Pasión Nocturna (DH8) - 1



—Feliz cumpleaños, Liu —dijo Siwon mientras posaba una sola rosa roja a los pies de la estatua de mármol que poseía un sitio sagrado en su hogar.
No era nada comparado con el sitio sagrado que esa misma mujer había tenido en su corazón mientras estaba viva. Un lugar que aún ocupaba, incluso después de dos mil años.
Cerrando los ojos, se sintió destrozado por el dolor de su pérdida. Destrozado por la culpa que los últimos sonidos que hubiera escuchado como mortal fueran los angustiantes sollozos de ella mientras gritaba pidiendo su ayuda.
Incapaz de respirar, se estiró y tocó su mano de mármol. La piedra era dura. Fría. Rígida. Cosas que Liu jamás había sido. En una vida que se medía por una brutal seriedad y aspereza, ella había sido su único refugio.
Y él aún la amaba por la silenciosa bondad que le había otorgado.
Apretó la delicada mano con las suyas, y luego apoyó su mejilla contra la fría palma de piedra.
Si pudiera pedir un deseo, sería recordar el sonido exacto de su voz. Sentir la calidez de sus dedos sobre los labios.
Pero el tiempo le había quitado todo, excepto la agonía que le había causado a ella. Moriría diez mil veces más si tan solo pudiese salvarla del dolor de esa noche.
Desgraciadamente, no había modo de volver el tiempo atrás. No había manera de forzar a los Destinos a deshacer sus acciones y darle la felicidad que ella debería haber conocido.
Así como no había nada que pudiese llenar el doloroso vacío dentro de él por la muerte de Liu.
Haciendo rechinar los dientes, Siwon se apartó y notó que la llama eterna que ardía a su lado estaba chisporroteando.
—No te preocupes —le dijo a su imagen—. No te dejaré en la oscuridad. Lo prometo.
Era una promesa que le había hecho en vida, e incluso en la muerte, jamás la había roto. Durante más de dos mil años la había mantenido en la luz, aunque él mismo se veía forzado a vivir en la oscuridad que la había aterrado.
Siwon atravesó la iluminada habitación para alcanzar el gran aparador estilo romano que guardaba el aceite para la llama de Liu. Lo extrajo y lo llevó hasta la estatua; entonces subió al pedestal de piedra para derramar lo último que quedaba dentro de la lámpara.
En esta posición, su cabeza estaba a la misma altura que la de ella. El  escultor al que la había encargado siglos atrás había capturado cada delicada curva y  hoyuelo de su precioso rostro. Sólo la memoria de Siwon sustituía el color miel de su cabello. El vívido verde de sus ojos. Liu había sido perfecta en su belleza.
Suspirando, Siwon tocó su mejilla antes de descender. Era inútil permanecer en el pasado. Lo hecho, hecho estaba.
Ahora había jurado proteger a los inocentes. Custodiar a la humanidad y asegurarse que ningún otro hombre tuviese que perder una luz tan valiosa en su alma como la que Siwon había perdido.
Seguro de que la llama duraría hasta la noche siguiente, inclinó la cabeza respetuosamente ante su estatua.
—Amo —le dijo, susurrando la palabra latina para “te amo.”
Era algo que rogaba a los dioses haber tenido el valor de decirle en voz alta mientras estaba viva.


—Me importa un comino si me arrojan en el más profundo y fangoso pozo durante toda la eternidad. Pertenezco a este sitio y nadie me obligará a irme.
¡Nadie!
Park Heechul respiró hondo y se esforzó por no discutir mientras intentaba alcanzar el cierre de las esposas que su hermana Judith había usado para atarse al portón de hierro forjado que rodeaba la famosa Jackson Square. Judith había escondido la llave en su sostén, y Heechul no tenía ningún deseo de buscarla allí.
No había duda de que los arrestarían, incluso en Nueva Orleáns.
Por suerte no había mucha gente en la calle a mitad de Octubre, justo al atardecer, pero quienes andaban por allí los miraban fijamente mientras pasaban junto a ellos. No era que a Heechul le importara. Estaba más que acostumbrado a que la gente lo observara y pensara que era extraño. Hasta demente.
Él se enorgullecía de ambas cosas. También se enorgullecía de estar disponible para sus amigos y su familia en medio de una crisis. Y ahora mismo, su hermana mayor estaba en una confusión emocional sólo menor a la vez que su esposo, Jinhyuk, había estado en un accidente de auto que casi lo había matado.
Heechul buscó torpemente la cerradura. Lo último que quería era que arrestaran a su hermana.
Otra vez.
Judith intentó apartarlo de un empujón, pero Heechul se rehusó a ceder, así que Judith lo mordió.
Heechul dio un salto hacia atrás gritando mientras sacudía la mano en un intento de aliviar el dolor. Para nada arrepentida, Judith se extendió sobre los escalones empedrados que conducían al Parque con un par de vaqueros rasgados  y un enorme suéter azul marino que, evidentemente, pertenecía a Jinhyuk. Su largo y rizado cabello castaño estaba trenzado y extrañamente serena. Nadie reconocería a Madame Judith, como era conocida por los turistas, excepto por el gran letrero que sostenía, que decía: “Los psíquicos también tienen derechos.”
Desde que habían aprobado esa estúpida y necia ley que decía que los psíquicos ya no podían leer las cartas a los turistas en el Parque, Judith había estado luchando contra eso. Antes, la policía la había sacado a la fuerza del edificio federal por protestar, así que Judith había ido hacia allí para encadenarse al portón, no muy lejos de donde una vez había colocado su mesa plegable para leer el futuro de otras personas.
Era una lástima que no pudiese ver su propio destino con tanta claridad como lo veía Heechul. Si Judith no se soltaba de la bendita verja, pasaría la noche en la cárcel.
Alterada y furiosa, Judith continuó agitando su cartel. No había  modo de hacerla entrar en razón. Pero Heechul también estaba acostumbrado a eso. Las emociones fuertes, la obstinación y la demencia eran habituales en su familia cajun-rumana.
—Vamos, Judith —dijo, intentando tranquilizarla—. Ya ha oscurecido. No quieres ser carnada para los Daimons, ¿verdad?
—¡No me importa! —aspiró Judith, con mala cara—. De cualquier modo, los Daimons no se comerán mi alma, ya que no tengo la jodida voluntad de vivir. Sólo quiero que me devuelvan mi hogar. Este es mi sitio, y no me iré.
Puntualizó cada una de las últimas palabras con un golpe de su cartel contra las piedras.
—Bien.
Suspirando irritado, Heechul se sentó cerca de ella, pero no tan cerca como para que Judith pudiese morderlo otra vez. No iba a dejar a su hermana mayor allí afuera, sola. Especialmente porque Judith estaba tan molesta.
Si los Daimons no la atrapaban, un asaltante lo haría.
Así que los dos se sentaron inmóviles, sin nada que hacer: Heechul vestido todo de negro, y Judith agitando su cartel a cualquiera que se les acercase, instándolos a firmar su petición para modificar la ley.
—Hey, Hee. ¿Cómo estás?
Era una pregunta retórica. Heechul saludó con la mano a Brad, uno de los catedráticos que realizaba tours sobre vampiros alrededor del Barrio, que se dirigía al centro turístico a dejar algunos folletos más. Ni siquiera se detuvo mientras pasaba. Pero sí le frunció el ceño a Judith, quien lo llamó con un imaginativo apodo porque no quiso firmar su petición.
Qué bueno que los conocía, o podría haberse ofendido en serio.
Heechul y su hermana conocían a la mayoría de los vecinos que frecuentaban el Barrio. Habían crecido allí, y habían rondado el área alrededor del Parque desde que eran adolescentes.
Por supuesto, las cosas habían cambiado con los años. Algunos de los negocios habían ido y venido. El Barrio era bastante más seguro en esta época de lo que había sido a fines de los '80 y principios de los '90. Sin embargo, algunas cosas eran iguales. Los turistas aún se reunían alrededor del Parque para mirar ávidamente la catedral y a los pintorescos nativos que pasaban por allí… y a los vampiros y asaltantes que aún acechaban las calles en busca de víctimas fáciles.
Los pelos de su nuca se le erizaron.
Heechul movió su mano, instintivamente, hacia la vaina escondida en su bota, mientras escrutaba la raleada multitud de octubre a su alrededor.
Durante los últimos trece años, Heechul había sido un supuesto cazador de vampiros. También era uno de los pocos humanos en Nueva Orleáns  que en realidad sabía lo que sucedía en esta ciudad por la noche. Tenía cicatrices por dentro y por fuera de sus batallas con los condenados. Y había prometido por su vida que se aseguraría que ninguno de ellos lastimase a nadie que estuviera bajo su cuidado.
Era un juramento que tomaba seriamente; mataría a cualquier cosa o persona si debía hacerlo.
Pero en cuanto su mirada encontró al alto y exóticamente sexy hombre que llevaba una mochila negra girando en la esquina del edificio Presbíteriano, se relajó.
Habían pasado un par de meses desde la última vez que él había estado en la ciudad. A decir verdad, lo había extrañado mucho más de lo que debería.
Contra su voluntad y su sentido común, había permitido que Shindong se colara dentro de su cauteloso corazón. Pero, por otra parte, era difícil no adorar a un hombre como Shin.
Su andar largo y sensual era imposible de ignorar, y cada joven o mujer que estaba en el Parque, excepto la distraída Judith, quedaron paralizados ante su presencia.  Todos se detuvieron para verlo caminar, como obligados por alguna fuerza invisible. Él era sexy de un modo en que muy pocos hombres lo eran.
Tenía un aura peligrosa y salvaje; y por sus lentos y lánguidos movimientos, era evidente que sería increíble en la cama. Era algo que sabías intrínsecamente al verlo, y que ondulaba por tu cuerpo como un chocolate caliente y seductor.
Con más de dos metros de estatura, Shin siempre sobresalía en una multitud. Al igual que él, estaba vestido completamente de negro. Era el marco ideal para un rostro que era sobrenaturalmente hermoso y aún así totalmente masculino. Perfecto. Había algo acerca de Shin que hacía que cada hormona de su cuerpo se despertara y anhelara más.
Y además de todo su atractivo sexual, también había un aura tan oscura y mortal que le impedía pensar en él como algo más que un amigo.
Y él había sido un amigo desde que lo había conocido en la boda de su mellizo, Leeteuk, tres años atrás. Desde entonces, sus caminos se habían cruzado repetidamente cuando él visitaba Nueva Orleáns y lo ayudaba a vigilar la ciudad de sus depredadores.
Ahora era una parte habitual de su familia, especialmente porque se quedaba con frecuencia en casa de su mellizo y era, de hecho, el padrino de la hija de Leeteuk.
Él se detuvo a su lado e inclinó la cabeza. Con sus anteojos de sol puestos, Heechul no podía saber si estaba mirando a Judith o a él. Pero era evidente que ambos lo preocupaban.
—Hola, hermoso bebé —dijo Heechul. Sonrió al darse cuenta de que la camiseta de Shin rendía tributo a la canción “Vampiros”, de Godsmack. Qué extrañamente adecuado, ya que Shin era un inmortal que venía equipado con su propio par de colmillos—. Linda camiseta.
Ignorando su elogio, descolgó la mochila negra de su hombro y se subió los anteojos, para mostrar unos cambiantes ojos plateados que parecían destellar en la oscuridad.
—¿Cuánto tiempo ha estado Judith esposada a las rejas?
—Cerca de media hora. Se me ocurrió quedarme con ella y evitar que se convierta en kimchi para Daimons.
—Ojalá —refunfuñó Judith. Levantó la voz y abrió los brazos de par en par—.¡Aquí estoy, vampiros, vengan y acaben con mi miseria!
Heechul y Shin intercambiaron una mirada divertida e irritada ante su dramatismo. Shin fue a sentarse junto a Judith.
—Hola, Nani —dijo calmadamente, mientras depositaba la mochila a sus pies.
—Vete, Shin. No me iré de aquí hasta que anulen esa ley. Yo pertenezco a este Parque. Fui criada aquí.
Shin asintió, comprensivamente.
—¿Dónde está Jinhyuk?
—¡Él es un traidor! —gruñó Judith. Heechul respondió a la pregunta.
—Probablemente está en los tribunales, poniéndole hielo a sus partes privadas luego que Judith lo golpeó y lo acusó de ser “el hombre que la está oprimiendo”.
La expresión de Shin se suavizó, divertido por ese pensamiento.
—Se lo merecía —dijo Judith a la defensiva—. Me dijo que la ley es la ley y que debo acatarla. Al diablo con eso. No iré a ningún lado hasta que la modifiquen.
—Supongo que estaré aquí algún tiempo —dijo Heechul nostálgicamente.
—Tú  puedes  hacerlos  anular  la  ley  —dijo  Judith,  volviéndose  hacia Shin—.¿Verdad?
Shin se recostó contra las rejas sin hacer comentarios.
—No te acerques demasiado a ella, Shin —lo advirtió Heechul—. Es conocida por morder.
—Entonces somos dos —dijo él con una pizca de humor en la voz mientras sus colmillos asomaban brevemente—. Pero, por alguna razón, pienso que mi mordida podría doler un poquito más.
—No eres gracioso —dijo Judith malhumorada. Shin pasó un brazo sobre el hombro de Judith.
—Vamos, Nani. Sabes que nada cambiará porque te quedes aquí. Tarde o temprano vendrá un policía…
—Y lo atacaré.
Shin la apretó con más fuerza.
—No puedes atacarlo por hacer su trabajo.
—¡Sí que puedo!
Él se las arregló para mantenerse en calma mientras trataba con la Reina de la Histeria.
—¿Realmente es eso lo que quieres hacer?
—No. Quiero que me regresen mi puesto —dijo Judith, con la voz quebrada por el dolor y la pena. El propio pecho de Heechul se había encogido, en una compasiva angusBoa por ella—. No lastimaba a nadie colocando mi mesa aquí. Este es mi espacio. ¡He tenido mi puesto en este sitio desde 1986! No es justo que ellos me obliguen a irme porque esos estúpidos artistas están celosos. De cualquier modo, ¿quién quiere una de sus pinturas de porquería del Parque? Son estúpidas. ¿Qué es Nueva Orleáns sin sus psíquicos? Sólo otra ciudad turística aburrida y   deteriorada, ¡eso es lo que es!
Shin la abrazó, compasivamente.
—Los tiempos cambian, Judith. Créeme, lo sé, y a veces no hay nada que puedas hacer, excepto dejarlo pasar. Sin importar cuánto desees detener el tiempo, debe seguir adelante, y avanzar hacia otra cosa.
Heechul escuchó la tristeza en su voz mientras consolaba a su hermana. Shin había estado vivo por más de once mil años. Recordaba a Nueva Orleáns en aquellos días en que apenas podía ser calificada como ciudad. En cuanto a eso, probablemente recordaba a Nueva Orleáns antes de que cualquier tipo de civilización la hubiese reclamado.
Si alguien sabía de cambios, era Shindong.
Shin secó las lágrimas del rostro de Judith y movió su mentón para que viera el edificio en la calle de enfrente.
—Sabes, ese edificio está en venta. “Lectura de Tarot y Boutique Mística de Madame Judith.” ¿Puedes imaginarlo?
Judith resopló.
—Sí, seguro. Como si tuviera con qué comprarlo. ¿Tienes alguna idea de lo que valen los bienes inmuebles aquí?
Shin se encogió de hombros.
—El dinero no es un problema para mí. Pídelo y es tuyo.
Judith lo miró parpadeando, como si no pudiese creer lo que le estaba ofreciendo.
—¿En serio?
Él asintió.
—Podrías poner un cartel aquí mismo que indique a la gente tu flamante tienda, donde puedes leer las cartas hasta saciarte.
Viendo finalmente una solución a la demencia temporaria de su hermana, y agradecido a Shin por eso, Heechul se sentó enfrente, para poder mirar a Judith.
—Siempre dijiste que te agradaría estar en algún sitio en el que no tengas que empaparte con la lluvia.
Judith se aclaró la garganta mientras lo pensaba.
—Sería lindo mirar desde el interior de un edificio que hacia él.
—Sí —dijo Heechul—. Ya no te congelarías en el invierno ni te llenarías de ampollas en el verano. Aire acondicionado todo el año. No más arrastrar tu   carrito hasta aquí y poner la silla y las mesas. Boa estaría terriblemente celosa, ya que ha estado deseando tener una tienda más cercana al Parque. Piensa en eso.
—¿Lo quieres? —preguntó Shin. Judith asintió fervorosamente. Él extrajo su teléfono móvil y marcó un número—. Hey, Bob —dijo luego de una breve pausa—. Soy Shindong. Hay un edificio en venta en St. Anne's en Jackson Square… sí, ese mismo. Lo quiero. —Le sonrió a Judith—. No, no necesito verlo. Sólo ten las llaves aquí por la mañana. —Apartó el teléfono—. ¿A qué hora puedes encontrarte con él, Judith?
—¿A las diez?
Él lo repitió en el teléfono.
—Sí, y haz la escritura a nombre de Choi Judith. Pasaré mañana a la tarde a pagarte. Muy bien. Que tengas una buena noche.
Shin colgó y regresó el teléfono a su bolsillo. Judith le sonrió.
—Gracias.
—No hay problema.
En el instante en que se puso de pie, la esposa cayó, abierta, de la mano de Judith.
Por dios, este hombre tenía terribles poderes. Heechul no estaba seguro de cuál era más impresionante. El que le había permitido quitar la esposa a Judith sin un rasguño, o el que le permitía gastar un par de millones de dólares sin parpadear.
Shin estiró la mano hacia Judith y la ayudó a ponerse en pie.
—Sólo asegúrate de tener muchas cosas brillantes y radiantes para que Simi compre cuando estemos por aquí.
Heechul rió ante la mención de la demonio… algo de Shin… Heechul aún no sabía si Simi era su novia o qué. Ellos tenían una relación muy extraña.
Simi exigía y Shin daba sin vacilar.
A menos que se tratara de Simi matando y comiendo a alguien. Esas eran las únicas ocasiones en que había visto a Shin ponerse firme con la demonio que mantenía oculta a la mayoría de sus Dark Hunters. La única razón por la que Heechul sabía acerca de Simi era porque la demonio los acompañaba con frecuencia a ver películas.
Por alguna razón, Shin realmente amaba el cine, y Heechul había estado yendo a ver películas con él en los últimos dos años. Sus favoritas eran las de terror y de acción. Mientras que Simi era un ser más excepcional y exigente, que lo obligaba a soportar películas de “chicas”, que generalmente dejaban a Shin gimiendo.
—¿Dónde está Simster esta noche? —preguntó Heechul.
Shin pasó su mano sobre el tatuaje de dragón en su antebrazo.
—Anda por ahí. Pero es demasiado temprano para ella. No le gusta estar fuera al menos hasta las nueve.
Se colgó la mochila sobre el hombro.
Judith se puso en puntas de pies y tironeó a Shin hacia abajo, para poder abrazarlo.
—Tendré una línea completa de joyería de figuras místicas sólo para Simi.
Sonriendo, él le palmeó la espalda.
—No más esposas, ¿verdad?
Judith se apartó.
—Bueno, Jinhyuk dijo que podía protestar más tarde con él en el dormitorio, y en realidad estoy en deuda con él por esa patada que le di, así que…
Shin rió mientras Judith recogía las esposas de la calle.
—Y tú te preguntas por qué estoy loco —dijo Heechul cuando Judith las metía en su bolsillo trasero.
Shin bajó sus anteojos para cubrir sus extraños ojos plateados.
—Al menos es divertida.
—Y tú eres demasiado caritativo —Pero eso era lo que más amaba Heechul acerca de Shin. Él siempre veía lo bueno en todas las personas—. Entonces, ¿qué haces esta noche? —le preguntó mientras Judith doblaba su cartel hecho a mano.
Antes que él pudiera responder, una enorme Harley negra apareció rugiendo por St. Anne. Cuando llegó a la esquina que llevaría al conductor por Royal Street, la motocicleta se detuvo y apagó el motor.
Heechul observó cómo el alto y grácil conductor, que estaba completamente cubierto en cuero negro, sostenía la motocicleta entre sus muslos con facilidad y se quitaba el casco.
Para su sorpresa, fue una mujer afro-americana, y no un hombre, quien depositó el casco delante de sí sobre el tanque de combustible de la moto y bajó el cierre de su chaqueta. Extremadamente hermosa, era delgada pero musculosa, con la piel medianamente oscura y un cutis perfecto. Llevaba su cabello negro azabache trenzado, y atado en una cola de caballo.
—Shindong —dijo, en un acento caribeño y cantarín—. ¿Dónde debería aparcar mi motocicleta?
Shin indicó la calle Decatur, detrás de él.
—Hay un estacionamiento público al otro lado del Brewery. Esperaré aquí hasta que regreses. —La mirada de la mujer fue hacia Heechul, luego a Judith—. Son amigos —dijo Shin—. Park Heechul y Choi Judith.
—¿Cuñados de Kangin? —Shin asintió—. Soy Janice Smith —les dijo a ellas—. Es un placer conocer a amigos de los Kim.
Janice puso en marcha la motocicleta y se alejó.
—¿Una nueva Dark Hunter? —preguntó Judith antes de que Heechul tuviera la posibilidad.
Él asintió.
—Artemisa la transfirió aquí desde los Cayos de Florida para ayudar a Siwon y Jean-Luc. Esta es su primera noche, así que pensé en llevarla a recorrer la ciudad.
—¿Necesitas ayuda? —preguntó Heechul.
—Nah. Puedo solo. Simplemente intenta no clavarle una estaca a Jean-Luc otra vez si te encuentras con él.
Heechul rió ante su alusión a la noche en que había conocido accidentalmente al Dark Hunter pirata. Estaba oscuro y él lo había agarrado por detrás en un callejón mientras perseguía a un grupo de Daimons. Todo lo que Heechul había visto eran colmillos y una alta estatura, así que lo había golpeado.
El Dark Hunter aún no lo había perdonado.
—No puedo evitarlo. Todos ustedes, colmilludos, se parecen en la oscuridad.
Shin sonrió.
—Sí. Sé lo que quieres decir. A nosotros también nos parecen similares todos ustedes, los que tienen alma.
Heechul estrechó su mano mientras continuaba riendo. Abrazó a Judith y fue hacia Decatur, donde su hermana había dejado su Jeep al otro lado de la calle.
No le tomó mucho tiempo llevar a su hermana a su casa, donde la esperaba un receloso Jinhyuk, que no estaba seguro si Judith lo golpearía nuevamente o no. Una vez que Heechul estuvo seguro que Judith estaría bien… y Jinhyuk también… se encaminó de regreso al Barrio, para patrullar en busca de Daimons.
Era una noche relativamente tranquila. Siguió su habitual costumbre de detenerse en un Café y comprar para llevar, luego los llevó a un callejón cerca de la calle Royal, donde varios sin techo solían congregarse. Como la ciudad había decidido tomar medidas enérgicas contra los vagabundos y los sin techo, no eran tan comunes como antes.
Ahora ellos, al igual que los vampiros que perseguía, se mantenían en las sombras, donde eran olvidados.
Pero Heechul sabía que estaban allí, y jamás se permitía olvidarlos.
Heechul dejó la comida sobre un viejo y oxidado barril, y se dio vuelta, para retirarse.
En cuanto llegó al borde de la acera, escuchó a la gente corriendo en busca de la comida.
—Hey, si quieren un trabajo…
Pero se habían ido antes que pudiera decir algo más.
Suspirando, Heechul caminó por Royal. No podía salvar al mundo, lo sabía. Pero al menos podía ocuparse de que algunos de los hambrientos tuviesen alimento.
Sin ningún destino real en mente, vagó por las solitarias calles y curioseó las vidrieras de las joyerías.
—Hey, Hee, ¿has matado a algún vampiro recientemente?
Levantó la vista para encontrarse con el mozo de un restaurante, que quedaba a unos metros de su propia tienda, y tenía la mala costumbre de ir allí cuando salía del trabajo para coquetear con las strippers que le encargaban trajes hechos a medida a Heechul.
Como de costumbre, se estaba riendo de él. Eso estaba bien. La mayoría de la gente lo hacía. De hecho, la mayoría de la gente pensaba que estaba demente. Hasta su propia familia se había reído durante años… hasta que su mellizo había terminado casado con un Dark Hunter y se había enfrentado a un vampiro que casi lo asesinó.
De repente su familia se dio cuenta de que sus historias sobrenaturales de todos esos años no eran inventos ni alucinaciones.
—Sí —le dijo—, barrí a uno de ellos anoche —Él puso los ojos en blanco y se rió de mientras seguía caminando—. De nada —dijo en voz baja mientras él se alejaba.
El Daimon al que había matado había estado rondando la puerta trasera del restaurante. Si Heechul no hubiese matado al Daimon, probablemente el chico estaría muerto ahora.
Y bueno. El en realidad no quería agradecimientos por lo que hacía, y obviamente no los esperaba.


2 comentarios:

  1. Aaaaahhhh
    Obvio que Siwon enjendro del mal debía de tener su corazoncito.....ah,pero aún así no me pasa del todo....hasta podría decir que me cae mal...pero eso seguro cambia cuando sepa más.

    Wooooow,Shin o es muy buen amigo o...no,Shin es un muy buen amigo...le ha regalado el edificio,no un local,el edificio completo.
    Jajajaja al traidor se le suma una patada a su tobillo herido jajaja
    Hee siempre en acción....ya esperaba esta *0*

    ResponderEliminar

yota´s news : De regreso?

 Buenas tardes a todas las lectoras. Después de un año  y casi 4 meses regreso a saludarlas y comentarles nuevas.  Me gustaría decirle...