Seductores I-4



—¿En qué puedo ayudarte? —dijo Sang arrastrando las sílabas.
Al instante Jian deseó colgar el teléfono y darle  una  bofetada  porque supo que él sabía para qué llamaba. Se tragó su orgullo con dificultad.
—Quiero aceptar tu oferta.
—¿Qué oferta?
—Has dicho que sólo había una cosa que pudiera ofrecerte.
—Tu    cuerpo —dijo  Sang saboreando cada sílaba—. A ti. Tendremos que reunirnos para discutir las condiciones.
—¿Qué condiciones? —protestó él—. Sólo quiero oír que la orden de desahucio no se va a cumplir.
—Reúnete conmigo mañana por la tarde en mi casa de la ciudad — le dio la dirección—. Hablaremos de los detalles de nuestra futura asociación. Vas a vivir en el extranjero. Eso te lo puedo adelantar —cuando Jian iba a decir algo, alarmado por lo que acababa de escuchar, Sang concluyó seco—. Será como yo diga.
Sang dio por concluida la llamada. No se había comprometido a nada. Las reglas no serían negociables. Todo seria como él quisiera. Cuanto antes lo aceptara, mejor para Jian.

Henry Lau detuvo su elegante Jaguar en una plaza de una exclusiva zona residencial de Seúl.
—Buena suerte —dijo en tono alegre.
—Gracias —Jian abrió la puerta con una sensación de alivio. Mentir le hacía sentirse incómodo.
Henry se había ofrecido a llevarlo cuando su appa había comentado que tenía que ir al centro de Seúl esa tarde. Al preguntarle por qué se tomaba una tarde libre en el trabajo, Jian le había dicho lo primero que le había venido a la cabeza: que tenía una entrevista de trabajo. La excusa de un nuevo trabajo era la cobertura perfecta si Sang seguía insistiendo con que tenía que marcharse al extranjero.
—Recuerda, te daré unas referencias excelentes. Volveré en una hora, supongo que ya habrás terminado —dijo Henry.
Jian estaba avergonzado.
—No es necesario.
Henry le dedicó una sonrisa irónica.
—Si te llevo de vuelta a casa, tendré una excusa para ver a tu appa. No creas que no me he dado cuenta de que está bajo de ánimo.
Salió del coche e hizo un gesto de dolor por su capacidad de observación. Agradeció que sus hermanos no fueran tan perspicaces. Subió los escalones hasta la impresionante puerta principal.
—¡Jian! —gritó Henry desde el coche—. Se te ha olvidado tu bolsa.
Bajó los escalones corriendo para recogerlo, se disculpó y le dio las gracias en un segundo. Entró al recibidor de la casa acompañado por un sirviente que lo invitó a sentarse en una enorme butaca. Un par de minutos después, un hombre barbudo de más edad se detuvo en seco al verlo, una expresión de sorpresa atravesó su rostro de aspecto inteligente. Con una amabilidad exquisita hizo una ligera reverencia, pasó a su lado y desapareció.
Jian fue llevado a una enorme sala del piso de arriba. Se alegró al ver que el sirviente hacía una reverencia en lugar de arrodillarse.
—Joven Wang, su alteza real.
Sang lo miró con unos ojos tan fríos como el hielo del Ártico. Iba vestido con una informal chaqueta gris y unos pantalones negros. Casi parecía alguien normal. Aunque esa ropa acentuaba su belleza y la gracia de su figura. Unos cuantos mechones indómitos se habían escapado y ocupaban el espacio de encima de las cejas. Los recuerdos se avivaron y, con ellos, la excitación que, rigurosamente, Sang sometió a control.
—Siéntate —dijo él en tono áspero.
Los ojos de Jian brillaban, Sang llevaba un soberbio traje gris marengo, una camisa blanca y una corbata de seda azul cobalto. Estaba increíblemente guapo. Y serio. Bueno, al menos eso era lo habitual, se dijo a sí mismo para intentar recuperar un poco la confianza. Sang con aire de reprobación no era algo nuevo para él.
Cuando había estado saliendo con él, se había sentido en ocasiones como si le estuviera sometiendo a un meticuloso programa de crecimiento personal. Sintió un calor incómodo, se desabrochó la chaqueta, se la quitó y se sentó rígido en una butaca de brazos.
—No ha sido de muy buen gusto hacer que te traiga tu amante — dijo Sang en tono de burla—, pero sí muy en la línea de infantil desafío que esperaba de ti.
Jian respiró hondo para mantener el control y centró su atención en los zapatos hechos a mano que llevaba él. ¿Infantil? Pensó en la orden de desahucio y la enorme cantidad de dinero a que ascendía la deuda y decidió que pocos insultos podrían ofenderle. Por otro lado, sí quería desmentir las falsas inferencias.
—Henry es lo bastante viejo como para ser mi padre. Una vez trabajé para él. Eso es todo.
Sang le dedicó una impresionante mirada de valoración.
—Asististe con él a una cena y es rico.
—¿Cómo sabes tú lo de esa cena? Es amigo de la familia y necesitaba una pareja para el evento. Su saldo bancario no tiene nada que ver —los ojos le brillaban de rabia y resentimiento—. Me doy cuenta de que no te gusto y tienes una opinión de mí realmente mala, así que, por favor, explícame qué hago aquí.
—Mírate al espejo —dijo Sang sin dudar.
Jian había esperado que él negara que no le gustaba.
—¿Qué clase de tipo quiere tener una relación con un joven que no le gusta?
—Define «relación».
Jian se ruborizó hasta la raíz del cabello al descubrir que era extraordinariamente sensible a cada una de sus palabras y humillaciones. Había captado el mensaje: su único interés era físico.
—Hablaste de reglas —dijo Jian cortante.
—Nada de otros hombres. Espero fidelidad total.
Jian se sentía tan insultado por lo que traslucían sus afirmaciones que se puso de pie de un salto.
—¿Qué demonios te crees que soy? ¡Nunca he sido infiel a nadie!
Sang dejó escapar una carcajada de desacuerdo.
—¡Sé que te acostabas con otros cuando saliste conmigo hace cinco años!
Jian parpadeó y después clavó sus incrédulos ojos en el rostro de Sang. Quedó consternado al comprobar que él realmente creía que era cierto lo que decía.
—¡No me puedo creer que me estés acusando de algo tan despreciable! ¿Por qué has decidido creer algo semejante sobre mí? Por Dios, ¿por qué iba a salir contigo y ver a otros tipos al mismo tiempo?
—Yo sólo era alguien a quien sacar dinero.
Jian apretó los puños.
—¿Entonces por qué no te eché el lazo la primera vez que pude?
—Poniéndome las cosas difíciles, me enganchabas más.
Jian se dio cuenta de que llevaba mucho tiempo haciendo que cualquier inconsistencia de su conducta sirviera para apoyar lo que él pensaba. Había hecho que todo encajara.
—No me acosté con nadie más cuando salía contigo… ¿Cuál es tu problema, Sang? ¡Estaba enamorado de ti! —le lanzó enfadado con él y consigo mismo por sentirse herido por sus afirmaciones.
Ya le había resultado duro enfrentarse al hecho de que él le consideraba avaricioso, pero que pensara que era un cualquiera era como una bofetada en el rostro.
—Y quieres que me lo crea.
—¿Quiénes son esos hombres con los que se supone que me acostaba? —exigió furioso.
—No le veo ningún sentido a hacer ahora un recorrido por tu mala conducta del pasado —dijo con un gesto que era más que de desdén.
Impertérrito, Jian alzó la  barbilla.
—Sin embargo, a mí me encantaría hacer ese recorrido, porque todo lo que has dicho es completamente falso.
—Esta discusión me aburre. Es una historia del pasado —Sang descansó su mirada en su rostro preguntándose qué querría conseguir con ese alegato de inocencia—. Naturalmente, yo he visto las pruebas de esas acusaciones.
—Bueno, yo también quiero ver esas pruebas.
—Eso no es posible. Tampoco quiero seguir hablando contigo sobre este asunto.
Jian temblaba por el sentimiento de vejación.
—No puedes acusarme de algo así y luego negarme el derecho a defenderme.
Lo miró con los ojos entornados.
—Creo que puedo hacer lo que quiera. Si no te gusta, por supuesto, eres libre de marcharte.
Jian se sentía tan herido que estaba al borde de ponerse a llorar de rabia. El oscuro poder de Sang se le aparecía sólido como una roca y tan implacable como su expresión. No aflojaría. Su fuerza se había forjado con experiencias más duras de lo que él podía siquiera imaginar.
Apretando los labios, Jian volvió a sentarse en la butaca. Era un reconocimiento de la derrota, pero sabía que si emprendía una batalla contra él, perdería. Y con él su familia.
Sang estaba convencido de que era un buscón y parecía evidente que lo llevaba pensando mucho tiempo. Ya sabía por qué lo había abandonado de un modo tan brutal, pensó con amargura. Le gustara o no, tendría que guardar sus argumentos de defensa para un momento más propicio. Pálido como la pared y con un esfuerzo que la autodisciplina exigía, se cruzó de brazos.
—Las reglas —dijo inexpresiva.
—Te esforzarás por complacerme.
—¿Puedes explicar eso con más detalle? —exigió tembloroso.
—Nada de cosas a medias. Te diré lo que quiero y te esforzarás por dármelo —explicó Sang con suavidad—. Decidiré dónde vivirás, lo que te pondrás, cómo te comportarás, todo lo que harás.
Un esposo sumiso, pero sin anillo, pensó Jian. Una mascota a la que poder llevar de la correa siempre. Se sintió horrorizado ante la perspectiva de tener que entregar las riendas de su vida a Sang, pero no le sorprendían sus expectativas: decirle a la gente lo que tenía o no tenía que hacer era algo muy propio del futuro rey de Bakhar.
Por desgracia, para Jian todo aquello no resultaba tan natural. Mientras que en otras áreas de su vida no había tenido muchos problemas en aceptar la autoridad, un fuego de rebelión había prendido dentro de él cinco años antes cuando Sang lo había abandonado.
—Creía… creía que sólo querías acostarte conmigo —dijo Jian en un murmullo—. No creo que sea para  tanto.
—Cuando el placer se aplaza, se disfruta más —Sang se dio cuenta de que Jian arañaba compulsivamente la tela que le cubría el regazo.
No podía ocultarlo. Aquello no se ajustaba a la imagen que tenía de él y eso lo desasosegaba.
«No creo que sea para tanto». Estaba sorprendido por un comentario tan poco seguro y la implicación que se deducía de él de que el sexo para Jian no era algo tan excitante. ¿Cómo era posible que un joven con su experiencia resultara al mismo tiempo tan ingenuo? Lo más seguro era que estuviera intentando manipularlo para ganarse su compasión.
¿Había en él algo que fuera real? ¿Era todo lo que decía parte de una actuación pensada para engañarlo? En su momento, se había hecho tan bien el inocente, dando marcha atrás para asegurarse de que él viviera atormentado por la pasión y el deseo. Ese recuerdo incrementó la rabia y la amargura que había mantenido controladas durante cinco años. Lo había deseado como no había deseado nunca a un joven.
—Da lo mismo —murmuró Jian, asqueado de la fría entonación de Sang y preguntándose qué había ocurrido con su lado más conservador. Aquello, en el pasado, le había hecho diferente de sus amigos.
Sin duda, esas civilizadas sutilezas habrían desaparecido hacía mucho tiempo arrastradas por la ola del sexo licencioso del que seguramente habría disfrutado desde que lo había abandonado. ¿Cómo se atrevía a acusarlo de infidelidad cuando lo había traicionado? Lo odiaba por haber arrastrado su dignidad por el polvo. Lo odiaba por haberlo juzgado tan mal, por su decisión de tener siempre la última palabra. Realmente lo odiaba.
—Por otro lado, creo que no hay ninguna razón por la que no me puedas dar un adelanto de lo que puedo esperar de ti —dijo Sang con un timbre de seda en la voz.
Jian alzó la cabeza y lo miró consternado.
—¿Un… adelanto? —farfulló.
—Creo que me entiendes perfectamente.
Jian se quedó helado. Era una prueba, estaba seguro. No podía creer que esperara que se acostara con él en ese momento. Su mirada temblorosa se encontró con la de él.
Jian notaba en su rostro el calor de la dorada mirada de él. Sintió que el corazón le latía con fuerza dentro del pecho. Estaba en un estado de alerta tal que le costaba respirar y sentía la boca seca. Era terriblemente consciente de la tensión de los pezones. Un calor se extendía como un torbellino de miel por la zona de la pelvis. Se removió en el asiento de pronto incapaz de permanecer quieto, sintiendo crecer el conocido deseo como una maldición capaz de quebrar sus contenciones y romper todas las barreras.
—Ven aquí… —exigió Sang con voz ronca, agarrándolo de la mano y tirando de él para que se pusiera de pie.
Antes de que Jian pudiera siquiera intentar resistirse a él, lo reclamó suavemente con los labios y un leve rugido de deseo. El calor, la insistencia de su boca apoyada en la suya, le producía una conmoción.
No le dio oportunidad de negarle a su lengua el acceso al suave interior de la boca, lo que desató en él una violenta reacción. Su pulso se desbocó. Todos sus sentidos se tambalearon. Su sabor era adjetivo. Alzó las manos hasta apoyarlas en los anchos hombros, en principio para mantener el equilibrio, pero después para estar más cerca de él.
Cada beso le hacía desear frenético el siguiente. Sang le levantó el suéter y apoyó una mano en su pecho, rozándole un pezón. Jian gimió de excitación. Las rodillas se le doblaron. Notaba una franja de tensión en el vientre, una tormentosa sensación de necesidad que hacía que se apretara contra él buscando alivio.
Sang lo agarró de las caderas para colocarlo más cerca del creciente calor de su deseo. Estaba tan duro como el acero. No se resistía a ninguno de los movimientos que él hacía. Experimentó una sensación de triunfó. Recordó cómo hacía años había sido tan frío como una estatua de mármol entre sus brazos. Se inclinó y lo levantó en brazos. Cuanto antes satisficiera su deseo por aquel cuerpo perfecto, mejor. Jian tenía la moral de una gata callejera. ¿Por qué iba a esperar?
Jian jadeó en busca de oxígeno. Temblando como una hoja en medio de un huracán, abrió los ojos y los enfocó sobre el hermoso y oscuro rostro de Sang. Lo llevaba en brazos como si pesara menos que una muñeca.
—¿Adonde vamos? —preguntó.
Sang abrió una puerta de un puntapié. Tenía citas, por no mencionar una reserva para volar a Nueva York. No le importaba. Por una vez en su vida iba a hacer lo que quería hacer, no lo que debía. Lo quería en ese momento, no quería esperar siquiera una hora. ¿No había esperado ya cinco años? Lo dejó encima de su cama. Hundió las manos en la masa de su cabello y después las deslizó por sus delgados hombros.
Sorprendido de encontrarse en una cama cuando unos minutos antes estaba a salvo en un salón, Jian lo miró con los ojos abiertos de par en par. El Sang que recordaba nunca lo había besado de ese modo, ni lo había llevado a un dormitorio sin dudarlo. Lo había tratado con respeto y contención. Estaba asombrado por el cambio que se había operado en él. Aunque sólo brevemente privado de sus caricias, su cuerpo se retorcía con una sensualidad tal que casi le dolía.
—Sang…
Sang se desabrochó el pantalón con aire decidido. Sus abrasadores ojos dorados se clavaban en él con intensidad.
—Aquí, en mi cama, sellaremos nuestro nuevo acuerdo.
—¿Ahora? —dijo Jian, horrorizado por semejante declaración de intenciones.
Prefirió no pensar en cómo su entusiasta respuesta a la pasión de él podía haberlo animado a creer que estaba dispuesto a disfrutar de un aperitivo sexual de media mañana.
—Quiero decir, ¿aquí y ahora?
Sang lo observó con una fuerza imponente.
—Es mi deseo —dijo.
Estaba peligrosamente acostumbrado a que se cumplieran sus deseos de inmediato, pensó Jian aturdido. Estaba aún luchando consigo mismo para aceptar convertirse en el entretenimiento de Sang, en su posesión, su juguetito, y se encontraba con aquello. De pronto el peso de todas esas expectativas fue demasiado como para hacerle frente en ese momento.
—¡No puedo! —dijo ahogado—. Ahora no, aquí no.
Apretó una mano en un gesto de frustración y después lo volvió a soltar. La punzada de la excitación sexual era tan afilada que casi producía dolor.
—Entonces, tendremos que esperar hasta que llegues a Bakhar.
Lo último que había dicho él se asentó en su cabeza. Lo miró a los ojos.
—¿Piensas llevarme contigo a Bakhar?
—Tengo un palacio en el desierto. El harén está hecho a tu medida.
Sang estaba pensando con una satisfacción salvaje en Jian en el Palacio de los Leones, aislado, alejado de las tentaciones del resto del mundo y obligado a depender sólo de él  para  tener  compañía  y  diversión. Pronto lo descubriría. Sería su proyecto más personal. No habría más mentiras, más engaños ni   fingimientos.
Ofendido y convencido de que le estaba gastando una broma pesada, Jian se escabulló de la cama y huyó tratando de no mirarlo. Se detuvo al llegar a la puerta.
—Ya sé que me estás tomando el pelo. Me contaste una vez que en Bakhar ya no había harenes.
Sang lo miró con gesto sardónico disfrutando de su incredulidad y de la punzada de pánico que Jian  no era capaz de ocultar. Era una pequeña recompensa en comparación con la decepción sexual que acababa de sufrir. Otra vez. No tenía sentido que lo animara tanto para dejarlo siempre sin culminar. ¿Pero no era eso algo típico de Jian? Dejarlo atisbar el provocativo sabor de su exquisito cuerpo para atormentarlo.
—Me refiero a que sé que eres demasiado civilizado para tratarme como a un concubino… o algo así —dijo Jian con una voz tensa apenas audible.
—Mi abuelo tenía cientos. No hablamos de eso. No es políticamente correcto en estos tiempos. Pero en la casa real siempre ha habido. La mayor parte eran regalos de sus familias. Se consideraba un honor entrar al harén real y una buena forma de ganarse el favor de la familia reinante —confesó Sang en tono perezoso, mirándolo abrir desmesuradamente los bellos ojos y la boca—. Yo tendré que conformarme sólo contigo, pero piensa en todas las atenciones con que contarás. Al menos no tendrás que compartirme ni que competir con otros.
—No voy a ser el concubino de nadie, y menos el tuyo —gritó Jian, abriendo la puerta de un empujón y saliendo al pasillo.
Sang, que nunca había pensado en sí mismo como un hombre imaginativo, se imaginó a Jian vestido con algo casi transparente reclinado en una de las camas del Palacio de los Leones, contando las horas que faltaban para que él fuera a visitarle. Encontró esa imagen mental tan atractiva que tuvo que hacer un gran esfuerzo para abandonarlo y considerar los aspectos prácticos.
¿Cuándo había vivido alguien por última vez en el viejo palacio? Tendría que mandar un ejército de criados al antiguo edificio y reformarlo desde la cubierta hasta los cimientos para poderlo ocupar. Sería un trabajo enorme. Su personal estaría extremadamente ocupado.
—¿Cuánto tiempo piensas que me quede en Bakhar?
—Mientras yo siga queriendo acostarme contigo —dijo Sang abriendo la puerta del salón.
—Si accedo… —dijo Jian tragando.
—Ya has accedido.
—Tienes que cancelar el crédito y poner la casa a nombre de mi appa.
Sus coloristas ensoñaciones sucumbieron a la evidencia del agudo sentido financiero de Jian. Lo miró con ojos duros.
—¿Crees que vales tanto?
Jian se prometió a sí mismo que algún día, de algún modo, se vengaría de lo que le estaba haciendo. Pálido como un muerto, se agarró las dos manos y se cubrió la mirada de rabia.
—Eso tú lo sabrás —dijo llanamente—, pero si quieres que me entregue en cuerpo y alma y renuncie a toda mi vida sólo Dios sabe cuánto tiempo, necesito saber que mi familia va a estar perfectamente mientras yo estoy lejos.
—Habló el mártir —murmuró Sang con desprecio.
Jian se contuvo y no reaccionó a un comentario tan incendiario.
—¿Cuándo detendrás el proceso de desahucio?
—El día que llegues a Bakhar. Eso te dará unos diez días para que te organices.
—¡No puedes hacerlo así! —lo miró con gesto reprobatorio.
—No confío en ti, así que mantendré la presión. No habrá ninguna oportunidad  de  renegociar  buscando  condiciones  más  favorables  o lucrativas, ni tendrás oportunidad de romper el acuerdo —miró por la ventana y vio el lujoso Jaguar que lo esperaba. Se volvió hacia él y lo miró con fría intensidad—. Mientras tanto, tendrás que ser cuidadoso y comportarte lo mejor posible.
—¿Comportarme lo mejor posible? —frunció el entrecejo—. ¿De qué estás hablando?
—Tu amante ha vuelto a buscarte, pero no puedes volver a subir a su coche, ni quedarte a solas con él ni con ningún otro hombre. Soy un tipo muy desconfiado y te tendré vigilado desde el momento que salgas de esta casa hasta que llegues a Bakhar. Si hay el más mínimo atisbo de un flirteo o de una conducta reprobable, romperé el acuerdo y el desahucio seguirá adelante.
Jian lo miró con muda incredulidad.
—Me estás asustando.
—Te estoy advirtiendo de que, si me engañas, sufrirás las consecuencias. Líbrate ahora de tu anciano chófer. El reloj ya está en marcha —murmuró Sang con una frialdad letal.
Jian rebuscó en el bolso, sacó el móvil y llamó a Henry a toda prisa. Le dijo que le faltaba aún bastante tiempo para salir y que no tenía ningún sentido que la esperase.
—Excelente. Siempre he estado convencido de que con la dirección adecuada te parecería muy fácil seguir las instrucciones —dijo Sang arrastrando las palabras.
Jian se estremeció de rabia y frustración. Se sintió como en medio de un tornado y luchando por encontrar la salida. Pero no se atrevía a explotar; no se atrevía a ofenderlo u oponerse a él porque tenía el poder de hundir a su familia. Deseaba decirle cuánto lo odiaba, pero en su lugar, el odio hervía a borbotones en su interior y tenía que aguantarse.
Alguien llamó a la puerta, entró y se dirigió a Sang en su lengua.
—Tengo que irme al aeropuerto —dijo Sang—. Haré que te lleven a casa. Estaremos en contacto para posteriores instrucciones.
Jian alzó la cabeza y lo miró con sus ardiente ojos negros.
—Sí, su alteza real. ¿Algo más?

—Me aseguraré de hacértelo saber —desde su postura de poder y autoridad, sin siquiera notar su silenciosa hostilidad, Sang le dedicó una mirada de fría satisfacción.


3 comentarios:

  1. O____O
    Sang se va a arrepentir...
    Jian~ bebé, hazlo sufrir cuando llegue el momento!!!

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  2. Concuerdo plenamente en que Sang se va arrepentir y mucho.

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  3. Cuales seran esas pruebas que tiene Sang para realmente pensar que Jian lo traicionó?? pero cuando realmente se descubra la verdad Sang se va a arrepentir mucho ojala Jian no lo perdone tan facilmente y lo haga sufrir aunque sea un poquito.

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yota´s news : De regreso?

 Buenas tardes a todas las lectoras. Después de un año  y casi 4 meses regreso a saludarlas y comentarles nuevas.  Me gustaría decirle...