Seductores I- 10



—No creo que cinco años saliendo con supermodelos, actores y celebridades haya sido mucha pena para ti, Sang.
Sang se volvió del color de la ceniza. Quería que lo mirara, pero Jian no lo haría. Había en él un distanciamiento que nunca había visto antes. No sabía qué decirle. No podía negar lo de los supermodelos o actores, pero ninguno le había hecho feliz. Ninguno había sido él.
—No te había olvidado. Nunca he podido olvidarte —dijo casi sin aliento.
Jian no estaba impresionado.
—Sólo por el insulto a tu orgullo. Eso te  dolió.
—Querías venganza.
—Quería que volvieras…
—Querías venganza. Como si no hubiera sido suficiente que me abandonaras sin una palabra. Como si no hubiera sido suficiente que tuviera que verte besando a otro. ¡Como si no hubiera sido suficiente que dejaras a mi appa cargado de deudas!
En respuesta a aquella andanada de acusaciones, Sang siguió con la mirada perdida.
—Lo que dices es cierto. No puedo defenderme.
—¿Pero sabes cuál es tu peor pecado? ¡Que yo no te importaba lo bastante como para dudar de ese informe! —afirmó furioso Jian haciendo que el resentimiento superara a la amargura—. Antepusiste tu orgullo a todo.
—Ahora no lo haría —murmuró Sang casi para   sí.
—Oh, sí, lo harías. Anoche, en lugar de concentrarte en mí, fuiste a darte una maldita ducha y después fuiste a ver a tu padre. ¡Querías echarle la culpa a alguien! No podías anteponerme a mí o a mis sentimientos —acusó.
—No fue así —dijo Sang después de un profundo suspiro—. Estaba tan enfadado por lo que había  perdido…
—¡No me perdiste, me abandonaste!
—Ya sé que he cometido muchos errores contigo, pero no voy a dejar de intentarlo. Me niego a aceptar que el pasado acabe con nuestro matrimonio.
—Pero ese matrimonio es menos de lo que yo merezco y no pienso aceptarlo —protestó Jian con vehemencia—. Tu padre está manifiestamente en contra de que yo forme parte de su familia, aunque es demasiado educado para revelar sus reservas.
—Mi padre no está en tu contra —afirmó Sang con seguridad—, ¿No te he dicho cuánto se arrepiente de sus dudas de cuando te conocí? Parece como si siempre hubiera estado angustiado por ser el culpable del final de nuestra relación. Está muy satisfecho de que nos hayamos casado y más que impresionado por lo bien que has asumido tu función pública.
Jian sacudió la cabeza.
—Pero soy tu esposo sólo porque tu venganza se volvió contra ti. Cuando vi el informe, me puse enfermo de ira porque hubieras sido capaz de creerte esa basura… Nunca podré perdonarte eso.
—Pero aún eres mi esposo e iría en contra de mi naturaleza dejar que te fueras —dijo Sang con tranquilidad—. Haré todo lo que esté a mi alcance para conservarte. Mi falta de criterio es el causante de esto. Creo que puedo lograr que nuestro matrimonio sea como tú te mereces.
Las lágrimas que había conseguido contener, estaban empezando a ahogarle. Le dolía la garganta y apenas podía tragar. Sang se estaba echando las culpas de todo y, al contrario de lo que esperaba, eso no le estaba gustando. Era consciente de lo duro que él trabajaba en todos los aspectos de su vida. Cargaba con una gran responsabilidad. No parecía justo que también tuviera que trabajar para sacar adelante su matrimonio.
Había sido la debilidad de su padre y el no haber sido sincero con su hijo lo que había provocado aquella situación. Sang había caído en una trampa por enamorarse lo mismo que él y era un luchador, así que había respondido con su agresividad natural.
Se sintió mal por estar intentando justificarlo. Se sintió como alguien que dudaba indeciso ante el último bote salvavidas de un barco que se hundía. Ese barco era lo que se imaginaba que sería vivir en un matrimonio sin amor. En una unión semejante, jamás se sentiría realmente necesario o especial para él y se vería siempre obligado a mantener los sentimientos bajo llave para, que él no se sintiera incómodo.
Sólo saber que no era amado haría que tratara constantemente de ser el esposo perfecto y lo más a que podría aspirar en respuesta sería el aprecio y la aceptación.
Involuntariamente, guiado por fuerzas más poderosas que su voluntad, Jian miró de soslayo a Sang y fue como si su propio cuerpo estuviera gritando por el temor de tener que sobrevivir sin él. Por una vez, esa respuesta no tuvo que ver con la sorprendente atracción sexual que él ejercía. Podría perfectamente encadenarse a él, reconoció con amargura.
Había dentro de él una persistente necesidad de estar con Sang y de aceptar lo que le ofreciera. Aunque en su interior aún estaba furioso de indignación, dolor y rabia por el odioso informe, sabía que aún lo amaba lo bastante por los dos.
En un esfuerzo para levantar el ánimo, Jian recordó que había infravalorado su importancia para Sang cuando éste era estudiante. Había asumido que lo único que él había buscado era  pasarlo bien, especialmente en la cama, mientras que la realidad era que  había estado incluso haciendo planes de boda. Animado por esa información, fijó los brillantes ojos en él.
—¿Estabas enamorado de mí hace cinco años?
Sang se quedó helado. Parecía alguien a quien se ponía antes un pelotón de fusilamiento sin previo aviso.
—Yo… me gustabas mucho.
Era una respuesta que le habría encantado si los dos fueran niños.
Consciente de que no había dicho lo adecuado, Sang dijo de pronto:
—¿Si te digo que te amaba, te quedarás conmigo?
Y esa respuesta de Sang, quien apenas decía una palabra sin pensarlo tres veces incluso en momentos de estrés, iluminó a Jian sobre los motivos de su esposo. Nunca había sentido más vergüenza de sí mismo. A menos de veinticuatro horas de la boda de estado, se había largado.
Enfadado, herido y humillado y con la necesidad de devolver el golpe de la única forma que sabía, había escapado. Sin duda Sang había pensado que su conducta era muy inmadura. Había tenido que seguirle y tratar de persuadirlo de que volviera a Bakhar con él. ¿Qué otra elección tenía él? Si su esposo lo abandonaba, se sentiría humillado. No era jugar limpio preguntarle si lo había amado.
—Creo que deberíamos comer algo. ¿Has desayunado? —preguntó Jian cambiando de asunto para olvidar la estúpida pregunta y su reveladora respuesta.
Sang alzó las cejas sorprendido. Podía verlo luchar contra su desconcierto.
—No, no he podido.
Jian respiró hondo. Se acercó a un timbre que había en la pared y lo apretó. El silencio se arremolinaba como un mar tormentoso lleno de peligros. Apreció un criado y le pidió el desayuno en un árabe lento y cuidado.
Sacudido por la pregunta que le había planteado, Sang se había sentido capaz de decirle cualquier cosa que quisiera oír, incluso si eso suponía mentir por primera vez en su vida. Pero sólo se había sentido así diez segundos, las mentiras le parecían demasiado peligrosas en el clima que se había creado. Sabía exactamente lo que sentía por Jian. Era su esposo con todo lo que eso conllevaba y quería, algo de lo más natural, llevárselo de nuevo a casa.
—Aprendes deprisa —dijo Sang mirándolo con ojos   brillantes.
Jian se preguntó si se referiría al idioma o a cómo poner fin al tipo de conversación sentimental que él consideraba tan insoportable.
—Creo que me gustaría aprovechar la oportunidad de ir a ver a mi appa ya que estoy aquí —dijo en tono prosaico.
—Una idea excelente.
—Podríamos ir a visitarlo los dos —añadió por si no había captado el mensaje que intentaba enviarle.
—Por supuesto.
De nuevo el silencio lo ocupó  todo.
—¿Estamos de luna de miel? —se oyó preguntar Jian con la esperanza de que él comprendiera el significado de esa menos que sutil cuestión.
Sang permaneció en silencio y después una carismática sonrisa brilló como un destello en su hermosa boca.
—Estaba planeado. ¿Por qué crees que he estado trabajando tanto las últimas semanas? Tenía que dejar algunas cosas resueltas.
Esa sonrisa hizo que el corazón de Jian se volviera del revés y se le secara la boca. Esa sonrisa tenía la fuerza bastante para hacerle subir una montaña. Quería correr por el salón como un cachorro juguetón. Lo pensó justo en el momento en que, afortunadamente, llevaron el desayuno y evitaron que se comportara de ese modo.
Cuando los dos fueron a casa de su appa ese mismo día más tarde, Jian se sintió agradecido por la distracción después de tanto drama. Encontraron allí a Henry Lau disfrutando del té de media tarde y los bollos caseros. Zhoumi estaba feliz por la llegada de su hijo y su yerno, y Henry rápidamente se disculpó. Pero Sang habló un buen rato con él mientras Jian charlaba con su appa. Se sintió muy feliz cuando Zhoumi le contó que Henry lo había convencido de salir de casa y sentarse en su coche unos minutos el día anterior.
—¿Y conseguiste hacerlo sin sufrir un ataque de pánico? —Jian estaba sorprendido porque todos sus hijos habían hecho grandes esfuerzos para convencer a su appa de que se enfrentara a su fobia en lugar de sucumbir a ella.
—Henry me ha animado. Me ha llevado casi dos semanas salir por la puerta, pero tengo que aprender a manejar todo esto ahora que te has casado con Sang. Kun pronto se marchará de casa también — señaló Zhoumi—. Necesito ser más independiente.
Zhoumi le entregó a su hijo varias cartas que habían llegado para él. Mientras su appa hacía más té, Jian leyó su correo. La dirección de la última carta estaba escrita con una letra que no conocía. La abrió y sacó  una hoja de papel. Era una mala fotocopia de  una  fotografía de un joven bailando dentro de una jaula. Jian sintió que el pulso se le disparaba. La miró horrorizado. Podía ser él tanto como cualquier otro. Era imposible saberlo. Debajo de la fotografía había un número de un  móvil.
—¡He hecho más té! —dijo Zhoumi mientras Jian se escabullía para hacer una llamada.
—Sólo serán un par de minutos —dijo Jian cerrando la puerta tras salir.
Reconoció la voz de Calvin en cuanto respondió al teléfono. Sintió una arcada.
—Soy Jian, ¿por qué me has mandado esa foto?
—Tengo varias fotos de ti bailando en la jaula.
Jian apretó los dedos en torno al teléfono.
—No recuerdo a nadie haciendo fotos esa noche. No te creo.
—Es cosa tuya lo que quieras creer, pero ahora eres de la realeza, esas fotos tienen que valer una fortuna. Supongo que Sang pagará una buena suma para tenerlas para él solo —su padrastro soltó una risita sórdida—. Por su puesto, si no estás interesado, sólo tienes que decirlo. Un joven príncipe medio desnudo dentro de una jaula gustará a la prensa del corazón.
Jian se sintió mareado. Calvin le estaba haciendo chantaje. ¿Le había hecho fotos alguien? ¿Su colega a lo mejor? No tenía ni idea. Sería mucha más humillación para Sang y su familia que un esposo que huye. Se encogió ante la posibilidad de que esas fotografías aparecieran en la prensa.
—¿Cuánto quieres?
—Sabía que lo verías desde mi punto de vista y preferirías que todo quedase en la familia. Quince de los grandes.
Aunque estaba más blanco que la pared, Jian decidió echarse un farol.
—Entonces tendré que hablar con Sang para pedirle el dinero, yo no tengo acceso a esa cantidad.
—Mantenlo fuera de esto —dijo a toda prisa Calvin agitado ante la idea de que Sang se viera implicado—. ¿Te tiene controlado el presupuesto? ¿Cuánto puedes conseguir deprisa?
—A lo mejor cinco mil —musitó avergonzado sabiendo que no estaba haciendo lo correcto.
Todo el mundo sabía que era una estupidez sucumbir al chantaje. Él también lo sabía, pero la sola idea de Sang volviendo a ver una fotografía de él le hacía ponerse enfermo. No se había gastado nada de la asignación que le habían puesto en una cuenta a su nombre. Se dijo que gastarse ese dinero en recuperar las fotos era menos malo que avergonzarlo con la prueba gráfica de sus errores de juventud.
Calvin regateó locuaz y finalmente dijo que aceptaba si eso era lo más que podía ofrecerle.
La puerta se abrió y Jian dio un respingo. Sang estaba en el umbral. Le hizo un gesto de interrogación con la ceja al notar su tensión.
—Te mandaré un cheque —dijo a Calvin y cortó la comunicación.
—¿Hay algún problema? —preguntó Sang.
—No, nada… sólo una estúpida factura que se me olvidó pagar. Un poco vergonzoso —murmuró con los dientes a punto de castañetearle sólo de pensar en que descubriera lo que iba a hacer.
—Mi gente se ocupará. Dame los detalles —dijo Sang.
—No, me ocuparé yo. ¿Cuándo volvemos a Bakhar?
—Cuando tú quieras.
Jian estudió la corbata de seda. No se atrevía a mirarlo a los ojos porque era demasiado observador e inteligente. Después de su desagradable charla con Calvin, Bakhar parecía brillar como un puerto seguro en el distante horizonte.
—¿Podemos irnos esta noche?
Cuando Sang habló, su sorpresa era evidente.
—Creía que preferirías algo más cosmopolita para la luna de miel… París, Río…
—El Palacio de los Leones. Nunca me enseñaste el harén —le recordó Jian pensando que ese lugar remoto en el desierto estaría a salvo de Calvin y de sus maquinaciones.
—¡Dios mío… tu abuelo y tú podrían ser gemelos! —Jian miraba fascinado la fotografía del abuelo de Sang con su atuendo ceremonial. Ahí podía verse de dónde había heredado la estructura clásica de su figura.
Sang extendió una mano sobre el vientre de de Jian para inclinarlo y apoyarlo en su cuerpo.
—Mi padre dice que los genes de su padre saltaron una generación y llegaron a mí. Aunque me gustaría creer que el parecido es sólo de semejanza, yo, definitivamente, no he heredado el buen carácter de mi padre.
—¿Has raptado a alguna pareja? —bromeó Jian sintiendo un deseo inmediato en cuanto su cuerpo entró en contacto con el de él.
—No, pero si tú no hubieras accedido a darle otra oportunidad a nuestro matrimonio, te habría raptado a ti.
—¿Lo dices en serio? —lo miró incrédulo.
Por encima de la cabeza de su cabeza, Sang estaba intentando no sonreír. Nada lo hubiera convencido de que le dejara ir. Inclinó la cabeza y lo besó en un sensible punto debajo de la oreja. Jian se estremeció indefenso sintiendo una ola de calor en el vientre.
—¿Eh? —volvió a preguntar.
—Te he dicho que no te habría dejado en Seúl.
El aire frío del acondicionador le acarició el pecho cuando él le desató la bata y se la bajó por los brazos. Permaneció de pie desnudo entre sus brazos. Él exploró los sensibles pezones con una destreza que le dejó vibrando en respuesta.
—Nos hemos levantado hace sólo una hora —susurró Jian.
—Ser mi concubino favorito es un trabajo duro —dijo Sang con voz espesa.
—¿Sí? —preguntó dando un respingo al notar que unos dedos bajaban por su vientre hasta llegar a su entrepierna.
—Y cuando firmaste la larga condena de ser un esposo, las condiciones de trabajo se hicieron mucho más duras. Espero que sepas cómo luchar por tus derechos porque yo pretendo aprovecharme de tenerte a mi disposición veinticuatro horas al día.
Una risita ahogada fue la única respuesta fue capaz de dar. Lo desagradable del episodio con Calvin lo había hecho cambiar repentinamente de planes, pero había enviado el cheque. Seguramente, una vez que había conseguido lo que quería, algunas fotos habrían sido enviadas a la dirección de su appa. De todos modos, sólo pasaría una semana en el Palacio de los Leones con Sang, pero estaba feliz.
Nunca habían disfrutado del lujo de pasar tanto tiempo juntos, y cuanto más estaban el uno con el otro, menos querían separarse. Jian podía ver el reflejo de los dos en el espejo de un antiguo armario. Pensó que parecía un desvergonzado.
Desvergonzado y satisfecho. Con una indolente mirada de sus oscuros ojos y una forma particular de arrastrar las vocales, era capaz de hacerle literalmente temblar de deseo. Su corazón se disparaba y las piernas se le aflojaban. Dejó reposar su peso sobre él para disfrutar de sus caricias.
Con un rugido de satisfacción, Sang exploró la dureza de su miembro. Le dio la vuelta y lo sujetó de las caderas y lo fue llevando hasta apoyarlo en una mesa. Jian abrió los ojos y se encontró con su oscura e intensa mirada.
—Te gustará —dijo persuasivo Sang.
Antes de que pudiera reaccionar, le invadió con su boca de una forma que alternativamente lo dejaba quejándose o sin aliento, apenas capaz de controlar la creciente hambre que le iba poseyendo. Sólo cuando le había llevado hasta el torturante límite de la necesidad, lo inclinó hacia atrás y se deslizó dentro de él. La sensación le invadió como una ola de cegador placer a la que siguió otra y luego otras hasta que terminó gimiendo de deliciosa locura.
Tardo un tiempo en recuperar la razón y ser capaz de hablar. Estaba acostado en una cama a donde le había llevado él. Creía que había gritado al llegar a la cima del éxtasis. Le ardía el rostro y tenía los ojos cerrados porque no estaba seguro de ser capaz de mirarlo. Cinco años antes, había sido la intensidad de lo que era capaz de sentir por él lo que le había puesto en guardia. Dejar caer esas defensas le había proporcionado una maravillosa sensación de libertad.
Un dedo perezoso le recorrió la columna vertebral.
—Te ha gustado mucho —dijo Sang besándolo hasta que abrió los ojos—. A mí me ha gustado aún más. Eres tan apasionado como yo y no tengo que reprimirme contigo.
Jian enfocó la mirada en su hermoso rostro y le acarició la línea de la boca con la yema de un dedo. Era salvaje en la cama y estaba descubriendo que le encantaba esa falta de inhibición.
—Sé me ha olvidado ponerme un preservativo —dijo él haciendo un repentino  movimiento.
—Oh… bueno —dijo Jian encogiéndose de hombros e imaginando un Sang en miniatura con los ojos serios o una diminuta versión de Jeup hablando continuamente.
Aunque quedarse embarazado tan pronto no era algo que tuviera planeado, era consciente de que anticiparlo le producía una cierta felicidad. Sang lo miró detenidamente.
—Podría haberte dejado embarazado —añadió como si no hubiera entendido las consecuencias de lo que le había dicho antes.
—Bueno, tampoco sería el fin del mundo, ¿no?
—¿No te importaría?
—No, si tiene que ser, será. Me gustan los niños.
El rostro de Sang se relajó. Lo abrazó.
—Eres sorprendente —dijo él—. Llevamos aquí una semana. ¿Te gustaría ir a Cannes unos días? Tengo una casa allí.

Con una sonrisa soñolienta, Jian apoyó la cabeza en le hombro de
—Si quieres.
—¿Te gustaría?
—Umm  —susurró  cerrando  los  ojos  porque  había  decidido  que le gustaría cualquier sitio si era con él.


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