Seductores I -1



—¿Conoces a alguien al que le guste casarse? —dijo entre carcajadas Sang, príncipe de Bakhar, tras considerar la pregunta de su padre. La buena educación no le permitió una respuesta más directa—. No, me temo que no.
El rey Jidwi miró a su hijo con inquietud. Saber que había sido bendecido por el nacimiento de Sang acrecentaba su sentimiento de culpa. Su hijo era todo lo que un futuro rey tenía que ser. Sus excelentes cualidades habían brillado como un faro durante los oscuros días en que Bakhar había sufrido bajo las despóticas leyes del tío de Jidwi.
A ojos de la gente, Sang no podía equivocarse; había soportado muchas crueldades, pero se había convertido en un héroe tras la guerra que había devuelto el trono a la dinastía legítima. Incluso los rumores sobre que el príncipe en el extranjero era un reconocido mujeriego, apenas disgustaban a nadie, todo el mundo aceptaba que se había ganado el derecho a disfrutar de su libertad.
—Llega un momento en que un hombre debe sentar la cabeza — remarcó Jidwi— y dejar a un lado los asuntos más mundanos.
Sang sonrió y miró sin expresión los preciosos jardines, orgullo y alegría de su padre. Podía ser que, cuando fuera algo mayor, también él se sintiera orgulloso de un seto bien podado, pensó sarcástico. Aunque sentía un gran afecto por su padre, no estaban muy unidos. ¿Cómo podían estarlo? Sang tenía sólo cuatro años cuando había sido arrancado de los brazos de su appa y se le había negado la posibilidad de cualquier contacto con sus padres.
Los siguientes veinte años había aprendido a no confiar en nadie. Para cuando se había reunido con su familia, ya era una persona adulta, un superviviente y un soldado curtido en la batalla, entrenado para poner la disciplina y el deber por encima de todo lo demás. Pero no estaba preparado para cumplir las expectativas de su padre.
—No quiero casarme —afirmó Sang.
Jidwi no estaba preparado para una respuesta tan audaz, en la que ni se ofrecía una disculpa ni la posibilidad de un acuerdo. Asumiendo que había abordado el asunto de un modo torpe, dijo:
—Creo que el matrimonio aumentará tu felicidad.
Sang casi hizo un gesto de dolor por lo simple del argumento. No tenía semejante expectativa. Sólo una vez le había hecho feliz un joven, pero casi igual de rápido había descubierto que estaba viviendo un paraíso para tontos. No había olvidado la lección. Le gustaba su libertad y le gustaba el sexo.
Disfrutaba de los jóvenes, pero sólo había un espacio de su mundo privado que podían ocupar: la cama. Y lo mismo que cuando se trataba de comer, prefería una dieta variada. Así que no tenía ninguna necesidad de tener una pareja pegada a él de modo permanente.
—Me temo que no puedo estar de acuerdo con esa afirmación.
El anciano decidió ignorar la frialdad que había entre los dos y reprimió un suspiro. Le gustaría haber tenido la oportunidad de haber podido  disfrutar de una pizca de la educación superior que había tenido   su hijo y poder discutir el tema en igualdad de términos. Sobre todo deseaba tener la capacidad de tratar con su  hijo,  a  quien  quería  con todas sus fuerzas, pero por desgracia, no era   capaz.
—Hasta ahora nunca habíamos estado en desacuerdo. Debo de haberme expresado mal. O, quizá, no te lo esperabas.
—Nada de lo que puedas decir me hará cambiar de opinión. No quiero tener esposo.
—Sang… —su padre estaba horrorizado por su testarudez; además su hijo no era conocido por su capacidad para cambiar de opinión—. Eres tan popular que podrías elegir a la pareja que quisieras. A lo mejor te preocupa el tipo de pareja que se espera que elijas para casarte. Creo que incluso una extranjera sería aceptable.
Un velo cubrió los brillantes ojos oscuros de Sang. Se preguntó si esa referencia a las parejas extranjeras tendría algo que ver con la desastrosa relación que había mantenido con un coreano cinco años antes. La sola sospecha, despertó el feroz orgullo de Sang. Su padre y él habían enterrado ese asunto sin siquiera comentarlo.
—Vivimos en un mundo moderno, pero tú crees que debo comportarme como lo hicieron tus antepasados y tú, y que tengo que casarme joven para tener un hijo, un heredero —dijo Sang con frialdad y dicción crispada—. No creo que semejante sacrificio sea necesario. Tengo tres  jóvenes hermanos mayores que yo con un montón de hijos sanos. En el futuro, uno de ellos podrá ser el heredero.
—Pero ninguno es hijo de rey. Algún día tú serás el rey.  ¿Decepcionarás a tu pueblo? ¿Qué tienes en contra del matrimonio? — exigió el anciano incrédulo—. Tienes mucho que ofrecer.
Todo excepto un corazón y fe en el género humano, pensó Sang con impaciencia.
—No tengo nada en contra de la institución del matrimonio. Para ti ha sido bueno, pero no lo será para mí.
—Al menos reflexiona sobre lo que te he dicho —presionó Jidwi—.Volveremos a hablar de ello.
Después de haber defendido su derecho a ser libre tan resueltamente como había luchado para defender la libertad del pueblo bakharí, Sang salió a grandes zancadas de las habitaciones privadas de su padre. Estaba todo abarrotado de ministros de avanzada edad y cortesanos que hacían una reverencia a su paso. Uno tras otro, los guardias presentaron armas y saludaron a Sang mientras recorría antiguos patios y corredores hasta su despacho.

—Oh… Pretendía sorprenderlo, alteza real —dijo una  atractiva  morena con ojos marrones en forma  de almendra y piel cremosa al lado  de un refrigerio que le había preparado en la espaciosa oficina exterior. Hizo una profunda reverencia lo mismo que el resto del personal que se ocupaba en responder los teléfonos—. Todos sabemos que normalmente trabaja tanto que se le olvida   comer.
A pesar de que Sang hubiera preferido estar solo en ese momento, estaba acostumbrado a las consideraciones que se tenían normalmente con un príncipe. Hyunah era una pariente lejana. Con sonrisas de modestia y conversación intrascendente, le sirvió un té y unas diminutas pastas. Era evidente que el deseo de su padre de que se casara se había filtrado a los círculos de la élite de Bakhar, así que no cometió el error de sentarse y disfrutar de la conversación. Sabía que todo estaba destinado a impresionarlo y mostrarle lo bien que resultaría Hyunah como reina.
—No he podido evitar ver la revista de los alumnos de la universidad, alteza real —señaló Hyunah—. Debe de sentirse muy orgulloso de haber sido el primero de su promoción en la Universidad.
—Por supuesto —dijo sin entonación y con un gesto evasivo—.Tienes que perdonarme, tengo un compromiso.
Recogió la revista que había llamado la atención de Hyunah y entró en su despacho. Se preguntó a cuantos números de esa misma revista no había siquiera prestado atención durante años. Tenía pocos buenos recuerdos de su época de estudiante en Corea, pensó mientras hojeaba la publicación hasta detenerse cuando la visión del rostro de un joven su atención de repente. Era Wang Jian llegando a un acto académico con una mano apoyada en el brazo de un distinguido señor mayor que él.
Sang abrió la revista encima de la mesa con manos no muy firmes. Fue la rabia, no los nervios lo que lo puso de ese modo. Jian llevaba el cabello castaño apartado de la cara y un mojigato traje marrón. Pero la verdad era que su belleza natural no requería aditamentos.
Apretó los dientes mientras leía el pie de foto. A él no se le nombraba, pero su acompañante era el profesor Henry Lau, el filántropo. Un rico… ¡por supuesto! Sin duda otro ingenuo al que desplumar, pensó Sang con amargura.
Lo exasperó ser consciente de que aún reaccionaba a la visión de Jian y los recuerdos que despertaba. Había sido un desagradable incidente en se vida y un recordatorio de que tenía defectos. Cinco años antes, podía haber sido un luchador curtido en el campo de batalla e idealizado por sus compatriotas como un salvador, pero su tío abuelo había conseguido mantenerlo virtualmente prisionero en Bakhar.
Había vivido bajo constante amenaza y vigilado. Tenía veinticinco años cuando su padre había accedido al trono y él había aprovechado la libertad de la que hasta entonces había carecido.

Había sido el rey Jidwi quien había sugerido que completara sus estudios en Corea. Sang podía haber heredado la brillantez intelectual de su appa y la agudeza de su padre, pero en esos tiempos tenía una escasa experiencia sobre cómo eran ciertas parejas. A los pocos días de llegar al complejo universitario, se había encaprichado de una extravagante joven.
Wang Jian había sido un camarero, bailarín exótico y cazafortunas al mismo tiempo. Pero contó a Sang historias conmovedoras sobre un padrastro maltratador y el sufrimiento que había infringido a su familia. Lo había juzgado bien, se burló Sang de sí mismo.
Educado en la idea de que era su obligación ayudar a aquellos más débiles que él, había desempeñado el papel de caballero andante. Cegado por su belleza y sus mentiras, había estado peligrosamente cerca de pedirle que se casara con él. ¡Menudo futuro joven rey habría sido aquel Jezabel de extracción humilde! La amarga punzada de la humillación que había sufrido aún tenía la capacidad de afectar a su ego.
Cuadró los hombros y alzó la orgullosa cabeza. Realmente había llegado el momento de cerrar ese sórdido episodio y arrumbarlo en el pasado.
Los pecadores tendrían que ser llamados para presentar cuentas por sus pecados, no podían permitirse que siguieran disfrutando de los frutos de su falta de honestidad.
Sang volvió a mirar con detenimiento la foto de Jian y se maravilló de lo mejor que se encontraba una vez que había reconocido lo que era su deber hacer. Se requería acción, no una retirada estratégica. Se puso en contacto con su contable para confirmar que no se había hecho ni un solo pago del préstamo sin intereses que había hecho a la familia Wang.
No se sorprendió de que se cumplieran sus peores expectativas. Dio la orden de que se llevara el asunto con diligencia. Fortalecido por un potente sentido de la justicia, tiró la revista.


Colocándose un mechón de cabello tras la oreja, Jian miró con detenimiento a su appa, Zhoumi, totalmente consternado mientras pedía una segunda oportunidad.
—¿Cuánto debes?
El joven cubierto de lágrimas miró tembloroso a su hijo.
—Lo siento. Lo siento tanto… Debería habértelo dicho hace meses, pero no me atreví. He enterrado la cabeza con la esperanza de que los problemas se solucionaran solos.
Jian estaba realmente conmocionado por la cantidad de dinero que su appa le había confesado que debía. Era sencillamente enorme.  Tenía que haber algún tipo de error, de malentendido. No se podía ni imaginar cómo había hecho para meterse en semejante deuda.
¿Quién había prestado tanto dinero a su appa siempre falta de él? ¿Cómo demonios podía haber alguien que hubiera creído que su appa devolvería alguna vez semejante suma? Pensó en los intereses y empezó a plantear cuestiones encaminadas a enterarse de cómo se había originado esa deuda.
—¿Desde cuándo tienes el préstamo?
Zhoumi se enjugó las lágrimas, pero no miró directamente a su hijo.
—Hace cinco años… pero no estoy seguro de si se puede llamar préstamo.
Jian estaba asombrado de que su appa hubiera sido capaz de mantener tanto tiempo en secreto algo así. Recordaba muy bien la lucha que había supuesto simplemente poner un plato de comida en la mesa. Estaba desconcertado por la falta de certeza de su appa respecto a las condiciones del préstamo.
—¿Puedo ver los papeles?
Su appa se levantó apresuradamente y hurgó en un armario de la cocina lleno de envases de plástico. Miró a su hijo con gesto de culpabilidad.
—He tenido que esconder las cartas para que ni tus hermanos ni tú las encontraran y me preguntaran de qué eran.
Cuando dejó encima de la mesa una pila de cartas, Jian tragó e hizo un gruñido de incredulidad.
—¿Cuánto hace que no eres capaz de pagar?
Apartándose el cabello de la frente con un gesto nervioso, Zhoumi miró a Jian ansioso.
—Nunca he hecho ningún pago…
—¿Nunca? —interrumpió Jian al borde del   colapso.
—Al principio no tenía dinero y pensé que podría empezar a pagar cuando las cosas me fueran algo mejor —dijo su appa apretando un pañuelo de papel entre las manos—. Pero las cosas nunca fueron mejor. Siempre había alguien que  necesitaba  unos  zapatos  nuevos o un abono para el autobús… o llegaba la Navidad y no quería desilusionar a los pequeños. No tenían muchas más alegrías el resto del año.
—Lo sé —Jian se inclinó sobre la pila de cartas sin abrir y respiró hondo.
Sabía que tenía que intentar disimular lo hundido que se encontraba, pero le resultaba realmente difícil. Su appa era un joven propenso a los ataques de pánico. Necesitaba que su hijo le proporcionara seguridad y apoyo.
Habían pasado cuatro años desde la última vez que Zhoumi había conseguido salir de su casa para enfrentarse al mundo. La agorafobia, el temor a los espacios abiertos, había hecho de la casa de Zhoumi su propia prisión. Pero eso no le había impedido trabajar para ganarse la vida. Era increíblemente rápido como modisto y eso le había permitido mantener una clientela estable. Por desgracia, tampoco eso le había permitido ganar mucho.
—¿De cuánto era el préstamo exactamente? —preguntó Jian sumido en la confusión—. No creo que nadie viniera a casa a ofrecerte mucho dinero.
Al otro extremo de la mesa, Zhoumi se mordió el labio inferior. En su mirada había una expresión de vergüenza.
—Ésa es la parte que no quería contarte. De hecho, ha sido la razón por la que lo he mantenido en secreto. Me hacía sentir culpable y no quería molestarte. Sabes… Le pedí a Sang el dinero y él me lo dio.
El rostro de Jian se quedó sin color. Sus ojos parecían más brillantes por contraste con la palidez de su piel.
—Sang… —repitió débilmente con un nudo en la garganta—. ¿Le pediste que nos ayudara?
—¡No me mires así! —jadeó Zhoumi mientras las lágrimas le llenaban los ojos—. Sang dijo una vez que nos sentía como parte de su familia y que así era como hacían las familias en Bakhar: todo el mundo cuida de los demás. Estaba convencido de que iba a casarse contigo. Pensé que estaba bien aceptar su ayuda económica.
Jian estaba horrorizado por esa explicación. Cuando Sang había visitado su casa, había parecido apreciar su grande y bulliciosa familia. La verdad era que sólo en esas ocasiones lo había visto realmente relajado y con la guardia baja. No era sorprendente que su appa se hubiera convertido en un gran admirador suyo.
Jian nunca había sido capaz de contarle a Zhoumi por qué Sang y él habían roto su relación. Se puso de pie de un salto y paseó hasta la ventana. Una carretera con mucho tráfico pasaba por delante del jardín de la destartalada casa, pero Jian estaba tan perdido por la ola de rabia que estaba experimentando que ni siquiera se dio cuenta del tráfico.
Por muy leal que fuera a su appa, se sentía completamente humillado por lo que acababa de saber. Estaba destrozado por haberse enterado después de cinco años de que su relación con Sang había tenido una vertiente económica que desconocía. ¿Habría tenido eso algún efecto negativo en la visión que de él tenía Sang? Se habría muerto de vergüenza si en aquel momento hubiera sabido lo del dinero.
Sang era increíblemente rico y muy generoso. ¿Le habría dado pena Zhoumi? ¿O había tenido una motivación más oscura? ¿Habría pensado que el dinero haría que él estuviera menos nervioso a la hora de entregarle su cuerpo? ¿Había intentado comprar así su virginidad? Sintió que su orgullo se retorcía sólo ante la posibilidad. ¿Había sido injusto con él? Pensó que los actos muchas veces gritaban más que las palabras. No se había acostado con Sang y él lo había dejado en la cuneta sin ninguna clase de compasión.
—Estaba desesperado —admitió Zhoumi entre dientes—. Sabía que no estaba bien, pero tu padrastro se había metido en semejante lío con los pagos de la hipoteca… Estaba aterrorizado, pensaba que podíamos quedarnos en la calle.
Con un gran esfuerzo, Jian cerró mentalmente una puerta y con ella la poderosa imagen de Park Lee Sang, por desgracia, se había enamorado con dieciocho años. La referencia que su appa había hecho a su segundo marido ayudó bastante. Calvin Chen se había casado con Zhoumi cuando era un joven viudo con dos hijos. En la superficie era un hombre guapo, cálido y sencillo, pero había sido un maltratador espantoso que había robado sistemáticamente a la familia. El nacimiento de tres hijos más y el enfrentamiento con un marido infiel y mentiroso había provocado a Zhoumi ataques de pánico y finalmente la agorafobia.
—Cuando le pedí ayuda a Sang, dijo que compraría la casa y la pondría a su nombre para que Calvin no pudiera hacerse con ella…
Jian se giró sorprendido por aquella información que la había llevado de vuelta al terrible presente. Cada nueva información era peor que la anterior.
—¿Me estás diciendo que Sang también es el dueño de esta casa? —dijo horrorizado.
—Sí. ¡Al principio eso me hizo sentir seguro!  —gimió.
—¿Por qué no haces un poco de té mientras echo un vistazo a todas estas cartas? —sugirió Jian con la esperanza de que la rutina devolviera la tranquilidad a su appa.
Aunque su propio autocontrol se estaba viendo sometido a una prueba casi insuperable a raíz de lo que iba descubriendo. Por mucho que estuviera decidido a no dejarse llevar por el pánico, no podía dejar de escuchar el nombre de Sang como un eco en el fondo de su mente.
Ansioso por ocultar que estaba frenética por la preocupación, empezó a colocar las cartas abiertas en montones según fechas, pero recuerdos como destellos asaltaban su cabeza desde todos los lados: Sang, guapo hasta quitar el aliento y a quien no había sido capaz de quitar la mirada de encima la primera vez que lo había visto. Consiguió quitarse su imagen de la cabeza y se concentró en las cartas. Se quedó en silencio mientras leía a toda prisa.
Sang, o más probablemente sus representantes legales, habían encargado a una firma de abogados de Seúl que se aseguraran de que su appa recibía sus notificaciones. El precio de compra de la casa había sido razonable. Se había adelantado otra importante cantidad de dinero para cancelar unas cuantas deudas previas. Jian se iba poniendo más tenso según leía.
Su appa había subestimado la cuantía de la deuda. Zhoumi había firmado un contrato que lo reconocía todo y le habían dado un plazo de un año para poner todos sus asuntos en orden: comprar la casa, suscribir una hipoteca o bien pagar una renta. Jian leyó una copia del contrato que su appa había firmado.
—¿Por qué firmaste un contrato de arrendamiento? —preguntó Jian con la boca seca.
—Vino a verme el abogado y tuve que decidir hacer algo.
—Pero no has pagado nada de renta, ¿verdad? —preguntó, que ya había visto una carta en la que se le reclamaban las mensualidades.
—No, no podía —dijo mirándole temeroso.
—¿Ni siquiera un pago?
Jian pensó que al menos habría tenido dinero para pagar el alquiler, pero de inmediato se avergonzó por no haber estado más pendiente de la economía familiar.
—No, ni uno —esquivó la mirada de su hijo y Jian se preguntó si no le estaría ocultando algo.
—Appá… ¿hay algún otro problema? —presionó Jian.
Con la sensación de que había algo más que le ocultaba, Jian sabía que no podía decirle lo que pensaba de las cartas. Su appa era cariñoso y cuidaba de todo el mundo, sus cinco hijos lo adoraban. Era también muy amable y trabajador, pero en lo referente al dinero o a los maridos problemáticos era completamente inútil.
Ignorando las cartas había actuado de la peor manera posible. Las de fecha más reciente eran frías y daban miedo. Se enfrentaban a un desahucio. Jian sentía que el aire no le entraba en los pulmones: darle semejante noticia a su appa estaba más allá de sus posibilidades. A Zhoumi le daba miedo caminar hasta la cancela del jardín, así que ¿cómo se enfrentaría a la posibilidad de verse literalmente en la calle? Y si no podía enfrentarse a la situación, ¿cómo lo harían los cuatro hermanos pequeños de Jian?
—Jian… —Zhoumi miró a su hijo con el corazón en un puño—. Lo siento de verdad. No te lo he dicho antes, pero me siento tan culpable por haberme casado con Calvin. Todo nos ha ido mal desde que cometí ese error.
—No puedes culparte por casarte con él. No se mostró realmente como era hasta después de la boda y ya está fuera de nuestras vidas, así que no volvamos sobre eso —urgió Jian en un tono deliberadamente optimista—. Deja de preocuparte. Echaré un vistazo a todo y veré qué se me ocurre.
El zumbido del timbre de la puerta sonó extraordinariamente alto en medio del espeso silencio.
—Será un cliente —dijo Zhoumi recomponiendo el gesto y mirando el reloj—. Será mejor que me eche un poco de agua fría en la cara.
—Adelante. Yo abriré la puerta —Jian se sintió agradecido por la interrupción, así no tenía que darle a su appa vanas esperanzas de que todo se arreglaría.
Incluso atenazado por la conmoción como estaba, podía ver pocas perspectivas de un final feliz para los apuros de su familia. Después de todo, sólo la cancelación de la deuda podía resolver la situación y eran pobres como ratas.
Jian se encontró con su último patrón, Henry Lau, en el umbral de la puerta. Una vez más tenía los brazos alrededor de un grueso rollo de tela de cortina. La visión hubiera provocado una sonrisa a Jian un día normal, porque para decirlo en un lenguaje pasado de moda, y Henry era un hombre pasado de moda, Henry pretendía a su appa.
Después de un encuentro ocasional con Zhoumi un día que había acompañado al trabajo a su hijo, el hombre se había convertido en un visitante habitual. Desde hacía unos meses, había cambiado de ropa y otras cosas del hogar para tener la oportunidad de pedir a Zhoumi consejos sobre colores, telas, estilos…
Jian acompañó a Henry a la sala de trabajo de su appa en la parte trasera de la casa. El amable caballero había sido quien lo había animado al principio a dejar su trabajo e ir a la universidad. El erudito Henry, que había heredado una próspera empresa familiar, le había asegurado que allí siempre tendría trabajo en los periodos de vacaciones. Superviviente de un amargo y costoso divorcio, saldría huyendo en cuanto se enterara de la situación económica de su appa, pensó con amargura. Pero bueno, se dijo Jian, lo más probable era que entre su appa y Henry sólo hubiera una buena amistad. ¿Desde cuándo había creído él en los cuentos de hadas?
A su adicto al trabajo padre, a quien apenas recordaba, lo había matado un conductor ebrio cuando él tenía cinco años. El segundo matrimonio de su appa,  había  sido  un  desastre.  Maltratado e intimidado por Calvin, Zhoumi no había sido capaz de proteger a sus hijos. El último año de instituto de Jian, su padre lo había obligado a trabajar por las noches en un sórdido club que pertenecía a uno de sus amigotes.
Jian volvió a pensar en el presente. Lo que se necesitaba era acción, no perder el tiempo arrepintiéndose por cosas que ya no se podían cambiar. Se acercó al teléfono y llamó a la firma de abogados que aparecía en el membrete de las cartas para pedir una cita.
Después de explicar la extrema urgencia de la situación, consiguió que la atendieran el día siguiente al final de la mañana. Después llamó a su banco y preguntó cuánto dinero podrían prestarle. Sus peores temores se cumplieron cuando le dijeron que no tenía patrimonio y aún estaba en período de prueba en el trabajo. Nunca se había rendido fácilmente, así que llamó a otras tres instituciones financieras.
Al día siguiente, se puso un traje pantalón negro y se subió al tren de Seúl. Llegó puntual a las impresionantes oficinas de abogados en la zona financiera. Lo acompañaron hasta el despacho de un abogado. Se notaba tenso y, al cabo de unos minutos, tenía la sensación de que cada palabra que conseguía articular simplemente rebotaba contra un muro de piedra.
—No puedo hablar con usted de asuntos privados de su appa, joven Wang —una explicación de la agorafobia de Zhoumi no había servido de nada—. A menos, por supuesto, que usted tenga un poder notarial que le permita hablar y actuar en nombre de la señor Chen.
—No… pero en su momento fui muy amigo del príncipe Sang —se oyó decir Jian desesperado por probar su credibilidad de alguna manera.
—No tengo constancia de que su alteza real esté implicado en este asunto.
Jian se puso aún más tensa.
—Sé que el crédito fue adelantado por una empresa llamada Star E…
—No puedo comentar asuntos confidenciales con una tercera parte.
—Entonces —apretó los labios—, déjeme hablar directamente con Sang. Por favor, dígame cómo puedo ponerme en contacto con él.
—Me temo que eso no es posible.
Antes de que pudiera decir nada, el hombre se puso en pie para indicar que la reunión se había terminado.
Menos de dos minutos más tarde, Jian estaba de nuevo en la calle. Se sentía mortificado por el recibimiento que había tenido. Se subió al autobús con destino a la opulenta embajada de Bakhar donde su petición de un número de teléfono a través del cual poder hablar con Sang fue recibido con una sonrisa cortés que no le hizo avanzar ni un milímetro en su proceso de acercamiento. Su única opción era dejar su número de teléfono para que se lo pasaran a su personal.
Durante su insatisfactoria visita no fue consciente de la presencia de un hombre mayor de pelo plateado que había salido de su despacho en cuanto había visto su nombre aparecer en la pantalla de su ordenador. Con el ceño fruncido lo observó marcharse.

Decidido a no abandonar, fue a la biblioteca más cercana para conectarse a Internet. Se enfadó considerablemente al descubrir que Sang estaba en Seúl en ese momento y que nadie se lo había dicho, pero cuando vio que la fecha de una gala benéfica a la que iba a asistir era ese mismo día, se animó.


1 comentario:

  1. O____O
    Insisto, la falta de comunicación, nos va a matar algún día!!!

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yota´s news : De regreso?

 Buenas tardes a todas las lectoras. Después de un año  y casi 4 meses regreso a saludarlas y comentarles nuevas.  Me gustaría decirle...