Seductores II- 7



A Wonwoo le costó muchísimo salir de la casa y conducir rodeado de preguntas a gritos y cámaras apuntando hacia él y disparando sus flashes. Cuando llegó, allí no le esperaba ningún periodista, pero una muchedumbre empezó a formarse a su alrededor antes de que pudiese subir las escaleras para dirigirse a su oficina.
Cuando salió de su despacho a mediodía, tuvo que abrirse camino hasta el coche, que estaba rodeado de fotógrafos pidiéndole la oportunidad de hacerle una foto en condiciones. Para cuando logró alejarse de allí, las manos le temblaban sobre el volante y tenía la frente sudorosa.
El alma se le cayó a los pies cuando, al girar hacia la granja, vio que había más paparazis esperando allí que aquella mañana. Se sintió agradecido al ver que el equipo de seguridad de Kim había despejado el sendero que llevaba hasta la casa.
Seungkwan seguía sentado en la penumbra, con las cortinas echadas. Meanie estaba dentro de la casa pero en un estado lamentable, temblando y negándose a salir de debajo de la mesa. Hyuk yacía hecho un ovillo con el perro. Wonwoo lo tomó en sus brazos y lo abrazó.
—Estoy un poco extrañado —señaló Seungkwan—, por que les preparé un café a los guardaespaldas y, ¿qué crees que averigüé?
—Dime.
—Uno de ellos dejó caer que tenían instrucciones de venir a trabajar aquí desde ayer.
Wonwoo escuchaba con atención a su amigo.
—Pero eso no es posible.
—Alguien debía saber por adelantado que esta historia iba a salir a la luz. Los hombres de Mingyu estaban preparados y esperando que estallara el asunto.
Wonwoo se quedó callado. Era como si los circuitos de su cerebro se estuviesen conectando para mostrarle algo inesperado. Dentro de su cabeza empezaron a saltar todas las alarmas.
Había demasiadas cosas que no casaban en los sucesos recientes, y se vio obligado a reconsiderarlos uno por uno. Mingyu se había mostrado muy afable ante la invasión de paparazis, y tremendamente diplomático y modesto al sugerir que debería pensar en mudarse a su mansión.
La afabilidad, el tacto y la humildad no eran características propias de los Kim. Además, la información privada que sobre él aparecía en el artículo resultaba asombrosamente correcta y estaba escrita con una benevolencia inusual.
La sospecha de que Mingyu lo sabía todo de antemano e incluso se había permitido acabar con su anonimato le pareció atroz, pero le provocó una furiosa indignación y una necesidad imperiosa por conocer la verdad y despejar toda duda al respecto.
—Seungkwan ¿te importaría quedarte aquí solo con Hyuk hasta la tarde? — preguntó Wonwoo tensa—. Necesito ver a Mingyu.

Wonwoo se encontraba en el ascensor privado que llevaba a la oficina de Mingyu en el edificio Kim cuando sonó su teléfono móvil. Era Lee Soyul, y su tía estaba fuera de sí.
—¿Es cierto eso de que Kim Mingyu es el padre de tu hijo? — preguntó Soyul con voz furiosa y descreída.
Wonwoo se estremeció; siempre había temido que iba a molestarse mucho al enterarse.
—Mucho me temo que sí.
—¡Eres un brujo ladino e intrigante! —lo acusó su tía con voz estridente—. Es imposible que él te deseara. ¡No le llegas ni a la suela del zapato a Jenny ni en aspecto ni en personalidad!
Aquellos insultos de su pariente más cercana dejaron a Wonwoo deshecho.
—Lo sé —respondió con brusquedad—, siento el daño que todo esto pueda causarte.
—¡No me hagas vomitar! ¿Por qué habrías de sentirlo? ¡Ese niño debe valer una fortuna! Has sido un chico muy, muy listo.
—Creo que lo que he sido es bastante estúpido —le contradijo su sobrino en voz baja y dolida—. Yo no lo planeé. No esperaba que mi vida acabara siendo de este  modo.
—¡No te atrevas a volver a dirigir la palabra a ningún miembro de esta familia! —advirtió la mujer, furiosa—. En lo que a nosotros respecta, de ahora en adelante estás muerto.
Al escuchar aquellas palabras tan duras, Wonwoo palideció. Había albergado la esperanza de que el tiempo acabaría por suavizar la actitud de su tía hacia su hijo y ahora comprobaba que era del todo imposible.
El ascensor se abrió a un vestíbulo privado. Un asistente lo condujo hasta un enorme despacho y le informó de que Mingyu se reuniría con él en cuanto terminase su reunión vespertina.
—Wonwoo… —delgado y espléndido, vestido con un traje gris de raya animado por una corbata roja, Mingyu mostraba una extraña expresión preocupada. Con un movimiento desconcertante, atravesó la habitación y la tomó de las manos—. Debías haberme dicho que querías verme. Habría enviado el helicóptero para que te recogiese. ¿Cómo estás?
Wonwoo reconoció abstraídamente que él era un tipo con clase, de ésos que siempre tienen la palabra adecuada para cada ocasión. Como de costumbre, él estaba impresionante y le hacía despegarse de la realidad, lo dejaba sin aliento. Aun así, sólo tuvo que pensar en su hijo para que se enfriase el corazón al devolverle la mirada.
—Te muestras agradable porque piensas que has ganado. Crees que he venido corriendo hasta aquí para que me ayudes, ¿no es así? —dijo Wonwoo con voz temblorosa por la rabia que carcomía su orgullo herido.
—¿No es eso para lo que estoy aquí? —Mingyu lo observó con tranquilidad y satisfacción, porque no podía pensar en nada más apropiado que el hecho de que Wonwoo le pidiese y esperase su ayuda. Le enfurecía comprobar lo independiente que podía llegar a ser en situaciones de crisis—. Has tenido un día muy duro.
Wonwoo retiró sus manos de golpe, en un gesto de rechazo.
—¿No es así como lo habías planeado?
Él frunció el ceño.
—Por supuesto que no.
—Pero fuiste el instigador de la historia que apareció en The Globe — le lanzó Wonwoo sin detenerse siquiera a tomar aliento—. Ha sido cosa tuya. ¡No te atrevas a mentirme!
Mostrando un aplomo inquietante, Mingyu se apoyó con gracilidad en la mesa de su despacho.
—Nunca te he mentido.
Wonwoo se giró, alejándose de él, incapaz de pronunciar una palabra debido a su indignación. Pero incluso dándole la espalda podía sentir su atracción. Nadie podía estar cerca de Mingyu sin sentir el alcance  de aquella fuerza y  poder.
—El artículo del periódico era demasiado minucioso. Todos los datos eran correctos y no aparecía ninguna revelación escandalosa.
—No hay escándalos en tu vida —indicó Mingyu con amabilidad—, aparte de mí mismo.
El enojo y la sospecha habían llevado a Wonwoo hasta ese edificio para enfrentarse a Mingyu. Pero en el fondo, todavía albergaba dudas y pensaba que, a veces, una serie de coincidencias podían provocar una impresión equivocada. Pero lo había acusado y él no había pronunciado todavía ni una sola palabra en su defensa. Ni una sola palabra. En ese sentido, el significado de aquel silencio le producía una gran desazón.
—Tú lo planeaste y organizaste todo, estabas detrás de ese artículo sobre nosotros —susurró agitadamente—. Me cuesta mucho aceptar que puedas llegar a ser tan egoísta y destructivo.
Mingyu estaba decidido a no morder el anzuelo. Esperaba no mostrarse poco razonable: Wonwoo tenía derecho a sentirse ofendido y él estaba preparado para dejar que se desahogara.
Sentía curiosidad por saber cómo lo había adivinado tan rápidamente, pero al mismo tiempo no le sorprendía en absoluto la velocidad con que lo había hecho.
—Los paparazis ya nos estaban siguiendo la pista   —señaló.
—¡Pero si no hay nada entre nosotros! –respondió Wonwoo enfadado.
—¿Lo dices porque estás saliendo con otro? Y no me digas que eso no tiene nada que ver conmigo —le instó Mingyu—. Es muy importante dada la situación.
—En este momento no hay ninguna otra persona en mi vida —admitió Wonwoo a regañadientes.
—Te guste o no, estamos conectados a través de nuestro hijo — afirmó Mingyu manteniendo la misma calma—. ¿Por cuánto tiempo crees que podía seguir volando a ver a Hyuk sin llamar la atención? Era imposible mantener al niño en secreto indefinidamente, Wonwoo.
—No estoy de acuerdo…
—Pero, con todos mis respetos, no sabes de lo que hablas. No vives en mi mundo. Es como una pecera llena de peces de colores. A pesar de mi equipo y de mis guardaespaldas, todos mis movimientos son vigilados y recogidos por la prensa rosa. A veces es más sensato tratar con ellos y controlar lo que publican. La alternativa suele ser una crítica feroz, y pensé que tratándose de ti y de mi hijo, lo más razonable era darle un giro y poner a funcionar mis relaciones públicas —Mingyu lo contempló con inmensa calma—. Y me atengo a mi decisión.
Los ojos de Wonwoo brillaron resentidos. No podía dar crédito a la excusa que había dado.
—¡Deja de tergiversar las cosas y de fingir que lo hiciste para protegernos! ¡No pensabas decirme la verdad y no parece que entiendas ni te importe el daño que has hecho!
Ante aquella acusación, tensó su mandíbula cincelada.
—Entiendo que estés enfadado.
—¿Igual que entiendes lo que me gusta que  me nombres tu «confidente»? —respondió Wonwoo con desdén.
En sus mejillas no apareció el más mínimo indicio de enojo.
—Estás enfadado, pero mis intenciones eran buenas. No me avergüenzo de Hyuk. Es mi hijo y me siento orgulloso de él, y por lo tanto, me niego a ocultarlo.
Una risa fría y agitada escapó de los labios rosados de Wonwoo. Un inmenso sentimiento de amargura se iba apoderando de él.
—¿Y nuestras vidas qué? Ese aspecto no te importaba, ¿verdad? Pero has destrozado mi intimidad y no tienes derecho a hacerme algo así. Todo el mundo sabrá que tuvimos una aventura de una noche y tú…
Mingyu avanzó, perdiendo la calma.
—Dios, lo que ocurrió aquella noche no fue nada de eso.
Wonwoo no le escuchaba.
—¿No tenías suficiente con que te permitiese ver a Hyuk? ¿Es que todo tiene que hacerse a tu manera?
—Los quería a los dos en mi vida de forma franca y honesta —le informó Mingyu abiertamente.
—Y como no tienes lo que quieres, te dedicas a jugar sucio —Wonwoo empezaba a temblar de rabia—. Lo único que has conseguido es demostrarme que tenía razón al no confiar en ti. Hemos acabado, del todo. Te di una oportunidad y la echaste a perder…
—Eres tú, y no yo, quien ha convertido esto en una disputa. Yo no pienso dejar a ninguno de los dos.
—¡Llevas toda la vida huyendo de las parejas, y justo en este instante, el hijo a quien dices querer tanto está escondido debajo de una mesa con el perro! —carcomido por la rabia, sus ojos brillaban llenos de lágrimas acusadoras—. Hyuk no entiende por qué estoy tan triste, por qué no se pueden abrir las cortinas, por qué está todo a oscuras, por qué hay tanto ruido fuera o por qué no podemos salir a jugar como antes. Está asustado y molesto. Tú eres su padre, y eso es lo que le has hecho hoy.
El rostro bronceado de Mingyu palideció.
—¿Y por qué lo hiciste? —Wonwoo respiró con fiereza—. Porque eres un canalla arrogante, que siempre ha de salir vencedor. Pues muy bien: has perdido, Mingyu. Te has metido un gol espectacular en tu propia portería. No puedo confiar en ti. Ahora me da miedo. Eres una amenaza para mí y para mi hijo. Si quieres volver a verle, tendrás que casarte conmigo.
—¿De qué demonios estás hablando?
—¡Porque es el único modo de sentirme seguro si accedo a que vuelvas a verle! No cuento con tus recursos ni con los contactos necesarios para enfrentarme a ti. Sólo como esposo podría hacerlo en igualdad de condiciones. Y como ambos sabemos que eso es algo que nunca va a ocurrir, por favor, déjanos en paz. Con un poco de suerte, los paparazis acabarán por aburrirse y marcharse. No quiero vivir en un escaparate.
Mingyu quedó asombrado con su actitud.
—No puedes apartarme de sus vidas.
—¿Por qué no? Ya he visto lo que eres capaz de hacer con tus influencias y tu dinero. Tengo la obligación de proteger a mi hijo y no puedo competir contigo…
—¡Hyuk no necesita que lo protejan de mí! —Mingyu apretó las manos alrededor de sus muñecas para evitar que se alejase otra vez.
—¿Eso crees? ¿Qué clase de influencia ejercerías sobre él?
Wonwoo casi se echó a llorar, invadido por una mezcla de rabia y pena.
—Eres dueño de docenas de casas, pero nunca has tenido un hogar. Ni siquiera te impusieron normas siendo niño, hacías sencillamente lo que querías. Con diez años ya tenías un Ferrari en miniatura y una pista de carreras sólo para ti. No puedes ofrecer ni enseñar a Hyuk algo que nunca te enseñaron.
—Si te trasladas a Pledis Park y dejas de ser tan terco y obstinado —dijo Mingyu bajando la voz—, puede que aprenda. Suponiendo que tenga algo que aprender, y no estoy convencido de que sea así.
Sus ojos negros se hundieron en los suyos haciéndolo callar. El llanto se le agolpaba en la garganta y una vorágine de emociones luchaba por escapar de su cuerpo en tensión. Él nunca sería feliz amoldándose a un acuerdo de convivencia de aquella naturaleza. Mingyu era una adicción que tenía que superar, no una adicción ante la que rendirse. Aunque adoraba a Hyuk, pensaba que hubiera sido más feliz si nunca hubiese conocido al padre de su hijo.
—Quiero que me devuelvas mi vida anterior. Quiero que lo dejemos definitivamente.
—No —introdujo los dedos en su melena para inclinarle la cabeza hacia atrás y rozó con los labios y el filo de los dientes la suave piel de su cuello, haciendo que cada célula de su piel cobrase vida y una punzada aguda de placentero dolor se aposentara bajo su vientre.
Por un instante, Wonwoo deseó a Mingyu hasta el dolor. Una explosión devastadora de imágenes íntimas le hizo recordar el peso de su cuerpo fuerte y torneado sobre el suyo aquella noche en casa de su prima. Una pasión cuyo coste todavía estaba pagando. Enseguida le vinieron a la cabeza los insultos de su tía. ¿Hasta cuándo tendría que soportar aquello? Con lágrimas en los ojos, recuperó el control de sí mismo y se apartó. Tenía la cara pálida y tensa.
—No —le dijo Wonwoo rechazándolo—. No me traes más que problemas.
Jamás ningún joven le había dicho a Mingyu algo así.
—Ya he dicho todo lo que tenía que decir —Wonwoo caminó hacia la puerta con un nudo en el estómago a pesar de su gélida apariencia—. Mantente alejado de nosotros. No te debo nada. Hace tan sólo unas semanas no sabías de la existencia de Hyuk y vivías feliz y contento. Ojalá no hubieses venido a verme. Abriste la caja de Pandora.
Mingyu contempló con perturbadora intensidad el espacio vacío que Wonwoo acababa de ocupar hacía tan solo un instante. Había vuelto a dejarle. Otra vez. Una terrible frustración se apoderó de su cuerpo.
Se había equivocado. Por completo. Por extraño que pudiese parecer, había cometido un error y estaba dispuesto a admitirlo. Pero, ¿por qué Wonwoo no dejaba de juzgarle, y lo que era peor, de encontrarle defectos, marchándose, negándose a comprometerse o tan siquiera a discutirlo con él?
¿Qué es lo que tenía que hacer para contentarlo? Pensó, endureciendo la mirada, que si se trataba de un anillo de bodas, lo único que iba a conseguir sería sentirse decepcionado. ¿Qué clase de chantaje era aquél? Pero su rabia quedaba contenida por una imagen que no conseguía sacar de su cabeza: la de su hijo buscando refugio bajo la mesa junto a aquél patético perro. Se había metido un gol en propia meta y eso le irritaba. Pero lo que enardecía su rabia era la certeza de que no podría ver a Hyuk sin el consentimiento de Wonwoo.

A Wonwoo, la semana siguiente se le hizo eterna. Se encontró rodeado y acosado por los paparazis tanto en casa como en cualquier otro lugar al que acudiese. Pidió a la policía que no dejase pasar a la prensa más allá de la entrada del camino, pero aún temía sacar a Hyuk al jardín por si algún fotógrafo aparecía por detrás del seto o de la parcela.
Se sentía atormentado ante el temor de haber sido injusta con Mingyu, que, después de todo, no había sido más que un niño descuidado por sus padres. Wonwoo pensaba que su difunta madre, Kim Yoojin, desconocía lo que implicaba ser madre de un niño. Yoojin había sido hija única, la inestable heredera de la fortuna de los Kim, y había acumulado cuatro matrimonios e innumerables aventuras antes de morir de un infarto en la treintena.
Los incesantes escándalos y la adicción al alcohol y las drogas la convirtieron en una pésima madre para su joven hijo, a quien tuvo cuando ella era todavía una adolescente, y su hijo, nacido, tres años después.
Mingyu no había sabido quién era su verdadero padre hasta después de su muerte. Había recibido muy poco amor, atención o estabilidad. Con catorce años, había acudido a los juzgados a separarse legalmente de su caprichosa madre y se había ido a vivir con su abuelo. Pero en tan sólo tres años, tanto éste como su madre y su hermano mayor habían fallecido, dejándolo solo. Y Wonwoo admitió que, desde entonces, Mingyu había estado solo. Al menos, hasta el día en que conoció a Hyuk.

Ocho días después del encuentro que habían mantenido en Londres, Mingyu entró en el despacho de Wonwoo, en el departamento de Historia Antigua, y lo encontró preparando un horario.
—¿Mingyu? —preguntó totalmente desconcertado. El corazón le latía fuertemente porque había perdido los nervios desde que los paparazi habían empezado a perseguirlo.
A pesar de la cara seria y la mirada fría de Mingyu, su impresionante atractivo le hizo perder el aliento.
—Si la única vía es el matrimonio, me casaré contigo.
Aquella descarga pilló a Wonwoo por sorpresa, ya que no esperaba que los acontecimientos se desarrollasen así.
—Pero si no hablaba en serio… Sólo intentaba hacerte entrar en razón.
Mingyu se mostraba más adusto que nunca, impertérrito ante aquella alegación.
—Hyuk es un tremendo aliciente. Por supuesto, estoy sugiriendo que negociemos un acuerdo.
—Por supuesto —repitió, no muy seguro de lo que decía, o de cómo se sentía, más allá de aquella sensación de irrealidad—. ¿Cómo puede ser un matrimonio un acuerdo negociado?
—¿Qué otra cosa podría ser si no? Quiero estar con mi hijo y quiero que lleve mi nombre. Quiero verlo crecer y no lo compartirás conmigo si no me caso contigo. Sé reconocer un trato cuando se me ofrece.
—Pero no es eso lo que yo pretendía. Sólo quiero lo mejor para Hyuk.
Mingyu enarcó las cejas.
—¿Sí o no? No pienso pedírtelo dos veces.
Wonwoo pensó a toda prisa. Si se casaba con él, le otorgaría derechos legales sobre Hyuk, pero siempre estaría cerca para poner freno a cualquier exceso por su parte y podría vigilar a su hijo. Si la relación no funcionaba, al menos podría permitirse los servicios de un buen abogado.
Todas esas consideraciones eran de tipo práctico, pero ¿qué pasaba con la cuestión personal? El acuerdo sólo podía implicar una relación platónica entre ambos.
Aquellos que conociesen la legendaria frialdad y control de los Kim se habrían sorprendido al ver que, en aquel preciso instante, Mingyu estaba a punto de perder los nervios. Había hecho lo que siempre había dicho que no haría: comprometerse en matrimonio.
Un cazafortunas habría aceptado la oferta antes de que acabase de pronunciarla. Pensó que una persona que de verdad lo quisiera le habría ofrecido una respuesta cálida y generosa. Pero ¿que hacía Wonwoo en su lugar? ¡Pensarse la respuesta con el ceño fruncido!
Wonwoo razonó arrepentido que casarse con un hombre que no lo amaba y que seguramente lo despreciaría por la forma en que se había casado con él no era precisamente un pasaporte para la felicidad.
Iba a ser un camino pedregoso lleno de decepciones y sufrimiento. Pero, ¿qué tenía eso de nuevo? Por otra parte, si estaba destinado a no volver a amar a nadie nunca más, daba lo mismo si estaba con él o si no lo estaba. Cualquier matrimonio sería aquello en que lo convirtiese, ¿no?
Era absurdo esperar que Mingyu hiciese alguna aportación constructiva al matrimonio. Sería como sacar a un león de su jaula y esperar que se comportase como un gato doméstico. Mingyu no tenía ningún modelo o referente positivo del matrimonio. No sólo no tenía ni idea de lo que era, sino que además él, Wonwoo, tendría que enfrentarse a la cruda realidad de que Mingyu no tenía intención alguna de cambiar.
—Sí —dijo Wonwoo con gravedad—. Me casaré contigo.
—¿Con reservas? —se burló él dulcemente.
—Con muchas —admitió sin dudar—. Soy una persona realista y tú una persona impredecible.
Mingyu lo miró intensamente.
—Quiero que la boda se celebre dentro de tres semanas.
Wonwoo parpadeó:
—¿En tres semanas? Por lo que más quieras, Mingyu…
—Quiero quitármelo de encima cuanto antes. Mis empleados se encargarán de organizado todo.
Wonwoo mordió preocupado su labio inferior. «Quiero quitármelo de encima cuanto antes». Sabía todo lo que hacía falta saber sobre lo que Mingyu pensaba del matrimonio, así que aquello no afectó a su autoestima.
—Mañana me marcho a Nueva York —anunció Mingyu—. No volveré a Corea hasta pasadas al menos dos semanas, porque tengo que ocuparme de unos asuntos. Si Hyuk y tú vienen a Seúl hoy mismo, podré pasar algún tiempo con él antes de mi partida.
—Sí… de acuerdo —no dudó en dar su consentimiento porque nunca se había sentido cómodo ante la idea de mantener separados a padre e hijo.
—Y pasarás la noche conmigo.
Wonwoo abrió la boca para decir algo, pero se quedó en blanco y no le se ocurrió nada que objetar, así que volvió a cerrarla. Durante un segundo, pensó en que aquello quería decir sencillamente que pasarían la noche bajo el mismo techo, pero había una luz en sus oíos que le advertía de que no iba a ser así, y esa conciencia hizo que se sonrojara.
—¿Así sin más?
—No pienso esperar a la noche de bodas —dijo Mingyu con desdén.
Pero Wonwoo se encontraba bastante confuso, ya que había entendido que él le proponía un matrimonio de conveniencia.
—¿Es que nuestro acuerdo negociado incluye… esto… compartir la cama?
—Considéralo una comisión —dijo Mingyu con enorme suavidad—. Sé que una vez que te hayas acostado conmigo, no volverás a dejarme.
Wonwoo ocultó su mirada para evitar que viese grabada en ella su desconcierto. ¿Un matrimonio consistente en un acuerdo negociado… del tipo más íntimo? ¿Y por qué iba él a echarse atrás? No acostumbraba a cambiar de idea en el último minuto. Seguramente por primera vez, cayó en la cuenta de que Mingyu tampoco confiaba en él, y le sorprendió descubrir lo doloroso de aquel sentimiento.
Mingyu le levantó la barbilla.
—¿Estamos de acuerdo?
Wonwoo asintió con la cabeza. Mingyu le levantó la mano y él contempló atónito cómo deslizaba en su dedo un impresionante anillo.
—Si es esto lo que tengo que hacer, respetaré las convenciones — afirmó cortante—. Esto, como la boda, es pura formalidad.
Su afirmación acabó con cualquier emoción que Wonwoo hubiese podido sentir al recibir el anillo. Ni siquiera parecía un regalo personal, sino más bien algo que se le permitía llevar con el fin de guardar las apariencias.
—Me sorprende que te importen las convenciones.
—A ti sí te importan, y cuando me comprometo a hacer algo, lo hago como debe hacerse y cumplo mi parte del trato —fustigó con mirada aguda y curiosamente severa su rostro tenso y atribulado—. Espero que tú seas igual de concienzudo a la hora de cumplir como esposo.
Sus ojos centellearon ante aquel desafío, y reprimiendo su recelo murmuró:
—No dudo que no tardarás en avisarme si no lo hago.
Sin previo aviso, su boca esbozó una sonrisa de agradecimiento, eliminando por un instante su aspecto frío e inaccesible. Inclinó su cabeza y durante un segundo pensó que estaba a punto de besarlo. Pero en lugar de eso, frunció el ceño y miró su reloj.
—El helicóptero irá a recogerte a tu casa a las dos.
Wonwoo asintió lentamente. Estaba tan asombrado ante la idea de casarse con él que se quedó totalmente aturdido.
—Todavía no puedo creer que esto sea real.
Mingyu respondió con mordacidad:
—Lo será muy pronto, pero te advierto que voy a ser un marido pésimo.
Ante su actitud, Wonwoo pensó que aquello era más que probable y se preguntó si aceptar había sido una idea descabellada. Después de todo, él sólo estaba dispuesto a comprometerse por el bien de su hijo.



1 comentario:

  1. OMG
    Bueno, al menos logro algo de lo qje se propuso...casarse con el y estar cerca del niño(?)

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yota´s news : De regreso?

 Buenas tardes a todas las lectoras. Después de un año  y casi 4 meses regreso a saludarlas y comentarles nuevas.  Me gustaría decirle...