Herencia -10



Después de una intensa noche de pasión, Sang tenía a Jian en sus brazos y respiraba el dulce aroma de su cabello. Una sábana los cubría hasta la cintura, pero las mantas yacían en el suelo desde hacía mucho tiempo.

–Esto es maravilloso –le dijo Jian, poniendo una mano sobre el cabecero de madera labrada y contemplando las hermosas filigranas del techo.

–Esto sí que es maravilloso –dijo él, deslizando la punta de un dedo sobre su vientre hasta llegar a la curva de sus caderas.

–No sabía que había gente que vivía así –le agarró la mano y le dio un beso en la palma.

–A mí me llevó un tiempo darme cuenta de que hay gente que no vive así – admitió él.

–¿Fuiste un niño mimado? –le preguntó, apoyándose en un codo.

–Yo no diría tanto –dijo él, dibujando el contorno de su cadera con la mano hasta llegar al dorso de su rodilla–. Pero tenía unos cinco años cuando me di cuenta de que no todo el mundo tiene su propio castillo.

Los ojos de Jian se velaron. Ambos permanecieron en silencio un momento.

–Yo tenía unos cinco años cuando me di cuenta de que casi todo el mundo tenía padres –dijo él por fin.

Aquellas palabras produjeron una reacción inmediata en Sang. Su mano se detuvo allí donde estaba.

–¿Creciste sin tus padres?

Jian asintió y se volvió boca arriba, intentando esconder la emoción que le embargaba.

–¿Qué pasó?

–Mi madre murió cuando yo nací. No tenía familia, o por lo menos yo nunca los conocí.

–Ji –dijo él, apenado.

–No sabía quién era mi padre, o nunca me lo dijo –Jian dibujó un cuadrado con las manos–. Desconocido. Eso dice mi partida de nacimiento. Padre… Desconocido.

Automáticamente la mano de Sang se cerró sobre su piel.

–Yo no sabía… –dijo, y entonces se dio cuenta de que aquello no tenía mucho sentido.

No sabía nada porque nunca se había molestado en preguntarle. En ningún momento había deseado saber algo acerca de su vida, sino que había hecho todo lo posible por terminar con todo y deshacerse de él cuanto antes.

–Solía preguntarme quién era en realidad –murmuró Jian, casi como si hablara consigo mismo–. Un príncipe a la fuga, un huérfano, quizá un prostituto –su voz se endureció en ese momento–. A lo mejor mi padre era uno de sus clientes. ¿Qué crees que significa eso?

Sang le apartó un mechón de pelo de la cara.

–Creo que significa que tienes una gran imaginación.

–Podría ser cierto –le dijo, insistiendo.

–Supongo –dijo él, volviendo a trazar formas caprichosas sobre su vientre con las puntas de los dedos–. Yo soy un temible pirata y tú eres el doncell ultrajado. Pero no tengo ningún problema con ello. Me parece muy bien.

Jian agarró una almohada y le dio en la cabeza.

–A ti todo te parece bien.

–Sólo contigo –apartó la almohada y le acarició la cara, sabiendo que lo decía de verdad–. ¿Fuiste adoptado?

Jian guardó silencio un momento y él se arrepintió de haberle hecho la pregunta.

–Estuve en varios orfanatos –le dijo finalmente.

Sang se sintió como si acabaran de darle un golpe en el pecho.

–Lo siento mucho. No sé cómo he podido hacer tanta ostentación de…

–No lo sabías.

–Ojalá lo hubiera sabido.

–Bueno, yo quisiera haber crecido en un castillo, pero así son las cosas.

–Tenemos muchas habitaciones de huéspedes y todo –le dijo él en un tono bromista, intentando aligerar la conversación.

–¿Por qué no me encontraste antes?

–Ojalá lo hubiera hecho –dijo él, de corazón.

La sonrisa de Jian se desvaneció lentamente, pero tampoco se transformó en tristeza.
Sucumbiendo a la exigencia del deseo una vez más, Sang lo besó en los labios y lo estrechó entre sus brazos.

–¿Tan horrible fue? –se atrevió a preguntarle.

–Estaba muy solo –le susurró, y entonces soltó una carcajada–. No puedo creer que te esté contando todo esto precisamente a ti… de entre todas las personas…

–¿Qué pasa conmigo?

–Tú eres el tipo que me está arruinando la vida.

–¿Qué?

Él miró a su alrededor y extendió los brazos.

–¿Qué demonios hemos hecho?

–Estamos casados.

–Nos casó Elvis –de repente se levantó de la cama. Sang no quería que se fuera; no podía dejar que se fuera.

–¿Y mi albornoz?

–Abajo.

Jian masculló un juramento.

–No tienes que irte –le dijo él.

Se volvió hacia él, todavía desnudo, glorioso; la persona más increíble que jamás había conocido.

–Esto ha sido un error.

Él también se puso en pie y lo miró a los ojos.

–Puede que haya complicado un poco más las cosas –admitió.

–¿Un poco más?

–Las cosas no tienen por qué cambiar.

–Todo acaba de cambiar –vio la camisa de él y la recogió del suelo–. No deberíamos haber sucumbido a la química que hay entre nosotros. Y para que lo sepas, esto no significa que me has ganado la partida.

–¿Qué? –preguntó él sin entender.

–Tengo que llamar a Taeho –miró alrededor–. Probablemente esté abajo. Probablemente se esté preguntando dónde estoy.

–Taeho no está abajo –le dijo Sang con seguridad. Jian se puso su camisa por la cabeza.

–¿Y cómo lo sabes?

Sang rodeó la cama y se acercó a él.

–Taeho no va a venir esta noche.

–Pero… –Jian se detuvo y sólo le llevó un segundo entender la expresión de sus ojos–. ¿En serio?

–En serio.

–¿Estás seguro de que lo hicieron?

–Oh, estoy seguro.

–Quiero mis diez dólares –dijo Jian, intentando contener una sonrisa sin mucho éxito. Levantó la vista y lo miró de frente–. Voy a reformar el edificio. A mi manera.

–Supongo que añadir la condición de que te acuestes conmigo antes de sellar el trato sería inapropiado, ¿no?

–Y también ilegal.

–Soy un pirata. Lo legal me trae sin cuidado.

Jian no le contestó, pero tampoco retrocedió.

–Duerme conmigo, Ji –le dijo, apretando los puños para no tocarlo.

Jian vaciló y él contuvo la respiración. Miraba hacia todos lados, mordiéndose el labio inferior. Finalmente, Sang se dejó llevar por sus impulsos. Le agarró de la camisa y lo estrechó entre sus brazos.

–No puedo dejarte ir todavía.

«Quizá mañana. O quizá nunca…».



***

Sang encontró a Jian en la galería, contemplando un retrato de su abuelo.

–Hey –le dijo, acercándose por detrás y agarrándolo de la cintura.

–¿Crees que era feliz?

–Sí.

–¿Amaba a tu abuelo?

–Ven. Quiero enseñarte algo –sin responder a su pregunta, Sang lo condujo hacia la escalinata.

–¿Tu habitación?

–No. Pero me gusta que pienses así –lo guió hacia el primer piso y finalmente llegaron a la salita de estar de Donghae.

–¿Qué estamos haciendo?

–Quiero demostrarte que era feliz.

Sentó a Jian en un taburete y sacó un viejo álbum de fotos de la estantería de libros.

–Ése es él –dijo, señalando la foto de un joven con una sonrisa radiante. Su esposo estaba a su lado.

–Sí parecía feliz –admitió Jian ante la evidencia.

Jian pasó la página y encontró más fotos de fiestas. Los invitados reían, bebían ponche, jugaban al croquet y paseaban por los hermosos jardines. Había una orquesta tocando en una glorieta y algunas parejas estaban bailando. En algunas de las fotos aparecían niños, jugando y corriendo; entre ellos, Sang.

–Yo nunca he tenido un jardín –dijo de repente.

–Entonces supongo que no te ensuciabas tanto como yo –le dijo él, intentando bromear un poco.

–Una vez me di cuenta de que… –se detuvo y agarró el borde del álbum con fuerza.

–¿Ji? –él se lo quitó de las manos con sutileza.

–Iba a decir que… –dijo, cerrando los ojos un momento–. Iba a decir… Una vez me di cuenta de que la gente podía regalarme, deshacerse de mí –su voz se quebró–. Yo traté de ser bueno, muy bueno.

Sang sintió que se le rompía el corazón. Lo rodeó con el brazo y lo atrajo hacia sí.

–Lo siento, Ji –le susurró contra el cabello. El sacudió la cabeza a un lado y al otro.

–No es culpa tuya.

–Has pasado mucho tiempo solo –le dijo él, respirando profundamente.

–Estoy acostumbrado –le dijo, pero no era cierto. Nadie tenía por qué acostumbrarse a no tener una familia–. Mira… –dijo, secándose una lágrima solitaria–. Hay luna llena.

Él se volvió y miró por la ventana.

–Sí.

–¿Quieres ir a la playa?

–Sí –respondió él sin vacilar.


El agua salada y fría acariciaba la piel de Jian, pero Sang le daba calor con su cuerpo, sujetándolo contra su pecho. Por encima de su hombro izquierdo, podía ver las luces de la casa de los Na a lo lejos, y al otro lado divisaba el castillo de los Lee en todo su esplendor.

Pasaron unos minutos en silencio. Las olas frescas batían contra sus cuerpos y el sonido de la espuma de mar, al impactar contra la orilla, iba y venía con la brisa marina.

–Taeho va a quedarse unos días más. ¿Quieres quedarte tú también? –le preguntó Sang suavemente, meciéndolo en sus brazos.

Jian se puso rígido, sin saber muy bien qué le estaba preguntando.

–Con Taeho, unos días más… Podrías trabajar desde aquí.

–¿Y qué pasa contigo?

–Si tú te quedas… –le dijo él, esbozando una sonrisa cálida–. Entonces no me voy.

–De acuerdo –dijo, devolviéndole la sonrisa.

–¿Sí?

–Sí.

Él lo hizo girar en el agua y Jian enroscó las piernas alrededor de su cintura, agarrándole de los hombros para no perder el equilibrio.

La luna brillaba desde lo más alto del firmamento, rodeada de un manto de estrellas. Era la misma luna que había guiado a KRY hasta la isla; la misma que Donghae había contemplado de niño, y después como appa.

Sang bajó el ritmo y entonces se detuvo. Jian contempló los jardines iluminados que tanto había amado Donghae. El abuelo de Sang había sido el guardian del castillo, el que custodiaba la herencia de la familia… El edificio Lee era mucho más reciente, pero el espíritu de Donghae también estaba en él. A lo mejor él tenía razón. A lo mejor un cambio radical en el diseño no era tan buena idea después de todo…

–¿Sang?

–¿Mm?

Jian sintió la vibración de sus labios sobre el cuello.

–¿Podrías darme una copia de los diseños del arquitecto anterior?

Él retrocedió y levantó las cejas.

–¿En serio?

–Sí.

–Claro –asintió–. Claro que puedo.

–No te prometo nada –le dijo.

–Lo entiendo.

–Sólo voy a mirarlos –Jian no tenía ni idea de qué hacer a partir de ese momento. Su carrera estaba en juego, pero de alguna forma sentía que tenía un compromiso con la familia Lee.

–De acuerdo –dijo Sang, esbozando una sonrisa.

–No quiero despertar falsas esperanzas.

–Oh, Ji –dijo él, y entonces le dio un húmedo beso en los labios–. Mis esperanzas llevan despiertas algún tiempo.

Jian sucumbió a la tentación y parpadeó con un gesto de flirteo.

–¿Y qué es lo que esperas exactamente?

–A ti. Desnudo.

Jian se miró y luego lo miró a él, de arriba abajo.

–Eso me gusta.

–En mi cueva de piratas –lo besó de nuevo en el cuello, en la mandíbula, en la mejilla…

–¿Quieres un consejo, Sang?

–¿Que acelere un poco?

Jian se rió.

–Por cierto, para el futuro, eso que me acabas de decir probablemente sea más efectivo si cambias lo de la cueva por un castillo.

Él le agarró un pezón, frío y erecto en el aire húmedo. Gimió.

–Cueva –repitió él en un susurro gutural.

–Muy bien. Sí. Lo que sea.


***

Tres días más tarde llegaron los padres de Ungjae y, como de costumbre, llevaban invitados. Sang, por su parte, se alegró mucho de verlos. Después de la muerte de sus padres, lo habían apoyado mucho y él les estaría eternamente agradecido por ello. Sin embargo, su llegada significaba el final de su pequeña escapada con Jian. Ungjae jamás dejaría que un joven se quedara en la casa en presencia de sus padres, y ya era hora de volver al trabajo.

–Hablabas en serio cuando dijiste que traerían unos cuantos amigos –le dijo Jian de camino a la casa de los Na.

Se oía música a través de las ventanas y varios grupos de personas paseaban por la terraza.

–Lo más seguro es que Taeho se quede en mi casa esta noche –le dijo él–. Ryeowook no se da cuenta, pero con sus padres… Ungjae no…

–Lo entiendo –dijo, asintiendo.

Sang esperaba que Taeho reaccionara de la misma manera.

Al llegar al final del camino, apretó el botón del garaje para guardar el carrito de golf. A pesar de la alegría que le producía la llegada de los padres de Ungjae, había algo que lo inquietaba. Por más que lo intentaba no podía quitarse la sensación de que algo maravilloso estaba a punto de terminar. Bajó del vehículo, tomó la mano de Jian y lo condujo hacia la puerta por la que entraban en la fiesta. Incapaz de contenerse, se detuvo un instante. Le sujetó las mejillas con ambas manos y le dio un beso ardiente. Él le respondió, como siempre hacía, entreabriendo los labios, rozándole con su pecho, poniéndose de puntillas. Eso era lo que más le gustaba.

Le apretó la cintura con más fuerza.

Aquello no era un adiós. Jian trabajaba para él y los dos vivían en Seúl. Podrían verse cada día en la oficina. De hecho, estaban casados. Él no podía irse así como así y desaparecer de su vida. Tarde o temprano encontraría la forma de retenerlo a su lado.

–Si sigues así, jamás se creerán que somos compañeros de trabajo y nada más.

–Somos esposos –le recordó él.

Jian sonrió y le pasó la punta del dedo índice por la nariz, de un modo juguetón.

–No hacemos más que hacer teatro, ¿verdad, Sang?

Él abrió la boca para protestar, pero Jian dio media vuelta y subió las escaleras. Abrió la puerta y el momento se desvaneció.

Rápidamente Sang sujetó la puerta con una mano para que no se le cerrara en la cara. La música brotaba de los altavoces y un murmullo de voces inundaba el gran salón. Todos los empleados del servicio estaban trabajando ese día. Impecablemente vestidos, deambulaban por la estancia con bandejas de aperitivos y bebidas.

Al ver que Jian se dirigía hacia Taeho, fue tras él, pero entonces se vio interceptado por el padre de Ungjae y terminó enredado en una larga conversación. Para cuando terminó, Jian había desaparecido. Y Taeho también.

Después de pasear entre los invitados durante un buen rato, se encontró con Ungjae. Éste lo alcanzó frente al estudio de su padre y lo hizo entrar rápidamente. Parecía muy agitado. Fue hacia la barra y se sirvió una copa de whisky.

–¿Seguro que no te importa que Taeho duerma en tu casa hoy?

–No. En absoluto.

Ungjae arqueó una ceja, alzando el vaso vacío.

–No me importa. En absoluto –repitió Sang, adentrándose más en el estudio y dejando atrás el jolgorio de la fiesta.

–Todavía no se lo he dicho –le confesó Ungjae, dándole una copa y sirviéndose otra más.

–¿Quieres que te ayude?

Ungjae sacudió la cabeza y fue hacia la ventana.

–¿Qué pasa con Taeho?

Su amigo lo miró como si estuviera loco.

–El tío Ryeowook está empeñado en casarte lo antes posible –añadió Sang, en un tono jocoso–. Ten cuidado.

–Hay otras cosas con las que tengo que tener más cuidado –dijo Ungjae.

–No pareces muy preocupado.

Ungjae se encogió de hombros.

–En serio, Ungjae, ¿pasa algo entre ustedes? –le preguntó Sang, mirándolo fijamente.

–Yo no he dicho que pase nada –dijo Ungjae, frunciendo el ceño.

–¿Entonces no pasa nada?

–¿Y qué pasa contigo y con Jian? –preguntó Ungjae, apretando los labios.

–Nada –contestó Sang, apoyándose en el respaldo de un mullido butacón.

–Te estás acostando con él.

–Sólo es… –Sang le lanzó una afilada mirada.

Se detuvo. En realidad no sabía lo que era en realidad. Lo que tenía con Jian se había convertido en algo confuso que escapaba a su comprensión.

–¿Sexo? –preguntó Ungjae sin rodeos.

–Algo sin importancia –dijo Sang.

–¿Y qué pasa con la reforma? ¿Eso tampoco tiene importancia? No has olvidado por qué lo trajiste aquí, ¿no?

–No. No he olvidado por qué lo traje aquí.

Ungjae bebió otro sorbo.

–Y bien, ¿el plan está saliendo según lo previsto?

–Muy bien –dijo Sang–. Me ha pedido los planos anteriores. Lleva unos días usándolos. Y, bueno, creo que ya empieza a entender que a mi abuelo no le iba todo ese futurismo chic. Además, lo ha entendido él solo, y eso es justo lo que queríamos.

–Bueno, así que tu pequeño plan malvado está saliendo a la perfección.

–Fue tu pequeño plan malvado, no el mío.

–Pero tú estuviste de acuerdo –apuntó Ungjae–. Tú lo llevaste a cabo. Y parece que con él te ahorrarás un montón de problemas.

–Sí –dijo Sang, pensando que eso ya no era tan importante como antes.

–Bueno, creo que ya hemos oído bastante.

La voz de Taeho los atravesó como un relámpago.

Sang se dio la vuelta de golpe y casi derramó la copa de whisky.

En la puerta del estudio estaba Jian, pálido como la leche. Taeho, en cambio, estaba rojo, iracundo.

–Tú… –señaló a Ungjae con el dedo. La voz le temblaba de pura rabia–. Maldito pirata manipulador… Llévanos de vuelta a Seúl. ¡Ya!




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yota´s news : De regreso?

 Buenas tardes a todas las lectoras. Después de un año  y casi 4 meses regreso a saludarlas y comentarles nuevas.  Me gustaría decirle...