Seductores I -9



El magnífico dormitorio que ni Jian ni Sang habían ocupado antes estaba decorado con flores y recordaba a un cuento de hadas. Jian estaba encantado.
Sang vio como acariciaba con reverencia el blanco capullo de un lirio. Se acercó y le acarició la mano.
—Este es mi regalo de bodas —dijo mientras le deslizaba un impresionante diamante ovalado en uno de sus dedos—. Un anillo de compromiso. Nunca hemos estado comprometidos, pero me gustaría que este regalo fuera como un nuevo comienzo para los dos.
Jian sintió que los ojos le escocían. El diamante tenía un brillo cegador. Estaba muy afectado por lo que él acababa de decir porque lo que le estaba ofreciendo era lo que deseaba su corazón. Más que nada en el mundo, deseaba creer que tenía un futuro con él. La elección de ese regalo le decía mucho más de lo que él hubiera sido capaz de explicarle.
—Es precioso —le dijo.
Le quitó las joyas de la cabeza una a una.
—Significa mucho para mí verte con estas gemas.
—¿Te ha dicho alguien alguna vez que estás impresionante en uniforme? —murmuró Jian.
—No —dijo Sang con sinceridad y una sonrisa divertida.
—Bueno, pues lo estás —dijo.
—Te deseo tanto que me hace daño —dijo Sang casi sin aliento mientras deslizaba la punta de la lengua entre sus labios.
Al acercarse más a él, notó la evidencia de su excitación a través de la ropa y una mezcla de nervios y anhelo le llenó. Sang se quitó el tahalí y se desabrochó la chaqueta. Jian lo ayudó con manos torpes por la impaciencia.
Había esperado demasiado tiempo ese momento. Se preguntó si se daría cuenta de que era su primer amante. Esperó que así fuera. Entonces tendría que reconocer lo equivocado que había estado y él aceptaría graciosamente sus disculpas.
Jian sintió que el deseo le inundaba y apretó los muslos avergonzado. Sintió pequeños estremecimientos que le recorrían todo el cuerpo. Estiró el cuello y se encontró de nuevo con la boca de él. Se quedó allí atrapado, sujetándole con una mano en la espalda. Mientras seguía besándolo con urgencia, el corazón de Jian latía a toda velocidad en el interior de su pecho y una deliciosa ola de calor le bajó por el vientre.
Sang se separó de él y con unos ojos dorados que lo quemaban como fuego, le miró mientras le terminaba de desvestir.
—Demasiadas capas innecesarias —se quejó.
Aún con su ropa interior, Jian se ruborizó, salvajemente consciente de su efecto sobre él. Él se quitó el uniforme. Mirando con una fascinación culpable, pensó en lo hermoso que era. Su escrutinio se detuvo justo debajo de la delgada cinturilla de sus calzoncillos, donde el explícito contorno de su llamativa masculinidad era demasiado evidente como para poder apartar los ojos.
—Ven aquí —urgió él.
—¿Podemos hacerlo muy despacio? —preguntó Jian bruscamente.
La sorpresa y la diversión hizo sonreír a Sang. Dejó que sus dedos recorrieran lentamente la pálida piel.
—¿De qué tienes miedo? Seguro que no de mí, ¿verdad?
Jian se puso colorado al ser consciente de que había sido una pregunta demasiado reveladora.
—No seas tonto.
—Te prometo que esta noche sólo encontrarás placer en esta cama.
—No tengo tanta experiencia como tú crees —dijo Jian aún tenso.
Sang apretó la mandíbula porque no quería que nada le recordara a los hombres con quienes había traicionado su confianza. Apartó esos pensamientos de su cabeza. Si dejaba que la ira volviera a afectarlo, todas sus promesas de un nuevo comienzo, serían algo vacío. Así que inclinó la cabeza y volvió a besarlo mientras acariciaba los rosados capullos que coronaban su  pecho.
La sensación de líquido que Jian notó en su miembro se convirtió en un nudo de dolorosa anticipación. Respiró hondo, pero se le escapó un gemido de desconcierto cuando él bajó y pasó una habilidosa lengua por uno de sus pezones. A esa audaz caricia le siguió el roce de los dientes que convirtieron a los suaves capullos en puntas duras y rígidas.
—Sang… —susurró retorciendo las caderas en un vano intento de aliviar el palpitante deseo que sus caricias habían despertado.
—¿Te gusta? —preguntó con una suave risa de satisfacción—. Creo que te va a gustar todo lo que te voy a hacer.
Le besó de nuevo mientras una mano bajaba hasta las caderas para quitarle la última prenda que le quedaba. Consciente de pronto de que estaba completamente desnudo. Jian se puso tenso y hubo una punzada de inseguridad en el modo en que enredaba su lengua con la de él. Sang lo tomó en brazos y lo dejó en la cama con mucha suavidad. Se quitó los calzoncillos y se unió a él sobre el colchón. Su mirada recorrió el pálido contorno de su cuerpo.
—Quiero darte placer —murmuró Sang con voz ronca—. Tanto como tú deseas complacerme a mí.
—¿Complacerte? —susurró desconcertado.
Sang le tomó una mano y se la llevó a la parte de su cuerpo que él había intentado no mirar. El tamaño lo dejó consternado al mismo tiempo que semejante grado de intimidad le fascinaba. Se ruborizó al notar el acerado calor y la suavidad de satén de su sexo. El desconcierto dejó pasó a la curiosidad cuando él se dejó caer sobre las almohadas y gimió de puro e irreprimible placer.
—¿Qué tal lo hago? —susurró tembloroso.
—Demasiado bien para mi propio control —Sang enterró los dedos en su pelo y le dio un lujurioso beso casi de castigo mientras lo ponía de espaldas contra la cama.
Deslizó unos dedos por entrepierna y Jian se estremeció de pronto plenamente consciente del calor y la humedad. Sang encontró el punto más dulce y Jian gimió mientras enterraba el encendido rostro en el hombro de él.
Era salvajemente sensible a lo que él le hacía. Movía la cabeza atrás y adelante mientras arqueaba la espalda en un desesperado intento de liberar la insoportable tensión que crecía dentro de él. Sang comprobó su suave y húmedo calor de su entrada con un solo dedo. Consumido por la fuerza de su propia respuesta, gritó de pura necesidad.
Nunca había siquiera soñado que pudiera desear como lo hacía en ese momento.
—Sang… ¡Por favor!
Pero sólo cuando su anhelo de ser llenado se había convertido casi en algo doloroso, él se movió y se colocó entre sus muslos. Lo urgió con todas sus fuerzas, clavándole los dedos. Con un sonido de placer masculino dio un paso dentro de su delicado pasaje, conteniéndose con dificultad al notar que estaba muy apretado.
—Eres maravilloso —dijo él con la respiración entrecortada.

Jian no podía hablar, todo lo que podía hacer era disfrutar del violento deseo que él había despertado y de las asombrosas nuevas sensaciones que estaba descubriendo. Sólo cuando él profundizó la penetración sintió algo de malestar. Le tomó completamente por sorpresa y luego, rápidamente, experimentó una punzada de dolor cuando él completó la posesión. La última punzada le arrancó un involuntario quejido.
—Jian… —incrédulo, le miró desde  arriba.
Por un segundo había creído encontrar una barrera, pero había pensado que era una estupidez, no tenía sentido. Era evidente que no podía ser virgen. Tenía que haber sido su imaginación.
—¿Te he hecho daño?
—No… no —musitó Jian, consciente apenas que lo que estaba diciendo.
Olvidadas todas las molestias, en su cuerpo sólo quedaba el deseo. Estaba al borde de un precipicio de sensualidad, listo para volar. Sintiendo que ese sobrecogedor deseo le impacientaba, arqueó la espalda hacia él en un instintivo movimiento de urgencia.
Con un rugido, Sang sucumbió a su invitación. El cálido y viril deslizamiento de su carne dentro lo sumergió en un sensual mundo de puro placer. Cautivado por el descubrimiento, se levantó hacia él para facilitarle la entrada. El creciente ritmo incrementaba su hambre de él haciendo que todo se desvaneciera excepto la excitación que él había desatado. Jian alcanzó el clímax y se entregó a las convulsiones que lo devoraron.
Un momento después, envuelto en una pesada languidez, se preguntaba si sería capaz de volverse a mover. Dentro sentía una especie de cálida miel y una felicidad optimista. Estaba sorprendido por lo cerca que se sentía de Sang. Él lo besó lenta y profundamente y después rodó llevándoselo con él. Contento, se acurrucó encima de él. Bajo su mejilla, el corazón latía fuerte y seguro.
Con un suspiro, Sang lo incorporó y lo puso delante de él para  poder mirarlo.
—Te he hecho daño… perdona.
—Lo has notado, ¿verdad? Pero eres tan testarudo —murmuró Jian con ternura mientras le acariciaba la boca con un dedo—. Tan testarudo que no puedes ver que dos y dos son cuatro y llegar a la respuesta correcta. Parece que lo tendré que hacer yo por ti. Era virgen.
Sang lo miró incrédulo con el ceño fruncido.
—Eso no es posible —murmuró entre dientes.
Jian se incorporó e hizo un gesto de dolor ante la inesperada punzada que le recordó lo íntimamente unidos que habían estado unos minutos antes.
En un movimiento igual de repentino, Sang se sentó descolocando la ropa de la cama. Se quedó completamente en silencio cuando vio la prueba en la sábana blanca. No podía haber habido otro hombre en su vida, ninguno, tampoco ninguna aventura seria. Era imposible; lo miró a los claros y expectantes ojos y supo que lo estaba retando a que volviera a no creerle.
—Creo que me debes una explicación… y un poco de humildad no te vendría mal —dijo Jian con suavidad gozando del momento de poder—. ¿Eres realmente un celoso patológico? Porque necesito saberlo si ése es el problema.
—Ése no es el problema —dijo Sang forzado.
—Quiero ver ese informe…
—Eso es imposible —no podía imaginarse nada más desastroso que enseñarle ese sórdido informe que había acabado con su fe en él.
¡Otro insulto que añadir a la ofensa original!
—No tienes elección.
—Me he equivocado contigo. Te he juzgado mal —asentía con la cabeza apenas capaz de pensar con claridad. Estaba intentando digerir lo que acababa de saber, pero no era capaz de ir más allá porque el error que había cometido cinco años atrás había sido demasiado grande
—Sólo puedo pedirte que me perdones.
Jian estaba realmente insatisfecho con esa reacción. No sabía qué había esperado exactamente de él, pero una negativa a hacer lo que le pedía, no era aceptable.
—¿El informe?
—No, lo siento —con un fuerte movimiento, Sang, saltó de la cama decidido a aclarar su cabeza antes de decirle una sola palabra más—. Necesito una ducha.
En medio de una tormentosa estupefacción, Jian lo vio desaparecer en el cuarto de baño. Realmente a él no le importaba, pensó lleno de dolor. Se sentía tan rechazado… Le daba igual haber sido su primer amante.
¿De verdad se había creído que Sang pensaría que él era algo especial? ¿No resultaba patético? Salió de la cama presa del dolor y la rabia. ¡Cómo podía ser tan estúpido! ¿Por qué siempre hacía lo mismo con él? Lo amaba, tuvo que reconocer. Nada había cambiado en cinco años. Seguía buscando algo que no podía tener.
Buscó con que cubrir su cuerpo. Miró de soslayo la cama, el escenario  de  su  humillación. ¿Por qué había pensado que un anillo de boda lo cambiaría todo? ¿Pero, sobre todo, por qué había pensado que la intimidad sexual haría que todo se arreglara entre los dos? Iba de camino a su dormitorio cuando recordó que él había admitido que el informe estaba  en  su  maletín. Le brillaron los ojos. Sin dudarlo, cambió de dirección y fue al despacho de él.

En el cuarto de baño, Sang permanecía de pie con los puños apretados bajo el potente chorro de agua. ¿Qué podía decirle?
¿Con qué palabras podría expresar el arrepentimiento por su falta de confianza? Estaba seguro de que no existían palabras para expresarlo. Sobre todo después de lo que había pasado con él y con su familia. Sólo podía echarse la culpa a sí mismo por haber añadido la venganza a su lista de pecados.
La vergüenza lo cortaba como un cuchillo. Apoyó los hombros en los fríos azulejos. Un nudo de rabia estaba empezando a ocupar el lugar donde normalmente se encontraba su racional autocontrol. Se estremeció al recordar el informe y lo que le había supuesto… y a él.
Semejante calumnia sólo podía haberse autorizado al más alto nivel. El sudor empapó las cejas de Sang. Su mente retrocedió cinco años. Recordó la tibia reacción de su padre cuando su hijo le había hablado de su proyecto de casarse con un joven coreano. El rey había urgido a su hijo a esperar y considerar todos los aspectos antes de lanzarse a un compromiso tan importante.
Acostumbrado a la independencia, a las decisiones ejecutivas, Sang había rechazado la sugerencia de que no podía confiar en sí mismo a la hora de elegir a su esposo. No se había hecho ningún comentario cuando había comunicado que la relación había terminado. En ese momento, Sang entendía qué significada el silencio de su padre. Durante toda su vida había guardado absoluta lealtad a su progenitor. Pero también sabía que, si su padre había autorizado la sórdida destrucción de la reputación de Jian, no se lo perdonaría jamás. Era un asunto, reconoció sombrío, que tenía que abordarse de inmediato.

Revolviendo en el maletín de Sang, Jian finalmente encontró lo que buscaba. Tragando con dificultad, sacó la carpeta. Dejó el maletín bajo la mesa y se marchó a su dormitorio preguntándose si Sang habría notado ya su desaparición y, si era así, qué haría. En la distancia, podía oír el sonido de música en directo: los invitados aún seguían de fiesta.
Se sentó en la cama y abrió la carpeta. Tenía el corazón en la garganta y se regañó a sí mismo: todo lo que estaba a punto de ver era fruto de un malentendido, lo más probable era que el nombre de algún amigo hubiera sido erróneamente relacionado con él.
Aparecía su dirección en la residencia de estudiantes en la que había alquilado una habitación aquel verano. Lo que no estaba preparado para ver era la serie de mentiras que narraban una sucesión de hombres, cuyos nombres no había oído jamás, y que declaraban que habían pasado alguna noche en su habitación. Eran muy precisos en las fechas y los tiempos. Evidentemente había sido víctima de una sórdida conspiración para destruir su buen nombre. Estaba destrozado por la constatación de que Sang lo hubiera creído capaz de tal promiscuidad.
De pronto se sintió invadido por una explosiva mezcla de rabia y dolor. ¿Cuánto más iba a aguantar? ¿Qué decía de él que estuviera deseando aceptar lo que Sang estuviera dispuesto a darle?
Cinco años antes, su rechazo había destruido su orgullo, su paz y su felicidad. Le había roto el corazón del modo más cruel posible. Cuando más recientemente se había acercado a él en busca de compasión, lo había tratado como porquería bajo sus reales pies. Le había ofrecido la posibilidad de pagar sus deudas con su cuerpo. Sólo su propia preocupación por el futuro de su familia le había convencido de aceptar esas degradantes condiciones.
Y cuando los despiadados planes de Sang le habían estallado en la cara y había necesitado su apoyo, ¿se lo había negado? No, no le había negado nada salvo la inmediata gratificación sexual. ¿Cómo podía haber sido tan comprensivo? ¿Haber estado tan dispuesto a hacer concesiones y a perdonar?
En un ataque de odio contra sí mismo, se desvistió y entró en el cuarto de baño para lavarse. Buscó ropa interior limpia, una camisa y unos pantalones de algodón de entre su propia ropa, no quería ponerse la que le había comprado él. Iba a dejarlo, se volvía a casa con su appa. Podía quedarse con toda su ropa de moda y las joyas de la familia. Dejó el anillo de compromiso en la cómoda que había al lado de la cama. El llanto se le agolpaba en la garganta. Mejor viajar ligero de equipaje.
Se arregló el cabello, se puso una chaqueta y revisó el pasaporte. Arrancó una hoja de papel de un cuaderno y la puso encima de la carpeta del informe que había dejado encima de la cama. Escribió:

No me mereces. No pienso volver. Quiero el divorcio.

Sólo cuando alcanzó la entrada del palacio se dio cuenta de que sus guardaespaldas habían salido de no se sabía dónde para seguir cada uno de sus pasos. El pánico lo asaltó. Había pensado escabullirse sin que nadie se diese cuenta, y también había pensado que nadie lo reconocería con su ropa normal.
—¿Quiere un coche, alteza real? —preguntó el único que hablaba coreano de todo el equipo de protección.
—Sí, por favor. Voy al aeropuerto —Jian intentaba comportarse como si una huida de última hora al aeropuerto su noche de bodas fuera algo completamente normal.
Que le llamaran «alteza real» lo enervaba porque no sabía que tenía ese título y le hacía pensar que el anonimato era ya una quimera.
En unos minutos una limusina se detuvo ante la entrada. El guardaespalda lo acompañó hasta el vehículo y le preguntó la hora de su vuelo.
—Quiero ir a Seúl, pero aún no tengo billete —informó Jian sin entonación.
Pensaba hacer todas las gestiones al llegar aeropuerto, pero una vez allí, le buscaron una sala privada. Esperó dos horas antes de que le prepararan un avión privado con los colores de la casa real. Se subió al aparato sintiendo que era un descaro total dejar a Sang recurriendo a uno de sus aviones. Se le ocurrió que un esposo que se esfumaba a las pocas horas de una boda de estado era una situación bastante más embarazosa, así que se inventó una historia para que se la contaran a Sang.
—Dile que mi appa no está bien y por eso he salido corriendo —le dijo antes de despegar.

Estaba amaneciendo cuando aterrizó en Corea. Había dormido algunas horas y se encontraba físicamente fresco, su ánimo había tocado fondo. Su escolta estaba cerca y mientras estaba pensando cómo deshacerse de ellos de forma amable, sonó su teléfono.
—Soy Sang —murmuró su marido haciendo que casi se desmayara—. Nos vemos en la casa de la ciudad en una hora.
—¿Me estás diciendo que también estás tú en Seúl? —dijo Jian en un tono de voz que pareció la versión discreta de un grito—. ¡Eso es imposible!
—Una hora…
—Voy a ver a mi appa…
—Una hora —sentenció Sang.
—No iré…
—Si no vienes, iré a buscarte —informó con despiadada claridad—. Eres mi esposo.
Jian sintió que le ardía el rostro. Volvió a guardar el teléfono. Debía haber salido de Bakhar inmediatamente detrás de él. ¿Su esposo? Su esposo accidental hubiera sido una descripción más precisa.
¿Cuántos se habían casado sin que siquiera se lo pidieran? Apretó los dientes. De acuerdo, si Sang quería mantener el tono de confrontación, se enfrentaría a él. No había hecho nada de lo que tuviera que avergonzarse. Aunque salir con él desde el primer momento parecía haber sido su gran error, era él quien parecía un problema con P mayúscula. De principio a fin, eso era lo que había demostrado ser.
Pero por mucho que intentaba mantener su desafiante furia a buen nivel para enfrentarse a él, se entristecía al recordar lo humillante que era el informe. En realidad, ver la clase de cosas de las que Sang le creía capaz había hecho desaparecer cualquier clase de sentimentalismo de su cabeza.
Desde la ventana, lo había visto llegar y había empezado a respirar como si estuviera al borde de un ataque de pánico. No quiso reparar en lo guapo que estaba con un elegante traje negro. Tampoco quería sentir el calor y el estremecimiento que experimentó cuando sus miradas se cruzaron.
—Abriste mi maletín para ver ese informe —dijo Sang con ira contenida.
—Hubiera volado una caja fuerte para echarle un vistazo y estoy realmente contento de haberlo visto —respondió alzando la barbilla desafiante.
—Eso no será nunca una excusa para marcharte.
—No me he marchado, ¡me he escapado!  ¿Y dónde estabas tú? ¿Cuál fue tu reacción al descubrir que todo de lo que me acusabas era completamente falso? —exigió Jian retador con los ojos inundados de lágrimas—. Te fuiste a dar una ducha.
Sang dijo algo en árabe que sonó como un juramento.
—Estaba conmocionado… trastornado.
—¿Desde cuándo te «trastornas»? —le lanzó Jian con amargura—. Te he visto frío, enfadado, desdeñoso, callado. Pero nunca te he visto conmocionado o trastornado. Hay un mandamiento que prohíbe que nadie te vea expresar ninguna emoción.
Creciéndose por el desafío, Sang lo miró con los ojos ardientes.
—Me enseñaron desde muy pequeño a no revelar mis sentimientos. Al principio era porque eso era de buena educación, pero antes de que fuera mucho mayor mi seguridad y la de otras personas dependía de mi capacidad para mantener el control. Nunca he tenido la libertad de expresar mis emociones como haces tú.
Al recordar su trayectoria vital, Jian se sintió culpable, pero no podía evitar sentir que su propio dolor se había incrementado por esa autodisciplina.
—Por supuesto que estaba trastornado —añadió Sang con fuerza—. ¿Cómo puedes dudarlo? Las inmundas mentiras de ese informe destruyeron lo que habíamos construido juntos cinco años atrás.
—No, tú lo destruiste. Creíste esas inmundas mentiras. Ni siquiera me diste la oportunidad de hablar en mi defensa.
—Creí que la fuente de esa información era totalmente fiable. Cuando anoche comprobé que el contenido del informe era una imperdonable sucesión de mentiras para destruir nuestra relación, supe quién era el responsable. Por esa razón lo primero que hice fue ir a ver a mi padre para averiguar si él había ordenado su elaboración.
—¿Tu padre? —repitió sorprendido.
Una sonrisa se dibujó en el fuerte rostro de Sang.
—Estuvo más que apurado cuando se lo mostré. No lo había visto nunca.
Montaje o no, Jian se sintió horrorizado de que se lo hubiera enseñado al rey.
—¿Le has enseñado el informe? 
Sang espiró con fuerza.
—Quería que él viera por sí mismo cómo te habían calumniado. Estaba horrorizado porque cree que es indirectamente responsable. Hace cinco años, se preocupó mucho cuando le dije que quería casarme contigo.
—¿Querías casarte conmigo entonces? —susurró Jian completamente sorprendido.
—Deja que me explique sin interrupciones —instó Sang apretando la mandíbula—. Mi padre es un hombre que no se convirtió en gobernante hasta que había pasado de la mediana edad. Cuando te conocí, era nuevo en el trono y muchas cosas lo ponían nervioso. Un hijo y heredero que se quería casar con un extranjero era una fuente de preocupaciones para él.
—Sí.
—Compartió su ansiedad con su consejero más cercano, que al mismo tiempo, estaba a cargo del servicio secreto de Bakhar. No comentaron ninguna forma de abordar el problema. Mi padre no creía que debiera interferir. Pero cuando tiempo después le dije que mi relación contigo se había terminado, se preguntó si el consejero habría actuado por su cuenta. Decidió no preguntarle ni mencionarme a mí las sospechas. Y esas dos omisiones han pesado sobre su conciencia desde entonces. Llamó a Paoh, que ahora es su más cercano colaborador. Paoh trabajó para el consejero de mi padre hace cinco años. Estaba al corriente del informe y muy preocupado por lo que se había hecho — contó Sang con pesadumbre.
—Al menos alguien sabe distinguir lo malo de lo bueno —murmuró Jian.
—Paoh guardó silencio por miedo a perder su puesto. Su jefe de entonces está muerto. Paoh te vio cuando fuiste a la embajada de Seúl el mes pasado y cuando viniste a mi casa. Creyó que yo había descubierto la verdad sobre el informe y le dijo a mi padre que parecía que tú y yo volvíamos a vernos.
—Pero nadie aclaró nada sobre el informe hasta que ya ha sido demasiado tarde —Jian había pasado de la conmoción por enterarse de que Sang había querido casarse con él hacía cinco años a la amargura de ser consciente de que les habían robado su felicidad—. Y nadie va a pagar por lo que me hizo a mí y a mi reputación.
Sang observaba cada movimiento que hacía él.
—¿No lo hemos pagado todos con creces?
Jian dejó escapar una desgarradora carcajada. Se dio la vuelta para mirar por la ventana a la bonita plaza victoriana.
—No creo que cinco años saliendo con supermodelos, actores y celebridades haya sido mucha pena para ti, Sang.
Sang se volvió del color de la ceniza. Quería que lo mirara, pero Jian no lo haría. Había en él un distanciamiento que nunca había visto antes. No sabía qué decirle. No podía negar lo de los supermodelos o actores, pero ninguno le había hecho feliz. Ninguno había sido él.




*No me maltraten mucho a Sang *

1 comentario:

  1. igual sang es un idiota total, no digo mas por que se me sale lo maria la del barrio....

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yota´s news : De regreso?

 Buenas tardes a todas las lectoras. Después de un año  y casi 4 meses regreso a saludarlas y comentarles nuevas.  Me gustaría decirle...