—Feliz cumpleaños, Liu —dijo Siwon mientras posaba una sola rosa roja a los pies de la estatua de mármol que poseía un sitio sagrado en su hogar.
No
era nada comparado con el sitio sagrado que esa misma mujer había tenido en su
corazón mientras estaba viva. Un lugar que aún ocupaba, incluso después de dos
mil años.
Cerrando
los ojos, se sintió destrozado por el dolor de su pérdida. Destrozado por la
culpa que los últimos sonidos que hubiera escuchado como mortal fueran los
angustiantes sollozos de ella mientras gritaba pidiendo su ayuda.
Incapaz
de respirar, se estiró y tocó su mano de mármol. La piedra era dura. Fría.
Rígida. Cosas que Liu jamás había sido. En una vida que se medía por una brutal
seriedad y aspereza, ella había sido su único refugio.
Y
él aún la amaba por la silenciosa bondad que le había otorgado.
Apretó
la delicada mano con las suyas, y luego apoyó su mejilla contra la fría palma
de piedra.
Si
pudiera pedir un deseo, sería recordar el sonido exacto de su voz. Sentir la
calidez de sus dedos sobre los labios.
Pero
el tiempo le había quitado todo, excepto la agonía que le había causado a ella.
Moriría diez mil veces más si tan solo pudiese salvarla del dolor de esa noche.
Así
como no había nada que pudiese llenar el doloroso vacío dentro de él por la
muerte de Liu.
Haciendo
rechinar los dientes, Siwon se apartó y notó que la llama eterna que ardía a su
lado estaba chisporroteando.
—No
te preocupes —le dijo a su imagen—. No te dejaré en la oscuridad. Lo prometo.
Era
una promesa que le había hecho en vida, e incluso en la muerte, jamás la había
roto. Durante más de dos mil años la había mantenido en la luz, aunque él mismo
se veía forzado a vivir en la oscuridad que la había aterrado.
Siwon
atravesó la iluminada habitación para alcanzar el gran aparador estilo romano
que guardaba el aceite para la llama de Liu. Lo extrajo y lo llevó hasta la
estatua; entonces subió al pedestal de piedra para derramar lo último que
quedaba dentro de la lámpara.
En
esta posición, su cabeza estaba a la misma altura que la de ella. El escultor al que la había encargado siglos
atrás había capturado cada delicada curva y
hoyuelo de su precioso rostro. Sólo la memoria de Siwon sustituía el
color miel de su cabello. El vívido verde de sus ojos. Liu había sido perfecta
en su belleza.
Suspirando,
Siwon tocó su mejilla antes de descender. Era inútil permanecer en el pasado.
Lo hecho, hecho estaba.
Ahora
había jurado proteger a los inocentes. Custodiar a la humanidad y asegurarse
que ningún otro hombre tuviese que perder una luz tan valiosa en su alma como
la que Siwon había perdido.
Seguro
de que la llama duraría hasta la noche siguiente, inclinó la cabeza
respetuosamente ante su estatua.
—Amo
—le dijo, susurrando la palabra latina para “te amo.”
Era
algo que rogaba a los dioses haber tenido el valor de decirle en voz alta
mientras estaba viva.
—Me
importa un comino si me arrojan en el más profundo y fangoso pozo durante toda
la eternidad. Pertenezco a este sitio y nadie me obligará a irme.
¡Nadie!
Park
Heechul respiró hondo y se esforzó por no discutir mientras intentaba alcanzar
el cierre de las esposas que su hermana Judith había usado para atarse al
portón de hierro forjado que rodeaba la famosa Jackson Square. Judith había escondido la llave en su sostén, y Heechul
no tenía ningún deseo de buscarla allí.
No
había duda de que los arrestarían, incluso en Nueva Orleáns.
Por
suerte no había mucha gente en la calle a mitad de Octubre, justo al atardecer,
pero quienes andaban por allí los miraban fijamente mientras pasaban junto a
ellos. No era que a Heechul le importara. Estaba más que acostumbrado a que la
gente lo observara y pensara que era extraño. Hasta demente.
Él
se enorgullecía de ambas cosas. También se enorgullecía de estar disponible
para sus amigos y su familia en medio de una crisis. Y ahora mismo, su hermana
mayor estaba en una confusión emocional sólo menor a la vez que su esposo, Jinhyuk,
había estado en un accidente de auto que casi lo había matado.
Heechul
buscó torpemente la cerradura. Lo último que quería era que arrestaran a su
hermana.
Otra
vez.
Judith
intentó apartarlo de un empujón, pero Heechul se rehusó a ceder, así que Judith
lo mordió.
Heechul
dio un salto hacia atrás gritando mientras sacudía la mano en un intento de
aliviar el dolor. Para nada arrepentida, Judith se extendió sobre los escalones
empedrados que conducían al Parque con un par de vaqueros rasgados y un enorme suéter azul marino que,
evidentemente, pertenecía a Jinhyuk. Su largo y rizado cabello castaño estaba
trenzado y extrañamente serena. Nadie reconocería a Madame Judith, como era
conocida por los turistas, excepto por el gran letrero que sostenía, que decía:
“Los psíquicos también tienen derechos.”
Desde
que habían aprobado esa estúpida y necia ley que decía que los psíquicos ya no
podían leer las cartas a los turistas en el Parque, Judith había estado luchando
contra eso. Antes, la policía la había sacado a la fuerza del edificio federal
por protestar, así que Judith había ido hacia allí para encadenarse al portón,
no muy lejos de donde una vez había colocado su mesa plegable para leer el
futuro de otras personas.
Era
una lástima que no pudiese ver su propio destino con tanta claridad como lo
veía Heechul. Si Judith no se soltaba de la bendita verja, pasaría la noche en
la cárcel.
Alterada
y furiosa, Judith continuó agitando su cartel. No había modo de hacerla entrar en razón. Pero Heechul
también estaba acostumbrado a eso. Las emociones fuertes, la obstinación y la
demencia eran habituales en su familia cajun-rumana.
—Vamos,
Judith —dijo, intentando tranquilizarla—. Ya ha oscurecido. No quieres ser
carnada para los Daimons, ¿verdad?
—¡No
me importa! —aspiró Judith, con mala cara—. De cualquier modo, los Daimons no
se comerán mi alma, ya que no tengo la jodida voluntad de vivir. Sólo quiero
que me devuelvan mi hogar. Este es mi sitio, y no me iré.
Puntualizó
cada una de las últimas palabras con un golpe de su cartel contra las piedras.
—Bien.
Suspirando
irritado, Heechul se sentó cerca de ella, pero no tan cerca como para que Judith
pudiese morderlo otra vez. No iba a dejar a su hermana mayor allí afuera, sola.
Especialmente porque Judith estaba tan molesta.
Si
los Daimons no la atrapaban, un asaltante lo haría.
Así
que los dos se sentaron inmóviles, sin nada que hacer: Heechul vestido todo de negro,
y Judith agitando su cartel a cualquiera que se les acercase, instándolos a
firmar su petición para modificar la ley.
—Hey,
Hee. ¿Cómo estás?
Era
una pregunta retórica. Heechul saludó con la mano a Brad, uno de los
catedráticos que realizaba tours sobre vampiros alrededor del Barrio, que se
dirigía al centro turístico a dejar algunos folletos más. Ni siquiera se detuvo
mientras pasaba. Pero sí le frunció el ceño a Judith, quien lo llamó con un
imaginativo apodo porque no quiso firmar su petición.
Qué
bueno que los conocía, o podría haberse ofendido en serio.
Heechul
y su hermana conocían a la mayoría de los vecinos que frecuentaban el Barrio.
Habían crecido allí, y habían rondado el área alrededor del Parque desde que
eran adolescentes.
Por
supuesto, las cosas habían cambiado con los años. Algunos de los negocios
habían ido y venido. El Barrio era bastante más seguro en esta época de lo que
había sido a fines de los '80 y principios de los '90. Sin embargo, algunas
cosas eran iguales. Los turistas aún se reunían alrededor del Parque para mirar
ávidamente la catedral y a los pintorescos nativos que pasaban por allí… y a
los vampiros y asaltantes que aún acechaban las calles en busca de víctimas
fáciles.
Los
pelos de su nuca se le erizaron.
Heechul
movió su mano, instintivamente, hacia la vaina escondida en su bota, mientras
escrutaba la raleada multitud de octubre a su alrededor.
Durante
los últimos trece años, Heechul había sido un supuesto cazador de vampiros.
También era uno de los pocos humanos en Nueva Orleáns que en realidad sabía lo que sucedía en esta
ciudad por la noche. Tenía cicatrices por dentro y por fuera de sus batallas
con los condenados. Y había prometido por su vida que se aseguraría que ninguno
de ellos lastimase a nadie que estuviera bajo su cuidado.
Era
un juramento que tomaba seriamente; mataría a cualquier cosa o persona si debía
hacerlo.
Pero
en cuanto su mirada encontró al alto y exóticamente sexy hombre que llevaba una
mochila negra girando en la esquina del edificio Presbíteriano, se relajó.
Habían
pasado un par de meses desde la última vez que él había estado en la ciudad. A
decir verdad, lo había extrañado mucho más de lo que debería.
Contra
su voluntad y su sentido común, había permitido que Shindong se colara dentro
de su cauteloso corazón. Pero, por otra parte, era difícil no adorar a un
hombre como Shin.
Su
andar largo y sensual era imposible de ignorar, y cada joven o mujer que estaba
en el Parque, excepto la distraída Judith, quedaron paralizados ante su
presencia. Todos se detuvieron para
verlo caminar, como obligados por alguna fuerza invisible. Él era sexy de un
modo en que muy pocos hombres lo eran.
Tenía
un aura peligrosa y salvaje; y por sus lentos y lánguidos movimientos, era
evidente que sería increíble en la cama. Era algo que sabías intrínsecamente al
verlo, y que ondulaba por tu cuerpo como un chocolate caliente y seductor.
Con
más de dos metros de estatura, Shin siempre sobresalía en una multitud. Al
igual que él, estaba vestido completamente de negro. Era el marco ideal para un
rostro que era sobrenaturalmente hermoso y aún así totalmente masculino.
Perfecto. Había algo acerca de Shin que hacía que cada hormona de su cuerpo se
despertara y anhelara más.
Y
además de todo su atractivo sexual, también había un aura tan oscura y mortal
que le impedía pensar en él como algo más que un amigo.
Y
él había sido un amigo desde que lo había conocido en la boda de su mellizo, Leeteuk,
tres años atrás. Desde entonces, sus caminos se habían cruzado repetidamente
cuando él visitaba Nueva Orleáns y lo ayudaba a vigilar la ciudad de sus
depredadores.
Ahora
era una parte habitual de su familia, especialmente porque se quedaba con frecuencia
en casa de su mellizo y era, de hecho, el padrino de la hija de Leeteuk.
Él
se detuvo a su lado e inclinó la cabeza. Con sus anteojos de sol puestos, Heechul
no podía saber si estaba mirando a Judith o a él. Pero era evidente que ambos
lo preocupaban.
—Hola,
hermoso bebé —dijo Heechul. Sonrió al darse cuenta de que la camiseta de Shin
rendía tributo a la canción “Vampiros”, de Godsmack. Qué extrañamente adecuado,
ya que Shin era un inmortal que venía equipado con su propio par de colmillos—.
Linda camiseta.
Ignorando
su elogio, descolgó la mochila negra de su hombro y se subió los anteojos, para
mostrar unos cambiantes ojos plateados que parecían destellar en la oscuridad.
—¿Cuánto
tiempo ha estado Judith esposada a las rejas?
—Cerca
de media hora. Se me ocurrió quedarme con ella y evitar que se convierta en kimchi
para Daimons.
—Ojalá
—refunfuñó Judith. Levantó la voz y abrió los brazos de par en par—.¡Aquí
estoy, vampiros, vengan y acaben con mi miseria!
Heechul
y Shin intercambiaron una mirada divertida e irritada ante su dramatismo. Shin
fue a sentarse junto a Judith.
—Hola,
Nani —dijo calmadamente, mientras depositaba la mochila a sus pies.
—Vete,
Shin. No me iré de aquí hasta que anulen esa ley. Yo pertenezco a este Parque.
Fui criada aquí.
Shin
asintió, comprensivamente.
—¿Dónde
está Jinhyuk?
—¡Él
es un traidor! —gruñó Judith. Heechul respondió a la pregunta.
—Probablemente
está en los tribunales, poniéndole hielo a sus partes privadas luego que Judith
lo golpeó y lo acusó de ser “el hombre que la está oprimiendo”.
La
expresión de Shin se suavizó, divertido por ese pensamiento.
—Se
lo merecía —dijo Judith a la defensiva—. Me dijo que la ley es la ley y que
debo acatarla. Al diablo con eso. No iré a ningún lado hasta que la modifiquen.
—Supongo
que estaré aquí algún tiempo —dijo Heechul nostálgicamente.
—Tú puedes
hacerlos anular la
ley —dijo Judith,
volviéndose hacia Shin—.¿Verdad?
Shin
se recostó contra las rejas sin hacer comentarios.
—No
te acerques demasiado a ella, Shin —lo advirtió Heechul—. Es conocida por
morder.
—Entonces
somos dos —dijo él con una pizca de humor en la voz mientras sus colmillos
asomaban brevemente—. Pero, por alguna razón, pienso que mi mordida podría
doler un poquito más.
—No
eres gracioso —dijo Judith malhumorada. Shin pasó un brazo sobre el hombro de Judith.
—Vamos,
Nani. Sabes que nada cambiará porque te quedes aquí. Tarde o temprano vendrá un
policía…
—Y
lo atacaré.
Shin
la apretó con más fuerza.
—No
puedes atacarlo por hacer su trabajo.
—¡Sí
que puedo!
Él
se las arregló para mantenerse en calma mientras trataba con la Reina de la
Histeria.
—¿Realmente
es eso lo que quieres hacer?
—No.
Quiero que me regresen mi puesto —dijo Judith, con la voz quebrada por el dolor
y la pena. El propio pecho de Heechul se había encogido, en una compasiva angusBoa
por ella—. No lastimaba a nadie colocando mi mesa aquí. Este es mi espacio. ¡He
tenido mi puesto en este sitio desde 1986! No es justo que ellos me obliguen a
irme porque esos estúpidos artistas están celosos. De cualquier modo, ¿quién
quiere una de sus pinturas de porquería del Parque? Son estúpidas. ¿Qué es
Nueva Orleáns sin sus psíquicos? Sólo otra ciudad turística aburrida y deteriorada, ¡eso es lo que es!
Shin
la abrazó, compasivamente.
—Los
tiempos cambian, Judith. Créeme, lo sé, y a veces no hay nada que puedas hacer,
excepto dejarlo pasar. Sin importar cuánto desees detener el tiempo, debe
seguir adelante, y avanzar hacia otra cosa.
Heechul
escuchó la tristeza en su voz mientras consolaba a su hermana. Shin había
estado vivo por más de once mil años. Recordaba a Nueva Orleáns en aquellos
días en que apenas podía ser calificada como ciudad. En cuanto a eso,
probablemente recordaba a Nueva Orleáns antes de que cualquier tipo de
civilización la hubiese reclamado.
Si
alguien sabía de cambios, era Shindong.
Shin
secó las lágrimas del rostro de Judith y movió su mentón para que viera el
edificio en la calle de enfrente.
—Sabes,
ese edificio está en venta. “Lectura de Tarot y Boutique Mística de Madame Judith.”
¿Puedes imaginarlo?
Judith
resopló.
—Sí,
seguro. Como si tuviera con qué comprarlo. ¿Tienes alguna idea de lo que valen
los bienes inmuebles aquí?
Shin
se encogió de hombros.
—El
dinero no es un problema para mí. Pídelo y es tuyo.
Judith
lo miró parpadeando, como si no pudiese creer lo que le estaba ofreciendo.
—¿En
serio?
Él
asintió.
—Podrías
poner un cartel aquí mismo que indique a la gente tu flamante tienda, donde
puedes leer las cartas hasta saciarte.
Viendo
finalmente una solución a la demencia temporaria de su hermana, y agradecido a Shin
por eso, Heechul se sentó enfrente, para poder mirar a Judith.
—Siempre
dijiste que te agradaría estar en algún sitio en el que no tengas que empaparte
con la lluvia.
Judith
se aclaró la garganta mientras lo pensaba.
—Sería
lindo mirar desde el interior de un edificio que hacia él.
—Sí
—dijo Heechul—. Ya no te congelarías en el invierno ni te llenarías de ampollas
en el verano. Aire acondicionado todo el año. No más arrastrar tu carrito hasta aquí y poner la silla y las
mesas. Boa estaría terriblemente celosa,
ya que ha estado deseando tener una tienda más cercana al Parque. Piensa en
eso.
—¿Lo
quieres? —preguntó Shin. Judith asintió fervorosamente. Él extrajo su teléfono
móvil y marcó un número—. Hey, Bob —dijo luego de una breve pausa—. Soy Shindong.
Hay un edificio en venta en St. Anne's en Jackson Square… sí, ese mismo. Lo
quiero. —Le sonrió a Judith—. No, no necesito verlo. Sólo ten las llaves aquí
por la mañana. —Apartó el teléfono—. ¿A qué hora puedes encontrarte con él, Judith?
—¿A
las diez?
Él
lo repitió en el teléfono.
—Sí,
y haz la escritura a nombre de Choi Judith. Pasaré mañana a la tarde a pagarte.
Muy bien. Que tengas una buena noche.
Shin
colgó y regresó el teléfono a su bolsillo. Judith le sonrió.
—Gracias.
—No
hay problema.
En
el instante en que se puso de pie, la esposa cayó, abierta, de la mano de Judith.
Por
dios, este hombre tenía terribles poderes. Heechul no estaba seguro de cuál era
más impresionante. El que le había permitido quitar la esposa a Judith sin un
rasguño, o el que le permitía gastar un par de millones de dólares sin
parpadear.
Shin
estiró la mano hacia Judith y la ayudó a ponerse en pie.
—Sólo
asegúrate de tener muchas cosas brillantes y radiantes para que Simi compre
cuando estemos por aquí.
Heechul
rió ante la mención de la demonio… algo de Shin… Heechul aún no sabía si Simi
era su novia o qué. Ellos tenían una relación muy extraña.
Simi
exigía y Shin daba sin vacilar.
A
menos que se tratara de Simi matando y comiendo a alguien. Esas eran las únicas
ocasiones en que había visto a Shin ponerse firme con la demonio que mantenía
oculta a la mayoría de sus Dark Hunters. La única razón por la que Heechul
sabía acerca de Simi era porque la demonio los acompañaba con frecuencia a ver
películas.
Por
alguna razón, Shin realmente amaba el cine, y Heechul había estado yendo a ver
películas con él en los últimos dos años. Sus favoritas eran las de terror y de
acción. Mientras que Simi era un ser más excepcional y exigente, que lo
obligaba a soportar películas de “chicas”, que generalmente dejaban a Shin
gimiendo.
—¿Dónde
está Simster esta noche? —preguntó Heechul.
Shin
pasó su mano sobre el tatuaje de dragón en su antebrazo.
—Anda
por ahí. Pero es demasiado temprano para ella. No le gusta estar fuera al menos
hasta las nueve.
Se
colgó la mochila sobre el hombro.
Judith
se puso en puntas de pies y tironeó a Shin hacia abajo, para poder abrazarlo.
—Tendré
una línea completa de joyería de figuras místicas sólo para Simi.
Sonriendo,
él le palmeó la espalda.
—No
más esposas, ¿verdad?
Judith
se apartó.
—Bueno,
Jinhyuk dijo que podía protestar más tarde con él en el dormitorio, y en
realidad estoy en deuda con él por esa patada que le di, así que…
Shin
rió mientras Judith recogía las esposas de la calle.
—Y
tú te preguntas por qué estoy loco —dijo Heechul cuando Judith las metía en su
bolsillo trasero.
Shin
bajó sus anteojos para cubrir sus extraños ojos plateados.
—Al
menos es divertida.
—Y
tú eres demasiado caritativo —Pero eso era lo que más amaba Heechul acerca de Shin.
Él siempre veía lo bueno en todas las personas—. Entonces, ¿qué haces esta
noche? —le preguntó mientras Judith doblaba su cartel hecho a mano.
Antes
que él pudiera responder, una enorme Harley negra apareció rugiendo por St.
Anne. Cuando llegó a la esquina que llevaría al conductor por Royal Street, la
motocicleta se detuvo y apagó el motor.
Heechul
observó cómo el alto y grácil conductor, que estaba completamente cubierto en
cuero negro, sostenía la motocicleta entre sus muslos con facilidad y se
quitaba el casco.
Para
su sorpresa, fue una mujer afro-americana, y no un hombre, quien depositó el
casco delante de sí sobre el tanque de combustible de la moto y bajó el cierre
de su chaqueta. Extremadamente hermosa, era delgada pero musculosa, con la piel
medianamente oscura y un cutis perfecto. Llevaba su cabello negro azabache
trenzado, y atado en una cola de caballo.
—Shindong
—dijo, en un acento caribeño y cantarín—. ¿Dónde debería aparcar mi
motocicleta?
Shin
indicó la calle Decatur, detrás de él.
—Hay
un estacionamiento público al otro lado del Brewery. Esperaré aquí hasta que
regreses. —La mirada de la mujer fue hacia Heechul, luego a Judith—. Son amigos
—dijo Shin—. Park Heechul y Choi Judith.
—¿Cuñados
de Kangin? —Shin asintió—. Soy Janice Smith —les dijo a ellas—. Es un placer conocer
a amigos de los Kim.
Janice
puso en marcha la motocicleta y se alejó.
—¿Una
nueva Dark Hunter? —preguntó Judith antes de que Heechul tuviera la
posibilidad.
Él
asintió.
—Artemisa
la transfirió aquí desde los Cayos de Florida para ayudar a Siwon y Jean-Luc.
Esta es su primera noche, así que pensé en llevarla a recorrer la ciudad.
—¿Necesitas
ayuda? —preguntó Heechul.
—Nah.
Puedo solo. Simplemente intenta no clavarle una estaca a Jean-Luc otra vez si
te encuentras con él.
Heechul
rió ante su alusión a la noche en que había conocido accidentalmente al Dark
Hunter pirata. Estaba oscuro y él lo había agarrado por detrás en un callejón
mientras perseguía a un grupo de Daimons. Todo lo que Heechul había visto eran
colmillos y una alta estatura, así que lo había golpeado.
El
Dark Hunter aún no lo había perdonado.
—No
puedo evitarlo. Todos ustedes, colmilludos, se parecen en la oscuridad.
Shin
sonrió.
—Sí.
Sé lo que quieres decir. A nosotros también nos parecen similares todos
ustedes, los que tienen alma.
Heechul
estrechó su mano mientras continuaba riendo. Abrazó a Judith y fue hacia
Decatur, donde su hermana había dejado su Jeep al otro lado de la calle.
No
le tomó mucho tiempo llevar a su hermana a su casa, donde la esperaba un
receloso Jinhyuk, que no estaba seguro si Judith lo golpearía nuevamente o no.
Una vez que Heechul estuvo seguro que Judith estaría bien… y Jinhyuk también…
se encaminó de regreso al Barrio, para patrullar en busca de Daimons.
Era
una noche relativamente tranquila. Siguió su habitual costumbre de detenerse en
un Café y comprar para llevar, luego los llevó a un callejón cerca de la calle
Royal, donde varios sin techo solían congregarse. Como la ciudad había decidido
tomar medidas enérgicas contra los vagabundos y los sin techo, no eran tan
comunes como antes.
Ahora
ellos, al igual que los vampiros que perseguía, se mantenían en las sombras,
donde eran olvidados.
Pero
Heechul sabía que estaban allí, y jamás se permitía olvidarlos.
Heechul
dejó la comida sobre un viejo y oxidado barril, y se dio vuelta, para
retirarse.
En
cuanto llegó al borde de la acera, escuchó a la gente corriendo en busca de la
comida.
—Hey,
si quieren un trabajo…
Pero
se habían ido antes que pudiera decir algo más.
Suspirando,
Heechul caminó por Royal. No podía salvar al mundo, lo sabía. Pero al menos
podía ocuparse de que algunos de los hambrientos tuviesen alimento.
Sin
ningún destino real en mente, vagó por las solitarias calles y curioseó las
vidrieras de las joyerías.
—Hey,
Hee, ¿has matado a algún vampiro recientemente?
Levantó
la vista para encontrarse con el mozo de un restaurante, que quedaba a unos
metros de su propia tienda, y tenía la mala costumbre de ir allí cuando salía
del trabajo para coquetear con las strippers que le encargaban trajes hechos a
medida a Heechul.
Como
de costumbre, se estaba riendo de él. Eso estaba bien. La mayoría de la gente
lo hacía. De hecho, la mayoría de la gente pensaba que estaba demente. Hasta su
propia familia se había reído durante años… hasta que su mellizo había
terminado casado con un Dark Hunter y se había enfrentado a un vampiro que casi
lo asesinó.
De
repente su familia se dio cuenta de que sus historias sobrenaturales de todos
esos años no eran inventos ni alucinaciones.
—Sí
—le dijo—, barrí a uno de ellos anoche —Él puso los ojos en blanco y se rió de
mientras seguía caminando—. De nada —dijo en voz baja mientras él se alejaba.
El
Daimon al que había matado había estado rondando la puerta trasera del
restaurante. Si Heechul no hubiese matado al Daimon, probablemente el chico estaría
muerto ahora.
Y
bueno. El en realidad no quería agradecimientos por lo que hacía, y obviamente
no los esperaba.
Una nueva aventura
ResponderEliminarAaaaahhhh
ResponderEliminarObvio que Siwon enjendro del mal debía de tener su corazoncito.....ah,pero aún así no me pasa del todo....hasta podría decir que me cae mal...pero eso seguro cambia cuando sepa más.
Wooooow,Shin o es muy buen amigo o...no,Shin es un muy buen amigo...le ha regalado el edificio,no un local,el edificio completo.
Jajajaja al traidor se le suma una patada a su tobillo herido jajaja
Hee siempre en acción....ya esperaba esta *0*