Esclavo de Amor- Capítulo 27



Hyukjae tardó tres días en recuperar toda su fuerza. Durante todo ese tiempo, Donghae estuvo a su lado. Ayudándolo.

No acababa de comprender el motivo de la devoción que Donghae le profesaba. Y su fuerza. Era el joven que había estado esperando toda su vida. Y con cada día que pasaba, era consciente de que el amor que sentía por él crecía un poco más. Lo necesitaba a su lado.

— Tengo que decírselo —se dijo a sí mismo mientras se secaba con una toalla. No podía permitir que pasara un día más sin que supiese lo que significaba para él.

Dejó el cuarto de baño y atravesó el pasillo hasta llegar al dormitorio de Donghae. Estaba hablando con Judith.

— Por supuesto que no le he contado lo que su madre me dijo. ¡Jesús!

Hyukjae retrocedió un paso y se apoyó contra la pared mientras escuchaba a Donghae.

— ¿Qué se supone que debo decirle? ¿«Por cierto, Hyukjae, tu madre me ha amenazado»?


Él sintió que acababan de darle un golpe en el pecho y comenzó a verlo todo negro. Entró a la habitación.

— ¿Cuándo has hablado con mi madre? —inquirió. Donghae alzó la vista, sorprendido.

— Esto… Nani, tengo que colgar. Adiós. —Dejó el auricular en su sitio.

— ¿Cuándo has hablado con ella? —insistió.

Donghae encogió los hombros descuidadamente.

— El día que comenzaste a sentirte mal.

— ¿Qué te dijo?

Donghae volvió a encoger los hombros, esta vez con timidez.

— No fue una verdadera amenaza, sólo me dijo que no te compartiría conmigo.

La ira lo atravesó. ¡Cómo se había atrevido! ¿Quién demonios se creía su madre que era como para exigir que Donghae o él mismo la obedecieran?

Qué imbécil había sido al pensar que el corazón de Afrodita se había ablandado.

¿Cuándo iba a aprender?

— Hyukjae —lo increpó Donghae, poniéndose en pie y acercándose a él, al pie de la cama—, ella ha cambiado. Cuando vino a liberarte…

— No, Donghae —lo interrumpió—. La conozco mucho mejor que tú.

Y sabía de lo que su madre era capaz. Su crueldad hacía que las acciones de su padre pareciesen meras travesuras.

Con el corazón abatido, comprendió que jamás podría confesarle a Donghae lo que sentía por él.

Y lo que era aún peor, no podía quedarse con él. Si algo había aprendido acerca de los dioses era que jamás lo dejarían vivir en paz.

¿Cuánto tiempo tardarían en hacer daño a Donghae? ¿Cuánto tiempo le llevaría a Príapo ponerlo en su contra? ¿O cuándo se vengaría su madre de ambos?

Tarde o temprano, le pasarían factura por ser feliz. No le cabía la menor duda. Y la simple idea de que Donghae pudiese sufrir…

No. Jamás podría arriesgarse.



Los días pasaron volando mientras ellos permanecían tanto tiempo juntos como les resultaba posible.

Hyukjae enseñó a Donghae cultura clásica griega y algunas formas muy interesantes de disfrutar de la crema de chocolate. Donghae le enseñó a desahuciar al contrario en el Monopoly y a leer en inglés.

Después de unas cuantas clases más de conducción, y de un nuevo embrague, Donghae reconoció que Hyukjae no tenía futuro al frente de un volante.

A Donghae le parecía que apenas había pasado el tiempo y, sin embargo, el último día del plazo de Hyukjae llegó tan rápido que lo dejó aterrorizado.

La noche previa a ese fatídico día, hizo el más sorprendente de los descubrimientos: no podía vivir sin Hyukjae.

Cada vez que pensaba en retomar su antigua vida, sin él, creía morir de dolor.

Pero finalmente comprendió que la decisión era de Hyukjae, y sólo de él.

— Por favor, Hyukjae —le susurró mientras él dormía a su lado—. No me abandones.

Ninguno de los dos habló mucho en todo el día. De hecho, Hyukjae le evitó constantemente.

Eso, más que ningún otro detalle, le hizo imaginarse cuál era la decisión que había tomado.

Donghae tenía el corazón destrozado. ¿Cómo podía abandonarlo después de todo lo que habían pasado juntos? ¿Después de todo lo que habían compartido?

No podía soportar la idea de perderlo. La vida sin él sería intolerable.

Al atardecer, lo encontró sentado en la mecedora del porche, contemplando el sol por última vez. Su rostro tenía una expresión tan dura que apenas si podía reconocer al hombre alegre que había llegado a amar tanto.

Cuando el silencio se hizo demasiado insoportable, le habló:

— No quiero que me abandones. Quiero que te quedes aquí, en mi época. Puedo cuidar de ti, Hyukjae. Tengo mucho dinero y te enseñaré todo lo que desees saber.

— No puedo quedarme —le contestó entre dientes—. ¿Es que no lo entiendes? Todos los que han estado cerca de mí alguna vez han sido castigados por los dioses: Yoochun, Junsu, mis hijos. —Lo miró como si estuviese aturdido—. ¡Por Zeus! Kangin acabó crucificado.

— Esta vez será diferente.

Se puso en pie y lo miró con dureza.

— Tienes razón. Será diferente. No voy a quedarme aquí para ver cómo mueres por mi culpa.

Pasó por su lado y entró a la casa.

Donghae apretó los puños, deseando estrangularlo.

— ¡Eres un… testarudo!

¿Cómo podía ser tan insoportable?

En ese momento notó que el anillo de boda de su madre se le clavaba en la palma de la mano. La abrió y lo miró durante un buen rato. Estaba a punto de conseguir que el pasado dejara de atormentarlo. Por primera vez en su vida tenía un futuro en el que pensar. Un futuro que lo llenaba de felicidad.

Y no estaba dispuesto a permitir que Hyukjae lo echara todo por la borda. Más decidido que nunca, abrió la puerta de la casa y sonrió maliciosamente.

— No vas a librarte de mí, Hyukjae de Macedonia. Puede que hayas vencido a los romanos, pero te aseguro que a mi lado son unos enclenques.

Hyukjae estaba sentado en la salita, con su libro en el regazo. Pasaba la palma de la mano sobre la antigua inscripción, despreciándola más que nunca.

Cerró los ojos y recordó la noche que Donghae lo convocó. Recordó lo que se sentía cuando no tenía conciencia de su propia identidad. Cuando no era más que un simple esclavo sexual griego.

Hacía mucho, mucho tiempo que se hallaba perdido en un lugar oscuro y temible, y Donghae lo había encontrado.

Con su fortaleza y su bondad había conseguido desafiar lo peor que había en él y le había devuelto la humanidad. Sólo Donghae había percibido su corazón y había decidido que merecía la pena luchar por él.

Quédate con él.

¡Por los dioses!, qué fácil parecía. Qué sencillo. Pero no se atrevía. Ya había perdido a sus hijos. Donghae era el dueño de lo que le quedaba de corazón, y perderlo por culpa de su hermano…

Sería lo más doloroso a lo que jamás se hubiera enfrentado.

Hasta él tenía un punto débil. Ahora conocía el rostro y el nombre de la persona que podría hacerle caer de rodillas.

Donghae.

Tenía que apartarse de él para que estuviera a salvo.

Lo sintió entrar en la estancia. Abrió los ojos y lo vio de pie, en el hueco de la puerta, mirándolo fijamente.

— Ojalá pudiese destruir esta cosa —gruñó al devolver el libro a la mesita.

— Después de esta noche no tendrás necesidad de hacerlo.

Sus palabras le dolieron. ¿Cómo podía hacer esto por él? No soportaba la idea de que alguien le utilizara y aquí estaba él, usándole del mismo modo que lo habían usado a él tantas y tantas veces.

— ¿Aún estás dispuesto a dejarme utilizar tu cuerpo para que pueda marcharme?

La sinceridad de su mirada lo dejó paralizado.

— Si de ese modo conseguimos que seas libre, sí.

La siguiente pregunta se le atravesaba en la garganta, pero tenía que saber la respuesta.

— ¿Llorarás cuando me haya marchado?

Donghae apartó la mirada y él vio la verdad en sus ojos. No era mucho mejor que Shang. Era exactamente igual que aquel egoísta.

Pero, después de todo, era hijo de su padre. Tarde o temprano, la mala sangre siempre hacía acto de presencia.

Donghae se dio la vuelta y se marchó, dejándolo solo con sus pensamientos. Dejó que sus ojos vagaran por la salita. Cuando miró enfrente del sofá, el corazón se le encogió.

Cómo iba a echar de menos las noches pasadas allí junto a Donghae, escuchando su voz. Su risa.

Pero sobre todo, echaría de menos sus caricias.

Era muy tentador quedarse, pero no podía hacerlo. No había sido capaz de proteger a sus hijos, ¿cómo iba a proteger a Donghae?

— ¿Hyukjae?

Se sobresaltó al escuchar la voz de Donghae que lo llamaba desde el piso de arriba.

— ¿Qué?

— Son las once y media. ¿No deberías subir?

Hyukjae miró el bulto que se apreciaba bajo los vaqueros. Había llegado la hora de darle utilidad.

Debería estar encantado. Era lo que había querido desde el primer instante en que lo vio.

Pero, por alguna razón, le dolía el hecho de tomarlo así.

Por lo menos no le harás daño. ¿No?

De hecho, dudaba mucho que Shang le hubiese hecho sufrir tanto como él estaba a punto de hacer.

— ¿Hyukjae?

— Voy —le contestó, obligándose a abandonar el sofá.

En la puerta, volvió la cabeza para mirarlo todo por última vez.

Incluso ahora podía ver la imagen de Donghae tumbado en el sofá, con el pecho cubierto de nata mientras él, muy lentamente, lo lamía hasta no dejar ni rastro de la crema. Podía escuchar su risa y ver el brillo de sus ojos cada vez que lo llevaba al clímax.

No me abandones, Hyukjae, le había susurrado la noche anterior mientras él supuestamente dormía, y sus palabras le habían abrasado. Ahora le estaban partiendo en dos el corazón.

— ¿Hyukjae?

Dándose la vuelta, se encaminó hacia las escaleras y se apoyó en el pasamanos. Sería la última vez que subiría estos escalones. La última vez que cruzaría el pasillo para llegar al dormitorio de Donghae.

Y la última vez que lo vería en su cama…

Con el corazón en la garganta, se dio cuenta de que apenas podía respirar. ¿Por qué tenía que ser así?

Soltó una amarga carcajada. ¿Cuántas veces se habría hecho esa misma pregunta?

Se detuvo al llegar a la puerta. La habitación estaba alumbrada por la tenue luz de las velas, pero lo que más le impresionó fue ver a Donghae con aquella minúscula prenda roja que alcanza poco a cubrir su miembro y sus redondeadas nalgas.

Estaba arrebatador.

De repente, sintió que la lengua acababa de caérsele hasta el suelo y que era imperante enrollarla de nuevo para meterla en la boca.

— No vas a ponérmelo fácil, ¿verdad? —le preguntó con voz ronca. Donghae le dedicó una sonrisa traviesa.

— ¿Debería hacerlo?

Totalmente embobado, Hyukjae era incapaz de mover un músculo mientras observaba cómo se acercaba.

— ¿No tienes demasiada ropa?

Antes de que pudiese responder, Donghae agarró el borde inferior de su camisa y la levantó hasta pasarla por su cabeza. Una vez la arrojó al suelo, alargó un brazo y colocó la mano en su pecho, justo sobre el corazón. En ese instante, para Hyukjae era el joven más hermoso del mundo.

Permaneció inmóvil como una estatua mientras él deslizaba las manos sobre su piel, provocándole escalofríos.

No, no iba a ponérselo nada fácil.

Hyukjae notó que intentaba desabrocharle el botón del pantalón.

— Donghae —le advirtió, y le apartó las manos.

— ¿Mmm? —murmuró, con los ojos oscurecidos por la pasión.

— No importa.

Donghae se apartó y se subió a la cama. Hyukjae contuvo el aliento al vislumbrar su trasero desnudo a través de la diáfana prenda.

Se tumbó de lado y lo miró fijamente.

Tras despojarse de los vaqueros, se unió a él. Hizo que se tendiera de espaldas. Hyukjae se aprovechó de la situación.

— ¡Oh, Hyukjae! —gimió Donghae.

Lo sintió estremecerse bajo él cuando pasó la lengua alrededor del endurecido pezón. Su cuerpo era fuego líquido y gritaba exigiéndole que lo poseyera. Pero no sólo anhelaba su carne. Lo quería a él.

Y abandonarlo lo destrozaría.

Hyukjae tragó y se apartó. Había estado esperando esta noche durante una eternidad. Había pasado la eternidad esperando a esta pareja.

Con mucha ternura acarició su rostro, guardando en la memoria cada pequeño detalle.

Su precioso Donghae. Jamás lo olvidaría.

Su alma lloraba a gritos por lo que estaba a punto de hacerle. Le separó los muslos con las rodillas.

Se estremeció involuntariamente al sentir su piel desnuda bajo la suya. Y, en ese momento, cometió el error de mirarlo a los ojos.

El sufrimiento que vio en ellos lo dejó sin aliento.

«Jamás tuviste nada que no robaras antes». Se tensó al escuchar las palabras de Yoochun en su cabeza. Lo último que quería era robarle algo a la persona que le había entregado tanto.

¿Cómo voy a hacerle esto?

— ¿A qué estás esperando? —le preguntó él.

Hyukjae no lo sabía. Lo único que tenía claro era que no podía apartar la mirada de sus tristes. Unos ojos que llorarían si lo utilizaba para después abandonarlo. Unos ojos que llorarían de felicidad si se quedaba.

Pero si se quedaba, su familia lo destruiría. Y, en ese instante, supo lo que debía hacer.

Donghae le envolvió la cintura con las piernas.

— Hyukjae, date prisa. El tiempo se acaba.

Él no habló. No podía hacerlo. En realidad, no confiaba en sí mismo, y podía decir algo que lo hiciera cambiar de opinión.

A lo largo de los siglos había sido muchas cosas: huérfano, ladrón, marido, padre, héroe, leyenda y, finalmente, esclavo.

Pero jamás había sido un cobarde.

No. Hyukjae de Macedonia jamás había sido un cobarde. Era el general que había contemplado victorioso a legiones enteras de romanos, y les había desafiado entre carcajadas a que le mataran y le cortaran la cabeza si podían.

Ése era el hombre que Donghae había encontrado, y ése era el hombre que le amaba. Y ese hombre se negaba a hacerle daño.

Donghae intentó mover las caderas para que el miembro de Hyukjae se hundiera en él, pero él no le dejó.

— ¿Sabes lo que más echaré de menos? —le preguntó, mientras deslizaba una mano entre sus cuerpos y le acariciaba su miembro.

— No —murmuró Donghae.

— El aroma de tu pelo cada vez que entierro mi rostro en él. El modo en que te agarras a mí y gritas cuando te corres. El sonido de tu risa. Y sobre todo, tu imagen al despertar cada mañana, con el sol bañándote el rostro. Jamás podré olvidarlo.

Apartó la mano y movió las caderas para encontrar las de Donghae. Pero, en lugar de penetrarlo, todo se quedó en una placentera caricia que los hizo gemir a ambos.

Bajó la cabeza hasta la oreja de Donghae y le mordisqueó el cuello.

— Siempre te amaré —le susurró.

Donghae lo oyó respirar hondo en el mismo momento en que el reloj daba la medianoche.

Con un brillante destello, Hyukjae desapareció.

Horrorizado, Donghae permaneció inmóvil esperando despertar. Pero siguió escuchando las campanadas del reloj y se dio cuenta de que no era un sueño.

Hyukjae se había ido.

Se había ido de verdad.

— ¡No! —gritó mientras se sentaba en la cama. ¡No podía ser! —. ¡No!

Bajó de la cama con el corazón martilleándole con fuerza en el pecho y corrió hasta el salón. El libro estaba aún sobre la mesita de café. Pasó las páginas y vio que Hyukjae estaba justo en el mismo sitio que antes, sólo que ahora no sonreía diabólicamente y llevaba el pelo corto.

¡No, no y no!, repetía su mente una y otra vez. ¿Por qué había hecho eso? ¿Por qué?

— ¿Cómo has podido? —Le preguntó mientras abrazaba el libro contra su pecho—. Yo te habría dado la libertad, Hyukjae. No me habría importado. ¡Dios!, Hyukjae ¿Por qué te has hecho esto? —sollozó—. ¿Por qué?

Pero en el fondo lo sabía. La ternura que había visto en sus ojos hablaba por sí misma. Lo había hecho para no herirle como Shang.

Hyukjae lo amaba. Y, desde el momento que llegó a su vida, no había hecho otra cosa que protegerlo. Cuidarlo.

Hasta el final. Aun cuando de ese modo se negara la posibilidad de quedar libre de un tormento eterno, él había sido más importante.

Donghae no soportaba pensar en el sacrificio que Hyukjae acababa de hacer. Lo veía condenado a pasar la eternidad en la oscuridad. Solo y sufriendo una agonía.

Él le había contado que pasaba hambre mientras estaba atrapado en el libro, y sed. Y en su mente lo veía sufrir del mismo modo que lo había visto en su cama. Recordó las palabras que dijo después.

«Esto no es nada comparado con lo que se siente dentro del libro»

Y ahora estaba allí. Sufriendo.

— ¡No! —gritó—. No permitiré que te hagas esto, Hyukjae. ¿Me oyes?

Abrazó con fuerza el libro y se dirigió a toda prisa a la parte trasera de la casa. Abrió las cristaleras que daban al jardín y corrió hacia un claro iluminado por la luna llena.

— Regresa a mí, ¡Hyukjae de Macedonia, Hyukjae de Macedonia, Hyukjae de Macedonia! —lo repitió una y otra vez, rogando por que apareciera.

No ocurrió nada. Nada de nada.

— ¡No!, ¡por favor, no!

Con el corazón destrozado, volvió a la salita.

— ¿Por qué?, ¿por qué? —sollozaba, arrodillado en el suelo sin dejar de mecerse hacia delante y hacia atrás.

— ¡Hyukjae! —susurró con la voz rota mientras los recuerdos lo asaltaban. Hyukjae riéndose con él, abrazándolo. Hyukjae sentado tranquilamente, pensando. Su corazón latiendo desenfrenado al mismo ritmo que el suyo.

Lo quería de vuelta.

Lo necesitaba de vuelta.

— No quiero vivir sin ti —balbució dirigiéndose al libro—. ¿Lo entiendes, Hyukjae? No puedo vivir sin ti.

De repente, una luz cegadora iluminó la estancia.

Con la boca abierta, Donghae alzó la mirada esperando encontrarse con Hyukjae.

Pero no era él. Se trataba de Afrodita.

— Dame el libro —le ordenó con el brazo extendido. Donghae lo abrazó con más fuerza.

— ¿Por qué le haces esto? —inquirió Donghae—. ¿Es que no ha sufrido ya bastante? Yo no lo habría alejado de ti. Preferiría que estuviese contigo antes de que regresara al libro. —Se limpió las lágrimas—. Está solo ahí dentro. Solo en la oscuridad —susurró—. Por favor, no dejes que permanezca ahí. Envíame al libro con él, por favor. ¡Por favor!

Afrodita bajó la mano.

— ¿Harías eso por él?

— Haría cualquier cosa por él.

La diosa lo observó con los ojos entrecerrados.

— Dame el libro.

Cegado por las lágrimas, Donghae se lo dio mientras rezaba para que Afrodita lo ayudara a reunirse con él.

Suspiró con fuerza y abrió el libro.

— Me van a joder bien por esto.

Súbitamente, otro destello cegador iluminó la sala y Donghae tuvo que cerrar los ojos. La cabeza comenzó a darle vueltas y todo pareció girar a su alrededor, haciendo que su estómago protestara.

¿Por esto pasaba Hyukjae cada vez que alguien lo invocaba? No lo sabía con certeza, pero ya era bastante terrorífico y por sí solo suponía una tortura.

Y, entonces, la luz desapareció.

Donghae cayó a un profundo foso donde la oscuridad era un ente con vida que lo ahogaba, impidiéndole respirar y haciendo que le escocieran los ojos.

Intentó incorporarse para frenar la caída y sintió bajo él una superficie mullida que le resultaba familiar.

La luz volvió y se encontró en su cama, con Hyukjae sobre él. Él miró alrededor, perplejo.

— ¿Cómo…?


— Será mejor que esta vez no la fastidien —les dijo Afrodita desde la puerta—. No quiero ni pensar en lo que me harán los de arriba si intento esto de nuevo.

3 comentarios:

  1. Regreso el tiempo...??????
    Por fin algo que se le puede agradecer a la madre de Hyuk,aparte de traerlo al mundo.
    Dios,hyuk se iba para no hacerle daño,pero eso lo estaba dañando más,y hae destrozado T_T
    Hizo lo que una madre haria,con esto podrá redimirse un poco con hyuk.
    Ahora si Hae,,,,no lo dejes ir.
    Hablando de Kangin......¿si lo vio? *0*

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  2. ahdasghdfgdfsdgfasjgfasdfagdfasgdfasgdfashdashgas
    Que lo ate a la cama y no lo deje ir mas!!!
    ahh~ hasta que la madresita hizo algo bien hecho~
    ahora si! que ese Hyuk se deje o que Hae lo golpee de una vez..
    yo tambien quiero saber si al que vio fue a KangIn o estaba alucinando!!!
    ahh ya casi termina!!! y esta mas bueno que el pan~

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  3. No sabes como he sufrido con este capítulo xD, creo que envejecí como 10 años...ok no, pero igual tenías ganas de gritar como Hae al imaginarme a Hyuk de nuevo dentro de ese maldito libro, al menos Afrodita apareció y decidió ayudarlos, espero que Hae consiga de una vez romper esa maldición T___T

    Gracias por la actu ^^

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yota´s news : De regreso?

 Buenas tardes a todas las lectoras. Después de un año  y casi 4 meses regreso a saludarlas y comentarles nuevas.  Me gustaría decirle...