Sewductores II -3



—¿Existe alguna otra persona que piense que es el padre de Hyuk? — preguntó Mingyu, calculando que aquélla sería la única razón que explicaría su deseo de hacerlo desaparecer.
La tensión en el ceño de Wonwoo empezaba a causarle dolor. Enfrentarse a Kim Mingyu en ese estado era como sentirse azotado por una tormenta.
—Por supuesto que no —dijo, mostrando con un gesto su desagrado—. Esa sugerencia resulta demasiado sórdida.
—Los jóvenes y mujeres hacen cosas así continuamente —le dijo Mingyu con cinismo, sin convencerse del todo de su negativa. Había visto cómo Jenny manipulaba a Wonwoo y sabía que aunque era tremendamente listo, podía resultar muy crédulo cuando había sentimientos de por medio
—Si no es ése el problema, ahórrame esos discursos teatrales sobre olvidar que he venido. ¿Podrás?
—Sólo por esta vez te pido que dejes de pensar en ti mismo. Si eso te resulta teatral, lo siento, pero es lo que hay —con mano nerviosa, Wonwoo se apartó el pelo de la cara.
Mingyu le dedicó una mirada dura como el granito.
—No voy a escuchar más tonterías. ¿Dónde está Hyuk?
Wonwoo se dirigió a la puerta y la abrió con mano sudorosa.
—Llamaré a la policía. Lo digo en serio. No tengo nada que perder.
—Te dejo mi tarjeta. Llámame cuando recuperes la cordura.
Mingyu dejó su tarjeta sobre la mesa.
—No pienso cambiar de idea —declaro Wonwoo, desafiante. Mingyu se detuvo frente a él.
—¿Quieres iniciar una guerra? ¿Crees que puedes manejarme? — bramó—. No puedes hacerlo.
—Pero tengo que hacerlo, porque no pienso aceptarte en la vida de mi hijo. ¡Haré lo imposible por protegerle de ti! —juró Wonwoo en un ataque febril.
—¿Protegerlo de mí? ¿Qué es lo que intentas decir? Te vuelves ofensivo sin razón —Mingyu le lanzó un juicio severo, intentando intimidarlo con la expresión de su rostro—. ¿Por qué? Esperaba otra cosa de ti. ¿Es esto una especie de venganza, Wonwoo? ¿Estás enfadado porque he tardado dos años en buscarte?
No era la primera vez que él le provocaba tal rabia y miedo que llegaba a perder la noción de las cosas. Nadie podía ser más provocador que Kim Mingyu. Nadie sabía mejor cómo asestar una puñalada metafórica que hiciese tanto daño. La gente sensata no lo quería como enemigo. Y un joven sensato, pensó acusándose con amargura, jamás se habría acostado con él.
—¿Por qué iba a estar enfadado? —murmuró Wonwoo con  impotencia—. Ni siquiera me gustas.
A Mingyu no le impresionaba prácticamente nada, ya que desde pequeño había conocido las peores facetas de la naturaleza humana a través de su madre, pero aquella declaración de Wonwoo le impactó.
Siempre había considerado su apariencia de sensatez y seriedad como una barrera defensiva. Lo consideraba un joven bondadoso y simpático, bueno por naturaleza, tristemente condenado a que se aprovecharan de su buen corazón. Pero en media hora, Wonwoo había dado la vuelta a todo lo que creía saber sobre él y le había insultado y atacado de un modo impensable.
Aun así, por lo que pudo averiguar, era el appa de su hijo. Se preguntó si la tensión lo había vuelto histérico, si es que no podía soportar aquella situación. No creía que ya no le gustara. Sabía que lo amaba, lo supo desde el momento en que lo conoció, y no era un joven voluble.
Con rostro sombrío, Mingyu se subió a la limusina. Como buen Kim y, dado lo viril y agresivo de su personalidad, no perdía el tiempo a la hora de mover ficha. Descolgó el teléfono, llamó al jefe ejecutivo de su equipo de abogados y le pidió una copia del certificado de nacimiento de Jeon Hyuk. Explicó los detalles ignorando el silencio de estupefacción al otro lado de la línea, porque Kim Mingyu nunca daba explicaciones de sus actos a nadie ni contaba con todo detalle una situación a menos que así lo deseara.
—Quiero también para mañana por la mañana un informe completo sobre mis derechos como padre en este país.
Terriblemente enfadado y con ánimo combativo, Mingyu volvió a maravillarse del comportamiento ofensivo y la actitud tan irracional de Wonwoo. Al recordar sus palabras, su hostilidad se hizo aún más fuerte.
¡Rechazar su deseo por ver al niño! ¡Sugerir que debía proteger al niño de él y que estaría mejor sin su compañía! Había ofendido su sentido del honor atreviéndose a hacerle aquellas vergonzosas acusaciones.
Todo el tiempo le asaltaban imágenes de Wonwoo mirándole desafiante. Sus relucientes ojos negros se endurecieron en una mirada abrasadora. ¿Cómo había podido tener al niño sin decírselo? Pero al acordarse de la foto del pequeño se puso nervioso, porque prefería estar enfadado con Wonwoo en lugar de pensar en la verdad que subyacía en el fondo de aquel asunto.

Para cuando Wonwoo salió del estado de agitación en que se encontraba, Hyuk lloriqueaba ruidosamente demandando atención. La limusina y su comitiva se habían marchado hacía tiempo.
Poniendo orden en su cabeza, subió rápidamente las escaleras y sacó a su hijo de la cuna con tal entusiasmo que le hizo reír y gritar de alegría, porque no había nada en el mundo que le gustase más a Hyuk que juguetear con su appa. Temblando, Wonwoo lo sostuvo en alto y luego lo abrazó fuertemente, sabiendo que querría morir si algo llegara a ocurrirle. Había hecho lo que debía al echar a Mingyu; sabía que había hecho lo que debía.
Pero ¿qué posibilidades había de que Mingyu se mantuviese al margen?
Se retiró preocupado el cabello húmedo de la frente. ¿Mingyu?, él únicamente hacía lo que quería y tendía a hacer aquello que se le prohibía o no resultaba adecuado. Hyuk compartía con él aquel empecinamiento competitivo, que quizá fuera algo típicamente masculino.
Sacó a Hyuk al jardín con Meanie y, viendo que su hijo y el perro correteaban, Wonwoo se sentó en el columpio y dejó que su memoria retrocediese siete años…
Jenny había comprado una casa en Seúl y lo había convencido a él, que por entonces era estudiante, para que se trasladase allí y cuidase del inmueble. La idea le había parecido estupenda porque le suponía reducir gastos a cambio de dedicarse a nimiedades domésticas que Jenny, que solía estar fuera a menudo, no se molestaba en hacer.
Por aquellos días, Jenny tenía veintitrés años y su carrera como modelo no había llegado a alcanzar el éxito deslumbrante que tanto anhelaba. Siempre de fiesta en fiesta, la indomable Jenny se topó con Kim Mingyu en un club nocturno y no tardó ni un segundo en presentarse. Por entonces, él estudiaba en la Universidad de Seúl.
—Es tan rico que el dinero no tiene valor para él. ¡Organizó una fiesta increíble! —Jenny era rubia, encantadora, alta y despampanante, y aquella noche llevaba un moderno vestido corto. Estaba tan emocionada que las palabras se le agolpaban en la boca—. Es toda una celebridad, y tan genial… ¡me encanta! Por cierto, ¿te he dicho ya que es estupendo?
Aquel ingenuo fluir de confidencias le preocupó, más que impresionarlo, porque Jenny se dejaba influir fácilmente por la gente menos adecuada y la llegada de un playboy, que destrozaba coches y descendía en rápel por los rascacielos por pura diversión, no era para ella sino una mala noticia. Pero salir con el heredero de los billones Kim aumentó las posibilidades de Jenny de hacer dinero como modelo.
De pronto se vio tremendamente solicitada, codeándose con los ricos y famosos y volando por todo el mundo para posar en sesiones de fotos, acudir a fiestas de fin de semana o disfrutar de vacaciones interminables.
—Es él… tiene que ser él. Quiero casarme con él y convertirme en la esposa inmensamente rica de un magnate. ¡Si me deja, me muero! —jadeó Jenny pasadas dos semanas, y esa misma noche llevó a Mingyu a casa sin previo aviso.
Wonwoo quedó horrorizado al ver a Jenny entrar en su habitación con Mingyu a la zaga, pillándolo con un pijama de cuadros escoceses, hecho un ovillo delante de un estudio sobre la datación por carbono y con una taza de cacao en la mano.
—Éste es mi primo, Wonwoo, el mejor amigo que tengo en el mundo — dijo Jenny—. Es estudiante como tú.
Entreteniéndose en el umbral, Mingyu le dedicó una sonrisa divertida y perezosa, y la intensa atracción que provocó en él lo recorrió como una descarga eléctrica. No supo a dónde mirar ni como comportarse, y lo que más le sorprendió fue ser capaz de sentir algo así. Hasta entonces, sus citas habían sido poco entusiastas y siempre decepcionantes.
Un chico se mostró amistoso con él sólo para robarle un trabajo, y otro había intentado que le hiciese los ejercicios de clase. Había muchos que esperaban sexo en la primera cita y otros que acababan sumidos en un sopor etílico. Ninguno había conseguido emocionarlo, ni siquiera le habían provocado un momento de excitación; hasta la irrupción de Mingyu.
Dado su carácter, se sintió tremendamente culpable al verse atraído por el novio de su prima. Aquella primera noche cerró la puerta a esa certeza y se negó a volver a dejarla salir. Durante el mes siguiente, apenas vio a Jenny, que estuvo alojada en las casas de Mingyu en Seúl y el extranjero. Y entonces, con la misma prontitud, aquella fugaz aventura llegó a su fin. En palabras de Kim, sólo había sido una aventura más, pero para Jenny había significado mucho, porque le había permitido conocer una vida llena de lujos que la había cautivado.
—Está claro que si quieres formar parte del mundo de los Kim, tienes que compartir a Mingyu y no mostrarte celosa —Jenny intentaba aparentar que no le importaba ver a Mingyu con su sustituto, un joven aspirante a estrella de cine—. Con tantas ofertas como tiene, una no puede esperar que se conforme con una sola persona.
—Aléjate de él —le instó él atribulado—. Es un canalla frío y arrogante. No te hagas esto a ti misma.
—¿Estás loco? —preguntó Jenny, mostrando con voz chillona su incredulidad—. Voy a relajarme y sentarme a esperar. Puede que en unas semanas se harte de ese estrella y vuelva conmigo otra vez. ¡Estando con él soy alguien y no pienso renunciar a eso!
Y como era de esperar y tal y como había vaticinado, la capacidad de Jenny para hacer reír a Mingyu cuando estaba aburrido le aseguró una plaza fija como amiga suya, pero quizá él fuese la única persona que se avergonzaba al ver a su prima dispuesta a ponerse en ridículo con tal  de divertir a Mingyu.
Un día hubo un incendio en el apartamento de Mingyu en Seúl y Jenny lo invitó a alojarse en su casa mientras trabajaba en el extranjero.
La animadversión que sentía por él quedó confirmada porque Mingyu resultó ser un invitado infernal. Sin una palabra de disculpa o de previo aviso, se instaló en la casa con sus empleados, incluyendo cocinero y asistente personal, sin mencionar a los guardaespaldas.
Por medidas de seguridad, él tuvo que abandonar su cómoda habitación y trasladarse a la segunda planta. Los visitas entraban y salían de allí día y noche, los teléfonos sonaban sin parar y siempre había chicas y jovencitos ligeros de ropa repantigados en las habitaciones, casi siempre borrachos y discutiendo.
Después de diez días amargado, acabó perdiendo los estribos. Hasta ese momento no estaba seguro de si Mingyu se había dado cuenta de que él todavía vivía en aquella casa. La mañana del undécimo día, lo encontró en el pasillo con una morena risueña enganchada a su brazo.
—¿Podría hablar contigo en privado?
Elevó una ceja negra, porque a pesar de tener sólo veinticuatro años, Mingyu era ya un maestro en el arte de la insolencia.
—¿Por qué?
—Esta casa es tan mía como de Jenny y sé que ella te considera un tipo inofensivo, pero la vida que llevas me parece absolutamente repugnante.
—Piérdete —dijo Mingyu a la morena con terrible frialdad. Observándolo con desagrado, negó con la cabeza.
—Seguramente estarás acostumbrado a vivir en el equivalente a un burdel en el que todo vale, pero yo no. Dile a tus amiguitos que se dejen la ropa puesta, envíalos a casa cuando se emborrachen y se pongan agresivos e intenta evitar que griten y pongan la música a todo volumen a altas horas.
—¿Sabes qué es lo que te hace falta? —sus ojos oscuros y brillantes se encendieron en una fugaz mezcla de rabia y diversión, y poniéndole las manos en las caderas, lo atrajo hacia sí como si fuese un muñeco—. Acostarte con un hombre como es debido.
Wonwoo lo abofeteó tan fuertemente que se le adormeció la mano, y Mingyu se apartó de él totalmente alucinado.
—¡No te atrevas a volver a hablarme de ese modo y qué no se te ocurra tocarme!
—¿Eres siempre así? —preguntó Mingyu sin poder creerlo.
—No, Mingyu. Sólo soy así contigo. Consigues sacar lo mejor de mí —le dijo con furia—. Estoy intentando preparar mis exámenes… ¿estamos? Bajo este techo, no se te permite actuar como un gamberro arrogante, egoísta y maleducado.
—No te gusto nada —dijo Mingyu  sorprendido.
—¿Qué es lo que debía gustarme?
—Te compensaré…
—¡No! —le interrumpió de forma inmediata, porque conocía bien el modo en que se saltaba las reglas de los demás—. No puedes librarte de ésta con dinero. No lo quiero, sólo quiero que acabes con esta situación. Quiero mi dormitorio y una casa tranquila. Aquí no hay sitio suficiente para tantos empleados.
Aquella tarde al volver a casa encontró todas sus cosas en su antigua habitación y se vio rodeado de un gozoso silencio. En agradecimiento, preparó una comida especial y se lo dejó con una nota sobre la mesa. Dos días después, él le preguntó cuándo pensaba recogerle las camisas sucias del suelo. Cuando Wonwoo le explicó que su acuerdo con Jenny no incluía hacer de criado para los invitados y que el infierno se helaría antes de que él tocara sus camisas, Mingyu le preguntó cómo pensaba que se las iba a arreglar sin servicio.
—¿De verdad eres tan inútil? —le preguntó asombrado.
—¡No lo soy! —bramó Mingyu.
Pero sí que lo era. Era un perfecto inútil a la hora de enfrentarse a las tareas domésticas. Pero los Kim se tomaban muy a pecho cualquier reto y Mingyu pensó que debía demostrarse a sí mismo lo contrario. Fue entonces cuando quemó la tetera eléctrica al ponerla sobre el fuego, hizo todas las comidas fuera e intentó lavar las camisas en la secadora.
A Wonwoo le venció la lástima y sugirió que regresaran sus empleados, pero que no se quedaran a dormir. Así lograron sellar un difícil acuerdo, porque Mingyu era capaz, si se esforzaba, de encantar a los pájaros. Le sorprendió descubrir que era un hombre realmente inteligente.
Dos días antes de que él se mudara a su nuevo apartamento, llegó a casa de madrugada y completamente borracho. Wonwoo se despertó por el ruido y salió de la cama para sermonearle sobre los perjuicios del alcohol, pero cerró la boca cuando él le dijo que era el aniversario de la muerte de su joven hermano. Conmovido, le escuchó aunque logró enterarse de poco, porque él no paraba de soltar frases en griego. Finalmente, le comentó que no sabía por qué confiaba en él de ese modo.
—Porque soy agradable y discreto —no se hacía ilusiones sobre si confiaba en él por alguna otra razón. Sabía que era rellenito y feo, pero esa misma noche se enamoró locamente de Kim Mingyu al  darse cuenta que bajo toda aquella pose se escondía un ser humano incapaz de hacer frente al torbellino emocional que le provocaban los malos recuerdos.
El día que se marchaba le besó sin previo aviso. En mitad de una conversación inofensiva, acercó su boca a la suya con una exigencia tan ávida y apasionada que Wonwoo se quedó rígido. Lo apartó de él asombrado y violento:
—¡No! —le dijo con vehemencia.
—¿En serio? —preguntó Mingyu haciendo patente su incredulidad.
—En serio, no —con los labios aún hormigueantes por el ataque de los de él, se apartó riéndose para encubrir su turbación. Creía que lo había besado porque no tenía ni idea de cómo mantener una sencilla amistad con un joven.
Sabiendo lo que Jenny aún sentía por él, se sintió tan culpable por aquel beso que se lo confesó a su prima, pero Jenny se rió a mandíbula batiente.
—¡Seguro que alguien se ha apostado con Mingyu que no era capaz de hacerlo! Porque no tienes el tipo ni el atractivo suficiente como para cazarlo, ¿no crees?
Mientras sus pensamientos retornaban al presente, Wonwoo reconoció que sus primeros recuerdos de Mingyu eran agridulces. Cada vez que se volvía a encontrar con él a través de Jenny, se defendía resguardándose en un cortante sentido del humor. Al tiempo que firmaba acuerdos comerciales de millones de dólares, Mingyu había seguido saliendo con una sucesión interminable de jóvenes y mujeres espectaculares y acaparando titulares donde fuere. Sin embargo, Jenny había ido trabajando cada vez menos, sumergiéndose más y más en un estilo de vida díscolo y destructivo. Un año antes de su muerte, Mingyu había dejado de contestar a sus llamadas.
Wonwoo atrapó a Hyuk cuando pasaba corriendo directo a él tumbándose en su regazo desternillándose de risa. Sus ojos brillaban tanto que él tuvo que resistir las ganas de abrazarlo y lo dejó zafarse para retomar sus juegos. Era un niño muy feliz. Dudaba que Mingyu hubiese llegado a conocer aquel tipo de felicidad o seguridad. Hyuk dependía de él para hacer lo que era mejor para su hijo. Se negó a admitir que tener un padre cualquiera era mejor que no tenerlo.

Mingyu se enfadó al ver que en el certificado de nacimiento de Jeon Hyuk él no constaba como padre.
—Quiero que preparen inmediatamente una prueba de ADN.
Los tres abogados que se sentaban al otro lado de la mesa se pusieron tensos al unísono.
—Cuando una pareja no está casada, las pruebas de ADN sólo pueden llevarse a cabo con el consentimiento del appa en éste caso —dijo el mayor de los tres—. Puesto que su nombre no aparece en el certificado de nacimiento, no tiene responsabilidad parental alguna sobre el niño. ¿Puedo preguntarle si mantiene una relación cordial con el joven Jeon?
La mirada del magnate griego llameó por un instante.
—Es el doctor Jeon, y no estamos aquí para hablar acerca de nuestra relación. Concéntrense en mis derechos como padre.
—Sin matrimonio, la jurisdicción británica favorece siempre al appa o la madre. Si este señor accede a una prueba de ADN, a compartir las responsabilidades y permitirle visitas al niño, no habrá problema –explicó el abogado de forma pausada—. Pero si no hay acuerdo, la dificultad será grande. La única solución que tendríamos sería acudir a los tribunales y, por lo general, el juez suele considerar a al appa como el mejor árbitro para los intereses de su hijo.
Mingyu, que siempre se mantenía frío ante la presión, sopesó aquellos hechos con expresión distante. Aunque nadie podría haberlo adivinado, estaba muy sorprendido.
—Así que necesito su consentimiento.
—Sería el acceso más directo.
Mingyu sabía que había más entresijos de lo que parecía y, para un hombre tan rico como él, siempre había un modo de sortear las reglas. Cuando de ganar se trataba, y ésta era normalmente la única  meta posible para Mingyu, el concepto de juego limpio no tenía peso alguno y el más ingenuo era el que solía salir mal parado. Pero no quería utilizar esta estrategia con Wonwoo, a quien le horrorizaban ese tipo de comportamientos. Por el momento, estaba dispuesto a utilizar métodos de persuasión mucho más convencionales…

Wonwoo descolgó el teléfono de la oficina y saltó sobresaltado de la silla en cuanto oyó la voz de Mingyu.
—¿Qué quieres? —preguntó, demasiado agitado como para intentar mantener la mínima conversación de cortesía.
—Quiero hablar contigo.
—Ya hablamos ayer, ahora estoy trabajando —protestó Wonwoo casi en un susurro, porque el pánico le impedía hablar con normalidad.
—Tienes una hora libre antes de la próxima tutoría —le informó Mingyu—. Te veo en cinco minutos.
De repente, Wonwoo deseó ser de ese tipo de joven que se acicala a diario y no sólo en días especiales o festivos, buscó frenéticamente en su bolsa para arreglarse. Un segundo después, se enfadó consigo mismo por la reacción instintiva que había tenido ante aquella llamada. En lugar de controlarse y concentrarse en lo importante, había perdido unos minutos preciosos preocupándose por su aspecto. Se dijo exasperado que había perdido el tiempo, mirando su camisa verde arrugada, sus pantalones y sus cómodos zapatos. Solamente el hada de Cenicienta podía hacer un milagro con aquella indumentaria práctica.
Mingyu entró caminando lentamente. Lo miró con ojos aparentemente indolentes y suspiró.
—No soy el enemigo, Wonwoo.
Él levantó la cabeza y evitó encontrarse de frente con su penetrante mirada, pero aquel sencillo vistazo a sus facciones fuertes y enjutas se le quedó flotando en el fondo de la cabeza. Siempre le había resultado placentero contemplar a Mingyu. Negarse esa necesidad de mirar y disfrutar le dolía hasta extremos casi físicos. Desesperado por recuperar la compostura, aspiró profundamente.
—Es una indiscreción que vengas a verme aquí —le dijo fríamente—. Este es un edificio público y mi lugar de trabajo. Muchos podrían reconocerte, llamas mucho la atención.
—No puedo evitar llevar este apellido —se encogió de hombros lo que, de algún modo, logró implicar lo terriblemente irracional que Minwoo estaba siendo—. Deberías haber sabido que tendríamos que volver a hablar. Seguramente pensé que aquí sería menos probable que amenazaras con llamar a la policía.
—Oh, por Dios ¡sabes de sobra que no iba a llamar a la policía para deshacerme de ti! —la paciencia de Wonwoo se quebró ante semejante golpe—. ¿Y desde cuándo has tenido tú miedo a algo? Puedo ver los titulares mientras hablamos: «Intento de arresto de un magnate  griego», ¡porque sabes perfectamente que tus guardaespaldas no iban a permitir que te arrestaran! ¿De verdad crees que me arriesgaría a atraer ese tipo de publicidad?
—¿No? —Mingyu había olvidado que Minwoo tenía un miedo acérrimo a aparecer en los medios. Considerando las muchas parejas que habían aireado en la prensa una relación íntima con él, se preguntó si aquella actitud debía resultarle ofensiva. Siempre había sido tan distinto a lo que él estaba acostumbrado que nunca estaba seguro de lo que Minwoo iba a decir o de cómo iba a reaccionar.
—Pues claro que no. Y no creo que tú la quieras tampoco. De hecho, estoy seguro de que has estado reflexionando seriamente desde ayer.
—Obviamente —Mingyu se apoyó en el borde de la mesa y estiró sus piernas largas y fuertes, maniobra que acabó literalmente atrapando a Wonwoo en la esquina próxima a la ventana. Él lo contempló con calculadora frialdad. El cansancio no lograba debilitar la claridad cristalina de sus ojos. En cuanto a la indumentaria, parecía sosa a primera vista, pero la blusa y los pantalones se ajustaban al pecho y las caderas realzando su figura. Era lo suficientemente sexy como para convertir a muchos otros en algo plano e insulso, pensó asediado por un recuerdo tremendamente erótico de Wonwoo cálido y seductor al amanecer. La tensión inmediata que provocó en su entrepierna casi le hizo sonreír, porque hacía tiempo que no reaccionaba con tanto entusiasmo ante una persona del sexo opuesto.


1 comentario:

  1. O____O
    Asi que llegaron a vivir juntos!!!
    Wau~
    Tienen historia!!!
    Y que paso con el hermano menor de minguy!???

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yota´s news : De regreso?

 Buenas tardes a todas las lectoras. Después de un año  y casi 4 meses regreso a saludarlas y comentarles nuevas.  Me gustaría decirle...