Herencia -7




Jian no daba crédito. ¿Cómo podía estar allí sentado y fingir que no pasaba nada?

–Creo que tomaré el atún –dijo Leeteuk.

Tanto él como su marido miraron a Jian con una expresión interrogante. Sang deslizó la mano aún más arriba, y él estuvo a punto de gemir.

–¿Jian? –le dijo.

–Rúcula –atinó a decir finalmente.

–El risotto está delicioso –dijo Leeteuk, intentando ayudarlo a decidirse.

Jian trató de sonreír, pero el gesto no le quedó muy natural. En realidad estaba apretando los dientes para aguantar la ofensiva sexual de Sang. Balanceando la pesada carta contra la mesa, la sujetó con una sola mano y bajó la otra hasta ponerla sobre la de él.

–Para –le susurró con disimulo–. Por favor –añadió, desesperado.

Él se detuvo, pero entonces volvió la mano y agarró la de suya para acariciarle la palma.
Una nueva ola de deseo recorrió a Jian por dentro. Podía apartarse de él en cualquier momento, pero no quería. Quería disfrutar de esa sensación, sentir la descarga de adrenalina que le tenía en un puño…


–El salmón –dijo Sang con decisión, cerrando la carta y dejándola a un lado.

–La salsa de eneldo es excelente –dijo Leeteuk, hablando por encima del borde de la carta.

–Por qué no engorda sigue siendo un misterio para mí –dijo Kangin, acariciándolo.

–Es que tengo un buen metabolismo –dijo su esposo, defendiéndose.

–¿Y tú qué quieres? –Sang se volvió hacia Jian, sin dejar de obrar su magia con las manos.
El doble sentido reverberó en el aire.

Lo miró a los ojos, sabiendo que era imposible ocultar el deseo.

–Risotto –consiguió decir.

–¿Y de postre? –le apretó más el muslo.

–Lo decidiré luego.

Él esbozó una lenta sonrisa de satisfacción. Sus ojos emitían destellos de victoria.
Y justo cuando Jian estaba a punto de sucumbir sin remedio al hechizo de sus caricias, oyó la voz de Taeho, desde algún remoto rincón de su mente.

«¿No crees que existe una posibilidad remota de que haya sido una maniobra de distracción?...».

Lo estaba haciendo de nuevo. Y le estaba dejando, por voluntad propia. En ese momento la ola de humillación lo golpeó como un jarro de agua fría y la lujuria se convirtió en rabia.

–No quiero postre –le dijo con firmeza, agarrándole la mano y quitándosela de encima con un movimiento rápido.

–Crème brûlée –dijo Leeteuk–. Eso es lo que quiero.

Sang miró a Jian un instante, y entonces decidió dejarlo por el momento. Esa vez no iba a funcionar. Por suerte, Leeteuk comenzó a hablar sobre un viaje a Suiza que había hecho recientemente. Jian se dedicó a escucharlo y trató de responder a sus preguntas con gracia e inteligencia.

Los platos se sucedieron uno tras otro hasta llegar al postre, pero Sang no volvió a tocarlo.
Cuando Leeteuk y Kangin se marcharon por fin, su irritación se había convertido en auténtica furia.

Mientras el camarero retiraba los últimos platos, Taeho y Ungjae aparecieron de nuevo.
Taeho se sentó junto a Sang y puso el maletín entre ambos. Ungjae, por el contrario, tomó asiento enfrente de Jian. Su cara era un libro abierto.

–Te robaron el maletín –dijo Taeho, yendo al grano–. Te robaron el maletín.

Jian ya se imaginaba lo que había ocurrido. Se volvió hacia Sang y lo fulminó con la mirada, exigiendo una explicación.

–Estaba en mi maletero –dijo él en defensa propia–. Mi maletero. Además, son mis diseños.

–Los diseños son míos –le dijo Jian con firmeza.

–Pero yo te pago para que los hagas.

–Eso no te da derecho a robárselos –añadió Taeho en un tono imperativo.

–Yo no discutiría con él –murmuró Ungjae en un tono serio.

Taeho le lanzó una mirada de advertencia, pero Sang no se dejó amedrentar.

–Me recuerdas a mi profesora de matemáticas –le dijo en un tono sarcástico.

–Pues parece que no aprendiste nada con ella –dijo el abogado.

–¡Me robaste el maletín! –exclamó Jian, reclamando la atención de todos–. ¿Todo esto de la cena era una estratagema? –sacudió la cabeza, contestándose él mismo–. Claro que sí. Eres un ser despreciable, Lee Sang. Si no le hubiera dicho a Taeho que me habías invitado a este sitio… Y si él no fuera tan suspicaz…

Harto de aquel pulso verbal, Jian decidió capitular.

–Muy bien. Adelante –dijo, señalando el maletín–. De todos modos no hay nada que puedas hacer para cambiarlos. Si no te gustan, ya puedes empezar a quejarte. Me trae sin cuidado.

Sang no perdió ni un segundo. Agarró el maletín, lo abrió rápidamente y extendió los diseños sobre la mesa.

–¿Es que has perdido el juicio?   –exclamó de repente. Sus ojos relampagueaban.


***

En su despacho, el lunes por la mañana, Sang tuvo que hacer un gran esfuerzo para desterrar de su mente las fantasías con Jian. Estaba enojado con él por aquellos extravagantes diseños, y ésa tenía que ser su prioridad, por su propio bien y por el bien de la empresa.

–…Diez millones de dólares –le estaba diciendo Cho Kyuhyun desde el otro lado del escritorio.
Al oír la cifra, Sang volvió a la realidad.

–¿Qué? –preguntó.

Kyuhyun buscó algo en el enorme archivador que tenía sobre el regazo. El hombre, cada vez más canoso, ya rondaba los sesenta y cinco años. Había sido el abogado y consejero legal de su abuelo durante más de treinta años.

–Rentas, comidas, salarios de profesores, transportes… Todos los costes han sido inflados en los informes. La fundación tiene un saco enorme de facturas atrasadas. La cuenta bancaria está en números rojos. Así es como me di cuenta.

Sang no podía creer lo que estaba oyendo. ¿Cómo se habían descontrolado tanto las cosas?

–¿Quién ha hecho esto?

–Por lo que sabemos, fue un hombre llamado Lawrence Wellington. Era el gestor regional en la ciudad. Y desapareció al día siguiente de la muerte de Donghae.

–¿Has llamado a la policía?

–Podríamos dar parte –Kyuhyun cerró el archivador. Su expresión era impasible, tranquila.

–Por supuesto que vamos a informar de esto –Sang puso la mano sobre el teléfono.

Un malhechor le había robado el dinero de su abuelo; o peor aún, había robado dinero de la fundación benéfica que había creado para ayudar a niños desfavorecidos.

–Puede que no sea una buena idea.

Sang se detuvo y levantó las cejas; ya tenía los dedos sobre los botones.

–Eso generaría mucha publicidad.

–¿Y?

–Podría ser un circo mediático. La fundación benéfica, el nombre de tu abuelo… Lo arrastrarían todo por el fango. Los benefactores se pondrán nerviosos, los beneficios podrían caer; podrían cancelar algunos proyectos… Nadie quiere que su nombre se vea relacionado con el de un criminal, por muy noble que sea la iniciativa de la organización benéfica.

–¿Crees que resultaría así? –preguntó Sang, sopesando las distintas posibilidades. Kyuhyun podía tener razón.

–Conozco una empresa muy buena de detectives privados –dijo Kyuhyun–. Con un cheque puedo sacar a la empresa de este aprieto. ¿Puedes asumir el coste?

«Menuda pregunta…», se dijo Sang a sí mismo.

Al igual que cualquier otra empresa de transportes del mundo, Lee había visto menguar su capital líquido durante los últimos años. Tenía barcos parados en el puerto, y otros en dique seco, deteriorándose y acumulando enormes facturas en reparaciones. Los clientes retrasaban continuamente los pagos porque tampoco disponían de capital efectivo y los bancos apenas daban créditos.

Y Jian… Diseñando el Taj Mahal en vez de un edificio de oficinas funcional y práctico.

–Claro –le dijo a Kyuhyun–. Te daré un cheque.

Puso en contacto a Kyuhyun con su director financiero y le pidió a Amy que llamara a Jian.
Mientras esperaba por él, le dio la vuelta a la silla giratoria y contempló el paisaje urbano a través de la enorme ventana. No podía dejar que el legado de su abuelo se derrumbara en un abrir y cerrar de ojos.

Unos minutos después oyó como se abría la puerta. Tenía que ser Jian. Amy hubiera anunciado a cualquier otra persona.

–Cierra la puerta, por favor –le dijo sin darse la vuelta.

–Muy bien –dijo Jian, yendo hacia el escritorio.

Él se volvió lentamente, se puso en pie y rodeó el escritorio.

–Cierra, por favor –repitió él con contundencia.

–Sang, tenem…

Él pasó por su lado rápidamente y la cerró él mismo.

–Preferiría que no… –la voz de Jian se apagó.

Él se había dado la vuelta bruscamente y parecía atravesarlo con la mirada. La camisa que llevaba era insinuante, con algunos botones desabrochados, enseñando una pizca de piel color marfil y aterciopelada. Sang sintió un nudo en el estómago que se apretaba cada vez más, así que se alejó un poco de él, dando unos pasos hacia el escritorio.

–Preferiría… –dijo Jian, yendo hacia la puerta. Él lo agarró del brazo.

Jian miró el lugar donde lo sujetaba con fuerza.

–¿Qué haces? ¿Es que vas a pegarme? –le dijo, molesta.

Eso ni siquiera se acercaba a lo que en realidad quería hacer. La noche del viernes se había ido a casa con los músculos rígidos como piedras. Había pasado casi toda la noche dando vueltas en la cama, sintiendo una extraña mezcla de rabia y excitación, y cuando por fin se había quedado dormido, allí estaba él, en sus sueños, sensual y seductor, llamándolo y alejándose al mismo tiempo.

–¿Te estoy asustando? –dijo, mirándolo fijamente.

–No.

–¿Te molesta?

–Sí.

–Pues es tu problema –le espetó con indiferencia.

–Claro que es mi problema –Jian apretó los dientes.

–Tú también me has hecho enojar.

–Pobrecito –le dijo con sorna.

–¿Te estás burlando de mí?

–Yo soy el que manda aquí –le dijo Jian, cruzando los brazos.

Él soltó una carcajada de sorpresa y trató de disimular la excitación que se apoderaba de él.

–Sé que yo llevo la voz cantante aquí y no hay nada que puedas hacer para obligarme a…

Él dio un paso adelante. La paciencia estaba a punto de agotársele y su esposo tenía que entrar en razón, de una forma u otra.

Las pupilas de Jian se dilataron y sus labios se entreabrieron.

–¿Obligarte a qué?

–Sang –dijo él en un tono de advertencia, aunque sus ojos delataran la confusión y el temor que sentía en realidad.

–¿Obligarte a qué? –repitió él.

Jian no contestó, pero sí se humedeció los labios con la punta de la lengua. Sang tragó en seco y dio otro paso adelante hacia él, mirándole los labios. Accidentalmente le rozó el muslo al acercarse.

Los labios de Jian se suavizaron y su respiración se volvió más profunda.

Él inhaló su fragancia, exótica e irresistible, y entonces le acarició la mejilla con los nudillos. Jian no lo hizo detenerse, sino que cerró los ojos y se frotó contra su mano. Y entonces Sang ya no pudo aguantar más el aluvión de deseo. Ladeó la cabeza y, sin pensarlo siquiera, rozó sus labios contra los de ella; suaves, flexibles, calientes y deliciosos.

Una explosión de sensaciones lo sacudió por dentro. De repente volvía a estar en el yate. La brisa marina los acariciaba y el cielo estrellado era el único testigo de su pasión. Lo rodeó con ambos brazos y él hizo lo mismo; la piel enrojecida con el rubor de la lujuria. Jian encajaba en él a la perfección, acurrucándose contra él en todos los rincones de su cuerpo.

Sang le hizo moverse hacia atrás y lo acorraló contra la pared del despacho. Bajó las manos y lo agarró del trasero, palpando sin pudor la firmeza de su carne, resistiendo la tentación de frotarse contra él.

Jian encendía un fuego en el que nunca antes se había quemado. Le tocó el cabello, enredando los dedos en las finas hebras aterciopeladas, y entonces le sujetó el rostro con ambas manos, colmándolo de besos al mismo tiempo, en el cuello, a lo largo de los hombros, en el borde de la camisa. Jian entreabrió aún más los labios, buscó su lengua húmeda y apretó su pecho contra su pectoral, asegurándose de que él pudiera sentirlo. Y entonces se puso de puntillas y le devolvió el beso con la misma pasión, deslizando las manos por debajo de su chaqueta. Sang podía sentir aquellas manos pequeñas, calientes y vibrantes, a través del tejido de la camisa. Quería arrancársela a jirones del cuerpo, desnudarlo y terminar aquello que siempre empezaban, pero que no terminaban nunca.

De repente se oyó el timbre de un teléfono. A través de la puerta llegaban ruidos provenientes de la oficina externa; la voz de Amy, alguien respondía… Sang volvió a la realidad de inmediato, consciente del lugar en el que se encontraban. Haciendo un gran esfuerzo, se obligó a parar de inmediato. Sujetó la cabeza de Jian contra su propio hombro y respiró profundamente. Toda la ira que había sentido por él un rato antes se había desvanecido.

–Lo hemos vuelto a hacer –dijo casi sin aliento.

Jian se puso tenso y trató de apartarse de inmediato.

–Es por esto que no quería cerrar la puerta.

Él lo soltó, fingiendo que no era lo más difícil que había hecho jamás.

–¿No confías en ti mismo? –le preguntó en un tono sarcástico. No podía dejarle ver lo mucho que le hacía perder el control.

–No confío en ti –le dijo por enésima vez.

Sang no pudo sino reconocer que aquello era justo. Ni siquiera él podía confiar en sí mismo.

–¿Por qué querías verme? –dijo Jian, alisándose la blusa y peinándose con los dedos.

Sang le dio la espalda. Mirarlo sólo le traería más problemas.

–¿Podemos sentarnos? –señaló dos sillas cercanas a los ventanales.

Sin decir ni una palabra Jian tomó asiento y miró por la ventana, cruzando las manos sobre el regazo. Las hormonas de Sang seguían en plena efervescencia, así que tuvo que respirar hondo varias veces antes de sentarse frente a él.

–Acabo de hablar con el abogado de mi abuelo –le explicó, sin mirarla a la cara. Tenía que convencerlo para que desistiera de una vez de sus planes de reforma. El tema era más importante que nunca y no podía permitirse otro intento fallido.

Jian se volvió hacia él y arrugó los labios.

–¿Qué quieres decir?

–Quiero decir lo que acabo de decir –Sang se rindió y lo miró por fin.

–¿Qué ha ocurrido? –él se inclinó adelante en la silla–. ¿Me han sacado del testamento? ¿Has encontrado algún vacío legal o subterfugio? ¿Me estás echando? –se puso en pie de un salto–. Si me estás echando, deberías haberlo dicho antes de… –gesticuló con las manos–. Antes de…

–No te estoy despidiendo. Y ahora, ¿quieres volver a sentarte, por favor? – Sang se levantó.

–¿Qué está pasando? –Jian lo miró con escepticismo.

–Siéntate y te lo diré –él señaló la silla y esperó.

Jian lo fulminó con una negra mirada, pero finalmente volvió a su silla.

–Ha surgido un problema con la fundación benéfica de mi abuelo.

Jian guardó silencio. Sus rasgos no revelaban emoción alguna.

–Un antiguo empleado ha desfalcado grandes sumas de dinero de la cuenta de la fundación.

Hizo una pausa para ver si reaccionaba, pero no fue así.

–Por tanto, voy a tener que transferir dinero de Lee Transportation a la fundación. Si no lo hago, algunos de sus proyectos tendrán que ser cancelados; proyectos como las tutorías de refuerzo extraescolar, y también los comedores de beneficencia.

–¿Necesitas que firme algo?

Él sacudió la cabeza.

–¿Entonces de qué se trata?

–Lee Transportation dispone en estos momentos de muy poco líquido y las cosas seguirán así por lo menos durante un año –Sang se preparó mentalmente–. A lo mejor tenemos que considerar seriamente un recorte de presupuesto para el proyecto de reforma del edificio.

–Oh, no, no puedes hacer eso –se cruzó de brazos.

–Déjame…

–Estás tratando de jugar con mis sentimientos.

–No estoy tratando de jugar con nada.

–Lo haces para pillarme desprevenido.

–Te estoy ofreciendo sinceridad y cordura –le dijo, y era cierto. Le estaba ofreciendo la cruda realidad.

–Hace un momento nos estábamos besando y ahora… –chasqueó los dedos en el aire–. Me pides que haga esa clase de concesiones.

–Una cosa no tiene nada que ver con la otra –Sang sintió el latigazo de la rabia.

–Bueno, esta vez no funcionará, señor Lee Sang –le dijo, dando un golpe de melena–. ¿Un desfalco en las cuentas de la fundación de tu querido abuelo? ¿Crees que me voy a creer eso?

–¿Crees que miento?

–Sí.

–Te enseñaré los extractos bancarios, los movimientos…

–Puedes enseñarme todo lo que quieras, Sang. Cualquier quinceañero con un portátil podría falsificar extractos financieros.

–¿Dudas de la integridad de mis contables?

–No. Dudo de tu integridad –le dijo, poniéndose en pie de nuevo. Listo para la batalla, levantó la barbilla.

Él volvió a levantarse.

–Has probado la evasión, la coacción, las amenazas, el robo, la seducción… ¿Y ahora tratas de manipularme emocionalmente? –le preguntó Jian, tocándose el pendiente de oro que llevaba puesto.

Él apretó la mandíbula y se mordió la lengua.

–Por Dios, Sang. El pobre abuelo, la fundación benéfica, unos pobres niños hambrientos… ¿Hasta dónde eres capaz de llegar? Me sorprende que no hayas añadido algún cachorro maltratado a la lista –se tocó el pecho con la punta del dedo índice–. Voy a hacer la renovación y la voy a hacer a mi manera. Y, a cambio, tú consigues media empresa y unos papeles de divorcio. Es una ganga, así que deberías dejar de intentar cambiar los términos del acuerdo.

Furioso hasta la médula, Sang volvió a tragarse las palabras. Sabía que cualquier cosa que dijera no haría sino empeorar las cosas. Necesitaba un plan de emergencias, pero desafortunadamente ya se le habían acabado todos.

Jian se puso erguido y dio media vuelta. Un segundo después se oyó un portazo.
Sang aflojó los puños, cerró los ojos un instante y se dejó caer en el asiento.

Wang Jian era imposible de convencer. Sospechaba de todo, estaba decidido y, además… era tan increíblemente sexy.

Estaba a punto de echar abajo un legado de más de trescientos años y no tenía ni idea de cómo detenerlo.

 ***

–Jian me va a arruinar, y no hay nada que pueda hacer para detenerlo – dijo, tomándose un buen trago de whisky.

–¿Y qué necesitas que haga exactamente? –le preguntó Ungjae, poniéndose serio de nuevo.

–Necesito que entre en razón.

–Sang, en serio. Deja de regodearte en tu propia miseria.

Sang respiró hondo.

–Muy bien. De acuerdo. Necesito que recorte el gasto del diseño, que me dé algo de una calidad razonable; un edificio de oficinas convencional. Nada de columnas de mármol, ni fuentes, ni palmeras, ni arcos de madera noble y, sobre todo, nada de acuarios gigantescos de agua salada.

Ungjae pensó en ello un instante.

–¿Y qué pasa con Donghae?

–¿Qué pasa con él? –preguntó Sang, sin entender.

–Donghae le dejó la empresa a Jian.

–¿Y?

–Y Jian tendría que ser muy cruel como para no solidarizarse con los deseos de Donghae.

Ungjae levantó su copa para brindar. Los cubitos de hielo repiquetearon contra el cristal.

–Eso es exactamente lo que deberías hacer.

–¿Pero qué deseos, Ungjae? ¿Dónde están esos deseos? Mi abuelo no dejó ningún deseo manifiesto.

–¿Crees que él querría un edificio vanguardista y visionario?

–Claro que no.

Ungjae esbozó una sonrisa conspiratoria y se terminó la copa de un trago.

–Entonces enséñale lo que tu abuelo querría. Enséñale quién era Donghae.

Sang levantó las palmas de las manos y sacudió la cabeza sin entender nada.

–Llévalo a la isla –dijo Ungjae.





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yota´s news : De regreso?

 Buenas tardes a todas las lectoras. Después de un año  y casi 4 meses regreso a saludarlas y comentarles nuevas.  Me gustaría decirle...