Seductores I -3



Después de evitar el nuevo intento de ataque, Sang lo soltó tan repentinamente que Jian acabó chocando con un mueble que había detrás cayendo al otro lado con un golpe sordo.
—¿No va siendo hora de que aprendas a controlar tu genio? — preguntó Sang con mirada oscura mientras lo miraba caído sobre la alfombra. Se acercó a él, se agachó y lo ayudó a levantarse—. ¿Te has hecho daño?
—No —avergonzado por su pérdida de control, sacudió la cabeza.
Trató de disculparse, pero las palabras se le quedaron trabadas en la garganta. En ese momento, lo odiaba con pasión. Aunque sólo tuvo que encontrarse con su mirada para sentir una severa oleada de anhelo que acabó con su orgullo.
Sang observó su boca y recordó su suave y dulce sabor. Dejó vagar su imaginación mientras pensaba que por qué no hacía realidad la fantasía. Jian a su entera disposición. A toda velocidad tomó una decisión. Se permitiría a sí mismo una debilidad con él. Se permitiría cumplir todos sus deseos hasta que se aburriera de esa rabia perfección.
¿Por qué no poseerlo? ¿No era un tipo de justicia natural que tenía derecho a reclamar? ¿Por qué pensar en el honor con un joven de esa reputación? Sabía lo que era. Mientras habían estado juntos, le había mentido, lo había rechazado mientras se acostaba con otros hombres. Sang había aprendido que uno debía olvidarse de sus principios al tratar con Wang Jian.
Consciente de la tensión que había en el ambiente, Jian estaba temblando. Dio un paso atrás y sus caderas chocaron contra la pared. Apoyó los hombros contra él.
—No te estaba ofreciendo sexo —dijo a la defensiva.

—Es lo único que puedes ofrecerme.
El silencio era vibrante.
—¿Estás loco? —le dijo apenas capaz de dar crédito a lo que Sang acababa de admitir sin atisbo de vergüenza—. ¡No me puedo creer que lo digas en serio! ¿Sexo en lugar de dinero? ¿Cómo puedes insultarme hasta ese extremo?
—La mayor parte de los jóvenes consideran un honor que les preste atención. La elección es tuya —lo miró y le alzó la barrilla para que lo mirara—. Toma la decisión correcta y descubrirás que puedo cancelar la deuda y darte los más dulces placeres.
Jian estaba sorprendido de que esa voz grave estuviera haciendo que se le secara la boca y sintiera mariposas en el estómago. Sang inclinó la cabeza y Jian sintió que el pulso le latía como un tambor por la anticipación. Una vocecita en su interior le dijo que se alejara, que alzara una mano para mantenerlo a distancia, que pusiera la cabeza fuera de su alcance. Oyó la voz, pero permaneció inmóvil. La boca de él se acercó a la suya lentamente, un lánguido sabor que desató un torbellino de sensaciones que se había obligado a olvidar. Fue un beso apasionado. Un estremecimiento de deseo recorrió su delgado cuerpo hasta detenerse entre las piernas.
Jian reaccionó a todas esas sensaciones con horror. Se apartó de él y farfulló:
—¡No, muchas gracias! ¡Gato escaldado del agua fría huye!
Sang lo miró con satisfacción.
—Así que aún puedes besar así…
—¡Deberías avergonzarte por tratarme de este modo! —le dijo furioso.
Sang miró su reloj y murmuró:
—Tengo otra cita ahora. Se te acaba el tiempo.
—Oh, no te preocupes… ¡Estoy bien! —Jian dio la vuelta sobre los talones y abrió la puerta con una mano sudorosa.
Sang le dedicó una sonrisa sardónica.
—No podías esperar de verdad que volviera a creerme las mismas historias.
Con el rostro encendido, Jian se marchó.

Jian volvió en tren a casa. Estaba conmocionado. Todo lo que había pasado en la reunión con Sang le había afectado. Su  apasionada respuesta física lo había recorrido como una riada y eso lo ponía furioso. Evidentemente odiar a Sang no era ninguna defensa contra su persuasiva sensualidad. ¿Qué decía eso de su inteligencia y autocontrol?
En ese terreno, reconoció con amargura, nada había cambiado en cinco años. Sang sólo tenía que tocarlo para encenderlo de deseo. Pero nadie sabía mejor que él que esa debilidad sólo conducía al desastre. Su historia familiar lo demostraba. Su appa, tenía sólo diecinueve años cuando se había quedado embarazado de él y se había tenido que casar a toda prisa. 
Las desgracias de Zhoumi no habían terminado ahí. A su marido le habían molestado sus nuevas obligaciones familiares. Era un ambicioso joven abogado que había sido un marido negligente y un padre ausente. Cinco años después, Zhoumi se quedó viudo y se convirtió en un objetivo fácil para las promesas de devoción eterna de Calvin. Locamente enamorado, Zhoumi había concebido su tercer hijo a los pocos meses de iniciada la relación y se había lanzado de nuevo a un matrimonio de resultados mucho peores que el anterior.
Jian reprimió un suspiro. Aunque se sentía culpable al reconocerlo, había tratado de aprender de los errores de su appa y había decidido que ningún hombre le haría perder la cabeza. En sus primeros años de adolescencia había mostrado escaso interés por los chicos. Un Calvin bebedor, maltratador y playboy lo había puesto en contra de todo el género opuesto mientras hacía todo lo que podía para apoyar a su appa y a sus hermanos pequeños.
A los dieciocho años, en el último curso del instituto, cuando Calvin le había dicho que le había conseguido un trabajo de jornada parcial como camarero en un club de un amigo suyo, se había sentido indignado porque ya tenía un trabajo de fin de semana en un supermercado.
Desgraciadamente, cada vez que Jian se había enfrentado a Calvin, éste había desatado su ira contra el resto de la familia. Después de una semana de continuas discusiones y de ver a su appa completamente angustiado, Jian había cedido. Aunque reconocía que ganaría más dinero, sabía que las horas extra y el trabajo hasta tarde por la noche apenas le dejarían tiempo para estudiar los exámenes finales.
Desde el principio, Jian había aborrecido la atención y las miradas que le dedicaban los clientes. El club atraía a profesionales de alto nivel, estudiantes adinerados y jóvenes malcriados que habían bebido demasiado y pensaban que las camarero y camareras eran fáciles. Jian pronto se dio cuenta de que el encargado sólo contrataba aquellos que fueran más atractivos de lo normal. Algunos se acostaban con los clientes regularmente como recompensa de los regalos y el dinero que recibían de ellos.
Jian llevaba trabajando allí quince días cuando conoció a Sang. Su atractivo lo había dejado cautivado nada más verlo bajando las escaleras. Cuando había girado la cabeza y puesto esos ojos en los suyos, había literalmente dejado de respirar. No había podido evitar seguirlo con la mirada y ver dónde estaba en cada momento con el objetivo de robarle otra hipnotizadora mirada. Cada vez que lo había mirado, había descubierto que él le miraba también. Aunque le resultaba violento, había sido incapaz de resistir la tentación.
Un tipo alto de pelo oscuro se había acercado a él al final de la tarde.
—¿Te apetece venir esta noche a una fiesta? —le había preguntado con acento extranjero.
—No, gracias —había dicho llanamente y se había marchado.
—Me llamo Kim Mingyu y tengo un amigo que quiere conocerte — dejó una tarjeta y un billete de cien libras en la bandeja que llevaba.—. La fiesta empieza alrededor de la medianoche. Con eso podrás pagar el taxi.
—He dicho «no, gracias» —repitió con las mejillas encarnadas, le lanzó el billete y volvió a alejarse.
Un momento después, una camarera llamada Chantal fue a hablar con él.
—Has hecho que Mingyu se enfade. ¿No sabes quién es? Es nieto de un magnate griego y está forrado. Da propinas increíbles y organiza fiestas impresionantes. ¿Qué problema tienes?
—No me interesa relacionarme con los clientes fuera del trabajo — podría haber dicho también que tenía clase al día siguiente, pero el encargado le había advertido que no dijera que aún iba al instituto porque eso podría dar mal nombre al club.
Cuando salió al aparcamiento a la hora del cierre, un número sorprendente de vehículos seguían allí. Oyó un fuerte ruido de risas masculinas. Se le cayó el corazón a los pies cuando vio al griego bebiendo de una botella y apoyado en un Ferrari con sus colegas. Después, vio a Sang ir directamente hacia él. Sintió pánico y se le quedaron los pies clavados en el suelo. Era tan increíblemente guapo que estaba hipnotizado por la belleza de sus facciones.
—Me llamo Sang —dijo en un suave murmullo y  le  tendió  una mano con una formalidad que lo tomó por  sorpresa.
—Jian —dijo casi sin respiración, rozando ligeramente la punta de sus dedos.
—¿Puedo llevarte a casa?
—Iré con uno de los chicos.
Sorprendentemente, Sang sonrió como si esa explicación fuera perfectamente aceptable para él.
—Por supuesto, es muy tarde. ¿Me darías tu número de teléfono?
La carismática sonrisa le hizo sentir que sus defensas se desmoronaban.
—No, lo siento. No salgo con los clientes del club.
La noche siguiente, el encargado lo acorraló.
—Me he enterado de que anoche rechazaste a uno de nuestros nuevos clientes más importantes, uno que es miembro de la realeza —lo acusó.
—¿De la realeza? —repitió Jian con los ojos abiertos de par en par.
—El príncipe Sang es el heredero del trono de Bakhar y de un montón de pozos de petróleo —dijo Pete con mirada iracunda—. Nuestros dos mejores clientes, Kim Mingyu  y Park Hyungsik lo han traído. Esos dos también están forrados. Se gastan miles de wons aquí y no quiero que un chiquillo estúpido los ofenda, ¿está claro?
—Pero si no he hecho nada.
—Hazte un favor: sonríe dulcemente y dale tu teléfono al príncipe.
Cambió la planilla de modo que en su siguiente turno Jian atendió la mesa de los VIP. Ya que sabía quién era Sang, se dio cuenta de que había unos guardaespaldas intentando sin éxito pasar desapercibidos.
Incómodo por su condición de príncipe, trataba con todas sus fuerzas de sacarlo de su cabeza, pero él dominaba todos sus pensamientos y respuestas. Era como si un hilo invisible lo uniera a él; notaba hasta el más pequeño de sus movimientos. Parecía ser el único del grupo dotado de modales y buena educación. No bebía en exceso, no hacía locuras, era siempre cortés. Además, era muy guapo, y Jian no dejó de darse cuenta de que era el centro de las miradas de todos en el local.
La noche que tropezó y tiró una bandeja de bebidas, todo cambió. Mientras sus alborotadores colegas se reían a carcajadas por el espectáculo, Sang se puso en pie de un brinco y lo ayudó a levantarse del suelo.
—¿Estás bien?
La mano de Jian temblaba rodeada por la dé él mientras lo miraba a los oscuros ojos enmarcados por pestañas del color del ébano.
—Cuando te has caído, se me ha parado el corazón —dijo en un susurro grave.
Ése fue el momento en el que pasó de sentirse simplemente atraído por su vibrante aspecto a estar completamente enamorado de él, pero aun así se soltó de su mano de un tirón, murmuró un «gracias» y desapareció a toda prisa.
¿Qué futuro tenía amando a un tipo que era sólo un visitante ocasional de su país y, mucho peor, estaba destinado a ser rey? Sus dos amigos se le acercaron más tarde esa noche y le advirtieron de que las tímidas miradas que traicionaban su atracción por Sang no habían pasado            desapercibidas. Mingyu y Hyungsik prácticamente lo habían acusado de ser un provocador.
—¿Cuánto quieres por salir con él? —le exigió.
Mingyu sacudiendo un fajo de billetes delante de sus ojos.
—¡No eres lo bastante rico! —dijo disgustado.
Esa noche se fue a casa hecho un mar de lágrimas y allí se encontró con Calvin, bebido, reprendiendo a su appa junto al encargado del club y quejándose de que él no mostraba una actitud amigable con los clientes.
El siguiente fin de semana, el encargado le dijo que tenía que sustituir a una de las bailarinas de las jaulas que estaba enferma. Él se negó. Temeroso de perder el empleo y harto de que todo el mundo lo criticara, aceptó diciéndose que ese vestuario no mostraba más de su cuerpo de lo que se veía cuando iba a la piscina.
Cuando Sang llegó, le llevaron una tarta de cumpleaños. Jian aún recordaba el momento en que se había dado cuenta de que era él quien bailaba en la jaula: la conmoción, la consternación, el disgusto que no había sido capaz de disimular. En ese mismo instante, bailar en una jaula había pasado de ser lo que Jian se había dicho a sí mismo a ser equivalente a bailar desnudo en medio de la calle. Cuando Sang se dio cuenta de que lo estaba mirando, salió corriendo de la jaula y se negó a volverse a meter. Una compañera, más tarde, le dijo que había sido una trampa.
—Es el veinticinco cumpleaños del príncipe. Hyungsik y Mingyu pensaron que sería divertido que bailaras en la jaula. Pagaron al encargado para que te obligara.
Jian nunca se lo había contado a Sang. Contarle historias sobre sus mejores amigos no lo hubiera llevado muy lejos. En lugar de eso, se echó la culpa a sí mismo por no haber tenido valor y haber dicho que no. Con los ojos enrojecidos por las lágrimas continuó con su labor habitual. Ya tenía una promesa de un trabajo a jornada completa durante el verano en la empresa de Henry Lau, con lo que se consolaba con la idea de que no le quedaba mucho tiempo de trabajar sirviendo copas. Por desgracia, el nuevo trabajo supondría que no volvería a ver a Sang.
Cuando acabó su turno, salió del trabajo y se encontró con que el tiempo era húmedo y frío y que el chico que normalmente lo llevaba se había ido a una fiesta sin decírselo. Temblando mientras llamaba a un taxi con el móvil, se quedó de una pieza cuado un Aston Martin plateado se detuvo delante de él con un rugido. Sang salió del coche y lo miró detenidamente en silencio y Jian supo que no le iba a decir nada porque hasta entonces siempre le había dicho que no. Era demasiado orgulloso como para volver a preguntar. Las lágrimas hacían que le escocieran los ojos; aún se sentía completamente humillado por haber accedido a bailar en la jaula.
Cuando Sang rodeó el coche y se dispuso a abrir la puerta del acompañante, uno de sus guardaespaldas se acercó corriendo y lo hizo por él para evitar que realizara una tarea tan mundana.
—Gracias —dijo él con voz ronca y se metió en el coche.
En ese momento, no era consciente de que había tomado una decisión. Simplemente no había sido capaz de reunir el coraje necesario para volverle a decir que no. Se dijo a sí mismo que, si mantenía las cosas en un tono ligero como si fuera un romance de vacaciones, no sufriría.
—Tendrás que decirme dónde vives —murmuró Sang tan tranquilo como si lo llevara acercando a su casa meses.
—Feliz cumpleaños —le dijo con voz  temblorosa.
En los semáforos, Sang lo agarraba de la mano y casi le hacía daño de lo fuerte que lo hacía.
—En mi país, dejamos de meter a la gente en jaulas cuando se abolió la esclavitud hace cien años.
—No debería haber accedido a hacerlo.
—¿No querías?
—Claro que no… Además de por muchas otras razones, no soy bailarín.
—No vuelvas a hacerlo —le dijo Sang con una autoridad innata y al instante Jian deseó volverlo a hacer para demostrarle su independencia.
Tuvo que morderse el labio para no responderle con el tono desafiante que estaba acostumbrado a emplear con su padrastro.
Y así empezó una relación que atrajo una buena cantidad de comentarios desagradables por parte de los demás. Mingyu le dejó claro que él lo consideraba igual que a los jóvenes de las secciones de contactos. Hyungsik, el italiano delgado y sofisticado que completaba el trío, parecía pensar igualmente que Jian no merecía ser tratado con respeto, pero no era tan evidente su forma de demostrarlo. Si hubiera estado menos verde en lo que respecta a los vínculos que existen entre los hombres, se habría dado cuenta de que con enemigos tan poderosos como ésos, su relación con Sang estaba destinada a terminar en llanto. Como el odioso Mingyu decía:
—¿Por qué no lo planteas en términos más sencillos? —le oyó preguntar una noche a Sang— Los chicos conocen a las parejas, los chicos se tiran a las parejas, los chicos dejan a las parejas. ¡No tengas un romance con un camarero!
Como decía su repugnante padrastro:
—Bueno, deberías agradecerme haberte conseguido ese trabajo que te va a permitir hacer fortuna. Dile que prefieres dinero a diamantes.

Le surgió la posibilidad de alquilar una habitación durante el verano en una residencia de estudiantes y la aprovechó para escapar de Calvin y dejar el trabajo del club. Al mismo tiempo empezó su contrato temporal en el departamento de contabilidad de Lau Plastics.
Las semanas siguientes fueron las más felices pero también las más tormentosas de su vida, porque Sang pretendía marcar las normas como si fuera un comandante en jefe y no aceptaba bien los desacuerdos.
Para Jian era un auténtico reto conseguir que mantuviera las manos quietas, siempre que se sentía a punto de ser dominado por la pasión, la prudencia le hacía recuperar el control. Era virgen y bien consciente de que descendía de una familia de parejas realmente fértiles. Estaba totalmente aterrorizado con la idea de quedarse embarazado. También pensaba que no teniendo relaciones sexuales completas sufriría menos cuando Sang volviera a Bakhar.
Hasta que el tren no se detuvo en la estación, Jian no consiguió librarse de todos esos recuerdos. Mientras esperaba el autobús, empezó a intentar ordenar lo que había sabido recientemente e hizo un gesto de dolor cuando las cosas empezaron a encajar.
La cuestión económica lo contaminaba todo: no sólo por el vergonzoso endeudamiento de su familia, sino también por lo que parecía una descarada negativa a pagar la deuda.
Sexo… «Es lo único que puedes ofrecerme». Aún ofendido por la frase, Jian no podía encontrar ninguna excusa para semejante afirmación. Era evidente que eso era todo lo que había querido de él siempre y el modo brutal en que lo había abandonado apoyaba también esa idea…
Se sentía orgulloso de no haberse acostado con él cinco años antes, pero rápidamente el falso coraje por el orgullo herido y la rabia empezaron a atenuarse al tener que afrontar la realidad.
Empezó a bajar la calle en la que vivía aminorando el paso según se acercaba a su casa. Después de todo, ¿qué había conseguido? No había logrado nada con Sang. Era triste que la fuerza, la inteligencia y la tenacidad que había admirado una vez en él también hicieran de Sang un enemigo de una efectividad letal.
Jian salió de sus pensamientos al ver a su padrastro entrando en su baqueteado coche aparcado justo frente a su casa. Jian se sorprendió porque nunca había demostrado el más mínimo interés por ver a sus tres hijos.
—¿Qué haces aquí? —preguntó consternado.
—¡Métete en tus malditos asuntos! —dijo Calvin con tono y gesto agresivo.
Muy preocupado, Jian lo miró salir disparado en su coche. ¿Por qué había ido a su casa? Había ido a una hora a la que sabía que su appa estaba solo. Fue directamente al taller de su appa. Lo más elocuente de todo era que el bolso de su appa estaba abierto encima de la tabla de planchar y había unas pocas monedas esparcidas alrededor.
—Me he encontrado con Calvin en la calle. ¿Ha venido a quitarte dinero otra vez? —preguntó Jian desesperado.
Zhoumi se vino abajo y le contó con todo detalle toda la historia. Cuando Calvin había descubierto unos años antes que Sang era el propietario de la casa, había acusado a Zhoumi de estafarlo con su parte de la propiedad. Casi desde ese mismo instante su appa había vivido atemorizado por sus amenazas y continuas exigencias de dinero. La rabia de Jian se iba incrementando en la medida en que comprendía por qué su appa no había sido capaz de pagar la renta. Entre bastidores, Calvin había seguido sangrando a su familia.
—Calvin se llevó la parte que le tocaba cuando se divorciaron. No tiene derecho a nada más. Te ha estado contando mentiras. Voy a llamar a la policía, Appá…
—No, no puedes hacer eso —lo miró horrorizado—. Woozi y Chenle se morirían de vergüenza si detienen a su   padre…
—No, se morirán de vergüenza por lo que ha estado pasando  aquí, ¡por lo que has estado aguantando por ellos! El silencio protege a los maltratadores como Calvin. No te preocupes… Yo me encargaré —juró furioso consigo mismo por no haber sospechado lo que estaba pasando.
El divorcio no había servido para deshacerse de Calvin y trabajar para ganarse la vida nunca había sido su estilo.
Estaba colgando el abrigo debajo de la escalera cuando oyó al cartero. Se puso tenso al ver el conocido sobre marrón y lo recogió del suelo. Sí, como había temido era otra carta de los abogados de Sang. Respiró hondo y abrió el sobre. El sudor le cubrió la frente cuando se dio cuenta de lo que era: una carta en la que se notificaba a su appa que debía abandonar la casa antes de catorce días. Como había retrasos en el pago de la renta, la propiedad iría al juzgado para recuperar la casa a final de mes.
Jian se llevó la carta con él al piso de arriba. No podía afrontar entregársela a su appa en ese momento. Desde la ventana miró a sus hermanos jóvenes, Woozi de diecisiete años y Renjun de nueve que subían por la calle con los uniformes del colegio. Chenle arrastraba los pies a su lado, un muchacho alto y larguirucho de catorce años que aún tenía que crecer y cambiar la voz. Su hermano, Kun, estudiaba cuarto de Medicina y llegaría a casa un poco más tarde.
Jian estaba muy unido a sus hermanos. Habían pasado demasiada infelicidad cuando Calvin había convertido su vida en un infierno, pero habían permanecido juntos. Eran buenos chicos, trabajadores y sensibles. ¿Qué supondría para ellos perder su casa? Todo. Acabaría con la familia porque Zhoumi con su agorafobia no podría soportarlo.  Cuando Zhoumi estallara, ¿qué  pasaría? Kun tendría que dejar la carrera y a Woozi le resultaría imposible estudiar y seguir sacando sobresalientes.
Sólo había una salida, una forma de proteger a su familia del horror de verse en la calle:
Sang.
Sang… y el sexo. Seguramente sería una decepción para él, cuyas conquistas solían aparecer en las revistas del corazón, descubrir que no tenía ninguna habilidad especial como amante. Sólo ignorancia. Le vendría bien, pensó Jian apretando los labios. El sentido común le decía que tendría que asegurarse primero de que cancelaba todas las deudas y el desahucio antes de que se acostase con él y comprobara que no había valido la pena renunciar a tanto dinero. Se vendería a cambio de dinero.
¿Sería capaz de acostarse con él sin sentir nada? Seguramente, otros lo hacían. No tenía sentido ponerse puntilloso con una realidad que demostraba que no tenía elección si quería evitar que su familia acabara en la calle.
De pie junto a la ventana, llamó a Estar Empire y pidió hablar con Sang. Varias personas trataron de hacerle desistir y convencerlo de que se conformara con hablar con alguien de menor nivel. Insistió recordando que había tenido ese mismo día una reunión con el príncipe y que se sentiría muy decepcionado si no recibía esa llamada personal.

Sang estaba en una reunión cuando en su PDA apareció un mensaje. Jian. Una sonrisa fría y lenta se dibujó en sus labios mientras atendía la llamada en su despacho. Así que el pez había mordido el anzuelo. Se sentía como un tiburón a punto de darse un festín. Finalmente era suyo. Sólo para su disfrute. A su disposición donde él decidiera y por cuanto tiempo quisiera.
Marcaría las reglas y él no lo soportaría. Sus ojos brillaron de anticipación. Se lo imaginó recibiéndolo después de un largo viaje por el extranjero y al instante supo dónde lo acomodaría. En algún sitio donde su tendencia a la infidelidad no pudiera ejercitarse. Un lugar discreto donde no tuviera otra cosa que hacer que dedicarse a ser su entretenimiento sexual. No se le ocurría un sitio mejor que el palacio de su abuelo en el desierto.
—¿En qué puedo ayudarte? —dijo Sang arrastrando las sílabas.
Al instante Jian deseó colgar el teléfono y darle  una  bofetada  porque supo que él sabía para qué llamaba. Se tragó su orgullo con dificultad.
—Quiero aceptar tu oferta.



1 comentario:

  1. TT______TT
    Ahhhh
    No!! Cosita mía!! No se vale! Jian~ ahhhh
    Ojalá Sang se de cuenta de su error!

    ResponderEliminar

yota´s news : De regreso?

 Buenas tardes a todas las lectoras. Después de un año  y casi 4 meses regreso a saludarlas y comentarles nuevas.  Me gustaría decirle...