Seductores II -1



Al aparecer la limusina, una oleada de expectación recorrió los corrillos de personas trajeadas que se congregaban en las escaleras de la iglesia. Un momento antes se habían detenido allí mismo dos coches cargados de hombres corpulentos, con gafas oscuras y walkie-talkies, que se habían desplegado para acordonar la zona. A una señal del equipo de seguridad, el chofer se acercó a la puerta del ocupante del vehículo y entonces los murmullos se acrecentaron y todos alzaron las cabezas con ojos llenos de curiosidad.
En cuanto Kim Mingyu puso el pie en la acera se convirtió en centro de todas las miradas, con un metro ochenta y siente de estatura, increíblemente apuesto y llevaba con atractiva elegancia un abrigo de cachemira negro y un traje de diseño exclusivo, pero toda aquella sofisticación iba siempre acompañada de una gélida reserva y una indolencia que acababa por enervar a los demás.
Nacido en el seno de una de las familias más ricas del mundo y de unos progenitores cuyo hedonismo era conocido, Mingyu se había granjeado desde muy temprana edad la reputación de vividor, pero nadie recordaba ningún Kim que hubiese mostrado semejante capacidad para los negocios.
Era archimillonario, el ídolo de oro del clan Kim y tan temido como adulado.
Todos se preguntaban si acudiría al funeral. Después de todo, se acababan de cumplir dos años desde el accidente que había costado la vida a Lee Jenny por conducir drogada. Aunque por entonces Jenny no salía con Mingyu, había mantenido con él una relación intermitente desde que él estaba en la universidad.
La madre de Jenny, Soyul, se adelantó rápidamente para saludar al invitado más importante, ya que la presencia de Kim Mingyu convertía aquel evento en todo un acontecimiento social. Pero el millonario redujo las cortesías a la mínima expresión porque los Lee eran para él prácticamente unos desconocidos: ni los había tratado, ni había deseado hacerlo en vida de Jenny, ni le apetecían sus adulaciones.
Irónicamente, la única persona que él había esperado saludar en la iglesia, la única relación que conservaba del entorno familiar de los Lee todavía no se había presentado: el primo de Jenny, Jeon Wonwoo.
Mingyu rechazó un asiento en el primer banco y escogió un lugar más discreto. Enseguida se preguntó qué hacía él allí, dado que Jenny detestaba aquellos convencionalismos. Ella disfrutaba enormemente de su fama como modelo y mujer díscola, sólo vivía para ser observada y admirada y seguramente le habría gustado llamar mucho más la atención. Asistir a su funeral le había provocado un conflicto interior con terribles secuelas.
Pero el pasado, pasado estaba y, junto con  el arrepentimiento, ambos constituían lugares jamás frecuentados por Mingyu.


Wonwoo aparcó con cuidado su viejo coche. Llegaba tarde y llevaba muchísima prisa. Rápidamente recolocó el retrovisor y, con un cepillo en una mano intentó arreglarse el pelo. Aquel cabello castaño, recién lavado y todavía húmedo, se mostraba rebelde. Soltó el cepillo e intentó alisarse frenéticamente el pelo mientras intentaba salir del coche.
Desde el momento en que se levantó por la mañana, todo le había salido mal. O quizá la ristra interminable de desastres se remontaba a la noche anterior, cuando su tía Soyul lo llamó para decirle con tono meloso que entendía perfectamente que le resultase demasiado duro asistir al funeral.
En los últimos dieciocho meses, sus parientes le habían dejado claro que, en cuanto a ellos concernía, era una persona non grata. Y aquello le había dolido, ya que seguía apreciando los nexos familiares que había dejado atrás. Aun así, entendía sus reservas, porque él nunca había encajado en el molde de la familia Lee y además se había saltado las normas de aceptación.
Sus tios valoraban mucho la Belleza, el dinero y el estatus social. Las apariencias eran tremendamente importantes para ellos y, sin embargo, desde que él quedó huérfano a los once años, el hermano de su appa había ofrecido a su joven sobrino un hogar en el que crecer junto a sus tres hijos. En aquel ambiente en que las apariencias contaban tanto, había tenido que aprender a pasar desapercibido en casa de los Lee, quedando siempre en segundo plano para que su falta de Belleza o gracilidad no fuesen censuradas o causa de enfado.
Aquellos años habrían sido muy tristes de no ser por la alegría innata de Jenny, y aunque Jenny y él no tenían absolutamente nada en común, se sentía muy apegado a aquella prima tres años mayor.
Ésa era la razón por la que había decidido que nada detendría su necesidad sincera de asistir al funeral y rendirle un último homenaje. Nada, se recordó obstinadamente, ni siquiera la poderosa turbación que se había apoderado de él, aquel desasosiego que le exasperaba. Habían pasado más de dos años. No tenía por qué seguir mostrándose tan sensible, ya que en el hombre no había ni un ápice de sensibilidad.
Alzó la cabeza y sus ojos adoptaron una actitud combativa. Tenía veintisiete años, se había doctorado y trabajaba como tutor en el departamento de Historia Antigua de la universidad. Era una persona inteligente, sensata y práctica.
Le gustaban los hombres, pero sólo como amigos o compañeros de trabajo, porque había llegado a la conclusión de que a menor distancia se convertían en algo demasiado complicado. Había logrado superar el terrible trauma y el sufrimiento que para él había supuesto la repentina muerte de Jenny. Amaba la vida que llevaba, le gustaba mucho. ¿Por qué iba a importarle lo que pensase? Seguramente ni siquiera había vuelto a acordarse de él.
Con aquel estado de ánimo, subió las escaleras de la iglesia y se sentó en el primer asiento libre que encontró en la parte de atrás. Se concentró en la misa, sin mirar ni a izquierda ni a derecha, pero un escalofrío le recorrió la espalda erizándole el vello y sonrojándole las mejillas
Él estaba allí.
No sabía cómo, pero tenía la certeza de que estaba allí, y no pudiendo contenerse más alzó la vista y lo localizó varias filas más adelante al otro lado del pasillo. De pronto, Mingyu se giró para buscarlo y sus ojos brillantes y oscuros ejercieron sobre él el mismo efecto que el impacto de una bala.
No sabía si mirarle o esquivar su mirada. Le había pillado desprevenido y mirando cuando Minwoo habría dado cualquier cosa por aparentar ignorarlo por completo. Haciendo acopio de autocontrol y entereza, lo saludó con una pequeña e inexpresiva inclinación de cabeza y volvió a concentrarse en el librito de ceremonias que le temblaba en las manos. Respiró hondo para tranquilizarse, luchando contra la corriente de recuerdos que amenazaban con desarmarlo.
Un joven rubio glamuroso que se deslizó por el banco a su lado llegó en el momento oportuno. Era un joven que había trabajado en la misma agencia de modelos que Jenny. Obviando el hecho de que estaba hablando el sacerdote, se estuvo quejando largo y tendido del atasco que lo había hecho retrasarse y luego sacó un espejito para arreglarse el peinado.
—¿Me vas a presentar a Kim Mingyu? —le dijo en un aparte mientras se retocaba los labios—. Quiero decir, tú lo conoces de toda la vida.
Wonwoo siguió centrando su atención en la ceremonia. No podía creer que una vez más alguien intentara utilizarlo para conocer a Mingyu y rechazó rápidamente la idea de que alguien los considerase amigos en algún momento.
—Pero no de la forma que piensas.
—Ya, por entonces eras como el asistente de Jenny o algo así, pero seguro que todavía se acuerda de ti. ¿Tienes idea de lo extraordinario que es eso? ¡Muy pocos pueden afirmar haber tenido algo que ver con Kim Mingyu!
Wonwoo no contestó. Sentía un nudo de histeria en la garganta y él no era una persona dada a ese tipo de ataques. Resultaba irónico que sólo pudiese pensar en Jenny, quien entregó su corazón a un hombre que nunca se preocupó por darle la estabilidad que tanto necesitaba.
A veces le había resultado muy duro hacer la vista gorda, mantenerse al margen de la vida de su prima y presenciar cada uno de sus errores. Y descubrir que él podía ser igual de estúpido había sido tan humillante que no estaba dispuesto a olvidar la lección.
El joven, ignorando la indirecta de que lo suyo sería callarse, añadió:
—Creo que, si me lo presentases, parecería algo más casual que planeado.
¿Casual? Teniendo en cuenta su exagerada vestimenta que más bien hubiese sido apropiada para una boda.
—Por favor… por favor… por favor… En persona resulta tan tentador… —canturreó suplicante al oído de Wonwoo.
«Y un auténtico canalla», pensó Wonwoo, sorprendiéndose ante ese pensamiento suyo en una iglesia y en ocasión tan solemne. Se ruborizó avergonzado, apartando de su mente aquella reflexión tan tormentosa y amarga.

A Mingyu le divirtió el frío saludo de Wonwoo. Era la única persona que jamás se había dejado impresionar por él y reconoció que aquél había sido un reto al que no había podido resistirse. Se entretuvo en observarlo indolente con sus ojos oscuros apreciando cuánto había cambiado.
Wonwoo estaba más delgado, su cabello se había vuelto cobrizo, iluminado por un rayo de luz que atravesaba las vidrieras, y realzaba su piel cremosa. No era un joven hermoso, ni siquiera era guapo, pero por alguna razón siempre había logrado captar su atención; sólo que esa vez comprendió por qué lo observaba: le rodeaba un halo sensual y vibrante. Se preguntó si sería él quien había despertado aquello y, seguidamente, si podría volver a seducirlo. Regodeándose en su contemplación y con aquellos planes en la cabeza, su deseo por Wonwoo alcanzó la fuerza de un volcán.
Al finalizar la ceremonia, Wonwoo sintió el deseo irrefrenable de abandonar la iglesia tan discretamente como había entrado en ella. Esa necesidad se tornó aún más perentoria cuando observó que su tía y sus primas hacían su aparición en el pasillo, dispuestas a interceptar a Mingyu antes de que pudiera marcharse. Por desgracia, su vecino de banco le cortaba el paso.
—¿A qué viene tanta prisa? —siseó el joven al ver que Wonwoo intentaba abrirse paso esquivándolo—. Mingyu ha estado mirando hacia aquí y ya me ha visto. Es tan poco lo que te pido…
—Alguien guapo como tú no necesita presentación alguna —le susurró Wonwoo completamente desesperado.
Él rió, componiéndose. Sacudiendo sus bucles dorados, salió pavoneándose al pasillo como un misil teledirigido listo a impactar en el blanco. Aprovechando que era unos centímetros más alta, Wonwoo se escondió tras ella para salir de allí como alma que lleva el diablo.
Aquello de evitar así a Mingyu estaba fatal, pero, ¿y qué? Consciente de que su tía no estaba dispuesta a reconocerlo como miembro de la familia, Wonwoo sabía que era su obligación tratar de pasar desapercibido. Pero, con las prisas, tropezó con un fotógrafo que esperaba en la puerta y, preguntándose por qué balbuceaba una disculpa cuando era él quien lo había avasallado, se frotó el hombro dolorido y se apresuró a regresar al aparcamiento.
Haciendo caso omiso de los numerosos intentos por captar su atención, Mingyu se encaminó al pórtico de la iglesia. Le extrañaba mucho el modo y la velocidad con que había huido su presa, porque Wonwoo era una persona que guardaba mucho las formas. Esperaba que, por educación, estuviese rondando por la puerta para hablar con él, pero ni siquiera se había detenido a saludar a los Lee.
Mientras su equipo de seguridad evitaba que los periodistas al acecho le sacaran fotos, vio cómo Wonwoo se dirigía a un pequeño coche rojo. Se movía con bastante rapidez. Se preguntó si sería la único joven en el mundo que le rehuía y, exasperado, hizo una inclinación de cabeza para convocar a S.Coup, su jefe de seguridad, al que dio una orden concisa.
Lee Soyul, seguida de cerca por sus dos hijas, irrumpió sin aliento a su lado y Mingyu le expresó cortésmente sus condolencias antes de murmurar con voz profunda:
—¿Por qué se ha ido Wonwoo tan deprisa?
—¿Wonwoo? —la mujer abrió los ojos  sorprendida  repitiendo  su  nombre como si nunca hubiese sabido de su   sobrino.
—Seguramente se fue corriendo a cuidar de su hijo —opinó la más alta y rubia de las hermanas, no sin cierta sorna.
Aunque los rasgos bronceados de Mingyu no exteriorizaron ni un ápice de sorpresa, aquella afirmación irreflexiva le dejó totalmente asombrado. ¿Wonwoo tenía un hijo? ¿Un hijo? ¿Desde cuándo? ¿Y de quién?
Lee Soyul frunció la boca en una estudiada mueca de aversión.
—Mucho me temo que es appa soltero.
—Y encima lo abandonaron —dijo su hija, sonriendo ampliamente a Mingyu.
—Típico —dijo su hermana con una risita, con una mirada de embeleso en sus ojos azules—. ¡Un chico tan listo y va y comete el mayor de los errores!

Cinco minutos después de abandonar la iglesia, Wonwoo salió de la carretera para quitarse la chaqueta negra. Se sentía muy acalorado, los nervios siempre le provocaban aquella reacción. Involuntariamente, le asaltaba la imagen de Mingyu y la forma en que le había mirado en la iglesia. Era increíblemente guapo. ¿Qué esperaba? Él tenía sólo treinta y un años. Durante un instante, se dejó llevar por sus sentimientos y se asió con tal fuerza al volante que los nudillos se le pusieron blancos. Entonces, lenta e intencionadamente, aflojó las manos.
Se negó a admitir cualquier reacción emocional por su parte y se centró en enfadarse por su reflexión estúpida y trivial sobre la Belleza de Mingyu. Después de todo, ¿no había superado ya con creces aquellos pensamientos infantiles?
Su mente se rebeló, reavivando dolorosos pensamientos, pero decidió devolverlos literalmente a lo más recóndito de su cerebro. Cerró de un portazo el equivalente a una puerta de acero imaginaria ante reflexiones que removían sentimientos que no estaba dispuesto a desenterrar. Volvió a abrocharse el cinturón y se dispuso a recoger a su hijo.
Boo Seungkwan, el amigo que cuidaba del niño, vivía en una casita próxima a la suya. Era un viudo de unos cuarenta años, que había sido profesor y estaba preparando un curso de postgrado a media jornada. Cuando Wonwoo irrumpió por la puerta trasera, levantó la vista, sorprendido.
—¡Santo Dios, no te esperaba tan pronto!
Hyuk soltó su puzzle y atravesó como un rayo la cocina para recibir a su appa. Era un niño encantador de dieciséis meses, con el pelo negro y ojos marrones. La calidez y energía de su carácter se hizo evidente en su sonrisa y en la alegría con que correspondió al abrazo de su appa. Wonwoo se sumergió en el olor familiar que desprendía su piel, envuelto en una inmensa oleada de amor.
Cuando nació Hyuk, comprendió plenamente la intensidad del cariño de un appa por sus hijos. Le había costado muchísimo reincorporarse al trabajo, aunque fuese a media jornada, porque había disfrutado mucho del año de baja paternal que solicitó para estar con él, así que nunca pasaba más de dos horas alejado de Hyuk sin echarlo de menos. El niño se había convertido en el centro de su vida.
Todavía asombrado por la rapidez con que Wonwoo había regresado, Seungkwan frunció el ceño:
—Creía que tus tíos habían organizado un bufé para después del funeral.
Wonwoo le resumió el contenido de la conversación que había mantenido con su tía la noche anterior.
—Pero por Dios, ¿cómo puede Lee Soyul excluirte de esa forma? —exclamó Seungkwan defendiendo irritado al joven porque, como amigo suyo, sabía lo mucho que los Lee le debían a Wonwoo, que había cuidado de Jenny mientras «la familia ejemplar» había eludido el comportamiento cada vez más escandaloso de su hija.
—Bueno, manché mi reputación al tener a Hyuk y no puedo decir que no se me advirtiera de las consecuencias —respondió Wonwoo con irónica resignación.
—Cuando tu tía te pidió que abortases porque consideraba tu embarazo una vergüenza a los ojos de la gente, traspasó el umbral de sus atribuciones. Ya le habías dicho que querías tener el niño y no eras ni mucho menos un adolescente irresponsable —recordó Seungkwan al joven—. ¡Y en cuanto a que te sugiriese que no podrías sobrellevarlo, tengo que decir que eres el mejor appa que conozco!
Wonwoo lo miró  compungido.
—Supongo que mi tía me aconsejó de buena fe. Y para ser justos, cuando Soyul era joven, tener un hijo fuera del matrimonio era una desgracia.
—¿Por qué eres tan magnánimo? ¡Esa mujer te trató siempre como a un pariente pobre en la época victoriana!
—No fue tan terrible. A mis tíos les costaba entender mis aspiraciones académicas —Wonwoo le quitó importancia con un ademán—. Yo era el bicho raro de la familia, era muy distinto a mis primas.
—Te presionaron mucho para que te ajustases a sus exigencias.
—Pero más a Jenny —declaró Wonwoo, pensando en su frágil prima, tan necesitada de aprobación y admiración que no había podido soportar equivocarse o que la rechazaran.
Hyuk se retorció para bajar del regazo de su appa e ir a investigar la llegada del cartero. Era un niño inquieto, rebosante de curiosidad por el mundo que le rodeaba. Mientras Seungkwan se iba a la puerta para recibir un paquete, Wonwoo recogió toda la parafernalia que conlleva trasladar a un niño de una casa a otra.
—¿No te quedas a tomar un té? —le preguntó Seungkwan a su vuelta.
—Lo siento, me encantaría, pero tengo mil cosas que hacer —se ruborizó un poco porque en realidad podía haberse quedado media hora más. Pero volver a ver a Mingyu lo había alterado y ansiaba la seguridad que le proporcionaba estar en su propia casa. Tomó en brazos a Hyuk para llevarlo al coche, que estaba aparcado en la parte de atrás.
Su hijo era grande para su edad y cargar con él empezaba a costarle trabajo. Lo colocó en su asiento y él metió los brazos en las correas, en un arranque de independencia que ya le había costado más de un enfado con su appa.
—Hyuk, pórtate bien —le dijo con determinación.
Dejó caer el labio inferior, protestando al ver que se empeñaba en abrocharle el cinturón de seguridad. Quería hacerlo solo, pero su appa no estaba dispuesto a darle la oportunidad de aprender a usarlo a su antojo porque Hyuk había aprendido muy pronto a andar y era muy diestro a la hora de escaparse de las sillas, los cochecitos y los parques.
Wonwoo volvió a la carretera y redujo la velocidad para rebasar un coche plateado que estaba aparcado a un lado. No era un buen sitio para detenerse y le sorprendió que estuviese allí.
Unos cien metros más adelante, tomó el sinuoso sendero flanqueado por árboles que llevaba a la que en otro tiempo fue la casa de sus padres. Había heredado aquella granja al morir su padre, pero estuvo alquilada durante muchos años y, al quedar libre la propiedad, todo el mundo esperaba que la vendiese e invirtiera ese dinero en un apartamento en la ciudad.
Pero al descubrir que estaba embarazado, su vida se había puesto patas arriba. Tras ver de nuevo la casa en que durante tan breve periodo había disfrutado del amor y la atención de sus padres, empezó a pensar que para criar solo a un niño necesitaba cambiar su forma y ritmo de vida. Tenía que abandonar sus días de adicción al trabajo y hacer espacio en su apretada agenda para atender a las necesidades del bebé.
Ignorando los comentarios sobre lo vieja y aislada que estaba la casa, poco a poco la había ido acondicionando. La granja estaba en un valle apartado cercano a la ciudad. El hecho de tener tan cerca a un amigo como Seungkwan había sido definitivo en su decisión antes incluso de que él se ofreciera a ocuparse de Hyuk mientras estuviese en el trabajo.
—¡Meanie… Meanie… Meanie! —canturreó Hyuk, escurriéndose como una anguila y empujando la puerta en cuanto Wonwoo la abrió.
Meanie, que era un perro lobo extremadamente tímido, estaba escondido bajo la mesa como de costumbre. Cuando estuvo seguro de que Hyuk y Wonwoo venían solos, salió con dificultad de debajo de la mesa debido a su gran tamaño y recibió a su familia con bullicioso entusiasmo. El niño y el perro rodaron por el suelo y entonces Hyuk se levantó:
—¡Meanie… arriba! —le ordenó como si hubiese nacido para ello. Durante una décima de segundo, un recuerdo paralizó a Wonwoo:
Mingyu siete años antes,  preguntándole cuándo pensaba recoger sus camisas, que estaban tiradas por el suelo. Había utilizado el mismo tono autoritario y expectante, pero no había tenido éxito alguno porque, aunque Mingyu resultaba intimidante, Wonwoo nunca se había mostrado tan ansioso por agradar como Meanie. En seguida, le vino otra imagen: Mingyu tan desbordado e indignado ante la idea de que alguien sugiriese que no podía vivir sin sirvientes que había colocado una tetera eléctrica sobre el fuego.
El grito de dolor de su hijo saco a Wonwoo de aquella ensoñación. Hyuk se había caído y se había golpeado la cabeza contra el frigorífico. El cansancio le hacía torpe. Wonwoo lo levantó en brazos y le frotó la cabeza con lástima. Empapado en lágrimas, lo miró furioso con sus ojos marrones. Tenía un carácter y una voluntad fuertes como un volcán.
—Lo sé, lo sé —le susurró  suavemente,  acunándolo  hasta tranquilizarlo y ver que cerraba los  ojos.
Lo llevó escaleras arriba hasta  la  habitación  luminosa  y  alegre  que había decorado con mimo e ilusión. Se quedó dormido con sus susurros tranquilizantes al instante, aunque él sabía que no se mantendría por mucho tiempo en posición horizontal. Dormido parecía angelical y pacífico, pero despierto era imposible adjudicarle alguno de esos dos adjetivos.
Lo contempló por unos minutos, buscándole sin querer un parecido que le impactaba enormemente porque ese mismo día había vuelto a ver a su padre. Se preguntó si su hijo era la única cosa decente que Kim Mingyu había hecho jamás. Le costó mucho volver a controlar sus pensamientos.
Acompañado por Meanie, Wonwoo entró a su estudio, pasado un tiempo, Meanie ladró y empezó a empujarle el brazo gimiendo ansioso, y diez segundos después de aquel aviso, oyó el sonido de un coche. Al llegar al vestíbulo se dio cuenta de que venían además otros vehículos y frunció el ceño extrañado, porque no solía recibir muchas visitas y éstas nunca venían en coche.
Miró por la ventana y se quedó paralizado al ver que una reluciente limusina le tapaba la vista del jardín. ¿Quién podía ser sino Kim Mingyu?
Reaccionó y corrió al salón a recoger los juguetes que había tirados por la alfombra. El timbre sonó justo antes de que se incorporase. Se echó un vistazo en el espejo y al ver el miedo en sus ojos  y su extrema palidez se frotó las mejillas para devolverles el color mientras el pánico le hacía pensar a toda velocidad.
¿Qué demonios hacía allí Mingyu? ¿Cómo había averiguado dónde vivía?
¿Y por qué razón querría saberlo? El timbre volvió a sonar, estridente y amenazante. Recordaba muy bien la impaciencia de los Kim.
Empujado por un mal presentimiento, Wonwoo abrió la puerta.
—Sorpresa… sorpresa… —Mingyu arrastró suavemente las palabras.



2 comentarios:

  1. O_____O
    OMG...
    Ahhhh lo encontro...ahora solo falta que el peueño baje y Min lo vea...

    ResponderEliminar
  2. Me muero.... esto esta bueno desde el primer capitulo

    ResponderEliminar

yota´s news : De regreso?

 Buenas tardes a todas las lectoras. Después de un año  y casi 4 meses regreso a saludarlas y comentarles nuevas.  Me gustaría decirle...