NUEVA ORLEÁNS
EL DÍA DESPUÉS DE MARDI GRAS
Yesung se reclinó en su asiento mientras el helicóptero
despegaba. Se iba a casa, a Alaska.
Sin duda moriría allí.
Si Artemisa no lo mataba, entonces estaba seguro que
Dionisio lo haría. El dios del vino y el exceso había sido muy explícito en su
desagrado sobre la traición de Yesung, y en lo que tenía intención de hacerle
como castigo.
Por la felicidad de Lee Sungmin, Yesung se había cruzado
en el camino del dios, quien se aseguraría de hacerle sufrir aún peores
horrores que aquellos vividos en su pasado humano.
No era que a él le importase. No había mucho en la vida o
la muerte por lo que Yesung alguna vez se hubiera preocupado.
Todavía no sabía por qué había puesto su trasero en la
línea por Kyuhyun y Sungmin, aparte del hecho de que joder a las personas era
lo único que verdaderamente le daba placer.
Su mirada cayó a la mochila que estaba a sus pies.
Antes de percatarse lo que hacía, sacó el tazón, hecho a
mano, que Sungmin le había dado y lo sostuvo entre sus manos.