Seductores I -Final



Cuatro semanas después, la luna de miel, que se había prolongado dos veces, tocaba a su fin. Habían disfrutado unos largos y soleados días en la solitaria finca que Sang tenía en el sur de Francia. Lo habían llamado por un asunto de negocios el día anterior. Tenían que volver ese mismo día y Jian estaba recogiendo sus cosas para salir un poco más tarde.
Estaba tomando nota mentalmente de que su pecho parecía un poco más sensible acompañado de otros sutiles cambios. No tenía ninguna intención de decirle nada a Sang hasta que hubiera visto a un médico, pero sospechaba que estaba embarazado. De hecho, estaba bastante excitado antes la idea de que podía llevar ya dentro a su primer hijo, preocupado porque Sang no estuviera ilusionado.
Como se esperaba que Sang fuera el padre de la siguiente generación de reyes, tener familia naturalmente estaba en su agenda. Pero era muy pronto para haber concebido. Aunque sabía que Sang actuaría como si fuese la mejor noticia del mundo, en el fondo estaba preocupado porque considerara una opción menos atractiva un esposo embarazado.
Con un suspiro, se miró detenidamente en el espejo intentando imaginarse cómo sería con una enorme barriga. Desde un punto de vista práctico, pensó que habría cosas que no cambiarían. Sang no estaba enamorado de él y sabía que era una estupidez pensar que aquello supondría alguna diferencia.
Su aspecto y lo activo que pudiera ser dentro y fuera de la cama eran factores cruciales en su relación. No habría mas viajes de acá para allá, ni cabalgar a caballo ni esquí acuático. Ambos disfrutaban de esas actividades, pero a Jian le tocaría hacer ejercicio con moderación. ¿Se aburriría de él?
Con un humor extraño, observó la pulsera de diamantes. El último regalo de Sang era tan elegante como el anillo de compromiso. Le había regalado algunas cosas preciosas. Era maravillosamente generoso. Era como si nada lo complaciera tanto como complacerle. Recordando esa verdad, salió a la terraza y se sentó en un cómodo sillón.
Los hermosos jardines bajaban hasta la playa. La finca también tenía unos estupendos establos. Jian no había aprendido nunca a montar, pero Sang y su familia estaban locos por los caballos. Había obligado a Jian a subirse a lomos de una yegua muy mansa. Una vez que había sido capaz de relajarse encima de un caballo, había ido todas las mañanas a montar con Sang por la playa. Bueno, él había ido despacio y lo había mirado galopar en el borde de las olas. Había sido jugador de polo aficionado y estaba increíblemente atractivo subido a un caballo.
La mayor parte de las noches habían cenado fuera, disfrutando de las terrazas de muchos de los grandes restaurantes de Cannes. La reserva de Sang había desaparecido rápidamente. Hablaba mucho con él, hacía bromas con facilidad. Su relación había cambiado desde que el desagradable asunto del informe se había aclarado. Cada vez más iba reconociendo al tipo que le había robado el corazón cinco años antes.
Algunas discusiones ocasionales rompían la paz y normalmente se resolvían en la cama. Sang era muy apasionado, muy testarudo. Tenía una voluntad de acero y una personalidad fuerte. Tendía siempre a ser el jefe. Solía pensar que él sabía qué era lo mejor. Lo que le enfurecía era la cantidad de veces que tenía razón. Estaba total y absolutamente enamorado de él, reconocía mareado.
—¿Jian? —Sang entró en la terraza espectacularmente guapo en un traje color crema—. Te he estado buscando por todas partes.
—No sabía que habías vuelto. Estaba disfrutando de la vista —Jian se dio cuenta de que tenía un gesto inusualmente serio.
—¿Puedes entrar? Tenemos que hablar —dijo él.
Jian se puso de pie despacio. Tuvo una sensación desagradable en el vientre. Algo le decía que alguna cosa iba mal, muy mal. Entró en la habitación que Sang usaba como despacho. Él estaba apoyado en el borde de la mesa con los ojos mirándola reflexivos.
—¿Sabes?, por alguna razón me siento como un niño al que llaman al despacho del director —dijo Jian tenso.
—Siéntate, por favor —murmuró él suavemente.
Jian se sentó, pero permaneció con la espalda erguida porque sabía que no se estaba imaginado el ambiente de tensión.
—Voy a preguntarte una cosa y espero que seas sincero. ¿Cuál es tu opinión de mí como marido?
Jian parpadeó y después abrió mucho los ojos.
—¿En… en serio? —tartamudeó.
—En serio.
—¿Por qué me preguntas eso?
—Hazme caso aunque sólo sea una sola vez.
—Bueno… eres… un compañero maravilloso, incluso ecuánime… y paciente. Muy bueno en la cama —se ruborizó al ver que Sang alzaba una ceja como sugiriendo que estaba yendo por el camino equivocado—. Generoso, amable, agradable.
—Parezco un santo y no lo soy. Debes ser más sincero y hablar de mis defectos.
—No he dicho que no tengas defectos —se defendió Jian al instante—. Aparte de ser demasiado inteligente para tu propio bien algunas veces…
Sang tomó una hoja de papel que había en el escritorio y se lo tendió para que lo viera. Jian se echó para atrás porque era la misma fotocopia del joven bailando en la jaula que Calvin le había enviado a él.
—¿De dónde has sacado eso?
—Tu appa lo envió con tu correo. No había nada en el sobre que indicara que fuera personal, así que lo abrió alguien de la oficina que pensó que era una invitación a una fiesta.
Jian extendió la mano y leyó las palabras que había debajo: Se debe el siguiente plazo, y al lado la dirección y el teléfono de Calvin.
—Ya está resuelto —informó Sang con tranquilidad.
Pero la conmoción y la aprensión habían hecho a Jian sentirse mareado y se sorprendió a sí mismo aún más que a él cuando estalló en lágrimas y sollozos.
Atónito, Sang lo levantó de la silla entre disculpas. Le apartó el cabello del rostro.
—Creo que esto se puede calificar como un momento de «demasiado inteligente para mi propio bien» —dijo en un susurro—. No quería apenarte. Eso era lo último que quería.
—¿Qué esperabas cuando me has enseñado esa horrible foto? —dijo Jian entre sollozos—. ¡Esperaba no tener que volver a verla jamás!
Sang lo rodeó con sus brazos.
—No habrías tenido que volver a verla si hubieras acudido a mí la primera vez.
—¿Cómo sabes eso? —preguntó poniéndose rígido.
—He visto a Calvin anoche. Allí es donde he estado ayer. Naturalmente, según vi la fotografía supe que sólo te la podían haber enviado como una amenaza. Planté cara a Chen. No hay ninguna foto tuya bailando en la jaula esa noche.
—¿Estás seguro de eso?
—Sí —confirmó él—. Si hubiera tenido una foto auténtica de ti, habría hecho copias en vez de recurrir a una extraña fotocopia.
Jian se ruborizó.
—Supongo que debería haberlo pensado.
—Ha sido un intento de aficionado de conseguir dinero. Ni siquiera es lo bastante listo como para falsificar una foto con el ordenador. ¿Cómo era la primera carta?
—Usó la misma foto —admitió.
—La recibiste cuando fuimos a ver a tu appa. Era Chen con quien  hablaste  por  teléfono  sobre  la  factura  que  había  que pagar, ¿verdad?
Jian asintió incómodo.
—Me apena que no vinieras a pedirme apoyo y ayuda en este asunto.
—¿Y volver a sacar a relucir el tema de la jaula otra vez? ¡Prefiero morirme! —dijo Jian sintiendo un estremecimiento—. Supongo que ya sabes que le he dado a Calvin cinco mil libras.
—Sí, y no hay esperanza de recuperarlas porque ya se las ha gastado —dijo Sang con un gesto de disgusto—. Es un tipo repugnante, pero no se habría atrevido a molestarte si hubieras acudido a mí. Me tiene miedo.
—No hay ninguna foto mía bailando en esa jaula… ¿estás seguro? — preguntó Jian sin poder creer aún que esa amenaza ya no existía.
—Seguro.
—Me siento tan imbécil por haber pagado —suspiró—. Pero estaba horrorizado por la sola idea de una sórdida foto apareciendo en los periódicos y poniéndote en un  compromiso.
—Incluso aunque hubiera habido una foto,  lo habríamos superado.  Soy más sabio y tolerante que cuando nos conocimos —dijo Sang irónico—. No se me pone tan fácilmente en un   compromiso.
Jian estaba asombrado por su actitud.
—¿Es cierto eso?
—Por supuesto.
—Bien. Entonces creo que va siendo hora de que te diga que fueron tus amigos quienes me metieron en la jaula. Pagaron al encargado para que me lo ordenara porque era tu cumpleaños.
Sang estaba realmente desconcertado por su revelación. Jian disfrutó de esa inversión de papeles.
—Desde mi punto de vista, uno de los papeles fundamentales de un marido es proteger a su pareja de todo —dijo Sang frío—. Aun así, no has confiado en mí lo bastante como para decirme que Chen te estaba chantajeando.
—No es que no confiara en ti. Me sentía tan culpable por el episodio de la jaula…
—No tienes por qué sentirte culpable. Pero puede que no tengas fe en mí porque he tardado demasiado en decirte lo que significas para mí —había tensión en su rostro—. Hace cinco años eras todo lo que había buscado siempre en una pareja. Al instante me enamoré de ti. Eso era todo lo que sabía.
Jian lo miró con manifiesta  sorpresa.
—Eras mi sueño, mi premio después de tantas decepciones. Había estado solo mucho tiempo. Pero sabía que tú no sentías lo mismo que yo…
—Sang… —interrumpió Jian emotivo.
—Creía que si tú sentías por mí lo mismo que yo por ti, entonces te habrías acostado conmigo.
Jian estaba impactado por su sinceridad.
—Eso no es así. Realmente te amaba, pero pensaba que no teníamos ningún futuro. Quiero decir que tú ibas ser rey algún día y yo no quería sufrir. Pensaba que manteniendo nuestra relación como algo ligero no sufriría tanto cuando te marcharas a Bakhar.
—No tenía ni idea. ¿No era evidente que yo iba en serio contigo?
—No. También estaba aterrorizado de que me pudiera quedar embarazado —admitió de pronto—. He pensado mucho sobre ello después. Mi appa siempre se quedaba embarazado tan fácilmente…
Sang le agarró el rostro con las dos manos.
—Si hubiéramos hablado de las cosas que realmente importan, pero yo no sabía cómo. Sólo esperaba que tú supieras que te llevaba en mi corazón.
—Pero yo te amaba muchísimo —le dijo Jian—. Cuando me dejaste, sentí que el mundo se acababa.
Los hermosos ojos de Sang estaban sospechosamente brillantes e inclinó su cabeza sobre él con un ronco gemido.
—Te adoraba. Lo habría dejado todo por ti, incluso el trono, y creo que mi padre lo sabía, lo que le dio aún más razones para temer tu poder sobre mí.
Jian estaba tan aferrado a él que apenas podía respirar y aun así no se sentía lo bastante cerca.
—En cinco años que estuve sin ti, no volví a ser feliz. Me avergüenza reconocerlo, pero incluso aunque hubieses sido un cazafortuna creo que serías mi esposo porque te amo.
—¿Cuánto tiempo hace que estás enamorado de mí?
—Durante cinco años lo he llamado odio. Nunca me he recuperado de ti —reconoció en un tono sombrío.
—¿No te das cuenta de cuánto te quiero todavía?
—¿Pero cómo puedes quererme? —preguntó Sang mirándolo dubitativo.
—Pides perdón muy bien. Eres estupendo con los chantajistas. Eres muy guapo. Me haces feliz. Supongo que lo más importante de todo: cuando estoy contigo, soy completamente feliz.
—¿Me amas? —una sonrisa empezaba a iluminar sus labios. Jian lo abrazó y lo besó.
—Ah, y creo que estoy embarazado —dijo tras decidir que nunca más le ocultaría nada—. Y me encanta.
Sang rió a carcajadas y lo miró casi con reverencia.
—Debo de ser el hombre más feliz del mundo.
Sintiéndose como el joven más afortunado, Jian dejó que lo llevara a la cama. Supuso que el final de la luna de miel se pospondría unos días más…


Casi tres años después, Jian vio como Sang recibía a sus hijos de dos años y nueve meses. Era fin de semana. Sang y Jian solían pasarlos en el Palacio de los Leones donde la privacidad estaba asegurada. Su hijo mayor había sido una delicia tal para sus padres, que habían decidido tener otro hijo lo antes posible. Era un chico encantador, adelantado para su edad y muy activo. Jian había llevado muy bien los dos embarazos.
Su appa se había casado hacía poco con Henry Lau y vivía en muchas mejores circunstancias. Le había llevado un año y ayuda profesional superar su agorafobia. Había sido un reto para él, pero se había convertido en una visitante habitual de Bakhar. Jian se había sentido feliz cuando supo que se iba a casar, Henry siempre le había gustado y ya no estaba preocupado por su appa como siempre lo había estado. Su hermano Kun había terminado Medicina y Woozi estaba en la universidad. Los pequeños, Renjun y Chenle, iban bien en el colegio. Era una fuente de satisfacción para Jian visitar a su familia. Solía ir a Seúl con Sang.
El rey era un visitante regular de su casa en el complejo de palacio porque  le encantaban los niños. Jian  había conseguido sentirse   muy relajado con el anciano. Llevaba una vida muy ajetreada pero muy satisfactoria. Había supervisado la remodelación del Palacio de los Leones. También se daba cuenta de la suerte que tenía de tener siempre ayuda con los niños. Había vuelto a pintar, aunque en privado había llegado a la conclusión de que era seguramente mejor contable que artista. Aun así, Sang, apenas capaz de dibujar una figura reconocible, estaba muy impresionado y tenía la embarazosa costumbre de mostrar sus obras a todas las visitas.
Jian tomó al bebe de los brazos de su padre. El jovencito bostezaba.
—Está dormido —dijo Jian.
Sang se inclinó y reclamó la boca de su esposo para un beso que lo dejó aturdido. Se puso colorado y pensó en el tiempo que habían perdido la semana que él había estado en Nueva York. Algunas veces Jian y los niños viajaban con él, pero no siempre era práctico. Llevaron a los niños a la cama. Disfrutaban de esos momentos de tranquilidad familiar. Sang contó a su hijo un cuento mientras Jian acostaba al bebe en la cuna.
—Por fin —rugió Sang abrazándolo en su dormitorio—. No podía esperar para estar contigo esta noche.
—Umm… —con una amplia sonrisa en los labios Jian se apoyó en la calidez de su cuerpo—. ¿Te he dicho alguna vez lo feliz que me haces?
—Puedo soportar a que me lo vuelvas a decir —le acarició el pelo con ternura—. Pero no puedo vivir sin ti… Cada día te quiero más…



 Fin.


2 comentarios:

yota´s news : De regreso?

 Buenas tardes a todas las lectoras. Después de un año  y casi 4 meses regreso a saludarlas y comentarles nuevas.  Me gustaría decirle...