Seductores I -6



Apareció un criado y se arrodilló delante de Sang. Rompió en un torrente de excusas, porque Sang había dado la orden de que no se le molestase bajo ninguna circunstancia. El hombre le tendía un teléfono con gesto de súplica.
Sang apretó los labios y después repitió sus instrucciones. Ciento un asuntos y ciento una personas en la corte, en el gobierno y en el extranjero demandaban su atención todos los días... y nunca, jamás, se tomaba un día libre. Pero ese día en particular era diferente: estaba con Jian. Era evidente que no había sido lo bastante firme con sus órdenes. Ignoró el teléfono.
—¿Hay algún problema? —preguntó Jian mirando al sirviente con las manos juntas y murmurando lamentos—. Parece un poco afligido.
—El drama es la sal de la vida de mi gente.
Jian dirigió su brillante mirada a Sang, alzó la barbilla y habló finalmente de algo a lo que llevaba horas dándole vueltas en la cabeza.
—No le he dado ningún soplo a la prensa y no me imagino por qué crees tú que he podido hacerlo.
—Muchas parejas se deleitan con la atención del público. También hay quien hace dinero vendiendo exclusivas a la prensa del corazón.
La incendiaria respuesta hizo que Jian enderezara la espalda y se dispusiera a darle la respuesta que merecía. Se dio la vuelta.
—En realidad no pensaba vender mi historia sobre lo que significa ser el concubino de un príncipe hasta que regrese a casa.
El ambiente se espesó como aceite a punto de hervir.
Sang se acercó en silencio intrigado por su constante gesto de desafío.
—Quizá —murmuró él— no quieras volver a casa. Puedo ser muy persuasivo.
Jian había querido molestarlo y el tono de su respuesta lo pilló por sorpresa.
—Por supuesto que quiero volver a casa… ¡Cuento los días!
—Harás todo lo que haga falta para mantener mi interés y así poder quedarte. Desde hoy empezarás a dejar de escaparte y empezarás a aprender —le apartó un mechón de pelo en un gesto de confianza e intimidad.

Jian se apoyó en la sólida pared con la respiración retenida en la garganta. Sang le recorrió el borde el labio inferior con el pulgar y suavemente abrió la boca para rozar la suave superficie húmeda. Jian sintió que se le aflojaban las piernas y el deseo hizo que los pezones se le pusieran tan duros que le dolían. Era una lucha contener el lascivo impacto de fascinación que le recorría.
—Yo no huyo —dijo frenético—. ¡Jamás!
—Huyes de mí más rápidamente que una gacela cada vez que me acerco. Soy un cazador. Disfruto con la persecución —Sang dejó que el dedo se deslizara entre sus labios y luego volvió a retirarlo. Lo miró y vio sus pupilas dilatadas y su blanco cuello mientras echaba la cabeza para atrás en una instintiva invitación—. Pero siempre me has deseado. Puedes luchar contra mí, pero estás deseando mi boca en este mismo instante.
Las largas pestañas de Jian se agitaron. Le supuso un gran esfuerzo volverse a concentrar. El dolor y la rabia se mezclaban porque durante un momento había anhelado el calor de su boca en la de él con tanta fuerza como una droga de la que depende la vida.
—No lo estoy deseando —murmuró y forzó una risa que sonó terriblemente estrangulada.
Sang lo miró con un calor lánguido que hizo temblar a   Jian.
—No te preocupes —dijo él—. Lo tendrás.
Jian apoyó un brazo en la pared y se zafó de él con una falta de coordinación que lo enfureció. Estaba temblando, locamente consciente de cada movimiento de su poderoso cuerpo tan cerca del suyo. Su mente se llenó de una imagen de Sang empujándolo contra la pared con esa pasión propia de él, una pasión a la que sólo en contadas ocasiones daba rienda suelta. El nudo de tensión que sentía en la pelvis se apretó. El hecho de que su hostilidad hacia él no fuera capaz de reprimir su deseo lo tenía muy preocupado.
Sang lo miró y le dio la mano.
—Deja que te enseñe el harén.
—No puedo esperar —dijo sarcástico y con las mejillas cubiertas por el rubor.
Jian alzó la cabeza. Recordaba perfectamente el oscuro sentido del humor de Sang. Una punzada de arrepentimiento le atenazó por ese tiempo perdido y tuvo el efecto de endurecer su resolución.
—No le di el soplo a la prensa —volvió a decir de nuevo.
—Si tú lo dices… —su indiferencia le indignó.
—Y hace cinco años no me acosté con ningún otro.
Sang exhaló una gran cantidad de aire. ¿Por qué seguía recordándole su infidelidad? No quería que se la recordase. ¿Por qué no se daba cuenta de que cada negación sólo servía para provocar la aparición de recuerdos desagradables?
Subieron por una inmensa escalera de piedra y, decidido a ignorar el silencio con que había respondido a sus intervenciones, Jian siguió diciendo:
—Me gustaría ver esas pruebas que dices que tienes de mi así llamada mala conducta.
—Algún día te dejaré verlas —dijo mirándolo con impaciencia.
Como Jian no tenía ni idea de lo concluyentes que eran sus pruebas, seguramente mantenía la esperanza de poder cuestionar la prueba de su engaño. Por desgracia para él, tenía una fe absoluta en la fuente de la que había recibido la información.
—¿Por qué no ahora?
—Ya te he oído suficientes mentiras. Prefiero el silencio —en su hermoso rostro había resolución—. En su momento, espero que aceptes la futilidad de seguir mintiéndome.
Jian tiró de la mano para soltarse de él.
—Intentas que me resulte imposible defenderme. Mal si hablo y mal si me callo. Pero ¿para qué quiere un hombre a un buscón mentiroso?
Sang no respondió. No picó. Estaba empezando a darse cuenta de que, cuando quería mantenerlo a distancia, empezaba a discutir con él.
Ofendido por su falta de respuesta, Jian murmuró con voz melodiosa:
—A lo mejor es que sólo te gustan los jovencitos malos.
Después de esa frase, Sang lo miró con ojos de depredador. A lo mejor tenía razón. Cuando lo miraba, cuando pensaba en él, siempre se olvidaba de sus pecados. Su deseo era demasiado fuerte como para que pudiera negarlo. Jian brillaba de belleza y energía.
Lo que sentía en sus genitales era algo cercano al dolor. Nunca había experimentado una necesidad tan poderosa de poseer a alguien. De pronto toda su paciencia se desvaneció. Dio un paso hacia él, lo tomó en brazos y se dirigió a su dormitorio.
—¿Qué demonios haces? —dijo Jian perplejo.
—Ya hemos esperado suficiente para estar juntos —Sang abrió una puerta con el hombro y, después de haber cruzado el umbral, la cerró de un puntapié.
Jian miró con ojos de pánico la habitación que le pareció que tenía poco más que una recargada cama con dosel.
—Creía que me ibas a enseñar el harén.
—Otro día, cuando tenga la fuerza necesaria para resistirme a ti —Inclinó su arrogante y oscura cabeza y saboreó su boca.
Cada vez que lo tocaba era como si quitase un ladrillo de su muralla defensiva, dejándolo más a su merced e incapaz de enfrentarse a él al siguiente ataque. Su insistente beso hizo que una descarga eléctrica le recorriera la espalda y deseara más. Su corazón corría y su cuerpo se retorcía contra su dura y masculina promesa. Separó los labios ante el erótico empuje de su lengua. No podía reprimir su necesidad de tocarlo. Deslizó las manos bajo la chaqueta para recorrer el cálido y duro contorno de su poderoso pecho.
Sang alzó la cabeza. Le soltó la camisa y la dejó resbalar hasta el suelo. Jian quedó muy sorprendido porque ni siquiera se había dado cuenta de que se la había desabrochado. De pronto, sintiéndose expuesto, Jian trató de cubrirse.
—No me desconciertes actuando como si fueses tímido —se burló Sang mientras lo agarraba de las muñecas para que descruzara los brazos—.Odio lo falso. La falsa modestia me deja frío. ¿Por qué iba yo a querer que fueses virgen?
Jian se apartó de él en un gesto defensivo. Su última pregunta hizo que se ruborizara. Sang molesto, lo agarró dispuesto a hacer ceder esa resistencia.
—¿Crees que lo que quiero es que finjas? —dijo Sang en tono áspero—. No era mi intención hacerte sufrir, pero esta vez sólo quiero de ti lo que es real.
Jian estaba sacudido por que él hubiera notado que lo había herido, había pensado que era mejor ocultando sus sentimientos. Le agarró el rostro con las dos manos y lo besó con encantadora dulzura y cautivadora sensualidad. Jian dejó de pensar y se dejó llevar por su respuesta. Movió su cuerpo para acercarlo al de él. Sang lo levantó   y lo llevó a la cama, después se quedó en pie para quitarse la corbata y desabrocharse la camisa.
Jian sentía pesados sus miembros mientras yacía en la seda carmesí. No podía apartar los ojos del torso que había revelado Sang al quitarse la camisa, se le quedó la boca seca.
Sang lo miró con ardiente apreciación mientras el colchón cedía bajo su peso. Jian rodó lejos de él. Sang soltó una carcajada y lo volvió a acercar a él sin dificultad.
—Eres tan hermoso… —le dijo con voz ronca antes de volver a saborear su boca—. Tú también me deseas.
Jian cerró los ojos por temor a que él pudiera leer lo que había en ellos. Los escasos momentos en que no lo tocaba eran casi un tormento. Como un muñeco, era incapaz de realizar acciones independientes y era la misma fuerza de su deseo lo que lo mantenía atrapado. Sang recorrió con la boca su cuello, lo atrajo contra él. Un rugido de satisfacción escapó de la garganta al ver sus turgentes pezones, acarició las hinchadas y rosadas puntas con hábiles dedos antes de inclinarse y recurrir a la boca para jugar con ellas. Cada agridulce sensación salía disparada derecha como una flecha a su pulsante entrepierna e incrementaba su anhelo.
—Sang… oh, por favor.
Sang lo miró con ojos pesados. En algún lugar en el exterior se oyeron disparos de rifles.
—¿Qué es eso? —preguntó Jian sin respiración enterrando los dedos en el negro pelo.
—Seguramente alguien que se ha casado y los guardias muestran su reconocimiento —aunque esa era la explicación más lógica, Sang se puso tenso como sólo un antiguo soldado podía hacerlo en esas circunstancias. Después oyó el zumbido de un avión. Mientras saltaba de la cama y agarraba la camisa, un reactor pasó sobre el palacio. Apenas veinte segundos después, oyó el pesado ruido de más de un helicóptero acercándose.
—¿Sang? ¿Qué pasa? —preguntó Jian con aprensión.
—Vístete.
Llamaron a la puerta con urgencia. El sonido casi fue ahogado por el ruido de otro reactor.
Sang abrió la puerta.
—Por favor, perdone la intromisión su alteza real —dijo un sirviente entrado en años con tono de ansiedad—, pero me han pedido que le informe de que el primer ministro está a punto de llegar. Solicita humildemente ser recibido en audiencia.
La más mínima muestra de color desapareció del rostro de Sang. Se volvió del tono de las cenizas porque sólo podía pensar en que le hubiera sucedido algo a su padre. Por qué otra razón iría a verlo el primer ministro sin haber concertado previamente la entrevista.
—¿Sang? —repitió Jian preocupado.
Sang lo miró como si de pronto se hubiera vuelto invisible. A toda velocidad se puso la corbata y la chaqueta.
—Bajo ningún concepto salgas de esta habitación ni hables con nadie hasta que yo vuelva.

Sang no había llegado a la pista de aterrizaje cuando recordó que había apagado el móvil. Volvió a encenderlo. Maldijo la egoísta imprudencia que le había llevado a ignorar la llamada apenas media hora antes. Casi de inmediato, sonó el aparato y respondió a la llamada. Le informaron de que su padre esperaba para hablar con él.
—Hijo —la voz de su padre resonó como si se estuviera dirigiendo a un auditorio atestado—. ¡Estoy encantado!
—¿Estás bien de salud, padre? —preguntó Sang, perplejo.
—Por supuesto.
Sang seguía aún afectado por el miedo que había pasado.
—Entonces, ¿por qué ha volado el primer ministro hasta el desierto para hablar conmigo?
—Tu matrimonio es algo de gran importancia para todos. Sang se detuvo en seco en el inicio de la escalera.
—¿Mi… matrimonio?
—Nuestro pueblo no quiere que le priven de una boda de estado.
—¿Quién dice que me he casado o que vaya a casarme? —consiguió preguntar Sang en un tono de voz aceptable.
—Un periodista contactó con tu hermana Yujin en Seúl y le mostró una foto tomada en el aeropuerto. Yujin se puso en contacto conmigo y me ha mandado por correo electrónico una foto de Jian para que lo viésemos. Es muy guapo además de una magnífica sorpresa. Debería haber cerrado la boca y tenido más sentido el día que oí que habías pedido que arreglaran el viejo palacio.
Sang pensaba deprisa y era consciente de que demasiadas cosas habían saltado a la luz pública y que, si no hacía nada, las cosas se desmandarían. Se había sentido realmente sorprendido por la presencia de los paparazis en el aeropuerto: los rumores sobre su relación con Jian debían de haber volado antes de que su avión despegase de Seúl. Estaba incluso más sorprendido por el entusiasmo de su padre al enterarse de que su hijo se había casado con un joven al que no conocía.
—Cuando has proclamado que Jian era tu pareja y no le hacía falta visado, al viejo Justin casi le ha dado un infarto, hasta que ha caído en la cuenta de que ya debías de haberte casado con él para hacer semejante anuncio. E, incluso aunque no lo hayas hecho —dijo el rey en tono de broma y del mejor humor posible—, según las leyes de nuestra casa real, una vez que has declarado delante de testigos que Jian es tuyo, es un matrimonio por declaración. La ley que salvó el pellejo a tu abuelo nunca ha sido revocada.
Sang tuvo que apoyarse en la pared. Un matrimonio por declaración: una ley aprobada a toda prisa para tapar el escándalo después de que su licencioso abuelo se hubiera escapado con su abuela con la única intención de acostarse con ella. ¿Seguía siendo legal? Sintió como si las barras de una jaula fueran cayendo alrededor de él.
—Padre… —respiró hondo.
—¡Como si pudieras traer a un joven a Bakhar para otra cosa que convertirlo en tu esposo! —le provocó su padre—. Ningún hombre de honor mancharía el buen nombre de un respetable jovencito. Sólo he tenido que oír el nombre de Jian y ya he sabido que era tu prometido y que teníamos que preparar una bonita celebración. ¿No fue el joven que te robó el corazón hace cinco años?
Mientras el rey hacía un panegírico sobre el amor verdadero y la felicidad de la vida matrimonial, Sang se ponía cada vez más serio.
¿Qué clase de locura lo había poseído cuando había decidido llevarse a Jian a Bakhar? Había sido una completa imprudencia y, mirando hacia atrás, no era capaz de averiguar la causa real de semejante locura.
Pasó una hora hasta que pudo volver con Jian. Sufría aún la humillación y la incredulidad de un hombre que no había dado un paso en falso en su vida, pero que había cometido un error fatal. No tenía ninguna duda de que Jian estaría extasiado ante la perspectiva de no ser un concubino sino un esposo, y de que como mínimo tendrían que permanecer casados un año.
Completamente vestido, Jian paseaba por el dormitorio. Las esporádicas salvas de disparos y el tráfico aéreo le habían llevado a preguntarse si el palacio estaría siendo atacado. Cuando había caído el silencio, había sucumbido al temor de que Sang no volviera porque hubiera sido hecho prisionero, herido o muerto.
Su respuesta ante esa posibilidad fue mucho más emocional de lo que le hubiera gustado reconocer, y le había informado de que su odio por él era sólo superficial. La imagen de un Sang herido en el suelo le hizo sentirse mareado y deseoso de salir corriendo a atenderlo. Estuvo a punto de desobedecer las órdenes y salir de la habitación.
—¿Dónde demonios has estado todo este tiempo? —preguntó furioso en cuanto Sang apareció, demostrando que sus temores habían sido totalmente infundados—. ¡Estaba frenético de preocupación!
—¿Por qué? —preguntó Sang.
—Los disparos… tus instrucciones… todos esos aviones y helicópteros dando vueltas por ahí —se lanzó a él tembloroso.
—No hay ninguna razón para alarmarse. La precaución ha sido lo que me ha hecho pedirte que te quedaras aquí, pero todo es fruto del entusiasmo y de la celebración del resultado de un malentendido —se encogió de hombros con menos frialdad de lo habitual—. El malentendido es completamente responsabilidad mía. Todo el país cree que te he traído a Bakhar como mi esposo.
Jian se quedó tan sorprendido por la información que se limitó a mirarlo fijamente, notando que su rostro estaba inusualmente pálido y tenso.
—Por Dios, ¿cómo puede pensar alguien algo así?
—Las circunstancias han conspirado para hacer de ésa la única interpretación aceptable de los hechos —dijo Sang con mucho cuidado—. Reconozco que he hecho mal trayéndote aquí. Ningún joven había venido antes a Bakhar conmigo. La intervención de la prensa en Seúl y que supieran de nuestra relación previa sólo añade fuerza al rumor de que tú eres, como mínimo, mi futuro esposo.
—¿Y ahora qué? —preguntó Jian parpadeando.
—Según mi padre —explicó con el ceño fruncido—, ya estamos  casados a los ojos de la ley porque yo me he referido a ti como mi pareja delante  de testigos.
Perplejo por la primera parte de la explicación, Jian se quedó con la segunda y lo miró con infinito desdén.
—¿Me has llamado así? ¿Cuándo?
—Antes de que bajáramos del avión. Pero puedo ponerme la mano en el corazón y jurar por mi honor que no pretendía insultarte.
—Por supuesto que lo hiciste: me describiste como si fuera una posesión. ¡Es medieval!
—Quieres hacer que parezca que quería decir que me perteneces cuando yo a lo que me refería era a que eres parte de mi vida —rugió Sang—. Ahora tienes razón en parte.
—A efectos legales… ¿ya estamos casados? —dijo Jian de pronto conmocionado como si de pronto lo hubiera entendido todo—. ¿Cómo puede ser eso?
—Hace muchos años, mi abuelo raptó a mi abuela y provocó un gran escándalo. Siempre actuaba primero y pensaba después. Para suavizar las cosas, se consideró necesario aprobar una ley que le permitía reclamar que era su esposa desde el momento que él lo había dicho delante de testigos. Esa ley afecta sólo a la familia real y luego nunca se derogó.
—Pero esas conductas y esas leyes son completamente medievales. Con relaciones así, me parece impresionante que te atrevas a criticar a mi familia —Jian sacudió la cabeza intentando razonar con claridad—. Bueno, la solución obvia a todo este embrollo es que digas la verdad. Te gusta mucho repetirme que las mentiras son siempre inaceptables para ti.
Al escuchar la propuesta, Sang apretó la mandíbula de modo casi imperceptible.
—La verdad ahora es que, según las leyes de Bakhar, estamos legalmente casados.
—Si es así, no te viene mal —admitió Jian—. Pero como no pienso permanecer casado contigo aunque me apuntes a la cabeza con una pistola, el divorcio será rápido.
—Éste es un asunto serio.
Un punto de amargura se coló en los pensamientos de Jian. Recordó lo locamente enamorado que había estado cinco años antes. En aquellos días hubiera hecho cualquier sacrificio por casarse con el príncipe del desierto.
¿Estaban realmente casados? Sin duda ese hecho explicaba por qué él estaba tan serio como si asistiera a un funeral. Él era, seguramente, el último joven de la tierra al que habría elegido como esposo.
—Ya me imagino que es serio, pero si estoy casado contigo, entonces supongo que tendré algunos derechos —Jian apartó la mirada de él para que no se diera cuenta de que estaba apenado—. ¿O tienes otra lista de amenazas que ponerme delante para asegurarte de que hago exactamente lo que quieres?
Esa sencilla pregunta fue para Sang como si le hubieran echado un cubo de agua fría por encima. Hasta que Jian había vuelto a aparecer en su vida, jamás había amenazado a un joven, ni siquiera había soñado con hacerlo. En ese momento se encontraba con que le ponía delante las crueles amenazas a que lo había sometido. Una vez lo había traicionado y le había infligido una herida que nunca le perdonaría. Pero eso, reconoció con pesadumbre, no era excusa para usar mal el poder e imponer un castigo. Su padre había hablado de matrimonio y la foto de Jian con Lau había despertado la amargura y la rabia de Sang y lo había animado a perseguir lo que él creía que era justo. Pero desde el instante en que había vuelto a ver a Jian, un motivo mucho menos aceptable y el deseo lo habían guiado. No podía sorprenderse de las desastrosas consecuencias que le habían traído.
—No. No habrá más amenazas —lo miró con ojos oscuros e indescifrables—. Nunca debería haber utilizado tácticas coercitivas.
Sorprendido por ese completo cambio de rumbo, Jian alzó la cabeza.
—¿Lo reconoces?
—No puedo hacer otra cosa después de ver lo que he provocado. Estaba equivocado y por ello me disculpo —pronunciar esas palabras de sincero arrepentimiento fue muy duro para su orgullo porque nunca antes había tenido que disculparse—. Arrastraba ira del pasado y me cegó sobre lo que era lo correcto.
Jian sólo podía pensar en su propia ira, alimentada y mantenida viva por el dolor. Reparó en el hecho de que nunca había dejado a ningún hombre estar cerca de él después. Pensó en cómo se había sentido unos minutos antes cuando pensaba que podía estar herido. Sintió temor al ser consciente de que sus sentimientos por Sang eran más profundos de lo que era seguro o inteligente.
—No volveré a amenazarte nunca más —prometió Sang—. A cambio, te pido tu cooperación.
—¿De verdad estamos casados? —preguntó lleno de dudas.
—Sí —confirmó él.
—Pero supongo que harás todo lo posible para librarnos de este matrimonio cuanto antes —remarcó Jian en un tono un poco susceptible.
Sang miró la pared con el ceño fruncido. El divorcio acarrearía la salida de Jian de Bakhar. Descubrió que esa perspectiva no le apetecía de ninguna de las maneras. Seguramente, razonó, un matrimonio rápido y un divorcio incluso más rápido sólo agravarían el error que ya había cometido. Un matrimonio era un matrimonio, daba lo mismo cómo hubiera empezado. Del mismo modo, un esposo era un esposo, merecedor de su apoyo y su respeto. Tendría que tratar de lograr que al menos esa alianza fuera un éxito, decidió. Tendría que dejar atrás todos los recuerdos del pasado.



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yota´s news : De regreso?

 Buenas tardes a todas las lectoras. Después de un año  y casi 4 meses regreso a saludarlas y comentarles nuevas.  Me gustaría decirle...