Herencia -2



Sang se subió al flamante deportivo que esperaba junto a la acera y dio otro portazo.

–¿Firmó? –le preguntó Na Ungjae desde el lado del conductor al tiempo que ponía la primera marcha.

Sang se abrochó el cinturón.

–No.

Él siempre había estado orgulloso de su talento para la negociación, pero había algo en Jian que lo hacía perder el equilibrio. Aquel encuentro había sido un completo fracaso.

No recordaba que fuera tan testarudo, pero, a decir verdad, apenas lo conocía. Habían coincidido algunas veces antes de la fiesta, pero nunca habían cruzado más que un puñado de palabras inconsecuentes. No sabía mucho de él, pero sí recordaba que era listo, diligente, divertido y… hermoso.

No podía negar su belleza. Aquel día, vestido con un traje exquisito, había sido el joven más radiante en aquella sala de fiestas.

Incluso ese mismo día, con unos viejos vaqueros y una camiseta raída, seguía siendo impresionante. Sang había dado el «sí, quiero» ante Elvis sin pestañear siquiera, y estaba más que seguro de que, en aquel momento, sentía lo que decía.

–¿Le ofreciste el dinero? –le preguntó Ungjae.

–Claro que le ofrecí el dinero.

–¿Y no funcionó?

–Va a llamar a su abogado –dijo Sang, haciendo una mueca y mascullando un juramento. De alguna manera, había jugado mal sus cartas. Había estropeado la única oportunidad que tenía de acabar con todo aquello sin hacer ruido.

Ungjae puso el intermitente, miró por el espejo retrovisor hacia la concurrida calle, y pasó de refilón entre dos coches.

–Entonces, básicamente, estás en un lío muy gordo.

–Gracias por un análisis tan constructivo –dijo Sang con un sarcasmo mordaz. Lee Transportation podía correr peligro y no era momento para bromas.

–¿Para qué están los amigos?

–Para invitar a una cerveza.

–Hoy tengo que volar –dijo Ungjae–. Y sospecho que necesitas todas tus facultades a pleno rendimiento.

Sang apoyó el codo sobre el reposabrazos al tiempo que el coche se abría camino entre el tráfico denso. Su mente no dejaba de repasar el encuentro con Jian una y otra vez. ¿En qué momento lo había estropeado todo?

–A lo mejor debería haberle ofrecido más –dijo, pensando en voz alta–. ¿Cinco millones? La gente normal aceptaría cinco millones, ¿no?

–A lo mejor tienes que decirle la verdad –sugirió Ungjae.

–¿Estás loco?

–Técnicamente, no.

–¿Decirle que ha heredado todo el patrimonio de mi abuela? ¿Servirle el pastel en bandeja de plata? ¿Y también su propia ruina?

–Es que es así. Ha heredado todo el patrimonio de tu abuela.

Sang sintió que le hervía la sangre. Estaba viviendo una pesadilla, y Ungjae no estaba siendo precisamente de mucha ayuda.

–Me traen sin cuidado los papeles de la supuesta capilla –dijo Sang, casi con un gruñido–. Wang Jian no es mi esposo. No tiene derecho a la mitad de Lee Transportation, y tendrán que matarme antes que…

–Puede que su abogado no esté de acuerdo contigo.

–Si su abogado tiene un par de neuronas en la cabeza, le aconsejará que agarré los dos millones y que desaparezca cuanto antes.

Estaban casados. Sí. No podía sino reconocer el estúpido error que había cometido. Sin embargo, su abuela no podía haber tenido eso en cuenta el redactar su testamento. La ley podía decir una cosa, pero la realidad era muy distinta. Su abuelo jamás hubiera querido que un extraño heredara todo su patrimonio.

No sabía en Seúl se aplicaba la ley de los bienes comunes, pero, aunque lo fuera, Jian y él nunca habían convivido. Nunca habían mantenido relaciones sexuales. De hecho, ni siquiera habían sido conscientes de que estaban casados. La idea de que un simple empleado de tres al cuarto fuera a quedarse con la mitad de su empresa era descabellada.

–¿Has pensado en conseguir una anulación? –preguntó Ungjae.

Sang asintió. Había hablado con sus abogados, pero las noticias no habían sido muy alentadoras.

–No nos acostamos juntos –le dijo a Ungjae–. Pero él podría mentir y decir que sí lo hicimos.

–¿Crees que mentiría?

–¿Y yo qué sé? Pensaba que iba a aceptar los dos millones –Sang miró a su alrededor– ¿Estamos cerca de algún bar decente?

–No voy a dejar que te emborraches a las tres de la tarde –Ungjae sacudió la cabeza y giró a la izquierda con brusquedad.

El deportivo se aferró al pavimento y pasó zumbando por delante de un taxi, casi rozándolo.

–¿Ahora tengo niñera?

–Necesitas un plan, no una copa.

Se detuvieron ante un semáforo en rojo en la siguiente intersección. Dos taxistas tocaban el claxon sin cesar y discutían con gestos acalorados. Un enjambre humano cruzaba el paso peatonal bajo la fina llovizna que caía sin parar.

–Cree que yo lo despedí.

–¿Y lo hiciste?

–No –dijo Sang con contundencia.

Ungjae lo miró de reojo con gesto de escepticismo.

–¿Se lo inventó o es que hiciste algo que lo hizo pensar que lo echabas de la empresa?

–De acuerdo –dijo Sang, cambiando de posición en el asiento–. Rescindí el contrato para Empire de renovar el edificio de oficinas. El proyecto no se acercaba en lo más mínimo a lo que yo buscaba.

–Y entonces lo echaron –dijo Ungjae, asintiendo con la cabeza. Sang levantó las palmas de las manos en un gesto defensivo.

–La elección del personal es cosa de ellos, no mía.

El proyecto de renovación de Jian era exótico y ostentoso; un diseño excéntrico, plagado de estridencias modernistas. Aquello no casaba en absoluto con la imagen corporativa de la empresa. Lee Transportation llevaba más de cien años siendo uno de los emblemas corporativos de la ciudad de Seúl. Sus clientes, personas serias y trabajadoras, confiaban en ellos de forma incondicional, y esperaban solidez y estabilidad a cambio de su confianza.

–¿Entonces por qué te sientes culpable? –preguntó Ungjae al tiempo que entraban en un aparcamiento subterráneo.

–No me siento culpable.

Sólo eran negocios, ni más ni menos. La culpa no formaba parte de la ecuación.
No tenía que dar su brazo a torcer porque una vez hubiera bailado con él, o porque lo hubiera tenido en sus brazos y lo hubiera besado… o porque durante una fracción de segundo hubiera llegado a preguntarse si había alcanzado el cielo… Las decisiones basadas en un impulso sexual siempre llevaban a un hombre al fracaso profesional y económico.

Ungjae soltó una exclamación de incredulidad al tiempo que llegaban a la cabina del empleado del aparcamiento. Se detuvo y puso punto muerto.

–¿Qué? –dijo Sang, desafiante.

Ungjae le señaló con el dedo antes de hablar.

–Ya conozco muy bien esa expresión. Cuando teníamos quince años robamos una botella de vino de la bodega de mi padre, y también me acuerdo muy bien del día en que te «liaste» con Jenri.

El empleado abrió la puerta del conductor y Ungjae dejó caer las llaves sobre su mano.
Sang también bajó del coche.

–No estoy en deuda con Wang Jian y desde luego nunca… –cerró la boca antes de hablar más de la cuenta y rodeó el reluciente capó del deportivo. La belleza de Wang Jian no tenían cabida en aquella conversación, así que no había por qué sacarle a colación.

–A lo mejor ése es tu problema –dijo Ungjae. Sang soltó una exclamación sin palabras.

–Te casaste con él  –añadió su amigo, sólo para mortificarlo. Era evidente que Ungjae estaba disfrutando mucho con todo aquello–. Debió de gustarte, aunque sea un poco –dijo al tiempo que cruzaban el aparcamiento–. Tú mismo me has dicho que no te acostaste con él. A lo mejor lo que sientes no es rabia, sino otra cosa… –dijo en un tono claramente insinuante.

–Tienes razón, no es rabia. Es pura furia –le espetó Sang, cada vez más molesto–. Y en cuanto a lo que estás insinuando… Créeme. Sé muy bien cuál es la diferencia.

Lo único que deseaba de Wang Jian era librarse de él de una vez y por todas; cualquier otro interés estaba fuera de toda discusión.

–Dices que sientes furia, pero, ¿contra quién? ¿Contra él o contra ti?

–Contra él –dijo Sang–. Yo soy el que está intentando resolver las cosas. Si firmara los malditos papeles, o si mi abuelo no hubiera…

–No me digas que la vas a tomar con tu pobre abuelo ahora…

Sang no estaba enojado con su abuelo Hae, pero tampoco era capaz de entender su comportamiento. ¿Por qué había puesto en peligro la fortuna de la familia?

–No, pero… ¿En qué estaba pensando en ese momento?

Ungjae se subió a la acera.

–A lo mejor quería que tu pobre esposo fuera capaz de mantener cierto equilibrio de poder.

De repente una idea inquietante se abrió camino entre los pensamientos de Sang.

–¿Mi abuelo habló contigo acerca del testamento?

–No. Porque era un joven cabal e inteligente.

Sang no podía discrepar en ese sentido. Lee Donghae había sido un joven inteligente, organizado y muy capaz. Sin embargo, esas cualidades no explicaban en absoluto semejante decisión. Sus padres habían muerto en un accidente marítimo cuando él tenía veinte años, y desde entonces su abuelo había sido su única familia.

Habían estado muy unidos durante los últimos catorce años, pero su extraordinaria fortaleza se había desvanecido durante su último año de vida. Había fallecido tan sólo un mes antes, a la edad de noventa y un años.

Se dirigieron al ascensor y Ungjae insertó la tarjeta corporativa que daba acceso al helipuerto situado en la azotea del rascacielos.

–Probablemente quería poner las cosas en su sitio –dijo Ungjae con una sonrisa, apoyándose en la pared al tiempo que el ascensor se ponía en marcha–. Con todo ese dinero en juego, por lo menos tendrás una mínima oportunidad de lograr que un joven decente se case contigo.

–Me halaga ver cuánto confías en mí –dijo Sang con ironía.

–Sólo digo que…

–¿Que soy un perdedor?

El ascensor aceleró, rumbo a la última planta.

–Hay ciertos rasgos de tu personalidad que asustan a las parejas.

–¿Como qué?

–Eres un tipo malhumorado, testarudo y demasiado exigente. Te apetece un whisky a las tres de la tarde y tu trasero ya no es el de antes.

–Mi trasero no es asunto tuyo.

Sang ya iba para treinta años, iba al gimnasio cuatro veces a la semana y todavía podía correr más de 15 kilómetros en una hora.

–¿Y tú qué? –le dijo a Ungjae, desafiante.

–¿Qué pasa conmigo?

–Tenemos la misma edad, así que tu trasero corre tanto peligro como el mío. Sin embargo, no veo que tengas ninguna prisa por sentar la cabeza.

–Soy piloto –dijo Ungjae, sonriendo de nuevo–. Los pilotos son sexys. Aunque seamos viejos y tengamos canas, siempre conseguimos a los jovencitos.

–Oye, yo soy millonario –dijo Sang.

–¿Y yo no?

El ascensor se detuvo y las puertas se abrieron, dándoles acceso al pequeño vestíbulo previo al helipuerto. Uno de los helicópteros negros y amarillos de Imfact Air los esperaba en la pista. Tras formarse como piloto, Ungjae había creado Imfact Air como filial dependiente de la empresa de su familia, y la había convertido en una de las aerolíneas más importantes de Corea.

Ungjae saludó con un gesto a un técnico uniformado y entonces subió al aparato. Sang hizo lo mismo.

–¿Quieres que te deje en el despacho? –le preguntó, comprobando una serie de interruptores y poniéndose los auriculares.

–¿Qué planes tienes? –preguntó Sang, que no tenía ninguna prisa por quedarse solo con sus miserias. Tenía mucho en qué pensar, pero primero quería consultarlo con la almohada, empezar de nuevo, olvidar la desagradable escena con Jian…

–Me voy a la isla –dijo Ungjae–. Mi tío Ryeowook lleva tiempo pidiéndome que me pase, así que voy a verle.

–¿Te importa si voy contigo?

Ungjae lo miró de reojo, sorprendido.

La mejor forma de describir al tío Ryeowook era decir que era un excéntrico. La memoria ya le empezaba a fallar y, por alguna razón, pensaba que Sang era un patán. También le gustaba torturar al violín Stradivarius de la familia y solía leer sus propios poemas en voz alta.

–Tiene dos pekineses nuevos –le advirtió Ungjae.

Pero a Sang no le importaba. La isla siempre había sido su refugio y en ese momento necesitaba despejarse un poco antes de trazar el «Plan B».

–Espero que tu padre todavía tenga ese Glenlivet de treinta años.

–Dalo por hecho –dijo Ungjae, arrancando el aparato.

En unos segundos, las aspas del helicóptero comenzaron a girar y lo elevaron en el aire.


***

Una semana después, Jian quedó con su amigo y abogado Kim Taeho en el parque que estaba detrás de donde Taeho trabajaba como profesor de Derecho. Los cerezos estaban en flor y su aroma impregnaba el ambiente. Era miércoles, a la hora de comer, y los bancos cercanos al estanque de los patos estaban llenos de estudiantes y trabajadores.

–He terminado de revisar tus papeles –dijo Taeho.

Eran amigos desde la universidad. Habían compartido dormitorio en la residencia universitaria y se habían hecho inseparables desde el primer momento.

–¿Puedo firmar los documentos? –preguntó Jian. Los rayos del sol reflejaba sus siluetas en la superficie del estanque–. ¿Cuánto tiempo debería esperar antes de hacerlo?

Taeho esbozó una sonrisa radiante y apretó el sobre contra el pecho de su amigo. Jian lo agarró de forma instintiva.

–Oh, es mucho mejor que eso –dijo Taeho.

–¿Mejor que qué?

Taeho soltó una carcajada.

–Quiero decir que te ha tocado la lotería.

–¿La lotería?

Jian no entendía ni una sola palabra de lo que su amigo le decía. ¿Por qué le hablaba así?

–¿Qué quieres? ¿Una mansión? ¿Un jet privado? ¿Un billón de dólares?

–Ya te lo dije. No quiero su dinero. ¿Y qué quieres decir con eso de un billón? Él me ofrecía dos millones.

–Eso es mucho más que dos millones –dijo Taeho, sacudiendo la cabeza, sorprendido–. Es todo lo que tenía el mismísimo Lee Donghae.

Jian levantó las manos e hizo un gesto que indicaba su absoluta incomprensión. Suponía que Lee Donghae tendría algo que ver con Lee Sang, pero ahí se había quedado. ¿Qué tenía que ver ese joven con el dinero de él? Taeho se acercó a su amigo y bajó el tono de voz, como si se tratara de una conspiración.

–Donghae era el matriarca de la familia Lee –le dijo, mirando alrededor con recelo–. Murió hace un mes en la mansión de los Lee de Star Island.

El camino se bifurcaba, así que Taeho condujo a Jian hacia la ruta que rodeaba el estanque. Sus zapatos repiqueteaban contra el pavimento caliente y liso.

Jian seguía sin entender nada.

–Leí una copia de su testamento –añadió Taeho–. Y tú, mi querido amigo, estás en él.

–¿Pero cómo voy a estar en él?

–De hecho –dijo Taeho en un tono de profundo regocijo–. Tú eres el único beneficiario.

Jian se detuvo en seco y clavó su mirada en los ojos de Taeho.

–Le ha dejado toda su fortuna al esposo de Lee Sang.

–Ya. Desde luego –dijo Jian, pensando que se trataba de una broma.

–Lo digo muy en serio.

Jian se apartó un poco para dejar pasar a un par de ciclistas.

–¿Y cómo iba a saber que yo existía?

–No lo sabía –Taeho sacudió la cabeza–. Eso es lo que lo hace increíble. Bueno, en realidad todo es increíble.

–Taeho… –empezó a decir Jian con impaciencia.

–Según el testamento todo su patrimonio está sujeto a un fideicomiso hasta que Sang se case –dijo Taeho–. Pero él ya se ha casado, así que, ante la ley, te corresponde el cincuenta por ciento de Lee Transportation.

Jian sintió que se le aflojaban las rodillas. Por eso parecía tan desesperado.

–Bueno, ¿qué quieres? –preguntó Taeho, entre risas.

Sin palabras, Jian le devolvió el sobre. Aquello era demasiado para él. Dio un paso atrás y sacudió la cabeza.

–No quiero nada –dijo finalmente.

–No seas tonto.

–La boda fue una farsa. Fue un error. Yo no quería casarme con él y desde luego no merezco heredar la mitad de su empresa.

–Entonces acepta el dinero –le dijo Taeho, intentando razonar.

–Tampoco quiero el dinero.

Taeho levantó las palmas de las manos en un gesto de exasperación.

–¿Y entonces qué quieres? ¿Cómo quieres tomarte la revancha?

Jian pensó en ello un momento.

–Quiero que sufra.

Taeho soltó una risotada, agarró del brazo a su amigo y continuó andando.

–Confía en mí, cariño –le dio un palmadita en la espalda–. Ya está sufriendo.

–Y quiero un trabajo –dijo Jian con convencimiento–. No quiero dinero fácil –añadió, con la voz cada vez más fuerte–. Quiero una oportunidad para demostrar lo que valgo. Soy un buen… No. Soy un gran arquitecto. Sólo quiero una oportunidad para demostrarlo.

El camino terminaba en la acera. Taeho levantó la vista y contempló el logo de Lee Transportation, colocado en lo alto del edificio sede de la empresa.

–Entonces pídesela.

Jian arrugó los párpados para protegerse de los inclementes Kanginos de sol y contempló aquellas enormes letras azules. Se volvió un instante hacia su amigo y después volvió a mirar el logo.

–Cuánto te quiero, Taeho –le dijo, esbozando una sonrisa y apretando el brazo de su amigo–. Es un plan brillante.

Y eso era exactamente lo que iba a hacer. Conseguiría que Lee Sang le diera un empleo; el trabajo que debía haber sido suyo desde un primer momento: el proyecto de renovación de la sede de Lee Transportation.

Retomaría el asunto justo donde lo había dejado, o mejor aún… Desarrollaría una iniciativa mucho más llamativa. Y entonces, una vez le hubiera demostrado a todo el mundo que era un arquitecto con talento, firmaría los papeles y Lee Sang recuperaría su empresa. Además, así no tendría que irse de Seúl.

La luz cambió a verde y Jian tiró del brazo de su amigo.

–Te vienes conmigo.

–Tengo clase ahora –Taeho vaciló un momento.

–No tardaremos mucho –le prometió Jian.

–Pero…

–Vamos. Necesito que le sueltes algo de jerga legal para que se asuste un poco.

–Ya está asustado. Créeme –dijo Taeho, echando a andar.

–Entonces todo será muy fácil –le aseguró Jian mientras subía la corta escalinata.





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yota´s news : De regreso?

 Buenas tardes a todas las lectoras. Después de un año  y casi 4 meses regreso a saludarlas y comentarles nuevas.  Me gustaría decirle...