Tu Mi Destino- Capítulo Final



Junjin apretó los dientes contra el dolor de viajar a la Tierra. El vapor se elevaba de su piel y mantuvo su concentración hasta que la brillante puerta se cerró tras él.

La Piedra Centinela era suave y sólida bajo sus dedos, su dentada talla mordiéndole el costado cuando su peso cayó contra ello. Cuando la última luz del portal se desvaneció, Junjin se dejó ir y se deslizó hacia la suave hierba a sus pies.

Era de noche, por supuesto. Ellos sólo podían ir allí de noche. La luz del sol se plegaba a las órdenes del Trot, y rebelaría la entrada de un hijo errante igual que él, tan seguro como si estuviesen de pie en la misma habitación. Sólo el cuidadoso cálculo y planificación aseguraría que ninguno de los hombres que viajaban allí con Junjin hiciera caer la mirada del Trot.

Cuando los sentidos de Junjin comenzaron a funcionar otra vez, captó la esencia del polvo y la frescura de la hierba. Oyó voces en la distancia, aunque si eran humanos o Centinelas no podía asegurarlo. El cielo estaba oscuro, las estrellas ocultas por el cercano brillo de la iluminación humana.

Junjin bizqueó para centrar su enfoque y reconocer las fuertes líneas de la SM surgiendo a sólo unas yardas de distancia.

Sus cálculos habían sido correctos. Había entrado a través de la Piedra Centinela correcta. Ahora todo lo que tenía que hacer era descubrir exactamente cuándo había llegado.


Aquellas voces se elevaban, las guturales palabras en inglés le taladraban los oídos. Junjin se puso en pie a tiempo de ver que una multitud de Suju armados se dirigían directamente hacia él.

Sabiendo que eso podía acabar mal para todos los involucrados, Junjin alzó las manos, mostrándolas desnudas de armas.

Los hombres se reunieron alrededor, sus espadas brillando bajo la luz de la simple luna.

—¿Quién eres? —exigió el hombre al frente.

Tenía un rostro curtido y brillantes ojos azules sombreados con pena.

—Soy el Príncipe Junjin, hijo del Trot —dijo, su boca entorpecida por los agudos bordes de su lenguaje.

Una abundante cantidad de ojos que lo miraban con sospecha se cerró en él.

—¿Cómo llegaste aquí? —preguntó el hombre.

—Llegué a través de la Piedra Centinela.

Los cuerpos de los hombres se dividieron, permitiendo paso a un hombre. Tenía el pelo negro y llevaba una túnica gris. Su presencia llenó el espacio abierto cuando sus ojos negros cayeron una vez sobre él. La luceria alrededor de su garganta brillaba, marcándolo como una de las creaciones de su padre.

Junjin inclinó la cabeza.

—Mi señor —dijo, imbuyendo su tono con respeto.

El hombre que había estado interrogando a Junjin dio un protector paso más cerca del recien llegado, obviamente su compañero.

—¿Por qué estás aquí? —exigió.

Demasiadas razones para nombrarlas, así que Junjin se enfocó en la más importante en su mente.

—Sentí que mis hijos estaban aquí. Tenía la esperanza de posar los ojos sobre ellos.

Los labios del hombre se dividieron en shock.

—¿Hijos?

—Sí. ¿Están aquí? —preguntó Junjin.

—Yo soy Changmin, el Caballero Gris —dijo—. Si tus hijos están aquí, puedes verlos. ¿Cuáles son sus nombres?

Los extraños, nombres humanos cayeron fácilmente a sus labios, aunque nunca los había dicho en voz alta en su propio hogar por temor a que su padre los oyera.

—Hae, Leeteuk y Minnie.

Un jadeó se elevó desde la parte de atrás del grupo, y un hombre dio un paso adelante. La gentil curva de su mejilla, tan parecida a la de su madre, hizo que sus dedos le dolieran por estirarse y tocarlo para ver si era real. La luceria en su garganta era de un rico y fiero rojo.

Junjin no lo había visto nunca antes, pero sabía en ese instante que era de su sangre. Su hijo.

—Soy Leeteuk —dijo él, su voz suave vacilante con emoción.

Junjin se tambaleó hacia delante, su cuerpo torpe por el físico peaje que le había cobrado el viaje.

Un oscuro hombre al lado de Leeteuk levantó su espada e interpuso su cuerpo de modo que escudó el de Leeteuk.

—Quédate atrás —le advirtió, su boca tensa con la rabia.

—Perdonad mi falta de modales —rogó él—. No tenía intención de asustar a ninguno de ustedes.

—Déjame ir, Kangin —dijo Leeteuk—. No va a hacerme daño.

La muchedumbre a su alrededor empezó a crecer, y susurrantes voces repitieron a los recién llegados lo que había pasado.

Leeteuk extendió su mano y Junjin vio que temblaba.

—¿De dónde vienes? —preguntó Leeteuk.

—Athanasia.

Changmin silbó y retiró la mano de Leeteuk.

—Mentiroso. La puerta está cerrada.

—No para mí. Ni para ninguno de mis hermanos que ya pasaron a través de éste mundo.

Changmin no le creía. Podía ver su desconfianza brillando en su rostro.

—¿Por qué vienes ahora? —le preguntó.

—Están perdiendo la guerra contra los Sasaengs. La cólera de mi padre excluyó el portal cerrándolo, pero algunos de nosotros sabemos la locura en eso. Sabemos que si los Centinelas caen, no quedará nada entre nosotros y los Sasaengs. Nos hemos vuelto débiles en nuestra decadencia. Nos destruirían.

La voz de Changmin temblaba con rabia.

—Así que, ¿vienes aquí para rogarnos que los ayudemos? ¿Para elevar nuestra moral de modo que peleemos con más fuerza? ¿Realmente creéis que queremos sacrificar más a favor de vosotros que nos rechazáis?

El corazón de Junjin se dolió oyendo la amargura que vomitaba ese hombre. Sólo la profunda pérdida creaba una rabia como la suya. Una pérdida que Junjin conocía demasiado bien.

—¿Cuántos de tus hijos han muerto? —preguntó él con voz tierna.

Changmin apretó la mandíbula, pero vio el brillo de las lágrimas iluminando sus negros ojos por un mero segundo antes de que la cólera los quemara.

—Vuelve por dónde has venido. No te necesitamos aquí.

—Pero lo hacéis —dijo Junjin, mirando a los desesperados hombres reunidos a su alrededor—. Vuestros hombres están muriendo, y mis hermanos y yo hemos estado trabajando durante mucho tiempo para salvaros.

El hombre vinculado a Changmin lo captó a la primera.

—Habéis venido aquí y os habéis acostado con mujeres humanas, ¿no es verdad?

Junjin asintió.

—Hemos engendrado hijos. Es difícil saber cuántos desde que no podemos viajar aquí a menudo, y el tiempo pasa mucho más rápidamente aquí en la Tierra.

—Mi madre —susurró Leeteuk—. ¿Tuviste con ella una aventura de una sola noche?

Junjin frunció el ceño ante el término, sin entenderlo.

—Estuve con tu madre, si eso es lo que quieres decir. Y viéndote a ti aquí, un hombre adulto… Me encontré con ella hace sólo unos meses. Si hubieses nacido en mi mundo, aún serías un bebé.

Leeteuk miró a su marido, entonces volvió de nuevo a Junjin.

—Pensé que nos habías abandonado.

—Nunca. Si yo hubiese sido capaz, habría estado contigo cada día. Pero esto es… imposible.

Leeteuk se adelantó y tomó a Junjin en sus brazos. Él se quedó allí de pie, tieso en su abrazo, sin saber con seguridad qué hacer. No le conocía, no le había visto crecer, y con todo todavía le amaba. ¿Cómo podía ser? ¿Cómo podía fluir tanto amor de él y todavía permanecer intacto?

Junjin no lo sabía, pero ahora, en ese momento, no le importaba. Leeteuk estaba allí y a salvo. Había encontrado su lugar entre esa gente.

El se echó atrás, sorbiendo las lágrimas.

—Dijiste que habían otros. ¿Tengo hermanos?

Junjin asintió.

—Dos. Hae y Minnie. ¿Están aquí?

Changmin sacudió la cabeza.

—No. Pero debemos encontrarlos. Asumiendo que estén todavía vivos.

—Espera —dijo el marido de Leeteuk—. Minnie quizás sea Sungmin.

Los ojos de Leeteuk se abrieron desmesuradamente y hurgó por algo en su bolsillo. Jugó con ello un momento.

—Sungmin.

El hijo de Junjin sonrió y fue la cosa más hermosa que había visto en su larga, larga vida.

—Deberías salir fuera —dijo él—. Tenemos una sorpresa para ti.



Sungmin y Kyuhyun salieron corriendo hacia la conmoción en el patio de entrenamiento.

El cuerpo de Sungmin estaba aún débil y Kyuhyun estaba justo ahí, a su lado, con su fuerte brazo en su codo, sosteniéndolo.

Una multitud de personas se habían reunido alrededor de la roca grabada en el campo de entrenamiento, y en el centro de esa conmoción había un hombre que Sungmin nunca había visto antes.

Tenía extraños ojos y cabello oscuro y abundante. Era hermoso, de la misma manera en que los Zea lo eran, como si hubiese sido esculpido para situarlo sobre un estante y admirarlo. Pero no tenía sus facciones pálidas y demacradas.

Lucía saludable. Robusto, como los Suju.

Leeteuk se situó en el borde de la multitud, cambiando su peso de una pierna a la otra ansiosamente mientras esperaba que Sungmin se acercara. Se veía más joven, y brillaba con una alegría infantil.

Sólo ver a su amigo tan feliz hacía que el corazón de Sungmin se calentara.

—¿Qué es? —preguntó.

—Nunca lo vas a creer —dijo Leeteuk. Apretó los labios cerrándolos como si estuviera conteniendo un secreto, entonces espetó—. Nuestro padre está aquí. Vino de éste otro mundo de donde todos los Centinelas vinieron. Quiere conocernos.

—¿Conocernos? ¿A nosotros?

La importancia de las palabras finales de Leeteuk cayó sobre él y Sungmin tuvo que agarrarse al brazo de Kyuhyun para no hundirse en el suelo.

—¿Somos hermanos?

Leeteuk asintió, luego abrazó fuertemente a Sungmin alrededor del cuello.

—No es de extrañar que me desahogara contigo cuando apenas te conocía. Supongo que incluso entonces teníamos una conexión.

Sungmin estaba demasiado anonadado para hablar. Era demasiado para creerlo. Su padre era algún tipo de alienígena de otro planeta. Y estaba allí.

—Tranquilo —susurró Kyuhyun.

El agarre en su brazo se apretó y deslizó su brazo a su alrededor para afianzarlo. El no se había dado cuenta hasta entonces de que casi se había caído sobre el culo.

—Quiero verlo —dijo Sungmin.

Leeteuk lo condujo hacia el hombre de los extraños e inquietantes ojos. Sungmin levantó la mirada hacia él, mirándolo realmente. Él se quedó en silencio, dejándolo estudiarlo, sin siquiera pestañear, aunque sus ojos estaban líquidos por la emoción.

—Así que, ¿tú eres el tío? —preguntó.

Él frunció el ceño un instante, luego asintió.

—Desearía haberte encontrado antes —dijo él.

—A mí también me hubiese gustado.

Él dio un respingo y Sungmin quiso retractarse de sus palabras.

—No podía estar aquí, Sungmin —dijo Leeteuk—. En nuestro planeta.

—Tengo veintiséis. Creo que podría haber encontrado tiempo en alguna parte para hacer el viaje. O al menos para enviar una postal.

—El tiempo es diferente allá. Además, tiene que ser cuidadoso. Si su padre descubre que está aquí, será ejecutado.

El padre de Sungmin extendió su mano.

—No, tiene razón. Debí encontrar la manera. Lo siento, Minnie.

—Sungmin —dijo—. Soy Sungmin.

Él asintió, y Sungmin observó cómo formaba la palabra en su boca silenciosamente, como si le estuviera memorizando.

—Soy Junjin.

Los dedos de Kyuhyun se deslizaron por su brazo, calmándolo. Sungmin no estaba seguro de cómo sentirse acerca de todo eso, pero una cosa era segura: la vida era demasiado corta para guardar rencores. Cualesquiera que fueran sus razones para no haber estado en su vida, estaba allí ahora. No quería perder el tiempo que estuvieran juntos estando enojado.

Sungmin ignoró su mano extendida, y lo abrazó. Él lo envolvió en sus brazos, y aunque no parecía lo suficientemente mayor para ser su padre, sabía en ese instante que lo era. Sintió el amor de él surgiendo a través de su ser, rellenando todos los espacios vacíos que su pasado había dejado.

—Mamá murió —susurró.

—Lo siento.

—Era una buena mujer. —Y entonces, Sungmin supo que era cierto.

Seguro, su madre había estado equivocada sobre muchas cosas, pero había hecho bien las grandes cosas. Le enseñó a Sungmin a ser fuerte, a ponerse de pie por sí mismo, y a cuidar de la gente a su alrededor. Le dio su amor y le enseñó las cosas importantes, como atesorar cada día y jamás rendirse. Le enseñó a Sungmin cómo amar incondicionalmente.

Y ahora, de pie delante de ese hombre que no conocía, Sungmin puso en práctica esa lección. Iba a amar a ese hombre, su padre, independientemente de sus faltas. No había estado allí para él en toda su vida, pero estaba allí ahora. Y le había dado a Leeteuk. Le había dado una familia.

—¿Cuánto tiempo puedes quedarte? —le preguntó.

—No mucho. Sólo hasta el amanecer.

Las esperanzas de Sungmin se hundieron.

—Eso es sólo unas pocas horas.

Le dedicó una sonrisa triste.

—Lo sé, pero así debe ser. Si el Trot se entera de que he estado aquí, tu vida y la vida de tus hermanos estarán en peligro.

—¿Hermanos? ¿En plural?

—Hae no está aquí —dijo—. Debes encontrarlo. —Levantó la cabeza y se dirigió a los hombres. —Puede ser capaz de salvar a uno de ustedes. Y hay otros. Hijos de mis hermanos y primos.

—¿Cuántos? —preguntó Shindong.

—Más de dos veintenas, aunque no sabemos si están vivos.

—¿Y vas a tener más hijos? —preguntó uno de los Zea que Sungmin aún no había conocido.

Los ojos de Lucien se atenuaron por la tristeza.

—No yo, no puedo volver. Demasiados viajes a través de la puerta nos debilitan. Es difícil ocultar nuestro paso, y debemos evitar la detección por encima de todo.

—Pero, ¿vendrán otros? —preguntó el Zea.

—Sí, más se unen a nuestra causa cada día. Sabemos que todos ustedes han luchando. Sufriendo. Tratamos de ayudarlos de todas las formas que podemos.

—Estamos muriendo de hambre —dijo el Zea—. Necesitamos más sangre.

—Lo sé, hacemos lo que podemos, pero no nos arriesgaremos a ser atrapados. Antes de que me vaya, tendrán un poco de mi sangre. Los mantendrá por un tiempo.

Los ojos del Zea brillaron de un extraño plateado, y Sungmin sintió un escalofrío de repulsión recorrer el cuerpo de su padre.

Junjin buscó dentro de su camisa y sacó una foto.

—Aquí hay tres hombres más que deben encontrar. Hijos de mi hermano, Hyesung.

Al lado de Sungmin, Leeteuk jadeó.

—Ese es de Heechul y Wook cuando eran jóvenes.

Heechul se adelantó y tomó la foto de la mano de Sungmin.

—Lo es. Fue tomada justo antes de que Henry fuese asesinado.

—¿Henry? —preguntó Junjin.

La boca de Heechul se tensó.

—Nuestro hermano menor.

Junjin tendió la mano para recuperar la foto.

—Te pediré que me dejes devolver ésta muestra de recuerdo a tu padre. Con mucho gusto le emitiré un mensaje de tu parte si ese es tu deseo.

Heechul asintió rígidamente.

—Dile que estoy bien, como puedes ver. Wook está vivo y Henry está muerto.

Los ojos de Junjin se cerraron, y Heechul oyó una serie de fluidas y elegantes palabras abandonar sus labios.

—Siento tu perdida.

—Al menos nos hemos tenido el uno al otro mientras crecíamos —dijo Heechul— Puedes agradecerle por eso.

—¿Puedo ver a Wook? ¿Hablar con él?

—No —dijo Heechul—. Está demasiado… débil para eso.

—¿Hay algo que pueda hacer por él?

—¿Eres un sanador?

—Lamentablemente, no.

—Envía uno —demandó Heechul—. Si hay alguno de ustedes que pueda sanar su mente, entonces puedes enviarlo aquí.

—Trataré —dijo Junjin—. Lo prometo.

A Heechul se le doblaron las rodillas y Siwon lo agarró del brazo.

—Es hora de irse —dijo Yunho en una atronadora voz—. Vamos a darle a Leeteuk y a Sungmin tiempo a solas con su padre.

La multitud se marchó, pero no se alejó mucho. No era que Sungmin los culpara. No era como si un alien fuera a visitarlos todos los días.

—Cuéntenme de sus vidas —dijo Junjin—. Me gustaría tener retazos y pedazos de ustedes para llevarme conmigo y calentar mis pensamientos.

Aunque fue difícil al principio, Sungmin encontró trocitos brillantes de su vida para compartir con el padre que nunca había conocido. Cuando Leeteuk y él compartían historias, fluían con más naturalidad, y Sungmin se dio cuenta que su vida no había sido tan triste como había imaginado. Habían muchos buenos momentos, y ese, sentado bajo las estrellas alrededor de su recién descubierta familia, ahora iba a estar metido entre ellos.

Lentamente, el sol se deslizó hacia el horizonte, señalando que su tiempo había terminado. Leeteuk y Sungmin se despidieron de Junjin con torpes y lagrimosos abrazos. Kyuhyun encontró una cámara digital y tomó fotos de ellos juntos, imprimiendo una para que su padre se llevara con él.

Junjin la sostuvo contra su corazón y lloró. Esas lágrimas seguían cayendo cuando levantó su mano y convocó un anillo de luz brillante.

Sungmin sostuvo la mano de Leeteuk cuando entró en esa luz y desapareció.

—¿Crees que alguna vez lo volveremos a ver? —preguntó Leeteuk.

—Dijo que no podía regresar.

—Quizá las cosas cambien. Quizás éste gilipollas de Trot deje de ser un idiota.

—Debiste preguntarle a Junjin si eso era posible —dijo Sungmin.

Leeteuk se sonrojó.

—Nunca hablaría de esa manera delante de mi papá. ¿Estás bromeando?

Sungmin miró a Leeteuk y estalló en risas.

Se aferraron el uno al otro, riendo y llorando mientras salía el sol.



Sungmin no podía soportar la idea de volver adentro ahora. El aire de la mañana se sentía bien sobre su piel, frío, claro y perfumado con rocío. Y Kyuhyun. Estaba a su lado, su silenciosa sombra, dándole el tiempo que necesitaba para absorber todo lo que la había ocurrido en pocos días.

Tenía un padre. Un hermano. Un hogar.

Era más de lo que nunca había esperado, y lo que lo hacía más dulce era que tenía a Kyuhyun para compartir su alegría.

—Debes regresar dentro y descansar —dijo él.

—En unos pocos minutos. Sólo quiero sentir el sol en la cara durante un momento.

Asintió con la cabeza y deslizó los dedos sobre él. Su anillo emitió un feliz zumbido, y Sungmin sintió una corriente de energía que le recorría el brazo, calentándola.

Sungmin pasó la mano por la pared de piedra que rodeaba a la SM, la trazaba con el dedo mientras se acercaba a la sección rota. Habían puesto unos pocos Suju apostados como guardia en la abertura, pero la mayor parte de la actividad se había reducido. Sin Leeteuk y Changmin, era poco lo que podían hacer. Al parecer, cada piedra sólo se podía poner después de que las parejas hubieran hecho su magia.

Sungmin podía sentir que la magia recorría la roca en la punta de los dedos. Era antigua y una vez había sido poderosa, y ese poder se había cansado con el tiempo, permitiendo que pequeñas grietas se formaran en su armadura. Esas grietas lo atrajeron, rogando que las cubriera. Casi podía oír su áspero crujido.

Un jirón de poder se agitó en una oleada a través de él, y por primera vez, Sungmin sabía lo que Leeteuk quería decir. Ese poder estaba allí, fluyendo fácilmente en la punta de sus dedos, obedeciendo a su voluntad.

Quería que la SM fuera un lugar seguro para todos los que vivieran allí. Quería que los niños se fueran a la cama por la noche sin que se preocuparan por si los monstruos los iban a encontrar. Quería que jugaran y rieran y supieran en sus corazones que si permanecían dentro de esas paredes, nada podría hacerles daño.

Todo lo que querían, todo lo que necesitaban, se deslizaba hacia afuera de Sungmin, viajando a través de sus dedos dentro de los trozos de piedra debajo de ellos.

Sutiles grietas a lo largo de la unida superficie y otras más profundas, que sólo podía ver en su mente, se cerraron. Una profunda y chirriante vibración se propagó
por la pared, lejos de la abertura. Sungmin observó cómo se movía entre los árboles, lanzando a pájaros que estaban descansando al aire. Vio que se formaban ondas en la superficie del lago, oyó el grito de miedo de la gente cerca del edificio principal.

—¿Sungmin? —Dijo Kyuhyun en voz baja, en tono de pregunta—. ¿Qué estás haciendo?

—Arreglando el muro.

Continuó vertiendo poder en la tarea, sintiendo el flujo a través de él como agua, líquido y fácil. Las moléculas de roca se desplazaban, cerrándose completamente hasta que la superficie de la piedra brillaba como una cáscara dura.

Hombres armados llegaron corriendo por el camino y los pocos guardias aportados allí se giraron asombrados.

—¿Estoy haciendo algo mal? —le preguntó a Kyuhyun.

—No, es sólo... asombroso. Eso es todo. Estás haciendo en segundos lo que otros han intentado hacer durante días.

—¿Debo parar? No quiero herir ningún sentimiento.

Kyuhyun sonrió hacia él, sus ojos brillaban con amor y orgullo.

—No te detengas. Esto es bueno, Sungmin. Muy bueno.

Después de la breve explicación de Kyuhyun, los hombres empezaron a transportar las rocas a la abertura escalonada. Sungmin tocó cada piedra que colocaron, enlazándolo con el poder viviente que sobreviviría hasta mucho después de que él muriera y se fuera. Se hacía más difícil a medida que avanzaba, pero no rompió la calma ni una sola vez o sintió la necesidad de parar.

Kyuhyun y él estaban cubiertos de polvo y sudor cuando Leeteuk los encontró.

—¡Wow, Sungmin! Eres bueno.

Leeteuk estudió el trabajo, que estaba casi completo.

—¿Cómo has hecho esto?

Sungmin se encogió de hombros.

—No lo sé.

—Es su don —dijo Kyuhyun—. La protección es el don de Sungmin, de la misma forma que el fuego es el tuyo, Leeteuk. Así es cómo sobrevivió a la bomba. Simplemente no lo entendí hasta que vi esto.

—Genial —dijo Leeteuk—. Me pregunto cuál será el don de nuestro otro hermano.



—No lo sé, pero si está por ahí, nuestros hombres lo encontrarán y lo traerán de vuelta. No tendréis que esperar mucho.

—Y entonces podremos ser una familia —dijo Sungmin mientras se agarraba del brazo de Kyuhyun para ganarse su atención—. Todos nosotros.

Kyuhyun sonrió y pasó un brazo alrededor de su cintura.

—¿Crees que quiero ser parte de una loca familia como la tuya?

—Lo sé.

—¿Cómo lo sabes? — se burló.

Sungmin dejó que lo hiciera. Abrió las compuertas que había interpuesto entre ellos durante mucho tiempo, haciéndole experimentar todo lo que sentía por él. Lo tocó con su mente a través de un rápido movimiento, desde su miedo inicial, a través de su desconfianza, a la esperanza vacilante, hasta el final. Un cálido y brillante amor que estaba seguro de que nunca se desvanecería o se desgastaría.

Kyuhyun le apretó los dedos en la cintura y se le cerraron los ojos. Un profundo gemido de placer se levantó desde el pecho y se convirtió en un suspiro de alegría.

Cuando abrió los ojos, brillaban de felicidad.

—Dios, te quiero, Sungmin.

—Eso lo dices porque mi padre es un príncipe.

Soltó una carcajada y le levantó barbilla con los dedos.

—Dime que me amas también. Aquí. En presencia de testigos.

—¿Por qué? —le preguntó, sintiendo lo importante que eso era para Kyuhyun.

—Porque quiero que todo el mundo sepa lo afortunado que soy.

Sungmin se puso de rodillas y lo besó, sin importarle de que había un público que empezaba a aplaudir. Los gritos de alegría de Leeteuk eran los más ruidosos.

Hermanos. ¡Por Dios!

—Te quiero —le dijo—. Y será mejor que no hagas que lo lamente.

Kyuhyun le correspondió la sonrisa.

—Sin promesas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

yota´s news : De regreso?

 Buenas tardes a todas las lectoras. Después de un año  y casi 4 meses regreso a saludarlas y comentarles nuevas.  Me gustaría decirle...