Olvida... 1



Jung Heecheol, hacía dibujitos sobre una libreta de notas sin prestar atención a la conversación que se mantenía a su alrededor. Su padre, gerente de la compañía Secret, había insistido en que asistiese a aquella reunión puesto que había heredado la participación que su tía Sunghee tenía en ésta y había pasado a convertirse en uno de los principales socios accionistas.
Lo cierto era que él no entendía para nada de fluctuaciones del mercado ni de Bolsa, y que ya le costaba bastante ocuparse de la parte financiera de su floristería de Gangnam, como Minwoo, su mejor amigo y socio, podría confirmar.
—Heecheol —oyó decir a su padre, interrumpiendo su ensoñación—. ¿Estás de acuerdo?
Al levantar la cabeza, se dio cuenta de que una docena de personas lo miraba fijamente. Sus ojos se encontraron con los marrones del hombre que se sentaba frente a él, el señor Im, coreano, que su padre le había presentado poco antes. Al parecer aquel hombre mayor había conocido a su tía Sunghee en la isla de Hansan, donde ella tenía una casita. Heecheol había pasado allí el verano anterior, pero no tenía un recuerdo grato de aquellas vacaciones, entre otras cosas, porque su tía había muerto poco después.
El hombre le sonrió y él dedujo que su expresión aterrada le había indicado que no tenía ni idea de qué responder a la pregunta. Con una leve inclinación de cabeza y un guiño, le dio la respuesta.
—Sí, por supuesto —aceptó Heecheol, y así terminó la reunión.


—¿Por qué no me llamaste? —preguntó Im Siwan en coreano a su abuelo, que estaba sentado en un sillón con un tobillo vendado y apoyado en un escabel—. Sabes que hubiera venido enseguida. Además, ¿qué has venido a hacer a Tokio? Después del último susto que nos dio tu corazón, creía que el médico te había recomendado no volar.
—He venido por negocios —declaró Im Siwon escuetamente.
—Pero hace años que dejaste de ser mayorista de pescado —le recordó Siwan.
—No me refiero a ese negocio. Lo cierto es que te llamé hace seis días, y un joven de tu oficina en Hongkong me dijo que te habías ido unos días fuera y que no se te podía molestar a no ser que se tratara de una emergencia —el anciano levantó una ceja—. Como sólo te llamaba para decirte que iba a quedarme en tu piso de Tokio unos días, no vi razón para molestarte.
Siwan hizo una mueca. No podía decir nada; era cierto que había dejado aquellas instrucciones a su secretario, y se sentía muy culpable por ello.
Sus abuelos lo habían dado todo por él. Hacía treinta y ocho años, Xichen, su único hijo joven, se quedó embarazado del dueño de un yate que estaba visitando la isla. Para proteger a su hijo y a su nieto de la censura de la pequeña comunidad en la que vivían, se trasladaron a Seúl, donde nadie los conocía. Cuando Xichen murió en el parto, ellos pasaron a ocuparse de Siwan.
Éste no conoció a su padre biológico hasta que acabó sus estudios universitarios de ciencias empresariales. Se negó a suceder a su abuelo en el negocio de venta de pescado al por mayor que éste tenía y aceptó un trabajo en un crucero. En un ataque de ira, Siwon lo había comparado con su padre, un francés que se hacía llamar por un título nobiliario y que se pasaba la vida de puerto en puerto seduciendo jovencitos.
Siwan no tardó un segundo en ir en busca de su padre, a pesar de que nunca le habían molestado demasiado las circunstancias de su nacimiento, y lo encontró viviendo en una gran mansión en Francia, con su esposo y sus dos hijos, ambos mayores que él. Cuando Siwan se identificó, él hizo un gesto de desprecio y se despidió de él diciéndole:
—He estado con decenas de jóvenes e incluso si hubiera estado soltero cuando conocí al pueblerino coreano que era tu appa, nunca me habría casado con él —y después, ayudado por sus igualmente despectivos hijos, echó a Siwan de su casa.
Siwan siguió con sus planes y se embarcó en el crucero, donde hizo amistad con un rico banquero neoyorquino que lo contrató como ayudante para realizar sus operaciones de Bolsa. Cuando el barco llegó a Hongkong, aquel hombre le ofreció un puesto a Siwan en su empresa, puesto que éste había destacado especialmente en su trabajo, y cuatro años después, creó su propia empresa: Zea Internacional.
Siwan miró a su abuelo con una mezcla de frustración y cariño.
—Nada de lo que hagas o quieras me supondrá nunca un problema, Siwon. Sólo tienes que decir lo que quieres y lo tendrás, ya deberías saberlo.
Siwon estaba envejeciendo. A sus setenta y siete años tenía el rostro surcado por mil arrugas, pero sus ojos aún delataban la determinación que lo había empujado a establecer su negocio años atrás con su amigo Hyukjae. Siwan le debía la vida a aquel hombre que, en realidad, era su única familia.
—No intentes engatusarme, Im Siwan.
Siwan se puso tenso. Sabía que el anciano estaba enfadado o tenía algo en mente, pues de otro modo no habría usado su nombre completo; su appabuelo había querido llamarlo al ver sus ojos grises, que le recordaron a un lobo, porque significaba cazador de este animal.
—Lo que quiero es verte casado y con niños; ver la continuación de la familia, pero dada tu aparente aversión al matrimonio y las parejas que eliges, ya casi no me quedan esperanzas —le mostró una revista a Siwan—. Échale un vistazo a tu última elección, probablemente el joven con el que has pasado los últimos días —señaló las páginas centrales—. Yeo Jingoo no es precisamente el retrato de un appa y esposo.
Siwon tenía razón; Siwan había estado saliendo con Jingoo las últimas semanas, pero no tenía ninguna intención de casarse con él. ¿Por qué tendría que hacerlo? No le gustaba nada que Siwon metiese las narices en su vida sexual... Y, en cuanto al matrimonio, Siwan no confiaba en las parejas a largo plazo.
La experiencia le decía que las parejas casadas estaban tan deseosos de meterse en su cama como las solteras, si no más, aunque él siempre había evitado involucrarse con casados. La única excepción que había hecho a aquella norma aún lo atormentaba por las noches.
El abuelo de Siwan seguía con su acalorado discurso en coreano:
—Pensaba que tenías mejor gusto. ¿Es que no sabías que se operó la nariz a los diecinueve años? Eso puedo tolerarlo, pero esto último... ¡un trasero falso! No había oído nada igual en la vida.
—¿Cómo? Déjame ver... —saltó Siwan, tomando la revista de manos de su abuelo. Siwon tenía razón. Una de las fotos lo mostraba saliendo de un restaurante con él, y el artículo detallaba todas las operaciones estéticas a las que se había sometido y hablaba del nuevo hombre con el que se le había visto últimamente.
Siwan no pudo reprimir un muy descriptivo apelativo en coreano.
—No podría estar más de acuerdo —apuntó Siwon, con una leve sonrisa
—No me di cuenta... —comento Siwan en voz baja, lo cual fue casi una confesión para un hombre que se definía como un experto en el género. Se sentó en el sofá junto a Siwon y sonrió—. Conocí a Jingoo porque es decorador y mi secretario lo contrató para redecorar mi apartamento de Hongkong.
Lo que no le contó era que mientras le enseñaba el apartamento se había dado cuenta de que hacía casi un año que no se acostaba con alguien y pensó que ya era hora de hacer algo al respecto
—Si eso te tranquiliza, no tengo intención de casarme con él.
En un par de semanas, cuando la decoración del apartamento estuviera acabada, también lo estaría su relación con Jingoo. Además, a pesar de que era un joven muy bello e inteligente, y un amante experimentado, por algún extraño motivo él se había quedado con una extraña sensación de insatisfacción.
—¡Me alegro! En ese caso, podrás hacerme un favor —dijo Siwon—. Desde la muerte de tu abuelo he estado investigando cómo recuperar la casa que teníamos en Hansan. Cuando nos fuimos a Seúl se la vendí al carnicero del pueblo, pero esa casa había sido de mi familia durante generaciones; en esa playa fui concebido, al igual que tu appa, y allí cortejé a tu abuelo. Quiero recuperarla —declaró—. Con los años, lo único que le quedan a uno son los recuerdos, y los más felices de mi vida ocurrieron allí —Siwon suspiró—. El carnicero murió hace ocho años, pero antes de eso le vendió la casa a un empresario de Seúl. Las malas lenguas dicen que se la regaló a su amante, una botánica llamada Kim Sunghee. Yo la conocí hace años en Hansan; era una mujer adorable y me habló de su trabajo y de la empresa de cosmética homeopática que había creado con su hermano. Su hermano acabó casándose con el contable de la empresa, Kim Jongwoon, que promovió la expansión de la marca por todo Japón. Cuando le pedí que me vendiera la casa se negó en redondo. Más tardé me enteré de que su empresa había salido a Bolsa en el mercado alternativo de valores para reunir la financiación suficiente como para llevar la empresa a América, así que compré acciones con la esperanza de que eso me acercara a la señorita Kim y así poder convencerla de que me vendiera la casa.
Siwan frunció el ceño. La mayoría de las empresas de ese mercado alternativo eran negocios arriesgados.
—Haz lo que te aconsejo: vende tus acciones cuanto antes. Y de la casa... olvídate. ¿Es que no estás a gusto en la casa que mandé construir? Nunca antes te habías quejado.
—No. Es una casa muy bonita, pero desde que tu abuelo murió, me siento un poco solo. Tú nunca vienes.
—En eso tienes razón —admitió Siwan, pero lo cierto era que le molestó el no haber sabido que Siwon pretendía comprar la casa de Hansan; eso revelaba la poca atención que le había dedicado a su abuelo en los últimos años—. Intentaré ir más a casa, Siwon, pero te aseguro que Hansan ya no es como cuando tú eras joven. Ahora está lleno de turistas —Siwan lo sabía porque había ido allí con su yate el año anterior y, aunque el lugar era precioso, sólo había pasado una noche.
—Te equivocas —dijo el anciano con ojos chispeantes—. Por fin he encontrado un modo de recuperar la casa de mi familia. Cuando me enteré de que Kim Sunghee había muerto, compré más acciones —levantó una mano—. Antes de que protestes, te digo que las compré baratas.
Si la empresa se hundía esas acciones le saldrían caras, pensó Siwan, pero no quiso seguir discutiendo.
—La semana pasada recibí una notificación de una junta de accionistas, pues soy uno de los mayores inversores —continuó Siwon—. Estuve en la junta y después Kim me invitó a cenar a su casa esta noche y a la fiesta de cumpleaños de su hijo el fin de semana.
—Muy interesante, pero eso no explica cómo te torciste el tobillo y que si Hyukjae no me hubiera llamado a Hongkong, yo no me habría enterado de nada.
—Te iba a llamar en cuanto saliera del hospital, pero Hyukjae se me adelantó. Me tropecé en el escalón del salón —dijo Siwon, observando la decoración del apartamento de soltero de su nieto.
—Pues me alegro de que Hyukjae estuviera contigo...
—Claro. Hyukjae tiene tantas ganas como yo de que recupere la casa de mi familia. Nosotros nos conocimos en Hansan y siempre se quedaba en casa con tu abuelo y conmigo cuando su barco atracaba allí. Siempre pensé que tenía debilidad por tu appa, pero...
—Bueno, pero ¿cómo vas a recuperar la casa? —apremió Siwan.
—No voy a hacerlo yo, sino tú —declaró Siwon con una ancha sonrisa—. Conocí al hijo de Kim en la junta. Es un joven encantador que no sabe nada del negocio de la familia, pero tiene uno propio. Estuvimos charlando y me contó que había acudido a la junta porque era el heredero de su tía. Además, no sólo había heredado sus acciones, sino también la casita de Hansan.
—Qué bien —Siwan fue hacia el mueble bar y se sirvió un vaso de whisky con agua—. Entonces él ha accedido a vender y quieres que yo pague la casa, ¿no?
—No, le pregunté que si me vendería la casa, pero me dijo que no creía que eso fuera posible. No necesito que me ayudes a pagar la casa, pero sí que vayas a la cena en mi lugar esta noche. Quiero que utilices todos tus encantos con ese joven y que lo ablandes. Después, cuando yo vaya a su fiesta de cumpleaños el sábado, le explicaré lo mucho que significa esa casa para mí y que quiero dejársela a mi nieto. Cuando le pida que me la venda, estará dispuesto a acceder a todo lo que le pida.
—¿Quieres que lo seduzca? —dijo Siwan, mirando a Siwon con una ceja levantada—. Me sorprendes, teniendo en cuenta lo mucho que me criticas por playboy.
—No necesito que llegues tan lejos, aunque no creo que fuera un gran sacrificio para ti, porque es un chico encantador —Siwon esbozó una sonrisa picara—. Si tuviera cuarenta años menos, me ocuparía de esto en persona.
Siwan echó a reír.
—Eres incorregible. Está bien, dile a Kim que yo iré a la cena en tu lugar y haré lo posible por encantar a ese joven. ¿Cómo se llama?
Siwon estaba ya marcando el número de Kim en el teléfono:
—Mmmm… algo con Hee.
Siwan fue al baño para darse una ducha pensando en el lío en que se había metido y deseando por lo menos que el tal Hee fuera presentable.


Siwan volvió después de medianoche, cansado, pero con una sonrisa de satisfacción en la cara.
—¿Qué ha pasado? ¿Lo viste? ¿Te gustó? ¿Le gustaste tú a él? — preguntó Siwon en cuanto él cruzó el umbral.
—Sí a todo —respondió Siwan—, pero no me tenías que haber esperado despierto.
—Eso da igual. ¡Dime qué pasó!
Siwan se dejó caer en el sofá y se aflojó la corbata.
—Kim me presentó a su hijo Hee, y por una extraña coincidencia, ya lo conocía.
—¿Que lo conocías? ¿Estás seguro?
—Créeme, abuelo. Lo conocí en Hongkong hace años; era modelo y salimos unas cuantas veces. No tienes nada de qué preocuparte, el asunto está en el bote. Te lo prometo. Hee estaba encantado de verme y casi se abalanzó sobre mí cuando me vio. Mañana iré a cenar con él y para el domingo lo tendré comiendo de mi mano —se puso en pie y añadió—. Ahora, si no te importa, me voy a acostar. Y te sugiero que hagas lo mismo.

—Heecheol, te llaman por teléfono —gritó Minwoo—. Es el esposo de tu padre.
Heecheol se quitó los guantes y dejó la cesta que estaba rellenando con flores de verano para ir a responder al teléfono.
—Dime, Matias.
Heecheol escuchó las instrucciones del joven de su padre durante varios minutos sin decir nada. Su appa había muerto cuando él sólo tenía doce años después de una larga enfermedad. Su padre se casó a los seis meses con su secretario, appa soltero de un joven de dieciséis años, Kwanghee, que había dejado los estudios para ser modelo.
Entonces Heecheol estudiaba en un internado y, aunque su padre adoptó a Kwanghee y le dio su apellido, ellos nunca se vieron como hermanos, sino como amigos lejanos.
—¿Tienes alguna duda, Heecheol?
—No, todo está muy claro —respondió él cuando por fin pudo decir algo—. Ya he pedido las flores que querías y estaré allí el sábado a primera hora para que la casa esté decorada para el cumpleaños de Kwanghee —Heecheol colgó y le preguntó a Minwoo—. ¿Estás seguro de que no quieres que cerremos la tienda el sábado por la tarde y te vienes conmigo?
—No, gracias —replicó Minwoo—. Ya sabes que sólo soporto al bello Kwanghee en pequeñas dosis. ¿Cuántos cumple? ¿Veintiocho por cuarto año consecutivo?
—¡No seas bruja! Aunque la verdad es que tienes toda la razón. Hey, al parecer Kwanghee se encontró con un antiguo novio en la cena de ayer.
—¿La cena a la que no fuiste por un dolor de cabeza ficticio? —se burló Minwoo.
—Sí... al parecer él aún está soltero y es tremendamente rico. Kwanghee quiere atraparlo, así que no se puede mencionar por ningún motivo su verdadera edad.
—No me sorprende en absoluto.
—¡Qué malo eres! —dijo Heecheol sonriendo.
—Ojalá tú fueras un poco malo a veces —suspiró Minwoo—. Ya es hora de que salgas a divertirte un poco de nuevo.
—Bueno, voy a ir a la fiesta del sábado —dijo—. Ya es hora de que te vayas a comer. Jian llegará en cualquier momento, y Ray también — Jian era un aprendiz y Ray un empleado que, aunque florista titulado, pasaba la mayor parte del tiempo haciéndose cargo de los repartos.
—Me voy, pero, Heecheol, lo digo en serio. Kevin murió hace dos años y, por mucho que lo quisieras, ya es hora de que vuelvas a salir con hombres, o al menos, que vayas planteándotelo en lugar de quedarte petrificado frente a cualquier chico guapo. Aparte de ser aburrido, el celibato no es bueno para la salud.
Para gran vergüenza de Heecheol, él no había llevado a rajatabla ese celibato en los últimos dos años. Había cometido un error enorme que había jurado no repetir, pero no se atrevía a confesarlo ni a su mejor amigo.
Una vez que Minwoo se hubo marchado, Heecheol se dijo a sí mismo que ya había conocido a su alma gemela y que le había perdido. Todo empezó cuando el appa de Heecheol murió y él empezó a pasar más tiempo con su tía Sunghee. A ella le encantaba la jardinería, pero su padre vendió su casita en el campo con su impresionante jardín para comprarse un apartamento en la ciudad, al gusto de su buen esposo. Por suerte, la tía Sunghee le dio total libertad para practicar su afición en su jardín. Ella era profesora de botánica en el Imperial College de Tokio, algo que siempre fascinó a Heecheol, pero el joven investigador que trabajaba con su tía, Jung Kevin, lo fascinaba aún más. Se enamoró perdidamente de él y éste acabó convirtiéndose en su amigo y confidente.
Cuando acabó el instituto, a los dieciocho años, Heecheol se dio cuenta de que no tenía un cerebro académico como para ir a la universidad, pero sí tenía cierto talento artístico. Por eso se matriculó en un curso de jardinería de dos años. Allí fue donde conoció a Minwoo. Para entonces la relación con Kevin se había convertido en un profundo amor, y fue él quien animó a los dos amigos a que abrieran su tienda. Su vida era maravillosa, y fue aún mejor cuando con veintidós años se casó con Kevin en una boda de cuento de hadas.
Su felicidad fue breve, pues Kevin murió cuatro años después en un accidente de aviación. A los dos les gustaba el vuelo sin motor, y Heecheol siempre se sintió culpable por no haber estado con él ese día por haberse quedado terminando un trabajo.
Cada vez que pensaba en él, se le encogía el corazón de tristeza, pero gracias al apoyo de Minwoo los últimos dos años, había superado la etapa de las lágrimas y ya podía enfrentarse al mundo, por pocas ganas que tuviera de hacerlo.

—Feliz cumpleaños, Kwanghee —saludó Siwan nada más entrar en casa de los Kim. Le había dado su regalo de cumpleaños el día anterior; una bolsa de Prada, nada demasiado personal—. Creo que ya conoces a mi abuelo...
Él no lo dejó acabar.
—Oh, claro que lo conozco —Kwanghee le dedicó una sonrisa radiante—. Siento que se hiciera daño en el tobillo. Lo cierto es que no puedo negar que me encantó que Siwan viniera a la cena en su lugar —miró a Siwan—. El destino hizo que nos volviéramos a encontrar, ¿verdad, cariño? —e inclinó la cabeza para que él lo besara.
Siwan conocía a muchos jóvenes como él, sofisticado y consciente de sus encantos, y no le costó besarlo levemente en los labios. Lo que le sorprendía era que Siwon considerase atractivo a aquel modelo delgadísimo de casi un metro ochenta de alto.

Heecheol bajó las escaleras observando complacido el centro de flores de la mesa. Desde la muerte de Kevin había ido a muy pocas fiestas, pero no podía excusarse de asistir a aquélla. Echó los hombros hacia atrás, y miró a su alrededor hasta encontrarse con el chico del cumpleaños. Kwanghee estaba inclinando la cabeza hacia atrás pidiendo un beso que no le fue denegado. De gran altura, tenía la espalda ancha y el pelo negro, y era la pareja perfecta para Kwanghee.
En ese momento, Heecheol se fijó en el hombre mayor que estaba junto a ellos y se apoyaba en un bastón con puño de plata. Tenía una expresión de furia contenida y parecía sentirse tan fuera de lugar como Heecheol, pero ésta reconoció su rostro enseguida.
—Señor Im —dijo, acercándose a él—. Encantado de volver a verlo — y levantó la mano para estrechársela.
—El placer es mío —dijo él, tomándole la mano para besarle el dorso—. Por favor, llámame Siwon.
—Claro, Siwon —rió Heecheol.
Siwan sintió cómo Siwon le tiraba de la chaqueta y en ese preciso instante reconoció aquella voz. Se giró lentamente y lo vio... todos y cada uno de los músculos de su cuerpo se tensaron al instante. Conocía a aquel joven de la forma más íntima posible; él había envenenado sus sueños durante todo el último año y, a pesar de que lo despreciaba por su falta de moral, su cuerpo aún sufría de pasión por él. Antes de pronunciar un saludo apropiado, Kwanghee lo agarró por el brazo y le habló al joven.
—Heecheol, cariño, te presento a Siwan, el hombre tan maravilloso del que te había hablado.
Siwan oyó la voz de Kwanghee, pero sólo se quedó con el nombre: ¿Heecheol? ¿Qué había pasado con Chelie? Seguro que era el pseudónimo que usaba cuando engañaba a su marido. Pero, a pesar de ser un joven infiel, tenía un aspecto aún más fantástico de lo que recordaba.
La primera y única vez que lo había visto hasta entonces había sido cuando hizo un crucero en su yate con varios amigos por algunas islas del continente, como hacía todos los veranos. Era el cumpleaños de uno de sus acompañantes y habían bajado a comer a la isla de Hansan.
Cuando él había salido del restaurante para tomar un poco de aire fresco, lo vio. Él estaba solo, sentado en la terraza de un bar del puerto, bebiendo a sorbitos una copa de vino. No llevaba ni una gota de maquillaje, pero estaba precioso, como recién salido de un cuadro de Rossetti. Tenía un rostro fino y bien dibujado, unos labios jugosos y rosados y pelo castaño.
Mientras lo miraba, una pareja que salía del bar chocó con su mesa y la jarra y su copa de vino cayeron sobre él. Él se levantó de un salto y Siwan corrió en su auxilio.
Él había aceptado sin dudarlo su ofrecimiento de ir al yate para limpiarse las manchas de la camisa y shorts blancos que llevaba. El encuentro sexual que tuvieron después de eso fue el mejor de su vida, y cierta parte de su anatomía despertó al recordarlo, pero enseguida recordó con rabia lo que había pasado después. Sin mirarlo a los ojos, se levantó de la cama, recogió su ropa y su bolso, y se metió en el baño.
Cuando había regresado, completamente vestido, se estaba colocando una alianza en el dedo. Siwan se levantó de la cama, sin querer comprender lo evidente.
—Estás prometido —dijo.
—No... casado —respondió él—. Y esto ha sido un gran   error.
Siwan había salido con montones de jóvenes, y se había acostado con buen número de ellos, pero nunca con uno casado. Tan furioso consigo mismo como con él, le dijo:
—Para mí no, cariño. Ha estado bien, pero será mejor que te vayas. Mis invitados volverán en cualquier momento y preferiría que no te vieran, especialmente un invitado en particular.
Él lo miró horrorizado, dándose cuenta de lo que quería decir. Después se dio la vuelta y se marchó sin decir más, dejándolo allí desnudo, furioso y asqueado con los dos. No había tenido una aventura de una sola noche desde que era adolescente y su norma era salir al menos tres veces antes de acostarse con él, pero aquella vez había roto todas sus reglas... y con un joven casado.
Al mirarlo en aquel momento lo vio tan sereno, tan elegante, que le costó recordar al apasionado joven que había compartido su cama. Llevaba un sencillo pantalón negro y camisa negra con cuello abierto revelando la perfección de su cuello y un asomo de su pecho. Su cabello negro. Era la perfección absoluta de pies a cabeza, y no podía olvidar la imagen de su cuerpo desnudo bajo aquella ropa. Siwan contuvo el aliento. Por primera vez tenía celos de su abuelo por tener toda la atención de aquel joven, su bella sonrisa...
¡No! ¡Estaba casado!



3 comentarios:

  1. O____O
    Me hice bolas!!!
    Pero me encanta el rumbo de la historia!!! Quiero mas!!!!

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  2. Me encanta. Ya quiero saber de que viene el cuento del matrimonio de Hee.

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  3. Ya se hicieron bolas...las confuciones a la orden del día
    El Hee del cual su abuelo le habló,no es el Hee en el cual debería de estar "trabajando" para obtener la casa.
    Luego resulta que al Hee que debe tratar ya lo conoce...y muy bien...fisicamente claro.
    Y Heecheol aún no lo ve...se le va a ir el color de la cara.

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yota´s news : De regreso?

 Buenas tardes a todas las lectoras. Después de un año  y casi 4 meses regreso a saludarlas y comentarles nuevas.  Me gustaría decirle...