Herencia -5



El ascensor se detuvo y todos salieron al pasillo enmoquetado del lujoso hotel. Los Lee y los Na llevaban años reservando la misma suite para los eventos corporativos. Sin embargo, también la usaban para ver los partidos de los Bears. El padre de Ungjae era el que más usaba la suite de habitaciones, pero aquel derroche de lujo siempre les había resultado muy efectivo a la hora de atraer y convencer a los clientes más jugosos y difíciles.

–¡Vaya! –Jian no pudo evitar la exclamación al entrar en la suite.

En aquel lugar cabían veinte personas. Un camarero les estaba sirviendo unos aperitivos sobre la barra, sobre la que también había un cubo con hielo lleno de botellines de cerveza de importación y dos botellas del mejor vino.

–Mira esto –igual que un niño con un juguete nuevo, Jian fue hacia las puertas de cristal que daban acceso al balcón y salió al exterior. Fuera había dos hileras de asientos.

Deseando escapar del acalorado debate de Ungjae y Taeho, Sang fue detrás de él.

–Entonces así es como vive la otra mitad –dijo Jian, apoyándose en la barandilla del balcón y contemplando las abarrotadas gradas del estadio. Un murmullo de incertidumbre y emoción llegaba hasta ellos con cada ráfaga de viento.

–Es bastante efectivo para entretener a los clientes –Sang oyó un ligero tono de disculpa en su propia voz, y entonces se dio cuenta de que sentía la necesidad de justificarse ante él.

–En el estadio, solíamos sentarnos ahí –dijo, señalando los asientos azules situados en la zona más económica.

–¿Cuando eras un niño?

–Cuando estábamos en la universidad –dijo en un tono nostálgico–. Vi mi primer partido en directo cuando estaba en el último curso.

–¿Entonces te hiciste fan más tarde? –él se volvió y contempló su perfil. ¿Qué había suscitado esa repentina tristeza en él?

–Cuando era un niño veía todos los que podía por televisión –de pronto le dio la espalda al estadio y su tono de voz volvió a ser normal–. ¿Hay cerveza?

–¿No viste ningún partido en directo cuando eras niño? –le preguntó él, insistiendo.

–No había mucho dinero en ese entonces –le dijo, en un tono ligeramente cortante.

Sang abrió la boca para preguntar más, pero entonces la multitud de fans comenzó a gritar.
Los jugadores estaban saliendo al campo. Jian aplaudió.

–Siéntate –le dijo él un momento después, tocando una de las sillas de la primera fila–. Te traeré una cerveza –dio media vuelta y fue hacia la puerta de cristal. Antes de entrar se volvió un instante–. ¿Quieres patatas o algo?

–¿Un perrito caliente? –preguntó Jian.

Él no pudo evitar sonreír al oír aquella petición tan sencilla.

–Un perrito caliente. Marchando.

Unos segundos después volvió. El partido ya había comenzado. Entre bocado y bocado, Jian animaba al equipo y gruñía con pasión cuando el resultado les era desfavorable. Sang, por el contrario, estaba más pendiente de él que de los jugadores.

Cuando se terminó el perrito, se chupó el dedo índice para eliminar una mancha de mostaza; un simple gesto inconsciente, pero muy sensual. No podía dejar de mirarlo.

–Estaba delicioso –le dijo, sonriendo–. Gracias.

Sang trató de recordar la última vez que había salido con un joven que apreciara  el  sencillo  placer  de  comerse un perrito caliente. ¿Langosta?, quizá… ¿Caviar?, desde luego… ¿Un perrito caliente? Desde luego que no. A los jóvenes con los que él salía lo único que les importaba era que fuera caro y exquisito. De repente recordó que Jian era dueño de la mitad de su fortuna. Aquello no era una cita.

–Bueno… –él se acomodó en el asiento, cruzó las piernas y se ajustó la gorra, como si acabara de recordar las mismas cosas que él–. ¿Por qué me has invitado a venir aquí?

–¿Qué quieres decir? –le dijo él, fingiendo inocencia.

–La suite. El partido de béisbol. Cerveza de importación. ¿Qué ocurre?

–Trabajamos juntos.

–Y…

–Y he pensado que deberíamos conocernos un poco mejor.

–No voy a firmar los papeles del divorcio –le advirtió Jian.

–¿Acaso te lo he pedido?

–Y tampoco voy a cambiar los diseños de la renovación.

–Por lo menos podrías dejarme echarle un vistazo.

–Ni hablar –dijo con rotundidad.

–Muy bien. Entonces hablemos de ti –dijo Sang en un falso tono de indiferencia.

–¿Qué pasa conmigo? –Jian se puso en guardia.

–¿Qué planes tienes? Quiero decir, a largo plazo. No sólo con este proyecto.

–Eso no es ningún secreto –le dijo, con la vista fija en el partido–. Quiero tener una carrera exitosa en el mundo de la arquitectura. En Seúl.

–Me gustaría ayudarte –dijo él, bebiendo un sorbo de cerveza y concentrándose en lo que se traía entre manos.

–Ya me estás ayudando. Con reticencia… Ambos lo sabemos. Pero me estás ayudando.

–Quería decir que, independientemente de la reforma del edificio Lee, puedo ayudar de otras maneras. Conozco a mucha gente. Tengo contactos.

–Por supuesto –dijo sin desviar la vista de los jugadores.

–Déjame usarlos –le dijo él.

–¿Usar tus contactos? ¿Para ayudarme? –le preguntó él con escepticismo.

–Sí –le dijo, asintiendo con la cabeza.

Jian pensó en ello unos segundos. El pitcher calentaba y se preparaba para tirar.

–He leído que vas a asistir a la cena de la Cámara de Comercio el próximo viernes –se atrevió a decirle finalmente, volviéndose hacia él.

–El resurgimiento del comercio global en Asia. Ése es el tema –le dijo él, confirmándolo. Siempre había preferido permanecer en la sombra en ese tipo de eventos, pero esa vez le habían pedido que diera un discurso. Además, dejarse ver de vez en cuando era bueno para el negocio.

–¿Vas a ir con alguien? –le preguntó, volviendo la mirada al campo nuevamente.

–¿Quieres decir si tengo una cita?

–Es una cena. Supongo que será un acontecimiento social. Imagino que será lógico ir acompañado.

–Sí. Es lógico. Pero no. No voy con nadie.

–¿Me llevarás?

–¿Me estás pidiendo una cita? –le preguntó, mirándolo con gesto perplejo.

Una ola de emoción inesperada lo sacudía por dentro. Jian puso los ojos en blanco y se ajustó la gorra.

–Te estoy pidiendo que me lleves, Sang, no que bailes conmigo. Dijiste que querías ayudar. Y habrá gente allí que me conviene conocer.

–Sí –dijo él, moviéndose en el asiento, intentando convencerse de que no estaba decepcionado.

–Y, antes del viernes, si no te importa, te agradecería que les dijeras a unos cuantos que me has vuelto a contratar. Ya sabes, gente influyente. Sería muy bueno para mí que se supiera.

Sang se dio cuenta de que no tenía derecho a sentirse decepcionado. Para Jian sólo se trataba de negocios, así que también tenía que ser un negocio para él. Presentarlo en esos ámbitos encajaba muy bien con el Plan C. El tenía razón. Habría mucha gente influyente allí; montones de ejecutivos de primera, muchos de ellos vinculados al mundo de la arquitectura. Con un poco de suerte, igual llegaba a encontrar trabajo esa misma noche.

–De acuerdo. No hay problema.

–Me ofreciste tu ayuda –señaló.

–He dicho que sí.

–¿Estás molesto?

–Me estás chantajeando –le recordó él.

–Todos los matrimonios tienen problemas –le dijo con una sonrisa pícara.

En ese momento el pitcher de los Bears hizo un tiro fantástico y Jian dio un salto en el asiento, aplaudiendo y gritando. Sang lo observó en silencio y trató de enojarse en serio, pero justo en ese instante, levantó un brazo y la camiseta que llevaba puesta se le subió un poco, descubriendo su suave cintura.

Él bajó la vista y sacudió la cabeza lentamente.

Era imposible sentir enojo hacia su recién descubierto esposo.


***

La cena de la Cámara de Comercio fue un sueño hecho realidad para Jian. Conoció a gente agradable y profesional, y salió de allí con la sensación de haber conocido a la flor y nata del mundo de los negocios de Seúl. Sang había cumplido su promesa.

Ya era casi medianoche cuando finalmente subieron a su enorme yate para regresar. Al igual que la suite del Jamsil, el barco demostraba que a Sang le gustaba tener lo mejor y que además podía permitírselo. Taeho tenía razón. Podía gastarse lo que quisiera en la reforma del edificio Lee sin apenas darse cuenta.

–Es un paseo muy agradable –dijo él una vez más, sentándose en un cómodo butacón.

El capitán encendió los motores y muy pronto el barco comenzó a deslizarse como si nada hacia el exterior de la bahía.

–Es más lento que un helicóptero –dijo Sang–. Pero de noche me gusta más.

Jian miró hacia arriba y contempló el rutilante cielo nocturno. La luna estaba en cuarto creciente y unas cuantas estrellas se hacían visibles más allá del resplandor de la ciudad.

–¿Tienes un helicóptero?

–Ungjae tiene los helicópteros. Mi empresa sólo tiene barcos.

–Háblame de los piratas –le dijo Jian de repente, recordando la acalorada discusión entre Ungjae y Taeho–. Nunca había conocido a nadie con unos ancestros tan pintorescos.

–¿Quieres algo de beber o de comer?

Jian sacudió la cabeza, se quitó los zapatos y dobló las rodillas por debajo de los muslos.

–Si me tomo otra copa de champán, empezaré a cantar como en un karaoke.

–Entonces que sea champán –él se incorporó con una sonrisa pícara en los labios.

–Mejor que no te atrevas –le advirtió, moviendo un dedo–. Créeme. No querrás oírme cantar.

Él volvió a sentarse, se aflojó la corbata y se pasó la palma de la mano por el cabello. Con la brisa nocturna agitándole el cabello y ojeras de cansancio alrededor de sus oscuros ojos, tenía un aspecto desarreglado que resultaba arrebatadoramente sexy.

–Volviendo a lo de los piratas –dijo Jian, haciendo un esfuerzo por contener ese brote de deseo–. ¿Es cierto?

–Depende de lo que hayas oído –dijo él, encogiéndose de hombros.

–He oído que desciendes de un pirata, un enemigo declarado de un ancestro de Ungjae, y también sé que ambos hicieron un pacto hace más de trescientos años en lo que ahora es Star Island. He oído que el origen de tu fortuna es un tesoro robado –añadió, sintiendo un poco de envidia sana.

–Bueno, es cierto –dijo Sang–. Por lo menos hasta donde sabemos.

–Eso me pareció –Jian se rió, recordando la discusión durante el partido de béisbol.

–Ungjae se empeña en fingir que su familia era honrada. Supongo que tiene más escrúpulos que yo –dijo él, quitándose la corbata.

–¿Tú no tienes? –le preguntó él, sin poder resistirse.

–Eso dirían algunos.

–¿Y tendrían razón?

–No voy a contestarte a eso –lo miró fijamente.

–¿Estás intentando confundirme? –le preguntó, sin saber si bromeaba o no.

–No estás precisamente de mi lado.

–Yo pensaba que habíamos hecho un trato.

–Estoy intentando tranquilizarte un poco –le dijo él. Su oscura mirada y el tono de su voz eran suaves, pero sus palabras recomendaban precaución.

–Y yo estoy tratando de construir una obra maestra para ti –dijo Jian en un tono bromista.

Él suspiró y pareció relajarse un poco.

–Estás tratando de construir una obra maestra para ti mismo.

–Ahí te doy la razón –dijo.

–Entonces, ¿quién tiene menos escrúpulos aquí?

–Yo tengo escrúpulos, pero intento ser práctico.

–¿Qué has decidido entonces? –le preguntó él de pronto.

–¿Sobre qué? –preguntó Jian, desconcertado.

–Mi edificio. Llevas dos semanas trabajando en ello. Dime qué tienes en mente.

Enseguida Jian vio adónde quería llegar. Por eso se había afeitado tan bien esa mañana. Le había tendido una trampa para sonsacarle información. Se puso en pie y retrocedió hacia la barandilla de la borda. La cubierta de madera estaba fría y lisa bajo sus pies descalzos.

–Oh, no. No voy a empezar con eso.

–Necesitarás que te dé algunas indicaciones en algún momento. Bien podría ser… –él se levantó también.

–Aja –dijo Jian. –Nada de comentarios. Es mi proyecto.

–Pero yo tendré que darle el visto bueno al diseño final.

Las olas se hicieron más grandes y Jian se agarró con fuerza de la barandilla.

–¿Qué parte es la que no entiendes? Me diste carta blanca.

–La parte en la que firmo el cheque –Sang dio unos pasos adelante.

–Ambos firmamos el cheque.

Él se acercó aún más. Toda pretensión de afabilidad se había desvanecido y ya sólo quedaba el frío hombre de negocios, intimidante y prepotente.

–Muy bien. Y ojalá que ambos quedemos satisfechos tanto con el diseño como con los honorarios.

–No hay límite de presupuesto en este proyecto.

Él se detuvo de golpe y puso una mano sobre la barandilla, dejándolo sin escapatoria.

–No voy a dejar que arruines esta empresa.

–Como si yo pudiera hacer tal cosa. Llevar a la ruina a Lee Transportation. Creo que me sobreestimas –dijo Jian, intentando mantenerse impasible ante su cercanía.

El barco se elevó sobre una ola y Sang perdió un poco el equilibrio, acercándose más a él.

–¿Quieres ver los libros de cuentas?

–Quiero ver un skyline en Seúl.

–Esa forma de hablar es lo que me asusta, Jian –le dijo, mirándolo con una intensidad difícil de soportar.

El corazón del joven se aceleró. Él le miraba con una expresión decidida y contundente. Y sus labios llenos e implacables estaban demasiado cerca.

Demasiado cerca.

Un fino sudor empapó las sienes de Jian, y también su pecho y su espalda... Él estaba a unos centímetros de distancia. Podía agarrarlo en cualquier momento, besarlo, devorarlo… Tragó con dificultad. El deseo de arrojarse a sus brazos era tan intenso que hablar sobre los planes de renovación no era más que un mal menor.

–Tenía intención de dar algo más de luz –le dijo. Su voz sonaba sexy y ronca, pero no podía evitarlo–. Más cristal. Un vestíbulo más amplio y elevado. Despachos más grandes.

De repente le sintió cada vez más cerca. ¿Acaso se había movido o era sólo producto de su imaginación?

–Si son más grandes entonces habrá menos despachos.

Jian le dio la razón.

–¿Sabes lo que cuesta el espacio en mitad de Seúl? –dijo él, pero su advertencia pareció más bien una caricia.

–¿Sabes lo que vale la posibilidad de impresionar a tus futuros clientes? –le contestó Jian, aferrándose a la última pizca de coherencia que le quedaba.

De repente Sang lo notó más cerca. ¿Acaso se había aproximado un poco más?

–¿Crees que a los fabricantes de piezas de tractores y de electrodomésticos les importa el aspecto de mi vestíbulo? –le preguntó.

Jian sintió el roce de su aliento sobre los labios.

–Sí.

Se miraron en silencio durante unos segundos, inspirando y espirando, muy lentamente. El rugido del motor del barco llenaba el espacio a su alrededor. De pronto algo peligroso brilló en los ojos de Sang y Jian sintió una reacción instantánea. Una ola de calor recorría cada rincón de su cuerpo, despertando un hormigueo que se propagaba por todo su ser.

–La gente que fabrica piezas para tractores también tiene entradas para el Centro de Artes de Seúl. Sí que les importa tu vestíbulo.

–Es un edificio. No una obra de arte.

El yate batió contra las olas y la mano de Sang rozó la suya.

–Puede ser las dos cosas –dijo Jian, sofocando un gemido.

–¿Jian? –le dijo él de repente. Sus ojos relampagueaban de deseo. Entreabrió los labios y se acercó aún más.

El barco volvió a remontar el oleaje rebelde y Jian tuvo que aferrarse a la barandilla. Él estaba prácticamente encima suyo.

Las Vegas… Allí lo había besado. ¿Cómo lo había dudado alguna vez? De hecho, había sido un milagro que no hubieran pasado la noche juntos.

¿Pero por qué no lo habían hecho? Jian recordaba haber subido al ascensor con un par de compañeros de trabajo, y después había entrado en la habitación del hotel a duras penas. Se había desplomado en la enorme cama de matrimonio, completamente vestido, pero… Ni rastro de Sang.
Sin embargo, las cosas eran muy distintas en ese momento.

Sang estaba allí. Y estaban solos. Y él lo recordaba todo. No quería hacerlo, pero no podía evitarlo. Recordaba el tacto de sus labios, la fuerza de sus brazos, el sabor de su boca, el cosquilleo abrasador que le recorría la piel. Y quería sentirlo todo de nuevo. Lo deseaba desesperadamente. Por fin, no fue capaz de resistir la tentación y se inclinó un poco más hacia él.

Sang tomó sus labios bruscamente. Le agarró de la espalda y lo apretó contra su propio cuerpo, besándolo con frenesí. Jian se pegó a él todo lo que pudo. Le rodeó el cuello con ambos brazos y entreabrió los labios. Sang murmuraba su nombre y recorría su espalda con la palma de la mano. De pronto su lengua caliente le invadió, arrancándole un gemido desde lo más profundo de su ser.
Él cambió de postura y se puso de espaldas a la barandilla de borda. Con la mano que tenía libre le acariciaba la mejilla y le tocaba el cabello, el cuello, los hombros… Le abrió el cuello de la camisa y comenzó a besarlo en el hombro, dejando un rastro de fuego sobre su piel sensible.

Los besos, la pasión… Le arrebataban el aliento. Jian enredó los dedos en el cabello de Sang y se apretó aún más contra él, entreabriendo los muslos y dejando que él metiera una pierna entre ellos. Un momento después la mano de él estaba sobre su pecho, tocándolo y acariciándolo mientras lo devoraba a besos. El barco volvió a menearse y ambos perdieron el equilibrio, pero Sang fue rápido y pudo agarrarlo a tiempo. Jian podía sentir su aliento sobre la oreja.

–¿Estás bien? –le preguntó él.

–Yo… –dijo, sin aliento, confundido. ¿Qué estaba haciendo? Habían pasado de los planes de reforma a los besos en un abrir y cerrar de ojos.

Sang lo sujetaba con fuerza, pero los dos guardaban silencio, respirando con dificultad.

–¿Estás pensando lo mismo que yo? –le preguntó él finalmente, acariciándole el cabello.

–¿Que nos hemos vuelto completamente locos?

–Eso se acerca bastante –dijo él, soltando una carcajada.

–No podemos hacer esto.

–¿En serio?

–Tienes que soltarme.

–Lo sé –dijo, pero no se movió ni un milímetro.

–Te estoy chantajeando, y tú tratas de ganarme la partida en todo momento. Además, nos vamos a divorciar.

–Siempre y cuando los dos lo tengamos claro –dijo él.

Jian sintió mariposas en el estómago, pero decidió ignorarlas. No podía dejarse llevar por la atracción que sentía por Lee Sang y, desde luego, no podía permitirse el lujo de besarlo, o algo peor. Eran enemigos. Y ésa era la última oportunidad que tenía para recuperar su carrera y su vida. El deseo sexual no tenía nada que ver con todo aquello.

–Tienes que soltarme, Sang.




1 comentario:

  1. Ese "tienes que soltarme"
    no sono muy convincente...
    ahhh que se coman eso y ta!

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yota´s news : De regreso?

 Buenas tardes a todas las lectoras. Después de un año  y casi 4 meses regreso a saludarlas y comentarles nuevas.  Me gustaría decirle...