno pasado, que Dios proteja sus negras almas. Así que los honores del
título recayeron sobre mi humilde persona —rió con aspereza—. ¿No es increíble?
Los dos deben de estar retorciéndose en sus tumbas.
Demasiado
sorprendido para articular palabra, Donghae lo miró de hito en hito. Su suegro
muerto. Muerto. Ya no supondría una amenaza para él. «No puede llevarse a Hyung».
Su hijo estaba a salvo.
Mientras
su aturdido cerebro intentaba asimilar aquella increíble noticia, el rostro
austero de Henry se suavizó con una sonrisa.
—Pero,
ya basta, me muero por tomar el té. Empaqueta la bandeja, Heechul. En el
carruaje podrás contarnos todas las novedades. Y explicarme cómo, después de
siete meses recorriendo todos los caminos de España, acabo encontrando a mi
precioso cuñado en una tienda de Londres.
Una
semana después, Donghae estaba reclinado sobre el respaldo de un sofá de satén
a rayas, en el saloncito de una elegante habitación de invitados de Lau’s Rook,
la residencia campestre de su cuñado.
Con
auténtico estilo militar, Henry había hecho caso omiso de sus protestas de no
poder abandonar Londres con su colección incompleta, y los había llevado a
todos: él, Heechul, Hyung, su tutor y la familia del tutor, a la mansión que el
conde tenía en el campo. Henry insistía en que necesitaba descansar y tomar el
aire, y que todos necesitaban tiempo para ponerse al día.
Donghae
apenas había dispuesto de un día para entregar sus bocetos a la costurera jefe,
meter ropa en una bolsa y enviar una nota a Kyuhyun antes de que Henry fuese a
recogerlos.
Con la
eficiencia de un oficial, Henry dispuso de todas las comodidades: cestas de
comida y jarras de té para el carruaje, ladrillos calientes para los pies,
platos humeantes y habitaciones privadas con chimenea en todas las paradas... A
veces, cuando vislumbraba a Henry de perfil, le recordaba tantísimo a Spencer
que el corazón le daba un vuelco. No sabía si era un bálsamo o una tortura
estar en aquella casa.
Una
casa que, en aquellos momentos, era de Henry. Era la primera vez que veía el
interior de Lau's Rook, pero recordaba vívidamente la primera vez que avistó la fortaleza
almenada. Spencer lo había dejado en la verja, mientras se dirigía a informar a
su padre de su inminente matrimonio. Donghae nunca olvidaría la expresión de su
rostro, fría y marcada, como las antiguas torres de piedra, al regresar con la
negativa de su padre. Sin apenas decir una palabra, se había ido al galope con él.
Ninguno de los dos miró atrás.
Pasó
un momento antes de que advirtiera que Henry había entrado, porque estaba al
pie del sofá, mirándole.
—¿Pensando
en lo mucho que ha cambiado todo? —preguntó con suavidad.
—Sí.
Qué diferentes eran las cosas hace seis años.
—Ya.
Los dos huyendo de papá como proscritos: él por casarse contigo, yo por
comprarnos nombramientos de oficiales en el ejército de Wellington.
Desheredados por luchar contra los franceses, en lugar de perseguir a herederas
que engrosaran las arcas familiares. Hicimos un juramento de sangre la noche después
de vuestra boda. ¿Lo sabías?
Donghae
negó con la cabeza.
—Juramos
cuidar el uno del otro... y de ti — continuó—. Uno para todos, ya sabes —su
tono cómico se tornó serio—. Pienso cumplir mi juramento.
—Henry,
estoy disfrutando de este descanso, y es maravilloso que Hyung sea por fin
parte de la familia, pero no puedo quedarme aquí, pegado a tus faldones. Ya
sabes en lo que me he convertido. No está bien visto que un tendero viva con el
conde de Lau. Perdona.
—¡Maldita
sea, no hay nada que perdonar! —explotó—. Nunca debiste verte en esa situación.
Todo esto es culpa de mi padre, y del tuyo. Ahora, yo tengo el dinero y el
poder, y pretendo encargarme de que recuperes todo lo que debió ser tuyo desde
el principio: riqueza, comodidades, la posición que te corresponde en
sociedad... Es lo que Spencer hubiese querido. ¿Te atreves a negarlo?
—
Supongo que no. Pero hay más posibilidades de que el mundo comparta la opinión
de tu padre que la tuya.
—Entonces,
tendremos que hacerles cambiar, ¿no? Porque no pienso renunciar a ti, Aiden. He
perdido a Spencer, no pienso perderte a ti también. Tú y Hyung sois mi familia,
así que vais a quedaros.
Una
familia. Un hogar. ¿Desde cuándo llevaba prescindiendo de ambos? Mientras tuvo
a Spencer, aquella carencia no le importó.
Recordó
los días felices en España y Portugal, a Henry riendo y charlando, compartiendo
sus comidas frugales. Pensó en introducir a Hyung de forma permanente en aquel
círculo de afecto. Henry le estaba ofreciendo lo que, a pesar de su profundo
amor, él no podía proporcionar a su hijo.
La
emoción le cerró la garganta cuando Henry le abrió los brazos. Cegado por las
lágrimas, fue a su encuentro.
Pasado
un momento, Henry lo soltó. Donghae alzó la vista ... y sorprendió la mirada del
esposo de Henry. A juzgar por la expresión angustiada de su semblante pálido, debía de
haber presenciado el abrazo.
Henry
pasó un brazo con naturalidad por los hombros de su esposo.
—Zhou,
le estoy diciendo a Aiden que él y Hyung deben vivir a partir de ahora con
nosotros.
¿Hubo
un momento de vacilación?
—Sí,
por supuesto. Los lazos de sangre —el esposo de Henry enfatizó la palabra—
deben estrecharse todo lo posible.
Y Donghae
era un pariente, ligado a ellos solo por el matrimonio... ¿era eso lo que
insinuaba su cuñado? Por muy tentador que fuese el ofrecimiento de Henry, no lo
aceptaría si tenía que pagar el alto precio de la hostilidad de su esposo.
—Zhoumi,
debes hacerle comprender que un tendero... un antiguo tendero —reconoció,
adelantándose a la protesta inmediata de Henry—, no tiene cabida en la casa de
un conde. Provocaría un sinfín de comentarios bochornosos.
Su
cuñado abrió los labios, luego los cerró.
—Estoy
seguro de que Henry sabe lo que quiere —dijo por fin. Henry le dio un apretón.
—Bien,
Zhou, ayúdame a convencerlo. Recuperarás tu puesto entre la nobleza, Aiden, no
temas. Zhou no ha sido formalmente presentado todavía como mi joven conde,
pero...
¡Ah,
ya lo tengo! Debemos ofrecer un gran baile y presentaros a los dos juntos.
Donghae
se quedó boquiabierta y Zhoumi pareció afligido.
—¿Presentarme?
¡Henry, has perdido el juicio!
Tal
vez el soldado rebelde no se hubiera amansado del todo, porque el peligroso
destello que, en momentos del pasado, precedía a una acción alocada volvió a
brillar en sus ojos.
—Ahora
soy el conde de Lau, y tú eres mi cuñado, el joven viudo de un oficial que
murió luchando por Inglaterra. ¿Quién puede tener más derecho a codearse con la
elite de la sociedad?
—¿Y
qué me dices de las damas y jóvenes a los que he atendido, que han comprado mis
sombreros? ¿Crees que me invitarán a sus salones o pondrán el pie en el mío?
Sería el hazmerreír, Henry. Y todo este asunto provocaría chismes y
especulaciones que serán dolorosos para Zhoumi. No puedes pedirle que haga
esto.
—Ah,
mi Zhoumi se atreve con cualquier cosa, ¿verdad, cariño?
Su
cuñado estaba jugando con un mechón rubio. Miró a Donghae, a su esposo, y
luego, a Donghae otra vez. Tras humedecerse los labios, dijo en tono
inexpresivo:
—Haré
lo que Henry desee.
—Este
es mi chico —plantando un rápido beso en la mejilla de su esposo, Henry se
alejó hacia la puerta—. Entonces, no hay objeciones. Debéis disculparme, tengo
que firmar unos endiablados papeles. Pero en seguida me pondré manos a la obra
con la logística de vuestra presentación. Todo el que se precie de ser alguien
en Londres estará invitado —Henry dio una palmada, con expresión gozosa—. Lo
que daría porque Spencer estuviese presente cuando recibamos a nuestros ruidosos
camaradas del ejército en el mausoleo de mármol que es la casa de nuestro
padre...
Todavía
riendo entre dientes, Henry salió de la habitación. Zhoumi hizo intención de
seguirlo, pero Donghae extendió el brazo para detenerlo.
A
pesar de la insistencia de Henry, era demasiado evidente que su cuñado distaba
de estar entusiasmado con su presencia. Aunque quisiera una familia para Hyung,
no se quedaría a no ser que Zhoumi los aceptara. Mejor zanjar aquel asunto,
antes de que el diligente Henry llevara sus planes demasiado lejos.
—Por
favor, ¿no te importaría tomar el té conmigo? Apenas hemos tenido oportunidad
de hablar, y me encantara conocerte mejor.
Zhoumi
lo miró como si deseara negarse, pero era demasiado cortés para hacerlo. Con
evidente desgana, aceptó y ocupó la silla que Donghae le indicaba.
—Ante
todo, quiero felicitarte de nuevo por tu matrimonio —dijo Donghae unos momentos
después, mientras le entregaba una taza—. El Henry que conocía era un granuja
encantador, pero parecía inflexible en su decisión de no casarse nunca. Debes
de ser una persona muy especial para haberle hecho cambiar de idea.
La
sorpresa agrandó los ojos de Zhoumi.
—Gra...
gracias —balbució—. Aunque debo confesar que no soy nada fuera de lo normal.
—Al
contrario. Henry me describió vuestro viaje, y te aseguro que conozco
perfectamente la clase de comodidades que un noble joven ingles puede encontrar
en los pueblos por los que pasasteis. Para haber sobrevivido a esa odisea con
el juicio intacto, debes de tener mucho ingenio y un gran sentido del humor.
La
rigidez de Zhoumi se suavizó un poco.
—Fue
toda una ... aventura, la verdad —reconoció con una leve sonrisa.
Impulsivamente, Donghae se inclinó hacia delante para estrechar sus manos.
— ¡Me
alegro tanto por los dos! Henry es una persona muy querida para mí, uno de mis
mejores amigos, y siempre deseé que encontrase a la persona idónea a la que
amar.
La
sonrisa de Zhoumi se disipó.
—Henry
te tiene en mucha estima, desde luego. Durante meses no oí más que historias
sobre el hermoso, intrépido e ingenioso Aiden.
Donghae
gimió. ¡No era de extrañar que su cuñado lo tomara por un rival! ¡Qué metepatas
estaba hecho Henry!
—Cielos,
menudo tostón. Como bien sabrás, a los militares les encanta parlotear sobre
sus camaradas y las campañas. Imagino que, debido al acecho constante de la
muerte, los lazos que uno crea con sus compañeros se hacen especialmente
fuertes.
Zhoumi
se limitó a asentir. Donghae hizo una pausa para reflexionar. ¿Cómo convencerlo
de lo que el tiempo demostraría por sí solo ... que no constituía una amenaza
para él? Quizá, una vez más, lo mejor seria apelar a la sinceridad.
—Perdóname
si hablo con franqueza, pero sé que debes de estar preocupado por mi relación
con Henry. Te ruego que creas que, aunque es el hermano de Eunhyuk y los dos se
asemejan en algo, mis sentimientos hacia él, y los suyos hacia mí, son por
entero fraternales.
Por
primera vez, Zhoumi lo miró directamente a los ojos, como si quisiera sopesar la
veracidad de aquella afirmación.
—Me
gustaría creerlo.
—Otro
rasgo de los militares que, sin duda, conocerás es que, cuando toman una
decisión, resulta terriblemente difícil disuadirlos.
Por
primera vez, Zhoumi desplegó una sonrisa genuina.
Capítulo intrigante y dudoso...
ResponderEliminarMe alegro que Henry haya encontrado a Hae y así,él pueda tener a Hyung con él,darle una familia y que tenga a alguien que represente el lado de su padre.
Esperemos esa fiesta...
QUE BIEN MI HENRY CON EL GUAPO ZHOUMI JUNTOS TONTO MONITO
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