Kwanghee regresó a su tienda y rápidamente hizo el arqueo de la caja
registradora. Hizo su trabajo administrativo mientras Kevin lo contemplaba a
través de las estanterías.
Era difícil concentrarse en clasificar talones de pago mientras él estaba
allí, distrayéndole. Él le estaba dando la espalda mientras miraba los cajones
con anillos. Tenía el trasero más bonito que jamás honrara la parte trasera de
un hombre. Peor, podría ver su cara reflejada en el espejo.
Y él podría ser suyo...
Tragando, se obligó a llenar una boleta de depósito bancario. Kevin le
pasó por detrás mientras él ponía todo en un sobre grande con cierre. Apoyando
sus brazos a cada lado, se inclinó y respiró en su cabello como si lo
saboreaba.
—¿Tienes idea de lo que me haces, Kwanghee?
—No —contestó él francamente.
Kevin estaba de pie allí, su corazón palpitando salvajemente. Su cuerpo
duro y dolorido. Su presencia aquí era una locura. Él había cubierto su olor
antes de aparecerse aquí, pero Heejun y los demás eran condenados buenos en lo
que hacían. No pasaría mucho antes que ellos lo encontraran.
Desde luego, mientras Kwanghee llevara su señal, llevaba su olor, e
incluso si él lo abandonara, ellos probablemente aprovecharían eso y se le
aparecerían mientras lo estaban buscando.
Más que eso, ya que Kwanghee no sabía ocultarse.
Él estaba desesperado por su sabor y sabía que no se negaría. Pero él no
podía tomarlo otra vez. No a menos que Kwanghee entendiera el completo impacto
de esa decisión.
Y los peligros inherentes.
Él no debería estar aquí, en la forma humana. Pero a diferencia de Dongjun,
su encarnación más fuerte era de humano. Era como podía protegerse mejor.
Esto también hacía incluso más vulnerable a Kwanghee.
Inclinándose, rozó la piel expuesta de su cuello con sus labios.
—Deseo que seas mío — él respiró, inhalando el cálido olor de su piel.
Kwanghee no podía respirar mientras oía el tono profundo, como un
gruñido, de su voz. Se sentía como en una especie de extraño sueño. ¿Cómo esto
podía ser real? Se inclinó hacia atrás contra el pecho de Kevin para poder
alzar la vista hacia él.
La mirada sobre su cara le abrasó. Una risa juguetona aligeró la
intensidad de su mirada.
—¿Tomamos las cosas demasiado rápido, verdad?
Kwanghee asintió.
—Lo siento por eso. Cuando yo veo algo que quiero, tengo la mala
tendencia de tomarlo primero y pensar más tarde sobre si realmente debería
tenerlo.
Kevin se alejó de él y se dirigió a la puerta.
—Vamos —dijo, indicando la puerta con su cabeza—. Te acompañaré al banco
y conseguiremos el vino.
Se deslizó de su taburete y lo siguió. Afuera, había un indicio de frío
en el aire. Y una aureola de peligro alrededor de Kevin. Tenía la sensación que
él le prestaba demasiada atención a las calles que los circundaban. Cada vez
que alguien se acercaba, él lo miraba atentamente como si esperara que saltara
sobre ellos.
Hizo su depósito y luego lo dejó escoger su vino después que cruzaron la
calle y entraron en una tienda. Cuando ella intentó pagar, podría haber jurado
que él le gruñó como un animal.
—Yo lo hago —dijo él.
—Sabes, puedo cuidar de mí por mi mismo.
Él se rió de eso mientras tomaba la botella de vino del empleado.
—Lo sé. De donde vengo la única cosa más letal que un hombre es su pareja.
Créeme, tengo un sano respeto por lo que una muy enojada puede hacer.
¿Él hablaba de la comunidad otra vez? Por cualquier razón no lo creyó.
—¿De dónde vienes?
—Nací en Australia.
Kwanghee hizo una pausa ante eso, sorprendido. Pero por otro lado, Kevin
tenía el hábito de sorprenderlo constantemente.
—¿En serio?
— Si, amor. Nacido y criado.
—Lo haces bien.
Kevin abrió la puerta de la tienda para él sin comentarios.
—Gracioso —dijo, entrando en la tienda. —Realmente nunca pensé que las
parejas australianas fueran particularmente crueles.
Él resopló ante esto.
—Sí, bien, tu nunca has conocido a mi madre. Ella hace que Atila el Huno
se parezca a un conejito mullido.
Había mucha cólera y dolor en su tono y en su rostro cuando dijo eso. Su
madre realmente no debía tener un verdadero instinto maternal.
—Alguna vez la ves?
Él sacudió su cabeza.
—Ella aclaró hace mucho tiempo que no estaba interesada en tener ningún
tipo de la relación conmigo.
Kwanghee enlazó su brazo alrededor del de él y le dio un ligero apretón.
—Lo siento.
Él cubrió su mano con la suya.
—No lo hagas. Los de mi especie no tienen madres como...
Kwanghee hizo una pausa en la calle.
—¿Tu especie?
Kevin se detuvo ahí, conmocionado por lo que se le había escapado de la
boca. Maldición. Con Kwanghee era mucho más fácil hablar que lo que debiera
ser. Él estaba acostumbrado a estar en guardia cerca de la gente.
—Lobos solitarios —dijo, tontamente tomando prestado el término de Dongjun.
—Ahh, entonces tú eres uno de esos tipos machos
“no-necesito-ningún-tipo-de-ternura”.
Él solía serlo, pero después de pasar un tiempo con Kwanghee...
Lo que sentía por este joven lo asustaba como la mierda.
—Algo así.
Kwanghee asintió mientras emprendía el regreso hacia su tienda.
—¿Así que son solamente tu y tu hermano, no?
—Sí —dijo él, con su garganta apretada mientras recordaba a su hermana—.
Somos sólo nosotros. ¿Y tu?
— Mis padres viven en Kenner. Tengo una hermana en Atlanta a la que veo
dos o tres veces por año, y mi hermano mayor trabaja para una firma en el
distrito comercial.
—¿Estas unido a ellos?
—Oh sí. Más unido de lo que quisiera a veces. Ellos todavía cree que
deberían dirigir mi vida.
Él sonrió. Así era como Yewoon solía sentirse respecto a él y Hyunsik.
Esto trajo un dolor agridulce a su pecho.
—Tu debes ser el más joven.
—Sabes?. Juro que mi madre todavía corta mi carne siempre que voy a casa.
Él era incapaz de imaginarse una madre tan cariñosa como esa. Debía haber
sido agradable conocer semejante amor.
—No lo rechaces.
—La mayor parte de las veces no lo hago —Kwanghee frunció el ceño hacia
él—. ¿Por qué sigues haciendo eso?
—¿Haciendo qué?
—Vigilando la calle como si tuvieras miedo de que alguien vaya a saltar
sobre nosotros.
Kevin se frotó la parte de atrás de su cuello con nerviosismo. Él tenía
que darle su crédito, Kwanghee era realmente observador. Sobre todo para un
humano. Lo último que podía decirle era que realmente lo que temía era eso. Si Heejun
o los demás alguna vez lo detectaban...
Él no quería pensar en las consecuencias.
—Supongo que no podría decirte que cerraras tu tienda durante un par de
semanas y fueras a alguna isla exótica conmigo, verdad?
Kwanghee se rió de él.
—Estaría bueno.
Sí. Sabía poco, él era bastante serio. Una parte de él estaba tentada a
secuestrarlo, pero después de lo que había pasado entre sus padres, él supo que
era mejor no arriesgarse.
Cuatrocientos años más tarde, su madre todavía estaba emocionalmente herida
porque su padre la había secuestrado contra su voluntad. Él no quería destruir
la bondad de Kwanghee. Su risa abierta. Dios le ayudara, Kwanghee confiaba en
la gente, y esto era tan raro que él haría cualquier cosa para mantenerlo así.
Kwanghee abrió la puerta de su jardín y lo condujo a su apartamento donde
Dongjun los esperaba. Precipitándose hacia ellos, Dongjun fue directamente a la
ingle de Kevin para atormentarlo en la manera típica de un perro.
—Baja —gritó, apartando al lobo.
—Le gustas.
Le gusta molestarme.
—Sí, lo noté.
Kwanghee frunció el ceño mientras se dirigía al estéreo, que tocaba a todo
volumen una vieja canción.
—Que extraño —dijo, apagándolo—. No dejé el estéreo encendido.
Kevin intensificó su apretón sobre el cuello de Dongjun.
—Eso duele, Kevin. Déjame.
Él lo hizo de muy mala gana.
—¿Qué más hiciste?
—Nada, en serio. Sólo miré algo de TV, examiné sus CDs... Él tiene
realmente unas buenas mierdas... E hice algo de café.
—¡Dongjun, se suponía que no te moverías!
—Dijiste vigílalo, que implica movimiento.
Él se estiró hacia Dongjun, quien se lanzó hacia Kwanghee.
—Tal vez tienes un fantasma —dijo Kevin—. Esto es Nueva Orleans, después
de todo.
—No eres gracioso —dijo.
Kwanghee tomó el vino que él tenía y se dirigió a la pequeña cocina donde lo
puso cerca de su cafetera de dos tazas. Sacó la jarra y la miró.
—¿Qué diablos pasa aquí?
—¿Qué?
El encontró la mirada fija de Kevin.
—¿Hiciste café esta mañana?
—Oops —dijo Dongjun. —En cierto modo lo hice. Yo probablemente debería
haberlo tirado una vez que hube terminado.
—¿Lo crees?
—Sé agradable conmigo, hombre. No tengo que quedarme aquí.
—Y realmente no tengo que dejarte vivir, tampoco.
—¿Estás bien? —preguntó Kwanghee mientras reemplazaba la jarra. Kevin sonrió
y se obligó a relajar su expresión.
—Estoy bien.
—Este café es fresco — bajó la mirada hacia Dongjun, luego sacudió su
cabeza. —De ninguna manera. Esto es simplemente estúpido.
—¿Qué?
—Nada. Ni siquiera lo diré por miedo a que me encierren por el resto de
mi vida.
Puso el vino en el congelador para que se enfriara mientras abría los
gabinetes y sacaba una cacerola y una cazuela.
Sin pensarlo, Kevin fue a la diminuta despensa a buscar la salsa de
espagueti. Por alguna razón, a Kwanghee le gustaba ponerla sobre todo.
—¿Cómo sabías que estaba allí? —preguntó.
Kevin se encogió. Maldición, él no debería haber sabido donde la
guardaba.
—Este me pareció el lugar más probable.
Pareció aceptar eso.
Dongjun se levantó de un salto y lo empujó hacia Kwanghee. Kevin tomó
aliento bruscamente como sus cuerpos chocaron y sintió sus curvas lozanas
contra él.
Kwanghee alzó la vista, sus labios separados por su jadeo de sorpresa.
—Lo siento —dijo él, su corazón palpitando—. El perro me golpeó.
—No soy un perro.
—Vas a ser comida para perros si no paras.
—Oh vamos, idiota. Él es tu compañero. Sigue adelante.
—No puedo obligarlo. Créeme, es algo que no haré.
Para su sorpresa, Dongjun asintió con su cabeza y lo miró hacia arriba.
—Sabes, creo que sólo por eso te respeto. Eres un buen lobo, Kevin. Ahora
dame tu camisa y déjame salir.
—¿A hacer que? —Kevin estaba tan atontado que habló en voz alta.
—¿Qué? —preguntó Kwanghee.
—Nada —dijo él, preguntándose en que punto de esa noche Kwanghee iba a
decidir que él estaba completamente chiflado.
—Confía en mí —dijo Dongjun—. Usaré tu olor para conducir los demás lejos
de aquí. Al infierno, cuando acabe con Heejun, él estará persiguiendo su cola en
círculos.
Kevin estaba impresionado. Esa era una buena idea.
—¿Puedo confiar en ti para que no lo conduzcas aquí?
—Sí, puedes.
Qué respuesta desacostumbrada para Dongjun. Kevin lo miró mientras
debatía si realmente podía confiar en él.
Al final, él no tuvo ninguna otra opción. Dongjun fue a rasguñar la
puerta.
—Lo dejaré salir —dijo Kevin, dirigiéndose al lobo.
—Gracias —dijo Kwanghee mientras sacaba los fideos que habían sobrado.
Kevin siguió al lobo al patio trasero. Se quitó su camisa, luego conjuró
una nueva mientras Dongjun se dirigía en forma humana a tomarla.
—Ponte algo de ropa, Dongjun. Me voy a quedar ciego si no.
—Cállate —replicó Dongjun—. No soy tan talentoso como tu con mis poderes
y no permanezco como humano el tiempo suficiente como para preocuparme.
Solamente quiero decirte que seas cuidadoso. Parece un joven bastante
agradable, para ser humano. Sería una maldita pena ver que algo le pasara.
—Lo sé.
Un coche se acercaba a la puerta.
Dongjun dio un paso en las sombras y desapareció. Kevin no se movió
mientras miraba al coche acercarse. Era la desnudista que vivía en uno de los
apartamentos de arriba.
Aliviado de que fuera un coche amistoso, él regresó adentro para
encontrar a Kwanghee revolviendo la salsa en la cazuela.
Él tenía que encontrar algún modo de conseguir que Kwanghee accediera a
marcharse con él hasta que ellos pudieran separarse seguramente.
Kevin lo miró y sintió algo muy peculiar. En su mundo nadie cocinó para
él. Él comía la carne cruda o la compraba en forma humana, luego la cocinaba él
mismo.
Nadie jamás había hecho el alimento para él excepto cuando él les pagaba
para hacerlo. Esto era casi hogareño. No es que él entendiera cuan hogareño
era.
Tal vez esa era la extraña sensación en su estómago. Él sintió dentro el
impulsó de tocarlo incluso cuando no debería.
—¿Kwanghee? —preguntó, acercándose—. ¿Crees en lo imposible?
El sacó un cuenco de ensalada de su refrigerador.
—¿Imposible cómo?
—No sé. ¿Hadas? ¿Duendes? ¿Lobos que pueden convertirse en humanos?
Él se rió.
—No estarás comprando leyendas locales, verdad?
Kevin se encogió de hombros mientras su corazón se estremecía. Era
demasiado esperar que fuera algo más que un humano típico.
—Aunque —dijo, haciendo que su corazón se aligerarse— realmente tengo un
amigo que persigue a vampiros de noche. Está chiflado, pero lo amamos.
Maldición.
—Sí —él suspiró—. ¿Heechul está un poco loco, verdad?
Kwanghee se quedó quieto.
—Cómo lo conoces...
—Todo el mundo en Nueva Orleans conoce al cazador de vampiros local —dijo
rápidamente—. Park Heechul ha estado por ahí desde hace mucho tiempo.
Kwanghee se rió.
—Tendré que decirle que es una leyenda. Eso lo complacerá a más no poder.
Kevin se volvió hacia él.
—¿Pero en cuanto a ti? No crees en cosas extrañas, verdad?
—No realmente. La cosa más espeluznante que alguna vez he visto es a mi
contable en abril.
En apariencia, él se rió de eso, pero por dentro temblaba. Kwanghee nunca
estaría abierto a su mundo. A la realidad de que, a veces, la gente que pasaba
por la calle no era realmente gente en absoluto. Que ellos eran el peor tipo de
depredadores.
Déjale tener sus ilusiones. Sería cruel quitárselas. ¿Y con qué objeto?
¿Para que él pudiera mostrarle un mundo dónde perpetuamente los dos serían
perseguidos?
¿Dónde sus hijos serían parias?
No, esto no sería justo para él. No necesitaba un compañero, y estaba
malditamente seguro que no necesitaba hijos.
—¿Estás bien? —preguntó Kwanghee mientras disponía dos platos.
—Sí, bien.
Él sólo esperaba que ambos estuvieran bien hasta que la señal
desapareciera de sus manos.
No lo ejes babo, el te ha comenzado amar, no tengas miedo diselo se asustara pero luego lo aceptara.
ResponderEliminarMe gusta el lobo tan tierno y malvado
ResponderEliminarBah....otro día más y no le dirá nada.....y al parecer ahora menos cn lo que Kwanghee le respondió.
ResponderEliminartiene de amigo a Hee,como puede ser tan no creedor de ese "mundo" claro que no esta sumergido en ese mundo....estabien,lo entiendo.
Ojalá no pase nada y el niño lindo pueda desviar a Heejun y los demás que quieren la cabeza de Kevin lejos de Kwang...ya que esa confesión no llegar de una.