—¿Es difícil viajar en el tiempo? —preguntó.
—No ahora, por lo menos para mí. Pero llevo siglos perfeccionando mis
poderes. Cuando lo hagas por primera puede que sea... sorprendente. La última
vez que dejé a Jae y Woon en casa, dieron un salto en el
tiempo del 2002 a las Islas Aleutianas de 1432 en vez de Nueva York de 2065.
Fue un suplicio tratar de encontrarlos y traerlos de vuelta a casa.
—Me sorprende que fueras tras ellos.
—Sí, bien, ellos me molestan, pero comprendo que son sólo cachorros que
eventualmente crecerán... probablemente para molestarme incluso más.
Heecheol rió ante su salida de humor mientras se dirigían a través de la
multitud vestido en forma tan estrafalaria. Tenía que admitir que Siwan era
mucho más divertido una vez que él se acostumbraba a uno y dejaba de ser tan
fiero y gruñón.
—Tienes corazón ¿verdad?
—No, Heecheol —dijo él, sus ojos lo quemaban por su intensidad—. No lo
tengo. Sólo tengo responsabilidades. Y tengo una inmensa cantidad de ellas.
Quizás, pero él no estaba completamente seguro. Para empezar, el brazo
que le rodeaba los hombros no decía «obligación», decía «protección».
Y deseaba pretender que había dicho algo más. Algo como amistad.
Quizás, incluso, amor.
Siwan se detuvo ante el quiosco de una comerciante. Una diminuta sonrisa
se cernió al borde de sus labios cuando algo atrajo su atención. Hizo una seña
para que se acercara la comerciante.
—¿Puedo ayudarle? —preguntó la anciana cuando se acercó a ellos.
Siwan señalo algo bajo el vidrio.
—Me gustaría ver eso.
Heecheol no supo lo que era hasta que la mujer se lo entregó a Siwan y
éste se volvió hacia él. Heecheol no pudo evitar reír ante el colgante de oro
en forma de una pantera envuelta alrededor de un zafiro cuando él se lo abrochó
al cuello.
Heecheol sostuvo el colgante en su mano para poder examinarlo.
—Qué inusual.
—Sí, lo es —dijo la mujer—. Es de un diseñador chamán que descubrí en el
Oeste. Él anda en búsqueda de visiones y luego las transforma en collares
basándose en el animal que las guía. Esta es, según él, de una pantera que lo
condujo por una pesadilla y lo salvó.
Qué extrañamente apropiado.
El levantó la vista a Siwan y sonrió.
—Lo compro —dijo Siwan, sacando su billetera.
Heecheol miró a la exquisita pieza de artesanía mientras él pagaba. Se
sentía tan conmovido por el gesto, en especial desde que Romeo le dijo que Siwan
era un egoísta.
—Gracias —dijo cuando él regresó a su lado.
—De nada.
Sonriendo aún más, se puso de puntillas y le dio un casto beso en la
mejilla.
—Sigue haciendo eso —le susurró él a su oído—, y te llevaré arriba y te
desnudaré en un santiamén.
Una irresistible ola de deseo embargó todo el cuerpo de Heecheol. Era la
pantera en él que quería alimentarse de Siwan. Habían conversado bastante y su
parte salvaje ahora quería satisfacción también.
—No me importaría —susurró.
Eso fue todo. Un segundo estaban en la multitud y al siguiente, estaban
en un lugar donde nadie podía verlos y aparecieron de repente en una suite.
—¿Es tu habitación? —preguntó, cuando miró el elegante alojamiento.
—Nuestra habitación —dijo él, mientras se acercaba como el hambriento
depredador que era.
Heecheol se puso rígido ante su tono.
—¿Es una orden?
—No, Heecheol. Pero mientras seamos compañeros, todo lo que es mío es
tuyo.
—Eres extrañamente complaciente para ser la pantera egoísta que Romeo
dijo no tenía ningún interés en un compañero.
Siwan se detuvo ante eso. Era verdad. Nunca había querido estar atado a
nada, especialmente a un compañero. No obstante, por alguna razón, Heecheol no
le molestaba en lo absoluto.
—Los Destinos no me preguntaron quién o qué quería para mí — levantó la
palma marcada de Heecheol para que ambos pudieran verla—.
Pero te eligieron como mío y yo cuido lo que me pertenece.
—¿Y si no quiero pertenecerte?
—No te forzaré a que te unas a mí, Heecheol, ya lo sabes. Eres libre de
abandonar mi protección cuando quieras e ir a donde desees.
Heecheol tragó ante la idea. Sí, él podía. Pero ¿a dónde iría? El viaje a
Atlanta había sido tan espeluznante y cargado del temor que una manada lo
encontrara y abusara de él o de que los humanos descubrieran que era un pantera
y lo encerraran.
Muchas cosas ordinarias lo habían desconcertado.
Como comprar un boleto de bus. Como ordenar comida. Esas cosas eran
totalmente distintas en su época. Todo se hacía con tarjetas de crédito
universales. No había dinero en su mundo. Ni vehículos a gasolina.
Los transportes de su siglo eran más semejantes a los monorrieles y
pagabas tu pasaje con la impresión de tu palma. Todo en su hogar estaba
automatizado y frío.
Él no sabía cómo sobrevivir en el mundo humano actual. No sabía cómo usar
sus poderes.
Este lugar era aterrador.
Salvo por Siwan. Él le ofrecía más de lo que nadie le había ofrecido.
Protección y educación.
Él era su seguridad.
Y fue designado su compañero. El aparejamiento con un hombre era un acto
físico. La ceremonia de unión era la emocional. El podía
fácilmente aparejarse y luego tener su protección.
Su corazón aún seguiría perteneciéndole solo a él.
Pero si se negaba a unirse a Siwan, él no tendría ninguna razón para
protegerlo o educarlo. ¿Y por qué lo haría? Su rechazo lo dejaría impotente.
Algo que estaba seguro no le haría querido para él.
—¿Me darás total libertad sin ninguna restricción? — preguntó.
—No conozco otro camino.
En ese momento, Heecheol se dio cuenta que podría amar a esta pantera que
estaba de pie frente a él. Él no tenía que darle nada. En teoría, Siwan podía
tomar de él lo que quisiera. Las otras panteras lo hicieron.
Si una pareja no se unía a uno de la manada Katagaria, la mantenían de
todas formas y la usaban como ramera para todos ellos.
Pero Siwan le ofrecía el mundo y no le pedía nada a cambio. Nada, excepto
unas pocas palabras que unirían sus cuerpos físicos.
—¿Y nuestros hijos? —le preguntó.
—Tenemos una gran guardería para ellos.
El levantó la cabeza.
—Sabes que probablemente la mayoría serán humanos y no cachorros.
Él pareció perplejo ante eso.
—Entonces leeré al señor Spock.
Heecheol rió.
—Él es el personaje de Star Trek no un experto en niños. No es de
extrañar que estés aquí.
Él le apartó el pelo de su rostro y le dio una sincera y ardiente mirada
que le derritió.
—Haré todo lo que tenga que hacer para cuidar de ellos. Te lo prometo.
Sea humano o cachorro, ellos serán protegidos como mi camada y tendrán todo lo
que necesiten para crecer fuertes saludables.
Heecheol presionó su palma marcada contra la de él.
—Entonces me uniré a ti, Im Siwan.
Siwan no pudo respirar cuando lo miró y esas benditas palabras sonaban en
sus oídos. Debería escapar por la puerta. Pero si lo hacía, nunca volvería a
tener sexo.
Sexo solamente con una persona. De verdad que estaba sufriendo las
consecuencias por todos los años que atormentó a Romeo por estar emparejado.
Y, no obstante, no podía mostrarse verdaderamente temeroso. Una parte
oculta en él, le gustaba la idea de que Heecheol fuera suyo.
Enlazando sus dedos contra los de él, caminó de espaldas hacia la cama,
llevándolo.
Utilizó sus poderes para destapar la cama y quitarse las ropas antes de
yacer de espaldas y ponerlo sobre él.
El ritual de aparejamiento era más viejo que el tiempo. Era instintivo en
su especie y los uniría por el resto de sus vidas. La única
forma de romperlo sería que uno de ellos muriera. Quien sobrevivía a la unión
sería libre de tratar y encontrar otra pareja... si es que hubiera otra.
Era extremadamente raro para los Were-Hunter, Katagaria o Arcadianos,
encontrar una segunda pareja.
Heecheol se mordió el labio nerviosamente. Toda su vida, sus pensamientos
y energía se habían preocupado por el verdadero acto sexual. Puesto que él
había sido prometido a la manada Katagaria, nunca pensó realmente en el ritual
de unión.
Ahora estaba casi aterrorizado cuando trató de llevar a Siwan dentro de
su cuerpo. Era mucho más difícil de lo que había imaginado. Cada vez que
trataba de montarlo, su pene se movía.
Siwan sonrió gentilmente.
—¿Puedo ayudar?
Él afirmó con la cabeza.
Siwan movió las caderas, luego le guió hacia él. Ambos gimieron de placer
cuando aceptó toda su empuñadura en su cuerpo.
Este era. Un hombre que podría aterrorizarlo y rechazarlo estaba a punto
de hacerla su compañero.
Tendría sus hijos y de algún modo resolverían las diferencias de sus
culturas y personalidades y se convertirían en su mutua comodidad física.
Si tenía que tener un amante Katagaria, no podía imaginarse una mejor
pantera que no fuera Siwan.
Heecheol apenas podía pensar cuando el calor llegó de las manos unidas
que tenían la marca de unión. Se movió contra él lentamente, luego dijo las
palabras que los unirían.
—Te acepto como eres, y siempre te tendré cerca de mi corazón. Caminaré a
tu lado por toda la eternidad.
Siwan lo miró con intensidad a medida que sentía cada centímetro de su
cuerpo con él. Nunca pensó tener una pareja en lo absoluto y se había relegado
a un futuro privado de hijos. Ahora la idea de tener sus propios cachorros lo
conmovía.
Heecheol era suyo.
Un sentido de posesión fuerte y demandante, distinto a todo lo que había
conocido antes, lo embargó cuando lo miró cabalgarlo lenta y fácilmente. No era
salvaje como una pantera.
Humano, pero sin embargo, no lo era. ¿Quién hubiera pensado que Im Siwan
llegaría a ser domado por una criatura tan pequeña? Y, no obstante, su tierno
contacto lo cauterizaba con una humanidad que nunca pensó que fuera posible.
La bestia en su interior estaba serena. No más búsqueda, yacía en paz
como si Heecheol se ajustara a una parte de él que nunca había sabido que
estaba perdida.
Sonriéndole, él colocó su mano en el rostro de Heecheol, y repitió sus
votos.
Heecheol gimió ante la profundidad de su voz hasta que un inesperado
dolor lo atravesó cuando sus colmillos empezaron a crecer.
Heecheol siseó. Esto era el thirio, una necesidad de ambas razas de
desear morderse mutuamente y combinar sus fuerzas vitales para que si uno
moría, ambos lo hicieran.
Como el ritual de aparejamiento en sí, la elección de unirse era sólo suya.
Siwan nunca lo obligaría.
Ni se lo pediría ahora.
Fiel a sus palabras, lo dejó todo a él y sólo lo observó como lo
cabalgaba.
Heecheol besó la mano que tenía su marca, luego la llevó a su miembro cuando
sucumbió al orgasmo.
Siwan no pudo respirar cuando su propio clímax estalló. Rugió de
satisfacción cuando sus dientes empezaron finalmente a retroceder.
Estaba hecho ahora. No había vuelta atrás. Estaban unidos, pero no
vinculados.
Sin embargo, Heecheol le pertenecía.
Él extendió la mano para tocar el colgante que le compró. Se veía hermoso,
desnudo en sus brazos. Su cuerpo aún envolvía el de él.
—Im Heecheol —susurró él—. Bienvenido a mi manada.
Con esa idea en mente, él se sacó un pequeño anillo con sello de su dedo
meñique, le hizo un encantamiento, y se lo pasó.
Heecheol estudio la antigua pieza. Era hermosa, con una filigrana de oro
rodeando una enorme piedra de zafiro, que tenía grabada como adorno «DP».
—¿Qué es esto?
—Una guía a casa para que sea donde te encuentres, puedas siempre
regresar a mi lado sólo con pensar en mí.
Él frunció el ceño ante sus palabras.
—Yo no tengo esos poderes.
—Lo sé. Esa es la razón por la que te doy el anillo. El hechizo funciona
por mis poderes y es indestructible.
Sus labios temblaron ante su gentileza. Realmente tenía la intención
cuando dijo que le daría la libertad. Tragando el bulto en su garganta, se
deslizó el anillo en su mano izquierda. Se ajustaba perfecto.
—Gracias.
Siwan inclinó la cabeza hacia él, luego puso sus labios en los suyos para
poder darle un beso apasionado.
Un destello brillante llenó la habitación.
Heecheol retrocedió con un grito cuando alguien lo agarró desde atrás.
Dos segundos después, se armó el infierno.
Heecheol gritó cuando se dio cuenta que ocho panteras de la manada que lo
habían secuestrado originalmente de su época aparecieron en la suite de Siwan.
—¿Cómo te atreves a escapar de nosotros? —su líder tessera gruñó cuando
lo tiró de la cama, mientras que Siwan estaba en manos de dos de sus secuaces.
Heecheol peleó por zafarse cuando Siwan liberó una mano y la estrelló
contra el hombre que lo tenía agarrado. El líder retrocedió contra la pared,
pero volvió a ponerse de pie.
Siwan se agachó, listo para saltar sobre ellos.
—No te atrevas a tocarlo.
El líder dirigió a Siwan una mirada asesina.
—Apártate de esto, panthiras. El nos pertenece.
Siwan saltó de la cama con un rugido.
—Al diablo con lo que digas.
Se transformó en pantera y atacó.
Excepto por los dos que lo sostenían, todos los hombres en la habitación
se transformaron en pantera para pelear. Heecheol se encogió ante los gruñidos
y rugidos que emitían los animales cuando se mordían unos a otros en una
batalla primitiva.
Aterrorizado de que pudieran herir a Siwan, mordió al hombre a su
derecha, luego le dio un pisotón al que estaba a su izquierda. Lo dejaron ir,
para luego alcanzarlo otra vez.
Se apartó de ellos. Las ropas aparecieron instantáneamente en su cuerpo.
—Corre, gataki —dijo Siwan en su mente—. No podrán encontrarte entre la
multitud.
Lo siguiente que supo fue que estaba en un compartimiento del baño del
primer piso.
—¡Maldito seas, Siwan! —gruñó mientras salía del compartimiento y casi
chocó con una mujer vestida con un traje adornado en burdeo
y oro que parecía haber abandonado el compartimiento justo antes de él.
La mujer le dio un feroz gruñido que Heecheol ignoró mientras se apartaba.
Tenía que regresar al piso superior con algunos refuerzos.
Siwan no podría pelear con tantas panteras por su cuenta. Lo matarían.
Su corazón empezó a latir con fuerza, salió corriendo del baño para
encontrarse en un cuarto lleno de comerciantes. Examinó los puestos esperando
encontrar a uno de los hermanos de Siwan.
En vez de eso, su mirada se posó en un puesto de armas medievales que
estaba lleno de todo tipo de armas imaginables.
Heecheol se dirigió allá. Examinó las armas. Tenían hachas y espadas, que
eran demasiado pesadas para él. No tenía idea de cómo blandir hábilmente una, y
las dagas lo obligarían a acercarse demasiado a las panteras.
Pero el hacha doble...
La tomó sin dudar, luego cerró los ojos, conjuró una imagen de Siwan, y
rogó que su hechizo funcionara de verdad. Su cabeza dio vueltas cuando regresó
a la habitación en medio de la pelea.
Heecheol tomó firmemente el hacha, luego se dio cuenta que no estaba
segura cuál pantera era Siwan.
No lo estuvo hasta que una lo atacó. Suponiendo que su compañero no haría
tal cosa, atacó con el hacha con toda la fuerza que tenía.
Hizo contacto con el hombro de la bestia. La pantera aulló cuando quedó
sin fuerzas.
—¡Heecheol! —Siwan gruñó en su mente—. ¿Qué estás haciendo?
—Estoy rescatando a mi compañero —dijo con los dientes apretados,
mientras iba tras otra pantera—. Tú no eres Siwan ¿verdad?
—Estoy detrás de ti.
—Bien —giró hacia la pantera que tenía al frente quien había esquivado su
primer ataque, pero que fue alcanzado por el segundo.
Antes de que pudiera volver a atacar, Heecheol se encontró de nuevo en el
baño, en el compartimiento para minusválidos, esta vez con dos mujeres que
estaban tratando de desabrochar el disfraz de una mujer Klingon.
Ambas quedaron boquiabiertas cuando miraron su hacha ensangrentada.
Demasiado preocupada por su compañero, Heecheol no les prestó atención.
—¡Me estoy cansando de esto! —dijo, luego deseó regresar de nuevo con Siwan.
Por supuesto....nunca...nunca se puede disfrutar de un momento bonito de estos hombres que buscan a regañadientes a su pareja...si no es una cosa es otra...y ahora estos panteras queriendose llevar a Cheol...ㄱㄱ
ResponderEliminarJajajaja...siwan lo manda a resguardo y cheol regresa...primero con una hacha...a ver ahora con que...