Seductores I-5



Jian estaba en el Mercedes que habían ordenado que lo llevase a casa. Jian se concentró en la historia que contaría a su familia. Ensayó una sonrisa refrescante y una voz alegre. Su total rendición no serviría para nada si su appa sospechaba lo más mínimo.
—Tengo grandes noticias, Sang me ha ofrecido un trabajo impresionante —dijo a su appa en cuanto entró en casa—. Me pagará lo bastante como para poder liquidar la deuda que tenemos con él.
Zhoumi al principio estaba atónito, pero su palpable alivio pronto silencio sus preguntas.
—¡Por supuesto! Fuiste el mejor del curso de contabilidad, así que Sang tendrá un empleado de primera. Me alegro tanto de no haberme equivocado con él. Siempre he creído que era un joven decente y digno de confianza —dijo Zhoumi lleno de felicidad—. ¿Dónde vas a trabajar?
—En Bakhar.
—Oh, Dios mío, ¡el nuevo trabajo será en el extranjero! Debería haber pensado en esa posibilidad —exclamó su appa—. Te vamos a echar mucho de menos. ¿Estás seguro de que te viene bien esto?
—Claro, totalmente —Jian seguía sonriendo aunque le empezaba a doler la mandíbula.
Su supuesto nuevo empleo fue el único tema de la cena esa noche. Como ninguno de sus hermanos estaba al tanto de la difícil situación económica de la familia, lo que todos asumieron fue que Jian había conseguido el trabajo de sus sueños.
—Supongo que trabajar en el extranjero será un buen cambio para ti—comentó Kun, su hermano, antes de subir al piso de arriba a estudiar.
Era excepcionalmente inteligente y, como muchas personas intelectualmente brillantes, completamente ajeno a los aspectos prácticos de la vida.
—Vas a poder ganar una fortuna libre de impuestos en Oriente Medio —dijo su hermano Chenle.
—¿Tendrás que ir a trabajar en camello? —preguntó el pequeño, Renjun, lleno de esperanza.
Su otro joven hermano, Woozi, estaba más pensativo y menos convencido por la aparente normalidad que había en la superficie. Cuando los jóvenes estuvieron listos para irse a la habitación que compartían, los ojos del adolescente eran un mar de confusión.
—¿Cómo ha sido volver a ver a Sang? ¿No lo odiabas?
—No. Lo he superado hace mucho tiempo —dijo Jian en un susurro para no despertar a Renjun.
—Pero no has salido con nadie después de él.
Jian giró el rostro hacia la pared y apretó con fuerza los ojos.
—Eso no tiene nada que ver con Sang. Me refiero a que las relaciones son como son… —murmuró—. He tenido algunas citas… pero no han llegado a nada.
—Porque no te interesaban… los hombres siempre son…
—No he tenido tiempo para los hombres.
—Tenías tiempo para Sang cuando andaba por aquí.

Jian se pasó la mitad de la noche despierto pensando cómo se organizaría su familia para hacer la cantidad de cosas que él hacía normalmente. Era consciente también de que tenía que dejar resuelto el tema de Calvin. Esas dos preocupaciones dejaban en un segundo plano el problema de cómo iba a manejar a Sang.
A la mañana siguiente, dio el preaviso en el trabajo y, al final de la jornada, se fue en autobús a casa de su padrastro.
—¿Qué quieres? —preguntó de mala manera Calvin desde el umbral de la puerta.
—Si vuelve siquiera a intentar sacarle dinero a mi appa otra vez, te denunciaré a la policía —dijo Jian—. Si amenazas o haces daño a cualquier miembro de mi familia, también iré derecho a la policía, así que ¡déjanos en paz!
La oleada de insultos y el resentimiento con que le contestó Calvin lo convenció de que la advertencia lo había asustado lo bastante como para mantenerlo alejado. Como la mayoría de los maltratadores, Calvin normalmente evitaba a las personas que le plantaban cara y concentraba sus agresiones en las personas con caracteres más blandos.
Estaba esperando otro autobús cuando sonó el móvil.
—Pensaba que tu padrastro ya era historia —señaló la voz de Sang con cristalina claridad.
La sorpresa casi hizo a Jian dar un salto.
—¡Pensaba que estabas en Nueva York!
—Lo estoy.
—Entonces ¿cómo sabes que he estado en su casa?
—Mi equipo de seguridad te está vigilando. Te he dicho que no te quitaría la vista de encima —dijo Sang arrastrando las silabas—. ¿Por qué has ido a ver a Chen?
Jian recorrió con la mirada la calle de arriba abajo. Tenía tanto tráfico como cualquier zona residencial a esa hora. Pero no había ninguna señal ni otra cosa que atrajera su atención de un modo particular; si la hubiera habido, estaba del humor adecuado para decirle cuatro verdades.
—No es de tu incumbencia. No puedo ni imaginarme por qué te tomas el trabajo de poner fisgones tras mi pista.
—Nada es demasiado cuando se trata de mi concubino favorito.
Con una sonrisa de diversión en su hermosa boca, Sang se recostó en el respaldo de la silla de su despacho y escuchó el furioso clic que interrumpía la llamada. Sentía una potente descarga de adrenalina cada vez que veía o hablaba con Jian. La verdad era que eso lo perturbaba…

Se abrió la puerta del Mercedes. El chófer hizo una reverencia y los guardaespaldas se colocaron en sus posiciones. Con el corazón latiéndole a toda velocidad, Jian salió del coche y entró en el hotel esforzándose por parecer indiferente ante todas las cabezas que se dieron la vuelta para mirarlo. Por suerte el ascensor estaba libre. Un momento después, lo llevaron a una opulenta suite donde le esperaba un completo cambio de ropa.
Se desvistió con cuidado. Salir de su casa lo había trastornado y mantener la alegría había sido un reto. Era su segunda visita a ese hotel de Seúl. La primera había sido una semana antes: durante un par de horas le habían tomado medidas para hacerle ropa nueva.
En las dos ocasiones la excursión la había organizado una anónima voz telefónica. Todavía no sabía cuándo volaba a Bakhar. No había vuelto a hablar con Sang. Por mucho que no tuviera especial interés en mantener contactos innecesarios con él, ese silencio lo único que había conseguido era incrementar su aprensión sobre el futuro.
Se puso ropa interior de seda. Todas las prendas le quedaban perfectas. A él le gustaba la ropa interior sencilla y cómoda, no la pensada para presentar el cuerpo como algo provocativo. Se puso una camisa blanca con un lindo bordado de flores pequeñas con su tallo y deslizó los pies en delicados zapatos hecho a mano. Estaba a punto de ponerse la chaqueta a juego cuando sonó un móvil que había encima de la cama.
Después de un momento de duda, respondió.
—¿Hola?
—Déjate el pelo al natural —murmuró Sang con voz ronca.
—De acuerdo —dijo Jian con voz ahogada.
—El teléfono es para ti. Es muy seguro. Estoy deseando verte en el aeropuerto —colgó.
Moviéndose con el mismo entusiasmo que un autómata, Jian metió el móvil en la bolsa que había encima de la cama. Buscó un peine para moldear un poco su cabello, a Sang siempre le había gustado. Un temblor le recorrió el cuerpo. En ese instante se sintió tentado de cortarse el pelo a trasquilones.
¿Pero cómo reaccionaría su príncipe del desierto? ¿No se suponía que su pelo era su mayor  atractivo?  A lo mejor, si se rapaba, lo rechazaba en el mismo aeropuerto. No era un riesgo que pudiera permitirse correr.
Se puso el abrigo. Su reflejo en el espejo le pareció artificial. En la superficie parecía un joven señor, se concedió con amargura, pero ambos, él y, sobre todo, Sang, sabían que bajo aquella ropa iba vestido como su concubino favorito.
Fue hasta Incheon en una enorme limusina de cristales tintados. Caminaba por la terminal del aeropuerto cuando alguien lo llamó por su nombre. Se detuvo sorprendido, volvió la cabeza y al instante se convirtió en el objetivo de las cámaras y de gente que corría. Mientras le gritaban toda clase de preguntas, el equipo de seguridad se desplegó a su alrededor.
—¿Cómo se siente al ser el último joven del príncipe?
—Mire hacia aquí… Déjenos hacer unas fotos…
—¿Viaja a Bakhar a conocer a la familia real? —gritó una mujer que trotaba a su lado apuntándola con un micrófono—. ¿Es verdad que se conocieron cuando el príncipe estudiaba en Seúl?
Molesto por la atención y las indiscretas preguntas, Jian casi echó a correr e inclinó hacia abajo la cabeza para evitar que le hicieran fotos. Otros dos guardaespaldas llegaron en apoyo de sus asediados compañeros y entre todos consiguieron sacarlo del corredor y meterlo en una sala privada.
Sus ojos se encontraron con los de Sang. Aunque en sus dorados ojos encontró el habitual gesto de desinterés, Jian sintió una descarga como si hubiera metido los dedos en un enchufe. Sang hizo un gesto con la cabeza para que se acercara. Hubiera preferido quedarse donde estaba. Por otro lado, no quería correr el riesgo de que le diera una orden delante de todo su personal, que, por cierto, estaba todo agrupado en un rincón teniendo mucho cuidado de ni hablar ni mirar en la dirección que ellos estaban.
—Me ocuparé de todo esto en cuanto embarquemos —su tono grave tuvo el mismo efecto que el chasquido de un látigo.
La sensación de intimidación de Jian fue borrada por una oleada de fastidio. Allí estaba, envuelto y presentado de pies a cabeza como su alteza real había ordenado. Había hecho exactamente lo que se le había dicho. No había cometido ni el más mínimo error. ¿Qué pasaba con   él?
¿Nunca estaba satisfecho? Su vida prometía ser un infierno el tiempo que durara su relación, pensó amargamente. Pero rápidamente pensó en que la recompensa sería que, en menos de veinticuatro horas, la amenaza que se cernía sobre la estabilidad de su familia estaría conjurada.
El avión privado era enorme y el interior tan suntuoso que Jian se quedó sin respiración. Se sentó en un asiento extremadamente cómodo y se sujetó para el despegue mientras le daba vueltas a lo que podía haberle molestado. ¿Sería el interés que la prensa había mostrado por él en el aeropuerto? Bueno, eso no podía considerarse culpa suya. Era un playboy fabulosamente rico y además de la realeza. Los paparazis lo adoraban y lo seguían por todo el mundo. Su vida social llenaba las páginas de las revistas del corazón y, ocasionalmente, incluso llegaba a los titulares.
En cuanto el avión abandonó la pista, Sang se desabrochó el cinturón de seguridad y se levantó del asiento.
—Ahora responderás a mis preguntas.
Jian, que sólo había volado un par de veces en su vida, aflojó los dedos que tenía clavados en los brazos del asiento y abrió los ojos.
—¿Cuál es el problema? —preguntó sacudiéndose el pelo—. No he hecho nada y me siento como si estuviera en un juicio.
—¿Por qué has filtrado a la prensa nuestros planes de viaje?
Jian parpadeó mientras consideraba todas las posibles ramificaciones de aquella pregunta.
—Ahora, limítate a escucharme —dijo mientras luchaba furioso por desabrocharse el cinturón de seguridad.
Sang se agachó para estar a la misma altura que él.
—No, escucha tú —dijo en tono de advertencia—. Si gritas, te oirán y molestarás a mi personal. La impertinencia y la descortesía no gustan nada en Bakhar.
Aún atado, Jian temblaba de rabia e irritación.
—Eres la única persona que me hace sentir así…
Sang desabrochó el cinturón de seguridad que lo ataba con un sencillo movimiento de la mano.
—Eres autoritario. Soy la única persona que te hace frente.
Jian se levantó y se marchó al otro extremo. Estaba ruborizado, se dio la vuelta antes de recordar que era de mala educación darle la espalda.
—También eres la única persona que me hace constantemente blanco de acusaciones injustas. ¿Seguro que no es una excusa para perder los estribos? —le dijo con vehemencia con los puños apretados—. Nunca he tenido contacto con la prensa. No tengo ni idea de cómo se filtra algo.
Sang lo miró detenidamente.
—Eso no puedo aceptarlo. Hace cinco años los paparazis apenas sabían de mi existencia y nadie me asoció contigo en ningún medio. Pero hoy, incluso aunque no he aparecido en público contigo, los paparazis te estaban esperando. Te han identificado y han hecho referencia a nuestro pasado común. ¿Quién si no podría haberles dado todos esos detalles?
—¿Cómo quieres que lo sepa? ¡Yo no he sido! —protestó Jian.
—Tarde o temprano, tendrás que decirme la verdad —dijo Sang con resolución—. Las mentiras todo el tiempo, me resultan inaceptables.
Jian apretó los dientes.
—No te estoy mintiendo. ¿Por qué iba a llamar a la prensa? ¿Te crees que me siento orgulloso de la razón por la que me marcho de mi país?
—¡Basta! —gritó Sang en tono de advertencia.
Estaba maravillado por su capacidad para permanecer allí de pie mirándolo, tan exquisitamente bello, mientras saltaba sobre él. Pero estaba convencido de todo lo que le había dicho. No aceptaría las mentiras. Jian era fuerte e inteligente. Estaba convencido de que, si era severo con él, esas cualidades saldrían a la superficie.
Jian se sentó todo lo lejos de él que pudo. El silencio y la tensión ocuparon el espacio. Empezó a sentir una rabia impotente. Según él, todo lo que iba mal era su culpa y, encima, no podía gritarle. ¿Dónde quedaba la justicia? ¿Cómo se atrevía a echarle la culpa por lo de la prensa cuando había sido él quien había salido con modelos? En comparación, él llevaba una vida de virtud. ¿Que no era perfecto?
¡Pues claro! ¿Acaso lo era él?
Con la rabia aún latiendo en su interior le dedicó una mirada furiosa.
—¿De verdad te crees que puedo tener algún interés en ser públicamente conocido como tu querido?
Sang tuvo que hacer un gran esfuerzo para mantenerse en silencio ante semejante provocación. ¿Su querido? Apretó los dientes y enlazó los dedos de las manos. En cuanto el avión aterrizó, el personal se preparó para desembarcar y Justin, su asistente, se acercó a Sang. Profesor de leyes y excelente administrador, el anciano hizo unas rápidas preguntas para averiguar qué tenía que poner en el visado de entrada de Jian.
La rabia de Sang aún era intensa. Impaciente por la burocracia y los pequeños detalles de los que la familia real siempre había estado al margen, Sang respondió en su idioma y en un tono que significaba que no quería más preguntas.
—Es mi pareja, no necesita visado.
Justin se quedó helado, después se retiró e hizo una ligera inclinación de cabeza. Un silencio eléctrico lo envolvió todo. Todo el personal se quedó quieto. Un casi imperceptible atisbo de color apareció en lo alto de sus mejillas: Sang se dio cuenta de que por primera vez en su vida había mostrado en público sus emociones. Rápidamente, decidió que su franqueza podía haber sorprendido, pero no tenía por qué ser un fallo.
Cerró la mano sobre los pálidos dedos de Jian. Seguramente no podría mantenerlo en secreto para la gente más cercana a él. Aunque no había tenido planeado hacer ningún anuncio, al menos, razonó, nadie podía plantear ahora nada porque el estatus de Jian en su vida no era negociable.
—Me haces daño en la mano —dijo Jian poniéndose de puntillas.
Sang lo soltó de inmediato, pero no dejó que se fuera. Ya era suyo, pensó con satisfacción. Estaba en Bakhar con él. Le acarició los dedos que le había apretado y mantuvo su mano agarrada. Sorprendido por la respuesta a su mordaz queja, Jian lo miró. Una ligera sonrisa se dibujó en la boca de él. Hundido por esa inesperada calidez, se sintió mareado y falta de aire.

Desde el otro extremo de la cabina, Justin vio el intercambio de miradas. De pronto entendió por qué se había arreglado el Palacio de los Leones y se sintió horrorizado por haber malinterpretado sus intenciones.
¿Cómo podía haber sido tan estúpido de pensar que el príncipe iba a desafiar las convenciones hasta el punto de importar amantes extranjeros? En su lugar, lo que había hecho Sang era retomar un modo tradicional de llegar al matrimonio. Y eso llenaría de alegría a su familia y a todo el país.
Un matrimonio por declaración. ¿No era algo típico de un príncipe heroico e independiente llevarse a casa un novio sin todo el aparato habitual? En cuanto los empleados salieron del avión, Justin tomó el teléfono para darle las buenas noticias al más cercano consejero del rey, Paoh, y asegurarse así de que los rumores escandalosos no se extendieran por palacio. Se mostró un poco decepcionado por el descubrimiento de que las cosas no fueran del modo que había previsto.
Jian no estaba preparado para el asfixiante calor de Bakhar a media tarde y se le olvidó que había decidido mostrar su total desdén por Sang no dirigiéndole la  palabra.
—¿Hace siempre este calor?
Incluso ese ligero atisbo de crítica por Bakhar hizo que Sang cuadrara los hombros.
—Hace un gran día. Aquí no hay cielos grises al principio del   verano.
Una limusina con aire acondicionado los llevó rápidamente hasta la terminal del aeropuerto. De allí pasaron a un helicóptero blanco y dorado. Una vez a bordo, Jian se sentó y trató de no mirar todo lo que le rodeaba con la boca abierta.
La vista pronto atrajo su atención. El helicóptero seguía una escarpada cordillera montañosa y atravesó unos verdes y fértiles valles antes de internarse en el desierto. Su primera visión de los ocres campos de dunas lo dejó cautivado. Vio una caravana de camellos atravesando el enorme vacío y un par de campamentos. Los niños corrían tras la sombra del helicóptero y agitaban frenéticos los brazos. El desierto se extendía delante de ellos como un vasto océano dorado.
—¿Cuánto queda? —no pudo evitar preguntar finalmente.
—Otros diez minutos o así —Sang había dado instrucciones a los pilotos de que hicieran un recorrido panorámico y el vuelo había sido más largo de lo necesario.
Aunque normalmente encontraba refrescante ver los paisajes de la tierra que amaba, apenas había apartado la vista de Jian. Su ansia de poseerlo era tan punzante como un cuchillo.
Lo había mirado mientras se reía de rodillas en el asiento y saludaba a los niños beduinos con juvenil entusiasmo. Joie de vivre, lo llamaban los franceses y esa chispeante clase de alegría había tenido una vez un enorme atractivo para un varón que había pasado de ser un niño serio a un joven muy grave. La emoción que Jian mostraba con tanta libertad había sido una poderosa fuerza de atracción. La exasperación le hizo apartar esos recuerdos. El presente, se dijo a sí mismo sombrío, era más importante. Sí, Jian era muy deseable, pero ¿no lo había comprado para acostarse con él?
Al darse cuenta de cómo lo miraba, Jian se ruborizó y se sentó de un modo más circunspecto.
—¿Podré gritarte cuando lleguemos a donde quiera que vayamos?
—No. Ya te he dicho lo que quiero y tienes que esforzarte en dármelo —le recordó Sang con inmensa frialdad.
Un pequeño estremecimiento de tensión nerviosa recorrió a Jian por el brillo que vio en su mirada.
—¿Qué pasa si te decepciono?
—No lo harás.
Jian respiró hondo.
—Creo que aprenderás deprisa —murmuró Sang.
El rostro de Jian ardía. Giró la cabeza y justo enfrente vio un inmenso edificio colgado de las rocas de una colina. El helicóptero descendió cerca de los muros exteriores y aterrizó. Jian salió al aire fresco mirando con ojos de fascinación los desgastados muros de las antiguas torres.
—Bienvenido al Palacio de los Leones —proclamó Sang mientras la vibración del móvil atraía su atención.
Se metió la mano en el bolsillo para apagarlo. Siempre se había tomado muy en serio sus obligaciones, y fue un acto que le supuso una pelea con su conciencia, pero estaba decidido a no distraerse de Jian. Durante unas preciosas horas, se olvidaría de sus reales deberes.
Más allá de las torres había una entrada aún más impresionante dominada por unas altísimas puertas talladas.
—Es un edificio antiguo increíble —señaló Jian, intentando no parecer intimidado—. ¿Vives aquí?
—Me pertenece pero sólo vengo ocasionalmente. Uno de mis antecesores construyó el palacio. Cuando nuestra gente era nómada, éste era el lugar donde residía el poder en Bakhar. Mi abuelo murió, nuestra ciudad principal creció y este edificio fue cayendo en desuso.
—Dios mío —no pudo evitar exclamar—. Es como un viaje en el túnel del tiempo.
Sang se puso tenso. En un reducido plazo de tiempo, su personal había hecho todo lo posible, pero se habían concentrado en materias como la fontanería, la electricidad, el aire acondicionado que no había…
—Totalmente fascinante —confesó Jian, inclinando el cuello para ver un antiguo cuadro que había en la pared en el que aparecía un hombre a caballo blandiendo una espada en medio del fragor de una batalla.



1 comentario:

yota´s news : De regreso?

 Buenas tardes a todas las lectoras. Después de un año  y casi 4 meses regreso a saludarlas y comentarles nuevas.  Me gustaría decirle...