Pasión de Luna (DH6)- 2



Ocho meses más tarde


Atontado, Hwang Kwanghee miró fijamente la carta en su mano y parpadeó. Parpadeó otra vez.
No podía realmente estar diciendo lo que pensaba que decía. ¿Podía?

¿Era una broma?

Pero mientras la leía nuevamente por cuarta vez, supo que no lo era. El podrido cobarde hijo de puta en realidad había roto con él a través de su propia cuenta de FedEx.

Lo lamento, Kwanghee,

Pero necesito a alguien más acorde con mi imagen, mi reputación. Voy a muchos sitios y necesito a mi lado la clase de pareja que me ayude, no que me entorpezca. Te enviaré tus cosas a tu edificio. Te envío algo de dinero para un cuarto de hotel para esta noche en caso de que no tengas ningún cuarto libre.

Saludos,
Jongmin

—Tú lo lamentas, servil, chupador de babas de perro —gruñó mientras lo leía otra vez y el dolor lo sumergía tan profundo que todo lo que pudo hacer fue no echarse a llorar. Su novio de cinco años rompía con él por carta... la que había cargado a la cuenta de su negocio.

—¡Condénate en el infierno, serpiente asquerosa! —gruñó.

Normalmente Kwanghee se cortaría su propia cabeza antes que maldecir, pero esto... esto garantizaba lenguaje serio.

Y un hacha en la cabeza de su antiguo novio.

Luchó contra el impulso de gritar. Y sintió la necesidad de subir a su auto, ir a la estación de televisión donde él trabajaba y cortarlo en pequeños pedacitos sangrientos.

¡Maldito!

Una lágrima cayó por su mejilla. Kwanghee la borró y sorbió. No lloraría por esto. Él sí que no lo merecía.

En serio, no lo merecía, y en el fondo no estaba sorprendido. Durante los pasados seis meses, sabía que esto pasaría. Lo había sentido siempre que Jongmin lo ponía en otra dieta o le contrataba otro programa de ejercicio.

Por no mencionar la importante cena hacía dos semanas donde le había dicho que no quería que fuese con él.

—No hay ninguna necesidad de que te arregles para algo tan aburrido. En serio. Es mejor que vaya solo.

Él supo, al minuto en que Jongmin había terminado de hablar, que no estaría con él por mucho más tiempo.

De todos modos lastimaba. De todos modos estaba dolido. ¿Cómo podía hacerle semejante cosa?

¡Como esto! Pensó con ira, mientras agitaba la carta de un lado a otro como un loco en medio de su tienda.

Pero entonces lo supo. Jongmin realmente nunca había sido feliz con él. La única razón por la que había salido con él era porque su primo era gerente en una estación local de televisión. Jongmin había querido trabajar allí y, como un idiota, le había ayudado a conseguirlo.

Ahora que él estaba seguramente instalado en su posición y las mediciones estaban en lo alto, le salía con esto.

Bien. No lo necesitaba de todos modos. Estaba mejor sin él.

Pero todos los argumentos en el mundo no aliviaron el amargo y horrible dolor en su pecho que le hacía querer enroscarse como un ovillo y el gritar hasta que estuviera agotado.

—No lo haré —dijo, limpiándose otra lágrima—. No le daré la satisfacción de llorar. Tirando la carta, asió su aspiradora con saña. Su pequeña boutique necesitaba una limpieza.

Tu sólo aspira. Podía pasar la aspiradora hasta que la maldita alfombra estuviese raída.



Kim Kevin se sentía como la mierda. Acababa de dejar la oficina de Lee Donghae donde el buen, y él usó la palabra con total rencor, psicólogo le había dicho que no había nada en el mundo que pudiera curar a su hermano hasta que su hermano estuviera dispuesto a curarse.

No era lo que él necesitaba oír. La palabrería psicológica era para los humanos, no era para lobos que tenían que sacar sus estúpidos traseros del Dodge antes de que los perdieran.

Desde que Kevin había salido arrastrándose lentamente del pantano con su hermano la noche del Mardi Gras, ellos habían estado viviendo en El Empire, un bar que era propiedad del clan de los osos Katagaria quienes daban la bienvenida a todo descarriado, no importaba de donde vinieran: humano, Daimon, Apolita, Dark Hunter, Dream-Hunter, o Were-Hunter. Mientras que mantuvieras la paz y no amenazaras a nadie, los osos te permitían quedarte. Y vivir.

Pero no importaba lo que los osos Ha le dijeran, él sabía la verdad. Tanto él como Hyunsik vivían bajo amenaza de muerte y no había ningún lugar seguro para ellos. Ellos tendrían que moverse antes que su padre se diera cuenta que estaban todavía vivos.

Al minuto en que lo hiciera, un equipo de asesinos sería enviado tras ellos. Kevin podría enfrentarlos, pero no si arrastraba a un lobo de sesenta kilos en estado comatoso detrás de él.

Necesitaba a Hyunsik despierto y alerta. Sobre todo, necesitaba a su hermano dispuesto de luchar otra vez.

Pero nada parecía alcanzar a Hyunsik, quien aún no se había movido de su cama. Nada.

—Te extraño, Hyunsik —susurró él por lo bajo, mientras su garganta se apretaba con la pena. Era tan difícil estar solo en el mundo. No tener a nadie con quien hablar. Nadie en quien confiar.

Quería tanto a su hermano y a su hermana de regreso que con mucho gusto vendería su alma por ello.

Pero ambos, ahora, se habían ido. No había nadie para él. Nadie.

Suspirando, se metió las manos en sus bolsillos y siguió caminando. Aún no estaba seguro por qué se seguía preocupando de todos modos. Él bien podría dejar que su padre lo tuviera. ¿Qué diferencia habría?

Pero Kevin había pasado toda su vida luchando. Era todo lo que conocía o entendía. No podía hacer como Hyunsik y sólo acostarse y esperar la muerte. Tenía que hacer algo para recobrar a su hermano.

Algo que pudiera hacer que ambos quisieran vivir otra vez.

Kevin hizo una pausa mientras se acercaba a un tienda de ropa.  Este era un gran edificio de ladrillo rojo adornado en negro y borgoña. El frente entero estaba hecho de cristal que mostraba el interior de la tienda abarrotado de delicadas cosas de encaje y mercancías delicadas.

Pero no fue eso lo que lo hizo detener. Fue él.

El joven que había pensado que nunca volvería a ver. Kwanghee.

Él lo había visto solo una vez y sólo brevemente cuando protegía a Lee Sungmin, mientras vendía sus artesanías a los turistas. Sin hacer caso de él, Kwanghee había acudido a Sungmin y los dos habían hablado durante unos minutos.

Entonces Kwanghee había desaparecido de su vida completamente. Incluso aunque él hubiera querido seguirlo, Kevin lo sabía muy bien. Humanos y lobos no se mezclaban.

Y definitivamente no los lobos que estaban jodidos como él.

Entonces se había sentado muy quieto mientras cada molécula de su cuerpo había gritado que fuera detrás de él.

Kwanghee había sido el joven más hermoso que Kevin jamás hubiera visto. Todavía lo era. Cada instinto animal en su cuerpo rugía a la vida mientras lo miraba otra vez. El sentimiento era primario.

Exigente. Necesario. Y no escucharía razones.

Contra su voluntad, se encontró dirigiéndose hacia él. No fue hasta que hubo abierto la puerta color borgoña que se dio cuenta que estaba llorando.

La cólera feroz se abrió paso a través de él. Ya era bastante malo que su vida apestara, la última cosa que quería era ver a alguien como Kwanghee llorar.


Kwanghee dejó de pasar la aspiradora y alzó la vista cuando oyó a alguien entrando en su tienda. El aliento se le quedó atrapado en la garganta. Nunca en su vida había visto un hombre más hermoso.

Nunca.

A primera vista su cabello era marrón oscuro, pero en realidad estaba compuesto de todos los colores: ceniza, castaño, negro, marrón, caoba. Nunca había visto un cabello así en alguien. Aún mejor, su camiseta blanca estaba ajustada sobre un cuerpo que sólo se vería en los mejores anuncios de las revistas. Este era un cuerpo que anunciaba sexo. Alto y delgado, aquel cuerpo pedía que lo acariciaran.

Sus hermosos rasgos eran agudos, cincelados, y tenía el crecimiento de un día de barba sobre su cara. Esta era la cara de un rebelde que no acataba las costumbres corrientes... alguien que vivía su vida exclusivamente en sus propios términos. Era obvio que nadie le decía a este hombre como hacer nada.

Él... era... magnífico.

Kwanghee no podía ver sus ojos por las oscuras gafas de sol que llevaba, pero sintió su mirada fija. La sentía como un toque ardiente sin llama.

Este hombre era resistente. Feroz. Y esto envió una ola de pánico por su cuerpo.

¿Por qué algo como eso estaría en una tienda que se especializaba en accesorios para jóvenes y mujeres?

¿Seguramente no iría a robarle?

La aspiradora, que no había movido un milímetro desde que él había entrado en su tienda, había comenzado a gemir y a echar humo en señal de protesta. Soltando su aliento bruscamente, Kwanghee rápidamente la apagó y abanicó el motor con su mano.

—¿Puedo ayudarle? —preguntó mientras luchaba por ponerla detrás del mostrador. El calor bañó sus mejillas mientras el motor seguía humeando y escupiendo. Esto agregó un olor no muy agradable a polvo quemado al de las velas perfumadas que usaba.

Le sonrió débilmente al dios tremendamente sexy que estaba tan despreocupadamente de pie en su tienda.

—Lamento todo esto.

Kevin cerró sus ojos mientras saboreaba el ritmo melódico del sur de su voz. Éste llegó profundamente dentro de él, haciendo que su cuerpo entero ardiese. Él estaba inflamado por la necesidad y el deseo.

Inflamado por el impulso salvaje de tomar lo que quería, y al diablo con las consecuencias. Pero ella estaba asustada de él. Su mitad animal lo sentía. Y esa era última la cosa que su mitad humana quería.

Acercándose, él se quitó las gafas de sol y le ofreció una pequeña sonrisa.

—Hola.

Eso no ayudó. Al contrario, la visión de sus ojos le hizo poner más nervioso. Maldición.


Kwanghee estaba atontado. No había creído que él pudiera lucir mejor que lo que ya lo hacía, pero con esa diabólica sonrisa burlona, lo hacía.

Peor, la intensa y salvaje mirada fija de esos lánguidos ojos le hizo estremecer y arder. Nunca en su vida había visto un hombre ni la décima parte tan apuesto como éste.

—Hola —respondió, sintiéndose como nueve variedades de estúpido.

La mirada fija de él finalmente le abandonó y vagó alrededor de la tienda y de sus varios exhibidores.

—Busco un regalo —dijo él con esa voz profundamente hipnótica. Podría haberle escuchado hablar por horas, y por una razón que no podía explicar, quería oírlo decir su nombre.

Kwanghee aclaró su garganta y guardó en su sitio esos pensamientos idiotas mientras salía de atrás del mostrador. ¿Si su atractivo ex no podía soportar cómo lucía, por qué un dios como éste perdería el tiempo con él?

Entonces decidió calmarse antes de avergonzarse ante él.

—¿Para quien es?.

—Para alguien muy especial.

—¿Su novio?

Su mirada volvió a la suya y le hizo temblar aún más. Él sacudió su cabeza ligeramente.

—Yo nunca podría tener tanta suerte —dijo él, su tono bajo, seductor.

Qué cosa tan inusual había dicho. Kwanghee no podía imaginarse a ese tipo teniendo problemas para conseguir a ninguna pareja que quisiera. ¿Quién sobre la tierra le diría no a esto?

Pensándolo bien, él esperaba que nunca encontrara a alguien que lo atrajese. Si lo hiciera, se sentiría moralmente obligado a atropellarlo con su coche.

—¿Cuánto quiere gastar?

Él se encogió de hombros.

—El dinero no significa nada para mí.

Kwanghee parpadeó ante esto. Magnífico y forrado. Hombre, alguna pareja por ahí era afortunada.

—Bien. Tenemos algunos relojes y esclavas. Aquellos siempre son un regalo agradable.


Kevin lo siguió a una vitrina, su aroma lo hizo endurecerse y excitarse. Fue todo lo que pudo hacer para no hundir su cabeza en su hombro e inhalar su olor hasta que estuviera borracho de él. Él concentró su mirada en la piel desnuda y pálida de su cuello.

Lamió sus labios mientras se imaginaba como sabría Kwanghee. Como se sentirían sus lujuriosas curvas presionadas contra su cuerpo. Tener sus labios hinchados por sus besos, sus ojos oscuros y soñadores por la pasión cuando alzara la vista hacia él mientras lo tomaba.

Es más, él podía sentir el deseo de Kwanghee y eso volvía su apetito aún peor.

—¿Cuál es su favorito? —preguntó él, aún cuando ya sabía la respuesta.

Había una delgada esclava de oro blanco que tenía su olor por todas partes. Era obvio que se la había probado recientemente.

—Ésta —dijo él, alcanzándola.

Su pene se endureció aún más cuando sus dedos cada eslabón de la pieza. Él no deseaba nada más que deslizar su mano sobre su brazo, rozar con la palma de su mano su suave y pálida piel, hasta alcanzar su mano. Una mano que a él le gustaría mordisquear.

—¿Usted se lo probaría para mí?


Kwanghee tembló ante el profundo tono de su voz. ¿Qué pasaba con él que le ponía tan nervioso?
Pero lo sabía. Él era sumamente masculino y estar bajo su directo escrutinio era tan insoportable como desconcertante

Intentó ponerse la prenda, pero sus manos temblaban tanto que no podía sujetarlo.

—¿Puedo ayudarlo? —preguntó él.

Kwanghee tragó y asintió.

Sus cálidas manos tocaron las suyas, haciéndolo poner aún más nervioso. Se miró en el espejo, atrapando la mirada de aquellos ojos que lo miraban fijamente con un calor que le hizo temblar y arder.

Él era sin una duda el hombre con mejor apariencia que jamás hubiera vivido o respirado y estaba aquí tocándolo. ¡Era suficiente como para hacerle desmayar!

Él hábilmente sujetó el broche. Sus dedos se demoraron en su muñeca durante un minuto antes de que él encontrara su mirada en el espejo y se alejara.

—Hermoso —murmuró él con voz ronca, sólo que no miraba esclava. Él miraba fijamente el reflejo de sus ojos—. Lo llevaré.

Dividido entre el alivio y la tristeza, Kwanghee buscó alejarse rápidamente mientras trataba de quitárselo. De verdad, le gustaba esa esclava y lamentaba verlo ir. El lo había comprado para la tienda, pero había querido guardarlo para si.

¿Pero por qué el desagrado? Era una obra de arte hecha a mano de trescientos dólares. No tendría donde lucirlo. Sería un despilfarro, y podía ser tan tonto.

Quitándoselo, aclaró de nuevo su garganta y se dirigió a la caja registradora.


Kevin le miró atentamente. Estaba aún más triste que antes. Dioses, como quería que nada más le sonriera a él. ¿Qué le decía un macho humano a una pareja humana para hacerle feliz?

Las parejas lobos realmente no reían, no como la gente lo hacía. Sus risas eran más taimadas, seductoras. Invitantes. Su gente no reía cuando era feliz.

Ellos tenían sexo cuando estaban felices y eso, para él, era la ventaja más grande de ser un animal más que un humano. La gente tenía reglas sobre la intimidad que él nunca había entendido totalmente.

Kwaghee colocó la esclava en una caja blanca con una almohadilla de algodón en el interior.

—¿Lo quiere envuelto para regalo?

Asintió.

Con cuidado, él quitó la etiqueta del precio, la puso al lado de la caja registradora, luego sacó una pequeña hoja de papel que había sido pre-cortada al tamaño de la caja. Sin mirar hacia él,  rápidamente envolvió la caja y registró su venta.

—Trescientos veintitrés dólares y ochenta y cuatro centavos, por favor.

Él todavía no lo miraba. En cambio su mirada estaba enfocada en el piso, cerca de sus pies.

Kevin sintió un extraño impulso de agacharse hasta que su cara estuviera en su línea de visión. Él se contuvo mientras sacaba su billetera y le entregaba su tarjeta American Express.

Esto era realmente ridículo, que un lobo tuviera una tarjeta de crédito humana. Sin embargo, este era el siglo veintiuno y los que no se mezclaban rápidamente se encontrarían exterMiinahdos. A diferencia de muchos otros de su clase, él tenía inversiones y propiedades. Al infierno, hasta tenía un banquero personal.

Kwanghee tomó la tarjeta y la pasó por su terMiinahl de ordenador.

—¿Usted trabaja aquí solo? —preguntó él, y rápidamente comprendió que eso fue inadecuado, ya que el temor del joven le llegó con un olor tan fuerte, que casi lo hizo maldecir en voz alta.

—No.

Le estaba mintiendo, podía olerlo.
Bien hecho, imbécil. Humanos. Él nunca los entendería. Pero claro, ellos eran débiles, sobre todo sus parejas.


Kwanghee le dio el recibo. Molesto con él por hacerle sentir hasta más incómodo, él firmó con su nombre y se lo devolvió. Comparó su firma con la de su tarjeta

—Kim Kevin

—Si.

Sus ojos brillaban sólo un poco mientras le devolvía la tarjeta. Metió el recibo en su cajón, luego colocó la caja envuelta en una pequeña bolsa con manijas de cuerda.

—Gracias —dijo tranquilamente, poniéndola sobre el mostrador delante de él—. Que tenga un día agradable, Señor Kim.

Él asintió y se dirigió a la puerta, con su corazón aún más pesado que antes, porque no había logrado hacerlo feliz.

—¡Espere! —le dijo cuando él tocó la perilla de la puerta—. Se olvida su regalo.

Kevin se volvió para mirarlo una última vez, sabiendo que nunca lo volvería a ver. Estaba tan hermoso allí con sus grandes ojos. Había algo en él que le recordaba a un ángel. Era etéreo y encantador.

Y lejos demasiado frágil para un animal.

—No —dijo él quedamente—. Lo dejé con la persona que quiero que lo tenga.

Kwanghee sintió que su mandíbula se le caía mientras las palabras de él pendían en el aire entre ellos.

—No puedo aceptarlo.

Él abrió la puerta y se dirigió a la calle. Tomando la bolsa del mostrador, Kwanghee lo persiguió. Él se dirigía rápidamente por la pendiente el centro y esto hizo que debiera apresurarse seriamente para alcanzarlo.

Lo tomó de su brazo, asombrado por la tensión de su bíceps mientras tiraba de él para que se detuviese. Sin aliento, alzó la vista hacia él y a esos seductores ojos.

—No puedo aceptar esto —dijo otra vez, dándole la bolsa—. Es demasiado.

Él rechazó tomarla.

—Quiero que usted lo tenga.

Había tanta insondable sinceridad en aquellas palabras que no podía hacer nada más que mirarlo atónito.

—¿Por qué?

—Por que los jóvenes hermosos merecen cosas hermosas.

Nadie que no estuviera relacionado con él había dicho nunca nada tan amable. Hoy más que cualquier otro día, necesitaba oírlo. Nunca había pensado que algún hombre jamás pensaría así de él. Y oír eso de este magnífico extraño le significó el mundo.

Esas palabras le llegaron tan profundamente dentro de él que... que...

Se echó a llorar.


Kevin se quedó allí parado sintiéndose completamente perplejo. ¿Qué era esto? Los lobos no lloraban. Una pareja lobo podría arrancar la garganta de un hombre por haberle molestado, pero nunca llorar y sobre todo no cuando alguien le elogiaba.

—Lo siento —dijo él, completamente confuso por lo que había hecho mal—. Pensé que esto le haría feliz. No pensé herir sus sentimientos.

El lloró aún más.

¿Qué se suponía que debía hacer ahora él? Miró alrededor, pero no había nadie a quien preguntar.

Joder con su parte humana. No comprendía esa parte de él, tampoco. En cambio, escuchó a la parte de animal que sólo sabía instintivamente cómo cuidar de alguien cuando estaba herido.

Él lo tomó entre sus brazos y lo llevó hacia su tienda. Los animales siempre se mejoraban en su ambiente natural, así que también podría funcionar para un humano. Era más fácil arreglárselas con cosas familiares alrededor.

Kwanghee se abrazó a su cuello mientras él lo llevaba y lloró aún más fuerte. Sus lágrimas calientes provocaron escalofríos sobre su piel y sufrió por él.

¿Cómo podría hacerlo sentir mejor?



1 comentario:

  1. Creo que se sentiria mucho, pero mucho mejor con un beso candente y haciendo el amor de forma salvaje y exitante, sip creo que siii con eso estaria mas que bien....

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yota´s news : De regreso?

 Buenas tardes a todas las lectoras. Después de un año  y casi 4 meses regreso a saludarlas y comentarles nuevas.  Me gustaría decirle...