Esclavo de Amor- Capítulo 28



Hyukjae dejó de mirar el hueco de la puerta y clavó los ojos en Donghae.

— Donghae, yo…

— Cállate, Hyukjae —le ordenó; no quería perder más tiempo— y enséñame cómo quieren los dioses que un hombre ame a una pareja.

Diciendo esto, lo agarró por la cabeza y lo acercó para darle un beso apasionado y profundo.

Él se lo devolvió con ferocidad, y con un poderoso y magistral envite se introdujo en su cuerpo.

Echó la cabeza hacia atrás y gruñó cuando el húmedo cuerpo de Donghae le dio la bienvenida, envolviéndolo con su calidez. El impacto que sufrieron sus sentidos fue tan poderoso que se estremeció de la cabeza a los pies. Por los dioses, era mucho mejor de lo que había imaginado.

Recordaba las palabras que le había dirigido.

«No quiero vivir sin ti, Hyukjae. ¿Lo entiendes? No puedo vivir sin ti.»


Con la respiración entrecortada, lo miró a la cara y quedó subyugado al sentir a Donghae, cálido y estrecho, alrededor de su verga. Deslizó la mano por su brazo, hasta capturar su mano y aferrarla con fuerza.

— ¿Te estoy haciendo daño?

— No —le contestó con una mirada tierna y sincera. Se llevó la mano de Hyukjae a los labios y la besó—. Jamás me harás daño estando conmigo.

— Si lo hago, dímelo y me detendré.

Donghae lo rodeó con los brazos y las piernas.

— Si se te ocurre sacarla antes del amanecer te perseguiré durante toda la eternidad para darte una paliza.

Hyukjae se rió; no le cabía la menor duda.

Donghae le pasó la lengua por el cuello y se deleitó al sentir cómo vibraba entre sus brazos.

Él alzó las caderas, muy lentamente, torturándolo con el movimiento y, sin previo aviso, se hundió en él con tanta fuerza que Donghae creyó morir de placer.

Contuvo el aliento al sentirlo por completo dentro. Era una sensación increíble. Era maravilloso sentir las embestidas de ese cuerpo ágil y fuerte.

Cerró los ojos y disfrutó del movimiento de los músculos de Hyukjae, que se contraían y se relajaban sobre su cuerpo. Entrelazó las piernas con las suyas.

Jamás había sentido algo parecido. Se limitaba a respirar y a expresar con su cuerpo el amor que sentía por él. Era suyo. Aunque luego le abandonara, disfrutaría de este momento de gloria junto a él.

Extasiado por el peso de su cuerpo sobre él, le pasó las manos por la espalda hasta llegar a las caderas y lo empujó, incitándolo a ir más rápido.

Hyukjae se mordió los labios cuando sintió que Donghae le clavaba las uñas en la espalda. ¿Cómo era posible que unas manos tan pequeñas tuvieran el poder de vencerlo?

Jamás lo entendería; como tampoco entendería por qué lo amaba. Se lo agradecía en el alma.

— Mírame, Donghae —le dijo, hundiéndose profundamente en él de nuevo—. Quiero ver tus ojos.

Donghae obedeció. Hyukjae tenía los ojos entrecerrados y, por su modo de respirar y la expresión de su rostro, supo que estaba disfrutando de cada certera embestida. Sentía cómo se le contraían los abdominales cada vez que se movía.

Alzó las caderas para salir al encuentro de los furiosos envites. Nada podía ser mejor que tener a Hyukjae sobre él, besándolo con pasión y deslizándose dentro y fuera de su entrepierna.

Cuando creyó que ya no podría resistirlo más, su cuerpo estalló en miles de estremecimientos de placer.

— ¡Hyukjae! —gritó, arqueando más su cuerpo hacia él—. ¡Sí, oh, sí!

Él se hundió el fondo y permaneció inmóvil, observándole mientras los músculos de su entrada se contraían a su alrededor.

Cuando abrió los ojos, se encontró con su diabólica sonrisa.

— Te ha gustado eso, ¿verdad? —le preguntó, mostrando sus hoyuelos y rotando sus caderas para que lo sintiera dentro.

A Donghae le costó un enorme esfuerzo no gemir de placer.

— Ha estado bien.

— ¿Bien? —le preguntó con una sonrisa—. Creo que tendré que seguir intentándolo.

Se dio la vuelta y lo arrastró consigo, con cuidado de que su miembro no lo abandonara.

Gimió al encontrarse sobre él. La mirada de puro gozo que transmitían sus ojos fue mucho más placentera para Donghae que sentirlo en su interior. Sonriendo, alzó las caderas y las bajó para absorberlo por entero.

Lo sintió estremecerse.

— Te ha gustado eso, ¿verdad?

— Ha estado bien. —Pero la voz estrangulada traicionaba su tono despreocupado.

Donghae soltó una carcajada.

Hyukjae alzó las caderas en ese momento y se introdujo aún más en él.

Donghae siseó de placer al sentir que lo llenaba por entero. Al sentir la dureza de su cuerpo y la fuerza que ostentaba. Y aún quería más. Quería ver el rostro de Hyukjae cuando llegase al clímax. Quería ser él el que le diera lo que hacía siglos que no experimentaba.

— Si seguimos a este ritmo vamos a estar extenuados cuando llegue el amanecer, ¿lo sabías? —le dijo él.

— No me importa.

— Pero te vas a sentir dolorido.

Donghae contrajo los músculos de su entrada para rodearlo con más fuerza.

— ¿Ah, sí?

— En ese caso… —él deslizó la mano muy lentamente por el cuerpo de Donghae hasta llegar a su ombligo, y bajó aún más a su entrepierna para acariciarle el miembro.

Se mordió los labios mientras los dedos de Hyukjae jugueteaban, acoplándose al ritmo que imponían sus caderas. Cada vez más rápido, más hondo y con más fuerza.

Lo cogió por la cintura y lo ayudó a seguir el frenético ritmo. Cómo deseaba poder abandonar el cuerpo de Donghae el tiempo suficiente como para enseñarle unas cuantas posturas más. Pero no les estaba permitido.

Por ahora.

Pero cuando llegara el amanecer…
Sonrió ante la perspectiva.

Donghae perdió la noción del tiempo mientras sus cuerpos se acariciaban y se deleitaban en su mutua compañía. Sintió que la habitación comenzaba a girar bajo sus expertas caricias, y se dejó llevar por la maravillosa sensación de expresar el amor que sentía por él.

Los dos estaban cubiertos de sudor, pero no dejaron de saborearse; seguían disfrutando de la pasión que al fin compartían.

Esta vez, cuando Donghae se corrió, se desplomó sobre él.

La profunda risa de Hyukjae reverberó por su cuerpo mientras pasaba sus manos por su espalda, sus caderas y por sus piernas.

Donghae se estremeció.

Estaba extasiado por el hecho de tener a Donghae desnudo y tumbado sobre él. Sentía sus torsos pegados. Su amor por él brotaba de lo más hondo de su alma.

— Podría quedarme así tumbado para siempre —dijo en voz baja.

— Yo también.

Lo rodeó con los brazos y lo atrajo aún más hacia él. Notó cómo sus caricias se ralentizaban y su respiración se hacía más relajada y uniforme.

En unos minutos estuvo completamente dormido.

Lo besó en la cabeza y sonrió mientras se aseguraba de que su miembro no abandonara el lugar donde debía estar.

— Duerme precioso —susurró—. Aún falta mucho para el amanecer.



Donghae se despertó con la sensación de tener algo cálido que lo llenaba por completo. Cuando comenzó a moverse, fue consciente de unos brazos fuertes como el acero que lo inmovilizaban.

— Con cuidado —le advirtió Hyukjae—. No la saques.

— ¿Me quedé dormido? —balbució, sorprendido de haber hecho tal cosa.

— No importa. No te perdiste gran cosa.

— ¿De verdad? —le preguntó meneando las caderas y acariciándolo con todo el cuerpo.

Él soltó una carcajada.

— Vale, de acuerdo. Te perdiste un par de cosillas.

Se incorporó y lo miró a lo ojos. Trazó la línea de la mandíbula, levemente áspera por la barba incipiente, con un dedo que Hyukjae capturó y mordisqueó en cuanto llegó a los labios.

Súbitamente, él se incorporó y se quedó sentado con él en su regazo.

— Mmm, me gusta —dijo Donghae mientras le pasaba las piernas alrededor de la cintura.

— Mmm, sí —convino él y comenzó a mover suavemente las caderas.

Bajando la cabeza, lamió un duro pezón. Jugueteó y lo torturó dulcemente antes de soplar sobre la humedecida piel, que se erizó bajo su cálido aliento.

Donghae acunó su cabeza, acercándolo aún más, completamente extasiado por sus caricias. En ese momento se dio cuenta de que el cielo comenzaba a clarear.

— ¡Hyukjae! —exclamó—. Está amaneciendo.

— Lo sé —le contestó, tumbándolo de espaldas sobre la cama.

Lo miró a los ojos mientras se acomodaba sobre él sin dejar de mover las caderas.

Lo contemplaba totalmente hechizado. Percibía su ternura y su amor. Nadie lo había conocido como él y jamás habría creído posible que alguien pudiese lograrlo. Lo había acariciado en un lugar que nadie había tocado antes.

En el corazón.

Y entonces anheló mucho más. Desesperado por tenerle por completo, siguió moviéndose dentro.

Necesitaba más.

Donghae lo envolvió con sus brazos y enterró el rostro en su hombro al sentir que aceleraba el ritmo de sus envites. Más y más rápido, más y más fuerte; hasta que se quedó sin aliento por el frenético ritmo.

De nuevo, el sudor los cubría. Donghae lamió el cuello de Hyukjae, embriagado por sus gemidos. Él siseó de placer.

Y todavía seguía hundiéndose en él, una y otra vez, hasta que Donghae pensó que no podría soportarlo más.

Le clavó los dientes en el hombro mientras alcanzaba el orgasmo rápida y salvajemente. Hyukjae no disminuyó sus acometidas cuando Donghae se tumbó sobre el colchón.

Se mordió el labio con fuerza y se movió aún más rápido, haciendo que se corriera de nuevo, y esta vez con más intensidad que la anterior.

Justo cuando el primer rayo de sol atravesaba los ventanales de la habitación, escuchó que Hyukjae gruñía y lo vio cerrar los ojos.

Con un envite profundo y certero, se derramó en él y todo su cuerpo se convulsionó entre los brazos de Donghae.

Hyukjae era incapaz de respirar y la cabeza le daba vueltas a causa del éxtasis que acaba de sentir; la intensidad de su orgasmo había sido increíble. Le dolía todo el cuerpo, pero aún así, no recordaba haber experimentado con anterioridad semejante placer. La noche pasada lo había dejado exhausto, y estaba agotado por las caricias de Donghae.

Habían roto la maldición.

Alzó la cabeza y vio que Donghae le sonreía.

— ¿Ya está? —le preguntó.

Antes de que pudiera contestar, el brazo comenzó a dolerle como si le estuvieran marcando con un hierro candente. Siseando, se apartó de él y lo cubrió con la mano.

— ¿Qué pasa? —le preguntó Donghae al ver que se alejaba.

Perplejo, observó cómo un resplandor anaranjado le cubría todo el brazo. Cuando apartó la mano, la inscripción griega había desaparecido.

— Ya está —balbució Donghae—. Lo conseguimos.

La sonrisa se borró del rostro de Hyukjae.

— No —dijo él, rozándole la mejilla con los dedos—. Tú lo hiciste.

Riéndose, Donghae se arrojó en sus brazos. Él le abrazó con fuerza mientras se besaban en un caótico frenesí.

¡Ya había acabado!

Era libre. Por fin, después de tantos siglos, volvía a ser un hombre mortal.

Y era Donghae el que lo había conseguido. Su fe y su fortaleza habían revelado lo mejor de sí mismo.

El lo había salvado.

Donghae volvió a reírse y giró en la cama hasta quedar encima de él.

Pero la alegría le duró poco ya que otro destello, aún más brillante que los anteriores, atravesó la habitación.

Su risa murió al instante. Percibió la malévola presencia antes de que Hyukjae se tensara entre sus brazos.

Sentándose en la cama, obligó a Donghae a ponerse tras él y se colocó entre él y el apuesto hombre que los observaba desde los pies de la cama.

Donghae tragó saliva cuando vio al hombre alto y moreno que los miraba furioso. Estaba claro que tenía todas las intenciones de matarlos allí mismo.

— ¡Bastardo engreído! —gritó el hombre—. ¡Cómo te has atrevido a pensar que puedes ser libre!

Al instante, Donghae supo que estaba ante el mismísimo Príapo.

— Déjalo, Príapo —le contestó Hyukjae con una nota de advertencia en la voz —. Ya ha acabado todo.

Príapo resopló.

— ¿Crees que puedes darme órdenes? ¿Quién te crees que eres, mortal?

Hyukjae sonrió con malicia.

— Soy Hyukjae de Macedonia, de la Casa de Diocles de Esparta, hijo de la diosa Afrodita. Soy el Libertador de Grecia, Macedonia, Tebas, Punjab y Conjara. Mis enemigos me conocían como Augustus Julius Punitor y temblaban ante mi simple presencia. Y tú, hermano, eres un dios menor y poco conocido, que no significaba nada para los griegos y al que los romanos apenas si tomaron en cuenta.

La ira del infierno transfiguró el rostro de Príapo.

— Es hora de que aprendas cuál es tu lugar, hermanito. Me quitaste a la mujer que iba a dar a luz a mis hijos y que aseguraría la inmortalidad de mi nombre. Ahora yo te quitaré a tu pareja.

Hyukjae se arrojó sobre Príapo, pero ya era demasiado tarde. Había desaparecido llevándose a Donghae.



En un abrir y cerrar de ojos, Donghae pasó de estar sentado desnudo en su habitación a encontrarse tumbado en un lecho circular, situado en una estancia que tenía todo el aspecto de ser la tienda de un harén en mitad de un desierto. Estaba cubierto por una pieza de seda de color rojo intenso, tan liviana y suave que se escurría sobre su piel como si se tratara de agua.

Intentó moverse pero no pudo. Aterrorizado, abrió la boca para gritar.

— No te molestes —le recomendó Príapo, acercándose al lecho. Deslizó los ojos sobre su cuerpo con una hambrienta mirada, justo antes de subir a la cama y colocarse de rodillas al lado de Donghae—. No puedes hacer nada a menos que yo lo desee. —Le pasó un dedo, huesudo y frío, por la mejilla, como si quisiera comprobar la textura y la calidez de su piel—. Entiendo por qué te desea Hyukjae. Tienes fuego en la mirada. Inteligencia. Valor. Es una pena que no hayas nacido en la época del Imperio Romano. Podrías haberme proporcionado innumerables campeones que lideraran mis ejércitos.

Príapo suspiró mientras su mano descendía hasta el hueco de la garganta de Donghae.

— Pero así es la vida y así son los caprichos de las Parcas. Supongo que tendré que conformarme con utilizarte hasta que me canse de ti. Si me complaces hasta que llegue ese momento, puede que después permita que Hyukjae se quede contigo. En el caso de que te siga queriendo después de que mis hijos hayan estropeado tu cuerpo.

Sus ojos ardían de deseo, y Donghae no podía dejar de temblar bajo su escrutinio.

El egoísmo de Príapo le resultaba increíble. Al igual que su vanidad. Quiso hablar, pero él se lo impidió.

¡Cielo santo! ¡Tenía poder absoluto sobre él!

Una fuerza invisible lo alzó para colocarlo de espaldas sobre los almohadones mientras Príapo se quitaba la túnica.

Los ojos de Donghae se abrieron como platos al verle desnudo y con una erección completa. El terror lo asaltó de nuevo.

— Ahora puedes hablar —le dijo mientras se acercaba para recostarse junto a él.

— ¿Por qué quieres hacerle esto a Hyukjae?

La ira oscureció los ojos del dios.

— ¿Que por qué? Ya lo escuchaste. Su nombre era reverenciado por todo aquél que lo escuchaba, mientras que el mío apenas si se pronunciaba aun en los templos de mi madre. Incluso ahora se burlan de mí. Mi nombre se ha perdido en la antigüedad, al contrario que su leyenda, que se cuenta una y otra vez a lo largo y ancho del mundo. Pero yo soy un dios y él no es otra cosa que un bastardo a quien ni siquiera le está permitido habitar en el Olimpo.

— Aparta las manos de él. Siempre has sido tan inútil que has acabado relegado en el olvido. Ni siquiera mereces limpiarle los zapatos.

El corazón de Donghae comenzó a latir más rápido al escuchar la voz de Hyukjae. Alzó la cabeza de entre los almohadones y lo vio justo al pie del estrado donde estaban ellos. Sólo llevaba puestos los vaqueros e iba armado con el escudo y la espada.

— ¿Cómo…? —preguntó Príapo mientras bajaba de la cama. Hyukjae le dedicó una perversa sonrisa.

— La maldición ha desaparecido y estoy recuperando mis poderes. Ahora puedo localizarte e invocarte. A cualquiera de vosotros.

— ¡No! —gritó Príapo, y al instante, apareció cubierto por su armadura.

Donghae luchó por librarse de aquella fuerza que lo mantenía inmovilizado mientras Príapo cogía su espada y su escudo, situados en la pared en la que se apoyaba el lecho, y atacaba a Hyukjae.

Hipnotizado por el espectáculo, observó cómo luchaban los dos hermanos.

Jamás había visto nada semejante. Hyukjae giraba ágilmente, como si estuviese ejecutando una macabra danza que devolviera los golpes de Príapo, uno por uno. El suelo y la cama temblaban por la intensidad de la lucha.

No era de extrañar que Hyukjae hubiese llegado a ser un personaje legendario.

Pero tras unos minutos, vio cómo se tambaleaba y bajaba el escudo.

— ¿Qué te pasa? —se burló su hermano, utilizando el escudo para empujarlo—. ¡Ah, lo olvidaba! Puede que la maldición haya desaparecido, pero aún estás debilitado. Tardarás días en recuperar toda tu fuerza.

Hyukjae meneó la cabeza y alzó el escudo.

— No necesito toda mi fuerza para acabar contigo.

Príapo se rió.

— Valientes palabras, hermanito. —Y bajó la espada, que se estrelló directamente sobre el escudo de Hyukjae.

Donghae contuvo el aliento mientras observaba cómo los golpes comenzaban de nuevo.

Justo cuando pensaba que Hyukjae iba a ganar, Príapo utilizó una táctica para desestabilizarlo: dejó que ganara terreno. Tan pronto como Hyukjae perdió la protección de la pared en uno de sus flancos, Príapo blandió la espada y la hundió en el vientre de su hermano. Hyukjae dejó caer su espada.

— ¡No! —gritó Donghae, aterrado.

Con el rostro transfigurado por la incredulidad, Hyukjae se tambaleó hacia atrás, pero no pudo ir muy lejos con la espada de Príapo hundida en su cuerpo y su hermano aún sosteniéndola.

— Vuelves a ser humano —le espetó mientras hundía la espada un poco más y retorcía la hoja. Levantó un pie para apoyarlo en la cadera de Hyukjae y le dio una patada.

Libre de la espada, Hyukjae trastabilló y cayó. Su escudo resonó con fuerza al golpear el suelo, justo a su lado.

Príapo no dejó de reír mientras se aproximaba a Hyukjae.

— Es posible que ningún arma humana pueda acabar contigo, hermanito, pero no eres inmune a un arma inmortal.

La fuerza que inmovilizaba a Donghae despareció en ese instante, liberándolo. Tan rápido como pudo, cruzó la habitación hasta llegar junto a Hyukjae, que yacía en un charco de sangre. Respiraba de forma laboriosa y no dejaba de temblar.

— ¡No! —sollozó Donghae mientras sostenía su cabeza en el regazo. Contemplaba, horrorizado, la herida abierta en su costado.

— Mi precioso Donghae —dijo Hyukjae, mientras alzaba una mano ensangrentada para rozarle la mejilla.

Él limpió la sangre que manaba de sus labios.

— No me abandones, Hyukjae —rogó.

Él hizo una mueca de dolor, dejó caer la mano y luchó por respirar.

— No llores por mí, Donghae. No lo merezco.

— ¡Sí lo mereces!

Él negó con la cabeza y entrelazó sus dedos con los suyos.

— Has sido mi salvación, Donghae. Sin ti, jamás habría conocido lo que es el amor. —Tragó y se llevó la mano al corazón—. Y nunca habría vuelto a ser quien fui.

Donghae observó cómo la luz desaparecía de sus ojos.

— ¡No! —volvió a gritar, acunando su cabeza sobre el pecho—. ¡No, no, no! No puedes morir. Así no. ¡¿Me oyes Hyukjae?! Por favor… ¡No te vayas! ¡Por favor!

Lo abrazó con fuerza mientras la agonía que invadía su corazón y su alma brotaba en forma de lágrimas.


3 comentarios:

  1. O__O
    de verdad Hae lo salva para que después se desvanezca en un charco de sangre ¿?
    ay no inventes! esto no quedara a así!!! ¬¬
    Hae~ haz algo!!! ahhh Nooo!!! Hyuk~ no te atrevas a morir pedazo de cosa...no ahora que la maldición se fue!!! don hp esta la madresita de estos dos~ ¬¬
    ahhh Nooo...moriré esperando el próximo capitulo! Y__Y

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  2. No puedo creer que haya pasado todo esto, creo que estoy en shock. Como es posible?? de verdad pensé que por fin las cosas saldrían bien y aparece ese hijo de su mamá, con el perdón de afrodita xD, de Príapo >_< cómo puede hacerle algo así a su propio hermano. Ni Hyuk, ni Hae merecen lo que está pasando. NO ES JUSTO

    Sufro, sufrí y seguiré sufriendo mientras espero el nuevo cap.

    Gracias por la actu...-se va a seguir sufriendo-

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  3. Todo precioso........la madre de Hyukae sirvio para algo y por fin pudieron romper la maldición.....no pueden ser más felices
    pero como siempre tenia que llegar alguien a arruinar el precioso momento.....carajos,ese priapo merece castigo de lo dioses,hace su santa voluntad y ahora quiere matar a su hermano
    o sea,todo lo que ha pasado hyuk y hae,rompen la maldición y este viene a herirlo de esa manera....dios

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yota´s news : De regreso?

 Buenas tardes a todas las lectoras. Después de un año  y casi 4 meses regreso a saludarlas y comentarles nuevas.  Me gustaría decirle...