Herencia -4



–En cuanto me gane un lugar dentro de mi profesión, te dejaré en paz. Yo quiero una carrera, Sang. No quiero quedarme con tu empresa.

No podía negarlo más. Le creía. Entendía que quisiera mejorar y realizarse profesionalmente. Sus métodos no eran los más ortodoxos, pero no tenía más remedio que aceptar que se había convertido en un mero instrumento para Jian; un obstáculo que salvar para conseguir sus objetivos.

–¿Tienes un bolígrafo? –le preguntó él, buscando la página de firmas del documento.

–Claro –se levantó y fue a buscarlo al escritorio.

–Voy a cenar con Taeho –le dijo Jian–. No quiero llegar tarde.

–Yo tengo una cita –dijo él, mintiendo.

Después llamaría a Ungjae y le pediría el teléfono de aquel piloto precioso.
  
–¿Me estás engañando? –le preguntó Jian de repente. Aquel comentario lo tomó por sorpresa.

–Sí –contestó, siguiéndole la broma–. Te he estado engañando desde la boda.

–Hombres –dijo Jian, fingiendo estar disgustado y cruzando los brazos sobre el pecho.

–¿Qué puedo decir? –Sang se encogió de hombros, disculpando a todos los de su género. Volvió junto a él y le dio el bolígrafo.

–Bueno, yo sí que te he sido fiel –dijo disponiéndose a firmar. Él esperó a que rematara la broma, pero no ocurrió.

–¿En serio? –le preguntó entonces.

Jian terminó la firma con un florido garabato, pero no contestó. Sin embargo, Sang no podía dejarlo pasar.

–¿No has estado con nadie desde Las Vegas?

–¿Qué quieres decir con eso? –Jian se incorporó, y extendió la mano para devolverle el bolígrafo–. ¿Con quién crees que me acosté en Las Vegas?

Él encajó la réplica con remordimiento.

–No quería decirlo de esa…

–La única persona con la que estuve en Las Vegas fue contigo, pero no hicimos… –de repente el tono divertido de sus palabras se desvaneció y sus ojos se llenaron de incertidumbre–. Nosotros, eh… No lo hicimos, ¿verdad?

–¿No lo recuerdas? –le preguntó Sang, pensando que aquello se ponía cada vez más interesante.
Él no recordaba muy bien todo lo acontecido aquella noche, pero sí sabía que no habían hecho el amor.

De pronto volvió a ser ese joven vulnerable que había mostrado un rato antes.

–Apenas recuerdo la ceremonia –le dijo, sacudiendo la cabeza.

Sang se sintió tentado de jugar un poco más, pero no pudo. Esa inocencia indefensa… Le hacía sentir deseos de protegerlo.

–No lo hicimos –le aseguró. Jian ladeó la cabeza.

–¿Estás seguro? ¿Te acuerdas de todo?

Se miraron durante unos segundos.

–De eso me acordaría.

–Entonces no puedes estar seguro.

–¿Eso te preocupa?

–No.

–Porque parece que…

De repente Jian agarró el bolso, se lo colgó del hombro y se puso en pie.

–No me preocupa. Si lo hicimos, lo hicimos y ya está.

–No lo hicimos –dijo él, consciente de que no había sido porque no hubiera querido. En realidad le hubiera encantado, le encantaría…

–Porque no estoy embarazado ni nada parecido –añadió Jian, poniéndose sus zapatos y alisándose los ceñidos pantalones.

Sang no pudo evitar recorrer su exquisito cuerpo con la mirada.

–Jian, creo que tenemos que dejar en Las Vegas lo que pasó en Las Vegas.

–Lo intentamos… Pero no funcionó.

–Échale la culpa a Elvis –dijo él, tratando de no apartar la vista de su cara.

–Eres más gracioso de lo que pareces, ¿sabes? –le dijo Jian, sonriendo.

Él apretó los dientes para no sucumbir ante aquel dulce comentario. Aquellos labios, sus ojos, su cabello alborotado… Era tan fácil estrecharlo entre sus brazos y besarlo.

–Gracias por firmar –le dijo en un tono seco.

–Gracias por darme el trabajo.

De pronto Sang recordó los bocetos de sus diseños futuristas. ¿Qué iba a hacer si se empeñaba en seguir con ellos?

–Sabes que ese edificio ha sido de mi familia durante cinco generaciones, ¿no?

–Pero no tiene que tener un aspecto horrible por eso.

–Hay muchas formas de mejorarlo.

«Formas más convencionales, clásicas, funcionales…», pensó para sí, aunque no lo dijera en alto. Se trataba de una empresa de transportes, y no de un museo. Si pudiera convencerlo para que retomara los planes del anterior decorador, sus planes le sacaban el mejor partido a la estructura del edificio, y sólo hacían falta seis meses para llevar a cabo el proyecto.

–Y yo voy a encontrar la mejor manera –prometió Jian en un tono contundente.

Tanta valentía asustó un poco a Sang.

–Es mi herencia la que está en juego. Lo sabes, ¿no?

Jian vaciló un instante. Algo parecido a una chispa de dolor se cruzó en su mirada, pero no tardó en recuperar la confianza.

–Entonces eres un hombre muy afortunado, Lee Sang, porque voy a hacer que tu herencia sea mucho mejor.


*** 

A la semana siguiente, Jian y Taeho subieron a la azotea del edificio Lee. El sólido cemento repicaba bajo sus zapatos.

El edificio parecía encajar perfectamente en el entorno. Sin embargo, décadas de lluvia constante se reflejaban en el cemento, oscurecido por el paso del tiempo. Jian se preguntaba cómo hubiera sido trabajar en el mismo lugar que todos sus antepasados.

Su appa había muerto durante el parto, con sólo diecinueve años de edad, y a su padre nunca lo había conocido. En su partida de nacimiento figuraba como «desconocido». A lo mejor el joven Wang Zhoumi tenía familiares en alguna parte, pero no los había encontrado nunca. Lo único que Jian tenía era una foto borrosa de su appa y la dirección del hostal donde había vivido durante el embarazo.

Si bien la rabia que sentía por Sang iba menguando a medida que pasaban los días, no era capaz de librarse de la envidia que despertaba en su interior cuando pensaba en lo afortunado que era. Él lo había tenido todo. Había nacido en el seno de una familia rica y poderosa que le había dado todo su cariño. Jamás le había faltado de nada y había podido disfrutar de lo mejor que la vida podía ofrecer.

–Explícame por favor por qué no podíamos irnos directamente a comer –le dijo Taeho de pronto. Se había quedado un poco atrás.

–¿Lo ves? –Jian se dio la vuelta y fue hacia atrás. Levantó el brazo y señaló el río Han–. Si consigo el permiso para añadir tres plantas, la vista será extraordinaria.

–¿Crees que será muy caro? –le preguntó Taeho, avanzando con cuidado, apoyándose aquí y allí.

–Muchísimo –dijo Jian, imaginándose los suelos de mármol y las paredes de cristal.

–Ése es mi chico –Taeho esbozó una sonrisa espléndida al llegar junto a Jian, que estaba justo al borde de la azotea–. Lee ni se dará cuenta. Tiene más dinero del que su mente puede recordar.

–Eso parece –dijo Jian, recordando su ático lujoso.

–He hecho algunas comprobaciones –dijo Taeho en un tono conspiratorio–. ¿Sabías que todo empezó con los piratas?

–¿Qué empezó con los piratas? –preguntó Jian, contemplando el bullicio de la calle que se abría a sus pies.

–La fortuna de la familia Lee –dijo Taeho–. Botines y ron. Piratas.

–Estoy seguro de que eso es sólo un rumor.

–Claro que es un rumor –señaló Taeho–. Ocurrió hace trescientos años. Por aquel entonces no existían las cámaras.

–¿Estás sugiriendo que he heredado dinero sucio? –Jian esbozó una sonrisa.

–Estoy sugiriendo que el hombre al que estás chantajeando desciende de ladrones y asesinos.

–¿Y eso te da miedo? –le preguntó Jian. Sang ya no le asustaba, o por lo menos no de esa manera. Todavía se estremecía un poco bajo su mirada furiosa y fulminante, pero lo que realmente le inquietaba era ese despertar sexual que se apoderaba de ella cada vez que él pasaba por su lado. Se había convertido en un elemento más de su rutina diaria: los correos, el café, los bocetos, Sang… Y entonces todo dejaba de tener sentido. Un pensamiento único acaparaba su mente y sólo podía pensar en besarlo.

–Por Dios. No –le aseguró Taeho–. Sólo digo que deberías estar alerta, pues debe de tener la espada escondida.

–Eso es una broma muy mala –Jian sacudió un dedo, a modo de reprimenda.

–¿Te has sonrojado? –Taeho se acercó un poco más.

–No –dijo Jian, negándolo con un gesto y concentrándose en la barca color gris que en ese momento pasaba por el río.

–Te has ruborizado –Taeho se inclinó hacia Jian para verle bien la cara–. ¿Qué está pasando aquí? Me estoy perdiendo algo.

–Nada. Apenas le he visto en tres días.

–¿Te estás enamorando de él?

Jian abrió la boca para hablar, pero entonces se detuvo. No quería mentirle a su amigo.

–Admiro sus cualidades en la distancia –dijo–. Igual que media ciudad.

–Hubiera sido un pirata muy apuesto –dijo Taeho con una sonrisa pícara.

Apuesto. Jian recordó aquel día en el ático; sin corbata, con las mangas recogidas, la barba de medio día… Ésa era la palabra exacta para describirlo. Un pirata apuesto y rompecorazones.

–Prométeme que no se te va a ir la cabeza con todo esto –le dijo Taeho, mirándolo fijamente.

–Mi cabeza está donde tiene que estar y no se va a ir a ninguna parte –le dijo en un tono contundente.

Aparentemente satisfecho, Taeho se inclinó hacia delante y miró hacia abajo por encima del muro. Un río de taxis, autobuses y camiones discurría sin cesar por la amplia avenida. Tres obreros con cascos estaban levantando una barrera alrededor de una tapa de alcantarilla abierta. Un coche de policía con las luces encendidas se detuvo junto a la acera.

–Bueno, ¿has empezado ya a deshacer la maleta? –preguntó Taeho.

–No –dijo Jian, observando a los dos policías de uniforme que estaban entrando en el edificio.
Era un alivio dejar el tema de Sang de una vez.

–Voy a aprovechar para limpiar las alfombras y pintar.

–Te mereces un sitio al que puedas llamarle hogar –le dijo su amigo. Jian sonrió.

–A lo mejor incluso compro esa mecedora tan cómoda.

La había visto muchos meses antes, en el escaparate de una tienda de muebles del barrio. Parecía tan grande y mullida que se había enamorado de ella desde el primer momento.

–¿Tú? –exclamó Taeho, en un tono escéptico–. ¿Te vas a permitir un gasto frívolo?

Jian asintió con convicción. Durante su etapa universitaria trabajaba a media jornada. Había tenido que apretarse el cinturón hasta extremos insospechados y aún le costaba romper el hábito de austeridad.

–Primero la mecedora –le explicó a Taeho–. Y después la cafetera de espresso.

–Me encanta oírte hablar así.

–Me gusta hablar así –admitió Jian, pero entonces su voz se apagó un poco. Aquel viejo sentimiento de soledad volvía a embargarlo–. Puedo hacer que sea un auténtico hogar.

Taeho lo agarró del brazo y le dio un codazo.

–Ya lo has convertido en un hogar.

Jian deseaba creerlo con todas sus fuerzas, pero aún no estaba convencido. Además, ¿cómo iba a saberlo con certeza? A lo largo de su infancia había pasado mucho tiempo en centros de menores. Los trabajadores eran bastante amables, pero iban y venían, cambiaban de trabajo, eran reemplazados… Taeho le dio un abrazo al ver la expresión de su rostro.

–¿Vamos a comer?

–Claro –dijo Jian.

Miró a su alrededor por última vez y siguió a Taeho hacia el interior del edificio. Cerraron con llave el acceso a la azotea y tomaron el ascensor rumbo a la tercera planta, lugar donde estaba el diminuto despacho de Jian.

–Ahí estás.

Sang estaba dentro del despacho, y su voz sonaba casi como una acusación.

–¿Qué estás haciendo aquí? –Jian se puso en guardia. Miró a su alrededor con ojos de sospecha y comprobó el escritorio, el ordenador, la estantería de libros… Su ordenador tenía contraseña y los bocetos del proyecto estaban bien guardados bajo llave.

–Tengo algo que enseñarte –dijo él. Estaba de pie detrás de la mesa de dibujo.

Desenrolló unos bocetos dibujados en azul y los extendió sobre la superficie.
Taeho se quedó junto a la puerta, pero Jian avanzó unos pasos para ver mejor.

–No son míos.

–Son del anterior diseñador –dijo Sang.

–¿Qué tiene de diferente ahora? –le preguntó, hojeando los bocetos y advirtiendo las diferencias. Algunas paredes habían cambiado de sitio, la recepción era más grande y había nuevas ventanas para la primera planta.

–También pintaríamos, cambiaríamos toda la moqueta y contrataríamos a un decorador –dijo él.

–¿Esto es una broma? –Jian levantó la vista y lo miró fijamente. Sang frunció el ceño.

–Porque si lo es… ¡Ja, ja! –Jian soltó las páginas del boceto. Él pareció ofenderse.

–No es una broma.

–¿De verdad me estás sugiriendo que use estos diseños?

–No tenemos por qué hacer cambios drásticos para mejorar el edificio.

–No soy decorador, Sang. Soy arquitecto.

–Que seas arquitecto no quiere decir que tengas que echarlo todo abajo porque sí.

Jian se volvió y se apoyó en el escritorio. Cruzó los brazos y lo miró de frente.

–¿De verdad creías que iba a aceptar algo así?

–Creía que por lo menos lo tendrías en cuenta –le dijo él, levantando la barbilla con altanería.

–Acabo de hacerlo. Y no me gusta.

–Gracias por tener una mente tan abierta.

–Gracias por tenderme una trampa.

–Pagué mucho dinero por estos diseños –agarró los planos y empezó a enrollarlos de nuevo–. Y pagué mucho por los tuyos –añadió, alzando la voz–. Pero ahora tengo que pagar de nuevo por el mismo trabajo.

Taeho se inclinó hacia delante y entró del todo en el despacho.

–¿Prefieres echar a Jian y vernos en los tribunales?

Sang lo fulminó con la mirada y después volvió su atención hacia Jian.

–Pensé que podrías usarlos como punto de partida.

–Muy bien –le dijo Jian, encogiéndose de hombros.

–¿Lo harás? –él se detuvo y abrió los párpados, desconcertado y lleno de sospecha.

–Como son prácticamente idénticos al diseño original del edificio, ya los he usado como punto de partida.

Taeho soltó una carcajada de sorpresa.

Furioso, Sang sujetó los planos con una banda elástica y se dispuso a salir. Jian se apartó de su camino sin dilación.


***

–Es mi Plan C –le dijo Sang a Ungjae.

Era domingo por la tarde. Ambos hombres se abrían camino a través de una concurrida glorieta rumbo a un lujoso hotel. Ungjae contó con los dedos.

–El Plan A era ofrecerle dinero. El Plan B era convencerlo para que aceptara los diseños. Sabía que eso no iba a funcionar, por cierto –dijo Ungjae, esquivando una papelera–. ¿El Plan C será buscarle un nuevo trabajo?

–Él mismo lo dijo –explicó Sang–. Su objetivo a largo plazo es tener un buen trabajo. Quiere recuperar su carrera como arquitecto. Y no puedo culparlo por eso. La cosa es que no tiene por qué ser en mi edificio. Podría hacerlo con cualquier otro.

–Pero él quiere quedarse en Seúl –añadió Ungjae.

–Seúl es una ciudad muy grande. Hay muchísimos edificios que reformar.

–Así que lo invitaste a venir al partido porque… Eso formaba parte del plan de Sang.

–El día que lo vi en su apartamento llevaba una camiseta de los Bears. Parece que es fan del equipo.

–Y probablemente nunca haya visto un partido desde una suite del Jamsil –dijo Ungjae.

–Apuesto a que no –dijo Sang, deteniéndose junto a la escaleras mecánicas y buscando a Jian y a Taeho con la mirada–. Suele funcionar bastante bien con los ejecutivos. Además, mi proyecto es algo temporal. Si consigo encontrarle un buen puesto en una buena empresa, entonces tendrá algo permanente.

–Y para poder aceptar tu oferta, tendrá que dejar el proyecto.

–Exacto –dijo Sang, sonriendo, maravillado con su genialidad.

Ungjae, por el contrario, mantenía una expresión de reserva y escepticismo.

–Buena suerte con eso.

–Ahí está –dijo Sang en voz alta, advirtiendo a su amigo con una mirada.

El plan era perfecto, pero requería de una sutileza especial. A la semana siguiente haría algunas llamadas, hablaría con unos cuantos socios y le conseguiría algunas ofertas de trabajo.

Jian se abrió camino por las escaleras mecánicas y fue hacia ellos. Con solo verlo, Sang se sintió mejor que antes.

«Maldita sea», se dijo a sí mismo. Tenía que dejar de alimentar esos pensamientos.

Taeho, su amigo, iba un paso por detrás. Ambos se detuvieron frente a ellos.

–Ungjae –dijo Sang, tratando de no mirarla mucho–. Te presento a Wang Jian y a Kim Taeho.

–El precioso joven novio –dijo Ungjae en tono bromista. Sang se puso tenso de inmediato.

–Y el pirata –añadió Taeho con una carcajada disimulada, interponiéndose entre Jian y Ungjae y estrechándole la mano.

–Sang es el pirata –le dijo Ungjae, esbozando una sonrisa ensayada.

–Sé algunas cosas acerca de la familia de Sang –dijo Taeho–. Y también acerca de la tuya.

–¿Nos vamos? –Sang señaló el ascensor. No quería que una discusión le aguara la fiesta. Además, el partido estaba a punto de empezar.

Jian fue el primero en echar a andar.

–¿Un pirata? –le preguntó en un tono bromista, caminando a su lado.

–Eso tengo entendido –dijo Sang.

–Bueno, eso explica muchas cosas.

Antes de que Sang pudiera replicar, Taeho los interrumpió desde detrás.

–Parece que Na Kang sangró a todo lo que pudo. Robó oro, munición y ron.

Sang podía imaginarse la cara de Ungjae en ese momento, aunque no pudiera verla. Las chispas ya empezaban a saltar por todas partes.

–Uno no se puede fiar de todo lo que lee en Internet –dijo Ungjae en un tono seco.

–¿Esto va a terminar mal? –preguntó Jian, acercándose a Sang y hablando en un susurro.

–Depende –contestó él.

–Lo leí en la Enciclopedia Histórica de Sungkyunkwan, en la biblioteca de Seúl –dijo Taeho, sin darse por vencido.

–Podría terminar muy mal –dijo Sang.

Hacía mucho tiempo que él había aceptado el turbulento origen de su familia, pero Ungjae, por el contrario, siempre se empeñaba en decir que sus ancestros habían luchado con valentía contra el pirata Kry. Las puertas del ascensor se abrieron y todos subieron en él.

–Kang contaba con la autorización del rey. Hay cartas oficiales que así lo prueban –dijo Ungjae, volviéndose hacia el panel de botones del ascensor.

–Cartas que fueron falsificadas en 1804 –le respondió Taeho sin pestañear.

–¿Has visto los originales? –le preguntó Ungjae–. Porque yo sí.

–Yo apuesto por Taeho –Jian sonrió, mirando a Sang por debajo de la visera de la gorra que llevaba puesta.

Sang lo miró a la cara, fijándose en su rostro fresco, en sus labios color fresa, sus copiosas pestañas, el sutil aroma a coco que le acompañaba siempre… De repente se lo imaginó en traje de baño con una diadema de flores en la cabeza, tumbado en una playa tropical.

–¿Y tú? –le preguntó, interrumpiendo sus pensamientos.

–¿Qué? –Sang volvió a la realidad, desconcertado.

–Diez mil won a que gana Taeho –le ofreció la mano para sellar la apuesta.

Él tomó su suave mano y la sacudió con sutileza. El contacto con su piel reverberaba en cada célula de su propio cuerpo.

–Acepto la apuesta –dijo.





2 comentarios:

yota´s news : De regreso?

 Buenas tardes a todas las lectoras. Después de un año  y casi 4 meses regreso a saludarlas y comentarles nuevas.  Me gustaría decirle...