El Poder del Fuego- Capítulo 18



Kangin le abrió a una mujer joven que no conocía. Ella sonrió, lo que hizo que sus rotundas mejillas se redondearan, y levantó la bandeja de comida.

—Buenas noches, señor.

—Eres nueva aquí. ¿Cómo te llamas?

—Grace, señor.

Kangin sintió el cuerpo de Leeteuk acercarse. El anillo en su mano zumbaba, exigiendo que le tocara, pero se contuvo. Si comenzaba a tocarlo, no se detendría hasta que la comida estuviera fría y el abismo de secretos entre ellos creciera demasiado para cruzarlo. Tenía que mantener su enfoque y protegerlo, incluso si eso significaba protegerlo de sí mismo.
Le ofreció una sonrisa a Grace que estaba seguro que no le tocó los ojos.

—Soy Kim Kangin y esta es mi señor, Park Leeteuk.


Los ojos de Grace se salieron de las orbitas ante la mención de Leeteuk como un señor.

—Pensé que el Caballero Gris era el único aquí.


Kangin tomó la bandeja de sus manos. Tan pronto como sus manos se movieron hacia Leeteuk, dio un respingo, pero cubrió su reacción rápidamente.

—Encontré a Leeteuk ayer —dijo mirándola mientras salía del alcance de su mano.

Grace se ruborizó, dio un pequeño paso atrás, y miró hacia abajo a la entrada de azulejos.

—Lo siento, señor. Siempre pregunto demasiado. Por favor, perdóname.

Kangin miró su anillo de nuevo. Era radiante y brillante sin un atisbo de arañazos o de estar deslustrado. Podría ser un Elf, pero no lo había sido durante mucho tiempo.
Hizo que su voz sonara suave.

—No hay nada que perdonar, Grace. Todos estamos un poco sorprendidos por la llegada de Leeteuk.

Grace asintió, pero no levantó la mirada. En su lugar, se escabulló de la forma en la que alguien busca un lugar para esconderse.

—¿Está bien? —Preguntó Leeteuk.

—Lo supongo. Un poco tímida, tal vez, pero es nueva. Se acostumbrará a nosotros después de que esté aquí un tiempo.

Le dio una patada a la puerta para cerrarla y puso la bandeja de comida sobre la mesa de la cocina.

—¿Viste las contusiones?

Kangin sintió una fría quietud asentarse por su cuerpo, del tipo que sentía antes de asesinar.

—No. No lo hice.

—Los brazos y la parte trasera de sus muslos estaban cubiertos de ellas. La mayoría estaban desvanecidas, así que no eran nuevas.

—Mierda. No me extraña que se estremeciera. Continúa y comienza a comer. Voy a hacer una llamada telefónica.

Leeteuk asintió con la cabeza y Kangin fue al dormitorio y cerró la puerta. No quería que oyera la conversación que iba a tener con Shindong sobre si la persona que le había hecho eso a Grace había sido castigada o iba a tener el placer de hacerlo él mismo.



Leeteuk no pudo sentir nada viniendo de Kangin en su dormitorio. Había bloqueado fuertemente su vínculo y nada le llegaba a través de él. No es que necesitara demasiada ayuda para determinar cómo se había enfadado cuando le había hablado de las contusiones de Grace. Era evidente en su cara. Estaba bastante seguro de que iba a necesitar un buen dentista después de apretar tanto los dientes como lo hizo.

Estaba a la mitad de la comida cuando salió de la habitación. Parecía más relajado, todavía estaba esa ira cociéndose a fuego lento en él que hacía que sintiera compasión por a quien decidiera apuntarla.

Se sentó y excavó en la comida con eficiencia mecánica.

—¿Todo bien? —Preguntó.

—Bien.

—¿Quieres hablar de ello?

Miró su plato.

—No es una buena conversación para la cena. Tal vez en otro momento.

Leeteuk no le presionó. No estaba seguro de que realmente quisiera saber quién -o qué- había hecho esas contusiones, de todos modos. Era bastante bueno suponiendo y ninguna de sus suposiciones eran agradables.

—Hacen una carne formidable —ofreció Leeteuk, esperando aliviar su estado de ánimo.

Kangin se detuvo a medio masticar un bocado, como si tuviera que detenerse a pensar en probar la comida en lugar de simplemente consumirla.

—Sí. Está bueno.

—Como el resto —Leeteuk no sabía qué le gustaba a Kangin, así que puso un poco de todo en un plato para ambos—. Y hay pastel de chocolate.

Kangin asintió, pero su mirada estaba muy lejos. Distraída.

Leeteuk terminó de comer y se echó hacia atrás en la silla, bebiendo el refresco.

—Estoy listo cuando tú lo estés Kangin.

—Lo sé.

Se limpió la boca con una servilleta y se levantó. El parche quemado en el dorso de su mano estaba casi curado, y sólo habían pasado un par de horas. Estaba a punto de hacerle preguntas al respecto cuando él dijo:

—He estado buscando excusas el tiempo suficiente. Vamos.

Le tendió sus amplias manos callosas y Leeteuk no pudo dejar de cogerlas. Ni siquiera lo intentó.

Kangin lo llevó al sofá de felpa y se sentó a su lado. Orientó su cuerpo hacia Leeteuk y no le soltó la mano.

—Necesito saber que intentarás entender por qué no te dije todo esto antes.

Leeteuk le frunció el ceño con confusión.

—¿Qué quieres decir?

—Quiero decir, debería haberte dicho todo antes de vincularte a mí. Pero no lo hice. Estaba demasiado desesperado. Era demasiado dolor. Te necesitaba a cualquier precio y ahora es el momento de comenzar a pagar.

—¿Crees que me voy a enfadar?

—Sé que te vas a enfadar. Puedo manejar eso. No quiero que te sientas herido. Usado. Todo lo que sentía era temor. En realidad, no estaba totalmente seguro de querer saber qué estaba pasando.

—¿Por qué simplemente no me dices todo y yo decidiré cómo me siento?

Kangin suspiró profundamente y eso hizo que su estrecha camisa de punto se apretara sobre los músculos que Leeteuk no podría olvidar jamás. Ahora era él el que estaba sintiéndose distraído.

—Sabes que tienes que quedarte conmigo hasta que encontremos la espada de Kang, ¿correcto?

—Sí.

Lo había estado mirando a los ojos, pero ahora, con el sentimiento de culpabilidad, los deslizó hacia la alfombra.

—¿También te das cuenta de que si nunca la encontramos, nunca estarás libre de mi?

—Hasta que me muera —le recordó a él.

Tal vez eso sería un gran asunto para otros, pero Leeteuk sabía que sus días estaba contados. Mientras hubiera hecho algo bueno con ellos, estaba contento.

—Lo que crees que será pronto. No me extraña que no estés histérico por esa parte —su mano se deslizó por el pelo de Leeteuk en una caricia consoladora—. No te preocupes. He solicitado que Sunny te vea. Si alguien puede averiguar qué significa realmente tu visión, esa es ella.

No tenía ni idea de quién era Sunny, pero en realidad no le importaba. Si le hacía sentirse mejor que viera a la mujer, lo haría.

—Kangin, no quiero morir, pero he aprendido que es mejor no hacerse ilusiones con este tipo de cosas. La aceptación es más fácil.

—No voy a aceptar que vayas a morir. Acabo de encontrarte. ¿Por qué te encontraría ahora sólo para perderte? No tiene ningún sentido.

—El hecho de que tenga esta visión no tiene ningún sentido del todo. No es exactamente normal. Mi madre trató de convencerme de que era un regalo, una manera de recordarme que cada día era precioso. Cuando era joven, solía pensar que estaba loco, pero ahora me doy cuenta que tenía razón. Cada día es un regalo.

Los ojos de Kangin brillaron con determinación.

—No voy a perderte.

No iba a ir a ninguna parte con él a este ritmo.

—Sólo dime el resto, Kangin. Dime por qué Siwon estaba tan enloquecido.

Tardó unos pocos segundos en relajar su cuerpo y soltar el agarre mortal que tenía sobre su mano. Como si se diera cuenta de que había estado sosteniéndolo demasiado fuerte le masajeó la mano como disculpa.

—Estamos en guerra contra los Sasaengs. Lo hemos estado durante milenios. Estamos perdiendo terreno cada día y si algo no cambia, vamos a fracasar.

Eso no sonaba bien.

—¿Qué pasa si falláis?

—Los Sasaengs convertirán la tierra en una colección gigante de corrales de ganado y usarán a los seres humanos como comida mientras comienzan a preparar el camino hacia otro mundo llamado Athanasia.

—¿Athanasia? Necesitas reducir la velocidad. ¿Los Sasaengs quieren comernos?

—Sí. Sobre todo, quieren a los humanos de sangre pura -que son descendientes de los Athanasians- para alimentar su magia, pero los humanos normales son tan buena fuente de alimento como cualquier otra.

Lo cual era demasiado bruto para pensarlo.

—¿Qué significa eso? ¿Sangre pura?

Kangin se pasó una mano por la cara con frustración.

—Deberían haberte enseñado todo esto desde que eras un bebé. Hay demasiado que contar.

—Sólo dame los aspectos más destacados.

—Básicamente, los Centinelas -que son de varias razas, incluidos nosotros los Suju- fueron creados para proteger otro mundo llamado Athanasia. La tierra es el único lugar con la puerta de entrada a ese mundo, y los Sasaengs quieren llegar allí. Están dispuestos a hacer cualquier cosa para llegar allí.

—¿Por qué?

—Porque los que viven allí son antiguos y poderosos. Su sangre es como magia líquida. Si los Sasaengs llegan allí, serán imparables.

—Lo cual sería malo.

—Extremadamente.

—Así que, lo de sangre pura, ¿dónde entra?

—Hace miles de años, algunos de los Athanasians se entremezclaron con los humanos y tuvieron hijos. Esos hijos tuvieron hijos y así sucesivamente, y ahora los rastros de sangre antigua en ellos son diminutos, pero están ahí. Eso es lo que queremos decir cuando decimos sangre pura. Sólo los seres humanos que descienden de uno de los Athanasians son sangre pura.

—¿Por qué los Sasaengs quieren esa sangre?

—Esa antigua sangre es la fuente de su magia. Los Sasaengs la necesitan para sobrevivir.

Todo eso sonaba un poco exagerado para ser verdad, pero entonces de nuevo, la mayoría de lo que había visto en el pasado día apoyaba ese algo un poco exagerado.

—De acuerdo, así que los Sasaengs quieren los humanos sangre pura porque son la única fuente disponible de magia para ellos. Lo tengo. ¿Cómo juego yo en esto? ¿Crees que soy una de esos humanos sangre pura?

—Sé que lo eres. De hecho, la única forma en la que podrías tener suficiente sangre antigua para vincularte conmigo es por algún extraño accidente genético, o si, como yo, tus padres fueran Suju, lo cual es dudoso. Incluso más dudoso es que puedas ser un descendiente directo de uno de los antiguos.

El mundo de Leeteuk se inclinó torcido y su piel se enfrió cuando las piezas del rompecabezas se unieron en su cabeza. Su padre había sido una aventura de una noche. La madre de Leeteuk nunca le había visto de nuevo.

—¿Mi padre podría ser algún tipo de alienígena?

—No. No un alienígena. Athanasian.

—¿Cuál es la diferencia?

Kangin lo miró perplejo. Abrió la boca y la volvió a cerrar, pero no salió nada durante un buen rato.

—Tu padre no pudo haber sido un cualquiera. El Trot está enfadado con los Centinelas, así que, como castigo, cerró el paso entre los dos mundos de modo que nadie pudiera pasar, y prohibió a su gente salir de su mundo para ayudarnos. Básicamente, hemos estado exiliados en la tierra.

—¿Qué es un Trot?

Kangin ondeó una mano y sacudió la cabeza.

—El rey de Athanasia. Es un tirano megalómano que controla a su gente con puño de acero. Se niega a ayudar en nuestra guerra contra los Sasaengs porque se siente insultado por algo que hicieron mis antepasados. Está convencido que la puerta cerrada es suficiente para contener un ataque Saesang.

—¿Lo es?

Kangin se encogió de hombros.

—Tal vez. Reza para que nunca tengamos que averiguarlo.

No era exactamente una idea reconfortante.

—Así que, ¿no sabes cómo tengo tanta sangre antigua en mí, pero la tengo, y es por eso que tú y yo tenemos esta… conexión?

Parecía aliviado de que lo entendiera.

—Eso es correcto.

—Todavía no veo por qué Siwon estaba tan molesto contigo. No es tu culpa que yo sea algún tipo de caso extraño de la genética.

—Eso no es sobre lo que estaba hablando Siwon.

—De acuerdo, así que, ¿sobre qué estaba hablando? ¿Por qué estaba tan enfadado contigo?
—Preguntó.

—Cuando tocaste la luceria alrededor de tu cuello… cambiaste.

Una helada ola de miedo hizo que la comida en su estómago se helara en una masa.

—¿Me cambio cómo?

—Despertó la parte de ti que te hace Suju.

Eso no sonaba horrible, pero su expresión le dijo que tal vez lo era.

—¿Qué significa? ¿Exactamente?

—Has vivido una vida bastante normal, ¿verdad? Sin contar tus visiones. Sin monstruos cazándote por tu sangre.

—Correcto.

—Eso es porque la sangre antigua en ti estaba enmascarada. Escondida como un medio de protección. Ese es el motivo de por qué los Saesang no te cazaban cada vez que te rasguñabas las rodillas.

—¿Cómo estaba oculto?

—Es algo que los Athanasians hicieron a sus hijos recién nacidos para protegerlos, para permitirles esconderse de la vista entre los humanos. Cualquiera que sea la magia que usaron para enmascarar el aroma se convirtió en un rasgo genético que se transmite a través de generaciones.

—Así que heredé ese mecanismo de supervivencia y mis ancestros están escondidos. Hasta
que te conocí —supuso.

—Sí —era un susurro culpable.

—Por favor, dime que no significa lo que creo que significa.

—Ojalá pudiera. Lo siento —acercó la mano, pero Leeteuk se apartó.

—No me toques. Dime exactamente qué me has hecho.

Él dejó caer la mano.

—Durante el resto de tu vida, los Sasaengs te cazarán por tu sangre. Sabrán que estás a la vista e intentarán matarte. O peor. Nunca serás capaz de esconderte como has estado haciendo toda tu vida.

Oh, sí. Eso era definitivamente lo que estaba esperando que no dijera.

—¿Me has convertido en un cartel de “Todo lo que puedas comer”?

Kangin asintió tristemente.

—Y eso no es todo.

El estómago de Leeteuk se tensó ante la idea de más malas noticias.

—No estoy seguro de querer oírlo.

—Estoy seguro de que no quieres, pero lo necesitas.

Leeteuk cerró los ojos, preparándose.

—Para todos los intentos y propósitos, te he alistado en nuestra guerra. Te verás obligado a ir a la batalla a mi lado y luchar contra los Saesang.

—Quienes quieren comerme.

—Sí.

Nunca había escuchado la voz de él tan llena de odio hacia sí mismo. Al menos, le quedaba un montón de conciencia.

—No puedes obligarme a luchar.

—No voy a hacerlo. Los Sasaengs lo harán con o sin tu cooperación. Sin nada más, tendrás que luchar para sobrevivir.

Leeteuk se sintió de pronto enjaulado. Atrapado. Todo sobre su vida anterior se había ido. No iba a ser capaz de ver a sus amigos por temor a atraer a esos monstruos hacia ellos. Infiernos, había dejado de ser capaz de estar rodeado de personas, y punto. Cualquier persona que estuviera cerca suyo estaría en peligro.

Kangin le había robado su vida y le daba una nueva con la que no quería tener nada que ver. No quería pasar lo que le quedaba de vida luchando. Quería paz y el consuelo de sus amigos y vecinos llenando los días que le quedaban.

—¿Cómo pudiste? —Preguntó con la voz temblorosa de ira—. ¿Cómo pudiste quitarme mis elecciones de esta manera?

—Estaba desesperado.

—Eso no es una excusa para arruinar el resto de mi vida, por corta que pueda ser.

—Deja de hablar así. No voy a dejarte morir.

—No serás capaz de detenerlo. Estabas allí, ¿recuerdas? Me viste arder hasta morir.

—Nunca haría eso.

—Casi había comenzado a creerte, pero entonces me dices todo esto. Ya me has puesto en peligro, ¿por qué debería creer que no me dejarás morir?

—Debido a mi juramento. Estoy obligado a protegerte.

—¿Tomando mi protección natural? Eso no tiene ningún sentido.

—Eres un Suju. Uno de nosotros. Es tu deber luchar como lo es el mío.

Leeteuk alzó las manos en señal de derrota. No iba a entender sus complicados pensamientos y no iba a perder el tiempo intentándolo.

—¿Hay alguna cosa más que no me hayas dicho?

—Tantas cosas. Te llevará años aprenderlo.

Leeteuk no tenía años. Lo podía sentir en su corazón. Su visión iba a pasar pronto.

—¿Hay algo que no me hayas dicho que me afecte directamente a mí y a mi futuro inmediato?

Hizo una pausa como si fuera a decir algo y después cambiara de idea.

—Lo siento, Leeteuk. Debería haberme tomado más tiempo en explicarte todo antes de vincularte, pero me dolía mucho y lo hiciste desaparecer. Después de décadas de agonía, me hiciste sentir bien. No podía dejarte ir.

¿Qué debía haber sido eso para él? ¿Qué desesperado le hacía ese tipo de agonía? Leeteuk había sentido sólo una fracción de su poder cuando había puesto un escudo alrededor del monstruo de lodo y había pensado que la presión lo mataría. Había estado viviendo con mucho más que eso durante más tiempo del que él había estado vivo. No podía incluso comenzar a imaginarse lo que era.

Kangin apartó la mirada de él. Podía ver su frustración en las tensas líneas de su cuerpo, escuchar la forma en que su voz temblaba con pesar.

—No puedo cambiar lo que hice, pero dame una oportunidad de ayudarte a entender por qué lo hice.

—Lo entiendo perfectamente. Incluso mi visión tiene sentido ahora. Dices que nunca me verás morir, pero la verdad es que cuando pusiste esta cosa alrededor de mi cuello, firmaste mi certificado de muerte tú mismo. Ya estoy muerto. Es sólo cuestión de que el monstruo llegue hasta mí primero.

—No es así. Mi trabajo es mantenerte a salvo.

—¿Como mantuviste a Boom a salvo?

Se arrepintió de sus palabras al momento que salieron de su boca, incluso antes de que sintiera el dolor que le golpeaba por su comentario sarcástico.

Su voz fue frágil y fría.

—Tienes razón. Debería haber salvado a Boom, pero sólo había una manera en la que hubiera podido hacerlo. Debería haber estado más cerca de la kajmela de lo que estaba así habría muerto en su lugar. Ninguno de nosotros te dejará morir, Leeteuk. Es el momento de que veas por qué.

Lo tomó por la muñeca y lo condujo fuera de las habitaciones al pasillo. Pensó en tratar de resistirse, pero no era una batalla que pudiera ganar. Que le enseñara lo que quería que viera. No importaría al final.

—No hay nada que me puedas enseñar que vaya a cambiar lo que pienso —dijo.

Pasaron media docena de habitaciones antes de llegar a una intersección. Kangin fue directo y él siguió sus pasos, incapaz de apartarse de su firme agarre.

—Bien. Si deseas mantener un fuerte dominio en tu justa indignación, yo te invito, pero es mi deber mostrarte por qué te necesitamos. Esto no es un juego.

—Debería haber tenido opción de si quería o no formar parte de tu mundo, parte de tu lucha.

Kangin nunca frenó y Leeteuk se negó a lanzar un ataque. Miraría lo que tenía que mostrarle.

Su voz era baja, pero pudo oírla bien en el silencioso pasillo.

—A ninguno de nosotros nos fue dada elección, pero puedes pensarlo si eso te ayuda a dormir por la noche, pero te guste o no, formas parte de esta guerra ahora y vas a necesitar toda la ayuda que puedas obtener en ese departamento.

—¿Estás intentando asustarme?

Se detuvo frente a un par de grandes puertas de doble hoja, cada una intricadamente talladas con un árbol como el que se veía cubriendo el pecho de Kangin. Había un poder sutil tallado en la madera. Podía sentirlo calentando el aire a su alrededor hasta que brilló.

Cuando Kangin habló, tuvo que parpadear un par de veces antes de ser capaz de apartar la vista de las tablas.

—No, Leeteuk. No estoy intentando asustarte. Estoy intentando demostrarte que hay un montón de cosas en este mundo que son más grandes que lo que tú o yo queremos. Siento haber tomado tu libertad de elegir este modo de vida, pero a ninguno de nosotros se le dio una elección. Nacimos en esta guerra. Hemos estado luchando durante siglos para mantener a la gente como tú a salvo y eres el primer bocado de esperanza que cualquiera de nosotros haya encontrado desde que mi madre y la mayoría de las parejas Centinelas fueron asesinadas. No podía dejar que te fueras.

Tiró de las puertas para abrirlas y la empujó al interior. La habitación estaba en penumbra. Dos sillas gemelas de cuero estaban delante de una chimenea de piedra tallada, y aunque era verano, un fuego ardía bajo tras las puertas de vidrio.

Leeteuk apartó la vista de las llamas antes de que la pudiera el pánico. Se concentró en otros detalles en un esfuerzo para frenar su corazón que latía con fuerza. Sus pies se hundían en una alfombra. El aire olía un poco a vainilla. La habitación estaba completamente en silencio.

Las paredes negras estaban cubiertas con espadas colgando de soportes de plata finamente labrados formando intrincadas vides.

Había montones de espadas. Docenas de ellas. Cubrían cada pequeño espacio vacío disponible en la pared.

—Estas son las espadas de los hombres que han muerto luchando contra los Sasaengs —dijo Kangin. No había ira en su voz ahora, sólo un silencioso dolor por la pérdida y respeto—. Cada uno de ellos dio su vida para que otra persona pudiera vivir. Ninguno de nosotros puede usar nuestra magia efectivamente, y sin ella, sólo tenemos fuerza bruta. No es suficiente, no contra un ejército que crece más fuerte cada día.

—Esta es la Sala de los Caídos —dijo con asombro. Había oído a Boom mencionarlo, pero nunca sospechó nada como esto. Se había imaginado algunas lápidas talladas o tal vez una placa de bronce con el nombre de cada hombre grabado sobre ella. Tantos habían muerto y no podía evitar preguntarse cuántos de ellos habían sido personas que Kangin había querido.
Kangin agitó la cabeza tristemente.

—No. Este es un lugar de recuerdos. Un lugar donde podemos venir, sentarnos y recordar a aquellos que han caído recientemente —empujó para abrir otro par de puertas opuestas a las que habían llegado y le indicó que entrara—. Esta es la Sala de los Caídos.

Leeteuk entró y el eco de sus pasos resonó en sus oídos. La habitación era enorme. Como en la otra habitación, las paredes eran negras y cubiertas de espadas. Más de esa fina plata las colgaba desde el techo. Cientos de ellas. Tal vez miles. Algunas tenían la inconfundible banda de una luceria rodeando las empuñaduras, pero la mayoría no. La mayoría de esos hombres habían muerto solos.

Leeteuk tuvo que luchar para respirar. Había demasiadas espadas para contarlas. Demasiada muerte para enfrentar. Todos esos hombres habían muerto luchando para salvar humanos que ni siquiera sabían que existían los Suju.

Era demasiado triste, demasiado abrumador para intentar entender el tipo de fuerza que suponía vivir con este recordatorio de la muerte siempre cerca. No sabía cómo Kangin y sus amigos podían aguantarlo, cómo podían seguir cuando había tan poca esperanza.

Sintió el calor del cuerpo de Kangin en su espalda y se recostó contra su viva calidez, necesitándolo. Envolvió los brazos en su cintura y él no intentó detenerle. Su ira anterior parecía pequeña e insignificante frente a lo que su pueblo había sufrido. Lo que habían perdido.

—Por esto es por qué te necesitamos, por qué estaba dispuesto a unirte a mí sin darte la oportunidad de rechazarme. Parte de mi motivación era egoísta porque te quería para detener el dolor, pero también quería dar a nuestro pueblo esperanza, una razón para seguir adelante a pesar del dolor y el pesar que está con nosotros todos los días. Más de nosotros mueren cada año y no hay más Suju que estén naciendo. Todos hemos vivido con un intenso dolor, intentando aguantar el tiempo suficiente para tener un rayo de esperanza —su boca pasó por su pelo—. Tienes que ser esa esperanza, Leeteuk. No podemos aguantar más tiempo sin ti.

Leeteuk había pasado toda su vida adulta intentando encontrar una manera de dejar un legado de bien. Había donado la mayor parte de su herencia a obras benéficas, ofreciendo su tiempo, pasando incontables horas sólo estando con esa gente que necesitaba alguien con quién hablar. Ninguna de esas cosas era grande y siempre había deseado poder hacer más.

Ahora podía. Tal vez esto era a lo que debía dedicar su vida. O tal vez ese deseo que siempre había tenido de servir a los demás era algo en sus genes. De cualquier manera, no podía alejarse de Kangin y su gente. Su gente ahora.

Sus opciones eran pocas. Podía mantenerse contra las decisiones de Kangin y pasar todo el tiempo que le quedaba estando enfadado con el hombre al que estaba ligado, o podía perdonarlo por hacer lo que creía correcto y aceptar lo que el destino le había llevado. Al final, mirando las pruebas de tantas vidas sacrificadas, no era una decisión difícil. Dijo:

—No me queda demasiado tiempo —cuando Kangin comenzó a discutir, le cubrió la boca con la mano—. No. Sólo escucha. Quiero que encontremos la espada de Kang.

Sus brazos cayeron a los lados y dio un paso atrás. El aire frío dio en su espalda y echó de menos la comodidad de su calor.

—Así podrás liberarte de mí.

Leeteuk se volvió y le miró a los ojos. Le había lastimado y no había tenido esa intención. Tenía que saber que estaba diciéndole la verdad.

—No. Quiero encontrar la espada de Kang para que pueda colgar aquí con el resto.

El alivio relajó la tensión de su anguloso rostro.

—La espada de Kang fue tragada por una kajmela. El único modo de recuperarlo es matar a la cosa y el único modo de matarla es con fuego. Fuego mágico.

Sólo oír la palabra la hizo estremecerse, y su estomago ardió.

—¿Estás seguro?

—Hemos estado luchando contra ellos durante siglos. Estoy seguro.

Leeteuk no estaba seguro de poder hacerlo, pero tenía que intentarlo. Tal vez era hacia donde su visión lo conduciría inevitablemente. Su destino. Se llevaría a la kajmela en llamas con él, y la espada de Kang sería recuperada. De alguna manera, parecía mejor que morir por ninguna razón en absoluto.

Enderezó los hombros y rezó por valor.

—Está bien. Vamos a jugar con fuego.


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yota´s news : De regreso?

 Buenas tardes a todas las lectoras. Después de un año  y casi 4 meses regreso a saludarlas y comentarles nuevas.  Me gustaría decirle...