Herencia -6




Después de una larga noche en vela y un paseo en coche en compañía de Taeho, Jian observó a su amigo mientras éste rebuscaba en una bandeja llena de viejas monedas de plata. Estaban en una pequeña tienda de antigüedades.

–Nunca creí que diría esto –Taeho escogió una y leyó lo que estaba escrito en la tarjeta–. Pero, como tu abogado, te recomiendo que no te acuestes con tu marido.

–No me estoy acostando con mi marido –le recordó Jian.

Dos jóvenes que estaban contemplando un cuadro le lanzaron una mirada curiosa. Un momento después sonreían con disimulo.

–De acuerdo. Es que suena estúpido cuando lo digo en alto –susurró Jian, acercándose más a Taeho.

–Está jugando contigo –dijo Taeho, soltando la primera moneda y agarrando otra. Le dio la vuelta y leyó la descripción.

–Estábamos comparando el arte con la arquitectura –dijo Jian, recordando los primeros minutos del viaje de regreso en el barco–. Él quería ver mis diseños.

–Aha. Lo tengo todo a mi favor en este caso –Taeho se detuvo frente a una caja de cristal en la que se exhibían monedas de oro–. Esto es lo que estaba buscando.


–¿Qué caso? –preguntó Jian.

Taeho gesticuló con la mano, restándole importancia. Toda su atención era para las monedas en ese momento.

–El caso contra Sang –dijo y después tocó el cristal de la urna con el dedo índice, señalando una moneda en concreto–. Me gustaría ver ésa –le dijo a un empleado.

–No te entiendo –dijo Jian.

–La moneda es del Blue Glacier.

–Sí, lo es –le confirmó el empleado de la tienda con una sonrisa entusiasta, abriendo la urna y sacando la moneda de oro en su cajita de plástico.

–Me dijiste que el caso estaba a tu favor o algo así.

Taeho examinó la moneda, la puso contra la luz, la volvió del revés y volvió a ponerla derecha.

–Estabas discutiendo con Sang acerca del arte y la arquitectura. ¿De qué lado estabas, por cierto?

–Sang teme que mi plan de renovación sea poco práctico –le explicó Jian–. Yo le dije que en la arquitectura la belleza no está reñida con la funcionalidad, pero para él la prioridad es esto último.

–Eso es fácil de ver con sólo mirar el edificio –Taeho dejó su bolsa y metió la moneda debajo de una enorme lupa que estaba sobre un mostrador.

–¿Por qué estás tan interesado en las monedas de repente? –preguntó Jian, viendo todas las molestias que se estaba tomando su amigopara examinar la pieza.

–Estaban discutiendo –dijo Taeho, ignorando la pregunta–. Supongo que estabas ganando tú, porque aparte de tener todas las bazas de tu lado, tenías razón –se puso erguido–. Y entonces, de pronto, él te besa.

El empleado miró a Jian con un interés evidente. Taeho, por su parte, lo miró con complicidad.

–¿No crees que existe una posibilidad remota de que haya sido una maniobra de distracción? ¿No crees, quizá, que tu esposo esté tan desesperado por recuperar el control como para tratar de manipularte emocionalmente?

Jian parpadeó.

–Ya sabes –dijo Taeho, continuando–. Si te delatas y le dejas ver que te gusta…

–Nunca le he dicho que me gusta.

–Hay otras formas de delatarse a uno mismo sin tener que decir las palabras. Además, sí que te gusta.

El empleado miraba a uno y después al otro, escuchando la conversación con curiosidad.
De pronto, Jian se dio cuenta de que se había delatado a sí mismo, en muchas ocasiones. Aquel día, en el barco, seguramente lo llevaba escrito en la frente.

¿Pero qué pasaba con él? ¿No había sentido nada? ¿Podía ser tan buen actor? ¿Había aprovechado la oportunidad y nada más? De repente sintió el embiste de la humillación. Taeho tenía razón.

–Maldita sea –masculló entre dientes–. Él estaba fingiendo.

Taeho le dio una palmadita en el brazo para mostrarle solidaridad.

–Eso me parecía a mí.

Jian cerró los ojos y los apretó con fuerza.

–Me llevo ésta –le dijo Taeho al empleado y entonces rodeó a Jian con el brazo–. En serio, Ji. Odio tener que decir esto, pero, ¿qué probabilidades hay de que se enamore de ti?

Taeho tenía razón; tanta, tanta razón. Se había dejado llevar por un engatusador profesional. Él no le deseaba en absoluto. Sólo quería sus diseños, para después tirarlos al suelo y pisotearlos como si no valieran nada.

¿Cómo había sido tan ingenuo? Apretó la mandíbula y respiró hondo.

–Tienes razón –dijo, abriendo los ojos.

–Lo siento.

–No te preocupes. Estoy bien –suspiró, y entonces vio la etiqueta del precio de la moneda–. ¿Te has dado cuenta de que eso cuesta doscientos mil Won?

–Es una ganga –dijo el empleado, apretando teclas de la caja registradora. Taeho, por el contrario, no se dejó distraer tan fácilmente.

–Creo que está atrapado, y está aterrorizado. Y seguramente piense que serás más manipulable si te enamoras de él.

–¿Desde cuándo te interesan tanto las monedas antiguas? –repitió Jian, que no quería darse por vencido.

–No me interesan las monedas antiguas. Me interesan los piratas.

–¿Te estás enamorando de Na Ungjae? –la mirada de Jian se iluminó con picardía.

–Qué tontería. Me estoy enamorando de Na Kang. Le voy a demostrar a ese engreído de Na Ungjae que toda la fortuna de su familia proviene de los sucios botines de su antepasado corrupto.

–El Blue Glacier fue hundido por piratas –dijo el empleado de la tienda al tiempo que aceptaba la tarjeta de crédito de Taeho para cobrar el artículo.

–Fue hundido por el Black Fern –dijo Taeho, con autoridad y contundencia–. Capitaneado por el viejo Na Kang.

El empleado metió la moneda con sumo cuidado en una bolsita de terciopelo con el logo de la tienda grabado en la superficie.

–El capitán del Blue Glacier intentó estrellar el barco contra un arrecife antes que renunciar a su valiosa mercancía, pero los piratas consiguieron la mayor parte del tesoro de todos modos. Unas cuantas monedas fueron sacadas de los restos del barco en 1976 –el empleado le dio la bolsita a Taeho–. Ha hecho una buena compra.

Al darse la vuelta en dirección a la puerta de salida, Taeho levantó la bolsita y se la enseñó a Jian con complacencia.

–La prueba del delito –le dijo.

–Tienes que volver a los tribunales –le dijo Jian, tratando de descifrar la expresión de su amigo.

–¿Pero no estábamos hablando de ti? –le preguntó Taeho–. ¿De lo de besar a tu marido?

–No creo –Jian no tenía ganas de seguir con esa conversación. Ya tendría tiempo suficiente para arrepentirse de ello más tarde.

Taeho guardó la moneda y entonces se puso serio.

–No quiero que salgas herido de todo esto.

Jian le restó importancia a sus palabras.

–No voy a dejar que me rompan el corazón, si es eso lo que quieres decir. Lo besé. Nada más –añadió, consciente de que sus palabras estaban muy lejos de reflejar lo que realmente había ocurrido.

–No dejes que tu corazón se meta en medio del fuego cruzado –dijo Taeho, dándole una palmadita en el hombro.

–Mi corazón está perfectamente a salvo. Sólo lucho por mi carrera –le dijo Jian.

No podía dejarse engatusar de nuevo. No podía permitírselo. Su oponente era un tipo totalmente carente de escrúpulos y tenía que enfrentarse a él cada día. Nada más.

***

Ungjae demostró su inconformidad apartándose del escritorio de Sang.

–No voy a robarte secretos corporativos.

Sang soltó el aliento bruscamente.

–Son mis secretos corporativos. No me los estás robando, porque son los míos –dijo Sang, en un tono de frustración.

–Ése es el estilo de los Lee –dijo Ungjae con desprecio–. No el de los Na.

–¿Por qué no te bajas de ese pedestal de una vez? Te doy las llaves de mi coche –ignorando las protestas de Ungjae, Sang empezó a trazar un plan.

–Para que pueda entrar en él –dispuesto a seguir dando guerra, Ungjae se cruzó de brazos.

–Para que puedas desbloquear el cierre. No tienes que entrar.

–¿Y robar el portátil de Jian?

–Su maletín, mejor –sugirió Sang–. Sospecho que el portátil tendrá una contraseña, así que fotocopia los diseños, los vuelves a poner en su sitio, y cierras el coche.

–Eso es robar, Sang. Es así de simple.

–Es hacer unas cuantas fotocopias, Ungjae. Incluso el pit bull de su abogado…

–Taeho.

Sang tamborileó con los dedos sobre el escritorio.

–Incluso Taeho tendría que admitir que la propiedad intelectual generada por Jian mientras esté en la nómina de Lee pertenece a la empresa. Y la empresa es mía.

–Y de él.

–¿De qué lado estás tú? –exasperado, Sang levantó los brazos.

–Esto no está bien.

Sang fulminó a su amigo con la mirada y trató de buscar un argumento para convencerle. Si los genes menos honrados de la familia Na hubieran sobrevivido a través de las generaciones…

–Necesito saber si va a arruinarme la empresa –le dijo a Ungjae–. Los dos sabemos que sólo busca venganza. Piénsalo, Ungjae. Si sólo tuviera miedo de una diferencia de opiniones respecto a los diseños, me restregaría los bocetos en la cara. Se trae algo entre manos.

Ungjae le observó en silencio durante unos segundos.

–¿Qué se trae entre manos? –preguntó finalmente.

En ese momento Sang supo que lo había convencido…


Sabiendo que su amigo estaba de su parte, Sang terminó el trabajo de la tarde con más diligencia que nunca. Salió del despacho y se dirigió al tercer piso. No estaba precisamente orgulloso del plan que había fraguado, pero no veía ninguna otra manera de conseguir la información. Y la situación se hacía cada vez más crítica.

Lo de buscarle trabajo a Jian no estaba resultando tan fácil como había pensado en un primer momento y la posibilidad de tener que aceptar su plan de reforma era cada vez más real. Sin embargo, no podía dejarse deslumbrar por el diseño extravagante y vanguardista que sin duda debía de estar preparando.

Llegó a su despacho justo cuando él se marchaba. Tenía el portátil y el bolso en la mano, y estaba cerrando la oficina con llave.

–¿Tienes planes para la cena? –le preguntó él sin más preámbulo.

–¿Por qué? –le preguntó en un tono de sospecha.
  
–Voy a asistir a un evento de negocios –dijo él.

–¿En tu yate?

Sang trató de descifrar su expresión. ¿Por qué Jian se ponía nervioso? Habían prometido mantener una relación estrictamente profesional, pero quizá se estuviera arrepintiendo… Igual que él.

–En Boondocks –le dijo–. Pensé que te gustaría conocer a Kim Kangin.

Los ojos de Jian se abrieron de puro asombro. Por fin había logrado captar su atención.
Kim Kangin era el presidente del Gremio de Arquitectos de Seúl. Sang había hecho los deberes. Le había procurado un contacto tan importante que no podía negarse a cenar con él.

–¿Vas a conocer a Kim Kangin? –le preguntó con cautela.

–En la cena. A él y a su esposo.

–¿Y estás dispuesto a llevarme contigo? –le preguntó, en un tono escéptico.

–Si no quieres… –Sang se encogió de hombros.

–No. Sí que quiero –dijo ella, frunciendo el ceño–. Sólo trato de ver qué sacas tú con todo esto.

–Lo que yo saco de todo esto es cumplir con las condiciones que me has impuesto para que por fin me devuelvas mi empresa –le dijo, y era verdad. No era toda la verdad, pero por lo menos había algo de cierto en ello–. Tú quieres desarrollar tu carrera en esta ciudad, así que no te viene mal conocer a Kangin.

–¿Sin compromisos? –Jian ladeó la cabeza y lo miró de una forma sexy.

–¿A qué clase de compromisos te refieres? –le preguntó, dando un paso adelante, bajando el tono de voz hasta un susurro, mirándole los labios…

–Me lo prometiste –le recordó, al verse atrapado.

–Y tú.

–Pero yo no estoy haciendo nada.

–Yo tampoco –dijo él–. Tu imaginación te está jugando malas pasadas.

–Me estás mirando –le dijo en un tono acusador.

–Y tú me estás devolviendo la mirada.

–Sang.

–Ji.

Aquél fue un paso en falso, un movimiento estúpido que no encajaba en su magnífico plan para la noche. Sin embargo, no pudo evitarlo. Se acercó a él y le rozó los nudillos con los suyos propios. Sólo fue un leve roce, pero el contacto generó una descarga que lo atravesó por dentro como un rayo. Jian también lo había sentido. Era evidente.

–Esto no es una cita –le dijo, con las mejillas encendidas y las pupilas dilatadas.

–¿Es que no confías en ti mismo?

–No confío en ti.

–Muy listo –dijo él, admirando su inteligencia una vez más.

–¿Estás intentando que diga que no? –le preguntó.

–Sinceramente no sé lo que estoy intentando hacer –la confesión escapó de sus labios en un abrir y cerrar de ojos. Decir que sus sentimientos por Jian eran complicados no se acercaba ni remotamente a la verdad.

Deseaba besarlo desesperadamente, sentir su cuerpo… Sabía que si se le presentaba la oportunidad, sería capaz de desnudarlo sin pensárselo dos veces y le haría el amor hasta el amanecer. Pero no podía arriesgarse. No podía servirle su propia empresa en bandeja de plata. De vuelta a la cruda realidad, retrocedió unos pasos.

–¿Kim Kangin? –repitió, para confirmar.

Él asintió con la cabeza. El plan había funcionado.
De repente la expresión de Jian se suavizó, haciéndolo sentir culpable.

–¿Sabes? O eres mejor persona de lo que yo pensaba o más malvado de lo que mi mente atina a comprender.

–Soy mejor persona de lo que tú pensabas –dijo Sang, mintiendo.

–¿Puedes recogerme en casa?

–No hay tiempo. Tendremos que salir de aquí –le dijo. Sabía que si lo dejaba ir a casa entonces dejaría allí el maletín, así que prosiguió con la función de teatro y miró el reloj con impaciencia.
Jian vaciló un momento.

–Puedo recogerte en la parada del autobús de nuevo –dijo él, sabiendo que así eliminaría una de sus preocupaciones.

–¿Cinco minutos? –entonces fue él quien miró el reloj.

Sang asintió con la cabeza y lo vio alejarse rumbo al ascensor. Tampoco podía arriesgarse a que volviera a dejar el maletín en el despacho.

Ya en el suntuoso restaurante, Jian y Sang se sentaron en una mesa circular junto a Kim Kangin y a su esposo Leeteuk.

De camino a la parada del autobús, Jian había aprovechado para llamar a Taeho. Menos mal que había tenido suficiente sentido común como para no besar a Lee Sang en mitad del pasillo. Pero había estado tan cerca, tan cerca… Era un tonto sin remedio. Desesperado, había buscado algo de cordura en los sabios consejos de su amigo, y éste, como siempre, lo había hecho bajar de la nube a golpe de palabra.

–¿No nos conocemos? –le preguntó Kangin a Jian al tiempo que le estrechaba la mano.

–Nos conocimos una vez –le dijo–. Hace tres años, en la conferencia del gremio de arquitectos. Yo fui uno de los cientos de personas que asistieron al evento.

–Entonces debió de ser allí. Recuerdo muy bien los rostros –Kangin sonrió. Jian sólo esperaba que no recordara también su vergonzoso despido.

–¿Alguien más está interesado en el Esme Cabernet del 97? –preguntó Leeteuk, leyendo la carta de vinos.

Jian se sintió aliviado al ver que cambiaban de tema.

–Es uno de sus favoritos –le explicó Kangin, mirando a su esposo y sonriendo con benevolencia–. Estoy seguro de que no los decepcionará.

Sang miró a Jian, esperando ver su reacción. Él asintió con ecuanimidad, orgulloso de mantener a raya sus desbocadas emociones. Sólo se trataba de una cena de negocios; nada más.

–Me encantaría probarlo –le dijo a Leeteuk.

Mientras Kangin pedía el vino, Jian reparó en una pareja que en ese momento entraba en el restaurante. Se dirigían hacia la escalera de caracol y, a pesar de la distancia, eran inconfundibles. Ungjae y Taeho. Se incorporó un poco para verlos mejor mientras subían las escaleras. ¿Qué podían estar haciendo allí? Taeho estaba rojo como un tomate, furioso.

–¿Qué…? –antes de decir una palabrota Jian cerró la boca.

Confuso, Sang se volvió hacia él y entonces siguió la dirección de su mirada.
Taeho y Ungjae habían llegado a lo alto de las escaleras e iban directos hacia su mesa. Al verlos acercarse con tanta decisión, se puso en pie de un tirón. La cara de Taeho no pasaba desapercibida.

El camarero se marchó con el pedido al tiempo que Taeho y Ungjae se detenían ante ellos. Al ver a Kangin y a Leeteuk, el rostro de Taeho se suavizó de inmediato.

–Siento mucho interrumpir –dijo, sonriéndole a Jian y mostrando con toda intención el maletín que llevaba en las manos. Era de color burdeos. El suyo.

¿Qué estaba haciendo Taeho con su maletín en mitad del restaurante?

–Sólo queríamos pasar a saludaros –dijo Taeho, prosiguiendo en un tono forzadamente jovial–. Me encontré con Ungjae en el aparcamiento.

Jian vio que Sang se ponía tenso como una cuerda. Ungjae se había ruborizado.
¿Ungjae? ¿El aparcamiento? ¿Su maletín?

–Vamos a pedir una mesa –anunció Taeho, dándole a Jian un ligero apretón en el hombro–. Que disfruten de la cena. Quizá podamos hablar más tarde, ¿verdad? –agarró a Ungjae del brazo con fuerza.

Jian no pudo evitarlo. Se volvió hacia Sang y le miró boquiabierto. Su maletín estaba en el maletero del coche. ¿Cómo es que había terminado en manos de Taeho? ¿Y qué tenía que ver Ungjae con todo aquello? El rostro de Sang permaneció impasible.

–Hablamos luego –dijo él, mirando a Ungjae. Taeho se dirigió a Kangin y a Leeteuk.

–Siento mucho haberles interrumpido. Disfruten de la velada –dijo. Le lanzó una mirada funesta a Jian y se llevó a Ungjae de allí.

Jian quiso ir tras ellos, pero antes de que pudiera levantarse de la silla, sintió la mano de Sang en el muslo, agarrándole con fuerza y manteniéndolo en el sitio.

Un cosquilleo eléctrico lo recorrió por dentro.

–Ése era Na Ungjae –dijo Sang, dirigiéndose a Kangin y a Leeteuk–. De Imfact Air.

Jian bajó la mano con disimulo y trató de soltarse, pero él era más fuerte.

–Conozco a su padre –dijo Kangin.

Si había notado algo raro, su expresión no lo delataba. Era demasiado profesional para eso.

–Ungjae y yo crecimos juntos –dijo Sang, llenando el silencio mientras Jian trataba de soltarse.

–Ah, aquí está el vino –anunció Leeteuk al ver regresar el camarero.

En cuanto Kangin y Leeteuk se distrajeron un instante observando cómo descorchaban la botella, Sang se inclinó hacia Jian.

–Quédate quieto –le susurró al oído.

–¿Qué has hecho?

–Ya hablaremos luego.

–Más te vale.

–Deja de moverte.

–Suéltame –dijo Jian con contundencia y disimulo.

–No hasta que me prometas que te estarás quieto.

–La primera vez que probamos este vino fue en Marsella –dijo Kangin, levantando su copa para brindar.

Jian retomó el hilo de la conversación de inmediato. Sin embargo, era difícil no mover las piernas bajo el firme agarre de Sang. Su mano era caliente y seca, algo dura e imposible de ignorar. Su dedo meñique casi le llegaba a la entrepierna y una nueva sensación le sacudía de pies a cabeza.
Kangin asintió con la cabeza, demostrando su satisfacción con el vino, y el camarero les llenó las copas.

–Ha sido un placer conocerte, Jian –dijo Kangin, levantando su copa–. Y enhorabuena por tu contrato con Lee Transportation. Es un edificio importante.

–Somos muy afortunados de tenerlo –dijo Sang con educación.

Jian les dio las gracias a los dos y chocó su copa contra la de todos, evitando en todo momento el contacto visual con Sang. Bebió un sorbo de vino y se dejó envolver por el exquisito sabor del caldo. Estaba delicioso y además le ayudaba a relajarse un poco en una situación tan tensa.

Otro camarero les llevó las cartas de comidas y las repartió por toda la mesa. Sang agarró la suya con una mano, sin soltar a Jian ni un momento. Él, por su parte, abrió la carta y trató de concentrarse en los diferentes manjares descritos en él, pero era inútil. Las letras se hacían borrosas una y otra vez. ¿Él había movido la mano? ¿La había subido un poco más?

Poco a poco, muy lentamente, las puntas de sus dedos trepaban a lo largo del muslo de Jian, adentrándose cada vez más entre sus piernas. Jian contrajo los músculos de forma automática. Tenía la piel ardiendo y su respiración se hacía cada vez más entrecortada.

–¿Empezamos con la crema de calabaza? –le preguntó él de repente, casi susurrándoselo al oído en un tono casual.

Jian abrió la boca, pero no fue capaz de articular palabra. Sus manos agarraban con fuerza la carta forrada en cuero.

–¿La ensalada de rúcula?




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yota´s news : De regreso?

 Buenas tardes a todas las lectoras. Después de un año  y casi 4 meses regreso a saludarlas y comentarles nuevas.  Me gustaría decirle...