Herencia -8




–Va detrás de algo –dijo Jian al tiempo que Taeho dejaba una pizza de tamaño grande sobre la pequeña mesa del comedor de Jian–. Un hombre así no hace esa clase de ofertas porque sí.

Taeho volvió al recibidor, se quitó los zapatos, dejó la bolsa.

Era domingo por la tarde. El partido de los Bears estaba a punto de empezar en el canal de deportes.

–Desde luego que sí –dijo Taeho, siguiendo a su amigo hacia la cocina del apartamento–. Lo que yo quiero decir es que deberías aceptar.

Jian abrió el congelador y sacó una bolsita de cubitos de hielo.

–¿Y ponerme en sus manos?

–¿Una isla privada? ¿Mansiones? ¿Esa extraordinaria historia sobre piratas? No me importa lo que se traiga entre manos. Nos lo vamos a pasar fenomenal este fin de semana.

–¿Nos? –preguntó Jian.

–No te vas a ir a Star Island sin mí –le dijo Taeho, sentándose en un taburete frente a la barra de la cocina y apoyando los codos sobre la mesa.

–No voy a ir a Star Island –Jian echó una docena de cubitos en la coctelera.

No podía pasar un fin de semana entero con Sang.

–Es la oportunidad de tu vida –dijo Taeho.

–Sólo para los freaks de los piratas .

–No me llames eso –dijo Taeho en tono bromista–. Lo de Ungjae es más bien una obsesión tonta.

El abogado se quedó pensativo y entonces volvió al tema principal.

–Míralo de esta forma. Si no vamos a la isla, Sang intentará otra cosa. Si vamos, pensará que ha ganado. Así conseguiremos ir un paso por delante y estaremos preparados para su siguiente movimiento.

Jian tuvo que admitir que la lógica de Taeho tenía sentido. El problema era que no podía confiar en sí mismo en presencia de Lee Sang, y con sólo pensar en su próximo movimiento, sentía una avalancha de deseo que lo dejaba sin voluntad.


***

Fueron a Star Island en uno de los helicópteros de Imfact Air. Era la primera vez que Jian volaba. En los orfanatos nunca había presupuesto para vacaciones y un billete de avión siempre había sido un artículo de lujo para él.

Al llegar hicieron la primera parada en la casa de los padres de Ungjae, que estaba situada al lado del helipuerto privado. En el garaje de los Na había una pequeña flota de carritos de golf, los únicos vehículos de motor que había en la isla.

Los padres de Ungjae no estaban, pero la casa estaba llena de personal de servicio. El joven tío de Ungjae, Ryeowook, los recibió en el flamante recibidor decorado en tonos rojizos.

–Hola, muchachos –les dijo, tomando las manos de Ungjae–. Qué bien que has traído compañía, Ungjae.

–Hola, tío –dijo Ungjae, dándole un beso en la mejilla–. ¿Cómo estás?

–¿Cuál de estos hermosos jovencitos te acompaña? –preguntó Ryeowook, examinando a Taeho y a Jian de arriba abajo.

–Sólo somos amigos.

–Tonterías –Ryeowook le guiñó un ojo a Jian–. Este joven es muy buen partido –se acercó un poco más y bajó la voz como si fuera a confiarle un gran secreto–. Tiene dinero, ¿sabes?

Jian no puedo evitar la sonrisa.

–Bueno, este otro… –Ryeowook se volvió y apuntó con un dedo acusador en dirección a Sang–. Siempre ha sido un gamberro.

–Hola, tío Ryeowook –dijo Sang, haciendo acopio de toda su paciencia.

–Lo pillé en el armario de la ropa de cama con Minji.

–Ryeowook –dijo Sang, protestando.

–¿En serio? –exclamó Jian, sin esconder su interés.

–¿O era el chico de los Park? –Ryeowook frunció el ceño–. Nunca me gustó. Solía robarme mi crème de menthe. Fue en mayo, porque los manzanos estaban floreciendo.

Jian miró a Sang de reojo, disfrutando de su incomodidad. Él sacudió la cabeza, negándolo todo.

–Jian y Taeho se van a quedar en casa de Sang unos días –le dijo Ungjae a su tío.

–Ni hablar. Tú necesitas un esposo, chico –se puso entre Jian y Taeho y los agarró del brazo a los dos–. Tienen que quedarse aquí para que puedas conocerlos mejor. ¿Cuál te gusta más?

–Se van a quedar con Sang –repitió Ungjae. Ryeowook chasqueó la lengua.

–Tienes que aprender a defender lo tuyo, sobrino. No dejes que Sang se los lleve a los dos –miró a Jian–. ¿Tú lo quieres?

Jian se sonrojó.

–Me temo que…

El señor se volvió hacia Taeho sin dilación.

–¿Y qué pasa contigo? –le preguntó en un tono enérgico.

–Claro –dijo Taeho con una sonrisa traviesa–. Como bien ha dicho usted, Ungjae es un buen partido.

Ryeowook se puso muy contento. Sang se reía a carcajadas y el pobre Ungjae tenía una expresión de auténtico horror.

–Ven conmigo a la cocina, jovencito. Por aquí. Me ayudarás con el pastel – dijo Ryeowook, agarrando a Taeho del brazo y llevándoselo por un largo pasillo.

–¿No vas a ir con ellos? –le preguntó Sang a Ungjae, tratando de controlar las risotadas.

–Él solo se lo ha buscado –dijo Ungjae, sacudiendo la cabeza–. Que se las arregle él solito.

–¿Y el chico de los Park? –le preguntó Jian a Sang, dispuesto a no dejar el tema.

–Tenía quince años, y él tenía dos años más.

–¿Aha? –exclamó Jian, esperando más detalles.

–Me enseñó a besar.

–¿Y…?

–Y nada. ¿Estás celoso?

Jian frunció el ceño. Él estaba retomando el control.

–En absoluto.



–Por aquí, por favor –dijo Ungjae, señalando a través de un arco.

Después de darles un breve paseo por la flamante mansión, los llevó a una terraza provista de muebles cómodos y lujosos.

–Debes de hacer unas buenas fiestas aquí –le dijo Jian a Ungjae, mirando la barra y las dos enormes barbacoas.

Él asintió con la cabeza.

–Hay una sala de fiestas abajo y un montón de habitaciones. ¿Ves esos techos verdes que están debajo de la cordillera?

Jian se acercó a la barandilla y miró hacia la escarpada falda de la montaña.

–Los veo.

–Son cabañas para invitados. Hay un camino de servicio que rodea la montaña por detrás. A mi appa le encanta tener invitados aquí.

Jian bajó la vista y se encontró con una enorme piscina en forma de riñón con dos jacuzzis a un lado, rodeada del césped más fresco y verde.

Más allá de la propiedad de los Na, más cerca de lo que parecía una cala de arena blanca, y en dirección opuesta a las cabañas, había una especie de torreón de piedra, y un techo con formas irregulares que sobresalía por encima de los árboles.

–¿Qué es eso?

–Es la casa de Sang –dijo Ungjae.

–¿Vives en un castillo? –Jian se volvió hacia Sang, sorprendido.

–Es de piedra –respondió él, acercándose a la barandilla–. Y es laberíntico y complicado, así que supongo que se le podría llamar castillo. Bueno, si quieres sonar pomposo y hacer que se rían de ti.

–Es un castillo –dijo con entusiasmo, deseando explorar todos sus rincones–. ¿Cuándo fue construido?

–Hace algunos siglos –dijo Sang, sin especificar más.

–Fue construido en 1700 aproximadamente –dijo Ungjae–. Los Lee siempre le han dado mucha importancia a las raíces.

De repente Jian sintió un golpe de celos. ¿De cuántas generaciones estaban hablando? ¿Acaso todo tenía que ser perfecto en la vida de Lee Sang?

–Estoy deseando verlo –dijo en tono bajo y discreto.

Sang lo miró con atención, intentando descifrar su expresión.


–Los Lee restauran y conservan –explicó Ungjae–. Los Na prefieren echarlo todo abajo y empezar de cero.

–Farsantes –dijo Taeho, saliendo a la terraza. Con sus vaqueros y su camisa verde, parecía sentirse como en casa. Jian, por el contrario, estaba cada vez más inquieto e impaciente.

–¿Cómo va ese pastel? –le preguntó a su amiga, rehuyendo la mirada de Sang.

–Estamos todos invitados, o quizá debería decir «obligados» a quedarnos a cenar –dijo Taeho.

–Así es el tío Ryeowook –dijo Ungjae, mirando a Taeho con gesto serio–. Antes de llegar al postre ya te estará buscando un vestido de novio.

Taeho trató de domar su melena rubia, alborotada por el viento.

–No hay problema –dijo, mirando a su alrededor con indiferencia–. Podría acostumbrarme fácilmente a este lugar.

Ungjae puso los ojos en blanco al oír el comentario sarcástico.

–No tengo nada en contra de vivir del botín de unos piratas –añadió el abogado, sacudiendo la cabeza. Tiró de la cadena que llevaba puesta y sacó un medallón de oro que llevaba escondido. Lentamente, empezó a balancearlo delante de Ungjae.

Jian no tardó en reconocer la pieza y entonces se preparó para otra acalorada discusión entre Ungjae y Taeho. Era la moneda que habían comprado en aquella tienda de antigüedades.



–¿Todo bien hasta ahora? –preguntó Ungjae, apoyándose en la barandilla junto a Sang tras la cena.

Las luces de la casa de los Na iluminaban la noche y a lo lejos se divisaban destellos provenientes de la casa de Sang.

–Eso creo –Sang señaló a los tres jóvenes que estaban en el interior de la casa. Ryeowook estaba llevando a cabo su plan maestro–. Les está enseñando fotos de cuando Donghae y él eran jóvenes.

–Yo le comenté algo a Taeho –dijo Ungjae, atribuyéndose el mérito–. Y enseguida le preguntó a mi tío si tenía fotos.

–Bien pensado –reconoció Sang.

Ryeowook y Donghae se habían criado juntos en Star Island y, aunque a Ryeowook ya empezaba a fallarle la memoria, todavía recordaba muchas anécdotas que sin duda ablandarían el corazón de Jian. Esa vez no podría acusarle de tratar de manipularlo. Ejecutar un plan maestro a través del excéntrico tío Ryeowook era demasiado rebuscado, aunque, en realidad, eso era justo lo que estaban haciendo.

–Taeho no supone mucho problema –añadió Ungjae–. Hablas de piratas y se lanza de cabeza.

–Te tomas demasiado en serio lo de los piratas.

–Él se pone como loco –dijo Ungjae en un tono pensativo.

–Nuestros antepasados no eran boy scouts –dijo Sang.

–¿Sang? –la imperiosa voz de Ryeowook lo precedía antes de llegar a la puerta.

Sang levantó la vista.

–Ven aquí –le ordenó.

Ungjae soltó una risita disimulada al tiempo que Sang iba hacia el joven señor.

–Necesito tu ayuda –susurró, haciéndole señas para que se acercara más y mirando hacia el interior del salón.

–Claro –dijo Sang, inclinando la cabeza para escuchar mejor.

–Vamos a bajar a bailar.

A Ryeowook siempre le había gustado mucho la música, sobre todo la de las grandes orquestas, y el baile siempre había sido una parte importante de las obligaciones sociales en la isla.

–No hay problema.

–Tú pídeselo al pelirrojo, el joven Jian –le miró con un gesto conspiratorio–. Tengo un buen presentimiento respecto a Ungjae y al otro.

–Taeho –dijo Sang.

–Parece estar especialmente interesado en su trasero.

–Ryeowook –dijo Sang en un tono de reprimenda. El señor se rió con picardía.

–No soy un ingenuo.

–Nunca he creído tal cosa.

–Ustedes los jóvenes no inventaron el sexo antes del matrimonio, ¿saben?

–Estábamos hablando de bailar –dijo Sang y entró en la casa–. Jian –dijo, acercándose a los dos jóvenes, que estaban sentados en el sofá.

Estaban hojeando álbumes de fotos, unos de entre los muchos que estaban sobre la mesa.
Jian levantó la vista.

–Vamos abajo –le dijo él, señalando el camino–. Vamos a bailar.

Jian parpadeó, sin entender nada. Él sonrió de oreja a oreja y se acercó más. Lo agarró el brazo y le hizo ponerse en pie.

–Ryeowook nos está haciendo de Celestino –le susurró de camino a la escalera de caracol–. Me han obligado a tomarte como acompañante para que Ungjae pueda pedírselo a Taeho.

–Es muy agradable –dijo Jian, refiriéndose a Ryeowook.

–Son una familia de conspiradores.

–¿Sí? Bueno, mira quién habla.

Sang no pudo negárselo.

Al final de las escaleras se encontraron con una enorme sala de fiestas.

–¡Vaya! –exclamó Jian, dando unos pasos sobre el suelo de madera maciza y pulida. El techo estaba decorado con rutilantes bolas de discoteca.

El joven estiró los brazos y giró sobre sí mismo, sonriendo como un niño.

Un empleado estaba preparando el sistema de audio y en unos segundos comenzaron a sonar los primeros acordes.

Ryeowook, Taeho y Ungjae se unieron a la fiesta, riendo y bromeando.

–Necesitas un acompañante, tío –dijo Ungjae, agarrándolo de la mano.

–Oh, no seas tonto –dijo Ryeowook, dándole un manotazo–. Soy demasiado viejo para bailar.

Sang se acercó a Jian. Definitivamente él era el joven con lo que iba a bailar esa noche. Lo tomó en sus brazos con facilidad y comenzó a moverse al ritmo de la música, siguiendo la cadencia con sutileza y apartándose de los otros.

–Hace mucho que no hacemos esto –murmuró, sintiéndole contra el cuerpo.

–Y la última vez no terminó muy bien –dijo Jian, siguiendo el ritmo y dejándose llevar por él.

–Podría haber terminado mejor –dijo, dándole la razón. Podría haber terminado con él en la cama. Podría haber sido así.

De pronto se apartó un poco y contempló su bello rostro. ¿Por qué no había terminado así?

–Ryeowook me ha dicho que era el mejor amigo de tu abuelo, desde la infancia.

Sang asintió.

–Mi abuelo era el joven hijo del encargado de mantenimiento.

–Ryeowook me dijo que tu abuelo Donghae creció, se casó y murió aquí. Todo en esta isla.

Sang soltó una carcajada al oír tan desacertada descripción de la vida de su abuelo.

–Bueno, de vez en cuando sí que lo dejaban salir.

–Eso sí que son raíces.

–Supongo que sí.

–Y las tuyas son todavía más profundas.

–Supongo –le dijo él en un tono distraído. Sentir el tacto de su cuerpo era mucho más interesante que hablar de su propia familia en ese momento.

La canción terminó y enseguida empezó a sonar una balada. Ryeowook no estaba dispuesto a dejar que su plan romántico fracasara.

–Estaba pensando… –le dijo él de repente.

–Sh –dijo Jian, interrumpiéndole.

–¿Qué?

–No hables, por favor.

–¿Qué?... ¿Por qué no? –preguntó, sintiendo curiosidad.

–Estoy fingiendo que eres otra persona –le dijo en un susurro.

–Oh –dijo él con sutileza, ignorando el filo de sus palabras.

Cada vez se acercaba más, cerrando los ojos, dejándose llevar…

–Yo también estoy fingiendo que soy otra persona –suspiró–. Sólo un minuto, Sang, sólo durante esta canción. Quiero olvidarme del mundo y creer que éste es el único sitio para mí.

Sang sintió que se le encogía el corazón. Lo apretó contra su pecho y le dio un beso en la frente.
«Éste es el único sitio en el mundo para ti…», pensó en silencio.



Jian nunca había visto algo tan majestuoso como el castillo de los Lee. Todas las paredes tenían un revestimiento de madera y fastuosas arañas lanzaban sus destellos por todos los rincones. Taeho y él se alojaban en sendas suites de huéspedes del segundo piso, mientras que el dormitorio de Sang estaba en el tercer piso.

–¿Nunca te has perdido aquí? –le preguntó Jian a Sang por la mañana, mientras caminaban por un corredor que llevaba al ala norte.

Taeho se había ido a casa de los Na después del desayuno para nadar en la piscina y, según sospechaba Jian, también para flirtear con Ungjae.

–Supongo que sí, cuando era niño –le dijo él, abriendo la puerta que daba acceso a la sala de estar decorada en tonos azules que una vez había sido la de su abuelo–. Pero no recuerdo haberme sentido perdido aquí.

Jian entró en la hermosa estancia y miró a su alrededor con interés.

–¿Me das tu número de teléfono por si tengo que pedir ayuda? –le preguntó, bromeando.

–Claro –dijo él desde el umbral–. Pero puedes orientarte con las escaleras. En el ala central las alfombras son azules, en el ala norte son de color rojo vino, y en el ala este son de color dorado.

En la sala de estar de Donghae había un pequeño taburete color malva, varias mesas de madera tallada, butacones, un aparador lleno de figuritas de porcelana, y un piano, colocado sobre un altillo en un extremo de la habitación. Jian deslizó las yemas de los dedos sobre el exquisito tejido de los muebles, las superficies de madera pulida…

–¿Cuántos años tienen estas cosas? –preguntó, yendo hacia el piano.

–No tengo ni idea.

Jian tocó una tecla del piano, y la nota de música reverberó por toda la estancia.

–Mi abuelo solía tocar –le dijo Sang–. Ryeowook todavía toca a veces.

–Yo tocaba el clarinete cuando estaba en el instituto –dijo Jian, resumiendo su escasa experiencia musical. Fue hacia el aparador y contempló las figuritas de gatos, caballos, juegos de té… –. ¿Crees que le hubiera importado tener a una extraña curioseando?

–Él es la razón por la que estás aquí –le dijo él.

Jian se dio cuenta de que Sang seguía bajo el umbral. Al volverse captó una extraña expresión en sus ojos.

–¿Sucede algo? –le preguntó, mirando detrás, pensando que quizá se sintiera incómodo teniéndole allí.

–Nada.

–¿Sang? –se acercó un poco, confuso.

Él parpadeó varias veces y respiró hondo, apoyando la mano en el marco de la puerta.

–¿Qué?

–No he vuelto a entrar aquí… desde que…

Jian sintió que se encogía el corazón.

–¿Desde que murió tu abuelo?

Él asintió con la cabeza.

–Podemos irnos –dijo, yendo hacia la puerta rápidamente, como si hubiera hecho algo malo.

Sang esbozó una sonrisa y entró por fin en la habitación.

–No. Donghae puso a mi esposo en su testamento. Tienes derecho a conocerlo mejor.

–No esperabas algo así, ¿verdad? –le preguntó Jian, observándole con atención.

Él hizo una pausa y lo miró a los ojos con toda sinceridad.

–Eso es poco decir.

–¿Donghae estaba enojado contigo?

–No.

–¿Estás seguro?

–Estoy seguro.

–A lo mejor no venías a verlo lo suficiente.

Él sacudió la cabeza y se adentró más en la habitación. Jian lo siguió con la mirada hasta la ventana.

–En serio. ¿No crees que quizá le hubiera gustado que vinieras a verlo más a menudo?

–Supongo que sí.

–Bueno, quizá sea ésa la razón…

–¿Te dejó unos cuantos miles de millones porque yo no venía a verlo lo suficiente? –se volvió hacia él y cruzó los brazos sobre el pecho.

Jian dio un paso atrás.

–¿Qué hiciste para que se enfadara tanto? –le volvió a preguntar.

–No estaba enfadado conmigo –dijo él, suspirando.

Jian ladeó la cabeza y lo miró con ojos escépticos, cruzando los brazos.

–Muy bien –dijo él–. Estaba deseando que me casara y que tuviera hijos. Lo que yo creo es que intentaba acelerar el proceso sobornando a los candidatos.

–Eso es un buen plan –dijo Jian con convicción, admirando la determinación de Lee Donghae.

–Pero yo no estoy seguro de querer a esa clase de joven que se siente atraído por el dinero.

–El sólo quería lo mejor para ti –dijo Jian, defendiendo a Donghae–. Eras tú quien no cooperaba.

Él puso los ojos en blanco.

–En serio, Sang –Jian no pudo resistir la tentación de hacerle una broma–. Creo que deberías concederle por fin ese deseo a tu abuela. Cásate y ten una colección de pequeños piratas Lee.

–¿Es que vas a presentarte como voluntario? –le preguntó él, devolviéndole la broma.

–¿Quieres que te siga la broma? –Jian se sujetó el cabello detrás de las orejas y dio un paso.





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yota´s news : De regreso?

 Buenas tardes a todas las lectoras. Después de un año  y casi 4 meses regreso a saludarlas y comentarles nuevas.  Me gustaría decirle...