Herencia -3




Atravesaron el vestíbulo del edificio Lee y se dirigieron directamente al despacho de Sang, situado en el último piso. Jian conocía muy bien las instalaciones, así que era imposible perderse.

–He venido a ver a Lee Sang –anunció ante la recepcionista unos minutos después, en un tono seguro y convencido. El corazón se le había acelerado y las palmas de las manos le sudaban sin cesar.

–¿Tiene cita? –le preguntó la joven morena con suma cortesía, mirándole a él y después a Taeho.

–No –admitió, y entonces se dio cuenta de que era bastante difícil que Sang estuviera disponible en ese preciso momento.

–Dígale que se trata de un asunto legal –dijo Taeho, dando un paso adelante–. Wang Jian.

La joven morena levantó la cabeza bruscamente, llena de curiosidad.

–Claro. Por supuesto. Un momento, por favor –dijo, levantándose de la silla.

–Gracias –le susurró Jian a Taeho al tiempo que la recepcionista se alejaba por el pasillo–. Sabía que me ibas a venir muy bien.

–Te mandaré la factura –contestó Taeho con un hilo de voz.

–No. No lo harás –dijo Jian en un tono bromista.

–Dentro de diez minutos más o menos, podrás permitirte mi minuta –dijo Taeho, bromeando.

–Mándale la factura a Sang –sugirió Jian, que ya empezaba a sentir mariposas en el estómago.

–Lo haré.

La recepcionista volvió enseguida, esbozando una perfecta sonrisa de plástico mil veces ensayada.

–Por aquí, por favor.

Los condujo a través de unas cuantas estancias y oficinas hasta llegar a unas dobles puertas situadas al final del corredor. Al otro lado se vislumbraba un lujoso despacho con alfombras de color burdeos. Jian fue el primero en entrar. Al verla acercarse, Sang se puso en pie.

–Gracias, Amy –le dijo a la recepcionista con un gesto.

La joven abandonó la estancia inmediatamente y cerró las puertas al salir. Él miró a Taeho fugazmente y entonces levantó una ceja.

–Mi abogado –le explicó Jian de inmediato–. Kim Taeho.

–Por favor… –dijo, invitándolos a sentarse con un gesto.

–Firmaré tus papeles –le dijo, permaneciendo de pie.

Sang miró a Taeho un instante y después volvió a mirar a Jian. Se atisbaba una sonrisa en sus labios y en sus ojos había un profundo alivio.

–Pero quiero dos cosas –dijo Jian, prosiguiendo. Aunque supiera que era un momento para disfrutar, estaba demasiado nervioso como para regodearse viéndole sufrir.

Sin embargo, aquello tenía que salir bien. Tenía que salir bien.

Sang arrugó el entrecejo y Jian casi pudo ver las cifras y los cálculos que bailaban en su mente.

–Uno… –añadió, contando con los dedos–. El matrimonio será un secreto. Dos. Me das un trabajo. Director del proyecto de renovación o algo similar.

–¿Quieres un trabajo? –Sang aguzó la mirada.

–Sí.

Parecía realmente confundido.

–¿Por qué?

–Necesitaré un despacho y algo de personal de apoyo para terminar el proyecto de renovación. Como todo eso está disponible aquí…

Él permaneció en silencio durante unos segundos.

–Te ofrezco dinero, no un trabajo.

–No quiero tu dinero.

–Jian…

Jian se puso erguido.

–Esto no es negociable, Sang. Yo llevo las riendas y tengo carta blanca. Te hago la renovación del edificio, a mi manera, y…

Él se inclinó hacia delante e hizo tamborilear los dedos sobre el escritorio.

–Ni hablar.

–¿Cómo?

Se fulminaron con la mirada durante un incómodo segundo y un millón de emociones circuló por el organismo de Jian. Él resultaba de lo más intimidante, pero también era innegablemente atractivo. Lee Sang era tanto el problema como la solución.

–Debería saber, señor Lee… –dijo Taeho. Su voz sonaba altiva y autoritaria–. Que le he entregado una copia del testamento de Lee Donghae al joven Wang, tal y como fue archivado en el juzgado testamentario.

De pronto se hizo un vacío en la estancia. Nadie se movía. Nadie respiraba. Jian se obligó a mantenerse firme y erguido, cruzó los brazos sobre el pecho y dejó que la expresión de Lee Sang lo llenara de confianza. Él parecía realmente anonadado.

–Me divorciaré de ti, Sang –le dijo–. Firmaré lo que haga falta y te devolveré toda tu empresa, tan pronto como recupere mi carrera como arquitecto.

Una mirada furibunda se clavó en él.

–¿Me estás chantajeando?

–Estoy haciendo un trato –a Jian se le puso la carne de gallina. Transcurrieron varios segundos llenos de silencio.

La expresión de él apenas cambió, pero finalmente asintió con un leve gesto de la cabeza.
En ese momento el corazón de Jian dio un vuelco y una ola de alivio le recorrió de pies a cabeza.
Lo había conseguido. Había conseguido una segunda oportunidad.

Sang jamás lo perdonaría, pero eso no tenía la más mínima importancia. Lo que de verdad importaba era que había recuperado su empleo.



De pie bajo la marquesina de cemento del edificio Lee, Jian contempló la lluvia que caía copiosamente. Era el final de su primer día de trabajo, y los nervios habían dado paso a un optimismo precavido. Sang no lo había hecho sentir precisamente bienvenido, pero por lo menos tenía un escritorio, un despacho cubículo sin ventanas, una mesa plegable y un mueble de archivos destartalado.

Inhaló el húmedo aire de mayo. Enormes gotas de lluvia se estrellaban contra el pavimento y formaban charcos y riachuelos por doquier. Miró al cielo, encapotado y oscuro, y calculó la distancia que había hasta las escaleras del metro, situadas en la siguiente manzana. Ojalá hubiera comprobado el pronóstico del tiempo por la mañana. Ojalá hubiera metido el paraguas.

–Encontraste todo lo que necesitabas, ¿no? –le dijo una voz familiar desde detrás.
Jian se dio la vuelta lentamente.

Lee Sang parecía más alto e imponente que nunca frente a la fachada de aquel histórico edificio.

–¿No podías haberme buscado un despacho más pequeño? –le preguntó, intentando contraatacar.

–¿No te has enterado todavía? –le preguntó él, esbozando una gélida sonrisa irónica–. Estamos haciendo reformas.

–Pero tu despacho sí que es bastante grande –le dijo, persistiendo, con la esperanza de despertar algo de culpa en aquel ser indolente.

–Eso es porque soy el dueño de la empresa –le dijo él. La expresión de su rostro dejaba claro que también era dueño de una buena parte del mundo.

–Y yo también –le dijo ella sin pestañear. Sin embargo, la victoria no iba a durarle mucho.

–¿Quieres que eche a mi vicepresidente por ti? –le preguntó él, desafiante, pero seguro de sí mismo.

–¿No tienes nada que no sea ni un despacho de ejecutivo ni un armario empotrado?

–Elije tú mismo –le dijo él, encogiéndose de hombros–. Puedo echar a quien quieras de su despacho.

–Y entonces sabrán que es por mí.

–Pero eres el dueño de la empresa, ¿no?

–Simplemente trátame igual que a todos los demás –dijo Jian, poniendo los ojos en blanco.

–Eso es un poco difícil –le dijo él al tiempo que señalaba un despampanante coche negro que se acercaba a la acera en ese momento–. ¿Te acerco a algún sitio?

–¿Subirme al coche del jefe después de mi primer día de trabajo? –dijo, mirándolo con incredulidad. Tenía que estar de broma.

–¿Tienes miedo de que la gente piense algo que no es?

–Tengo miedo de que piensen algo que es.

–Tengo unos documentos que tienes que firmar –dijo él, esbozando una media sonrisa.

La lluvia no remitía, pero Jian dio un paso adelante, mascullando un juramento.

–Lo del divorcio tendrá que esperar, señor Lee.

Sang salió a la lluvia detrás de él, siguiéndole el ritmo.

–No son papeles de divorcio, joven señor Lee.

Jian se sobresaltó al oír aquel apelativo en sus labios. Ladeó la cabeza y lo miró con disimulo. Aquellos ojos oscuros, el entrecejo enfurruñado, la cicatriz en su pómulo derecho…
Trató de imaginarse una escena íntima, en la que bromeaban, se tocaban…

–¿Jian?

La voz de él lo devolvió a la realidad.

–¿Qué clase de papeles?

Él miró a su alrededor. Varios empleados salían por la puerta del edificio en ese momento, pero ninguno estaba lo bastante cerca como para oír.

–Se trata de la confirmación de mi puesto como presidente y director general.

–¿Y qué eres ahora?

–Presidente y director general –sus ojos de hierro eran tan oscuros e impenetrables como los nubarrones de una tormenta–. Los dueños de la empresa han cambiado.

Jian necesitó un instante para asimilar la magnitud de sus palabras. Sin su firma, el puesto de Lee Sang en la empresa corría peligro. Sin su autorización, no podía hacer lo que siempre había hecho, y no podía ser quien siempre había sido. De repente, algo frío y duro se le clavó en el estómago. Algo no estaba bien. No era correcto que tuviera tanto poder cuando lo único que deseaba era conservar su puesto de trabajo. Además, no quería ahondar más en aquello tan extraño que sentía por Lee Sang.

–Entra en el coche, Jian –le dijo él–. Tenemos que firmar y zanjar este asunto.

En ese momento Jian se fijó en el río de empleados que salía por la puerta principal del edificio. Aunque bajaran las escaleras a toda prisa para escapar de la lluvia, todos les lanzaban miradas curiosas y fugaces. Y eso fue lo que le hizo decidirse. Subir al coche del jefe delante de todo el personal estaba fuera de toda discusión.

–Recógeme en Revolt, más allá de la parada de autobús –le dijo, acercándose un poco y bajando la voz.

–No es para tanto, ¿no crees? –le dijo él, poniendo los ojos en blanco un instante.

–Sí que es para tanto –le dijo.

–Te vas a calar hasta los huesos –le advirtió él.

–Buenas tardes, señor Lee –le dijo, alzando la voz para que todo el mundo le oyera, y entonces siguió de largo.

Tras cruzar la concurrida calle, se secó un poco la cara, sacó el móvil y apretó el botón de marcación rápida mientras corría hacia la marquesina de la parada de autobús.

–¿Jian? –dijo Taeho desde el otro lado de la línea. Su voz sonaba algo fatigada.

–¿Qué estás haciendo?

–Estoy en la bicicleta.

Jian se imaginó a su amigo, pedaleando furiosamente en la bicicleta estática que tenía en su pequeño ático.

–Voy a llegar tarde a la cena –dijo Jian.

–¿Qué pasa? –preguntó Taeho.

–Estoy a punto de meterme en un enorme y siniestro coche negro con Lee Sang –mientras se abría paso entre la gente, Jian bajó el tono de voz para sonar misterioso e intrigante.

–Entonces será mejor que me des la matrícula.

–Te la mandaré en un mensaje –Jian soltó una carcajada.

–¿Por qué vas a subir a su coche?

–Quiere que firme algo.

–Entonces deberías dejarme leerlo antes.

–Lo haré si parece complicado –le prometió a Taeho–. Dice que es para confirmar su puesto como presidente y director general –añadió, sabiendo que no podía creerse nada de lo que ese hombre le dijera.

–Podría ser un truco –le advirtió Taeho.

–Ésa es otra de las razones por las que te quiero tanto –le dijo Jian, sonriendo.

–Ahora en serio, Ji. Si ves por algún lado las palabras «irreconciliable» o «absoluto», echa a correr.

–Lo haré –dijo Jian.

El coche negro se acercaba.

–Ups. Ahí está. Tengo que dejarte.

–Llámame cuando hayas terminado. Quiero todos los detalles. Y quiero cenar –Taeho se quedó sin aire un momento–. Definitivamente quiero cenar.

–Te llamaré –prometió Jian, cerrando el teléfono y guardándoselo en el bolso al tiempo que Lee Sang bajaba del coche.

Él se subió las solapas del abrigo y le hizo señas para que entrara en el vehículo. Jian se sujetó el abrigo, empapado y chorreante, y subió al coche como pudo.

–Lunático –le murmuró él entre dientes.

–Tienes suerte de que no vayamos a tener hijos –le dijo Jian por encima de hombro al tiempo que se acomodaba en el asiento.

–Tengo suerte de saber que me libraré de ti –le dijo él, cerrando la puerta. Rodeó el coche y subió por el lado del conductor.

Jian se secó un poco las manos, se alisó la chaqueta y entonces frunció el ceño. Su bolso se había convertido en una enorme y pesada masa de agua.

–A Miangdon  –le dijo al conductor. Al inclinarse adelante se vio de refilón en el espejo retrovisor. Tenía un aspecto horrible.

–Al ático, Henry –dijo Sang, corrigiéndolo.

–¿No me vas a acercar a casa? –exclamó Jian, anonadado.

No obstante, no sabía muy bien por qué se dejaba sorprender por sus malos modales. Lee Sang era un tipo egoísta y prepotente.

–Henry te llevará a casa más tarde.

Jian levantó una ceja a modo de interrogante.

–Tengo los papeles en el ático.

El joven se dio cuenta de que había mordido el anzuelo. Tener los papeles en el coche hubiera sido demasiado sencillo para un hombre como él. Resignado desistió de su empeño en arreglarse un poco. Estaba hecho un desastre, y no había nada que hacer.

–No te preocupes por mí –le dijo–. No es que tenga vida propia –añadió en un tono afilado.

Henry se incorporó al río de coches, Sang lo miraba de reojo, con escepticismo.

–Basta con un garabato y estarás fuera de este lío.

Jian sacudió la cabeza con decisión. Por mucho que quisiera romper los lazos maritales, no podía dejarle salirse con la suya así como así. Si lo hacía, él le echaría a la calle en un abrir y cerrar de ojos.

Sang se recostó en el cómodo asiento de cuero y se puso de frente a él.

–¿Y si te prometo que conservarás tu trabajo?

La lluvia caía cada vez con más fuerza sobre el techo solar del vehículo, y los parabrisas apenas quitaban el agua de la luna delantera.

Jian se volvió hacia él y lo miró a los ojos.

–Para eso tendría que confiar en ti.

–Puedes confiar en mí.

Jian soltó una risotada.

–Me arruinaste la vida.

–Te he convertido en un joven muy rico.

–No quiero ser un joven rico.

–Lo diré de nuevo. Puedes salir de ésta cuando quieras.

Jian se dedicó a mirar a su alrededor y a examinar el interior del coche, ignorándole por completo.

–¿Hay alguna forma de terminar esta conversación, o vamos a seguir dando vueltas sin llegar a ningún sitio?

Los cláxones de los coches que estaban a los lados pitaron con fuerza al tiempo que Henry giraba a la izquierda. Jian se apartó el pelo húmedo de la cara y trató de resistir la tentación de quitarse los encharcados zapatos y hundir los dedos de los pies en la mullida alfombra del coche.

–Creo que no te va a gustar ser mi socio en los negocios –le advirtió Sang.

–¿Porque tú vas a hacer que sea un infierno? –le preguntó, mirándolo fijamente.

–Y yo que pensaba que estaba siendo sutil.




–Esto tiene cincuenta páginas –de pie, en mitad del salón del ático de Sang, Jian frunció el ceño al examinar el documento.

–Se trata del control de una corporación que vale millones de dólares –le dijo él, haciendo acopio de toda su paciencia, que no era mucha–. Sería un poco difícil resumirlo todo en un folio.

–Tendré que llevárselo a mi abogado –dijo Jian, inclinándose para meterlo en el bolso.

–Léelo antes de decidir –dijo Sang con ironía–. No está en chino –añadió–. Tú y yo tenemos que firmar en la página tres, para autorizar al comité de dirección. Los miembros ya han firmado en la página veinte, ratificándome en mi puesto. El resto es… Bueno, léelo. Ya lo verás.

Jian titubeó un momento y lo observó con ojos de sospecha.


–Muy bien –dijo unos segundos más tarde. Soltó el bolso sobre el sofá y suspiró–. Le echaré un vistazo.

Sang contuvo una mueca de dolor al ver cómo el bolso empapado caía sobre su flamante sofá forrado en cuero blanco.

–¿El abrigo? –le dijo, extendiendo las manos antes de que lo tirara en cualquier parte.

Se quitó el chubasquero. Debajo llevaba una camisa de flores la cual le quedaba un poco holgada, pero lo que llamó la atención de Sang fueron los ceñidos pantalones de color negro que acentuaban sus piernas estilizadas.

–Gracias –dijo Jian, entregándole el abrigo.

–Yo… Ah… –señaló en la dirección del pasillo y la cocina, y se escapó antes de que su propio rostro lo delatara.

Una vez en la cocina, encontró una nota de su ama de llaves. Le había dejado ensalada y pollo en la nevera, y también le había dejado una botella de Cabernet sobre la barra. Agarró el sacacorchos de forma automática, respirando hondo, tratando de controlar las emociones que luchaban en su interior.

Frustración, deseo… Sin duda Jian era un joven atractivo. Eso ya lo sabía. Lo había sabido desde el primer momento. Pero había jóvenes atractivos por todas partes, así que no tenía por qué obsesionarse con él. Sacó el corcho.

No. No tenía por qué encapricharse de él. De hecho, lo mejor que podía hacer era buscarse una cita; eso lo mantendría distraído. Últimamente había trabajado demasiado. Eso era todo.

Una cita con un joven hermoso cortaría por lo sano aquella estúpida fascinación por Wang Jian. Sacó dos copas del mueble de la cocina. Ungjae se había ofrecido a presentarle al nuevo piloto de su avión privado. Decía que era atractivo y atlético.

Antes de darse cuenta de lo que había hecho, había llenado dos copas de vino.

–Oh, maldita sea –se detuvo un instante, para recapitular. En realidad el vino no era tan mala idea.
Si Jian firmaba, podían brindar por ello, o quizá el alcohol la ablandaría un poco…

Se quitó la chaqueta del traje y fue un momento al dormitorio. La guardó en el armario, se quitó la corbata y se miró en el espejo. Se desabrochó los puños de la camisa y se la remangó hasta los codos. Si aquello hubiera sido una cita, se habría afeitado y cambiado de ropa, pero no lo era. Y su apariencia no tenía la más mínima importancia para Wang Jian.

Algo más cómodo, regresó a la cocina, agarró las copas y se dirigió al salón. Al llegar junto a la puerta se detuvo un instante. Jian parecía sentirse como en casa. Se había quitado los zapatos y había doblado las piernas hasta apoyarlas bajo los muslos; sus pies descalzos apoyados contra el brazo del sofá. El cabello se le estaba secando, tomando volumen. Parecía totalmente concentrado. Escudriñaba el documento con toda atención, achicando los ojos y arrugando los labios.

Mientras lo observaba, debió de moverse, porque se volvió.

–¿Vino? –le ofreció, levantando una de las copas, fingiendo que no lo había estado mirando.

–Tienes razón –le dijo, soltando los papeles sobre su regazo y estirando un brazo por encima del sofá; un gesto casual, pero muy sensual.

–Nunca creía que te oiría decir eso –le dijo. Hubiera querido sonar más irónico, pero las palabras no salieron de esa manera.

–Lo firmaré –dijo, volviendo a la primera página del documento y poniéndolo sobre la mesa.

–¿En serio? –le preguntó Sang, sin poder evitar la sorpresa. Le dio la copa de vino, para disimular.

Jian la aceptó y se encogió de hombros.

–Es justo como tú has dicho.

–Vaya –dijo él, en un tono sarcástico.

–Me ha sorprendido mucho –dijo Jian, notando que él se había quitado la chaqueta y la corbata.

Él se sentó al otro lado del sofá.

–Entonces, «salud» –dijo, levantando su propia copa.

Jian se permitió una media sonrisa; una que lo hacía más hermoso que nunca. Se inclinó adelante y chocó su copa contra la de él.

Con ese movimiento le ofreció una generosa visión de su pecho, tan generosa que Sang tuvo que apartar la vista rápidamente. Ambos bebieron un sorbo de vino.

Y entonces la sonrisa se hizo más grande y un hoyuelo travieso se dibujó en su mejilla derecha.

–¿Un día duro en la oficina, cariño? –le preguntó en un tono bromista. Sang sintió un hormigueo en su interior al oírla.

–Ya sabes… Lo de siempre –le dijo, siguiéndole la broma.

–¡Qué raro es esto! –dijo Jian, cerrando los párpados.

–Sí.

–Es algo muy raro. Quiero decir que, en una escala del uno al… Bueno, es raro. Es raro –hizo una pausa y se puso serio–. No quiero sacar nada de todo esto –le dijo, mirándolo fijamente y con honestidad.

Él levantó las cejas con un gesto de escepticismo.

–Quiero poner las cosas en su sitio –le aseguró.

–¿Es así como lo ves en tu cabeza? –le preguntó el.

–En cuanto me gane un lugar dentro de mi profesión, te dejaré en paz. Yo quiero una carrera, Sang. No quiero quedarme con tu empresa.

No podía negarlo más. Le creía. Entendía que quisiera mejorar y realizarse profesionalmente. Sus métodos no eran los más ortodoxos, pero no tenía más remedio que aceptar que se había convertido en un mero instrumento para Jian; un obstáculo que salvar para conseguir sus objetivos.

–¿Tienes un bolígrafo? –le preguntó él, buscando la página de firmas del documento.

–Claro –se levantó y fue a buscarlo al escritorio.

–Voy a cenar con Taeho –le dijo Jian–. No quiero llegar tarde.

–Yo tengo una cita –dijo él, mintiendo.

Después llamaría a Ungjae y le pediría el teléfono de aquel piloto precioso.





1 comentario:

  1. Por que tiene que hacer todo tan dificil!
    por que no seduce a Jian y ya!!!
    aceptar que le gusta y lo desea...ahhhhhhhh
    Hombre, que complique!

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yota´s news : De regreso?

 Buenas tardes a todas las lectoras. Después de un año  y casi 4 meses regreso a saludarlas y comentarles nuevas.  Me gustaría decirle...