Herencia -Final



A la semana siguiente, Jian seguía intentando borrar de su mente el fin de semana. Sólo tenía que fingir que lo vivido en Star Island no era más que una estúpida fantasía, y entonces podría enfrentarse al hecho de que Lee Sang le había roto el corazón.

No era real. Nunca había sido real. Ese día no había ido a la oficina, sino que se había quedado en casa, trabajando en sus diseños originales, ignorando las punzadas de culpa cada vez que se acordaba de Ryeowook y de Donghae. A media tarde las piernas se le empezaron a entumecer, así que se levantó de delante del ordenador y fue a la cocina por el segundo donut.

De repente oyó que llamaban a la puerta. Rápidamente dejó el donut en la caja y se limpió el azúcar de las comisuras de los labios.

¿Sería Sang? En ese caso no abriría la puerta. No lo haría. No tenía absolutamente nada que decirle. Fue hacia la puerta. Miró por la mirilla. Era Taeho, cargado con una enorme pizza y una botella de tequila.

–Pepperoni y salchichas –le dijo al abrir la puerta, entrando directamente–. Espero que tengas limas.

Sólo eran las tres y media de la tarde; demasiado pronto para empezar con los margaritas, pero… Llevaba todo el día comiendo basura, así que un poco más no suponía una gran diferencia.

–¿Cómo lo llevas? –le preguntó Taeho, yendo hacia la mesa de la cocina.

–Bien –dijo Jian.

–Mientes muy mal.

Jian no pudo negarlo. Sin embargo, tampoco podía decirlo en alto, porque si lo hacía, entonces se volvía dolorosamente real.

–Así que todo era una estratagema… –le dijo a su amigo, yendo hacia la nevera para sacar unas limas–. Pero también sabíamos que podía pasar. Sang estaba intentando ahorrarse dinero a toda costa, y yo luchaba por mi carrera. Nuestros puntos de vista eran irreconciliables desde el principio –hizo una pausa y retomó el control de sus emociones–. Aunque tengo que admitir que no esperaba que fuera tan bueno.

El día anterior había sentido rabia, a la mañana siguiente tenía el corazón roto, y esa tarde no sentía más que vergüenza de sí mismo por haber caído en la trampa tan fácilmente.

–¿Y el proyecto? –le preguntó Taeho.

–Sigo adelante con mi proyecto inicial, sin escatimar en detalles –dijo, señalando el ordenador con la punta del cuchillo–. Voy a añadir un helipuerto y una cascada. Será fabuloso. Seguramente me darán un premio –hizo una pausa y entonces su rostro se puso triste y serio–. No quiero vengarme ni nada parecido – dijo con sinceridad–. Odio la venganza. Me siento como si me estuviera vengando de Donghae en vez de vengarme de Sang –se apoyó contra la encimera, dándose por vencido.

Sabía que no podía hacer algo así. Sabía que no podía gastarse el dinero de los Lee en un diseño que a Donghae jamás le hubiera gustado. Su risa sonó como un sollozo.

–¿Ji? –Taeho se levantó y rodeó la barra.

–Estoy bien –dijo Jian, respirando hondo. Pero no era cierto. Estaba a punto de renunciar a su carrera y a su futuro por una familia que ni siquiera era la suya.

***


–¿No es genial saber que nos hemos comportado como idiotas? –dijo Ungjae, apoyando la cabeza en las palmas de las manos y estirándose en la silla acolchada que estaba junto a la ventana del despacho de Sang. Éste estaba de pie, demasiado inquieto como para sentarse cuando su mente no hacía más que buscar una solución–. Quiero decir… A veces no se está seguro, pero otras veces, como en este caso, sabes con certeza que te has comportado como un absoluto imbécil –añadió.

–¿Estás hablando de mí o de ti? –Sang cruzó los brazos sobre el pecho. Su mirada estaba perdida en el horizonte.

–Estoy hablando de los dos.

–¿Y qué tendría que haber hecho de forma diferente? –dijo Sang, volviéndose.

–No lo sé –dijo Ungjae, sonriendo al verle enfadado–. A lo mejor no deberías haber fingido que estaban casados.

–Estoy casado.

–Pero creo que no por mucho tiempo.

–No va a divorciarse de mí –dijo Sang, sacudiendo la cabeza–. Ésa es su baza.

–Engatusarlo para que modificara el proyecto es una cosa, pero tú no eres un bastardo sin corazón, Sang. ¿Por qué jugaste así con sus emociones?

Sang sintió un arrebato de ira. Lo que había hecho con ella no era asunto de Ungjae.

–¿Y qué me dices de ti? –le preguntó, desviando la pregunta–. Te acostaste con Taeho.

–Eso fue un simple flirteo.

–¿Y qué crees que fue lo mío?

–No sé, Sang. Dímelo tú –dijo Ungjae, incorporándose y mirando el paquete de documentos que estaba sobre la mesa.

–Eso no es nada –dijo Sang.

–Has puesto a nueve detectives privados en el caso.

–¿Y? –él quería algo rápido, así que cuantos más, mejor.

–¿De qué te ha servido?

–Se supone que no tenía que servirme a mí.

En realidad era para Jian, para ponerle una sonrisa en el rostro y borrar para siempre esa cara de tristeza que se apoderaba de él cuando hablaban de la familia Lee, de su familia. Pero tanto esfuerzo no había servido para nada. A pesar de todos los investigadores que había contratado, todo lo que había conseguido averiguar sobre el pasado de Jian se reducía a una vieja fotografía
de un periódico en la que aparecían sus abuelos y su appa cuando era niño. La casa de la familia había sido pasto de las llamas. Sus abuelos habían muerto en el incendio y su madre se había quedado sin nada con dieciséis años, dos años antes de que él naciera.

La foto, dos nombres y una tumba… Eso era todo lo que había desenterrado.

–¿Sigues pensando en dárselo?

–Sí –dijo Sang, encogiéndose de hombros, fingiendo que no era para tanto–. A lo mejor se lo envío.

–¿Enviárselo?

–Sí.

–¿No quieres verlo en persona?

–¿Qué? ¿Qué voy a decirle? ¿Voy a presentarme en su casa para que vuelva a ponerse furioso y me cante las cuarenta?

Lo cierto era que se moría por volver a verlo, aunque sólo fuera para soportar sus gritos de rabia. Pero, ¿qué sentido tenía? Le había traicionado, una y otra vez.

–Deberías decirle que vendiste el barco.

–Ya. Por supuesto.

No había tenido elección. Gracias a la venta de uno de sus barcos había conseguido setenta y cinco millones de dólares, más o menos lo que necesitaría para llevar a cabo el lujoso proyecto de Jian. A esas alturas ya debía de estar trabajando a toda máquina en sus diseños iniciales, y la única forma de darle lo que quería era concederle carta blanca.

–¿Crees que una vieja foto y un montón de dinero supondrán alguna diferencia?

–Tienes que intentarlo, Sang.

–No. No tengo que hacerlo.

–Estás enamorado de él.

–No. No lo estoy.

–Tú… Maldita hijo de… –dijo Ungjae, soltando un fría risotada y poniéndose en pie.

–No estoy enamorado de Jian.

Jian le gustaba y, sí. Se hubiera quedado con él algún tiempo más. Se hubiera despertado a su lado cada día durante todo el tiempo que Jian hubiera querido, e incluso había llegado a imaginar cómo hubiera sido tenerlo a su lado mucho tiempo. Pero eso no eran más que fantasías. No tenían nada que ver con el mundo real. En el mundo real eran enemigos. Quería recuperar su carrera y él quería mantener intacta su empresa. Nada se podía hacer ya excepto seguir adelante.

–Te vi la cara cuando se fue. Te conozco de toda la vida, Sang.

–Tú no sabes nada –Sang le dio la espalda.

–¿Vas a mentirme a mí? ¿Ése es tu próximo gran plan?

–No tengo ningún plan.

–Bueno, pues mejor será que se te ocurra uno, o vas a perderlo para siempre.

Aquellas palabras se le clavaron en el corazón.
No amaba a Jian. No podía amarlo. Hacerlo sería un completo desastre. Tragó en seco.

–¿Y qué pasa contigo?

–Yo ya tengo un plan –dijo Ungjae, fingiendo estar decidido y satisfecho–. Aún no sé si estoy enamorado de Taeho o no, pero todavía no estoy dispuesto a dejarlo ir.

–Así es como empieza todo –dijo Sang.

–¿Y esto lo sabes porque…? –dijo Ungjae, levantando las cejas.

–¿Cuál es tu plan?

–Voy a secuestrarlo. Él quería un pirata, así que tendrá a un pirata. ¿Me dejas el yate?

–No puedes secuestrarlo.

–Ya verás.

Sang vio auténtica determinación en los ojos de su amigo y, durante una fracción de segundo, deseó poder hacer lo mismo con Jian.


***

Tres margaritas más tarde, Jian se echó un poco de agua fría en la cara en el pequeño cuarto de baño de su apartamento. Taeho y él llevaban más de media hora riéndose sin parar y ya casi no podía contener las lágrimas. Que Sang lo hubiera engañado como a un tonto no parecía tener importancia. Se había enamorado de él de pies a cabeza y, por mucho que tratara de engañarse a sí mismo, no podía evitar echar de menos al hombre que había conocido en Star Island. Se secó la cara, se peinó un poco el cabello y trató de recomponer sus emociones. Quería beber hasta perder la consciencia, pero ya era hora de dejar de regodearse en la miseria. Su carrera en Seúl había terminado.

Por lo menos aún tenía las maletas hechas.

Una lágrima solitaria se deslizó por su mejilla. Se la secó con impaciencia y salió del cuarto de baño con paso decidido. Pasó por delante del dormitorio y siguió hacia el salón.

Al llegar a la puerta se detuvo en seco. Sang estaba allí, impresionante y sexy.
Jian se quedó de piedra, boquiabierto. Estaba demasiado sorprendido como para ponerse furioso, demasiado aturdido como para llorar…

–Hola, Jian.

–¿Eh? –le dijo, algo confuso todavía.

–Vine a disculparme.

–¿Dónde está Taeho? –preguntó, mirando a su alrededor–. ¿Cómo has…?

–Taeho se fue con Ungjae.

Jian sacudió un poco la cabeza para ver si era una alucinación. Pero no. Él realmente estaba allí.

–¿Y por qué iba a hacer eso?

–Él lo secuestró. Creo que no lo verás durante unos días.

–No puede hacer eso.

–Eso le dije yo, pero creo que a esos dos no les importan mucho las reglas.

–Taeho es abogado.

Sang pensó en ello un momento.

–Sí –admitió–. A lo mejor Ungjae tiene algún problema que otro cuando lo traiga de vuelta.

–¿Es una broma? –preguntó Jian, pensando que Taeho podía salir de su escondite en cualquier momento.

En lugar de contestar, Sang dio un paso adelante. El corazón de Jian se aceleró.

–Se fue en mi yate –dijo, todavía avanzando hacia él y taladrándolo con la mirada.

–¿Entonces eres cómplice de un secuestro? –exclamó Jian. Todavía no podía creerse que estuviera allí.

–Ungjae me dijo que como Taeho quería un pirata, le iba a dar uno.

–¿Es por eso que estás aquí? ¿Para ayudar a Ungjae?

–No.

–¿Por qué entonces?

–Porque tengo algo para ti.

–Espero que sea un cheque importante –le dijo. Él todavía no tenía por qué saber que había abandonado el proyecto.

–En realidad, sí lo es.

–Bien –dijo él, asintiendo con la cabeza, fingiendo indiferencia.

–Setenta y cinco millones.

Jian necesitó unos segundos para asimilarlo.

–¿Qué? –exclamó, dando un paso atrás.

–Vendí un barco.

–¿Qué?

–Te estoy dando setenta y cinco millones de dólares para el proyecto. 

Jian parpadeó varias veces.

–Pero ésa no es la verdadera razón por la que estoy aquí.

De repente una chispa de esperanza lo iluminó por dentro, pero Jian no se dejó engañar. No podía confiar en él. Había aprendido la lección, por las malas, una y otra vez.

–He venido a darte esto. No es mucho –dijo él, entregándole un sobre.

Mirándole con ojos incrédulos, Jian levantó la solapa del sobre y sacó una vieja fotografía. En ella aparecía una pareja de unos veintitantos años con un niño, en la playa. La reseña decía…
Los turistas disfrutan de las celebraciones del Cuatro de Julio.

Jian no entendía nada.

–Wang Kangta y Wang Boa –dijo Sang suavemente y Jian sintió que se le paraba el corazón–. Fue todo lo que pude conseguir. Hubo un incendio en su casa en el año 1983. Tus abuelos murieron, pero los detectives encontraron esa foto en los archivos de un periódico de Nueva Jersey. El niño pequeño es tu appa.

Jian se quedó sin palabras.

¿Sus abuelos? ¿Sang había encontrado a sus abuelos? ¿Los había buscado? Casi de forma involuntaria, sus dedos apretaron la foto con fuerza, y entonces perdió un poco el equilibrio.
Sang le puso una mano en el hombro para ayudarlo a mantenerse en pie.

–Me he tomado tres margaritas –le dijo, avergonzado.

–Ahora entiendo por qué Taeho se fue como si nada.

–¿Cómo? ¿Dónde? –dijo Jian, totalmente confundida. ¿Por qué había hecho algo así?

–Contraté a unos cuantos investigadores. Empezaron a buscar la semana pasada. Cuando me lo dijiste, no pude soportar el dolor que había en tus ojos –le dijo, apretándole el hombro.

Jian sintió un nudo en la garganta. Su pecho ardía de emoción.

–¿Y cómo voy a odiarte ahora? –le dijo con un hilo de voz. Él respiró hondo y cerró los ojos un instante.

–No vas a odiarme –le dijo, apartándole el pelo de la frente.

Su mano se quedó allí, tocándole el cabello, desencadenando un cosquilleo que le hacía estremecer. Pero no podía confiar en él. No confiaba en él.

Él deslizó la mano hasta su mejilla, le sujetó el rostro y lo miró a los ojos. Jian vio una expresión en ellos que era fácil de reconocer, fácil de amar.

Iba a besarle, tal y como había hecho muchas veces. Sus labios se acercaron más y se humedeció los suyos propios, preparándose para un momento exquisito.

–No tienes que odiarme –susurró él–. Tienes que amarme –se detuvo a un milímetro, apenas rozándole los labios–. Porque yo te quiero,Ji. Te quiero muchísimo –y entonces lo besó, con dulzura y pasión, estrechándola entre sus brazos.

Jian se aferró a él, se acomodó contra él. La alegría más genuina le embargaba en ese momento.
Después de un largo minuto, se separaron por fin.

–Haz todos los cambios que quieras –le dijo él–. Venderé media flota si es necesario. Pero no vuelvas a dejarme. Nunca.

–He dejado el proyecto –le dijo.

–¿Qué? –dijo él, retrocediendo–. ¿Por qué?

–A Donghae no le hubiera gustado.

–Donghae no importa. El pasado no importa. Sólo importa el futuro, Jian. Y tú eres el futuro. Eres mi futuro.

Jian sintió una ola de felicidad con sólo imaginar lo que le deparaba la vida al lado de Sang; un hombre tan tierno y dulce.

–Has encontrado a mis abuelos –le dijo con la voz temblorosa.

–Sí. Sé que están enterrados en Daejeon.

–¿Sabes dónde fueron enterrados?

–Sí.

–¿Te he dicho que te quiero? –le dijo, sin poder contener las lágrimas.

–No. No lo has hecho. Y ya empezaba a preocuparme.

–Bueno, pues sí te quiero.

–Menos mal –él respiró hondo y lo abrazó con más fuerza–. Le dije a Ungjae que me diera una hora. Si las cosas no iban bien, también te iba a secuestrar.

–No harías tal cosa.

–Sí que lo haría. De una forma u otra, tú y yo vamos a empezar una nueva generación de pequeños piratas Lee.

Jian se rió.

–Donghae estaría encantado.

–Sí. Y seguramente esté disfrutando del éxito de su plan. De hecho, casi lo oigo reírse desde aquí.

Jian volvió a mirar la foto de sus abuelos. Su abuelo era alto, su joven abuelo tenía el cabello rizado y claro, y su appa parecía tan feliz con un cubo y una pequeña pala de plástico…

–No me puedo creer que hayas hecho esto.

–Podemos ir a ver sus tumbas. Le cambié el yate a Ungjae por un helicóptero. Nos está esperando en el helipuerto más cercano.

Jian lo miró, asombrado. Y entonces lo abrazó con todo su ser.

–Mejor vamos dentro de un rato, ¿te parece?

Él respiró hondo, le quitó la foto de la mano y la dejó sobre una mesa. Sus ojos se oscurecieron y se inclinó para besarlo de nuevo.

–Mejor dentro de un rato –repitió él, tomándola en brazos y llevándoselo al dormitorio.



***

Después de un secuestro que duró algo más de un mes, la boda de Ungjae y Taeho se celebró en Star Island, en el jardín de la casa de los Na, junto a la piscina. El joven novio estaba radiante y el novio no cabía en sí de felicidad. Toda la jet set de Seúl estaba allí y, según el tío Ryeowook, aquélla era la fiesta más grande que se había celebrado en la isla desde los años cuarenta. Después del consabido brindis, cortaron una tarta de cinco pisos y entonces empezó el baile. Sang se llevó a Jian a un lado.

–No podemos irnos ahora –dijo éste.

–Volveremos en unos minutos –le dijo él, abriendo la puerta del garaje.

–Sang –le dijo, protestando.

–¿Qué?

–¿Estás loco?

–Loco por ti –dijo él, volviéndose rápidamente para darle un beso en la punta de la nariz.

–No es broma.

Desde aquella tarde en el apartamento, y tras visitar la tumba de sus abuelos, estaba embriagado de amor.

–Yo no me estoy riendo –le dijo él, apoyado en el lado del pasajero del carrito de golf–. Sube.

–Ni hablar –dijo, cruzándose de brazos. No iba a abandonar a Taeho el día de su boda.

–Muy bien. Como quieras –lo levantó en el aire y lo sentó en el asiento.

–¡Oye!.

–Hay algo que quiero enseñarte –subió por el lado del conductor y arrancó.

–No me puedo creer que me estés secuestrando –dijo, quejándose.

–Es la sangre de pirata.

–No puedes hacerme desaparecer en mitad de una boda –levantando la barbilla.

Sang esbozó una sonrisa pícara y lo llevó hasta la propiedad de los Lee. Al entrar en los jardines del palacio, Jian se relajó un poco. Aquel lugar se había convertido en su sitio favorito, con su historia maravillosa y todos los recuerdos agradables que guardaba.

Sang paró delante de la capilla, bajó del vehículo y fue a ayudarle. Jian sacudió la cabeza, confundido.

–¿Es esto lo que querías enseñarme? –le preguntó. Había estado en esos jardines unas cien veces.

–Paciencia.

–Tendré paciencia después de la recepción. En serio, Sang. Tenemos que volver.

Él lo agarró de la mano y lo condujo hasta los peldaños que llevaban al interior de la capilla.

–¿Qué estamos haciendo? –le preguntó, sin saber qué hacer.

Una sonrisa conspiratoria se dibujó en los labios de Sang. Metió la mano en el bolsillo de la chaqueta del esmoquin y sacó algo.

Jian miró con atención. Era un anillo antiguo, de oro, con un zafiro en el centro, rodeado de diamantes.

–No sé cuántos años tiene –dijo Sang–. Pero creo que pudo pertenecer a KRY.

–¿Lo robó? –preguntó Jian, levantando la vista.

–Esperemos que no –los ojos de Sang brillaron y entonces lo tomó de la mano, dando un paso adelante–. ¿Te casarás conmigo, Ji?

–Sí. Ya lo he hecho –dijo sin entender nada todavía.

–Lo sé –dijo él, sonriente–. Pero creo que la primera vez no fue como debía ser –miró hacia la vieja capilla–. Es una tradición que los Lee se casen aquí.

–¿Quieres que…? –dijo Jian, sintiendo un nudo de emoción.

–Eso es. Cásate conmigo, Jian. Aquí y ahora. Ámame de verdad cuando pronuncies los votos y prométele a mi familia que te quedarás a mi lado para siempre.

–Oh, Sang –dijo sintiendo el picor de las lágrimas.

En ese momento se abrió la puerta y un sacerdote salió a recibirlos.

–Por aquí, por favor –les dijo, volviendo a entrar en la pequeña iglesia.

Sujetando su mano, Sang lo llevó hasta el altar que KRY había construido para su propia boda, la primera boda que se había celebrado en la isla.

De repente se oyeron unos pasos detrás y Jian se volvió. Eran Taeho y Ungjae, todavía vestidos para su propia boda.

–Oh, no –exclamó Jian en voz baja.

–Insistieron mucho –le susurró Sang.

Cuando se detuvieron frente al altar, uno de los empleados del castillo le dio un ramo de flores a Jian. Rosas blancas. Del jardín de Donghae. Aquello no podía ser más perfecto.

Taeho y Ungjae tomaron posiciones y Sang rodeó a Jian con el brazo para decirle algo al oído.

–Te quiero mucho, Jian –le dijo con un hilo de voz.

–Y yo te quiero a ti –susurró él, con el corazón lleno de gozo.


–Entonces pongamos este anillo en tu dedo –le dijo él, acariciándole la mejilla y secándole las lágrimas.




1 comentario:

  1. Ahhhh
    Ya????
    😥
    Y yo que pe. Se que el jo en novio de KRY
    Seria algo de Jian...
    Pero bueno, todo salio bienb! 😎

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yota´s news : De regreso?

 Buenas tardes a todas las lectoras. Después de un año  y casi 4 meses regreso a saludarlas y comentarles nuevas.  Me gustaría decirle...