Leeteuk permaneció en silencio, sin dar crédito a lo
sucedido, y trató de relajarse tomando profundas bocanadas de aire.
–Te has divertido de lo lindo, ¿verdad?
–Joder, sí. ¿Les has visto la cara? –preguntó, soltando una
carcajada–. Adoro este coche.
Leeteuk miró al cielo suplicando ayuda divina.
–Dios mío, por favor, apártame de este loco antes de que
muera de un susto.
–Venga ya –le dijo con voz juguetona–. No me digas que no te
ha hecho correr la sangre.
–Sí, sí, claro. De hecho, me la ha acelerado tanto que no
estoy seguro de cómo ha logrado sobrevivir mi corazón. –Lo miró fijamente–.
Eres un ser humano totalmente desquiciado.
La risa de Hunter murió al instante.
–Solía serlo, al menos.
Leeteuk tragó saliva al percibir el vacío de su voz. Sin
quererlo, acababa de encontrar un punto débil. El humor de ambos decayó
bastante y Leeteuk le dio las indicaciones precisas para llegar a la casa de Donghae.
Pocos minutos después, aparcaban en el camino de entrada
tras el Range Rover negro de Lee Hyukjae. El guardabarros trasero estaba
ligeramente hundido tras su último encuentro con una farola. Pobre Hyukjae, era
un peligro en la carretera.
Leeteuk miró de soslayo a su compañero. Después de todo, y
siguiendo con las comparaciones, Hyukjae no era tan malo. Al menos, jamás lo
mataría de un infarto.
Hunter le ayudó a bajar del coche a través de la puerta del
conductor y le precedió camino de la puerta. La antigua casa estaba
completamente iluminada y, a través de las ligeras cortinas que cubrían las
ventanas, Leeteuk pudo ver a Donghae sentado en un sillón de la salita de
estar.
Le faltaban nueve semanas para que saliera de cuentas, pero Donghae
tenía todo el aspecto de ir a dar a luz en cualquier momento. Se estaba riendo
de algo, pero no había señales de Hyukjae ni de sus invitados.
Leeteuk se detuvo para acomodarse el pelo con la mano,
enderezar su ropa sucia y abrocharse el polar para ocultar las manchas de
sangre.
–Donghae dijo que tendrían compañía, así es que creo que
deberíamos intentar pasar desapercibidos, ¿de acuerdo?
Hunter asintió con la cabeza en el mismo momento en que él
tocaba el timbre. Tras una breve espera, la puerta se abrió y Lee Hyukjae
apareció en el vestíbulo. Era tan deslumbrante como Hunter. Sus rasgos parecían
esculpidos pero, teniendo en cuenta que era el hijo de la diosa Afrodita, no
era de extrañar. La sonrisa de bienvenida se borró del rostro del hombre cuando
miró a Hunter y al instante se quedó con la boca abierta.
Leeteuk comprobó que Hunter reaccionaba de la misma forma;
parecía estar perplejo.
–¿Hyukjae de Macedonia? –preguntó Hunter con incredulidad.
–¿Kangin de Tracia?
Antes de que Leeteuk pudiera moverse, los dos hombres se
fundieron en un abrazo, como si se tratara de dos hermanos largo tiempo
separados. Su brazo siguió el movimiento del de Hunter al abrazar a Hyukjae.
“Kangin de Trecia”, así que ese es su verdadero nombre
–¡Por todos los dioses! –jadeó Hyukjae–. ¿De verdad eres tú?
–No puedo creerlo –dijo Hunter, ahora llamado Kangin, apartándose
un poco para mirar a Hyukjae de arriba abajo–. Pensaba que estabas muerto.
–¿Yo? –le preguntó Hyukjae–. ¿Y tú qué? Oí que los romanos
te habían ejecutado. ¡Por Zeus! ¿Cómo es posible que estés aquí? –En ese
momento, bajó la mirada y vio los grilletes–. ¿Qué…?
–Por eso hemos venido –dijo Leeteuk–. Nos han encadenado y
esperaba que tú pudieras separarnos.
–Los forjó tu padrastro –añadió Kangin–. ¿No tendrás una
llave en algún lado, por casualidad?
Hyukjae se rió.
–Supongo que no debería sorprenderme. Por lo menos esta vez
no has traído a una princesa amazona con una madre iracunda exigiendo que se te
corten ciertas partes de tu cuerpo… –Hyukjae meneó la cabeza como si se tratase
de un padre regañando a su hijo–. Dos mil años después y aún sigues metiéndote
en líos increíbles.
Kangin lo miró con una sonrisilla forzada.
–Algunas cosas no cambian jamás. Si consigues separarnos te
deberé una, ¿no te importa?
Hyukjae ladeó la cabeza.
–La última vez que hice recuento, me debías dos favores.
–¡Ah, sí! No me acordaba de lo de Prymaria.
Por la expresión del rostro de Hyukjae, Leeteuk supo que a
él no se le había olvidado y la verdad era que mataría por enterarse de lo que
había sucedido. Pero ya habría tiempo para eso más tarde. Lo primero era
liberar su brazo. Movió la cadena, haciendo que tintineara.
Hyukjae retrocedió y los invitó a entrar a la casa.
–Habéis tenido suerte –les dijo mientras los acompañaba
hasta la salita.
Donghae no se había movido del sillón; ahora sostenía a Haru
en su regazo mientras la madre de Hyukjae, ocupaba un lugar en el sofá y jugaba
con Myungsoo y uno de sus peluches. Un hombre moreno y alto estaba sentado
junto a Afrodita y sostenía al pequeño en sus brazos, riéndose de los dos.
El Dark Hunter jadeó al ver la poco corriente escena
familiar y apartó a Leeteuk con un brusco empujón, momentos antes de que
Afrodita alzara la vista y maldijera.
Antes de Leeteuk pudiera entender lo que sucedía, la diosa
alargó un brazo y de su mano surgió una especie de rayo luminoso que golpeó
directamente a Kangin. El impacto lo tiró al suelo de espaldas, arrastrándole
junto a él.
Leeteuk aterrizó sobre el pecho de Kangin y en ese momento
vio la quemadura que el rayo le había provocado en el hombro. Olía a piel y
carne quemada. Sabía que el dolor de la herida tenía que ser horroroso, pero él
no parecía notarlo. Muy al contrario, Kangin se quitó las gafas de sol con rapidez, le
apartó de su pecho e intentó alejarlo de él tanto como fuera posible.
Poniéndose en pie se colocó entre la diosa y Leeteuk.
–¡Cómo te atreves! –gritó Afrodita con el hermoso rostro
desfigurado por la ira. Con los ojos entrecerrados se levantó del sofá y se
acercó a Kangin como si se tratase de
una bestia mortal acechando a su presa–. Sabes que te está prohibido mostrarte
ante nosotros.
Hyukjae agarró el brazo de su madre antes de que pudiera
llegar hasta Kangin.
–¡Madre, detente! ¿Qué estás haciendo?
Ella lo miró furiosa.
–¿Cómo te has atrevido a traer a un Dark Hunter ante mi
presencia? ¡Sabes que está prohibido!
Hyukjae frunció el ceño y observó a Kangin . La incredulidad
se reflejaba en su rostro.
Kangin miró a Leeteuk
por encima de su hombro.
–Estás a punto de ser libre, pequeño –le susurró. Afrodita
alzó la mano.
Aterrorizado, Leeteuk se dio cuenta de que la diosa
pretendía acabar con él. ¡No!, el grito se atascó en su garganta mientras su
corazón latía a toda velocidad, presa del pánico.
Hyukjae atrapó la muñeca de su madre antes de que pudiera
herir a Kangin de nuevo.
–No, mamá –la increpó Hyukjae–. Dark Hunter o no, da la
casualidad de que es el único hombre que me guardó las espaldas mientras todos
los demás rezaban para verme muerto. Si lo matas, jamás te perdonaré.
El rostro de Afrodita adoptó una expresión pétrea. Hyukjae
la soltó.
–Nunca te he pedido nada antes. Pero ahora lo hago, como tu
hijo que soy. Ayúdalo. Por favor. -Afrodita miró a Hyukjae y a Kangin alternativamente. La indecisión en su mirada
era tangible. –¿Hefesto? –llamó Hyukjae al hombre sentado en el sofá–. ¿Los
liberarás?
–Está prohibido –contestó el dios bruscamente– y lo sabes.
Los Cazadores Oscuros no poseen alma y están más allá de nuestro alcance.
–No pasa nada, Hyukjae –dijo Kangin en voz baja–. Pídele que el rayo no me
atraviese para que no hiera al joven.
Fue entonces cuando Afrodita vio a Leeteuk. Y su mirada se
posó sobre los grilletes.
–¿Mamá? –le pidió Hyukjae
de nuevo.
Afrodita chasqueó los dedos y los grilletes desaparecieron.
–Gracias –le dijo Hyukjae.
–Sólo lo he hecho para ayudar al humano –dijo la diosa con
gravedad antes de volver al sofá–. El Dark Hunter puede apañárselas solo.
Kangin le dijo las
gracias en silencio a Hyukjae, se dio la vuelta y comenzó a caminar hacia la
puerta.
–Kangin, espera –le dijo Hyukjae, deteniéndolo–. No puedes
marcharte estando herido.
La expresión del Dark Hunter era impasible.
–Ya conoces las normas, hermano. Me las apaño solo.
–No, esta noche no.
–Si él se queda –dijo Afrodita–, tenemos que marcharnos.
Hyukjae miró a su madre y asintió con la cabeza.
–Lo sé, mamá. Gracias de nuevo por ayudarlo. Hasta luego.
La diosa desapareció con un destello luminoso. Hefesto dejó
a Myungsoo en el suelo y acto seguido también se evaporó.
–¿Hyukjae? –lo llamó Donghae desde la salita–. ¿Corre
peligro Haru si la dejo en el suelo?
–No –le contestó él.
Leeteuk observó la mirada de tristeza en los ojos de Kangin cuando los gemelos se acercaron corriendo a su
padre.
Myungsoo se apartó, feliz de ver a Leeteuk, y comenzó a
parlotear mientras le tendía los brazos. Él lo cogió y lo abrazó con fuerza
antes de darle un beso sobre su cabello.
Dando saltos entre sus brazos, el niño soltó una carcajada y
lo abrazó.
Haru se dirigió directamente a Kangin , cosa absolutamente
normal en ella; la pequeña hechicera no se arredraba ante los extraños.
Extendió el brazo y le ofreció la galleta a medio comer que llevaba en la mano.
–¿Ga-lleta? –le preguntó con su hablar titubeante, propio de
un bebé.
Arrodillándose ante ella, Kangin sonrió con ternura, cogió la galleta y
acarició con suavidad el cabello oscuro de la niña.
–Gracias cielo –le dijo con suavidad antes de devolverle la
galleta–, pero no tengo hambre.
Haru dio un gritito y se arrojó a sus brazos.
Aunque Leeteuk viviera toda una eternidad, jamás sería capaz
de olvidar la mirada desesperada, de profundo dolor, que se reflejó en los ojos
de Kangin mientras abrazaba a la niña
contra su pecho. Había anhelo. Sufrimiento. Era la mirada de un hombre que
sabía que sostenía entre sus brazos algo que no deseaba que le arrebataran.
Cerró los ojos y apoyó la mejilla sobre la cabecita de Haru
mientras apretaba los puños y lo abrazaba aún más fuerte.
–Por los dioses, Hyukjae, siempre haces unos niños tan
hermosos…
Hyukjae no contestó mientras Donghae se acercaba, pero
Leeteuk reconoció la angustia en sus ojos al observar cómo su amigo abrazaba a
su hija.
–Donghae, éste es mi amigo Kangin de Tracia. Kangin, éste es
mi esposo.
Kangin se puso en pie
con la misma agilidad que una pantera negra, sosteniendo a Haru con mucho
cuidado en sus brazos.
–Es un honor conocerte, Donghae.
–Gracias –le contestó él–. Lo mismo digo. Hyukjae ha hablado
tanto de ti que es como si ya te conociera.
Kangin miró a Hyukjae
con los ojos entrecerrados.
–Teniendo en cuenta lo mucho que siempre ha censurado mi
comportamiento, tiemblo al pensar lo que ha podido contarte.
Donghae se rió.
–Nada malo. ¿Es cierto que en una ocasión incitaste a toda
una casa de putas a que…?
–¡Hyukjae! –masculló Kangin –. No puedo creer que le
contaras eso.
Sin inmutarse siquiera, Hyukjae se encogió de hombros e
ignoró la irritación de su amigo.
–Siempre has sabido sacar a relucir tu ingenio bajo presión.
Donghae jadeó y se llevó la mano hacia el voluminoso
vientre. Su marido se acercó a él y lo agarró del brazo, observándolo con
preocupación.
Respirando entrecortadamente, Donghae se frotó el vientre y
los miró con una débil sonrisa.
–Lo siento. El bebé da patadas como una mula.
Kangin miró el
vientre de Donghae y una extraña luz iluminó sus ojos. Por un instante, Leeteuk
hubiese jurado que los había visto brillar.
–Es otro niño –les dijo en voz baja y distante.
–¿Cómo lo sabes? –le preguntó Donghae, sorprendido, mientras
continuaba frotándose arriba y abajo–. Sólo lo sé desde ayer mismo.
–Puede percibir el alma del bebé –le dijo Hyukjae suavemente–.
Es uno de los poderes protectores de un Dark Hunter.
Kangin miró a su
amigo.
–Éste va a tener un carácter fuerte. Generoso y tierno, pero
muy imprudente.
–Me recuerda a alguien que conocí en una ocasión –comentó Hyukjae.
Esas palabras parecieron torturar a Kangin .
–Venga –dijo Hyukjae, tomando a Haru de los brazos de Kangin
y poniéndola en el suelo, sin hacer caso a sus lloriqueos de protesta–.
Necesito que me acompañes arriba para curarte esa herida.
Leeteuk se quedó en el pasillo, sin saber qué hacer. Un
millón de preguntas bullían en su interior en busca de respuestas y, si no
hubiese sido por la herida de Kangin , estaría de camino al piso superior para
formularlas todas. Pero Hyukjae tenía razón. Esa herida tenía un aspecto muy
feo y necesitaba ser atendida. Tras echar una mirada pensativa a las escaleras,
se dio la vuelta para hablar con Donghae.
–Pareces asombrosamente tranquilo, a pesar del caos que se
ha formado aquí. Dioses desvaneciéndose, gente que llega cubierta de sangre y a
la que lanzan un rayo en tu recibidor… Cualquiera pensaría que a estas alturas
deberías estar de los nervios, sobre todo, teniendo en cuenta tu estado.
Donghae rió mientras conducía a una llorosa Haru de vuelta a
la salita de estar.
–Bueno, durante los últimos años casi me he acostumbrado a
ver a dioses apareciendo y desapareciendo de repente. Y a otras cosas en las
que no quiero ni pensar. Estar casado con Hyukjae es, sin duda, un buen modo de
aprender a mantener la calma.
Leeteuk se rió sin mucho entusiasmo y volvió a mirar hacia
la escalera, preguntándose de nuevo acerca de su enigmático Dark Hunter.
–Hunter, o Kangin, ¿es también un dios?
–No lo sé. Por lo que Hyukjae me ha contado, siempre he
creído que era un hombre; pero estoy tan a oscuras como tú.
Mientras Donghae tomaba asiento, Leeteuk escuchó a los
hombres hablar a través del transmisor colocado en la habitación de los bebés.
Donghae extendió el brazo para apagar el receptor.
–Por favor, espera.
Leeteuk se sentó y jugueteó con Myungsoo mientras escuchaba
la conversación que se desarrollaba en el piso superior.
–Joder, Kangin –le dijo Hyukjae tan pronto como éste le dio
su camisa–. Tienes más cicatrices que mi padre.
Kangin dejó escapar el aire lentamente mientras rozaba la
quemadura que el rayo de Afrodita le había causado en el hombro.
Se encontraban en la habitación de los gemelos, al fondo del
pasillo. Kangin entornó los ojos, molesto por el brillo de la luz sobre el
papel que cubría las paredes –amarillo y con ositos– y sacó las gafas de sol. Hyukjae
debió recordar parte de la antigua mitología griega, porque apagó la luz y
encendió una lamparita pequeña que inundó la habitación con un suave
resplandor.
Debilitado por el dolor, Kangin notó que su reflejo en el
espejo apenas si era perceptible. La capacidad de no reflejarse en los espejos
era una de las medidas de protección de las que gozaba un Dark Hunter. Para
conseguir verse en uno de ellos, tenían que proyectar una imagen mental, algo
que resultaba muy duro estando herido o excesivamente cansado.
Kangin se apartó un poco del armario pintado de blanco y se
encontró con la interrogante mirada de Hyukjae.
–Dos mil años de lucha suelen dejar huella en el cuerpo.
–Siempre tuviste más pelotas que cerebro.
Un espeluznante escalofrío recorrió la espalda de Kangin al
escuchar esas palabras tan familiares. Era imposible recordar las innumerables
ocasiones en las que Hyukjae las había pronunciado en griego antiguo.
Cómo había echado de menos a su amigo y mentor a lo largo de
los siglos… Hyukjae había sido el único al que había prestado atención. Y uno
de los pocos hombres a los que había respetado de verdad. Se frotó el brazo y
continuó hablando.
–Lo sé. Pero lo gracioso es que siempre escucho tu voz en mi
mente pidiéndome que tenga paciencia. –Hablando con una voz más ronca, imitó el
acento espartano de Hyukjae–: «Maldición Kangin, ¿es que no puedes pensar nunca
antes de actuar?»
Hyukjae no respondió.
Kangin sabía lo que pasaba por la mente de su amigo. Los
mismos recuerdos agridulces que le perseguían a él cada noche cuando se
relajaba el tiempo suficiente como para dejar que el pasado regresara. Imágenes
de un mundo desaparecido hacía mucho tiempo; de gente y de familia que no eran
más que sombras difusas y sentimientos perdidos.
El suyo había sido un mundo muy especial, pero su elegancia
primitiva aún caldeaba sus corazones. Kangin todavía podía oler el aceite de
las lámparas que iluminaban su hogar y sentir la brisa fresca y fragante del
Mediterráneo que perfumaba su villa.
En una extraña contradicción con los pensamientos de Kangin,
Hyukjae abrió el pequeño botiquín y buscó un moderno paquete de hielo. Cuando
lo encontró, quitó el cierre para liberar el gel y lo sostuvo sobre el hombro
de Kangin. Éste siseó al sentir el frío sobre la herida.
–Siento mucho lo de la descarga astral –se disculpó Hyukjae–.
Si lo hubiese sabido…
–No tienes la culpa de nada. No había modo de que supieras
que había entregado mi alma. No es precisamente el modo de comenzar una
conversación. «Hola, soy Kangin. No tengo alma. ¿Qué tal estás?»
–No tiene gracia.
–Claro que sí, lo que pasa es que nunca has entendido mi
sentido del humor.
–Lo que pasa es que siempre salía a relucir cuando estábamos
a un paso de la muerte.
Kangin se encogió de hombros y deseó no haberlo hecho cuando
el dolor le recorrió el brazo.
–¿Qué puedo decir? –Cogió el paquete de las manos de Hyukjae
y retrocedió un paso–. ¿Qué te ocurrió Hyukjae? Me dijeron que Escipión te
capturó junto a tu familia y que os asesinó.
Hyukjae soltó un bufido.
–¿Y tú lo creíste? Fue Príapo quien mató a mi familia.
Cuando los encontré muertos me dejé llevar por un «momento Kangin» y fui tras
él.
Kangin alzó una ceja. Que él supiera, Hyukjae nunca había cedido
a un impulso en toda su vida. El tipo era la calma y la reflexión
personificadas, sin importar el caos que hubiera a su alrededor. Y eso había
sido una de las cosas que más apreciara de su amigo.
–¿Tú hiciste algo impulsivo?
–Sí. Y lo pagué muy caro –dijo, cruzando los brazos sobre el
pecho y mirando a Kangin a los ojos–. Príapo me maldijo y me encerró en un
pergamino. Pasé dos mil años como esclavo sexual antes de que mi esposo me
liberara.
Kangin soltó un silbido de incredulidad. Había oído hablar
de tales maldiciones. El sufrimiento era agónico, y su orgulloso amigo debía
haberlo pasado realmente mal. Hyukjae nunca había permitido que nadie dirigiese
su camino. Ni siquiera los dioses.
–Y tú me llamas loco a mí… –dijo Kangin–. Yo me limité a
provocar el odio de los romanos. Tú fuiste tras el panteón griego al completo.
Hyukjae le pasó un tubo de crema para las quemaduras. Cuando
habló, su voz sonó ronca.
–Me estaba preguntado… cuando me marché, ¿qué sucedió con…?
Kangin lo miró a los ojos y vio la agonía reflejada en
ellos. Descubrió que para su amigo era demasiado doloroso el hecho de mencionar
lo sucedido. Él todavía sentía el dolor al recordar las muertes de los hijos de
Hyukjae. Habían sido dos niños preciosos y vivaces; resultaba imposible
hacerles justicia con simples palabras. Su simple presencia hacía que el
corazón de Kangin se encogiera de envidia.
¡Por los dioses! Cómo había deseado poder tener su propia
familia, sus propios hijos. Cada vez que visitaba el hogar de Hyukjae, anhelaba
poder vivir una existencia como la de su amigo. Era lo único que había querido
siempre. Un hogar acogedor, unos hijos a los que amar y un esposo que lo
quisiera. Cosas sencillas, en realidad, pero que siempre habían resultado imposibles
para él.
Y ahora, como Dark Hunter, esos deseos no eran más que
sueños irrealizables.
Kangin no podía ni imaginarse el horror que Hyukjae debía
sentir cada vez que recordara a sus hijos. Dudaba mucho de que cualquier otro
hombre pudiera amar a unos niños tanto como su amigo.
Se aclaró la garganta y desvió la mirada de la de su amigo.
–Enterré a los niños en el huerto desde el que se veía el
mar, donde solían jugar. La familia de Junsu se hizo cargo de su cuerpo, y
envié el cadáver de Yoochun a casa de su padre.
–Gracias.
Kangin asintió con la cabeza.
–Era lo menos que podía hacer. Eras un hermano para mí.
Hyukjae se rió con tristeza.
–Supongo que eso explica por qué tenías esa fijación por
hacerme la vida imposible.
–Alguien tenía que hacerlo. Con veintitrés años eras
demasiado duro y serio.
–No como tú.
Kangin apenas recordaba al hombre que una vez fue y del que Hyukjae
estaba hablando. Despreocupado y siempre listo para la batalla. De sangre
caliente y con cabeza de chorlito. Era un milagro que Hyukjae no lo hubiese
matado. La paciencia de ese hombre no tenía límites.
–Mis gloriosos días de desperdiciada juventud –dijo Kangin
con melancolía.
Los dos creían que el otro estaba muerto,y se vinieron a encontrar en momento crucial. Tan felices ellos por verse. Seguro después le comenta que creyeron verse hace tiempo *0*
ResponderEliminarOh,el dolor en los ojos por el anhelo,debe doler. Me oprime el corazón cuando les pasa eso,desear tanto algo que no pueden tener,que no les esta permitido tener.....y peor aun,cuando creen que jamas lo tendran....debe doler
Teuk sabrá más de kangin.....y todo lo que sepa,haran que cambie de opinión,tanto de kangin,como de la vida que lleva su familia....seguro
waaa espere con ansias este momentoooo ame que se hayan encontrado al fin pero sie do sincera... No queria que los separaran 77 porque kangin va a querer alejarse para protegerlo >.< mañana yo quiero la contii gracias por adaptarlo y compartirlooo :3333333333
ResponderEliminarMe emocioné mucho con el abrazo entre Kangin y Hyuk, claro que casi me da un ataque con lo del rayo de Afrodita, menos mal que Hyuk estaba ahí y que pudo convencer a su madre de que los ayudará.
ResponderEliminarPor otro lado Teukie y nosotros sabemos un poco más de Kangin y de la hermosa amistad que tenían, aunque todavía falta lo más importante, saber como es que se convirtió en un Dark Hunter.
Gracias por la actu ^^