Dark Pleasures (DH2)- Capítulo 7




Leeteuk permaneció en silencio, sin dar crédito a lo sucedido, y trató de relajarse tomando profundas bocanadas de aire.

–Te has divertido de lo lindo, ¿verdad?

–Joder, sí. ¿Les has visto la cara? –preguntó, soltando una carcajada–. Adoro este coche.

Leeteuk miró al cielo suplicando ayuda divina.

–Dios mío, por favor, apártame de este loco antes de que muera de un susto.

–Venga ya –le dijo con voz juguetona–. No me digas que no te ha hecho correr la sangre.

–Sí, sí, claro. De hecho, me la ha acelerado tanto que no estoy seguro de cómo ha logrado sobrevivir mi corazón. –Lo miró fijamente–. Eres un ser humano totalmente desquiciado.

La risa de Hunter murió al instante.

–Solía serlo, al menos.

Leeteuk tragó saliva al percibir el vacío de su voz. Sin quererlo, acababa de encontrar un punto débil. El humor de ambos decayó bastante y Leeteuk le dio las indicaciones precisas para llegar a la casa de Donghae.

Pocos minutos después, aparcaban en el camino de entrada tras el Range Rover negro de Lee Hyukjae. El guardabarros trasero estaba ligeramente hundido tras su último encuentro con una farola. Pobre Hyukjae, era un peligro en la carretera.

Leeteuk miró de soslayo a su compañero. Después de todo, y siguiendo con las comparaciones, Hyukjae no era tan malo. Al menos, jamás lo mataría de un infarto.

Hunter le ayudó a bajar del coche a través de la puerta del conductor y le precedió camino de la puerta. La antigua casa estaba completamente iluminada y, a través de las ligeras cortinas que cubrían las ventanas, Leeteuk pudo ver a Donghae sentado en un sillón de la salita de estar.

Le faltaban nueve semanas para que saliera de cuentas, pero Donghae tenía todo el aspecto de ir a dar a luz en cualquier momento. Se estaba riendo de algo, pero no había señales de Hyukjae ni de sus invitados.

Leeteuk se detuvo para acomodarse el pelo con la mano, enderezar su ropa sucia y abrocharse el polar para ocultar las manchas de sangre.

–Donghae dijo que tendrían compañía, así es que creo que deberíamos intentar pasar desapercibidos, ¿de acuerdo?

Hunter asintió con la cabeza en el mismo momento en que él tocaba el timbre. Tras una breve espera, la puerta se abrió y Lee Hyukjae apareció en el vestíbulo. Era tan deslumbrante como Hunter. Sus rasgos parecían esculpidos pero, teniendo en cuenta que era el hijo de la diosa Afrodita, no era de extrañar. La sonrisa de bienvenida se borró del rostro del hombre cuando miró a Hunter y al instante se quedó con la boca abierta.

Leeteuk comprobó que Hunter reaccionaba de la misma forma; parecía estar perplejo.

–¿Hyukjae de Macedonia? –preguntó Hunter con incredulidad.

–¿Kangin de Tracia?

Antes de que Leeteuk pudiera moverse, los dos hombres se fundieron en un abrazo, como si se tratara de dos hermanos largo tiempo separados. Su brazo siguió el movimiento del de Hunter al abrazar a Hyukjae. “Kangin de Trecia”, así que ese es su verdadero nombre

–¡Por todos los dioses! –jadeó Hyukjae–. ¿De verdad eres tú?

–No puedo creerlo –dijo Hunter, ahora llamado Kangin, apartándose un poco para mirar a Hyukjae de arriba abajo–. Pensaba que estabas muerto.

–¿Yo? –le preguntó Hyukjae–. ¿Y tú qué? Oí que los romanos te habían ejecutado. ¡Por Zeus! ¿Cómo es posible que estés aquí? –En ese momento, bajó la mirada y vio los grilletes–. ¿Qué…?

–Por eso hemos venido –dijo Leeteuk–. Nos han encadenado y esperaba que tú pudieras separarnos.

–Los forjó tu padrastro –añadió Kangin–. ¿No tendrás una llave en algún lado, por casualidad?

Hyukjae se rió.

–Supongo que no debería sorprenderme. Por lo menos esta vez no has traído a una princesa amazona con una madre iracunda exigiendo que se te corten ciertas partes de tu cuerpo… –Hyukjae meneó la cabeza como si se tratase de un padre regañando a su hijo–. Dos mil años después y aún sigues metiéndote en líos increíbles.

Kangin lo miró con una sonrisilla forzada.

–Algunas cosas no cambian jamás. Si consigues separarnos te deberé una, ¿no te importa?

Hyukjae ladeó la cabeza.

–La última vez que hice recuento, me debías dos favores.

–¡Ah, sí! No me acordaba de lo de Prymaria.

Por la expresión del rostro de Hyukjae, Leeteuk supo que a él no se le había olvidado y la verdad era que mataría por enterarse de lo que había sucedido. Pero ya habría tiempo para eso más tarde. Lo primero era liberar su brazo. Movió la cadena, haciendo que tintineara.

Hyukjae retrocedió y los invitó a entrar a la casa.

–Habéis tenido suerte –les dijo mientras los acompañaba hasta la salita.

Donghae no se había movido del sillón; ahora sostenía a Haru en su regazo mientras la madre de Hyukjae, ocupaba un lugar en el sofá y jugaba con Myungsoo y uno de sus peluches. Un hombre moreno y alto estaba sentado junto a Afrodita y sostenía al pequeño en sus brazos, riéndose de los dos.

El Dark Hunter jadeó al ver la poco corriente escena familiar y apartó a Leeteuk con un brusco empujón, momentos antes de que Afrodita alzara la vista y maldijera.

Antes de Leeteuk pudiera entender lo que sucedía, la diosa alargó un brazo y de su mano surgió una especie de rayo luminoso que golpeó directamente a Kangin. El impacto lo tiró al suelo de espaldas, arrastrándole junto a él.

Leeteuk aterrizó sobre el pecho de Kangin y en ese momento vio la quemadura que el rayo le había provocado en el hombro. Olía a piel y carne quemada. Sabía que el dolor de la herida tenía que ser horroroso, pero él no parecía notarlo. Muy al contrario, Kangin  se quitó las gafas de sol con rapidez, le apartó de su pecho e intentó alejarlo de él tanto como fuera posible. Poniéndose en pie se colocó entre la diosa y Leeteuk.

–¡Cómo te atreves! –gritó Afrodita con el hermoso rostro desfigurado por la ira. Con los ojos entrecerrados se levantó del sofá y se acercó a Kangin  como si se tratase de una bestia mortal acechando a su presa–. Sabes que te está prohibido mostrarte ante nosotros.

Hyukjae agarró el brazo de su madre antes de que pudiera llegar hasta Kangin.

–¡Madre, detente! ¿Qué estás haciendo?

Ella lo miró furiosa.

–¿Cómo te has atrevido a traer a un Dark Hunter ante mi presencia? ¡Sabes que está prohibido!

Hyukjae frunció el ceño y observó a Kangin . La incredulidad se reflejaba en su rostro.

Kangin  miró a Leeteuk por encima de su hombro.

–Estás a punto de ser libre, pequeño –le susurró. Afrodita alzó la mano.

Aterrorizado, Leeteuk se dio cuenta de que la diosa pretendía acabar con él. ¡No!, el grito se atascó en su garganta mientras su corazón latía a toda velocidad, presa del pánico.

Hyukjae atrapó la muñeca de su madre antes de que pudiera herir a Kangin  de nuevo.

–No, mamá –la increpó Hyukjae–. Dark Hunter o no, da la casualidad de que es el único hombre que me guardó las espaldas mientras todos los demás rezaban para verme muerto. Si lo matas, jamás te perdonaré.

El rostro de Afrodita adoptó una expresión pétrea. Hyukjae la soltó.

–Nunca te he pedido nada antes. Pero ahora lo hago, como tu hijo que soy. Ayúdalo. Por favor. -Afrodita miró a Hyukjae y a Kangin  alternativamente. La indecisión en su mirada era tangible. –¿Hefesto? –llamó Hyukjae al hombre sentado en el sofá–. ¿Los liberarás?

–Está prohibido –contestó el dios bruscamente– y lo sabes. Los Cazadores Oscuros no poseen alma y están más allá de nuestro alcance.

–No pasa nada, Hyukjae –dijo Kangin  en voz baja–. Pídele que el rayo no me atraviese para que no hiera al joven.

Fue entonces cuando Afrodita vio a Leeteuk. Y su mirada se posó sobre los grilletes.

 –¿Mamá? –le pidió Hyukjae de nuevo.

Afrodita chasqueó los dedos y los grilletes desaparecieron.

–Gracias –le dijo Hyukjae.

–Sólo lo he hecho para ayudar al humano –dijo la diosa con gravedad antes de volver al sofá–. El Dark Hunter puede apañárselas solo.

Kangin  le dijo las gracias en silencio a Hyukjae, se dio la vuelta y comenzó a caminar hacia la puerta.

–Kangin, espera –le dijo Hyukjae, deteniéndolo–. No puedes marcharte estando herido.

La expresión del Dark Hunter era impasible.

–Ya conoces las normas, hermano. Me las apaño solo.

–No, esta noche no.

–Si él se queda –dijo Afrodita–, tenemos que marcharnos.

Hyukjae miró a su madre y asintió con la cabeza.

–Lo sé, mamá. Gracias de nuevo por ayudarlo. Hasta luego.

La diosa desapareció con un destello luminoso. Hefesto dejó a Myungsoo en el suelo y acto seguido también se evaporó.

–¿Hyukjae? –lo llamó Donghae desde la salita–. ¿Corre peligro Haru si la dejo en el suelo?

–No –le contestó él.

Leeteuk observó la mirada de tristeza en los ojos de Kangin  cuando los gemelos se acercaron corriendo a su padre.

Myungsoo se apartó, feliz de ver a Leeteuk, y comenzó a parlotear mientras le tendía los brazos. Él lo cogió y lo abrazó con fuerza antes de darle un beso sobre su cabello.

Dando saltos entre sus brazos, el niño soltó una carcajada y lo abrazó.

Haru se dirigió directamente a Kangin , cosa absolutamente normal en ella; la pequeña hechicera no se arredraba ante los extraños. Extendió el brazo y le ofreció la galleta a medio comer que llevaba en la mano.

–¿Ga-lleta? –le preguntó con su hablar titubeante, propio de un bebé.

Arrodillándose ante ella, Kangin  sonrió con ternura, cogió la galleta y acarició con suavidad el cabello oscuro de la niña.

–Gracias cielo –le dijo con suavidad antes de devolverle la galleta–, pero no tengo hambre.

Haru dio un gritito y se arrojó a sus brazos.

Aunque Leeteuk viviera toda una eternidad, jamás sería capaz de olvidar la mirada desesperada, de profundo dolor, que se reflejó en los ojos de Kangin  mientras abrazaba a la niña contra su pecho. Había anhelo. Sufrimiento. Era la mirada de un hombre que sabía que sostenía entre sus brazos algo que no deseaba que le arrebataran.

Cerró los ojos y apoyó la mejilla sobre la cabecita de Haru mientras apretaba los puños y lo abrazaba aún más fuerte.

–Por los dioses, Hyukjae, siempre haces unos niños tan hermosos…

Hyukjae no contestó mientras Donghae se acercaba, pero Leeteuk reconoció la angustia en sus ojos al observar cómo su amigo abrazaba a su hija.

–Donghae, éste es mi amigo Kangin de Tracia. Kangin, éste es mi esposo.

Kangin  se puso en pie con la misma agilidad que una pantera negra, sosteniendo a Haru con mucho cuidado en sus brazos.

–Es un honor conocerte, Donghae.

–Gracias –le contestó él–. Lo mismo digo. Hyukjae ha hablado tanto de ti que es como si ya te conociera.

Kangin  miró a Hyukjae con los ojos entrecerrados.

–Teniendo en cuenta lo mucho que siempre ha censurado mi comportamiento, tiemblo al pensar lo que ha podido contarte.

Donghae se rió.

–Nada malo. ¿Es cierto que en una ocasión incitaste a toda una casa de putas a que…?

–¡Hyukjae! –masculló Kangin –. No puedo creer que le contaras eso.

Sin inmutarse siquiera, Hyukjae se encogió de hombros e ignoró la irritación de su amigo.

–Siempre has sabido sacar a relucir tu ingenio bajo presión.

Donghae jadeó y se llevó la mano hacia el voluminoso vientre. Su marido se acercó a él y lo agarró del brazo, observándolo con preocupación.

Respirando entrecortadamente, Donghae se frotó el vientre y los miró con una débil sonrisa.

–Lo siento. El bebé da patadas como una mula.

Kangin  miró el vientre de Donghae y una extraña luz iluminó sus ojos. Por un instante, Leeteuk hubiese jurado que los había visto brillar.

–Es otro niño –les dijo en voz baja y distante.

–¿Cómo lo sabes? –le preguntó Donghae, sorprendido, mientras continuaba frotándose arriba y abajo–. Sólo lo sé desde ayer mismo.

–Puede percibir el alma del bebé –le dijo Hyukjae suavemente–. Es uno de los poderes protectores de un Dark Hunter.

Kangin  miró a su amigo.

–Éste va a tener un carácter fuerte. Generoso y tierno, pero muy imprudente.

–Me recuerda a alguien que conocí en una ocasión –comentó Hyukjae.

Esas palabras parecieron torturar a Kangin .

–Venga –dijo Hyukjae, tomando a Haru de los brazos de Kangin y poniéndola en el suelo, sin hacer caso a sus lloriqueos de protesta–. Necesito que me acompañes arriba para curarte esa herida.

Leeteuk se quedó en el pasillo, sin saber qué hacer. Un millón de preguntas bullían en su interior en busca de respuestas y, si no hubiese sido por la herida de Kangin , estaría de camino al piso superior para formularlas todas. Pero Hyukjae tenía razón. Esa herida tenía un aspecto muy feo y necesitaba ser atendida. Tras echar una mirada pensativa a las escaleras, se dio la vuelta para hablar con Donghae.

–Pareces asombrosamente tranquilo, a pesar del caos que se ha formado aquí. Dioses desvaneciéndose, gente que llega cubierta de sangre y a la que lanzan un rayo en tu recibidor… Cualquiera pensaría que a estas alturas deberías estar de los nervios, sobre todo, teniendo en cuenta tu estado.

Donghae rió mientras conducía a una llorosa Haru de vuelta a la salita de estar.

–Bueno, durante los últimos años casi me he acostumbrado a ver a dioses apareciendo y desapareciendo de repente. Y a otras cosas en las que no quiero ni pensar. Estar casado con Hyukjae es, sin duda, un buen modo de aprender a mantener la calma.

Leeteuk se rió sin mucho entusiasmo y volvió a mirar hacia la escalera, preguntándose de nuevo acerca de su enigmático Dark Hunter.

–Hunter, o Kangin, ¿es también un dios?

–No lo sé. Por lo que Hyukjae me ha contado, siempre he creído que era un hombre; pero estoy tan a oscuras como tú.

Mientras Donghae tomaba asiento, Leeteuk escuchó a los hombres hablar a través del transmisor colocado en la habitación de los bebés.

Donghae extendió el brazo para apagar el receptor.

–Por favor, espera.

Leeteuk se sentó y jugueteó con Myungsoo mientras escuchaba la conversación que se desarrollaba en el piso superior.

–Joder, Kangin –le dijo Hyukjae tan pronto como éste le dio su camisa–. Tienes más cicatrices que mi padre.

Kangin dejó escapar el aire lentamente mientras rozaba la quemadura que el rayo de Afrodita le había causado en el hombro.

Se encontraban en la habitación de los gemelos, al fondo del pasillo. Kangin entornó los ojos, molesto por el brillo de la luz sobre el papel que cubría las paredes –amarillo y con ositos– y sacó las gafas de sol. Hyukjae debió recordar parte de la antigua mitología griega, porque apagó la luz y encendió una lamparita pequeña que inundó la habitación con un suave resplandor.

Debilitado por el dolor, Kangin notó que su reflejo en el espejo apenas si era perceptible. La capacidad de no reflejarse en los espejos era una de las medidas de protección de las que gozaba un Dark Hunter. Para conseguir verse en uno de ellos, tenían que proyectar una imagen mental, algo que resultaba muy duro estando herido o excesivamente cansado.

Kangin se apartó un poco del armario pintado de blanco y se encontró con la interrogante mirada de Hyukjae.

–Dos mil años de lucha suelen dejar huella en el cuerpo.

–Siempre tuviste más pelotas que cerebro.

Un espeluznante escalofrío recorrió la espalda de Kangin al escuchar esas palabras tan familiares. Era imposible recordar las innumerables ocasiones en las que Hyukjae las había pronunciado en griego antiguo.

Cómo había echado de menos a su amigo y mentor a lo largo de los siglos… Hyukjae había sido el único al que había prestado atención. Y uno de los pocos hombres a los que había respetado de verdad. Se frotó el brazo y continuó hablando.

–Lo sé. Pero lo gracioso es que siempre escucho tu voz en mi mente pidiéndome que tenga paciencia. –Hablando con una voz más ronca, imitó el acento espartano de Hyukjae–: «Maldición Kangin, ¿es que no puedes pensar nunca antes de actuar?»

Hyukjae no respondió.

Kangin sabía lo que pasaba por la mente de su amigo. Los mismos recuerdos agridulces que le perseguían a él cada noche cuando se relajaba el tiempo suficiente como para dejar que el pasado regresara. Imágenes de un mundo desaparecido hacía mucho tiempo; de gente y de familia que no eran más que sombras difusas y sentimientos perdidos.

El suyo había sido un mundo muy especial, pero su elegancia primitiva aún caldeaba sus corazones. Kangin todavía podía oler el aceite de las lámparas que iluminaban su hogar y sentir la brisa fresca y fragante del Mediterráneo que perfumaba su villa.

En una extraña contradicción con los pensamientos de Kangin, Hyukjae abrió el pequeño botiquín y buscó un moderno paquete de hielo. Cuando lo encontró, quitó el cierre para liberar el gel y lo sostuvo sobre el hombro de Kangin. Éste siseó al sentir el frío sobre la herida.

–Siento mucho lo de la descarga astral –se disculpó Hyukjae–. Si lo hubiese sabido…

–No tienes la culpa de nada. No había modo de que supieras que había entregado mi alma. No es precisamente el modo de comenzar una conversación. «Hola, soy Kangin. No tengo alma. ¿Qué tal estás?»

–No tiene gracia.

–Claro que sí, lo que pasa es que nunca has entendido mi sentido del humor.

–Lo que pasa es que siempre salía a relucir cuando estábamos a un paso de la muerte.

Kangin se encogió de hombros y deseó no haberlo hecho cuando el dolor le recorrió el brazo.

–¿Qué puedo decir? –Cogió el paquete de las manos de Hyukjae y retrocedió un paso–. ¿Qué te ocurrió Hyukjae? Me dijeron que Escipión te capturó junto a tu familia y que os asesinó.

Hyukjae soltó un bufido.

–¿Y tú lo creíste? Fue Príapo quien mató a mi familia. Cuando los encontré muertos me dejé llevar por un «momento Kangin» y fui tras él.

Kangin alzó una ceja. Que él supiera, Hyukjae nunca había cedido a un impulso en toda su vida. El tipo era la calma y la reflexión personificadas, sin importar el caos que hubiera a su alrededor. Y eso había sido una de las cosas que más apreciara de su amigo.

–¿Tú hiciste algo impulsivo?

–Sí. Y lo pagué muy caro –dijo, cruzando los brazos sobre el pecho y mirando a Kangin a los ojos–. Príapo me maldijo y me encerró en un pergamino. Pasé dos mil años como esclavo sexual antes de que mi esposo me liberara.

Kangin soltó un silbido de incredulidad. Había oído hablar de tales maldiciones. El sufrimiento era agónico, y su orgulloso amigo debía haberlo pasado realmente mal. Hyukjae nunca había permitido que nadie dirigiese su camino. Ni siquiera los dioses.

–Y tú me llamas loco a mí… –dijo Kangin–. Yo me limité a provocar el odio de los romanos. Tú fuiste tras el panteón griego al completo.

Hyukjae le pasó un tubo de crema para las quemaduras. Cuando habló, su voz sonó ronca.

–Me estaba preguntado… cuando me marché, ¿qué sucedió con…?

Kangin lo miró a los ojos y vio la agonía reflejada en ellos. Descubrió que para su amigo era demasiado doloroso el hecho de mencionar lo sucedido. Él todavía sentía el dolor al recordar las muertes de los hijos de Hyukjae. Habían sido dos niños preciosos y vivaces; resultaba imposible hacerles justicia con simples palabras. Su simple presencia hacía que el corazón de Kangin se encogiera de envidia.

¡Por los dioses! Cómo había deseado poder tener su propia familia, sus propios hijos. Cada vez que visitaba el hogar de Hyukjae, anhelaba poder vivir una existencia como la de su amigo. Era lo único que había querido siempre. Un hogar acogedor, unos hijos a los que amar y un esposo que lo quisiera. Cosas sencillas, en realidad, pero que siempre habían resultado imposibles para él.

Y ahora, como Dark Hunter, esos deseos no eran más que sueños irrealizables.

Kangin no podía ni imaginarse el horror que Hyukjae debía sentir cada vez que recordara a sus hijos. Dudaba mucho de que cualquier otro hombre pudiera amar a unos niños tanto como su amigo.

Se aclaró la garganta y desvió la mirada de la de su amigo.

–Enterré a los niños en el huerto desde el que se veía el mar, donde solían jugar. La familia de Junsu se hizo cargo de su cuerpo, y envié el cadáver de Yoochun a casa de su padre.

–Gracias.

Kangin asintió con la cabeza.

–Era lo menos que podía hacer. Eras un hermano para mí.

Hyukjae se rió con tristeza.

–Supongo que eso explica por qué tenías esa fijación por hacerme la vida imposible.

–Alguien tenía que hacerlo. Con veintitrés años eras demasiado duro y serio.

–No como tú.

Kangin apenas recordaba al hombre que una vez fue y del que Hyukjae estaba hablando. Despreocupado y siempre listo para la batalla. De sangre caliente y con cabeza de chorlito. Era un milagro que Hyukjae no lo hubiese matado. La paciencia de ese hombre no tenía límites.

–Mis gloriosos días de desperdiciada juventud –dijo Kangin con melancolía.



3 comentarios:

  1. Los dos creían que el otro estaba muerto,y se vinieron a encontrar en momento crucial. Tan felices ellos por verse. Seguro después le comenta que creyeron verse hace tiempo *0*

    Oh,el dolor en los ojos por el anhelo,debe doler. Me oprime el corazón cuando les pasa eso,desear tanto algo que no pueden tener,que no les esta permitido tener.....y peor aun,cuando creen que jamas lo tendran....debe doler

    Teuk sabrá más de kangin.....y todo lo que sepa,haran que cambie de opinión,tanto de kangin,como de la vida que lleva su familia....seguro

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  2. waaa espere con ansias este momentoooo ame que se hayan encontrado al fin pero sie do sincera... No queria que los separaran 77 porque kangin va a querer alejarse para protegerlo >.< mañana yo quiero la contii gracias por adaptarlo y compartirlooo :3333333333

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  3. Me emocioné mucho con el abrazo entre Kangin y Hyuk, claro que casi me da un ataque con lo del rayo de Afrodita, menos mal que Hyuk estaba ahí y que pudo convencer a su madre de que los ayudará.

    Por otro lado Teukie y nosotros sabemos un poco más de Kangin y de la hermosa amistad que tenían, aunque todavía falta lo más importante, saber como es que se convirtió en un Dark Hunter.

    Gracias por la actu ^^

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yota´s news : De regreso?

 Buenas tardes a todas las lectoras. Después de un año  y casi 4 meses regreso a saludarlas y comentarles nuevas.  Me gustaría decirle...