Seductores I- 7



—Un divorcio rápido no es una opción que me guste —lo miró con los ojos brillantes de renovada energía—. No hay ninguna razón para que no intentemos sacar lo mejor de este embrollo.
—¿Qué quieres decir? —preguntó de pronto consciente del ardiente calor que aún notaba en los labios.
Sin previo aviso, descubrió que estaba reviviendo el placer de su boca recorriendo su pecho y el latido de la parte más sensible de su cuerpo. Respiró con dificultad avergonzado por su susceptibilidad.
Tenso por la excitación, Sang hizo un valiente intento de superar la barrera de su fiero orgullo y tender un puente que lo llevara de la coerción a la aceptación. Se acercó a Jian.
—Despierto o dormido, estás en todos mis pensamientos. Mi deseo por ti no es mayor que el tuyo por mí. Quiero estar contigo.
Jian tragó saliva y se odió a sí mismo por sentirse tentado. Pero Sang sólo quería acostarse con él. Eso era lo único que le había interesado siempre, se dijo. Pero su cuerpo aún ardía con la respuesta sexual que sólo   él   conseguía   despertar. Le encendía   porque sabía perfectamente de qué estaba hablando él. Todos los días, todas las horas, todos sus pensamientos estaban centrados en él hasta el punto de la obsesión, pero ésa era una verdad que nunca le reconocería.
En cualquier caso, tenía cosas mucho más importantes de qué preocuparse. En una hora, cualquier
cosa parecida a una certeza se había desvanecido. Le pareció vergonzoso que sólo con haber estado entre sus brazos hubiera olvidado pasado y presente debido a la pasión
¿Qué arreglaría o clarificaría compartir la cama con él? ¿Dónde  quedaban su orgullo y su sentido común? Lo primero era que estaba en Bakhar por su familia. Se recordó que aún tenía que ver alguna prueba de que la amenaza contra su seguridad había desaparecido.
—Lo que necesito saber ya es que la orden de desahucio se ha suspendido —murmuró tenso.
—Ya está hecho.
Un silencio tenso se instaló entre ambos mientras Jian se mordía incómodo el labio inferior.
—¿Y la casa… está ya otra vez a nombre de mi appa?
—Por supuesto.
—¿Lo del crédito pendiente se ha arreglado?
Sang inclinó su orgullosa cabeza en un gesto de asentimiento.
—Me gustaría verlo todo por escrito —dijo agarrándose una mano con la otra disimulando su incomodidad e intentando parecer una negociante fría como una vez le había dicho él.
—Si ése es tu deseo, me aseguraré de que veas la documentación —afrontó la falta de confianza en su palabra y no hizo más comentarios.
Se dijo a sí mismo que no era sorprendente que los aspectos económicos fueran su primera preocupación. ¿No había sabido siempre que para Jian el dinero era lo más importante? Pero no pudo sofocar el aumento de su propio disgusto.
—Y me gustaría ver las pruebas que dices que tienes de mis aventuras con otros hombres.
Sang disimuló su helada mirada. Estaba decidido a no rendirse a esa demanda en particular. Poner frente a él pruebas innegables de su promiscuidad en la juventud sólo conseguiría enfrentarlos en un momento en que necesitaba su cooperación. Si Jian rechazaba comportarse como su esposo, su padre y el resto de su familia se enfrentarían a situaciones muy embarazosas. Además, demasiada gente inocente podía sufrir las consecuencias de su falta de juicio.
—Me temo que eso no es posible.
Parecía estarse disculpando, pensó Jian poco convencido. Iba a decirle algo, pero en ese momento, sonó el móvil de Sang.
El gesto de él se endureció y apretó los labios.
—Mis jóvenes hermanos, Jeup y Taeho, acaban de llegar.
En una enorme sala de recepciones que había en el piso de abajo, fue presentado a dos jóvenes vestidos a la moda que tendrían alrededor de cuarenta años. Un poco mayores de lo que Jian había esperado. Ambos hablaban un excelente coreano y saludaron a su hermano con afecto mezclado con respeto.
—El rey nos ha pedido que te digamos que lleves hoy a Jian para que pueda conocerlo —dijo un joven de aspecto animado, Jeup, que luego saludó a Jian con cálidas palabras de bienvenida.
—Hay muchos preparativos que hacer —añadió Taeho con entusiasmo—. ¡Las próximas semanas van a ser muy excitantes! Espero que puedan venir ahora. Así no haremos esperar a nuestro padre.
Jian reparó en que Sang parecía que se hubiera vuelto una talla de granito. Sintió que se le caía alma a los pies, pero siguió manteniendo una sonrisa en los labios. Era consciente de la opinión tan mala que Sang tenía de él y la sensación de que odiaba tener que presentarlo como su prometido a su padre. Sus hermanos lo presionaron con apenas contenida tensión hasta que accedió con un asentimiento de la cabeza. Sang dio una palmada y un criado apreció tras una puerta. Sang dio unas instrucciones.
—Nos iremos de inmediato —murmuró sin ninguna  expresión.

El gran palacio donde vivía la familia real estaba situado a unos kilómetros de la próspera capital. En cuanto el helicóptero aterrizó, Jeup y Taeho se separaron de Sang y Jian para volver a sus casas dentro del complejo de palacio, un enorme edificio de piedra tallada rodeado de jardines y fuentes. Jian no pudo evitar hacer un comentario de sorpresa.
—El viejo palacio sufrió serios daños durante la guerra. También se asoció con las dos décadas de desgobierno de mi tío abuelo —explicó Sang—. Este nuevo palacio se construyó como símbolo de esperanza en el futuro.
—Es colosal, impresionante —Jian lo miró de modo extraño y súbitamente abandonó el tono forzado a favor de la sinceridad—. ¿No hay ninguna forma en que pueda evitar conocer a tu padre?
Sang apretó la mandíbula.
—Recibiéndote tan deprisa, el rey te está haciendo un gran honor.
Jian se puso rojo de turbación.
—Creo que me has entendido mal. Da lo mismo.
—Mi padre es un hombre agradable. Rápidamente ha asumido que entre nosotros existe auténtico afecto.
Jian sintió dolor al escuchar el comentario sarcástico, pero levantó la barbilla. Para añadir el insulto a la injuria, Sang procedió a darle una serie de recomendaciones sobre cómo ser amable y respetuoso en presencia de la familia real de Bakhar.
—No hay nada malo en mis modales —le dijo tirante—. No voy a ser maleducado.
—No quería ofenderte —Sang estaba simplemente preocupado por que fuera a producirse ese crucial encuentro sin ninguna preparación.
Jian fue guiado a la sala de audiencias. El rey Jidwi era un hombre alto de unos sesenta años, vestido con ropas tradicionales que añadían dignidad a su aura de tranquilidad. La amable sonrisa que iluminaba su rostro sorprendió a Jian e hizo que desapareciera gran parte de la tensión. Le dio la bienvenida a Bakhar en un coreano lento y correcto, abrazó a su hijo con entusiasmo e informó a Jian de que sería muy feliz de reconocerlo como un nuevo hijo. Jian estuvo sorprendido de que en lugar de estar desolado por la repentina boda de su hijo con un joven coreano, el anciano estuviera encantado.
Sang se preguntaba por qué su padre estaba tan feliz con el supuesto matrimonio. ¿Habría llegado a temer que su hijo permaneciera soltero para siempre? ¿Era para su padre cualquier esposo mejor que no tener ninguno? ¿Era por eso por lo que no había planteado ni una sola pregunta difícil a ninguno de los dos?
El rey dijo que era de gran importancia que Jian recibiera apoyo y ayuda para que pudiera sentirse en su casa en el palacio real y en el país.
—A diferencia de tu appa, tu esposo llevará una vida expuesta a la opinión pública —remarcó su padre gravemente—. Es lógico que Jian tenga que prepararse para ese papel antes de la boda.
«¿Qué boda?» Casi preguntó Jian, pero consiguió morderse la lengua en el último segundo. Temía demasiado decir algo inapropiado. Miró de soslayo a Sang y vio que estaba tan molesto como él con el asunto. Sospechó que le estaba racionando la información hasta los límites de lo estrictamente necesario y sintió un ligero resentimiento.
—No estoy convencido de que Jian tenga que tener un papel público —respondió Sang.
Jian trató de ignorar la falta de entusiasmo que mostraba Sang con que él asumiera las responsabilidades asociadas a ser su esposo. Era normal, se dijo. No había ninguna necesidad de que hiciera  del asunto una cuestión personal. Por desgracia esas reflexiones tan llenas de sentido común no evitaban que se sintiera reducido y perdedor antes de empezar la carrera.
Su padre parecía encantado.
—Hijo, no puedes casarte con un joven educado y con estudios y pretender que sea sólo para ti. ¡La oficina de la corona ya ha organizado que sea tu esposo quien inaugure el ala de cirugía del nuevo hospital el mes que viene! Todos estos asuntos serán más fáciles si Jian tiene oportunidad de estudiar nuestra historia, protocolo e idioma. Así estará más cómodo vaya a donde vaya dentro de nuestras fronteras.
Después de la reveladora reunión, Jian se encontraba aturdido y tenso. Parecía que tenía por delante una protocolaria boda para cumplir con las convenciones. La sola idea le hacía sentirse incómodo. Aún más, hacerse pasar por el esposo de Sang prometía ser un difícil reto.

—Lo has hecho muy bien con mi padre. Estaba impresionado.
—Estaba tan nervioso que apenas he dicho ni una palabra —confesó—. No sé casi nada ni de ti ni de tu familia, y tenía miedo de decir algo y que se me notara. Tus hermanos son mayores de lo que esperaba. ¿Por qué nunca hablabas de tu familia cuando eras estudiante?
—Hace cinco años mi padre y mis hermanos aún eran extraños para mí.
—¿Por qué? —preguntó desconcertado.
—Mis dos jóvenes hermanos y mi hermana son hijos del primer esposo de mi padre, quien murió de fiebres después del nacimiento de Yujin. Yo soy el único hijo de su segundo matrimonio. Cuando yo tenía cuatro años mi padre se hirió en un accidente de equitación —explicó Sang—. Su tío ocupó el cargo de regente y aprovechó la ocasión para usurpar el trono. Mi padre estaba postrado en la cama cuando su tío me separó de mi familia y me tomó como rehén.
—¿Durante cuánto tiempo?
—Hasta que fui adulto. Él no tenía ningún hijo y me nombró su heredero para mantener contenta a alguna de las facciones. Me envió a una academia militar y después ingresé en el ejército. La seguridad de mi familia dependía de su buena voluntad.
Jian estaba horrorizado.
—Dios mío, ¿por qué nunca me has contado nada de esto? Quiero decir, que sé lo de tu tío abuelo y la guerra, pero no sabía que te habían separado de tu familia cuando eras un niño.
—Nunca le he visto sentido a regodearse en las desgracias.
—Tu appa debió de sufrir  muchísimo.
—Eso creo. No volví a verlo jamás. Cayó enfermo cuando yo era adolescente, pero nunca se me permitió visitarlo.
Quizá por primera vez entendió Jian el origen de la implacable fuerza y la autodisciplina que había en el corazón del carácter de Sang. Había aprendido a ocultar sus emociones y hacerse idólatra de la autosuficiencia. No sorprendía que le costase tanto confiar.
—Mi casa aquí, en palacio, es extremadamente privada —remarcó Sang.
En un magnífico recibidor circular lo bastante grande como meter a una orquesta, Jian se detuvo.
—El rey dijo algo sobre una boda.
Sang despidió con un gesto a los sirvientes curiosos que se habían apostado junto a las escaleras y a quienes Jian no había visto. Abrió una puerta y dio un paso atrás. Jian lo precedió en una enorme sala de recepciones decorada al estilo oriental con suntuosos sofás y una alfombra tan exquisita que parecía un pecado caminar sobre ella.
—Habrá una boda de estado a finales de mes. No se puede evitar — murmuró Sang—. Mi pueblo espera ese espectáculo. Si no, habrá demasiadas murmuraciones.
Jian estaba rígido de incredulidad, pero no dijo nada. Se sentía como si se lo estuvieran tragando las arenas movedizas y sólo él fuera consciente de la situación.
Sang continuaba con su política de ignorar amablemente las señales de tensión que emitía. Si se convertía en un ejemplo, era posible que él, con el tiempo, imitara su actitud.
—¿Puedo encargar que nos traigan la cena? —preguntó él—. No sé tú, pero parece que hace una eternidad que no comemos, y yo tengo hambre.
La referencia a la comida fue la proverbial última gota para Jian. La tensión lo superó y abrió las manos y los brazos en un gesto de desesperación.
—No puedo hacerlo, Sang… ¡De verdad que no puedo! ¿Cómo te las arreglas para actuar como si todo fuera normal?
—Disciplina —dijo él con tranquilidad.
—Bueno, es extraño y antinatural —le dijo—. Tenemos que hablar de todo esto…
—¿Por qué? No puede cambiarse nada. Estamos casados. Soy tu marido. Tú eres mi esposo. Debemos hacer lo que se espera de nosotros.
—¡El sacrificio no sale de forma natural a los que no hemos sido educados para ser reyes y perfectos! —afirmó Jian.
—No estoy tratando de ser perfecto.
—Tu padre y tus hermanos son encantadores. ¡Me han dado una bienvenida fantástica! —Jian sacudió la cabeza intentando buscar las palabras adecuadas con las que expresar su incomodidad con el   papel que le estaba obligando a representar—. ¿Engañarlos haciéndoles creer que somos una pareja auténtica no te importa?
—Por supuesto que me importa, pero es el menor de dos males. Sólo puedo arrepentirme de las acciones que nos han llevado a esta situación, pero también acepto que la verdad sería una vergüenza y un disgusto, no sólo para mi familia, sino para mi pueblo. Un respetuoso fingimiento es lo único que podemos ofrecerles.
Jian estuvo tentado de buscar algo grande y pesado y lanzárselo con la esperanza de que así le diera una respuesta menos lógica y desapasionada.
—Pero esto es una pesadilla.
Acostumbrado a su tendencia por la exageración, Sang lo miró con ojos de aprecio. Incluso después de haber pasado un día que hubiera llevado casi a cualquiera al borde de la histeria, aún estaba asombroso.
—No es una pesadilla —dijo él con suavidad.
—Bueno, ¡para mí lo es! —dijo permitiendo finalmente que su enfado se le notara en el rostro ante tanta indiferencia por sus sentimientos—. No suelo mentir a la gente. No me siento cómodo fingiendo. No tengo ni la más remota idea de cómo actuar como esposo tuyo…
—Puedo ayudarte. Deberías haber entrado en nuestros aposentos, saludado al servicio y aceptado las flores y las felicitaciones. Deberías haber ordenado la cena.
Jian abrió la boca de par en par. ¿Qué servicio? ¡No había visto ningún servicio! ¿Y por qué volvía a hablar de comida? Después de un día pasando de una conmoción a la siguiente, ¿de verdad era en lo que podía pensar?
—O podías haber subido al piso de arriba derecho a la cama conmigo —señaló Sang intentando cambiar un hambre por otra que cada ver crecía más al mirarlo—. Ahora puedo decirte que el sexo es una de las prioridades de mi lista. Cumple mis expectativas en ese aspecto y te consideraré el esposo perfecto.
Jian estaba mudo de asombro. Por una vez, pudo ver que él no tenía intención de ser gracioso. Se había mostrado tal y como era cuando le había informado de que sus prioridades eran las mismas que las de un neandertal: sexo y comida.
—No aspiro a ser el esposo perfecto y, si ésa es la forma en la que se supone que vas a darme ánimos e inspiración, ha sido mucho peor — dijo Jian—. Me has pedido mi cooperación. Como parecía tener muy poca elección, he seguido adelante con esto, ¡pero no tenía ni idea de lo grave que era la charada que me estabas preparando!
—Nuestro matrimonio no tiene que ser una charada —dijo él con rabia contenida.
—¡Y yo no tengo que ser un concubino con un estúpido matrimonio fingido si no quiero! —afirmó Jian y se cruzó de  brazos.
Estaba dispuesto a cooperar en lo relativo a la ceremonia, pero eso era suficiente. Todo lo que fuera más allá de la cooperación, tendría que ganárselo. Y sus indirectas sobre el sexo y la comida, no iban en la buena dirección.
—Jian…
—Atrévete a decir sólo una palabra más sobre lo mejor que puedo hacer para cubrir tus expectativas y te juro que gritaré hasta que me amordaces —amenazó con la voz una octava por encima de lo normal—. No me estás persuadiendo. Estás tan mal criado, tan acostumbrado a que hagan lo que tu quieres…
—¿En qué me estoy equivocando contigo? A lo mejor en hablar demasiado cuando sería preferible pasar a la acción —caminó hacia él amenazándolo con una mirada de fiereza y, sin dudarlo, lo abrazó.
Jian estaba tan desconcertado por ese movimiento en medio de la discusión que perdió unos segundos preciosos que le hubieran permitido retirarse. Entre tanto, Sang alcanzó su boca y desencadenó una estremecedora reacción en cadena en todo su cuerpo. Le devolvió el beso con una salvaje urgencia. Lo deseaba, lo deseaba, lo deseaba… ¿sólo como concubino? ¿Un concubino favorito?
Esas palabras y el recuerdo de cómo lo había amenazado con enseñarle a rogar sus atenciones sexuales, volvieron a rondarle. En un brusco movimiento se soltó de él y se alejó unos pasos con unas piernas que apenas le sostenían.
Sang estaba temblando, su cuerpo gritaba por liberarse. «No me estás persuadiendo», había dicho. Se sintió ofendido cuando comprendió el significado de esas palabras. ¿Qué le parecía persuasivo a Jian? Cuando la respuesta se le hizo evidente, cerró los puños y lo odió tanto como lo deseaba. La fuerza de ese torbellino interior amenazaba con hacerlo pedazos.
—¿Cuánto? —preguntó en tono iracundo—. ¿Cuánta persuasión económica quieres para meterte en la cama conmigo?
Conmocionado por la pregunta, Jian se quedó pálido. ¿Aún pensaba así de él? Por supuesto que sí. ¿No había accedido a acostarse con él como pago de una cuantiosa deuda? Su rabia empezaba a apagarse, pero se sentía horrorizado por la creencia que tenía él de que haría cualquier cosa por dinero.
—No quiero tu dinero —susurró apretando los dientes para que no se le notara el temblor de los labios—. Por favor, no vuelvas a hacerme una oferta como ésa jamás.
Sang estaba ansioso por creer que había malinterpretado su conducta.
—¿Entonces por qué nos niegas lo que los dos deseamos?
Con la respiración entrecortada, Jian se giró en redondo y le dio la espalda.
—El sexo no es tan sencillo para mí como para ti. Puede que haya aceptado proteger a mi familia al precio de mi orgullo, pero ya no estoy en venta. Lo siento si piensas que eso no es honrado —murmuró a la defensiva—, pero creo que es un trato justo que haya aceptado actuar como tu esposo para agradar a todo el mundo. Mantendré la actuación todo el tiempo que me pidas. Será un reto increíble, ya que no puedo pensar en mí mismo como tu esposo.
Luchando para controlar su hambre, Sang lo contempló con pasión.
—¿He malinterpretado lo que querías decir con persuasión? Jian dejó escapar una risa ahogada.
—Sí, pero no te preocupes por eso. Todo lo que te pido son habitaciones separadas.
—¿Es eso lo que quieres? —preguntó con el ceño fruncido. Sang apenas podía dar crédito a lo que estaba diciendo.
—Es todo lo que quiero, créeme —no lo miró porque no tenía ninguna fe en lo que estaba diciendo, aunque pensaba que era lo que debía decir.
Lo deseaba con cada fibra de su cuerpo, pero no se rebajaría hasta el punto de acostarse con un hombre que asumía la posibilidad de pagarle su placer. Era el peor enemigo de sí mismo, pensó con pena. Unas pocas palabras de ruego, incluso una referencia de pasada a la belleza del atardecer del desierto y lo hubiera tenido por nada. Pero la adulación y las palabras románticas nunca habían sido el estilo de Sang.
—Será como tú quieres. Tengo trabajo. Discúlpame —respondió Sang con una amabilidad escrupulosa.
La puerta se cerró y el silencio lo envolvió todo. Jian respiró largamente. Se pasó los dedos por los labios y algo como un gemido se formó en sus cuerdas vocales, obligándole a apretar los dientes en busca de autocontrol.
Cenó solo en un comedor con paredes y suelo de mármol. Se comió todo lo que le pusieron delante aunque no le supo a nada. ¿Qué había ido tan mal entre Sang y él como para que pudiera tener tan mal concepto de él? ¿Por qué estaba tan convencido de que se había ido con otros a espaldas de él? Era inteligente, racional. ¿Cuál era esa prueba de su infidelidad que consideraba irrefutable? Sabía que, por su propia autoestima, tenía que descubrirlo.
Allí sentado solo, recordó lo locamente enamorado de Sang que había estado. Recordó momentos estupendos con él, dulzura y pasión. Una vez, el tubo de escape de un coche había hecho mucho ruido en una calle; dando por sentado que eran disparos, Sang lo había tirado al suelo y lo había protegido con su cuerpo, cuando creía que estaba en peligro, había antepuesto su seguridad a la suya propia.
Nadie se había ocupado antes realmente de él. Aunque se había burlado, le había gustado porque, durante demasiado tiempo, él había tenido que ser el fuerte de la familia y ocuparse de todos los demás. Se había apoyado en Sang y lo había sentido como un gran apoyo, incluso aunque la fuerza de la pasión que sentía por él le había dado miedo tanto como lo excitaba. Decidido a no dejarse herir, había creído que controlaba por completo sus emociones. Después, cuando menos se lo esperaba, se había deshecho de él, y sus ilusiones se habían desvanecido más rápido que la velocidad de la luz.
Un día todo iba bien y al siguiente todo había terminado. Sang había quedado con él para comer. Había estado sentado esperando a que lo recogiera. Había pasado la hora, pero no había aparecido; tampoco había llamado. Había tratado de llamarlo a su móvil, pero no había respondido. Al día siguiente fue a su casa donde el servicio no lo había dejado entrar.
Ninguna explicación, ninguna disculpa, nada. Durante unos días había vivido negando su creciente pena, hasta que una tarde, un amigo le dijo dónde podría encontrarlo. Y se fue a buscarlo.
La fiesta era en el apartamento de Mingyu. A través de la muchedumbre, vio a Sang en un sofá con un sexy pelirrojo encima. Sang, a quien se suponía que no le gustaban esas expresiones públicas de intimidad, estaba besándolo.
Algo había muerto en su interior y todas sus pretensiones de dignidad se hundieron mientras buscaba el camino de salida. Se había marchado convencido de que lo había cambiado por alguien sexualmente más disponible. Lo irónico había sido que sólo entonces se había dado cuenta de lo que lo amaba.
Mientras revivía el terrible dolor de la traición de Sang cinco años atrás, alzó la barbilla. De ninguna manera iba a darle la oportunidad de hacerle pasar otra vez por esa agonía. Podía seguir sintiéndose atraído por él como una polilla por la llama de una vela, pero eso no significaba que tuviera que rendirse a su debilidad. Los acontecimientos los habían hecho más iguales, se dijo  para reforzarse.
Estaba obteniendo cooperación en lugar de sexo como devolución de la deuda. Al menos ser su esposo le dejaba alguna dignidad y ya había descubierto que no podía tratar a un esposo como a un concubino.
Podía no sentirse como si estuvieran casados, pero intentaría ser el esposo perfecto. Cuando se marchara de Bakhar, el príncipe Sang y su familia sentirían que habían perdido a alguien que había sido un sólido activo para él. ¡Y no se quedaría ni por un millón de wons, aunque se lo pidiera de rodillas!




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yota´s news : De regreso?

 Buenas tardes a todas las lectoras. Después de un año  y casi 4 meses regreso a saludarlas y comentarles nuevas.  Me gustaría decirle...